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San Jorge (1685)

Los comienzos de la fundación de San Jorge (actual Svaty Jur, en Eslovaquia, otra de las casas antiguas que, tras una interrupción durante el tiempo del gobierno comunista en Checoslovaquia, volvió a nuestras manos) tampoco fueron fáciles.


El Príncipe D. Jorge Szelepcheny, Arzobispo de Esztergom, Primado del Reino de Hungría, protector de los escolapios, al fallecer el 2 de enero de 1685, a los 93 años de edad, dejó en su testamento a favor de las Escuelas Pías unas casas y viñas que poseía en San Jorge, para que establecieran allí un colegio. Enterado el P. Provincial de Polonia, envió al P. Andrés Baiar a tomar posesión de la herencia y hacer lo necesario para establecer la fundación. El P. Andrés hizo todo lo necesario para conseguir la propiedad unos meses más tarde. Lo que no pudo recuperar fue la bodega llena de vino que había dejado el arzobispo, y que el gobierno confiscó como contribución de la Iglesia a los gastos de la guerra contra los turcos que en aquellos años tenía lugar en tierras húngaras.

A principios de 1686 el P. Andrés, viendo que en la población había una iglesia y unas escuelas que habían ocupado los luteranos antes de ser expulsados de la ciudad, y que estaban vacías, las pidió al Emperador para el ejercicio del ministerio propio, y consiguió que se las adjudicaran. Y con los edificios, algunas otras propiedades (viñas y casas) que formaban parte del mismo lote.

En el año 1687 abrieron la escuela, “con tres o cuatro niños”, como dice lacónicamente el cronista, el mismo P. Andrés. La comunidad era muy reducida al principio: dos o tres religiosos. Y tenían ante sí la difícil tarea de sobrevivir: tampoco ellos disponían de rentas fijas, sino de unas viñas, en su mayor parte viejas y abandonadas, y unos caserones en el pueblo que para ser rentables necesitaban antes un fuerte inversión en reparaciones. Los Padres tenían que ocuparse de los cultivos, pagando salarios que luego no estaban seguros de recuperar, y sin poder atender las que serían actividades ministeriales propias. Cedemos de nuevo la palabra al P. Andrés: “Como nos daba alientos la esperanza, y luego fallaban cada año los ingresos esperados, y los daños se multiplicaban como la experiencia nos mostraba, y se acumulaban las deudas que había que pagar, apenas nos quedaba una esperanza razonable de salir a flote. De hecho ni creía que pudiera hacer prudentemente promesas vanas. En una palabra, la fundación aquí estaba seriamente amenazada”.

Cuando el P. Juan Crisóstomo Salistri, Visitador General, llegó en 1690 a San Jorge, vio la cosa tan apurada que pidió al Capítulo Provincial de Polonia en 1691 que se buscara una solución. Y la solución que se encontró fue entregar todas las propiedades de la herencia de Szelepcheny y de los protestantes, casas y viñas, al municipio, para que los gestionaran ellos a cambio de una renta anual de 1000 florines. Las autoridades municipales, que habían tenido ya diversos pleitos con los escolapios y sabían que estos tenían buenos defensores en Viena, aceptaron el trato en 1694, concediéndoles además dos casas para su residencia, a cambio de la casa municipal que habían ocupado los ministros luteranos y que el municipio no quiso ceder, y a partir de entonces comenzó un tiempo de cierta normalidad para la comunidad.

Pero la paz no duró mucho. Pues en la casa que ocupaban los escolapios la gente decía que en tiempos pasados se habían manifestado los espíritus, y les extrañaba que no molestaran a los nuevos habitantes. Quizás con ello dieron alguna idea a uno de ellos. Pues todo lo que hemos relatado en Prievidza, había ocurrido antes aquí, y con el mismo protagonista, el H. José Herchel.

Las molestias del espíritu comenzaron la noche del 30 de enero de 1695. El supuesto espíritu se entretuvo llamando a las puertas de los religiosos, y cuando le respondían el normativo “Deo gracias!”, él no respondía nada. Los religiosos se asustaron, aunque el Superior se lo tomó con más calma: “Cuando el P. Superior se enteró de lo ocurrido a la mañana siguiente, mandó que guardaran silencio sobre la cosa, pues seguramente se trataba de alguna broma de uno de los nuestros, que quería divertirse así durante las fiestas bacanales (carnaval), pero que le avisaran si volvían a oír el mismo estrépito otra vez”. Y, efectivamente, las molestias se repitieron, no todas las noches, lo cual aumentaba aún la ansiedad de los religiosos. Uno de los que observaron cosas más extrañas fue, precisamente, el H. José: en una ocasión encontró su habitación desordenada, con una serie de partituras de la misa de Réquiem esparcidas por el suelo, y el breviario abierto en el oficio de Difuntos. Naturalmente él juró que no sabía nada, por lo que la comunidad dedujo que el espíritu quería que se celebraran misas por él.

