BerroAnotaciones/Tomo1/Libro3/Cap28
- CAPÍTULO 28 De los castigos dados por Dios A la soberbia de los [hermanos] Laicos
Yo he mantenido siempre que la ordenación de los Laicos, quiero decir, los hermanos Operarios, o Clérigos menores, como se llamaron, no era querida por Su Divina Majestad. Y tengo grabadas en la memoria, y también estoy convencido intelectualmente, de las palabras que con tanto sentimiento y lágrimas me dijo N. V. P. Fundador y General, una mañana, cuando por necesidad fui adonde él, antes de llamar a la oración a los nuestros de casa, y fueron las siguientes:-“El Padre N. en Nápoles, y el Padre N. en Génova, me están destruyendo la Orden al dar el birrete a los hermanos”. Nombró a los Padres con el nombre propio, pero yo lo callo por la reverencia que le tengo. A partir de aquel momento he creído que esta había sido una revelación celestial; y en este pensamiento me he confirmado mucho más, al ver el final que han tenido estos ordenados.
El 1º fue un romano, llamado Francisco [Michelini] de San José. Éste, ordenado sacerdote, casi enseguida abandonó la Orden, aunque no el hábito, porque le servía en su idea de [dar clases] de escribir y de aritmética; consideraba el hábito como un beneficio, pues quería ser servido y honrado también por los superiores. Además atendía a la Corte del Gran Duque, y, a su modo, aparentaba despreciar el plato y la paga que recibía de Su Alteza, y del Estudio de Pisa, donde explicaba Matemáticas.
S. D. M. lo ha castigado con una dolorosísima podagra y quiragra, y otros dolores artéticos, después de haber abandonado del todo nuestro hábito. Pues no sólo tiene que estar casi como un tronco en la cama, sino que también está mal visto por aquellas Altezas. Hace años y años que está con esta cruz; y quiera Dios que le sirva de mérito para la vida eterna.
El 2º fue Ambrosio [Ambrosi] de la Concepción, también romano, que en la niñez había sido compañero de Monseñor Rapacioli, que luego ha muerto siendo Cardenal y Obispo de Terni. Pues bien, este Prelado, durante la guerra del Papa Urbano VIII, estaba encargado de la soldadesca, y tomó a Ambrosio como matemático, con otro de los nuestros, también [hermano] laico ascendido, llamado Salvador [Grise] del SS. Sacramento, de La Cava, en el Reino de Nápoles. Estos dos, dejando nuestro hábito hacían de arquitectos en la guerra, y para poner en orden a los escuadrones. El napolitano Salvador, estando en la playa de Civitavecchia, murió miserablemente, y, según recuerdo, sin los Santos Sacramentos. Ambrosio, no mucho después, a causa de una insolación, fue llevado a Roma por su madre. Llamaron a N. V. P. Fundador y General, el cual, olvidando todo, lo visitó muchas veces, lo bendijo y lo ayudó a bien morir.
El 3º, llamado Antonio [Marchiselli] de San José, de Fanano, Estado de Módena, después de haber vivido con mucha libertad, y haber robado no sé qué cantidad de dinero, huyó y no se sabe qué ha sido de él.
El 4º, un napolitano, llamado Carlos [Giacomo] de la Concepción, aunque murió dentro de la Orden, sin embargo, una vez, estando yo presente, y era el Jueves Santo, preguntándole si quería decir la Misa, respondió:-“Ojalá pudiera dejarla en otras ocasiones, como puedo dejarla esta mañana”. Quería decir que, por ser Jueves Santo, no tenía obligación de decirla. De estas palabras se puede deducir muy bien la finalidad que había tenido al ordenarse.
El 5º, napolitano, llamado Antonio [Cannellas] de la Concepción, comúnmente llamado Antonio el del diente, murió en la Orden, pero vivió con tanta libertad, que era un gran peso para los Superiores.
El 6º, napolitano, llamado Anselmo de S. Francisco [Lunadeo] de S. Francisco, ordenado sacerdote, vivió con tan mal ejemplo, que N. V. P. Fundador y General le escribió el 3 de agosto de 1641 una carta con mucho sentimiento; y entre otras palabras, le decía así: -“Piense y tema que Dios suele muchas veces sorprender de improviso la ingratitud, etc.”. Finalmente, cambió varias veces de Orden; y en la última adonde fue, sé que se hizo incorregible, o sea fugitivo.
Un pintor, también napolitano, llamado Domingo [di Rosa] de Santo Tomás de Aquino.- Uno, llamado Pedro [Bagnoli] de Santa María, de Sassolo, del Estado de Módena.- Uno llamado José de la Cruz, de Monesilio, en las Langhe.- Uno llamado Sebastián [Ardorino] de la Asunción, de la ciudad de Savona. Y otros que no recuerdo ahora, que se hicieron sacerdotes (Dios sabe cómo) de [hermanos] Laicos que eran; y se fueron después, para procurar hacer dinero, y vivir con libertad.
Uno, llamado Julio [Pietrangeli] de Santa María Magdalena, de la tierra del Moncone, en Sabina, hecho sacerdote se fue a su casa; y, desavenido con su hermano, cayó después en tal degradación, que, de hecho, tuvo que dedicarse a las tareas del campo para mantenerse. Y más tarde, Dios le envió una enfermedad tan grande que, no sólo no pudo ya mantenerse, sino que tuvo que permanecer paralítico en cama.
Otro, napolitano, llamado Juan Leonardo [Vitale] de Santa Ana, era, de verdad, tan ignorante, y por consiguiente tan soberbio, que se hacía insoportable. Yo me acuerdo de haberlo visto aprender a contar. Y tan ignorante, fue ordenado sacerdote, aunque era tan incapaz, que jamás pudo llegar a decir: “Per Dominum nostrum, etc.”, sino siempre: “Per Dominus nostre, etc.”; y parecidos despropósitos en la lectura; de forma que los Superiores le prohibieron celebrar la Misa. Pero luego, como había sido ordenado con favores, también con favores le restituyeron el pode decir Misa. Era tan soberbio, que ni siquiera los Superiores Mayores le podían avisar de nada, sin que se resintiera y susurrara.
La Divina Majestad, finalmente, lo dejó caer en un precipicio tal, que fue condenado a galera. Él fue el causante de que, una noche, hablando otro sacerdote con el Superior de la Casa, que estaba cenando, sospechando que decía al Superior alguna cosa mal de él, fue como una furia infernal a la mesa y, diciendo: -“¿Qué dice, qué dice de mí?”, y arrojó el cuchillo para dar a dicho sacerdote. El Superior, queriendo impedir tal violencia, al ponerse en pie, fue golpeado por Juan Leonardo con tal cuchillazo en la sien, que en pocos días murió como un santo, como había vivido siempre. A mí mismo me contó el propio pacientísimo Padre que, ni siquiera en el primer arranque se sintió excitado contra él, cuando sintió y se dio cuenta de que estaba herido. Éste fue el P. Francisco [Castelli] de la Purificación, el 2º Asistente General dado por el Sumo Pontífice Gregorio XV a N- V. P. Fundador y General en el momento de elevar a Orden nuestra pobre Congregación.
Por este tan enorme delito, el P. Juan Leonardo fue condenado a galera, y después, por ser incapaz para el remo, fue puesto en el ergástulo<ref group='Notas'>Lugar en que vivían hacinados los trabajadores esclavos o en el que se encerraba a los esclavos sujetos a condena.- Dice una nota al margen: “Y allí murió”.</ref>.