BerroAnotaciones/Tomo2/Libro2/Cap10
- CAPÍTULO 10 Respuesta a la carta del P. Visitador Desde Germania [1644]
Revdo. Padre:
Las calamidades y miserias abundantísimas de toda nuestra Orden, a causa de la oposición y asfixia de la verdad, nos superan y nos hacen a todos incapaces de cumplir con nuestra obligación, que es la de responder a la carta que V. P. Revma. ha escrito en general, estos meses pasados, a toda nuestra Orden. Y sólo a dos puntos propuestos, al de ´la miseria en la que nos encontramos´, y al de donde dice que, ´hoy día, la verdad es dar ocasión de desahogar sus pasiones contra quienes nos gobiernan´ -bajo pretexto de que nos oponemos a las órdenes de Superiores Mayores, como es la Sagrada Congregación del Santo Oficio-; y que todo esto ´no por otra razón, sino por llevar adelante su voluntad y falso apetito de gobernar´.
A pesar de eso, en cuanto a que no en todo somos considerados dignos de reprensión, nos ha parecido bien cumplir de alguna manera, mejor tarde que nunca, nuestra obligación; atestiguando, ante Dios, ante los hombres y ante V.P. Revma., que no pretendemos ni queremos otra cosa que responder brevemente, y como de paso, a la carta de 3 folios, que V. P. ha mandado a toda la Orden. Y esto, no porque esperamos remedio, pues en vano y con daño nos hemos esforzado hasta ahora, sino para satisfacer en parte nuestra obligación.
En cuanto a la justificación de su persona, de la que habla en el primer capítulo de su carta a la Sagrada Congregación, y de su recta intención, no tenemos más que añadir, sino que “patet experientia”, como luego se verá.
Y como V. P. dice en la suya, que, para mayor conocimiento de nuestras cosas, ha querido escuchar personalmente a todos los que han querido ser escuchados, pedimos a V. P. nos excuse, si sobre ello le exponemos nuestro sentimiento, y la opinión general de toda la Orden. Porque todos sabíamos que, habiendo comenzado a acudir por orden adonde S. P. Revma., y reiniciando todo con el juramento de los deponentes (como usted dice en la suya), no se encontrará nunca que en esas deposiciones aparezca escrito el parecer de nuestra Orden, ni tampoco la deposición de los nuevos asignados a V. P. Revma. por el Sumo Pontífice, en el Breve.
Sin embargo, toda razón y conveniencia requería que, tratándose de Summa Rerum, como se puede ver por los interrogatorios, se escuchara al Fundador con sus primeros compañeros, y también a los demás asignados por el Sumo Pontífice para el arreglo de nuestras cosas. Y si acaso dice que ha escuchado a alguno, le decimos, con todo respeto, que no se les ha tenido en cuanta, porque la deposición de los menores (como se dice) se ha visto escrita “ad perpetuam rei memoriam”, testificada con el juramento de los deponentes; pero el sentimiento y parecer del Fundador y de los demás Superiores ha quedado impreso sólo en su memoria, que, por ser humana, está ocupada en muchos negocios, es frágil y olvidadiza.
Y si es cierto (como dice) que usted ha escrito a toda la Orden, para que le avisaran de lo que cada uno creía necesario, dando orden de que entregaran las cartas, para mayor seguridad, a algún Padre de su Compañía [de Jesús], le respondemos que toda nuestra Orden, o la mayor parte de ella, no ha tenido la confianza suficiente para poderlo hacer, porque sabían, por cierta información, que todas las cartas caían en manos del P. Juan Antonio [Ridolfi] de la Natividad, Secretario, con cuyas sugerencias se resolvía todo. Porque, -siendo él quien es, tan joven y con tan poca experiencia en los asuntos, su forma libre de vivir, y de costumbres poco buenas, como también por no haber ejercido nunca gobierno, sino en este último- a nadie, de verdad, le ofrece confianza, y lo tienen por uno a quien no se le puede confiar secretos, por temor a su propia ruina.
