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Contenido
Creencias y piedad popular
Vivimos en plena época postridentina, de Contrarreforma, matiz que se siente posiblemente de manera más palpable en estos territorios donde los roces con los protestantes son habituales, aunque en cuanto a creencias y supersticiones la mentalidad centroeuropea no difiere mucho de la del resto del mundo católico. Cada época tiene sus creencias, aun en el seno de la misma fe católica que permanece invariable en lo esencial. Hoy día algunas cosas que parecían normales a la gente del siglo XVII nos parecen extrañas, pero tenemos que hacer el esfuerzo intelectual de trasladarnos a aquel siglo para comprender mejor la manera de pensar y de creer de sus gentes. Estamos aún a un siglo de que la “Ilustración” cambie muchas cosas, y muchas maneras de entender la realidad, en especial desde los ojos de la fe.
Tengamos en cuenta que incluso en la vida de nuestro fundador Calasanz, un hombre a caballo entre los siglos XVI y XVII, se habla varias veces de fenómenos místicos extraños, como visiones, éxtasis, apariciones, etc. La gente creía en milagros y curaciones con mucha más facilidad que hoy día (aunque hoy no se haya perdido por completo este tipo de creencias). Interpretaba algunos acontecimientos sorprendentes (como muertes repentinas) desde la fe, como castigo de Dios. Los primeros biógrafos de nuestro santo narran sus numerosos “milagros” tanto en vida como después de muerto; y es precisamente en función de esos milagros que fue proclamado santo. También se atribuyen milagros a otros escolapios venerables, como Casani, Conti y algunos más. Era normal que si ciertas personas estaban más cerca de Dios, gozaran de poderes especiales. Si no se producían accidentes durante el viaje, era gracias a los protectores celestiales. Esta es la mentalidad de la época: debemos respetarla tal como era, sin juzgarla ni, muchos menos, minusvalorarla.
Quiero referirme, simplemente, a algunos aspectos más significativos en relación con esta mentalidad que se encuentran en los documentos de nuestros archivos:
Imágenes milagrosas, reliquias, peregrinaciones
Las peregrinaciones populares tenían una gran fuerza en toda Europa en este tiempo. Eran motivadas a menudo por la atracción causada por una particular imagen milagrosa. Ese era el caso de la imagen de Santa Ana, de nuestra fundación de Altwasser. Ya hemos hablado de ella al presentar la historia de esta fundación. Queremos resaltar el carácter novedoso de este tipo de misión para las Escuelas Pías: acoger a los peregrinos, cuidando un santuario.
Pero esta no era la única imagen especial que cuidaban los escolapios europeos en aquella época. El Conde Kurtz, fundador de Horn, tenía una particular devoción a una imagen de la Virgen de Oettingen, que confió a los escolapios junto con una capilla que construyó expresamente para darle culto, y en el contrato de fundación explicita: “Y cuando se produzcan los prodigios y milagros por medio de la imagen de Oettingen, que se solían proclamar y publicar allí cada año, dichos padres no tengan reparo en promulgar y publicar cada año según la manera acostumbrada las cosas prodigiosas producidas por dicha imagen en esa capilla nuestra, y contarlas al pueblo, para inflamar su piedad, y conservar, promover y aumentar el debido culto y veneración a la Madre de Dios”.
Hemos hablado también más arriba de la Imagen de la Virgen piadosamente conservada en Radom, don de una piadosa señora cuya familia la había venerado en su casa durante más de 200 años. Los mismos escolapios tendían a “sacralizar” algunas imágenes, como el cuadro de Calasanz que se había salvado en Podolín de un incendio en el que todo lo demás se había quemado. Recordemos también que la primera razón para que el Cardenal Dietrichstein llamara a los escolapios para que fueran a Nikolsburg era el hacerse cargo del colegio de los Lauretanos: una institución creada para honrar en aquella ciudad a la Virgen de Loreto.
Y, para terminar, recordemos el atractivo especial que ejercían algunos otros santuarios o lugares de peregrinación como el de Mariazell en Austria, relacionado con las apariciones de espíritus de las que hablaremos a continuación
Misas votivas
En aquella época (y hasta tiempos recientes; ahora la tendencia ha disminuido considerablemente) en la Iglesia católica tenía una gran importancia el valor concedido a las misas celebradas para redimir las penas del purgatorio. No entramos en discusiones teológicas, simplemente constatamos un hecho. Es normal orar por los bienhechores difuntos (R 92), pero al ver algunos contratos o fundaciones uno tiene la impresión de que el principal motivo de algunos fundadores de obras nuestras era, precisamente, que se celebraran misas por ellos.