Las misas se celebraron, pero las molestias por la noche siguieron: platos que caían al suelo, estacazos en las puertas y mesas, piedras lanzadas contra las puertas en el dormitorio de los religiosos… Estaban todos aterrorizados; pasaban noches en blanco. Uno de los más afligidos por el espíritu era, por supuesto, el H. José. Las molestias continuaron hasta el 5 de abril que era martes de Pascua. Esa noche el espíritu llamó otra vez a la puerta de su habitación, y cuando el hermano oyó llamar, dijo: “¡Todo espíritu alabe al Señor!” y entonces se oyó una voz que decía: “¡Y yo alabo!”. Pero no dijo nada más. Así que el P. Superior instruyó al H. José sobre qué hacer si volvía a hablarle el espíritu, pues estaba claro que le había escogido a él como interlocutor. Cosa que ocurrió el 19 de abril: cuando el espíritu volvió a llamar a la puerta del H. José, éste respondió: “¡Todo espíritu alabe al Señor!” él oyó una respuesta que los demás, despiertos por los ruidos, no oyeron: “¡Y yo alabo!”. Y entonces comenzó la conversación del H. José con el espíritu, inaudible, por supuesto, para los demás: “Si alabas a Dios, ¿por qué nos fastidias a nosotros? ¿Qué quieres de nosotros? A lo cual respondió: El P. Lucas, y tú, José, debéis ir a Mariazell Y allí celebraréis tres misas por mí, o de lo contrario no os dejaré en paz”.

Refirió bajo juramento al P. Superior, precisamente el P. Lucas de Jesús María, todo lo que había oído, y el Superior, tras celebrar una misa de Réquiem por aquel difunto, ordenó al H. José que se preparara para hacer la peregrinación. Pero se retrasaba su realización, así que el espíritu la noche del 25 de abril volvió a manifestarse al H. José, en medio de una gran aflicción, y le relató lo siguiente: “Yo, Juan Ramanzay, en otro tiempo habitante de esta casa, y al mismo tiempo bautizado en la iglesia de San Jorge, encontré en un rincón de su iglesia dos florines en monedas pequeñas, que no mostré al párroco, sino que me los guardé para mí, y los gasté sin escrúpulo, por lo que por cada moneda recibí el castigo de un año, y ya han pasado cien años, por lo que me quedan cien años por el valor de un florín , que tú y el padre Lucas podéis hacer perdonar”. “Pero, ¿cómo?” “Yendo a Mariazell, y diciendo allí tres misas”. Entonces el hermano dijo: “Para confirmar estas cosas, haz un signo, dibujando una cruz en la puerta o en la mesa”. Respuesta: “No me está permitido hacer ningún signo hasta el tiempo de mi liberación”. Luego siguió interrogándole: “¿Eres tú el espíritu que infestabas a la gente que vivía antes aquí?” Respuesta: “Lo soy”. “¿Por qué?” Respuesta: “Porque esperaba que la casa fuera vuestra”. Todavía se le volvió a aparecer el espíritu en el sueño, y completó la información: “Yo, Juan Romanzay, soy aquel con el cual ya has hablado tres veces, pero ya no podrás volver a hablar conmigo hasta el tiempo de la liberación. Me ves la mitad blanco y la mitad en llamas: la blancura significa los cien años que ya he purgado; el fuego significa los cien años por purgar. Por lo tanto, cuanto antes vayáis a Mariazell y cumpláis lo vuestro, antes me experimentaréis como intercesor vuestro y antes oraré a Dios por vosotros y por vuestra casa”.

El día 29 de abril, por fin salieron los peregrinos hacia Mariazell, y regresaron el 21 de mayo, contando otras maravillas que les habían ocurrido durante el camino, y en el mismo santuario, donde el P. Lucas había celebrado las tres misas por el alma en pena. Tras la celebración de la tercera, contaron los peregrinos, “Juan Romanzay apareció en el ángulo de la epístola, y estaba totalmente blanco, con su veneranda canicie, con rostro risueño, casi envuelto en luz, y allí al oír las palabras ‘Y el Verbo se hizo Carne’ se quedó de pie. Al acabar la misa, como nadie le pedía una señal, ni le preguntaron nada más, tras hacer una inclinación hacia la imagen milagrosa, y flexionar la rodilla derecha, se le vio dar tres pasos atrás, y tras la cancela, donde había una gran multitud de gente y no poco tumulto, desapareció”. Para dar fe de todo lo ocurrido, los siete religiosos que formaban la comunidad firmaron lo escrito bajo juramento. El P. Foci visitó la comunidad un año más tarde, y sin duda le nombrarían el caso, pero el secretario P. Antonio no escribió ni una palabra sobre ello en el diario del viaje.

En el año 1696, recuperada ya la tranquilidad en todos los sentidos, la comunidad estaba formada por:

P. Andrés de la Conversión de S. Pablo, Rector

P. Wenceslao de S. Lorenzo, predicador en eslavo, confesor también de los nuestros, prefecto espiritual, presidente de la Congregación seglar de la B.V.M.
P. Agustín de Sta. María Magdalena, predicador en alemán, confesor de externos, apoyo de los escolares.
H. Cristiano de S. Bruno, prefecto de las escuelas, maestro de poesía, aritmética y escritura, estudiante de teología moral.
H. Pedro de S. Pablo, presidente del oratorio de estudiantes, catequista, maestro de sintaxis y gramática, estudiante de teología moral.
H. Esteban de la Natividad de a B.V.M., maestro de principios y otros pequeños, sustituto del maestro de escritura, promotor de música.
H. Antonio del Seráfico S. Francisco, ecónomo y cocinero.

Como puede verse, había tres clérigos que se ocupaban de las escuelas. Ese año había 75 alumnos.

Notas