Y, en cuanto a ´arreglar la Orden hundida´, no era conveniente, ni de justicia ni de equidad, poner todo en manos de quien estaba más hundido que cualquier otro. Además, sabemos, y lo podemos afirmar con juramento, y con la testificación de las propias cartas de V. P. Revma., que se conservan, que dicho Padre escribía por orden de usted, y después usted mismo ha escrito que no sabía nada de tales órdenes y ultrajes cometidos. ¿Cómo se puede alguien maravillar de que a un hombre furioso, apasionado e inquieto, que pretende salir de la Orden y salirse al mundo, para vivir a sus anchas, le haya dado V. P. carta blanca firmada (cosa que no se debe hacer más que con personas muy santas, prudentes y experimentadas durante mucho tiempo), a uno cuya experiencia usted no ha podido tener? Así que, no teniendo los Padres fe en su Secretario, no se han resignado a escribir, como ya se ha dicho.
Verdaderamente, Padre, créanos, que nos sonrojamos y avergonzamos de responder a su carta, porque, si la suya llena tres folios, más, sin comparación, hacen falta llenar para responderla. Pero, por el respeto y reverencia que tenemos a la Compañía, y mucho más al cargo que usted tiene, nos restringimos, para no faltar a la buena crianza religiosa, si no le damos ninguna suerte de respuesta.
Dice usted que ´ha mandado Visitadores a Génova, Savona, Carcare, Pisa, Chieti, Cagliari, Bisignano y Campi´. Acerca de Chieti, Bisignano y Campi, ha ido su Provincial, elegido por común consenso de S. P. Revma. y por sus Asistentes; por eso, nada tenemos que decir. Pero, acerca de los otros, ¿a quién ha mandado, por amor de Dios? ¿A un hombre anciano, curtido en las fatigas de gobierno de la Orden? ¿A uno sacrificado, de buena opinión y fama, como era conveniente, razonable y necesario? Nada de eso, Padre; no queremos decir más, por justos respetos, ya que esta carta caerá en manos de todo el Sacro Colegio, obispos, Príncipes, y Comunidades del Cristianismo; solamente que, teniendo ya una edad razonable, -y a pesar de la escasez de individuos para la nueva Orden- nunca ha tenido cargos de gobierno en la Orden, sino, al contrario, ha sido muy castigado, y tenido sujeto, por su forma libre de vivir; y de esto no decimos más.
Así que a la relación que usted dice haber hecho a esos Emmos. Cardenales con la debida fidelidad, celo y prudencia, fundamentada (como usted dice en su carta) en el conocimiento de la susodicha diligencia, cualquiera de mediocre ingenio puede argüir cuán manipulada puede estar, al ver el éxito y la triste situación en la que nos encontramos al final de ella. Vayamos ahora a la distinción que V. P. Revma. hace en su carta, respecto a dos tiempos en el gobierno de la Orden.
En cuanto al primero, en el que usted dice ha permanecido junto con los 4 Asistentes nuevos, y por eso no debe ser acusado ni increpado a causa del nombramiento de los Superiores y la distribución de los individuos, donde prevalecía el número de los cuatro al único voto suyo, en esto no tenemos nada que añadir, pues la Orden está muy satisfecha. Pero todos nos dolemos mucho, y, con lágrimas de sangre, queremos demostrar el dolor que sentimos, absolutamente todos los de la Orden, por la brevedad del tiempo que duró aquel gobierno con ellos.
Le aseguro a V. P. Revma. que si usted, con su mediocre prudencia, caridad y justicia, se hubiera esforzado en mantenerlos unidos, no lloraríamos ahora las ruinas que actualmente padecemos; pues nosotros sabemos que el P. Santino [Lunardi] de San Leonardo, el P. Juan Esteban [Spinola] de la Madre de Dios, y el P. Juan Francisco Franco de la Asunción, por su edad, como por su vida buena y buen crédito, y la experiencia en los gobiernos tenidos, hicieron muchísimo por enderezar y gobernar la Orden. En cambio, todos sabían muy bien quién era el P. Mario [Sozzi] de San Francisco, con cuyo juicio y voluntad S. P. Revma. lo hacía y decía todo; además, por su poca edad y menos letras, sin haber estudiado ciencia alguna, y sin tener ni siquiera un mediocre fundamento de lengua latina, ni más experiencia que la de uno, dos, y tres gobiernos, que
- mendigados, y mantenidos pocos meses por su incapacidad, inestabilidad, amistades secularescas, propiedades para dar, y en todo los demás incapaz de gobernar- ha sido necesario quitárselos mediante procesos, como consta. Él, ambicionando, con la autoridad y apoyo humano, seguir sus deseos y apetitos, quería, mediante amenazas al Santo Oficio, hacer y deshacer lo que por común consentimiento y acuerdo habían determinado juntos los tres Padres Asistentes y V. P. Revma., y todo por ambición de honor, y manejo caprichoso de la Orden. Por eso, si se hubiera juntado usted con el número mayor que esos tres Padres, siempre conocidos y amados por todos en el gobierno, y hubiera humillado a quien no buscaba a Dios, ni la utilidad de nuestra Orden, a esta hora, ésta estaría asentada en el estado de perfección y observancia querida por Nuestro Señor, al Papa Urbano VIII, cuando eligió a S. P. para el cargo de Visitador.
