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Colegio de Lida
Aunque el distrito de Lida no carecía de instituciones que difundieran la luz de la ciencia, puesto que estaban las escuelas de Werenowo al norte y Szczuzcyn al sur, en la misma capital del distrito no había ninguna. Parecía que Werenowo, cercana a Vilna y no muy lejos de Lida no la necesitaba tanto, mientras que en Lida tenían muchas ganar de tener una escuela. Por lo cual Ignacio Scipión de Campo, Prefecto de Lida, sobrino de José e hijo de Juan, los fundadores de Weronowo, decidió trasladar su escuela a un lugar en el que sería más útil a sus súbditos, de modo que aprovechara a todo el distrito, y en primer lugar a los de Lida. Y llevó a cabo su proyecto. Seguramente alguien le aconsejó y le persuadió para que lo hiciera; en realidad el que propuso este asunto fue el R. P. Matías Dogiel, que quiso hacer este servicio a sus convecinos, pues había nacido en este distrito, y al mismo tiempo a sus hermanos de religión. Y no le sería difícil influir en su discípulo Scipión. Esta es la alabanza que se le atribuye en la necrología: “Trasladó el fondo de los Condes Scipión desde una aldea agreste a un noble pueblo real, y lo consolidó”. Sin embargo la gloria de tal favor corresponde al mismo fundador. En una carta del 12 de enero de 1756, que reproducimos al final, dice: “Mis padres y abuelos decidieron crear un fondo perpetuo para aumentar la gloria de Dios, para conseguir lo cual pensaron oportunamente en la Orden de las Escuelas Pías, por su doctrina, piedad y fervor”. Para aumentar las posibilidades del fondo quiso transferirlo a Lida, añadiendo como lugar para la nueva comunidad el lugar comprado a Dña. Luisa Godesbska, que ella había comprado a unos judíos. Siguió el traslado, imponiendo como primera tarea la gestión de la escuela; por lo demás todo el fondo fue confirmado perpetuamente a favor de los Padres Escolapios, sin ningún cambio, con las mismas condiciones. Solamente se dejó aparte el capital de Miedzyrzecz, para mantener algunos sacerdotes en la residencia de Werenowo. Esto no significaba una disminución del fondo, pues los Padres de Werenowo debían formar siempre una sola comunidad con los de Lida. Al mismo tiempo intentó terminar el pleito en relación con la finca Lopaciska, que duraba ya mucho tiempo, aunque esto se quedó en deseo.
El tribunal de Lida aprobó el traslado de la fundación, y la confirmó el Obispo diocesano Miguel Zienkowicz el 9 de marzo, y se anotó en el registro del tribunal supremo del Gran Ducado de Lituania el 9 de agosto de 1756.
Ese mismo año, en el tiempo de las vacaciones vinieron los Padres a preparar la nueva fundación y fijar su sede: el R.P. Antonio Ostrowski, Prefecto de Weronowo, destinado como Rector de Lida; el P. José Kotrzynski, predicador de la catedral de Vilna, futuro Prefecto. Sin duda vendría también, rogado por el fundador y por el P. Provincial, el P. Radowsky, Rector de Weronowo, para que inspeccionase y preparase todo, como superior interino de Lida. Acomodaron los edificios para su nueva finalidad; introdujo a los recién llegados y les entregó todo.
A esta época se refiere la anécdota de lo que fue la solemne o más bien graciosa acogida de los Padres por el alcalde del pueblo, cuya manera de actuar y palabras recuerdan los jóvenes: “Cuando los Padres llegaron al lugar designado, vinieron a su encuentro el alcalde, con su consejo y otros ciudadanos; se acercó a ellos y les dijo: ‘Puesto que los Padres de las Escuelas Pías vinieron de Werenowo a Lida para multiplicar el género humano, ¿queréis admitirlos y colgar la campana en la taberna?’ Como los consejeros respondieron favorablemente, él dijo a los Padres: ‘Pues entonces yo también; y tú, Padre Rector, pon sobre la mesa una jarra llena de hidromiel’”.
Deseaba yo comprobar si la cosa era cierta, y por esa razón vine a ver más de una vez al Magistrado rogándole que me mostrase el libro donde se contenía la cosa, pero aunque me lo prometían, nunca pude inspeccionarlo, pues había muchos libros amontonados en un rincón en la iglesia parroquial, y era difícil encontrarlo.
Es también cierto que no sólo deseaba que el Magistrado me mostrara el libro para comprobar la broma del ingreso en el lugar, sino que quería ver qué decía el libro que habían hecho los Carmelitas de Lida, y que se conserva en los archivos parroquiales, pues recurrieron a la Sede Apostólica para que no se permitiera venir a las Escuelas Pías a Lida, ni se les concedieran réditos eclesiásticos. Roma rechazó su petición, y por ello intentaban excitar a la plebe contra la entrada de los Padres con bagatelas y tonterías. Se sospecha que agitaron abiertamente a la gente contra la llegada de las Escuelas Pías.
Cuando los Padres llegaron por primera vez, convirtieron la taberna en escuela, y colgaron allí la campana, que a comienzo del año escolar convocaba a los niños para que fueran a clase. El Prefecto mismo daba clase, y el P. Wyslouch, enviado desde Dabrowica. Admitieron en masa a los alumnos de Weronowo, aunque no a todos, pues allí se cerraron las escuelas, y en Lida ya funcionaban las clases superiores, como se ve en los oficios de los Padres del catálogo de las casas.
Así fue el comienzo de las residencia de Lida. El Superior se esforzaba por que las tierras fueran cultivadas, y se construyera una iglesia y un colegio de madera, pues en hacerlos de piedra no se podía pensar, ya que no había dinero. Y lo logró felizmente, pues en el año 1759, como consta en el libro de personas que existe en el colegio, ya estaban construidos la iglesia y el colegio propiamente tal, por lo que ya no se la llama residencia de Lida, y el Superior, por el cuidado y el trabajo felizmente terminado, ese año recibió el título de Rector, en cuyo cargo sirvió durante un trienio. Mereció alabanzas por haber sido el primero en impulsar el cultivo de los campos y la construcción del colegio.
La nueva casita, en la que cabían 12 religiosos, se encontraba en la llamada entonces Calle del Palacio, rodeada con una cerca de abetos que aún viven, y sus cimientos aún son visibles. La iglesia, con el título de San José de Calasanz, miraba a la calle de Vilna. En el lugar en que había estado el altar mayor planté unos árboles. Quise poner una cruz, pero no encontré la madera adecuada. Las paredes eran muy frágiles, por lo que en breve tiempo desaparecerán, así que todo quedó bastante estropeado.
Grande era la pobreza de aquel templo, como se puede comprobar por el inventario de su ajuar en el año 1806, si no me equivoco, pues no aparece la fecha, ya que sólo aparecen algunas pocas cosas compradas en 1803. Así está descrito: “Vieja iglesia de madera, cuyas vigas piden ser renovadas; lo mismo que la sacristía y el tabernáculo. En la iglesia hay cuatro bancos a la derecha y otros tantos a la izquierda; un confesonario, y dos ambones, de los cuales uno pintado. El altar mayor tiene dos cuadros del Señor Jesús; hay dos altares laterales, uno con la imagen de la Virgen María y Santa Bárbara encima; el otro con San José de Calasanz y encima San Antonio, ambos pintados en láminas de papel. Hay tres escalones para poner el túmulo funerario cubierto con un paño rojo”. Quizás no se ocuparon mucho de los adornos porque pensaban que aquella iglesia iba a durar poco tiempo, pues pensaban edificar una mayor, en la cual no se podrían acomodar los adornos de la anterior, por lo que las cosas quedaron así.
El P. Rector quiso asegurar perpetuamente aquí la fundación de las Escuelas Pías y procuró que el Rey confirmara el lugar concedido a ellas en Lida, cosa que logró, según el decreto de Augusto III con fecha 25 de octubre de 1762, copiado al final con las letras D y Z. Estuvo siete años en Lida y luego fue trasladado a otro lugar. La necrología no dice nada de sus méritos.
En 1763 el Rector de Lida era el P. Alberto Komorowski, designado para este cargo por el General de la Orden. Con su bondad se ganó a los suyos y a los ajenos, siendo querido y agradable para todos. Bajo su dirección nuestra casa tomó fuerza y comenzó a crecer. Ya al principio de su rectorado comenzó el crecimiento, que sería un magnífico augurio de los muchos otros que vendrían después. D. Juan Kierbedz, varón noble, poseía una finca junto a Krupas, llamada Kierbedzia, y en su testamento del año 1762 nos atribuyó para mayor gloria de Dios un capital de 7000 áureos polacos a cuenta de los Sres. Narbutis, herederos de la finca de Krupas, con la carga de celebrar tres misas y predicar en la iglesia filial de Krupas, los días de la Purificación, la Santísima Trinidad y San Juan Bautista, para lo cual había que enviar dos sacerdotes. Quería que esta última voluntad suya fuera cumplida por los Carmelitas de Lida o por nosotros; como los primeros no quisieron tomar esta carga sobre sus hombros, la aceptó el P. Komorowski con los Padres, y siempre cumplieron fielmente sus condiciones, y percibían el 7% de interés de aquella suma según la intención del testador.
Según un escrito del 24 de abril de 1766, el Sr. Haurykiewicz, abogado, donó a este colegio 2000 áureos a cargo de Lackum en Stutin, sin añadir ninguna carga, o al menos yo no he encontrado ninguna carga en los documentos que he consultado. El mismo año dejó 400 áureos colocados en la misma finca, para que con su interés se alimentara una lámpara ardiendo perpetuamente ante el Santísimo Sacramento. Esto fue anotado en los libros municipales, el 24 de abril de 1776.
Cuán querido era el P. Rector con toda la casa para los ciudadanos me lo muestra un documento, bastante prolijo, cuyas páginas estaban llenas de nombres de los bienhechores que habían hecho donaciones para la canonización de San José de Calasanz. Cuánto daba cada uno no consta; quizás daban todos una cierta cantidad señalada. Ardió en el último incendio. Habiendo tantos bienhechores, no podía faltar nada a los Padres. Este es el Rector gracias al cual florecieron prósperamente la casa y la escuela: tras ejercer el cargo durante cuatro años, falleció en Lida, siendo llorado por los hermanos y por toda la región.
Después del breve rectorado del P. Casimiro Jabloviski, en el año 1768 fue nombrado Rector de Lida el P. Alejandro Wolmer, que había ejercido el cargo de Prefecto y Vicerrector durante ocho años. Dirigió el colegio durante 24 años, por lo que hizo mucho por esta casa; muchos se esforzaron por hacerla más cómoda. Es cierto que tuvo mucho tiempo, pero aunque uno viviera cien años de nada serviría sin una actitud laboriosa.
En el año 1770 definió y protegió el capital de Kierbedz, persuadiendo a D. Casimiro Narbuto, herederos de la finca de Krupas y Mariscal del distrito de Lida, a que declarara la carga públicamente. En 1773 colocó con el Príncipe Alejandro Sapieha, Gran Duque de Lituania, un capital de 15.000 áureos, a un interés del 7%, inscrito en Dereczyni; ignoro de dónde venía. Quizás parte sería una donación de Dña. Ana Judycka de Ogniski, y 5.000 ahorrados por él mismo y sus antecesores. Pues encontré una anotación referente a esa cantidad de dinero reunida con ahorro e industria de 5000 áureos, que figuran entregados por P. Bilikowicz, confundidos con otros 5000 de otros fundadores. Se trata de un error, pues el legado Bilikowicz, o de Berdovia, como le llaman, fue entregado al Camarero Zaban, como se ve en otros escritos posteriores, como en 1795, donde está escrito “Se gastó en la compra de Postaweryzna”. En el año 1798 se dice que esta cantidad fue gastada en la construcción de las paredes de la iglesia. En el mundo de las sumas, al pasar de una mano a otra las cuentas, no se preocuparon de ajustar la información, por lo que aparecen trampas y enredos que no se resuelven con anotaciones opuestas. Hubo donaciones, y seguramente tuvieron más cuidado en administrarlas que en anotarlas correctamente.
Adecentó muy bien la casa, por dentro y por fuera, y pensó cómo agrandarla. La aumentó con dos propiedades, de la manera siguiente. Un señor propietario de una finca próxima, de la región de Vilna, D. José Borymowski, entregó perpetuamente una finca a las Escuelas Pías, que debían celebrar 2.000 misas. Parece que ya su padre había favorecido a nuestra Orden, pues antes de esta donación recibió del P. General la Carta de Hermandad que suele darse a los eximios bienhechores y amigos. Junto a esta finca había una llamada Alejandrina por el nombre de su dueño, que cambió con derecho perpetuo por una tierra de Wererowo que había sido entregada a aquella comunidad, con los dueños Sres. Alejandrowicz. El 4 de mayo de 1774 consiguió la confirmación del gobierno en el Congreso. Los padres también procuraron obtener otros campos vecinos de una extensión de 6 yugadas, según aparece en el libro inventario. Se encuentra hoy en el camino de Vilna, junto al río Lidziejca y los campos de la Sra. Majewosca y D. Nicodemo Petruszewicz, abogado. En él el Rector construyó una casa e hizo un huerto bastante cómodo, para que la cocina no tuviera que esperar las verduras procedentes de la finca Lopaciska.
Al año siguiente 1775, estando seguros las fincas de las Escuelas Pías, y permitiendo los recursos comprar aún más tierras, propuso a la casa el aumentar el patrimonio. Aceptada la propuesta, compró al Sr. Umastowicz una finca llamada Postavszczyzna, situada a una milla de Lida, al otro lado del río Lidziejke, separada por él de la ciudad, antes de Wierzehli, a la que en broma llamaban Siemianoviczo, por su dueño en tiempo antiguo, junto con la aldea Rozlaki, que tenía seis casas rústicas y una de piedra, vacía, por 26.000 áureos. Pagó además 1000 áureos a la Sra. Mosieviczowna por su intervención. Esta finca se vendía a subasta; tenía los límites bien marcados. Medía 15 wlokas, 2 morgas y 19 cañas de superficie, o sea más de 800 Has. Era una finca muy cómoda, pues se encontraba cerca, y por eso la quiso comprar el P. Rector. El suelo era de arena y piedra; había prados empantanados, pobres, sin árboles. La parte que no se podía sembrar la plantó de pinos, con lo que pasando los años el lugar se volvió más hermoso.
