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Última revisión de 12:34 14 mar 2019
Vida Comunitaria, observancia
En cuanto a la vida comunitaria, los escolapios de entonces (como los de ahora) tenían una referencia válida para todas las Provincias: las Constituciones escritas por el fundador, S. José de Calasanz. El Fundador procuró enviar a Germania algunos religiosos que fueran capaces de introducir las tradiciones escolapias con misma pureza con que eran observadas en Italia. No es de extrañar, por ejemplo, que el Cardenal Dietrichstein se asustara al ver a los escolapios llevando sólo sandalias en aquellas tierras tan frías. Dice el P. Bartlik en los Anales: “El mismo nombrado Eminentísimo Dietrichstein, movido a compasión por los pies desnudos de nuestros pobres religiosos, cuando se padecía el crudo frío del invierno, desde Viena escribió al P. General para remediarlo, pidiéndole que dispensara de lo que se dice en la segunda parte de las Constituciones con respecto a los calcetines. El motivo para escribir fue que los sujetos no sólo se debilitaban con la pérdida de la salud, sino que esa descalcez era un impedimento para que muchos pidieran nuestro hábito”. Sin embargo esa eventualidad ya estaba contemplada en el n. 160 de las Constituciones, que preveía el uso de calcetines y otro tipo de calzado durante varios meses de invierno en países fríos.
Las Constituciones decían que en cada comunidad “cuide el Superior de que haya no menos de doce religiosos: así podrá mantenerse en vigor la observancia regular”. Esta cifra de doce religiosos aparece prácticamente en todos los contratos de fundación. En el año 1696 la cumplían prácticamente todas las casas de la Provincia de Germania, menos las dos más recientes (Altwasser y Freiberg), todavía formándose. En Polonia sólo la cumplían 5, de las que tres eran casas de formación, mientras otras 8 estaban bastante por debajo de esa cifra. Hay que tener en cuenta que la Provincia de Polonia se estaba extendiendo mucho en los últimos años. En la viceprovincia de Hungría sólo cumplía esa condición la casa de Prievidza, que era también casa de formación; no así Brezno y San Jorge.
“Observancia” significaba, esencialmente, ajustarse lo más posible a lo prescrito por las Constituciones. En todo. El número 178 de las Constituciones decía que quien deseara hacer una fundación, debía proveernos de lo siguiente: una iglesia con su ajuar, el colegio para nuestros alumnos, una vivienda humildemente amueblada, la biblioteca surtida según nuestras necesidades, y una huerta contigua “para evitar la ociosidad”. Todos estos elementos aparecen en todas las fundaciones, pues faltando alguno de ellos no se habrían admitido. En algunos casos la huerta no estaba contigua, sino un poco más alejada, fuera de la ciudad. Y se pedía además que se enviaran al P. General los planos de los nuevos edificios y colegios, “para que haga observar en ellos la verdadera pobreza”. La pobreza era uno de los principales valores para las Escuelas Pías de aquellos tiempos, y leyendo las crónicas de aquellos tiempos uno se da cuenta de hasta qué punto era real esa pobreza, sobre todo en los primeros tiempos, que duraban a veces muchos años, hasta que se conseguía consolidar la fundación y terminar las construcciones necesarias.
Los visitadores (tal como lo vemos en las actas de la visita del P. Salistri a algunos colegios de Polonia en 1790) observaban atentamente para ver si en las habitaciones de los Padres había algo que repugnara a la pobreza; y si encontraban algo especial (como libros o un instrumento musical) lo anotaban con la explicación correspondiente. Podemos decir que globalmente los escolapios vivían una vida religiosa observante (aunque hubiera sus excepciones). Bien lo hace notar el Rey de Polonia cuando escribe en una carta al Papa Inocencio X, en 1647, intercediendo por las Escuelas Pías de una manera un tanto retórica: “Gime oprimida sin el hierro triunfal, sólo por la piedad, la presuntuosa herejía cuando percibe cada día la austeridad de vida, el trabajo, la tolerancia de los padres de las Escuelas Pías ante el hambre, el frío, los horribles rigores de las brumas heladas, y de este modo movidos los demás herejes llevan la cerviz inclinada al yugo divino, que hasta ahora rechazan de modo insolente”. La observancia religiosa, como la pobreza para Calasanz, no era un simple estilo de vida o una ascesis santificadora: era, ante todo, un instrumento para llevar a cabo el objetivo mismo del Instituto. La educación de los niños pobres, y en muchos casos de Europa Central, la conversión de los protestantes.
La vida del escolapio de entonces, como la del de hoy, se desenvolvía entre las prácticas comunitarias piadosas, el ejercicio del apostolado y el estudio personal. Ajustándose en lo posible a lo indicado por las Constituciones y decretos capitulares. Y si alguna vez no lo hacía, quizás no era por culpa suya: el P. Foci pide a todos los religiosos que lleven un determinado tipo de sombrero cuando salgan de casa, de tipo italiano, sin tener en cuenta que ese modelo de sombrero no era fácil de conseguir en Polonia o en Germania. Y lo mismo con respecto a los zapatos, calcetines y capas: si estos artículos no eran provistos por el ecónomo de la casa, y los religiosos tenían que acudir a la caridad (cosa que hacen notar algunos religiosos en la visita general de 1696 a Radom), tenían que conformarse con el tipo de prenda que les ofrecieran, por caridad.