BerroAnotaciones/Tomo3/Libro1/Cap30

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CAPÍTULO 30 Afrentas hechas a nuestros Religiosos En las Escuelas Pías de Campi [1646-1648]

Nuestra casa de las Escuelas Pías de Campi caserío principal en la provincia de Otranto, a diez millas de Lecce, primera ciudad de aquella Provincia, caserío que ya muchos años antes había sido propiedad de la Ilma. Casa Paladini, del que había quedado como legítima herederas la Ilma. Sra. Juana Paladini, con el título de Marquesa de Campi, quien se unió en santo matrimonio con el Ilmo. Sr. D. Juan Enríquez, uno de los Ilmos. Regentes colaterales del Reino de Nápoles.

En esta situación, pues, fue fundada nuestra casa en dicho caserío. Allí se construyó desde los cimientos una bellísima casa con dos patios de columnas; el primero para las escuelas, y el segundo para los Padres, que tenían también puertas separadas, con iglesia dedicada al Espíritu Santo. El guía de esta fundación y edificio fue el P. Pedro [Maldis] de San José, boloñés; y con él fue el P. Francisco [Rubbio] de la Corona de Espinas, natural de Pérgamo.

En su día se abrieron las escuelas, que siempre han tenido Maestros excelentes, y comunidad numerosa. De aquel caserío y Provincia ha habido muchos individuos y buenos.

Cuando se publicó en Roma el Breve del Papa Inocencio X, como Campi era de la diócesis de Lecce, de cuya ciudad era Obispo el Ilmo. y Revmo. Monseñor…[Notas 1] Papacoda, napolitano, este Prelado, que era amiguísimo de N. V. P. Fundador, demostró gran compasión hacia todos nosotros, y gran afecto a nuestro Instituto. Por eso, hizo gestiones ante el Eminentísimo Roma con muchas cartas, para mantener en Campi al P. Francisco [Leucci] de San Carlos, profeso nuestro, quien, aunque había nacido en la ciudad de Oria, provincia de Otranto, sin embargo se encontraba por ese tiempo en las Escuelas Pías de Poli, súbdito de dicho Eminentísimo, conocido por ambos como Religioso de mucha virtud y observancia regular. Su Eminencia tuvo a bien darle licencia para que fuera a Campi, pero con obligación de volver, una vez que hubiera servido a Monseñor de Lecce.

Al llegar a Campi el P. Francisco, fue adonde Monseñor Papacoda, en Lecce, presentándole cartas de los Emmos. Roma y Ginetti. Su Señoría Ilma. se puso muy contento con la llegada del Padre; lo acogió con mucho afecto y lo nombró Superior de las Escuelas Pías de Campi con amplísima autoridad.

El celo de este Padre es grande por la observancia regular, pero, primero, por la suya propia; por lo demás, es persona sencilla, y no muy versado. No sé por qué razón precisa, pero, más bien, por su celo ardiente, disgustó a no sé qué personas del lugar, quizá demasiado libres en lo de meterse en nuestra casa, y que se consideraban con derecho sobre nuestros Religiosos; y también a algunos de los nuestros que querían vivir con más libertad, lo que dicho Padre Francisco no les permitía. Como tenían el Breve de poder salir, querían vivir como les parecía, con perjuicio de la casa, y daño del honor de nuestro hábito.

Unidos todos juntos, los clérigos seculares y los nuestros poco observantes, llenaron la cabeza de Monseñor Obispo con muchas mentiras engañosas; por eso, andando el tiempo, perdió la confianza con el P. Francisco, y también la estima que tenía a los nuestros, como lo demostró con la siguiente actuación.

Fue Monseñor Ilmo. Obispo de visita a aquella tierra y caserío de Campi, y recibido por el Clero con todas las ceremonias acostumbradas en lugares importantes. El P. Francisco con los demás de casa fueron a reverenciar a Monseñor con la mayor sumisión, en cuanto llegó a la residencia, y luego se volvieron a nuestra casa.

Monseñor Obispo había querido que todos nuestros Religiosos hubieran asistido con el clero secular al acto de rendirle obediencia, por lo que se quejó mucho, y reprendió al P. Superior Francisco, quien se excusó con el ejemplo de los Emmos. Roma y Ginetti, cuando tomaron posesión de nuestras casas de Roma y Poli. Sin embargo, todos los nuestros fueron después a cumplimentarlo juntos, aunque parecía suficiente lo que había hecho el P. Francisco como Superior.