La piedad y la benevolencia vinieron en ayuda, gracias a las cuales consiguió el dinero señalado más arriba, aunque es difícil decir cuál fue la principal fuente de la que manó.
Así, pues, comenzó a construir el colegio con ladrillo cocido, y la fama dice que buena parte del mismo se hizo a su costa, por lo cual es llamado bienhechor de esta casa. En las actas de la visita de 1798 está escrito: “El convento de la Orden está construido y pagado”. Sobre cuál fue el donativo del Rector, no se dice nada. Esta casa tenía habitaciones para 12 religiosos, cocina, despensa, comedor y encima una gran sala; todavía estaba sin acabar.
Si bien es cierto que comenzó muchas obras, también es verdad que aparecieron nuevos bienhechores que ayudaron al pobre colegio. Como un noble varón que vivía cerca de la parroquia, llamado Tomás Migdallo, con su hermana Benita, que siendo ya mayores y sin hijos, decidieron emplear sus bienes para gloria de Dios y beneficio de sus parientes, y nombraron ejecutor testamentario al Padre Rector. Según el documento inscrito el 1 de noviembre de 1781 e inscrito en la oficina territorial de Lida, le dejaron 12.000 áureos, de los cuales 11.000 en una finca llamada Nieszykowszcryzna, que limitaba con Perepecryce (por lo que más tarde unieron esta cantidad a la de Perepecryce, con ese nombre, como aparece en la visita de 1798); los otros 1000 se lo dieron en metálico, y fueron usados para construir los muros. A cambio de este beneficio, los Padres aceptaron esta carga: celebrar diez misas mensuales por los bienhechores, de las cuales 5 cantadas, y alimentar perpetuamente un alumno de la familia Migdallo, o pariente próximo. Las Escuelas Pías cumplieron estrictamente estas condiciones hasta el final.
Cuando los Padres ocuparon el edificio nuevo, ocurrió un suceso triste. En la primera noche dos de ellos, el P. Casimiro Jablonski, que había sido Rector, y el clérigo Samuel Holovinski, buen maestro, murieron asfixiados por el monóxido de carbono emanado por las estufas. Mientras vivieron eran muy amigos; murieron de la misma muerte.
Una vez arreglada la vivienda, el P. Rector decidió arreglar lo de los límites de la finca Lopaciska. Llevo el asunto contra los nobles de Bodotrice, o quizás son ellos los que le citaron; era amigo de la paz y quería evitar todo conflicto. Pensando en el bien de la Orden, intentó hacer todo para que este asunto terminara. El Sr. Narbutt, comisario para los pleitos territoriales, vino para decidir en el pleito, y dio razón a los nobles con la sentencia de 1789, por lo que además de devolverles nuestra parte de los bosques y los campos con el trigo ya maduro, mandó que pagáramos más de 500 áureos como costas del juicio. El Rector, angustiado, apeló al tribunal superior, rogando justicia y que le devolvieran las tierras incautadas. Se determinó hacer un nuevo juicio, que nunca fue celebrado, y lo único que logró el P. Rector fue no pagar el dinero que le habían pedido. Los nobles se quedaron las tierras que habían tomado, y no cambiaron las cosas hasta que los bienes eclesiásticos fueron concedidos al tesoro público.
Yo quise investigar por qué los nobles nos habían hecho tanto daño, cuando los ciudadanos nos querían bien, pues nos dedicábamos a la educación de la juventud. Bien lo expresó nuestro abogado el Sr. Stacevicz con estas palabras: “los nobles eran necesarios en los consejos del señorío, por lo que siempre los controlaban según su conveniencia, de manera que se ayudaban mutuamente para conseguir grados más elevados”. Así, pues, la esperanza de recibir ayuda venció sobre la causa del bien y la justicia, y los que proponían la luz y la ciencia fueron obligados a gemir oprimidos por la fuerza del hombre tenebroso, pues si hubiera querido seguir la luz, no habrían entrado las semillas tenebrosas.
Estupefacto por esta injuria, Dios lo consoló con una nueva donación inesperada. El juez D. Jorge Adamovicz legó en su testamento el día 10 de abril de 1789 20.000 áureos para construir las paredes de nuestra iglesia, de los cuales 14.000 en una deuda de los Príncipes Radziwill, inscritos en bienes de Zyrumny, y 6.000 inscritos en bienes de Hornosztaiszki, del deudor D. Estanislao Marcuikiewicz, y después al comisario territorial D. Vicente Sekluekci. Dinero que no fue usado para el fin señalado, pues los deudores no pagaron.
Por la misma razón la Sra. Prokopoviczowa quiso darnos perpetuamente una casa suya de madera construida en un terreno junto al colegio, reservándose la facultad de habitar en ella mientras viviera y de cultivar hortalizas en nuestro huerto para su cocina.
De modo que si se hubiera recibido todo lo que fue dado a este Padre Rector para el colegio de Lida, la primera fundación habría sido casi doblada. Llegó a un lugar nuevo, después de cambiarse; consiguió una finca que valía tres veces más que la antigua; recibió no pocos miles de áureos en metálico; 15.000 invertidos en Dereczyni; 11.000 en Nieszykowszcryzna y 20.000 de Adamovicz. Levantó el colegio de ladrillo cocido, cosa en la que sus predecesores quizás ni se atrevían a pensar. Sin duda construyó él también las escuelas que se encontraban en el ángulo de la misma plaza, junto al camino de Vilna, junto al campo de la Sra. Majevsca.
Sin embargo no siempre tuvo suerte, ni la estrella amiga de los afortunados brilla siempre. Pues sufrió con la cuestión de los límites de nuestra finca Lopaciska, y a la larga tuvo que tragarse el trago amargo. A pesar de su óptima voluntad y de sus grandes esfuerzos, le ocurrieron algunas cosas menos gratas. Pues aunque el pastor sea vigilante y diligente cuidando de su grey como a la pupila de sus ojos, sin embargo la bestia feroz le roba y devora algunas. Así ocurrió a nuestro Rector, a pesar de ser sagaz y solícito custodiando la casa y sus bienes. Cuando menos podía soñarlo, sufrió un gran daño por parte de quien no podía temer ningún peligro, ni agresión, traición o engaño. ¿Alguien creería que un hermano sacerdote estaba acechando a otro hermano sacerdote para despojarlo poco a poco? De este modo ocurrió esta deshonra.
El P. Antonio Mikucki, Rector de las Escuelas Pías de Vilna (1789-1796) había dilapidado todo el capital de Vilna, con el cual el de Lida se podría comparar como un mosquito con un camello; se lo había gastado en fiestas y bailes ofrecidos a los nobles, esperando neciamente ser nombrado obispo de Vilna, y recuperar entonces lo vendido. Venían de toda Lituania personas importantes y doctas. Se lo pasaban en grande, divirtiéndose y filosofando. Discutían de cuestiones científicas, componiendo frases nuevas e ingeniosas. En magníficos y sabrosos banquetes vaciaban a menudo sus copas, aumentaba la alegría, se encendía el ingenio, traslucía la sabiduría al aumentar los estímulos. Los invitados alababan y magnificaban al huésped con grandes elogios. Bebían amistosamente, aclamándolo y diciendo: “¡Vivan los ilustradores de Polonia y Lituania! ¡Viva su celebérrimo y sapientísimo Rector! ¡Viva el excelentísimo futuro pastor de nuestra grey! ¡Viva la gloria, la luz de la Iglesia y de nuestro Reino! ¡Viva el que es nuestra honra! ¡Vive notre ami! ¡Vive la lumière des lumières!” No faltaban entre los banqueteadores gente docta que prefería estas comidas a los almuerzos literarios de los jueves en el palacio de Estanislao Augusto, y gente distinguida que pensaba que los frutos del ingenio eran allí más fértiles. De ellas se esperaban grandes bienes para Polonia. Pero el oro que preparaba tales delicias volaba rápidamente. Cuando se le acabó para seguir invitando, cuando había firmado ya muchos pagarés, cuando ya no le dieron más dinero por ellos, pues los acreedores no se fiaban y exigían que se pagaran las deudas, cayó sobre el fondo de Lida, y a escondidas se apoderó del capital de Miedzyrzecz, y se lo gastó antes de que los de Lida se enteraran del fraude.
El P. Rector de Lida, solícito por el bien de la casa, repetía que se trataba de una acción fraudulenta, pero ¿de qué sirve repetir algo al vacío? Aquel se excusaba con la necesidad, y prometía devolverlo todo. Los Superiores le mandaban que lo devolviera, pero ¿cómo puede alguien devolver nada, cuando todas las fuentes están exhaustas? Y para hacer más profunda la herida por tanta injuria sufrida, le mandaron que se hiciera cargo la casa de Lida de la deuda contraída por el P. Mikucki con el Sr. Biedrieky, por 2000 áureos tomados a interés, para conservar la gracia del colegio de Vilna, sumergido en deudas. El siervo no pudo hacer sino lo que le mandaban. Al cordero le quitaban la piel para ponérsela a otro. El siervo difícilmente puede litigar con el señor o pedir reparación por los daños sufridos; si postrado pedía lo que le habían arrebatado, era acusado de dureza de corazón y se le reprochaba su audacia por repetir tales cosas; a las injurias pasadas se añadían las nuevas, y sólo le quedaba expresar llorando su dolor.
Se prometió que todo sería devuelto, lo que había sido robado y lo que le habían mandado pagar por el colegio de Vilna, y más adelante veremos lo que ocurrió acerca de esto. No faltaron algunos que trataron de disimular esta rapiña, y casi se atrevieron a llamarla justa.
El autor de la noticia se funda en lo que se dice de las realizaciones en cuestiones de ciencia del P. Matías Dogiel, un hombre conocido por sus escritos de todo tipo, tanto en el terreno del Derecho como en relación con algunas celebraciones honoríficas, de quien se dice que traspasó nuestro pequeño capital de Miedzyrzecz Escuelas Pías de Vilna, y que el cambio se hizo por orden suya. Esto es lo que escribió el autor: “El ágil ingenio de Dogiel creaba cosas nuevas, o mejoraba las antiguas. Enriqueció la biblioteca con obras novísimas pagadas con su dinero; compró instrumentos matemáticos; adquirió una imprenta con el dinero recibido por la educación de los Scipión, y obtuvo el privilegio real para imprimir el primer volumen del Código de Derecho. Por medio suyo la finca de Miedzyrzecz que en otro tiempo pertenecía a las Escuelas Pías de Werenowo fue cedida a las Escuelas Pías de Vilna, a cambio de pagar una pequeña cantidad para la construcción de la iglesia de Lida” (Vida del P. Matías Dogiel, escrita por el P. A. Moszynski. Vilna, 1834, pág 13-14). El P. Wojszwillo impugna detalladamente la falsedad de esta tradición, pues no existe ningún vestigio de que se hiciera tal cesión, contraria al bien del colegio de Lida, a las Constituciones de la Orden y finalmente a la naturaleza del P. Dogiel, que se mostró muy amigo del colegio de Lida y habría aborrecido tal injuria. Ni habría podido hacerlo, pues de ese modo habría contrariado abiertamente la voluntad de su discípulo Scipión, cuyo deseo era que la finca de Miedzyrzecz permaneciera firmemente en poder del colegio de Lida. En todo caso el fondo ciertamente se perdió, y cuando el P. Wojszwillo fue hecho rector de Lida y lo volvió a reclamar, le dijeron que eran cosas antiguas, y así terminó el asunto.
El P. Rector Alejandro Wolmer, constante en las adversidades, no se desanimó por haber perdido los 20.000 áureos. Con ánimo fuerte y tenaz en el bien, siguió elevándose, sin pensar en descansar, mientras los crueles enemigos intentaban alcanzarle con sus flechas y lanzas. Por el bien de la casa que él había construido no dejó de trabajar, pero le faltaron las fuerzas para seguir dirigiendo la obra, desgastadas por tantos años de trabajo. Quería dedicar a Dios tranquilamente lo que le quedase de vida, y preparar el santo camino hacia la mansión del descanso eterno. Los superiores no pudieron negarle lo que pedía, pues lo había merecido de sobra. Entregó todas las cosas al Superior designado, aunque nunca dejó de hacer don de sí mismo hasta el día de su muerte: nunca dejó de ayudar con sus obras, consejos, y experiencia. Llegó al final de su vida en Lida el 12 de diciembre de 1802, tenido por todos en gran reverencia y amor, a los 71 años de edad y 53 en la Orden. Los Padres de Lida como signo de agradecimiento mandaron pintar un retrato suyo y ponerlo en el pasillo sobre la puerta de la habitación donde había fallecido, con este escrito: “P. Alejandro Wolmer, Rector y bienhechor del colegio de Lida. Falleció el 12 de diciembre de 1802”.
Su sucesor el P. Florián Kruszowski usó un estanque que nos pertenecía para hacer funcionar un molino. Por lo demás, tanto este como su sucesor el P. Adrián Szalewicz estuvieron poco tiempo en Lida, pues fueron enviados a otras tareas de la orden; el último fue nombrado predicador de la catedral y asesor del Consistorio.
Siendo Rector el P. Pablo Wykowicz sucedió en el colegio de Lida algo que nunca vieron ni sus predecesores ni sus sucesores: el Zar de las Rusias Pablo I visitó las provincias lituanas con los Grandes Príncipes Alejandro y Constantino, y se desvió hacia nuestra casa, dejando un regalo de 5000 rublos para nuestra iglesia. Ocupó tres habitaciones en el primer piso. Agradecidos los Padres, pusieron una placa para recordar a este insigne y singular huésped de nuestra casa. En el corredor y sobre la puerta de la habitación imperial, pusieron un escudo oval de madera en el que estaba escrito lo siguiente: “A Pablo I, clementísimo y sapientísimo emperador de de Rusia, padre óptimo. El cual, viajando con sus queridos hijos los Grandes Duques Alejandro y Constantino a Grodno, el 15 de mayo se desviaron hacia el colegio de Lida para descansar, y aquí su Majestad Imperial siguió mostrando su gracia y singular patrocinio, las Escuelas Pías le ofrecen esta placa como expresión perpetua de agradecimiento, amor y profunda veneración, el 27 de mayo de 1798. D.D.D.” La placa se quemó en el incendio de 1842.
