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14.13. La mansión definitiva: San Pantaleón

La historia volvía a repetirse. Estaban otra vez hasta los topes. A fines de septiembre de 1612 -acaba de decir Glicerio- los niños llegaban a 800. Había que buscar una nueva casa más espaciosa. Llevaban ya doce años pagando alquileres en casa ajena y con traslados forzosos, que daban sensación de provisionalidad e inestabilidad. Era ya hora de establecerse de fijo, comprando una casa adecuada con posibilidades de ampliaciones futuras. Y en todos estos propósitos andaba por medio el P. Domingo Ruzola. Con la consabida concisión escribió Calasanz en el Informe de 1623:

'El día primero de octubre de 1612, con la intervención del P. Domingo ‘della Scala’ se compró el palacio adjunto a San Pantaleón, de los Sres. de Torres, que€ había sido antes de los Sres. Muti, por el precio de diez mil escudos, con tres o cuatro tiendas en la planta baja, y de este palacio pagaban los intereses al 6 por ciento. Y el Sr. Cardenal Giustiniani de buena memoria, que€ daba como Protector de dicha obra diez escudos mensuales, dio en contante dos mil escudos a los Sres. de Torres y asumió el peso de pagar los intereses y cuando murió, ordenó a su heredero que asumiera dicho censo. Y del legado que hizo luego el Sr. Cardenal Lancellotti de seis mil escudos se pagaron en diversos plazos cuatro mil a los Sres. de Torres'.[Notas 1]

Efectivamente, fue una verdadera oportunidad. A mediados de 1612 doña Victoria Cenci puso pleito a su esposo, el marqués Ludovico de Torres, que estaba dilapidando la fortuna familiar, y le exigió que le restituyera su dote de 14.000 escudos. No teniendo el marqués dinero contante, le hizo entrega del palacio contiguo a la iglesia de San Pantaleón, que había comprado en 1604 a la familia Muti por 7.200 escudos. El acto de cesión tuvo lugar el 12 de julio de 1612. Inmediatamente lo puso en venta doña Victoria, exigiendo 15.000 escudos, pero el P. Domingo Ruzola logró que rebajara el precio hasta 10.000. Así, pues, el 25 de septiembre, en el palacio Mannini, en acta notarial nombraron Procurador para comprar el inmueble 'el Rector, los Padres y Hermanos de la Venerable Congregación de las Escuelas Pías de Roma', esto es, el rector, P. José Calasanz, P. Lorenzo Santilli, P. Escipión de Santis, P. Virgilio Marcelli, P. Gaspar Dragonetti, P. Glicerio Landriani, Juan García del Castillo, Tomás de Victoria, Diego López, Francisco Franchi y Juan Martínez.[Notas 2] El primero de octubre llevó a cabo la compra el procurador Cosme Contini, gran amigo de Glicerio y colaborador desde entonces de Calasanz en múltiples servicios.[Notas 3] Y el 16 del mismo mes, el P. José Calasanz, como rector de la Congregación de las Escuelas Pías y procurador especialmente nombrado al efecto por sus compañeros, tomó “posesión real, actual, civil y corporal de dicha casa, andando por ella, estando de pie y sentado, abriendo y cerrando puertas y ventanas y realizando otros actos de posesión, etc. “, como reza el acta protocolaria. La casa se adquirió -decía el documento de compra-venta- “desde el centro de la tierra hasta el cielo” (‘a centro terrae usque ad coelum’).[Notas 4]

Menos protocolarias y más preocupantes eran las condiciones de pago: deberían abonar 2.000 escudos dentro de los dos meses de haber tomado posesión; 3.000 más en el primer trienio; otros 3.000 en el bienio siguiente y los últimos 2.000 deberían quedar saldados al final del mencionado quinquenio. Mientras tanto irían pagando los intereses de la deuda a razón del seis por ciento. De la operación salía fiador Glicerio Landriani y en último término la Congregación misma. ¡Oh santa temeridad de los pobres confiados en la Providencia! Sólo disponían de 200 escudos, que salieron probablemente del bolsillo de Glicerio, y con ellos pagó Calasanz el mismo día 16 de octubre –ipor adelantado!- los intereses del primer trimestre y parte del segundo.[Notas 5] Pero venció el primer plazo el 16 de diciembre… y las arcas estaban vacías. Pasaron otros cinco meses, y el 25 de mayo, quizá ante las demandas de los herederos de doña Victoria Cenci, se tuvo que solicitar un préstamo de dos mil escudos para pagarles la primera entrega.