De hecho, en todos contratos de fundación se habla de misas perpetuas a celebrar, lo normal es que se celebren dos a la semana y el aniversario de manera más solemne, pero en algunos casos las exigencias de los fundadores iban demasiado lejos, como en el caso de Cosmonos, del que ya hemos hablado, donde el fundador quería que prácticamente todos los sacerdotes celebraran todas las misas a intención suya, y el P. Provincial tuvo que “regatear” duramente con él para reducir el número de misas obligadas a 569 al año.
A Dña. Ana Dolska, fundadora de la casa de Lubieszow, el P. General Foci le escribe una carta desde Varsovia para reconsiderar algunas de las condiciones de la fundación, antes de aprobarla: “Hay que determinar que los Padres de las Escuelas Pías cumplan diciendo quince Misas cada semana, porque la carga de cincuenta es incompatible, tanto por las obligaciones de la Orden, como por los Religiosos disponibles, las enfermedades, etc. Tenga Vuestra Excelencia a bien no obligar a la fundación ni a la Comunidad religiosa a orar diariamente por usted y por sus Señores cofundadores, a no ser en la forma de participación, o de Carta de Hermandad perpetua”. 15 misas a la semana (780 al año) era una carga considerable para una comunidad en la que en aquel año 1696 había sólo tres sacerdotes.
Se puede considerar también una fundación especial la de Schlackenwerth, pensada por los fundadores como una comunidad que cuidara del mausoleo de los difuntos de la familia. También aquí hubo un duro regateo entre el P. Provincial y la fundadora: “Como le parecía que la Serenísima pedía muchas misas de difuntos, dejó al P. Agustín que discutiera con ella estas cláusulas de la fundación. Eran muchas, demasiadas, las cosas que la Serenísima pedía, y poco convenientes para nuestro Instituto. Para que no pareciera que el P. Provincial negaba pertinazmente todo lo que se le pedía, al final accedió a que se celebraran dos misas cotidianas perpetuas en agradecimiento. Pero ni siquiera esto removió todos los obstáculos, pues la Serenísima pretendía imponer una nueva carga a nuestro Instituto: que nuestros religiosos recitaran en el coro cada día alguna parte del Oficio de Difuntos. Como el P. Provincial le dijo que ello no era posible, tanto por las bulas de los Pontífices como por los privilegios de los Mendicantes, poco contenta con ello pidió que al menos se recitara de manera solemne este oficio por los nuestros el viernes. Para librarnos de esta carga, al P. Provincial ofreció cantar una misa de Réquiem en lugar del oficio de los viernes. Con ello se conformó la Serenísima Fundadora”. Dos misas cotidianas perpetuas: 730 al año.
Además de la fundación principal, casi todas las casas tenían otras fundaciones menores, o capitales de unos cientos o pocos miles de florines al año, que producían un interés a cambio del cual había que celebrar algunas misas por los bienhechores. Sirva como ejemplo esta fundación Gembalschi de Nikolsburg, y la literatura que la acompaña: “Puesto que es común sentencia que todos en el género humano tenemos que morir, y nadie de los nacidos puede evitarlo, y además no es posible llevarse de esta vida nada sino las buenas o malas obras que hayamos podido hacer con nuestra fragilidad humana, y que Dios dará el pago correspondiente después de esta vida, Yo, Mateo Gembalski, Canónigo Senior de la insigne Iglesia Colegiata de S. Wenceslao, quiero instituir una Fundación perpetua no sólo para mí, sino para todos los miembros consanguíneos de mi familia difuntos, de modo que cada mes se celebren dos misas leídas; una, mientras viva, en satisfacción de mis pecados; la otra por los difuntos. Después de mi muerte, las dos tanto por mí como por los demás difuntos de mi familia. Con esta finalidad deposito 200 florines renanos a los PP. de las Escuelas Pías con el acuerdo del Rvmo. P. General Camilo de S. Jerónimo”. Esos 200 florines producirían un interés anual de 12 florines, con lo que así pagaba medio florín por cada misa celebrada. Viéndolo fríamente, no se trata de ningún regalo: era, simplemente, la compra de un servicio. Pero hay que tener en cuenta que los escolapios, ofreciendo gratis el servicio de la educación, no tenían ninguna otra entrada excepto los intereses de los capitales de fundación y las limosnas que pudieran obtener por las misas.
Dicho de otra manera: el dinero recibido por la celebración de misas era la principal fuente de ingresos, en general, de todas nuestras casas (no deja de ser curioso, para nuestra mentalidad actual, el ver la insistencia escolapia en ofrecer gratis un servicio “social” como la educación escolar, y en cambio cobrar por un servicio “espiritual” como la celebración de misas, aunque a aquello se le llamaran limosnas… pero así eran las cosas entonces). Por eso los visitadores insistían tanto en sus visitas en que se llevaran correctamente los libros de contabilidad, incluyendo los de misas.