El Zar quiso mostrar su generosidad ofreciendo lo necesario para construir la iglesia con ladrillo cocido, por lo que preguntó al P. Rector: “¿Cuánto dinero necesita?” El Padre, después de aconsejarse para no ofender con una cantidad excesiva, respondió diciendo la cantidad. Y el Excelentísimo Señor con su propia mano escribió una orden para que le fuera entregada la suma por medio de Subtesorero de Lida, sin decir qué clase de rublos. Cuando fueron a pedirle el pago, éste objetó diciendo que no estaba indicada la clase de rublos eran, si de plata o de papel, que eran diferentes, pues 100 de papel equivalían a 80 de plata. Además les dijo que les daría 5000 rublos de plata si le daban a él 100. Los Padres no aceptaron el trato, y le reprendieron a grandes voces porque quería abusar de su cargo y poner impedimentos a la gracia imperial. Ofendido por esas palabras, viendo que no tenía esperanza de quedarse con una buena cantidad, preguntó al Gobierno qué clase de rublos debía pagar. La respuesta tardó en llegar. Mientras tanto murió Pablo I. La respuesta fue que pagara rublos de papel, que entonces se cambiaban a 100 por 25 de plata. Por lo cual la generosidad imperial quedó sórdidamente disminuida por los avaros, y ya no bastaba para construir la iglesia.
En el Capítulo de Lubieszow celebrado el 1 de septiembre de 1797 fue nombrado Rector de Lida el docto y famoso P. Felipe Neri Bonarski. Pero su cargó terminó inmediatamente después de ser nombrado, pues fue tomado el gobierno por el Obispo de Vilna Juan Korsakowicz, pues el gobierno en aquel tiempo entregó el gobierno de la Orden en manos de los obispos. En Lida no hay ninguna noticia de sus méritos, ni dejó nada escrito, excepto lo que se dice en el acta de la visita de 1798, por la cual sabemos que entonces el colegio de Lida tenía una deuda de 7.500 áureos. Era evidente que el frecuente cambio de Superiores era un fastidio para el colegio: ¿quién puede hacer algo positivo sin o le dan para enterarse de cómo están las cosas, ver cuáles son las fuentes de los intereses y pensar qué es mejor para la casa y para aumentar el patrimonio doméstico? Pasa lo mismo con un campo en el que se suceden frecuentemente los cultivadores: ¿cómo puede las plantas de las que se cuidan cada día diferentes hortelanos, que usan diferentes técnicas y maneras de cultivar, producir abundantes flores y frutos?
Durante el rectorado de este Rector ocurrió lo siguiente: cuando ya se acercaba el final del trienio, un capellán militar cismático sin pedir permiso celebró un oficio solemne en nuestra iglesia, por lo cual fue reprendido severamente por el Obispo, y privado de su cargo.
Después le sucedió como Rector el P. Sebastián Dabrowski, arquitecto peritísimo y muy competente entre los Padres de su tiempo, que presentaba la necesidad de que la iglesia se construyera con el dinero imperial. Recibida la autoridad del obispo, gobernó la casa durante tres años y seis meses, y no defraudó la esperanza puesta en él, pues se entregó celosamente a la labor, e incluso la hizo progresar con rapidez, dedicándose a ella infatigablemente, de modo que en año 1800 puso los cimientos, y al año siguiente la cubrió.
No recibió poca ayuda después de la muerte de D. Antonio Gysimonti, párroco de Lida, que renunció a la parroquia y vivió entre los nuestros hasta su muerte, y en su testamento del 13 de junio de 1801 nos dejó 500 áureos, para celebrar misas, y 800 para construir la iglesia, en lo cual se gastó todo.
El benemérito P. Dabrowski fue de nuevo nombrado Rector en el Capítulo de Sczcuczyn el 18 de octubre de 1802, para que terminara las paredes de la iglesia. Hizo progresar las obras todo lo que pudo, invirtiendo en ello 5000 áureos de la fundación. Sin embargo se acabó el dinero y no pudo terminarlas. Durante la construcción de la iglesia el Zar hizo un gran honor al colegio, pues eligió este lugar el mes de mayo de 1802, como me contó D. Antonio Pajewski, que por aquellas fechas era alumno de la escuela. El Excelentísimo Señor se hospedó en la sala encima del comedor, que fue totalmente decorada con rosas; los pasillos, con varias flores. El arquitecto no se atrevió a pedir ayuda para terminar la iglesia, y quizás recibió algún tipo de ayuda para esa necesidad.
Gran cosa es que un Rector libre a la casa por completo de las deudas contraídas antes. Se ve en ello que se esforzó mucho por el buen común. Y no sólo se atrevió a esa enorme tarea, sino que además se dedicó a construir la iglesia. Cuando terminó su rectorado, se trasladó a su parroquia de Wawiorka, ofrecida por el Sr. Kostrowicz y por el Obispo de Vilna, junto con el altar o capellanía de Dylewska. Pero veamos cómo siguió adelante el trabajo comenzado, y luego hablaremos de sus méritos en la Orden.
Los capitulares se reunieron en Sczcuczyn el 22 de agosto de 1806. Como Rector de Lida eligieron a un ilustre jurisperito, para que con su ingenio resolviera los problemas pendientes desde hacía mucho tiempo, y lograra la reparación de los daños que nos habían hecho en la finca Lopaziska, desde hacía muchos años en pleitos, y que con el rédito que quedase terminara de construir las paredes de la iglesia. Se trataba del P. Raimundo Rzeszowski, cuya perspicacia estaba demostrada en la victoria que había obtenido en Lublin en el pleito relativo a Lubieszow.
En cuanto llegó a los confines de Lopaziska revivió un pleito que había durado más de 200 años, agitado, intricado y doloroso, no sólo por las tierras arrebatadas, sino sobre todo por las agresiones, violencias, robos y asesinatos cometidos por sicarios ayer de los bastunenses y hoy de los ometovenses en las tierras de Lopaziska. Muchos de aquellos ataques y latrocinios eran favorecidos por el Mariscal Jodko, quien pudo manipular a los controladores de los límites, de donde venía el abuso. Y además Lida no es Lublin; de modo que donde se esperaban encontrar beneficios sólo se consiguieron hacer gastos, y nuevas injurias y agravios. Ni él ni sus sucesores hicieron caso de la sentencia definitiva.
Intentó recuperar el capital de Miedzyrzecz, arrebatado por el P. Mikucki. Presentó documentos, escritos por su propia mano, en los que probaba que ese capital pertenecía a Lida, para construir la iglesia. Pero en este tema no logró nada, ni parece que recibió respuesta; al menos no hay ningún documento en todo el archivo sobre ello. El asunto se difería indefinidamente, y nunca se llegaba al fin de la dilación.
Acerca de la suma de fundación de 10.000 áureos, depositada en la sinagoga de Rozankova, puso pleito, pues sólo pagaban un 3% de interés. Pidió sacar todo el capital, o que le pagaran el 7% por él. Fue un intento digno de alabanza, pues aunque no obtuvo una sentencia inmediatamente de los tribunales, sus sucesores se beneficiaron de ello.
Como estaba totalmente centrado en temas de jurisprudencia y pleitos, no podía controlar los asuntos domésticos de la casa; y como no quería confiarlos a otro, o se fiaba menos de ellos, los confió a los hijos de su hermana, que lo echaron a perder todo, y llevaron el colegio a la miseria, a un nivel tal de pobreza que incluso faltaba el pan para los Padres. Parecía que la sangre le ofuscaba la vista. Pues no veía la maldad de aquellos pillos, ni quería oír nada sobre ello, ni hacía nada por impedir el daño que hacían. En el tiempo de la visita atribuyó la pobreza a las circunstancias de los tiempos, y prometió enmendarse en todo, pero todo fue a peor. Todo el dinero pasó a manos ajenas; tenían que firmar pagarés para obtener lo necesario.
Nuestra casa de Lida nunca estuvo en una situación más apurada, de modo que en estos tiempos surgió el dicho “Lida, bieda”, es decir: “Lida, extrema pobreza”. Si el Superior quería amenazar a alguien, le decía que lo iba a mandar a Lida. Si el Capítulo quería castigar a alguien, lo nombraban Superior de Lida, como ocurrió. El principal autor de tanta ruina fue el P. Raimundo Rzeszowski, lo cual no obsta para que en su necrología en el libro de difuntos lo presenten bajo una luz esplendente, como de gran mérito para la Orden; sin embargo de su rectorado en Lida no se dice nada, sin duda siguiendo la sentencia “De los muertos, hablar bien o no decir nada”.
El P. Provincial liberó al infeliz del cargo de Rector, y encargó el gobierno de la casa al Vicerrector, el P. José Sagaillo, como puede verse en he escrito de la letra F copiado más abajo de los libros territoriales del distrito de Lida. En él se claramente el estado miserable de la casa de Lida, y al mismo tiempo parece que el P. Rzeszowski no se daba prisa para renunciar a su cargo, puesto que en asuntos del gobierno de cosas de la Orden el P. Sagaillo, a pesar de haber sido nombrado por el Provincial para dirigir el colegio, tenía que recurrir a él en temas judiciales. Se entregó con ganas a cumplir la tarea que le había sido confiada, es decir a recuperar la salud que casi había perdido la casa. Escribió el inventario y reclamó para el colegio los bienes de los Nekraszis, aunque en vano, pues en cuanto estos se enteraron de que su tío había cesado en el rectorado, se llevaron de la finca los caballos y los carros que quedaban, y escondieron el mobiliario en casa de los vecinos, como lo prueban los documentos que tenemos en el archivo. Así que tuvo que vivir de pagarés, pues las fuentes de los réditos estaban agotadas. Su predecesor dio cuentas en el Capítulo de sus pagarés, de los cuales uno era por 1200 áureos, que seguía en el archivo al final vanamente. ¿Quién pediría cuentas por el valor de los pagarés al mismo que los firmó, sin ser perito en derecho?
El P. Sagaillo mereció no pequeña alabanza por parte de los Padres de la casa. Sin embargo no fue nombrado Rector cuando llegó el Capítulo, ni pretendía él ese tipo de honor. Sin embargo todos le veneraban porque había sacado a la casa del torbellino de confusión y horror en que estaba metida. Aunque rigió esta casa como Superior por breve tiempo, merece ciertamente que se le honre por la preocupación por su bien que mostró. Su necrología no está en ninguna parte, pero el P. Wojszwillo, que lo trató, ensalza su carácter y su índole hasta el cielo, por su gran bondad, y por su amor hacia las Escuelas Pías, a las que se consagró totalmente.
El Rector siguiente, P. Antonio Jachnovicz, durante el trienio de su mandato consagró sus energías a levantar la casa. Habría trabajado mucho, y la habría devuelto a su estado prístino si una enfermedad de los riñones no le hubiera impedido el uso de las piernas, por lo que se vio obligado a renunciar al rectorado. Las paredes de la iglesia, cuya construcción había sido interrumpida, sufrieron un gran deterioro, pues el viento se llevó la cubierta de paja, y las vigas de madera se las llevó la gente para hacer fuego en su casa. En cuanto al pleito por los límites de Lopazisca, llevó las cosas tan adelante que el Prefecto territorial Szcrepiotow en el año 1809 decretó en relación con los bosques de Verenow en disputa sobre 9100 Has. Lo demás quedó tal como estaba.
Estando enfermo el Rector, el P. Francisco Daszkiewicz fue nombrado Vicario. Se ocupó bien del colegio, y no sin alabanzas. Tuvo lugar entonces aquel memorable año 1812; llegó con carestía de bienes. Acerca de terminar la iglesia, no se podía ni pensar.
Después de su muerte repentina, el Capítulo de 1814 eligió Rector al P. Feliciano Pankiewicz, maestro y Prefecto de estudios en Dabrowica. El cual, cuando se enteró, llorando quiso librarse de aquel gran infortunio, pidiendo misericordia. Sin embargo los Superiores no hicieron caso. Le mandaron que asumiera la carga y se ofreciera como hostia. Él buscaba el bien de la Orden. Forzado por la necesidad, llorando a profusión, asumió el yugo que le habían puesto al cuello. Y tan pronto como echaba mano a las cosas, desaparecían las dificultades, pues ciertamente sabía cómo superarlas. Fue un sacerdote ejemplar, prudente, docto y sabio, este religioso de las Escuelas Pías; conocedor sobre todo de Historia Universal y Literatura Latina y Francesa, que había enseñado a los juniores; en este nuevo cargo brilló como guía y maestro, con la luz de la doctrina y la sincera virtud, y en él se ganó las alabanzas de todos los que lo conocieron y trabajaron con él.
Durante el trienio de su gobierno consiguió pagar deudas enormes que aplastaban a la casa; al mismo tiempo reparó el colegio y algunos edificios que amenazaban ruina, de modo que se le puede llamar con razón restaurador de la casa de Lida. Y para que no se perdieran todos los bienes de Lopaziska, no ahorró esfuerzos ni gastos. Durante su mandato tuvo lugar el comienzo de la usurpación por parte de los Sres. Tukalli, herederos de Zyzna, que ocuparon 14 wlokas de bosque, según aparece en el plano geográfico, presentado el año 1814 en el tribunal territorial de Lida. Todo quedó en pleito, hasta que el Tesoro ruso se quedó con todo, al final del mes de marzo de 1842. Después de largas concertaciones en el tribunal de Novgorod, se dio la sentencia para que el capital depositado en la sinagoga de Rozankova fuera devuelto, pero pagada en doce plazos, dos cada año, aunque no iguales, comenzando el año 1814 y terminando el 25 de diciembre de 1819. La suma durante estos 6 años no producía ningún interés, ni después por la mayor parte. De este dinero en metálico, o de las primeras partes, se creó un capital de 4000 áureos, que se entregó al Ilmo. Príncipe Javier Lubek el 11 de abril de 1817, asegurados con sus tierras.