En esos meses hubo una fecha memorable: el 12 de enero había nombrado Pablo V Protector de las Escuelas Pías al cardenal Benito Giustiniani, cuya solicitud y decisiva intervención en los asuntos de su protegida Congregación sería trascendental. Y de nuevo el genio benéfico de esta elección fue el P. Domingo Ruzola, confesor y director espiritual del piadoso purpurado. En la súplica al papa lo expresaba claramente Calasanz: 'El Ilmo. Sr. Cardenal Giustiniani se ha complacido a instancias del M. R. P. Domingo, Prior de ‘la Scala’, en aceptar la Protección de la Obra de las Escuelas Pías, tan necesaria en Roma…'.[Notas 6]

Apenas supo el cardenal que se había pedido un préstamo para saldar el primer plazo, lo hizo pasar a su cuenta y pagó los intereses anuales hasta que murió, obligando a su heredero a liquidar la deuda de los dos mil escudos, como recordaba agradecido Calasanz en su Informe de 1623.[Notas 7] Vencieron también los plazos siguientes en 1615 y 1617 y terminó el quinquenio establecido sin que pudieran pagarse las deudas. En 1620 murió el cardenal Horacio Lancellotti y dejó a las Escuelas Pías un legado de 6.000 escudos,[Notas 8] de€ los cuales se destinaron 4.000 para amortizar la deuda en 1621. Los restantes 4.000 se pagaron en 1623, pidiendo un nuevo préstamo, saldado en 1626, gracias al legado que dejó el gran amigo don Santos Orlandi, secretario que fue del munífico cardenal Lancelloti.[Notas 9] ¡Catorce años para saldar una cuenta de diez mil escudos! Quizá el viejo profesor Dragonetti evocara alguna vez con sorna el profundo verso de Virgitio, aplicándolo a la casa: 'Tantae molis erat romanam condere gentem'.[Notas 10]

Notas

  1. EGC II, p.171.
  2. Además de los once Firmantes, había algunos más que formaban parte de la Congregación, pero no aparecen o por enfermos o por ausentes (cf. G. SÁNTHA, ‘Quattuor novi elenchi…’, p.376).
  3. Acabó instalándose en San Pantaleón, dando clase a los niños. Fue testigo en el proceso de Beatificación de Glicerio y después de casi dos lustros de servicios abnegados murió en 1621 y quiso ser sepultado junto a su amigo Glicerio (cf. C. VILÁ, ‘Galería…’, p.324-325)
  4. Para estos y otros textos y detalles de esta compraventa véase el exhaustivo estudio de C. SÁNTHA, ‘350 anni a condita Domo S. Pantaleonis exacti…’ EphCal 9-10 (1962) 266-301. Cf. los dos textos citados en ib., p.268-269.
  5. Cf. ib., p.269.
  6. Cf. G. SÁNTHA, ‘Nova quaedam documenta…’, p.198, n.14. El texto del Breve de nombramiento en ib., n.16.
  7. Y también en la carta del 30 de marzo de 1621, en que habla de su reciente muerte (cf. c.74). Tanto este primer pago como los que siguieron hasta liquidar toda la deuda de 10.000 escudos quedan claramente explicados en AGEP, Dom. Gen., 11, f.10v-11r, formando parte de la documentación relativa a la compra de la casa.
  8. Para perpetuar la memoria de este gesto de generosidad pidió Calasanz al célebre latinista portugués Andrés Bayano -que acabaría sus días como profesor de las Escuelas Pías en San Pantaleón- que compusiera un epitafio para grabarlo en mármol, y todavía hoy puede leerse en el patio de dicha casa (cf. c.104 y su comentario).
  9. Cf. AGEP, Dom. Gen., 11, f.10-11. Del Sr. Orlandi y su herencia habla Calasanz en dos cartas de enero de 1626 (cf. c.383 y 387). Calasanz, Ruzola y el P. Castilla dijeron que Landriani desembolsó unos 5.000 escudos para pagar la casa de San Pantaleón y para manutención y otros fines (cf.AGEP,RegServ 41,f.7-8, 39v y 142r). La documentación aducida, sin embargo, excluye su contribución en el pago de los 10.000 escudos del precio de la casa. Quizá ayudó a pagar los intereses y otros gastos no pequeños ni escasos. El documento notarial en que promete entregar 2.000 escudos que le debe su hermano (cf. BARTLIK, ‘Annales’: EphCal 4 [1934] 164-165), dada su fecha del 8 de junio de 1613, más que un acto de entrega es un respaldo o garantía en relación al préstamo pedido por Calasanz el 25 del mes anterior, pero tanto ese préstamo como sus intereses fueron asumidos por el Card. Giustiniani.
  10. ‘Eneida’, I, v.33.