Por eso, toda la Orden se siente ofendida, afligida y aterrada, por su poco cuidado y ninguna diligencia en mantener a los buenos y realzar con su Autoridad a quien no debía.
Ahora, daremos comienzo a la respuesta al segundo tiempo del Gobierno, del que usted habla. Nosotros decimos que, sobre la renuncia de los tres Asistentes, hecha por ellos con toda razón por las causas antedichas, toda la Orden sabe ya, por las cartas y por testimonio de ellos mismos, que después de su renuncia,
-porque no era aceptada por el Sumo Pontífice, ni por los demás que en aquel tiempo tenían tal autoridad, pues tenían su Cargo por Breve Apostólico- fueron forzados, por las muchas presiones que V. P. Revma. les hizo, a incorporarse de nuevo en el Gobierno, habiéndoles prometido a dichos Padres que usted se ofrecía a publicar a toda la Orden, que ellos retomaban el cargo, no por otra cosa, sino a la fuerza; en el que perseveraron más de un mes, haciendo y deshaciendo, con Su Paternidad al frente. Y después, de repente, sólo porque el P. Santino de San Leonardo, hombre integérrimo en el gobierno, dijo, con cierto malestar, unas breves palabras al P. Mario [Sozzi] de San Francisco, es decir, que éste tenía autoridad, por sí mismo, para ofrecer el Provincialato y el gobierno de la Provincia de Roma a un cierto Padre, sin que los otros dos hablaran nada sobre esto, usted se volvió contra los tres, llamándoles refractarios contra el Santo Oficio, revoltosos, y otras palabras no convenientes ni al estado de las personas, ni al gobierno que tenían, ni al lugar, ni, mucho menos, a su autoridad y benevolencia que de usted se esperaba, diciendo y protestando que no querían intervenir nunca más en Congregaciones con dichos Padres, tal como sucedió, a pesar de que se le pidió y suplicó que no lo hiciera.
Y al poco tiempo, pocos días después, Monseñor Asesor [Albizzi] mandó una orden, en un simple papel, sin más, contra el Breve. En ella decía que los tres Padres no se entrometieran ya en el gobierno de la Orden, sino que todo fuera decidido por el P. Mario y V. P. Así que los pobres Padres, que por respeto a V. P. y a su persuasión habían retomado el cargo, ahora, bajo su fidelidad, no sólo ellos, sino también la Orden, es oprimida y aniquilada bajo [la excusa] el título (como usted dice en la suya) de que han hecho la renuncia y les ha sido aceptada; aceptación ni aparece ni aparecerá nunca, a no ser que con falsedad y engaños, -que ante Dios no valen- hagan haga ver.
Y en cuanto a que V. P. desea de nosotros que le digamos en qué se ha deteriorado la Orden desde el comienzo de su Visita, hasta el día en que usted escribía la suya, y qué daño ha recibido, del que usted pueda y deba ser imputado; y desea además saber las particularidades, como usted dice, que contienen algunas generalidades de quejas ´sólo en el aire´, sin que tengan consistencia, [le diremos] que nos resulta demasiado fácil empuñar las plumas, para escribirle a usted dolorosas lamentaciones.
No se lamente, pues, V. P. si, instigados por su obediencia y esforzados por las presentes miserias, le hacemos comprender, con toda brevedad y respeto posible, no en común y confusamente, los desórdenes, impiedades e inauditas crueldades por las que pasa Nuestra Orden, derrumbada y casi perdida. Todos nosotros estamos forzados a quejarnos y lamentarnos, aunque no tanto como la causa exige, y nuestro dolor que lo aguanta.