El 6 de junio de 1817 pasó por Lida, en su viaje hacia Vilna y Petersburgo, el Ilmo. Príncipe Adán Czartoryski, que entonces era el Procurador de la Universidad de Vilna y su distrito escolar. Se acercó inmediatamente a nuestra escuela y comprobó por sí mismo el progreso de los alumnos, de lo que quedó encantado, por lo que de todo corazón felicitó al P. Rector y a todos los maestros por la seriedad de su trabajo en la educación de los discípulos. Mandó escribir al secretario de la visita o, según dicen otros, escribió con su propia mano en las actas de la visita lo que copiamos a continuación:
- “Doy muchas gracias al preclaro Prefecto y ejemplar P. Rector de las escuelas de Lida en testimonio merecido a la industria y diligencia de los maestros. Para mayor perfección de la escuela y utilidad de los docentes someto un par de consideraciones de gran importancia en la enseñanza: uno es la claridad al explicarse, lo que se logra por medio de la perfecta pronunciación de las palabras, la construcción ajustada de los periodos, el empleo del tono adecuado al contenido y sentido de las cosas, pues conviene evitar el tono uniforme y la cantilena con su intemperancia y declamación. El segundo es el esfuerzo por que los alumnos entiendan las cosas, para lo cual no es necesario que los jóvenes conozcan muchas cosas y tengan una erudición admirable, sino darles unos principios sólidos, formar las facultades del espíritu, no enseñarles todas las cosas de memoria, sino explicar a los alumnos cada cosa, de modo que las entiendan, a partir de ejemplos de la vida cotidiana, y pidiéndoselos a ellos, para que expliquen las lecciones según su manera de entenderlas y con sus propias palabras. En Lida, a 6/18 de junio de 1817. A. Czartoryski, Procurador”.
Estas actas no contienen nada extraordinario, pero lo que el Príncipe dijo oralmente, y también en lo referente al peligro del gimnasio de Vilna, alabando el ejemplo de las escuelas de Lida, es una gran gloria y alabanza para ellas, un honor y corona para su director.
El Capítulo de 1817 nombró para que terminara la iglesia al mismo Rector que la había comenzado, el P. Sebastián Dabrowski, párroco de Waviora. Se entregó con nuevo ardor a terminar la casa del Señor, y mandó traer madera de los bosques de Lopaziska para construir el tejado. Ya se preparaba para cubrir las paredes cuando fue impedido por las circunstancias. Pues debían una importante cantidad de dinero al Sr. Strapczy Crechowicz, el cual insistía en que le pagaran. Pero el P. Rector necesitaba el dinero para construir la iglesia, y no podía pagarle. Por lo cual el Sr. Strapczy, airado, recurrió a las autoridades, acusando secretamente a los escolapios de haber robado madera de los bosques del gobierno, y la prueba era el montón de madera depositado junto a la puerta de la iglesia. Y a pesar de que declararon de dónde y con qué finalidad habían cortado la madera, sin embargo les ordenaron venderla en subasta, y además mandaron pagar a los Padres 300 rublos de plata cuanto antes, según leí en un documento del archivo. Poco después el Rector se puso enfermo, no pudiendo llevar a cabo la obra que había comenzado con tanto empeño. Se quedó sin fuerzas y falleció a los 49 años de edad, siendo un religioso lleno de méritos, tanto educando a los niños en la escuela y a los juniores de la Orden, como en su cargo de Consejero del Provincial. Su necrología consta en el libro de los difuntos de Lida.
El P. Provincial mandó gobernar la casa hasta el próximo Capítulo al P. Víctor Jerzykowicz, Vicerrector de la casa, quien asumió el cargo con mucha energía, y actuando con poca prudencia ofendió a los ciudadanos de Relicowica. Un vecino mandó cavar una zanja un tanto ancha para cambiar un puente de madera ya putrefacto por el que se llegaba a su viña, y cuando lo descubrió, acudió el Superior con sus colonos para impedir la invasión en las tierras del colegio, y tiraron el puente nuevo. Llegaron los de Relicowica para defender sus derechos. Y como él no quería escuchar razones y seguía oponiéndose, surgió un forcejeo con clamor y estrépito, y atacaron a los colonos del colegio, y es sabido en Relikowica que el mismo Rector fue golpeado en la cabeza. Por lo cual una y otra parte se acusaron mutuamente de los incidentes. Cuántas molestias y daños vinieron de este ridículo enfrentamiento, se contará más adelante, cuando la sentencia del tribunal, mandando pagar una indemnización, mostró que la cosa había sido estúpida e inútil.
El mismo Superior, llevado por el celo por la disciplina religiosa ocasionó la debilidad incurable del P. Wne…, maestro de gramática. La razón de su manera inmoderada de actuar parece que fue el que no era Rector nombrado. Resulta evidente que el P. Jerzykowicz se comportaba de una manera demasiado áspera, y así lo confirma la necrología transmitida por el P. Wojszillo. Ya antes, cuando era maestro en Rosienie, tuvo un conflicto tan fuerte con el P. Provincial Chlebowski que fue a refugiarse bajo el Príncipe Obispo Giedroyc, el cual lo envió a un lugar adecuado en su diócesis. Pero fue llamado de nuevo a la Orden cuando hubo un nuevo Provincial, el P. Glogowsky. Sin embargo no duró mucho, pues en el año 1831 tuvo que abandonar la orden de nuevo. Parece que a punto de morir volvió en sí y terminó la vida entre los suyos.
En el Capítulo de 1820 fue nombrado Rector de Lida el P. Calasanz Saukowski, Rector de Poniewiez, que tenía experiencia en cuestión de construir iglesias, puesto que había construido la iglesia de Poniewiez. Fue confirmado como Rector en los años que siguieron 1823 y 1826, pues trabajó sinceramente por el bien común. Dirigió esta casa durante nueve años consecutivos. Mostró ser un excelente administrador aquí, como lo había sito en otros lugares. Ya al comienzo de su rectorado plantó árboles frutales en el huerto del colegio, cosa que más tarde produjo no poco beneficio y belleza. Puso en cultivo las tierras, y las hizo más fértiles, con lo cual el pan se multiplicó. Llevó a cabo la reparación muy necesaria de los edificios, y construyó un nuevo y magnífico granero en Lopaziska. Pero no todas las cosas salieron según su deseo. Como la iglesia amenazaba caerse, se vio obligado a trasladar el oratorio al comedor, en el cual colocó los tres altares de la iglesia, para celebrar la misa allí hasta la consagración de la nueva iglesia, es decir, cinco años más tarde. No pudo terminar de construir las paredes inmediatamente, pues antes necesitaba los materiales para ello, y se puso a prepararlo todo. Deseando usar su propia madera, se propuso terminar el pleito acerca de los límites de Lopaziska, pues los vecinos que ocupaban los bosques le impedían el acceso. Sin nada de pereza llevó el asunto a los jueces, para que empezaran a actuar, o más bien para que continuaran lo que habían empezado. Pero fue designado juez para solucionar la cuestión D. J. Potrykovski, que había recibido cien ducados, si no me equivoco, de los Sres. Rossochaski, Bastuna y Horoden, y en la sentencia les dio a ellos los bosques. Lo impidió ciertamente el P. Rector apelando al supremo tribunal de Grodno, por medio del abogado Benito Pawlowski, que invalidó con su habilidad la decisión de Potrykovski; sin embargo la posesión de los bosques quedó incierta hasta que llegó la decisión final.
No se desanimó sin embargo el eximio Rector, y recogió todo el material que pudo: madera, ladrillos, piedras; sintiéndose impotente para llevar a cabo tantos trabajos con sus propias fuerzas, pues no podía descuidar la reparación de los demás edificios, hizo un contrato con el judío de Rosienie Zoser Josiechviez Cielsielski, para terminar la iglesia según el plano original. A principios del año 1823 comenzó a construir las paredes, que ya estaban caídas casi hasta la altura de las ventanas, después de estar tantos años expuestas a la lluvia, a la humedad, a las tormentas, y a la violencia del viento. El judío no respetó las condiciones del contrato, pidiendo más dinero porque decía que gastaba más de lo previsto. Terminó las paredes y cubrió la iglesia, pero de manera incorrecta, pues al poner las tejas sin material para unirlas, el agua no se desaguaba bien, y en lugar de saltar fuera, se escurría por las paredes, con lo que las empapaba, así que no servían de gran cosa, y al cabo de unos años hubo que rehacerlo todo. El P. Rector, sin prever ese daño, se alegró de haber terminado el templo de Dios, y comenzó a pensar cómo decorarlo.
Los pequeños altares de la iglesia antigua no se acomodaban para la nueva; había que hacer otros nuevos. No pudiendo encontrar un famoso pintor para ello, hubo que buscar a un artista que en otro tiempo había sido su ayudante, y que de por sí no era malo pintando, y podía crear algunas imágenes nuevas, por lo que fue llamado. Se decía que no sabía escribir, y que firmaba con un pincel de terciopelo. Muchos le llamaban “Zeus” en broma; su verdadero nombre era Hlybowski. Pintó tres grandes imágenes al fresco, concretamente la de Nuestro Señor Crucificado, que le salió bastante bien, pues había imitado el modelo de la iglesia anterior. Las de la Virgen Clementísima y de San José de Calasanz eran más bien indignas de una iglesia. Cubrió los amplios márgenes con una lívida imitación de dorado. Esta era toda la decoración de la iglesia: estas imágenes con sus márgenes eran la coronación de la mesa del altar. Más tarde se trajeron algunas otras imágenes de la iglesia anterior. El P. Rector recibió un órgano, regalado por nuestros Padres de Polonia, de nuestra iglesia de Witebsk.
La iglesia era de orden dórico, redonda por dentro (de 13 codos de radio), decorada con una bella arquitectura, con columnas que sobresalían de las paredes, sin arco, mostrando la forma de la cruz por fuera, con un pórtico de 14 codos que sobresalía. La fachada daba a la carretera de Vilna. La sacristía estaba unida al colegio. Encuentro escrito en la visita provincial de 1825 que en la construcción de la iglesia se habían gastado más de 25.000 áureos. Estos gastos no los pagó él solo, sino que buena parte del dinero lo había recibido de sus predecesores, y del dinero que recibió de la sinagoga de Rozankova, 2000 los invirtió en la iglesia. Fue bendecida el 4 de julio de 1825 con el título de S. José de Calasanz por el M.R. P. Isidoro Sieklucki, ex Provincial de las Escuelas Pías y párroco de Basilisce, delegado para ello. Dijo el sermón D. Francisco Godlewski, Canónigo de Brzesko y párroco de Zdiewolens. Acudieron a la solemnidad numerosísimos ciudadanos y oficiales, con gran gozo espiritual de la comunidad.
De la suma obtenida de la sinagoga de Rozankova prestó 4000 áureos a los Sres. Alexandrowicz, sobre una finca suya situada en un lugar llamado Starodworce. Pero sus herederos poco después la dividieron en partes y la vendieron. A nosotros nos dieron el palacio con sus colonos, por los cuales en mi tiempo se pedían impuestos al colegio. Quienes conocían el lugar decían que era óptimo, y su valor era evidente, por lo que los Sres. Alexandrowicz lo deseaban mucho para sí, y no pararon hasta que el Rector se los dio. La Sra. Alexandrowicz se comprometió de palabra en 1727 a pagar fielmente el 7%. Cuánto tiempo mantuvo su promesa, y qué gracias dio por tanta gracia, se verá a continuación.
Desde hacía tiempo movía el Rector el negocio del capital de Kierbedz, llevado al tribunal de Novogrod, pues los Sres. Szukiewicz, herederos de Krupas, no pagaban los intereses. En 1822 obtuvo un decreto de Novogrod, para que se le entregaran las fincas de tres agricultores, lo cual se ejecutó. Pues ya antes D. Miguel Szukiewicz había mandado dividir la finca, con apoyo de un decreto imperial (ukase) del 20 de octubre de 1819, por el tribunal supremo del primer distrito de Grodno. Por lo tanto él debió tomar parte y defender su derecho. Pero D. Juan Szukiewicz junto con su esposa, que ya había obtenido la herencia del padre, nos entregó un documento informándonos de que
- 1.Él asumía todos los gastos de la división.
- 2.Aceptaba nuestra parte y sin excusa ni falta pagaría el 7%, o sea 490 áureos, a partir del 11 de abril de 1823. Pagaría fielmente, y si no pagaba, tendrían derecho a cobrárselo de su posesión.
- 3.Transferiría esta condición y protección a sus sucesores, de modo que si ocurría que se vendía la finca, impondría este fideicomiso a los compradores.
- 4.Esta condición y protección no podía perderse de ningún modo, a no ser que las Escuelas Pías decidieran vender a subasta.
Y para seguridad de todo ello y evitar el perjuicio en lo referente a la finca, daban fe y firmaban con su mano, Juan Szukiewicz, oficial del ejército de Polonia, y Catalina Okolinski. Pero no cumplieron ninguna de las condiciones.
La sentencia del tribunal del año 1822 dio a los litigadores el derecho a las tierras de los tres agricultores, con un granero y un establo en el rincón, con una casa ruinosa, los colonos, el cocinero borracho del palacio, un campo de una vloca (¿15 Has?) y 9 morgas (yugada), con arbustos y hierbas. El Rector no se contentó con aquella parte mínima, de la que apenas era aprovechable el 2%, y acudió dolido al tribunal supremo del segundo distrito para pedir una compensación, que nunca fue otorgada.
En medio de sus trabajos y cuidados por el bien de la casa, el P. Rector se angustiaba mucho por el pleito que tenía desde hacía mucho tiempo con los de Relicowia. Tenía que responder a escritos frecuentes y molestos, y aunque respondía abiertamente a cada uno de ellos, no se veía el fin de las disputas. Encontró a unos ciudadanos que le animaron a continuar el pleito, pues le iría bien. Guiado por esta esperanza, se dedicó a defender su parte animosamente. Por otra parte, a base de mucho suplicar en el juzgado territorial, logró que se le asignara una fecha, tomando el asunto frívolamente. Se encargó de la investigación a D. Leonardo Jankowicz, al cual se le pidió que viniera sin demora, pero trataba el asunto muy lentamente, esperando que la dilación nos desanimara. Pero los nuestros se tomaban a broma la cosa, encontrando la cosa ridícula. Sin embargo los de Relicowia debilitaban nuestra situación, agobiando al juez, regalándole comida y otros bienes, yendo a verle a menudo. Claramente se vio que también le habían dado dinero, cuando llegó la esperada sentencia. Se dice que más se espera cuando más tarda la cosa. La tierra, de la que se trataba, se decidió que pertenecía al mismo. Nuestros padres habían actuado impetuosamente y con violencia, lo cual según las leyes era castigado con la cárcel. Pero como los eclesiásticos estaban libres de esa pena, les condenó a pagar todos los gastos, estimados en 14.000 áureos, mandándoles que los pagaran íntegramente, y además pidió otros más elevados. Cuando se hizo pública la sentencia, el Rector apeló al tribunal territorial, demostrando que la sentencia era ilegítima, y pidiendo su anulación. Acudió también al abogado eclesiástico, pero tampoco esto puso fin al asunto, y permaneció durante mucho tiempo pendiente de juicio, y la cosa quedó como antes, pues los de Relicowia no urgieron que se aplicara la sentencia. De qué manera acabó todo, lo diremos en su momento.
