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Cosmonos (1687)

El Conde Germán Jacobo Czernin de Chudenitz al fallecer su padre en 1682 y heredar sus posesiones, quiso llevar a cabo un deseo suyo: llevar una comunidad religiosa a ocuparse de la iglesia de la Santa Cruz, que llevaba 15 años abandonada. Contactó en 1688 al Rector de Schlackenwerth, y por medio de él al Provincial, P. Alejo Eder, y negociaron la fundación. Se pusieron de acuerdo en hacer una fundación para 12-18 religiosos. En lugar de destinar una cantidad fija anual para la misma, el fundador se comprometía, además de construir el alojamiento, a entregar 2 florines a la semana por cada religioso presente en la casa, pagaderos al final de la semana. En principio parecía un acuerdo favorable a los escolapios, pues representaba una suma de 1920 florines al año si los 18 religiosos estaban allí todo el tiempo. Aunque si sólo había 12, la cantidad percibida era similar a los 1200-1300 florines para 12 religiosos que solían dar los fundadores de otros colegios. En la práctica era un sistema más engorroso, pues los religiosos tenían que “fichar”, y se hacía complicado recibir siempre pequeñas cantidades al final de cada semana. Con la cláusula restrictiva de que si los religiosos eran menos de 12, el Conde no pagaría nada. Por otra parte no habría en la comunidad ni más de dos hermanos operarios, ni menos de 12 religiosos. Además la mayor parte del dinero recibido la debían invertir en comprar provisiones… al mismo Conde.

El contrato de la fundación incluía además dos cláusulas curiosas, Decía una: “…con esta condición además: puesto corresponde al honor de Dios y a la conservación del bien común que haya hombres que se dediquen a los trabajos manuales, más numerosos que los se entregan a los estudios, y que los que se consagran a lo que son llamadas obras de Dios, como muestran los ejemplos cotidianos, y que faltan tanto en este señorío y pueblo, cosa que afecta al bien público, etc. Por lo tanto, para que se lleve a cabo su objetivo, y se evite todo tipo de inconvenientes, el Fundador desea expresamente (como se ha dicho más arriba) que los citados Padres no admitan a estudiar latín a ninguno de sus súbditos, vengan de donde vengan, sin el permiso expreso del Fundador, tanto del actual como de sus herederos, parientes y sucesores futuros en el Señorío, sino sólo los primeros elementos, leer, escribir, hacer cuentas”. Resulta sorprendente que el Fundador quisiera que sus súbditos tuvieran una cultura sólo elemental, pero no demasiado elevada, para no perderlos (¡puro feudalismo!). Es decir, en la práctica la enseñanza media y superior (conocimiento del latín) quedada limitada a la nobleza, que enviaban a sus hijos a estudiar desde fuera de los territorios del Conde, o a los hijos de algunos servidores suyos especiales. Si en otras fundaciones existían acuerdos semejantes (aunque no escritos: conocemos todos los contratos de los colegios de Germania), se explica perfectamente por qué las primeras clases eran muy frecuentadas, y no las superiores. La gran mayoría de los niños sólo iban a la escuela dos o tres años, el tiempo necesario para aprender a “leer, escribir, hacer cuentas”.

Otro punto abusivo del contrato era el último: “Por último, los Padres tendrán la obligación, como deuda de gratitud, de rogar a la Divina Majestad por el alma del Fundador, y la de los suyos y las de toda su ilustrísima Familia, para que les muestre su misericordia, y recordarles a menudo en sus oraciones. Además celebrarán a intención del Fundador tantos sacrificios de la Misa, infaliblemente y sin intermisión, como signos de la (x) pongan para recibir la limosna perpetuamente”. Es decir, pretendía que todos los sacerdotes celebraran todas las misas a su intención, lo que eliminaba automáticamente la posibilidad de aceptar otras fundaciones a cambio de misas, o estipendios ocasionales. No debió entender muy bien este punto el P. Provincial que lo firmó. El caso es que años más tarde, en 1694, el fundador preguntó al nuevo Provincial la prueba de que habían celebrado las 2.129 misas anuales que correspondían según el contrato. Comprendió el Provincial que aquello era excesivo, así que tuvo que regatear con él para reducirlas a ¡569 misas al año! Como dice el cronista de la casa, “Si las cosas eran así, no veo de qué manera en el proyecto de fundación se podía hablar de una limosna gratuita, cuando más bien parece que merecía el título de estipendio de misas, y tal carga perpetua de misas es diametralmente opuesta a nuestras Constituciones. Y parecía que la manutención se debía no al ejercicio de nuestro ministerio (como está escrito: “no pongas el bozal al buey que trilla”), sino que se debía totalmente a la carga de las misas”.

En definitiva, no parecen estar muy contentos los escolapios de Cosmonos, pero ahí siguen en 1696. Ese año la comunidad está formada por:

P. Alberto Jerónimo de S. Miguel Arcángel, Rector, confesor

P. Cristóbal de S. Carlos, vicerrector, predicador ordinario, confesor

P. Edmundo de S. Cipriano, confesor

P. Valentín de Sta. María Magdalena, predicador extraordinario, confesor

P. Lorenzo de S. Juan Bautista, catequista, confesor

P. Samuel de la Madre de Dios, ecónomo, maestro de aritmética, confesor

P. Florián de Sta. Bárbara, maestro de escribir, confesor

P. Rodolfo de Ata. Águeda, profesor de retórica y poesía, confesor

H. Fernando de Santiago, maestro de leer, presidente del oratorio

H. Zacarías de S. Victorino, maestro de sintaxis y gramática, presidente del 1er oratorio

H. Feliciano de S. Víctor, maestro de principios y rudimentos

H. Pedro de S. José, sacristán y portero.

Aunque hay un número suficiente de maestros, parece que el número de alumnos es escaso, de alrededor de un centenar. Además de las restricciones del Conde a sus súbditos, hay que tener en cuenta que Cosmonos era un pueblo pequeño, cercano a la ciudad de Mlada Boleslav, a la que se trasladará el colegio en 1786. Como dice el P. Cristóbal, Vicerrector y cronista, “La causa de ello (la escasez de alumnos) no es difícil de establecer, ya que para la gente de alrededor que quieren traer a sus hijos a formarse y estudiar en las Escuelas Pías, no encuentran un hospedaje adecuado (¿qué tipo de acomodo son las cabañas de los aldeanos para los ingenuos ingenios?) Aquellos padres desean que sus hijos sigan costumbres civilizadas, tengan alimentos adecuados a su naturaleza. Cuando se hagan los edificios nuevos, aumentarán los seminaristas y el número de alumnos que asistirán al gimnasio, de modo que siempre que aquí se cumple aquel conocido dogma de los filósofos: lo primero en la intención es lo último en la ejecución, puesto que creamos las Escuelas Pías y no tenemos jóvenes a los que educar”.

Notas