Monseñor Ilmo. Obispo quiso ir después a nuestra casa e iglesia para hacer la visita. Como quería presidir con Baldaquino, envió a decir que debían preparar, a treinta palmos fuera de nuestra iglesia, un estrado con su reclinatorio, y que el P. Superior debía incensar a Monseñor Obispo en dicho lugar, y darle a besar la Santa Cruz, estando todos los nuestros arrodillados; y muchas otras cosas que debían hacer los nuestros en la iglesia y en la casa.

Al P. Francisco le pareció esto una cosa nueva y extraña; y como no se había hecho ni en Roma al Emmo. Vicario del Papa, ni en Poli al Obispo, Emmo. Roma, temió que causara gran perjuicio y agravio a nuestros pobres Religiosos. Así que fue enseguida a hablar con a Monseñor en su residencia. Se encontró con no sé qué oficial en la sala; conversó con los que le habían hecho la embajada; y viendo que eran del mismo parecer, respondió que él no quería hacer más de lo que habían hecho a los susodichos Emmos. Cardenales, en el momento de tomar posesión de nuestras casas. Y como persistía en ello, y se calentaba, fueron a contárselo todo a Monseñor, el cual ordenó que se presentara en su presencia el P. Francisco, Superior; y en presencia de todos lo reprendió ásperamente y lo mortificó. Y como continuaba firme, diciendo que no quería hacer más de lo que se había hecho a dos Cardenales de la Santa Iglesia en una función semejante, Monseñor lo maltrató mucho. No sólo le hizo la perquisición sobre su persona en presencia de todos, sino que ordenó también que le rompieran celda y lo investigaran todo, intimándole a la excomunión, si no entregaba todas las cartas y escrituras que tenía; y mandó encerrarlo en una habitación de dicho palacio, con otras muchas vejaciones.

El P. Francisco lo soportó todo con tranquilidad, solicitando solamente que quería retornar a Roma. Yo no recuerdo todo, así, de memoria; pero se podría añadir más si se encontraran los escritos que yo guardé sobre este hecho.

Como el P. Francisco envió información completa del suceso a los Emmos. Roma y Ginetti, y yo también les informé, tuvimos una grata respuesta. Monseñor Albizzi, Asesor del Oficio, escribió igualmente a dicho Ilmo. Monseñor Papacoda, y todo se arregló con paz. Y N. V. P. Fundador le escribió la siguiente carta:

“Ilmo. Y Revmo. Señor y Dueño Excmo.

No he dejado, ni dejaré, mientras Dios bendito tenga a bien darme vida, de suplicarle a él por Vuestra Señoría Ilma. con la mayor humildad que puedo, para que, en medio de tantas tribulaciones como tiene en el presente, y por las que se temen en el futuro, quizá mayores, para que Su Divina Majestad dé a Vuestra Señoría Ilma. un gran corazón, lleno de caridad y paciencia Cristiana; y, con grandísimo mérito suyo, y gran provecho de su grey, sepa superar las tribulaciones e imperfecciones de su pueblo.

Con la presente, suplico a Vuestra Señoría Ilma. se digne acomodar a los pocos religiosos nuestros que han quedado en ese convento de Campi, ordenando que aquellos que tienen el Breve para poder dejar nuestro hábito, lo dejen, y no perturben a los que tienen la caridad de mantener al Instituto en pie, al que esperamos que Su Santidad en breve se complazca en dar algún remedio oportuno. Lo que recibiré como gracia particular, como cosa recibida de Dios por mano de Vuestra Señoría Ilma., a quien, pidiendo a Dios todo verdadero consuelo y felicidad, beso reverente las sagradas vestiduras.

Roma, a 22 de enero de 1648

De V. S. Ilma. y Revma.,

Servidor devotamente en el Señor,

José de la Madre de Dios

Al Ilmo. Papacoda. Lecce.

Dicho Ilmo. Prelado permitió quitar a los padres una viña que les habían dejado para la lámpara del Santísimo, y para otras obras piadosas, que se debían realizar en dicha iglesia, bajo el pretexto de que ya no existían las Escuelas Pías Religiosos.

Notas

  1. En el manuscrito no aparecen los nombres.