Ese mismo año al principio de abril el Rector de la Universidad de Vilna y de su distrito académico visitó la escuela de Lida, y alabó el progreso hecho por los alumnos. Mostró también las mismas alabanzas hacia nuestro gimnasio de Myedzyrzecz, y propuso que se diera un premio al P. Provincial. Copiamos una carta laudatoria de D. Ignacio Brodowski, Director de Enseñanza de Grodno, pero no he encontrado en el archivo la alabanza del Director Escolar enviada aquí por el P. Provincial. Puede ser que el Rector o el Prefecto se la guardaran y se encuentre entre las cartas de ellos.
- “Reverendísimo Padre,
- Después de la última visita del Ilmo. Rector de la Universidad recibí una alabanza, junto con el documento escrito por el Excmo. Procurador, en el que el Ilmo. Rector exponía que con ocasión de su visita a la escuela de Lida había notado el orden y el progreso de los alumnos, y por ello expresaba su beneplácito y daba las gracias porque el P. Provincial había aceptado aquella escuela. Por lo cual, puesto que nuestros superiores han expresado públicamente su alabanza por la magnífica educación que dan, y que es altamente apreciada por nuestros oficiales, con mucho gusto, Reverendísimo Padre, quiero felicitarle, no dudando que esto sea un estímulo para Usted como Cabeza de la casa y prefecto de los estudios, para seguir educando a la juventud, de modo que los esfuerzos, molestias e incomodidades que suelen acompañar el trabajo de los maestros se vuelvan algo más agradables.
- Humilde siervo de vuestra Rvma. Paternidad,
- J. Brodowski, Swisdocz, 27 de julio de 1827”.
Agotado por el trabajo y las preocupaciones, la salud del P. Rector se resintió, por lo que renunció al cargo de Rector y se retiró a su parroquia, en la que sirvió hasta el último suspiro al servicio de los fieles de la Iglesia de Dios, a pesar de su enfermedad. Falleció allí el año 1834.
En el Capítulo del año 1829 fue nombrado Rector de Lida el R.P. Antonio Pajowski, un hombre honrado, conocedor y amante de la naturaleza, pacífico, bondadoso, amable. Volvió a su primer colegio, después de haber servido bien en varios otros colegios de la Orden. Brilló aquí, como en otras partes, por sus dotes y virtudes. Se ganaba a todos, tanto a los bienhechores como a los amigos o los antiguos compañeros de la escuela. Se entregaba con ardor a conseguir el bien de la casa, procurando que todo funcionara prósperamente, y así habría sido, si los tiempos hubieran acompañado.
Se esforzaba por conservar las fincas en buen estado, a pesar de ser menos experto en esos asuntos, ya que estos eran sus primeros pasos en este oficio, pero los tiempos eran duros, tormentosos. Las disensiones de Polonia constituyeron un contagio desastroso, y fueron un gran impedimento para actuar, que casi le ataban las manos, para que no pudiera hacer hermosas cosas sobre el terreno, y frustraban su buena voluntad y sus intentos. Pero no por ello buscó librarse de su carga, sino que la llevaba con la frente serena, superando los impedimentos, y se esforzaba por el bien de la casa más de lo que la angustia de los tiempos permitía esperar. En lugar de la escuela, que estaba ya deteriorada, comenzó a construir una nueva. Vigiló las fincas de Perepcryce y de Nieszykowszcryzna, controlando el capital para que no se deteriorara, y siguió el tema atentamente, de modo que un decreto del juez en el año 1830 mandó que se nos diera por estas fincas un interés del 6%, y que se pagaran los intereses que aún no se había pagado.
De la misma manera, obtuvo una suma de Sygmund con un 6% de interés, que no se había pagado, y que por un decreto en Javor del 26 de marzo de 1832 quedaba dividida en dos partes: una de 1000 rublos de plata asociada a la finca de Gierniki, que había obtenido el Sr. Strupinski en la división; la otra, de 1100 rublos estaba asociada a la aldea Walovniki, y había sido entregada al Sr. Szcumann con la obligación de pagarnos el 6%.
El P. Pajowski, estudiante de filosofía en la Universidad de Vilna, bien preparado en física, en química y en historia natural, amaba en especial la botánica, de la cual era perito, de modo que conocía el nombre de todas las plantas de la región. Cuando no estaba en la escuela visitaba terrenos distantes, buscando nuevos tesoros del reino vegetal, de modo que en el distrito de Dwruci encontró creciendo naturalmente, sin cultivo, un colchicum autumnale (narciso de otoño). Su entusiasmo fue coronado con el éxito por el Sr. Besser, profesor de Botánica del liceo de Kremienica, quien por primera vez añadió este hallazgo a la flora de Polonia. Falleció en 1850 en Miedzyrzecz, donde residía, después de suprimirse todas las Escuelas Pías de Lituania.
En el Capítulo de 1832 fue nombrado Rector de Lida el P. Fernando Szumbowski, prefecto de las escuelas y antes Superior de las Escuelas Pías de Polock y de Vilna. Era docto en matemáticas, y mostraba diligencia en la explicación de esta materia y en hacer observar el orden en las escuelas, de modo obtuvo los votos de los Padres reunidos, y con el mismo esfuerzo que quienes le habían precedido, se dedicó a gobernar la casa. No descuidó nada relacionado con el gobierno que pudiera traer bienestar a la casa. Aunque no añadió nada nuevo, procuró que nada disminuyera. Siempre se entregó diligentemente a cumplir su tarea, procurando no hacer daño a nadie.
El mismo llevó a juicio al abogado Sr. Joczo pidiéndole el pago de intereses antiguos de las niñas Secillownas, de las que él era tutor. Tenía a su favor un documento del Rector precedente, en el que reconocía la deuda. No pudo derrotar al jurisperito, pero al menos consiguió mejorar la situación durante el tiempo de su gobierno. Volvió a reclamar la deuda de Dereczyna, con la obligación de pagar el interés, pero nunca consiguió que le pagaran. Después de la supresión de los Carmelitas en 1832, a proposición de ellos tomó de su iglesia el tabernáculo del altar mayor y dos grandes campanas del campanario.
Cuando el Gobierno, a pesar de las alabanzas de las autoridades científicas, suprimió las Escuelas Pías el 9 de septiembre de 1834, y decidió abrir en su lugar una escuela pública, el P. Rector estableció un contrato con las autoridades de las escuelas. Les alquiló el edificio escolar, aún sin terminar, tal como lo había recibido de su predecesor, pero se comprometió a terminar la construcción de la escuela y equiparla, para lo cual recibió 670 rublos de plata. Obtuvo el dinero, y lo dedicó a la finalidad señalada. En este asunto hubo un grave error, pues él mismo no se encargó de la terminación del edificio. Con la mitad de dinero hubiera bastado. El Mariscal Sr. Kostrovicki asumió la dirección de las obras, y encargó la vigilancia de los trabajos a D. Félix Adamowicz. Hicieron las obras, pero sólo en apariencia, pues yo me vi obligado a rehacerlo todo más tarde. Cada año entregaban 150 rublos de plata en concepto de alquiler, de los cuales se quedaban 100 en concepto de las obras hechas al principio, de modo que el colegio sólo recibía 50.
En el Capítulo siguiente se podía esperar que el nuestro hubiera seguido como Superior, si no hubiera por una palabra desafortunada que dijo. En el tiempo de Cuaresma se reunieron los párrocos para hacer ejercicios. El P. Rector, amablemente, se ofreció acogerlos decentemente como huéspedes. Antes de irse reunieron una pequeña suma de dinero entre ellos para dársela al Rvdo. D. Próspero Drakszewicz, Administrado de Bialahrudsce. Cuando se enteró el P. Rector no quiso colaborar con su parte, que ya había gastado en ellos. Quizás en broma, burlándose, dijo: “¿Qué me ha dado a mí el cerdo de Bialahrudsce?” Este comentario ofendió gravemente al interesado, quien enfadado acudió con la queja al Rev. Vicente Linkiman, que era en aquel tiempo Decano y párroco de Lida, para que escribiera una relación en su nombre y la firmara, y la envió al Obispo, pintando al Rector con las tintas más oscuras. La bilis y el deseo de venganza cooperaron con el celo por la defensa del honor y la fama del estado eclesiástico, sin que se dijera una palabra sobre la veracidad del asunto. Se quejaban de las negligencias en la iglesia, ahora descuidada, de modo que ni siquiera se celebraba misa en ella; el claustro, sin ventanas, estaba desierto; la economía estaba por los suelos; en las hacienda se mantenían personas de costumbres depravadas; la culpa de todo ello la tenía el Rector. El bosque de Postaverzyna estaba arrasado. Esto último era cierto, pero era porque a causa de su cercanía del pueblo, era difícil protegerlo. En cuanto a la verdad de lo demás, Dios lo sabía, y quien lo contemplara con sus ojos. Sin ninguna duda todo fue motivado por la maldad, pues si les hubiera movido a denunciarlo una razón justa y noble, ¿por qué no lo habían denunciado antes? ¿Acaso se les habían abierto ahora los ojos? ¿Cómo es que lo que antes había sido bueno, o al menos tolerable, ahora era malo, de ninguna manera soportable para la gente? En ello se nota con qué intención se hicieron las acusaciones, y también que hay que ser muy prudentes al hablar, no sea que, aun en broma, ofendamos a alguien. Ciertamente convenía hacer una investigación, para que no se causara daño a nadie sólo de oídas. Pero al Obispo lo convencieron los enemigos para que, usando de su potestad, cuanto antes mandara al Provincial quitar el Superior y nombra otro, que debía presentarse ante él, para que le confiara su cargo.
El acusado quiso justificarse, y con ese fin fue a ver al obispo, pero él ni si dignó darle audiencia. ¡Qué amargamente gimió, cuánto hirió su corazón una sola palabra! La suerte estaba echada, y el decreto del Pastor era irrevocable. El P. Szumbowski, maestro de filosofía en la Universidad de Vilna, óptimo prefecto, profesor de matemáticas en la escuela superior de de Polock, y después en la de Vilna hasta que esta fue cerrada en 1831, prohibiéndose a nuestros Padres tener escuela, había trabajado sin interrupción en las matemáticas; introdujo la Aritmética de Bourdon; compuso obras de álgebra y geometría analítica, y de geografía astronómica; tradujo al idioma de la patria la Física de Després. Se le tenía además como un buen predicador en muchos sitios. Falleció el año 1855.
Últimos años del colegio de Lida
El sucesor del P. Szumbowski en el rectorado de Lida fue el autor de este escrito, el P. Josafat Wojszwillo. Por qué caminos llegué aquí en el año 1835, lo cuento en mi autobiografía. Ahora continuaré contando lo que hizo en Lida este último Rector.
Su predecesor, afligido por la adversidad que había sufrido, entregó el gobierno de la casa al nuevo Rector. Este, con los comisarios asignado por el Obispo, el Rev. Casimiro Kulbacki, vicedecano de Lida y párroco de Priemakonie, y por el P. Provincial, el P. Buenaventura Piethievicz, escribieron un inventario. Ese quería ir a todos los lugares para inspeccionarlos uno por uno, para que no hubiera errores. Visitaron las haciendas, en las que no encontraron ninguna persona de costumbres depravadas, sino sólo nuestra servidumbre. Tan sólo en Lopaciska se encontró un administrador de fuera, de origen noble y soltero. El granero estaba bastante desprovisto, pero había suficiente grano para la siembra y suministros hasta el tiempo de la siega. Se comprobó todo lo referente a la iglesia y al claustro. Con todo lo visto se elaboró inmediatamente un inventario.
Encontré que el capital de la Sra. Alexandroviczowa con sus intereses se había llevado a juicio al tribunal del distrito, para ser trasladado al público patrocinio de Grodno. Deseando que fuera más útil a la Orden, pedí a los jueces que lo enviaran cuanto antes, y rogué al Obispo que me permitiera recuperarlo, para colocarlo con algún ciudadano seguro al 6%, o para gastarlo en la reparación de la iglesia. Pero el Pastor decidió que ese dinero debía quedar custodiado en un fondo público, y no quiso que fuera transferido a otra finca, o empleado en la iglesia, pues ya había sido colocado así por el tribunal. Ordenado a obrar así, después de entregar aquella suma a la pública tutela, me enviaron un recibo de Grodno el 22 de junio de 1835. El que me sometiera en este asunto fue grato al Obispo, de modo que luego me escribió varias veces, y al mismo tiempo me confió la administración de los altares de Lida, que mantuve hasta que fueron a parar junto con el fondo parroquial al tesoro público.
Continúa el autor narrando sus esfuerzos por el bien de la casa y los fondos. Después que nos quitaron las escuelas, como se ha dicho más arriba, quedaban ya poco religiosos en el colegio. Los demás estaban a cargo de capellanías en la provincia o en parroquias apacentando la grey de Cristo.
Como se acercaba el Capítulo, preparé las informaciones, que llevé a Vilna el día señalado, alegrándome de que llegara el día en que me vería libre de mi carga. Pero el gozo se convirtió pronto en tristeza. Pues cuando, como convenía, vine a saludar al obispo, nada más llegar me dijo estas palabras: “Ya he dicho al Provincial y al Capítulo que te nombren Rector de Lida. Has hecho bien las cosas, y te lo agradezco. No dudo que tú repararás la iglesia. Te ayudaré en todas las cosas: en cualquier necesidad que tengas, te ruego que te dirijas a mí directamente”. Y aunque no había ningún motivo para que se cumpliera su vaticinio, intenté vehementemente librarme del cargo.
De vuelta al colegio, rogué al P. Provincial y a los Capitulares que tuvieran compasión de mí y me libraran de esta pesada carga. Pero ellos dijeron. “El Obispo mandó que te nombráramos, y no queremos contradecirle”. Y así hicieron.
Después del nombramiento, vine a ver de nuevo al Pastor, y le pedí una y otra vez que me librara del cargo, pero no conseguí nada, sino la renovación de sus promesas. En lo que se refiere a religiosos, me dijo: “Tendrás tantos como quieras y pidas”. Sin embargo todas mis peticiones fueron rechazadas, y oprimido por la amargura y el dolor, volví a Lida. ¿Qué podía hacer? Sometí el cuello al yugo que me habían impuesto.