Pero no nos detengamos en replicar a los desórdenes señalados arriba en general, -que ni están en el aire ni son aparentes y heteróclitos y sin verdadera sustancia-, que no son solamente desórdenes, como puede ver cualquier hombre medianamente cuerdo, sino tan graves que pueden destruir cualquier Orden bien fundada y establecida, no digamos una Orden nueva y aún no bien restablecida, y afligida por la maldad de los Soberbios y ensalzados.
Así pues, dejando dichos desórdenes, por los que la Orden está más decaída, sobre todo desde que usted ha iniciado el gobierno, le decimos, con gran sencillez, que la mente de Nuestro Señor, el Sumo Pontífice, u otro Príncipe, no es la de destruir o crear desorden con las determinaciones que hacen los Visitadores al arreglar los desórdenes que en algunas Ciudades, Provincias y Órdenes se han introducido, sino la de remediar, ajustar, sanar, y arrancar todo lo que pueda impedir el gobierno de la Ciudad, Provincia u Orden visitada. Por eso, V. P. Revma. debería demostrarnos, con sus santas y piadosas razones, sus útiles y buena órdenes, y sus santas e incansables fatigas, que trabaja en beneficio nuestro y en el bien común; para [lograr] que nosotros, confundidos, bajemos la cabeza con sonrojo y vergüenza, nos declaremos rebeldes a Dios, e insumisos a una Sagrada Congregación del Santo Oficio, y, por consecuencia, al Sumo Pontífice.
Pero sabemos muy bien, Revmo. Padre, y lo podemos testificar casi con juramento, por la evidencia y experiencia que tenemos de ello, que en su carta de tres folios no hay otra cosa suya que una simple copia y su firma -digamos- de la que mandó a San Pantaleón; pues en las demás enviadas a la Orden, no ha habido suyo más que la sola firma; y todo el resto lo ha trenzado y compuesto aquel buen P. Juan Antonio [Ridolfi], señalado antes, tan querido y protegido por usted. Y, aunque usted se puede excusar, con razón, de no habérselo elegido de Secretario, de todas formas, tratándose de la Orden, de ninguna manera se debía haber fiado, a ciegas totalmente, de un Padre así; o, al menos, se debería haber dado cuenta de que este Padre escribía, mortificaba y maltrataba contra toda razón divina y humana, haciendo que después usted firmara lo que él había escrito, sin leer el contenido, quedando en pie las cartas escritas y firmadas de propia mano de V. R., lo que usted no había advertido, ni su intención fuera aquélla. Debía al menos haberse cerciorado de tal falsedad, quitándolo del cargo de Secretario del Oficio de la Visita; y sobre todo, no apoyarlo y protegerlo en el cargo, dándole carta blanca firmada, lo que no es pequeño desorden introducido en la Orden, por mantener, proteger y alabar, no sólo a este Padre, sino también a los que han sido puestos en los gobiernos principales de la Orden, tanto en el tiempo en que usted gobernaba con los Padres Asistentes, como después, cuando usted solo, con algún otro, lo gobierna y dirige todo.
Desorden grandísimo se puede y debe llamar el que ha introducido desde que usted comenzó la Visita, pues donde antes había cosas que remediar en la Orden, hoy han crecido más que nunca los desórdenes y las desuniones entre sacerdotes y hermanos. La pobreza, echada por tierra, mucho más, sin comparación, de lo que estaba antes; porque hemos llegado a tal extremo, que son pocos los que no proveen a los Religiosos en sus necesidades, o bien por las casas del siglo, o por medio las amistades, e incluso de otro modo indigno, tanto en el vestir, como en otras circunstancias de enfermedad; y esto, no por otra cosa, sino porque los Superiores, elegidos al azar o por pasión e intereses particulares, se preocupan de gobernarse a sí mismos, y a quien ellos quieren, y abandonan a los demás; y, lo que es peor, dicen a la ligera y a la gente: “La Orden es pobre, el que quiera algo que se lo busque”. Así que se ven forzados “aut per fas aut per nefas[Notas 1]”, a buscárselo ellos mismos.