Espíritus y apariciones
Las apariciones, del tipo que sean, siempre han ejercido una especial fascinación en el imaginario colectivo. Y además han sido hábilmente utilizadas para transmitir diversos contenidos doctrinales o morales. Hizo falta que la Ilustración, para cuestionar críticamente, a la luz de la razón, aquellas antiguas creencias. Nuestros religiosos, naturalmente, no eran ajenos a esta manera de creer. Vamos a anotar algunos casos que encontramos en nuestras crónicas.
El P. Viñas en su Esbozo narra un hecho ocurrido en 1641 en Straznice: “Últimamente ha ocurrido un caso extraño a uno de ellos que podrá conmoverlos bastante. Había un hombre anciano de años, pero mucho más anciano en maldad herética y obstinada voluntad de no cambiar de manera de pensar, aunque hubiera conocido mil verdades. Los otros herejes lo consideraban un profeta y lo veneraban como un santo. Muchos de los nuestros habían intentado convertirlo, pero siempre en vano. El Conde mandó meterlo en la cárcel por un delito contra su propiedad. Enfermó en la cárcel, y estando próximo a la muerte le visitó el P. Juan Jacobo y le exhortó a renunciar a sus errores, ya que se encontraba en aquel extremo. Pero él continuó más sordo que nunca. Al final el dicho padre le dijo que ya que era tan obstinado y quería morir hereje, el diablo, al que había servido fielmente durante tanto tiempo, vendría a llevárselo, y con esto se fue. Poco tiempo después el carcelero sintió un gran estrépito en la celda del enfermo que gritaba, y entrando en ella vio en un ángulo dos grandes ojos, como de fuego, y oyó al hereje que gritaba: ‘Ha venido a llevarme mi Señor Negro, Negro’, y diciendo esto murió. El carcelero, asustado, se dio a la fuga. Luego este hereje difunto ha sido visto muchas noches en muchas casas, y dando vueltas en camisa por la ciudad, dando gritos, y haciendo gran estrépito, con gran susto de toda la gente”. Sin duda este relato contribuiría no poco a conseguir más conversiones.
El mismo P. Viñas, y en la misma obra, cita otro caso, esta vez para lección de los religiosos: “Contó (el P. Tomás) que en una ocasión, el rector de Schlan había pillado in fraganti a un cierto hermano operario de la Orden, llamado Pablo de la Anunciación, que usaba demasiada calefacción. El hermano no sólo respondió de mala manera, sino que además vertió su bilis contra el superior. Ocurrió que murió poco después (5 de enero de 1669), y porque era mayor, o porque estaba enfermo, no se le ocurrió pedir perdón. Quizás porque consideraba que era cosa de poca importancia hablar mal al superior, quizás porque pensaba que era poco el daño hecho, teniendo en cuenta que era mayor y estaba enfermo. Ocurrió no mucho después de la muerte del hermano citado que el superior citado estaba despierto alrededor de media noche cuando oyó llamar a la puerta, y dando permiso para entrar, notó que se dirigía hacia él un fuerte viento. Tenía entonces la mano derecha fuera de la manta, y de repente sintió en ella un beso helado. Como era prudente y sagaz, se olió la causa de aquello, y era que el hermano citado había venido a pedirle perdón, cosa que estando vivo dejó de hacer, a pesar de que se lo habían dicho. Luego notó que el espíritu con un silbido se iba por el mismo camino que había venido. Aprendan por este ejemplo los súbditos de ánimo exaltado a reverenciar a sus superiores; aprendan a ser humildes; aprendan que en la vida futura nada queda sin castigo. Pecó Pablo con la calefacción, debió expiar la culpa de su pecado con el frío”.
Los sucesos más espectaculares son los ocurridos en San Jorge (1695) y Prievidza (1696) con el mismo Clérigo José Herchel como protagonista, con un desarrollo similar (molestias de ruidos durante muchas noches) y con la misma conclusión: ir a celebrar misas en el santuario de Mariazell. Y, curiosamente, las crónicas de ambas casas, presentadas al P. Foci en su visita general, terminan de la misma manera: con el juramento solemne por parte de todos los miembros de la comunidad de que todo lo ocurrido es cierto. Si el primer caso no tuvo mayores consecuencias, el segundo en cambio fue mucho más divulgado y discutido, pues hábilmente el clérigo José obtuvo una prueba: el “libro del espíritu”, que se encuentra en el día de hoy en el museo escolapio del colegio de Budapest.