En medio de las preocupaciones económicas y agrarias fui pensando en la renovación de la iglesia, para ver si podía evitar su ruina. En el invierno traje madera de Lopazisca, compré ladrillos en Perepcro; la cal se había acabado en Vilna, y de momento no pude encontrar en ninguna parte.
En la primavera de 1836 comencé las obras. Como tenía poco dinero, este año pensaba hacer sólo la fachada, dejando el resto para los años siguientes. Pues la parte frontal principalmente estaba estropeada, con gran peligro para los que entraban. Había que renovarla por completo, cosa que hice, de modo que una vez reconstruida parecía mucho más bonita que cuando estaba nueva, según decían expertos en la materia. En el año 1837 renové los lados de la iglesia, cuyas paredes estaban casi deshechas, y convenía hacerlas nuevas. Lo renové todo por dentro. Cambié el tabernáculo del altar mayor, y lo pinté al óleo; las partes principales las limpié bien, y lo demás, imitación ébano. Todos los altares los decoré con flores artificiales, nuevas y bonitas. En una palabra: después de la renovación la casa de Dios tenía el decoro oportuno, de modo que gustaba a todos, y en primer lugar a las matronas, quienes decían que era bonita.
Los gastos de las reparaciones fueron considerables, pues en los dos años anteriores se elevaron a 4258 áureos, además de nuestros obreros y la madera. Me ocupé de todo ello, al detalle. ¡Gracias a Dios, la habíamos acabado! El P. Casimiro Levartowicz, Consejero Provincial, me ayudó en esta obra con 1000 áureos que prestó sin otros gastos y sin interés, para devolver el 23 de abril de 1840. Y que, dándole las gracias, pude pagar antes de la fecha señalada.
No teniendo apenas otros ingresos, los gasté todos en el colegio. Quizás los buenos lidenses hubieran ayudado en la obra, pero no considerándolo necesario, no les pedí ayuda. Sin ningún obstáculo, llevé a cabo las reparaciones, gestionando al mismo tiempo los asuntos del colegio y de la iglesia.
Encontré el asunto del capital de los bienes de Miedzyrzecz que había tomado el P. Mikucki, y transmití dos veces al P. Provincial la recomendación del Capítulo y el decreto dado por él, para que arreglara este asunto. Envié al P. Provincial el decreto dado acerca de la suma que no había sido devuelta, con todos los documentos referentes al caso, rogándole humildemente que se hiciera justicia a nuestra casa; como no me respondió, se lo volvía a pedir. Y de nuevo mi petición fue cubierta con el profundo silencio de los muertos, contra el cual no podía hacer nada. Como Vilna debía resarcirnos, me dirigí al Obispo y le dije: “¿Qué consejo se puede dar a quien se ha confiado el bien de esta casa, si la autoridad a quien respecta este asunto no se atiene a la justa restitución?” Me preguntó cuáles eran los argumentos por los que no habían pagado aún. Se los dije. Pero en estricto derecho no le agradaban mucho, por lo que el Obispo dijo: “Es una cosa antigua”, por lo que no me podía dar ningún consejo en este asunto. Por esta razón perdí la esperanza de recuperar la deuda; ya había dicho bastante; las cosas que yo había sacado del sepulcro, las devolví a su descanso eterno.
Terminé el pleito con el abogado Joczo acerca de pagar las deudas de las niñas Secillownas, con una sentencia y sin tener que pagar nada. Demostré con los libros del colegio que todos los gastos del colegio se habían pagado, y de este modo concluyó una disensión que había estado muy tensa antes de mi llegada.
No fue tan sencillo con el asunto de Relicowica. Violentamente reclamó que se había cancelado fraudulentamente el pleito promovido por su padre, del cual no obtuvo nada, y contrató al abogado Sr. Petruszewicz, al cual vendió su tierra y su casa, sin que le tuviera que pagar nada hasta que obtuviera el dinero de los Padres, y entonces ya harían cuentas. Así que el abogado se tomó en serio el asunto, dedicándole todas sus fuerzas y todas las tretas del oficio, para que la sentencia antigua por la que se mandaban pagar 14.000 áureos se aplicara. Para que la cosa resultara más fácil, de los libros judiciales borraron la apelación “Rector” del P. Saukowski, y lo que había escrito el diputado eclesiástico. Yo tenía que apelar a todo precio, de lo contrario el litigador ganaría la sentencia del juez. La investigación sólo encontró en contra nuestra los antiguos ukases, o decretos imperiales. Cuando un tribunal mixto aceptó la apelación, los adversarios ya urgían con menor empeño, pues sólo les quedaba seguir la vía judicial. El abogado, temiendo que el gasto fuera mucho para obtener poco beneficio, pues la tierra sobre la que se discutía era pantanosa, propuso un arreglo, al cual de buena gana di mi acuerdo. El tribunal de apelaciones determinó los límites de las partes reclamantes, y yo recibí el informe de los peritos según el cual la propiedad de las Escuelas pías apenas perdía nada. Así se puso fin a la primera parte del pleito. Pero el Sr. Relikowski urgía que se le pagara el dinero de la antigua sentencia, que él había pactado con el Sr. Petruszewicz, cuando le había vendido o dado la casa. Pero como este se había puesto de acuerdo para los límites, el otro comenzó a tener dudas, así que quería llegar a un acuerdo. Discutimos largamente, y como yo no ofrecía nada, él exigía menos cada día, con tal que pudiera obtener pronto el dinero. Al final me v obligado a aceptar pagar 500 áureos, pues él no quería saber nada de aceptar menos. Sin embargo yo dije que los pagaría a plazos: el primer año, 100; el segundo 200, y el tercero el resto. Lo cual no era nada, si se compara con los gastos que nos hubiera supuesto seguir la vía legal. Preferí entregar el dinero al litigante reducido a la pobreza en espera de un pleito, a la cual no hubiera podido escapar si el pleito hubiera ido para largo, de lo cual no tenía ninguna esperanza de escapar. Y lo que prometí, lo cumplí en el plazo señalado.
Surgió también el asunto de Lopazisca, en el que parece que el tribunal de apelaciones trabajaba con cierto ardor. Me había explicado D. Vicente Janowski, prefecto del tribunal, cuántas ganas tenía de que terminara aquel asunto, y que procedía bastante lentamente. Pues los jueces elegidos por sorteo, habiendo tocado la cosa con las puntas de los dedos, retrocedían aterrados por lo enorme del asunto. Por lo que él urgía inútilmente a los jueces que trabajaran el asunto, dándoles algunas sugerencias cuando se reunían entre ellos en reuniones inútiles.
Terminé un enorme granero totalmente nuevo por orden del gobierno, siguiendo el modelo que ellos habían dado, y lo llené de productos, pero carecía de muchas cosas, si hay que dar fe a los predecesores.
Como se acercaba el Capítulo, preparé las informaciones prescritas y el estado de la casa, junto con mi renuncia, y todo lo presenté en Vilna con los libros cuando llegó el día. Mi manera de actuar resultó grata a los Padres, que me invitaron al rectorado de Vilna, pero preferí quedarme en Lida, donde había hecho algunas cosas: ciertamente no querían librarme del cargo. A causa de su bondad me eligieron segundo candidato al cargo de Provincial.
En el Capítulo del 15 de febrero de 1839 en Vilna, fui convocado y según la costumbre fui invitado a asumir el provincialato. Pero no siendo nunca ávido de cargos, les agradecí la gran dignidad ofrecida. Fue elegido nuevo Provincial el P. Jacinto Rumianowski; yo fui su segundo Consultor, y su sucesor el P. Joaquín Debinski, el primero.
Este año 1839 los hórreos y casas adyacentes ardieron fulminados por un rayo; la granizada que siguió no solo devastó los sembrados, sino que destrozó todas las ventanas del colegio y de la iglesia.
Aumenté la biblioteca de Verenow y de los Scipiones y la misma de Lida, de modo que se duplicó el número de libros. Procuraba disfrutar de los libros que compré, muchas obras de óptimos escritores polacos, tesoros de ciencia. Aunque no tenía mucho tiempo para ello, pues estaba muy ocupado con los asuntos de la casa y las ocupaciones de la iglesia.
Para no callármelo todo, diré que durante el tiempo desde que llegué a Lida hasta que fui expulsado fui siempre censor de sermones, diputado eclesiástico en el tribunal del distrito y en el de apelación del territorio. El Obispo me encargó no pocos asuntos en relación con ello. El 20 de mayo de 1838 fui nombrado miembro activo del grupo de miembros para atender a los detenidos en las cárceles, a los cuales, según la ley, hay que explicarles el catecismo. Y mientras estuve en Lida, les enseñé el catecismo. Por orden del Obispo, el 5 de febrero de 1840 fui nombrado catequista de la escuela de los hijos de los próceres, cargo que ejercí hasta el 12 de agosto de 1841, cuando a causa de mi poca salud no pude continuar ejerciéndolo, y renuncié a él.
El capítulo de 1841 volvió a elegirme Rector de este colegio. D. Luis Kobylinski, señor de Horodenca y de Bastuna, y al mismo tiempo juez, deseaba terminar cuanto antes con el asunto de los límites y las divisiones de Lopazisca, y como después de tantos retrasos parecía que no era posible acabar con ello, comenzó a rogarme que acabáramos de algún modo, cosa que acepté de muy buena gana. Después de hablar unas cuantas veces sobre el asunto, él mismo pidió que eligiera yo un juez, prometiendo bondadosamente que cualquiera que fuera la sentencia, él la aceptaría, pues estaba seguro de que la sentencia sería justa con las dos partes. Entonces yo propuse unas condiciones y principios, a los cuales debería conformarse la sentencia para terminar de una vez, eliminando algunas dificultades y oscuridades, sin daño de ninguno y con gran beneficio de ambos. En primer lugar debían determinarse los límites de Lopaziska, y después se harían las partes, según el decreto sobre divisiones del año 1827. Se debían unir las partes de uno y otro, de modo que nuestra parte de Lopazisca y Wiekarica estuvieran juntas, puestas a lo largo, de modo que no hubiera separación entre ellas. Él no quiso aceptar esto, de modo que todo quedó en la antigua confusión, hasta que el Tesoro confiscó todos los bienes de las Escuelas Pías de Lida.
Llegó por fin el año 1842, infaustísimo para nuestra casa y el último, sin que nada indicara que iba a ser su final. En un abrir y cerrar de ojos la muerte inesperada nos trajo la ruina.
En el mes de febrero se dio la orden de que todos los legados y obligaciones se enviaran cuanto antes al segundo departamento u oficina del Ministerio de Asuntos Interiores, dando detallada información, según el ejemplo enviado, sobre sus orígenes y vicisitudes, todo lo cual fue hecho fielmente. Por recomendación del obispo, envié una copia de la información al archivo diocesano. La tercera, que guarde en el lugar, se quemó en el incendio. Todos los legados de cualquier tipo, poco tiempo después de la recepción de la información fueron transferidos a los libros urbanos o regionales, y los más importantes al Tribunal Supremo. A finales de marzo todas nuestras fincas con sus pertenencias pasaron al tesoro imperial; sólo nos quedó la casa de Lida, cuyas rentas eran las siguientes: por la escuela, 7 rublos; de la Sra. Sagailowa, 5; del Sr. Gowscio, 7, y del Sr. Borodrico, Presidente, 60 rublos de plata.
D. Ignacio Pawloski, Metropolitano, mandó dar con su autoridad a nuestro colegio una pensión o merced de segunda clase a la suma ya mandada, pero en el ministerio cambiaron la cosa, y dejaron al colegio sin ninguna pensión, de lo cual nos informaron al final de julio de ese año. No por ello nos aterrorizamos ni dudamos de nuestra vocación. Estábamos seguros de que la Divina Providencia no nos iba a abandonar, y todos estábamos listos a sufrir y a perseverar al servicio de la Santa Iglesia hasta el último aliento. Pero Dios había dispuesto las cosas de otro modo. El fuego consumió la casa y todas las cosas.
Aquel incendio que golpeó de manera terrible a Lida comenzó el domingo, cuando la gente se encontraba en la iglesia asistiendo a misa. Los judíos se estaban preparando con gran afán a su fiesta, y durante tres días calentaban sus baños, de modo que sus estufas se agrietaron y quisieron apagar el fuego ellos mismos para evitar gastos. Visto lo cual, los cristianos dieron con las campanas la señal para apagar el fuego. En nuestra iglesia ya había terminado el santo sacrificio; en la iglesia parroquial, terminado el sermón, seguía la misa, y comenzaron a sonar todas las campanas grandes y pequeñas. Al oír el toque, acudió mucha gente, saliendo de la iglesia, y fueron a las plazas y calles, a la mayor principalmente. Ocurrió el 23 de agosto, domingo y día de mercado. Se trajeron las máquinas para extinguir el incendio, y no hubiera sido difícil para ellas apagar el fuego que ardía dentro, pues sólo surgía un torbellino de humo negro. Entonces el jefe Stugin, gritando a los que estaban allí, dijo: “No haremos nada, pues no hay ningún peligro para el pueblo: ¡que se quemen los baños judíos!”. Al oírlo, todos permanecieron inmóviles, bromeando, con los brazos cruzados, mientras se quemaban los baños judíos. Más tarde, los que estaban en contra estaban asombrados de que hubieran hecho tal cosa, como si la ciega ignorancia se hubiera apoderado de ellos. El Sr. Petrusevicz entre otros me lo contó de la siguiente manera: “Fui corriendo, cuando sólo salía abundante humo negro de los baños, pero mientras el jefe hablaba seguro, y se reía junto con otros, yo veía arder los baños, y cuando brotó el fuego, antes de ir a mi casa, ya estaba ardiendo. Ciertamente fue un castigo divino”.
Cuando el fuego envolvió el primer baño y el del medio, rápidamente pasó a los tejados próximos, y alcanzó una bodega con aguardiente, que estalló primero lanzando llamaradas a las nubes; atravesó el río Lidziejka y abrasó casi por completo el barrio Roslaki, dejando a salvo sólo dos casas. El segundo estallido de la bodega propagó el fuego a nuestra iglesia y colegio, y poco después ardían las casas contiguas, incluso el huerto, de modo que se quemó todo por completo.