No es pequeño, sino grandísimo y digno de perpetuo llanto el que, desde que usted gobierna, sólo con algún otro, las sagradas órdenes, -que se debían dar a personas ejemplares, morigeradas en costumbres, y iniciadas -al menos medianamente, si no es más- en las ciencias de la Gramática, se han concedido, y han sido promovidos a ellas, no solamente los que legítimamente han entrado en la Orden para verdaderos clérigos, sino también los que, no tenían ni costumbres, ni letras, ni buen nombre, ni fama, y han entrado para operarios laicos en la Orden, sin ningún escrutinio de los que suelen hacer, no solamente las Órdenes, sino también los Obispos. Muchos de éstos no saben leer, y no entienden ni gorda de latín. Y cada día dan a estas personas nuevas esperanzas, de querer elevarlos al mismo grado, y aun al de los que han hecho el cuarto voto solemne, de no pretender ni siquiera el birrete. Éstos, después, dejan sus ejercicios, como el de zapatero, sastre, albañil, cocinero, Limosnero, y todos los demás Oficios, que en la Orden son necesarios; y así, todos los ejercicios públicos y privados van de cabeza, sin encontrar quien quiera hacerlos.
Y, por otra parte, todos sabemos cómo -para un asunto tan grave como éste de admitir a los Operarios laicos a las órdenes- hemos tenido tantos pleitos, y tantas oposiciones, que ni siquiera los Asistentes señalados por el Sumo Pontífice, para el gobierno de la Orden con V. P. Revma., han querido poner remedio, si antes no se atendía al bien común, a la idoneidad de cada uno, y al buen gobierno de la Orden, de lo que usted es testimonio fidedigno. Incluso el mismo Sumo Pontífice, ponderando la gravedad del asunto, limitó mucho la autoridad del Emmo. Cardenal Cesarini, protector, y de su sagrada Congregación, delegada para esto, como se puede ver en el Breve Apostólico. Y después, tan pronto como fueron destituidos con un simple papel los tres Padres Asistentes, por las causas arriba señaladas, al instante, sin otra Congregación, fueron admitidos los susodichos a las órdenes, testificando usted su idoneidad, sin haberlos visto ni conocido nunca. Si esto es ´desorden confuso e inventado, introducido en la Orden desde que usted gobierna´, dígalo V. P. Revma. Más aún; dichas órdenes, tan santas, se han convertido en címbalo, burla y chanza de aquellos a los que les gusta lo recto, para el buen gobierno de la Orden. Porque no se oye otra cosa que ¡cuándo cascarán tales y tales! Finalmente, hoy, las sagradas órdenes sirven en la Orden para hacer número a favor de los parciales, y obligar a las personas a hacer de espía y soldado de quien los encumbra. Más aún, se ha prometido, mediante cartas auténticas, darles las órdenes, si actúan y escriben lo contrario de los que han escrito a favor de nuestro Padre General y Fundador.
No es menos desorden dar a los súbditos paso y mandato de romper los Archivos y Cajas de los Superiores, para adueñarse (como ha sucedido en Florencia) de las cartas que pudieran ir en alguna cosa contra ellos, para poder vengarse.
No es desorden mediocre, sino de los mayores de todos, el retener las cartas del Pobre Padre Fundador General, hoy viviente; abrirlas y servirse falsamente de ellas en favor propio. Y no solamente esto, sino también difundir, entre los Prelados y otras Personas, que en la Habitación o Celda del Santo Viejo se tienen Conciliábulos contra ellos, sin avergonzarse de ir insinuando a éste y a aquél que no vayan ya a buscarlo en la Celda, molestando con palabras y con hechos a quien va allí, y hasta echándolos de Roma. Así que el Pobre Padre Fundador General, de 87 años de edad, se ve reducido a tal extremo de estar casi siempre solo, y abandonado de todos. Pasemos por alto las demás mofas, desprecios, y poco respeto que se tiene a con sus compañeros, y a otros que procuran la verdad y el bien en la Orden.
Y si usted dice que no sabe nada de estas cosas, lo creemos; pero por respeto y reverencia que, en razón de su cargo, le prestamos; pues sabemos muy bien que tiene tantos pruebas de esto y de cosas mayores, -que en conciencia nos callamos-, que está usted obligado a arreglarlas, aliviando a los Padres y Hermanos que, al ver la ciega promoción al Gobierno y a las órdenes, y todo lo demás, se han distanciado de usted; y, de hecho, le consideran como hombre parcial; tanto más, cuanto que pasan meses, meses y meses, sin que usted los visite, ni se acerque siquiera las puertas de las Casas de Roma, no digamos a las sacristías, las enfermerías, los guardarropas, y otras oficinas; que, si las viera, estremecido de compasión, se movería también a poner remedio. Así que no es extraño que no sepa muchas cosas; aunque a nosotros nos parece que prefiere ignorarlas, al no ir a verlas, como es su obligación, y su oficio de Visitador.