Cuenta el P. Wojszwillo con detalle que salió corriendo de la parroquia y apenas pudo sacar el Santísimo, pues ya salían llamas del colegio. Dos padres mayores que vivían con él en el colegio apenas lograron escapar de la muerte; uno de los cuales, el P. Bartoszewicz sufría de hidropesía y se vio en grave peligro al atravesar las llamas huyendo. Todas las cosas de la casa, con toda la biblioteca, que tenía más de 2000 volúmenes, quedaron reducidas a cenizas. De los edificios próximos ni siquiera se pudieron sacar los animales, que por otra parte no eran muchos, después de que nos confiscasen las fincas.
El daño ocasionado al colegio fue de 50.000 rublos. Perecieron las colecciones históricas y los léxicos de matemáticas, y también las informaciones sobre las máquinas aritméticas, y sobre la cuadratura del círculo con los ridículos intentos de demostrarla de los que se gloriaban de haberla encontrado.
Además de la nuestra, el incendio redujo a cenizas 80 casas de judíos, y más de 40 de cristianos. Todo el espacio comprendido entre los baños judíos, el mercado, la plaza de Sr. Podolniski, abogado de Joczi y Potrykovica, hasta el río Lidziejka, se había convertido en una ruina horrible. Era a parte más bonita de la ciudad. El fuego la había destrozado por completo. El viento propagaba las llamas, en todas las direcciones, y tan pronto como alcanzaban un edificio, comenzaba a arder, tanta era su voracidad. Los tejados, secos después de una larga sequía, y hechos de tejas de madera, como si estuvieran hechos de paja se desvanecían en un momento. A menudo las vigas de madera que soportaban las casas se quemaban, se rompían y caían. La parte superior del pozo, que era de madera, se quemó casi hasta el nivel del agua. Las vigas de los campanarios ardían como velas, y cayeron a tierra abrasadas. No lo hubiera creído si no lo hubiera visto con mis propios ojos. Aunque en Lida en el pasado habían ocurrido otros incendios, nadie recordaba otro semejante, tan violento y destructor.
Muchas familias se vieron privadas de casa y de todas las cosas necesarias para vivir. Algunos cuando volvieron de la iglesia a su casa, ya no la encontraron. Otros, al ver que los muebles que habían salvado de las llamas eran saqueados por los ladrones, lloraban. No faltaron los que viendo al volver los muebles salvados del incendio ofrecidos a buen precio, se los llevaron a su casa. ¡Cómo pueden convertirse los hombres en fieras, monstruos salvajes entre sí!
Cuando se apagó el incendio, con todas las cosas quemadas, llevé entre oraciones y salmos bajo palio el Santísimo Sacramento salvado del incendio en una píxide a la iglesia parroquial, acompañado del P. Malukiewicz y otras personas, y después de cantar el himno Te Deum y otras oraciones señaladas para la acción de gracias ambos fuimos al altar cuya administración me habían confiado, y que se había convertido en el único refugio de toda nuestra casa. A nuestra iglesia solía concurrir bastante gente, especialmente los días de fiesta. Las matronas de Lida habían constituido la Cofradía del Dulcísimo Corazón de Jesús en nuestra iglesia. La cofradía había sido reconocida por el gobierno en el año 1823.
La iglesia quemada y la anterior no tenían adornos preciosos. Los funerales de los ciudadanos se celebraban en la parroquia, y allí, sobre los sepulcros de los padres o bienhechores, dejaban algún recuerdo los hijos o consanguíneos que amaban a sus padres. Los religiosos de las Escuelas Pías eran enterrados en la cripta bajo el altar mayor de la iglesia primera; luego en tumbas en el cementerio parroquial, desde que fue prohibido enterrar dentro de la ciudad.
Sus virtudes modestas, mudas, ocultas, las cubrió ante los ojos del mundo el silencio eterno, como a todos los que trabajaron en esta casa por el bien, que educaron beneficiosamente a la noble juventud, y produjeron fieles piadosos, miembros honrados de la sociedad, honor de la Iglesia y ciudadanos del celo.
La escuela de Lida no había tenido muchos alumnos. A finales del siglo anterior apenas llegaban a un centenar, y en otros momentos, menos. Sus gestas están sepultadas en el olvido; en mi tiempo no quedaba nada de ella, sino lo que se cuenta en este libro. Los libros escolares pasaron a otras manos. En el que se titula “Cosas que ocurrieron aquí en el año 1793”, no había nada sino una noticia: que los Archiduques de Austria, yendo de camino desde Viena a Petersburgo, y luego a la vuelta, pidieron alojamiento una noche en este colegio. En realidad la cosa fue escrita en 1794, pero de manera muy concisa, con sólo unas pocas palabas.
La juventud era educada en el mismo espíritu y orden que en Werenowo, y se les formaba con la misma solicitud y cuidado la mente y el corazón, se trabajaba con ellos con gran dedicación, hasta que la escuela fue extinguida.
Las disciplinas enseñadas aquí fueron introducidas en el siguiente orden: Ciencia Moral en 1771; Aritmética y Geometría en 1772. Las prescritas por la Comisión de Educación, en el año 1782. Alemán, en 1806; francés en 1807. En el año 1825, se introdujo el nuevo programa ordenado por la Universidad de Vilna, con las materias indicadas en él, y el número de maestros aumentó notablemente hasta 9, cuando antes sólo había 4, y se enseñaban las lenguas alemana, francesa y rusa.
De esta escuela salieron muchísimos eximios ciudadanos y oficiales, que expresaban su agradecimiento a sus maestros, por lo que su extinción llenó de luto a todos. Yo mismo a veces oí frases de este tipo: la gloria de esta escuela habían sido los hombres célebres por su idoneidad, de hermosa índole, aptísimos en la explicación de las ciencias, laboriosísimos pro el bien de los jóvenes, cuyos méritos y alabanza proclaman los cargos que ejercieron y están escritos en el libro de la Orden. Algunos sobresalieron, como han hecho notar algunos amantes de las letras patrias bien conocidos en otras partes, entre los cuales están, por ejemplo, el P. Francisco Godlewski, predicador de la catedral de Vilna, párroco de Zdzieciole y Kietuvie; el canónigo Brezescienski, muchos de cuyos sermones impresos muestran facilidad de estilo y elocuencia; el P. Ángel Dowgiod, profesor de Lógica en la Universidad de Vilna y canónigo en la academia eclesiástica de la Catedral de Vilna, autor de obras de gran peso, miembro de la Sociedad de Amigos de la Ciencia de Varsovia. El recuerdo de los doctos, elocuentes y amables PP. Calasanz Paulowski, Pablo Wazowski y Calasanz Koby era dulce, alabados por los expertos por sus hermosos escritos, composiciones y sermones, que no deberían quedarse olvidados en un rincón, o quizás desaparecer por completo.
Los religiosos con los que yo traté aquí eran ejemplos de virtudes y muy laboriosos. Eran fervientes en espíritu religioso, y no negaban a nadie la ayuda y el auxilio espiritual. El tiempo entre ellos transcurría suave y plácidamente. El tiempo que les quedaba libre después de cumplir sus deberes eclesiásticos y sacerdotales lo dedicaban a leer libros útiles y escribir sermones, que cual decía cuando le tocaba en nuestra iglesia. A menudo predicaban también la Palabra de Dios en la parroquia y en lugares vecinos, e incluso en otros remotos, como Iszcrolna, Rozanca, Radunice, Dubicris, etc.
Mientras yo estuve en Lida nunca vi que hubiera miseria (Lida bieda); por el contrario, nunca carecimos de lo necesario. Los ingresos no sólo bastaban para cubrir los gastos, es decir el alimento sencillo y el cuidado de los Padres y de la casa, sino que servía para ayudar a los pobres y a los que estaban en circunstancias adversas. Nadie tenía miedo de venir a Lida, sino que los hermanos más bien pedían ser enviados a Lida.
Todo esto se logró con la gracia de Dios, y no está bien que su fruto quede en silencio. Con esta intención se dicen estas cosas, no cayendo en la vanagloria. También lo pide la sincera expresión de la verdad. ¿Qué podré sacar a la luz para tu provecho? ¿Cómo podrá servirte, si no lo cuento tal y como ocurrió? ¿Qué más contaré de esta casa a la que todo este escrito está dedicado? Su ruina y cruel destrucción era conocida de todos los lidenses, y como sin duda la casa era sin duda querida para los ciudadanos, ardientemente desearon recuperarla de la ruina y devolverle su estado anterior, e incluso hacerla más bonita en lo que se refiere al aspecto exterior, así que comenzaré a escribir sobre ello.
Informé a la autoridad eclesiástica sobre el incendio y la ruina de nuestra casa, y pedí permiso para recuperar de la destrucción la iglesia y el colegio. Con la ayuda de Dios no tenía miedo de emprender tamaña obra, sabiendo que como se trataba de una obra para su gloria, podría llevarla a cabo, si Él me daba su bendición.
Me puse a pensar lo que podría hacer. La parte inferior no requería muchos gastos para poder vivir allí, mientras vigilábamos las obras y las continuábamos. Incluso este piso podría pagar sus propios gastos: como aquellos cuyas casas se quemaron no tenían donde ir a vivir, buscaban habitaciones por las que estaban dispuestos a pegar un alto precio, y de buena gana vendrían a las habitaciones del colegio. Y el dinero acordado se gastaría allí mismo para construir y adornar, y poner el tejado para protegerlos de la intemperie. De este modo después de algunos años tendríamos nuestra casa; si no magnífica, al menos cómoda.
En lo que se refiere a la iglesia, todo se iba presentando listo para que de nuevo se celebrara allí el culto divino. Y conocía el inexhaustible manantial de la Providencia divina que se mostraba en la piedad y generosidad de los amigos, que generosamente prometían ayudar, por lo que decidí seguir adelante firmemente con mi idea. El Mariscal D. Romualdo Kostrovikz me prometió 300 rublos de plata, para que cuanto antes se devolviera su anterior esplendor a la iglesia. D. Javier Estko, abanderado del distrito, 100 rublos de plata; D. Constancio Mickiewicz, Consejero del Zar, las vigas y travesaños, además del trabajo gratis de sus obreros. Dña. Salomé Zorawska, esposa del Presidente, dijo que vendería hasta su última capa, de tantos deseos que tenía de ver la casa de Dios. La Sra. Mizgierova, anciana de casi cien años, exclamo llorando: “Yo misma iré y con un delantal llevaré arena; y si no puedo, llevaré una servilleta, y no pararé de trabajar hasta que se termine la iglesia”. En una palabra, todos los ciudadanos y oficiales, incluso los no católicos, mostraron deseos muy favorables a nosotros. D. José Krahelski, subtesorero, propuso que se pidiera una cantidad de dinero a cada persona del distrito, y él miso se encargaría de recogerla, y todos estuvieron de acuerdo con él. Dña. Clara Jakovicka, esposa del notario, estaba lista con un cuaderno de limosnas, a ir tan lejos cuanto fuera necesario para que la iglesia volviera a ser como antes. Sin duda Dios les pagó a todos su buena voluntad; escribo aquí sus nombres para el recuerdo, en señal de gratitud, pues nunca había visto yo tanta generosidad brotando del corazón. No habiendo tenido ocasión de mostrarles suficientemente mi agradecimiento, les di las gracias a todos y cada uno. Al Sr. Mariscal el día de su aniversario se lo exprese en unos versos que compuse lo mejor que pude.
El Ilmo. Sr. Obispo de Vilna, Juan Cywinski, actuó todo lo eficazmente que pudo ante el gobierno, mostrando lo necesarios que eran nuestro colegio e iglesia, y prometió dar su bendición a un cuaderno destinado al fin de recoger limosnas.
Viendo qué rápidamente se podía comenzar la renovación de la iglesia y cumplir nuestros deseos, hice varias veces el viaje a Vilna para conseguir esta gracia, pero no recibí ninguna noticia sobre la decisión del Zar, qué quería hacer él. Mientras tanto todo el lugar del colegio pasó bajo jurisdicción del tesoro por orden del gobernador Doppelmayer, y el pequeño capital que estaba colocado en Postawcryzna con la Sra. Roubina, lo entregué el 17 de noviembre al Sr. Prefecto de policía.
Mis amigos después del incendio precipitadamente me apuntaban a cargo honoríficos, me proponían ricas capellanías con los Kublicki, Oskierki, Huwald, Grabowski. La misma Sra. Kobylinska de los Owrueczi me invitó, diciéndome que me pagaría de buena gana tanto como quisiera, y sólo tendría que ocuparme de la educación de sus pequeñas hijas. Pero yo sólo quería servir a Dios y a la Iglesia, con la esperanza de reconstruir la iglesia arruinada.
Las víctimas del incendio, a los cuales les habían robado los muebles que habían salvado del fuego, rogaban a los predicadores parroquiales que hablaran a la gente para que devolvieran lo que habían robado. Los sacerdotes oyeron fervientemente su petición, y la llevaron a cabo, diciéndolo, por si acaso. Los pobres también se acercaron a mí, para que hiciera lo mismo. No pude rechazar sus ruegos, y de muy buena gana me puse de su parte, deseando que al menos no perdieran la esperanza, pues era lo único que les quedaba. Al final del primer sermón que dije después de que me lo pidieran, que era el primer domingo de Adviento, hablé duramente contra esos criminales, y no omití decir nada de lo que pensaba sobre ellos. Sin embargo fue como clamar en desierto. No tiene nada de sorprendente que estos impíos, inmersos en el torbellino de sus crímenes, no escuchen la Palabra de Dios, incluso aunque vengan a la casa de Dios, donde ni les alcanzan tales dardos, ni les mueven a restituir. Quizás ningún católico se había atrevido a cometer tan horrendo crimen, sino tan sólo los judíos y los cismáticos.
El 8 de diciembre falleció en Wasilisce el P. Calasanz Bartoszewicz, que estaba allí para curarse de la hidropesía, y fue enterrado allí con asistencia de mucha gente y los párrocos vecinos. No se olvidó de ayudarnos en su testamento; a mí me dejó 80 rublos de plata y otros tantos al P. Malukiewicz, y 20 para celebrar misas por su alma. Que Dios le pague su caridad fraterna y su bondad.
El 2 de marzo de 1843 recibí una carta del P. Provincial en la cual me daba permiso para construir las paredes, sirviéndome del cuaderno de limosnas concedido por el Obispo. Aunque pensaba en ello, consideré que antes había que esperar la decisión del gobierno. Cuando recibí estas noticias sobre Lida, ¡cómo se alegraron mis oídos! ¡Qué gozo irradiaba mi rostro ante todos! Todos se alegraban conmigo, como si hubiéramos conseguido el mayor bien. Pero el gozo duro poco, y muy pronto se convirtió en tristeza y llanto.