Estamos seguros, Padre, de que si su Ilustrísima y Santísima Compañía, fuera visitada, provista de sacerdotes, y gobernada por espacio de un par de años solamente, de esta manera, con seguridad no irradiaría de sí aquel olor de santidad y de buenos frutos que se sienten y se ven por todo el mundo, para la mayor gloria de Dios.
Pero ¿quién podrá escribir, [ni] en muchas cartas, los desórdenes, no en confuso y supuestos, sino [reales], como se han visto los arriba indicados? Son tantos, que, si dijéramos todos, parecería que, por la cantidad, queremos confundir la mente de los Superiores y de los otros, a cuyas manos irá esta respuesta. Baste decir que los buenos han sido oprimidos; y encumbrados unos pocos, cuya vida y costumbres no se cuenta, por importantes consideraciones, y para no escandalizar los oídos del que tiene el honor, de las almas puras y castas, que se han visto forzados a pasar a otra Orden, como nuestro Provincial de Germania, y uno de sus Asistentes nuevos[Notas 2].
Y como en la suya se queja contra nosotros, por haber contado nuestras necesidades al Revmo. P. General de ustedes, esto no lo hemos hecho porque tenga usted que reconocer a dicho Padre como Superior en la Visita, sino que hemos recurrido para que le recomiende la justicia y la piedad religiosa; aunque nos hemos dado cuenta bien, muy bien, de que después de esta confianza nuestra, tanto por escrito como de viva voz, todo ha servido para mayor daño y turbulencia nuestra, lo que nunca hubiéramos creído ni pensado. Y, como usted dice que debíamos escribir a los superiores mayores, sepa que esto lo hemos hecho, con mucha premura y solicitud; pero, como el Sumo Pontífice ha dejado completamente a su discreción referir la situación y cosas nuestras, dichos Superiores han retrasado sus propuestas, y acaban ellos también, con buena y santa confianza, uniéndose con usted en el dejar que el gobierno siga como ahora está.
Y en cuanto a que ´usted tiende a la destrucción de la Orden´, esto no lo decimos nosotros solamente, sino todo el mundo honrado, al ver y escuchar todo el día que las cosas, y que, en vez de tomar una dirección buena y santa, se van destruyendo cada vez más (al no contar la verdad y el estado de las cosas), ensalzando a quien no se debe. Sobre esto no diremos más, para que no parezca queremos competir con usted en lo que se dice en su larga carta. Sólo le decimos que, pues usted reconoce tanta santidad y bondad de vida, tanto en el Fundador como en otros muchos Padres de la Orden, capaces, como usted dice, para levantarla y arreglarla, nos maravillamos, y todo el mundo se maravilla, de que un Padre tan grande y tantos buenos Religiosos se vean oprimidos y conculcados, sin que usted escuche sus razones y verdades, afirmadas con juramento. Así que, viendo esto, nosotros y todos, piensan y concluyen que es usted el que no quiere la reposición del Padre General, y la rehabilitación de los buenos religiosos.
Y si acaso dice que no le corresponde a usted promover y tomar algunas resoluciones, decimos que los Emmos. Sres. Cardenales, y también Monseñor Asesor, formularían óptimos decretos, y darían santísimas provisiones, si usted, con verdad y santa osadía les propusiera y dijera cómo están las cosas. Pero, igual que usted cierra un oído para escuchar al P. General Fundador y a todos los otros buenos Religiosos, así propone lo que oye por el otro, queriendo convencerse a sí mismo de que ello es lo verdadero, justo y santo. Por eso a Sumo Pontífice, a la Sagrada Congregación, y a Monseñor Asesor (aunque en esto se demuestre parcial), no se les debe reprochar ni inculpar de injusticia.
No dejamos de añadir que sabemos con certeza, por escrito y de viva voz, que usted no ha procurado ni dado Memorial, firmado por los nuevos Asistentes, para la reintegración de nuestro Padre General, como usted dice en la suya. Esta reintegración, con varios y falsos pretextos, como que la Orden es refractaria al Santo Oficio, se va alargando y prolongando; quizá para esperar la muerte de nuestro pobre Viejo General Fundador, y de este modo los pretendientes consigan sus deseos de gobiernos, lo que va contra los votos que nosotros hacemos de no ambicionar, ni expresar, expresa o tácitamente, prelaturas en la Orden o fuera de ella; que no es poco desorden introducido en estos tiempos.
Respondemos ahora al punto que usted dice ´es mentira y falsedad´, es decir, que usted ha procurado que el P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles sea nombrado Vicario General de la Orden; que ni usted ni los Sres. Cardenales han pensado en tal cosa, hasta el día en que usted escribe la carta; y que, más bien, ha propuesto y ha hecho instancias, para que se permitiera a nuestro Padre General Fundador, dada su mucha edad, que lo eligiera él mismo, como disponen nuestras Constituciones.
A esto no sabemos decir, ni decimos otra cosa, sino lo que, usted mismo ha dicho muchísimas veces a muchos de nuestros Padres, los cuales le insistían en no pedir Breve a favor del P. Esteban de los Ángeles, esto es, les ha respondido que no había ningún Breve. Y después se ha conocido un Breve a favor de dicho Padre, dado un día después, más aún, a pocas horas de la muerte del P. Mario [Sozzi] de San Francisco, el día 11 de noviembre; y su carta es del día 7 de febrero del año siguiente.
Basta, Padre, nosotros no discutimos sobre el nombre de Vicario o Superior General, sino nos maravillamos, y todo el mundo se admira, de cómo se alargan las cosas, y se procura dilatar los problemas. Por eso, con razón, nosotros y todos, deducimos que usted no sólo desea que dicho Padre sea Vicario General, sino que sea también General. Pero Dios lo sabe, y premiará a su tiempo las maquinaciones de aquél y de aquéllos que maquinan para sus propios intereses, posponiendo y conculcando bajo sus pies el bien común de toda la Orden.
Y, como V. P. Revma. certifica que este Padre no ambiciona se superior de la Orden, creemos, seguro, que se trata de una gran simplicidad suya, por su especial protección hacia él. Porque ¿qué otra cosa se puede pensar de dicho Padre, sino que se le mantiene ficticiamente, “per fas aut nefas”, en el gobierno? Se ha llegado a tanta ceguera que, después de ver la oposición general de toda la Orden, usted - y en su presencia- lo aguantó a la fuerza en San Pantaleón de Roma, -con el terror de la Sagrada Congregación- aunque sólo por 15 días, con el pretexto de que sólo por 15 días gobernaría con usted. Y estos días no sólo ya han pasado, sino que se acerca el año, voluntariamente, (sin tener en cuenta la vida que ha llevado y que lleva, y ante la oposición de toda la Orden y el vilipendio que de ello se deriva a nuestro Padre General Fundador), ha querido sostenerlo, tal como ha querido hacer siempre; y procurar que sea, o Superior, o Procurador General, si haberse casi nunca reunido, o haber ido con los Padres en la oración, los Capítulos de culpa, y la Mortificación de Disciplina. Testigo de esta verdad sea, primero Dios, y después toda la Orden. Porque, uno de quien se puede afirmar que nunca ha sido buen súbdito, ¿cómo puede ser después buen Superior? De aquí se puede deducir, si dicho Padre ambiciona o no el gobierno; aunque este Padre diga y escriba papeles a su correo; porque la habilidad de un hombre es grande e imperceptible.
No dejaremos ahora de responder a lo que V. P. escribe acerca del Memorial enviado contra él por más de 300 Religiosos, que son el mayor cuerpo y nervio de la Orden. Lo primero, que el Memorial se lo ha enviado a V. P. Revma. la Sagrada Congregación, como usted dice en la suya, lo que nos da mucho que pensar, y sobre todo, dudar de su parcialidad hacia dicho Padre; porque, después de haber presentado el Memorial al Emmo. Cardenal Roma, y por orden suya llevado a Monseñor Asesor, Secretario de la Congregación, para que se leyera en la primera Congregación, -que nunca se reunió, más que después de la fecha de su carta a nosotros escrita- los mismos Eminentísimos de la Sagrada Congregación han dicho y testificado que ellos no habían dado tal orden a V. P. Revma. Pero, supuesto, y no concedido, que le hubieran entregado el Memorial (perdónenos por Caridad), un cuerpo de la Orden, con mucha ironía y con dañosa parcialidad, se vuelve en su contra, y recurre suplicante a su Superior, como es la Sagrada Congregación de Cardenales, diciendo que se ha procurado el Memorial de manera indebida, por lo que, al descubrirlo, quiere impedir el recurso a los Superiores, cosa que es muy dañosa y perjudicial al buen gobierno de las Órdenes, y de todo el mundo.