El mes de abril llegó un decreto según el cual las paredes de la iglesia y el colegio y el terreno que les correspondía se iban a convertir en iglesia de los cismáticos y en vivienda para los eclesiásticos cismáticos; la otra parte sería escuela de nobles (dvorzanska). ¡Así terminaron nuestros alegres sueños! ¡Toda esperanza se había desvanecido!
Sin embargo se concedió a nuestra casa una pensión oficial digna, y se mandó pagar a cada uno de los tres que vivíamos en Lida 40 rublos de oro. Que estuvimos esperando durante casi un año, y reclamándolos en Vilna.
A menudo nos decían que nos iban a conceder una gracia, para alcanzar un cierto acuerdo, pero la cosa nunca ocurrió, pues estaba situada en Powstavszryna. Pedí que la menos nos dieran lo que había decretado el gobierno para pagar un alquiler, pero sólo nos dieron promesas. De las cosas que se salvaron en el incendio de la iglesia, sólo me entregaron para mi uso unas pocas cosas; las demás el obispo mandó que fuera repartidas entre otras iglesias: un ostensorio, dos cálices, una capa y ornamentos eclesiales para nuestra iglesia de Vilna; el palio para la de Dukstzy; dos campanas mayores para la parroquia, y la tercera más pequeña para Zyrmunce. También unas dalmáticas negras, tres antipendios, la cruz de hierro de la torre y unas botellas de estaño.
El mes de mayo, después de deponer al Provincial P. Debinski y enviarlo a la cárcel, el consistorio de Vilna me propusieron como sucesor suyo, pero se les dio la siguiente respuesta: “miezaniatuoje miesto”, ya no existe esa dignidad. De todo lo cual me enteré cuando llegó esa decisión del colegio católico romano: lo recibí como un signo de benevolencia del consistorio, pues yo no quería tal cosa.
El Canónigo D. Mamerto Herburt, visitador de conventos, me rogó tres veces que me trasladase a Wilkomierz, puesto que en Lida no tendríamos ni iglesia ni colegio, ni tenía ninguna razón para permanecer aquí, mientras que allí hacía falta como Rector. Pero yo le respondí siempre: “Aunque no haya nada nuestro, el gobierno considera nuestro convento aquí como un convento, por lo que no conviene que lo abandone: sería un escándalo. Pues la gente diría: mientras tuvieron fincas, se quedaron; tan pronto como les quitaron las fincas, se fueron”. A lo que él respondió: “Para evitar esto, hablaré con el Obispo para que como superior tuyo te mande abandonar Lida”. Y yo: “Veo que el alboroto llega hasta usted. Yo no quiero ser una causa de problemas: tal como estamos, nos conformamos; no pido nada, y sólo quiero perseverar hasta el final. En Wilkomierz hay personas sanas y más fuertes que yo, que pueden guiar aquel colegio hacia la gloria y la fama, y conservarlo en un estado espléndido. Por lo demás, ¿a qué convento iría allí, incluso si saliera de aquí cuanto antes? ¿Acaso no se ha apoderado de él el gobierno, como en Lida? Permaneciendo aquí, defiendo lo nuestro contra lo que se ha hecho a la Orden, sus altares o iglesia. Si me voy, ¿qué ocurrirá con esto?” Y él me respondió: “Para nada sirve lo que dices: irás a Wilkomierz, y te llevarás contigo al P. Malukiewicz”. Pero, gracias a Dios, estos traslados no tuvieron lugar, aunque cuando vino para la última visita con el Sr. Lewaszow me lo volvió a pedir, no queriendo cambiar su opinión de ninguna manera.
El mes de octubre de 1844 fue anunciada una nueva visita, de la cual se hicieron tres actas. Desde el principio de noviembre los tres esperábamos a los visitadores, sin apartarnos de los altares, hasta que llegaron el 12 de enero. Eran el Sr. Lewaszow, oficial para asuntos especiales y el Canónigo Herburt, ministro de los asuntos internos y visitador de conventos. Y a pesar de que presenté algunos ruegos a los visitantes, el 14 de mayo hicieron un decreto para nosotros, diciendo que el convento había sido suprimido, y todos los religiosos que vivían en él debían irse a Miedzyrzecz (Interamne), en el distrito de Roinen, del gobierno de Volinia. Nos dieron el billete para ir en carroza, con la esperanza de que también nos darían dinero para el viaje.
Nosotros, que no teníamos ganas de ir a enterrarnos a un sepulcro tan lejano, pues nos faltaban las fuerzas para una peregrinación tan larga, preferíamos quedarnos en casa de amigos, enviamos un escrito a los oficiales con testimonios del médico y la policía acerca de nuestra enfermedad, que nos impedía hacer un viaje tan largo. Enviamos también testimonios de los ciudadanos, que se ofrecían a mantenernos hasta la muerte a su costa. Al fin disfrutábamos de paz, sin ser molestados por nada.
A pesar de que ni nuestra casita ni los altares nos apremiaban con trabajos domésticos o negocios públicos, yo no estaba ocioso; ayudaba en la iglesia y cultivaba la ciencia. Explicaba el catecismo y la historia de la Iglesia a las hijas de los Sres. Podermani, gerentes de la prefectura de Lida, y de los Michiewicz, consejeros de palacio. Para estas alumnas traducí a la lengua patria las Sentencias del Rev. Bonhours, el Orden de vida del Rev. Nepveni y compuse unas Preces matutinas y vespertinas. Para tiempo de recreo, escribí Versos varios, sobre diversos temas; Versos dedicados al bien de las mujeres, A la ruina de las Escuelas Pías. Si los unes a los anteriores Discursos y Sermones breves, son más de 400. Trabajaba seriamente con el corazón. Aquellos a quienes les gustaba escucharme, querían ascender conmigo, por lo que me veía obligado a hablar dos o tres veces a los fieles, sirviendo en dos iglesias, la nuestra y la parroquial.
El 30 de marzo hizo su viaje a la eternidad el párroco de Lida, Rev. Vicente Linkim, y después de su entierro vinieron a verme los ciudadanos de Lida rogándome que aceptara hacerme cargo de toda la parroquia. Y como, después de darles las gracias, les dije que no podía aceptar lo que me pedían, ellos dijeron: “Aunque no quieras, iremos a pedir vehementemente esta gracia al Obispo enseguida”. Como siempre he aborrecido los honores, desaprobé esta iniciativa, y no sin esfuerzo conseguí que no recurrieran a la autoridad eclesiástica, después de decirles cuánto me molestaría que lo hicieran, aun suponiendo que el pastor me lo concediera. El Decano Narviewicz, sin yo saberlo, ya me había propuesto: yo rogué al oficial lugarteniente del obispo ausente entonces que no accediera a ello, pues yo no apetecía ningún grado en la tierra. La parroquia de Lida, con sus riquezas y alicientes, no me atraía. No era la primera vez que tenía esta tentación en mi vida. Pues ya antes me había ofrecido otras tres, y no acepté ninguna, pues prefería trabajar en la Iglesia de Dios sin recompensas terrenas, sin mercedes. Si he nombrado los deseos de los amigos es sólo por razones de gratitud por tanta preocupación y afecto. Les dije que gastaran sus esfuerzos en la construcción de un albergue junto al cementerio.
El decano del consistorio me mandó que sin tardar llevara los documentos de los fondos, el archivo del colegio, y los libros de las personas de nuestra casa de Lida. Así que llevé allí todos los escritos sobre nuestra estancia en Lida.
Cuando parecía que ya estaba todo terminado en este valle de lágrimas, y a causa de mi pobre salud me veía pronto en el sepulcro, llegó la orden del gobierno, para que saliera inmediatamente hacia Interamne, para residir allí. Sin hacer ningún caso de las peticiones ni los certificados enviados, debía irme a Miedzyrzecz según la orden original, y daban una sola razón para ello: “El Colegio Católico de Petersburgo, considerando todas las cosas, confirma el traslado de los religiosos de las Escuelas Pías de Lida al colegio de Miedzyrzecz, según la decisión tomada por el Ministerio del interior, pues no está permitido que los religiosos vivan fuera de clausura con personas particulares, o estar a su cargo, pues el derecho canónico lo prohíbe”.
Pedí dinero al tesoro para hacer el viaje, y como podía esperarse de esta fuente, me lo negaron, y me dijeron que lo pidiera al colegio de Miedzyrzecz. Viendo cómo estaban las cosas, decidí obedecer pronto las órdenes del gobierno, y marchar al lugar asignado. Informé de ello al Obispo y a los visitadores, rogándoles solamente que me permitiesen celebrar aquí la próxima fiesta, y me dieran la bendición para el camino. Me concedieron benévolamente ambas cosas, y además este amable testimonio: “Juan Cywinski, Obispo de la diócesis de Vilna. Al Rvdo. P. José Wojszwillo, antes Rector del colegio de las Escuelas Pías de Lida. Como es voluntad del Gobierno que dejes nuestra diócesis, en la cual has desempeñado todas las labores eclesiásticas siempre con celo propio de ti y auténtico provecho para la Iglesia y los fieles, para que, cualquier cosa que ocurra, muestres que has sido siempre un óptimo y ejemplar colaborador con los demás en la viña del Señor, con la gratitud de mi cargo quiero mostrar con esta carta mi más sincero agradecimiento, por tantos y tan grandes servicios hechos. Que la Divina Providencia siempre y en todo lugar te cuide, te proteja y te bendiga abundantemente, tal como lo mereces. Expresa también mis sentimientos al P. Malukiewicz, adornado como tú de todas las hermosas virtudes cristianas, que con todo su saber se gastó al servicio de la Iglesia y de los fieles. Aunque este no haga el viaje, dado que su pobre salud y sus muchos años no recomiendan que se ponga en camino. Que la gracia y la bendición de Dios estén siempre con vosotros. 11 de enero de 1846. Juan Cywinski”.
El Ilustrísimo Canciller de la diócesis de Vilna P. Krukowicz (ex Provincial de las Escuelas Pías) envió, junto con su bendición y el deseo de un feliz viaje, 100 áureos para mí y otros tantos para el P. Malukiewicz, para los gastos del viaje; ojalá el Altísimo se lo pague al céntuplo.
Pasadas las fiestas, me preparé para iniciar el camino. El P. Malukiewicz quería acompañarme, pero a causa de su enfermedad, no convenía que lo hiciera. Me despedí de mi último domicilio con versos dedicados a los altares de Lida, que copié a continuación.
El 15 de enero, enfermo, me despedí para siempre de mi queridísima Lida, llevándome en el corazón el dulce recuerdo de las personas que habían sido buenas conmigo, y que con sincero afecto me despidieron con algunas lágrimas de su piadosa alma. Con un frío helador, a través de la nieve y luego del barro, y por pésimos caminos, el 25 de enero llegué a Interamne, para encontrar el descanso eterno (a mi juicio). Describí el camino y sus vicisitudes en una carta a los Sres. Michierwicz, bajo el título Camino de Lida a Miedzyrzecz.
Me permitieron llevar conmigo todas las cosas de la iglesia al colegio de Miedzyrzecz, menos un ornamento negro que el P. Malukiewicz quiso guardarse. Pero la cruz y la imagen de la Virgen María no quise llevarlas conmigo, pues sin duda se estropearían en un viaje tan largo y tan malo, así que las doné a la iglesia de Lida.
El P. Malukiewicz se quedó en casa de los Sres. Jacowicz, presidentes, muy amigos nuestros. El clérigo Kobylanski, buen maestro, con los Sres. Szymkowsci, amigos jueces.
El 9 de febrero recibí una carta del consistorio en la que me decían que les indicara el dinero que había gastado en el viaje, que lo pagaría el colegio de Miedzyrzecz. Con el correo siguiente les escribí que Dios había provisto para mi viaje, y que no tenían que resarcirme por los gastos, aunque eran grandes, pues no quería ser una carga para la casa.
Si tuviera que añadir algo más, sólo hablaría de los esfuerzos y méritos de los que levantaron la casa extinta y no de sus errores y defectos, de los que nadie estamos libres, como dice el antiguo proverbio. Quise presentar el grano limpio para que sea útil; la paja merece el olvido eterno.
Mucho tiempo después de terminar este escrito, recibí este escrito del R.S. Calasanz Adamowicz, prefecto de la escuela de Lida, con una pública alabanza:
- “Ministerio de la Ilustración Nacional. Departamento de Ilustración Nacional. Rector de la universidad de Vilna. N. 724. 6 de julio de 1827. Al Muy Rvdo. P. Krukowicz, Provincial de la Orden de las Escuelas Pías.
- Después de visitar muchos institutos decentes del distrito de Vilna este año, me alegré mucho de ver el Gimnasio de Miedzyrzecz y las escuelas que existen en ese distrito, así como la escuela de Lida, los cuales están todos dirigidos por la Orden de las Escuelas Pías, y en ellos se observa magníficamente todo lo que está prescrito y según está ordenado que se gestione, tanto en lo referente a la explicación de los contenidos académicos como en la manera correcta de obrar y en la disciplina de los alumnos.
- Esto lo atribuyo al infatigable celo de Vuestra Reverencia por el bien de la pública instrucción, y a la diestra elección de los miembros de tu Orden para conducir y educar a la juventud, por lo que considero que corresponde a mi oficio expresarle mi profunda gratitud, tanto en nombre mío como en el de Procurador de los Estudios del distrito de Vilna, quien me ha pedido que le escriba. Al mismo tiempo le ruego transmita nuestra gratitud al los actuales educadores y maestros de los institutos científicos citados que están bajo el patrocinio de las Escuelas Pías.
- Firmado: W. Pelikan, Rector de la Universidad”.
Apareció el 12 de septiembre de 1858 en la capilla de Piotrowca, después de la supresión del colegio de Miedzyrzecz en el año 1853.
El P. Wojszwillo falleció, si no me equivoco, el año 1872. Si fue en Piotrowca, lo ignoro.
De los religiosos escolapios de Lituania vive todavía el P. Antonio Moszynski, párroco de Pinsk, el único miembro del colegio de Petersburgo, autor del a Noticias de los colegios de Miedzyrzecz, Lubieszow y otros escritos menores[Notas 1].
Notas
- ↑ El P. Antonio Moszynski, que había nacido en 1800, falleció en 1893 en Lubieszow, cf. DENES II (N. del T.). Fue el último religioso de la Provincia de Lituania.