Créanos, Padre, cada partícula de su carta necesitaría una larga respuesta. Sólo decimos que el Memorial no es subrepticio, como dice, porque ha sido firmado conscientemente y de acuerdo, en Roma, por todos los Padres principales de la Orden, y por todos los de fuera, -pero, como el memorial no se podía enviar a todas partes, fue firmado como memorial aparte-. Éstos últimos instaban a la Sagrada Congregación lo mismo que instaba el P. General Fundador con sus Asistentes Viejos, y los demás Padres y Hermanos de las Casas de Roma.
Y si, ante la atestación de algunos y las cartas de otros, usted dice que han suscrito dicho Memorial por respeto reverencial, porque pensaban que el Memorial iba a favor del P. Esteban [Cherubini], en esto la Orden se duele y grita a Dios. Pues, si existen estos tales, tan llenos de malicia, que subrepticiamente y con engaños han suscrito el memorial, ¿por qué no los castiga V. P.? ¿Por qué no preguntó a un P. General Fundador, a los Asistentes Viejos y nuevos, a tantos buenos y santos sacerdotes y hermanos que en aquel tiempo estaban en Roma, y, si encontró falsedad ¿por qué no los castigó, oprimió y aniquiló? Pero, como usted quería poder decir que había examinado el problema, llamó a uno o dos de los firmantes. El primero de los cuales le habló muy bien, con fundamento, a favor del P. General y Fundador y de la Orden; éste fue el cocinero del Noviciado, llamado H. Santiago; el otro, que le habló con un poco de temor, por tener otro carácter, frío, enseguida acabó, dándole una carta de Nápoles, de uno que tiene mucho tufo en la Orden, diciendo que él creía haber escrito a favor del P. Esteban, y no en contra. Ha sacado usted la conclusión de que han sido violentas extorsiones e imposturas contra dicho Padre, queriendo que prevalezcan algunos pocos apasionados, y sin ningún nombre en la Orden, sobre todos los que tienen celo de ella, todos los cuales han firmado de buen corazón y de buen ánimo con su Padre General Fundador, para que la Orden no cayera bajo las manos de quien no debía caer, ni por razón ni por justicia.
Y ya que usted dice en la suya que ´bastaba la firma del P. General´, ¿cómo ahora no basta la del P. General viejo, de 87 años o más, ni la de toda la Orden; menos la de algunos que no han firmado, porque quieren tener los pies en dos estribos, o por otras razones de amistad o de intereses particulares?
Nos extenderíamos mucho, Revmo. Padre, si quisiéramos responder a los temas que al final de su carta cita, para demostrar que el memorial no debe ser admitido por venir dado por personas apasionadas y ambiciosas, pues dice usted que tiene cartas escritas a las Provincias por estas personas. Si las publicara, como se publicarán en el día del juicio, se vería que no contienen ambición, sino lo contrario, están escritas contra los ambiciosos y que pretenden el daño de la Pobre Orden. Por eso, lo pasamos por alto, y no respondemos más extensamente sobre esta materia, para no confundir lo anteriormente dicho, de donde se puede sacar la respuesta a todos los puntos; como también para no exceder, contra nuestro querer, la debida reverencia que realmente le profesamos. Por eso, con humilde reverencia, besamos sus sagradas manos. De las Escuelas Pías de Nikolsburg, a 22 de agosto de 1644.
De estas dos respuestas, Lector mío, puedes deducir los escarnios que recibieron los pobres Religiosos de las Escuelas Pías, debido a la poca caridad del P. Pietrasanta. Pero oiríais muchos más, si os hubieran copiado todas las respuestas, pero temo hayan sido quemadas con mala intención, lo que Dios no quiera.