BartlikAnales/1624

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Año 1624 de Cristo. Vigésimo octavo de las Escuelas Pías. Segundo de Urbano VIII.

Ephemerides Calasactianae VIII (1939, 5-11)

El año presente, que para los guillermitas de la regla de San Benito es el quinientos, el centésimo para los padres teatinos y el primero para los celestinos que se agregan a los privilegios y gracias de los de Montecassino, transcurre para nosotros con muchos acontecimientos memorables.

Al principio se trasladó el noviciado al eremitorio que se había comprado para casa de formación al terminar el año anterior, y como se vio que no tenía capacidad para todos los sujetos que formaban el noviciado, el P. General compró para ampliarlo una casa vecina a Dña. Antonia Venancia por 665 escudos. El instrumento de compra fue redactado y firmado por mano de D. Félix de Todis, con fecha 13 de enero del presente año.

El día 23 de ese mes de enero se vendió el antiguo noviciado en la cuesta de S. Onofre por 600 escudos que no se cobraron hasta el año 1678, y el 20 de febrero nuestros novicios se trasladaron con su maestro el P. Melchor de Todos los Santos al eremitorio citado. El cual con su destreza reunió aquellos edificios separados en uno solo, auxiliándole con gran liberalidad a su derecha el Sr. Sestilio, Obispo de Alessano. Mientras realizaban las obras ocurrió algo admirable. Al cavar los fundamentos entraron en una cueva donde encontraron unas vasijas de barro que pensaron que contenían algún rico tesoro, y, sin abrirlas, llenos de alegría avisaron al P. General para que fuera pronto al noviciado. Pero tras oír el anuncio, el P. General, riéndose, les dijo: “Mi tesoro está en el cielo, y sabio es el que sabe encontrarlo”. Dijo luego: “Vuestro tesoro servirá a nuestro hermano Pedro el pintor”. Despedidos de allí por el P. General vuelven a casa, rompen las vasijas y encontraron que era verdad lo que el P. General, ausente del lugar, había predicho: había una cantidad de cobre verde, y quedaron admirados no tanto por el tesoro real cuanto por la profecía verificada. Así lo cuenta el P. Vicente, Tomo I, p. 3, fol. 80.

El día 24 de febrero también en Génova (que es la capital de toda Liguria) comenzó a funcionar el noviciado, por lo cual el P. Pedro Provincial de Liguria fue oficialmente invitado por los Ilmos. Srs. Marco Antonio Doria, Juan Nicolás Spínola. Julio Pallavicino y Juan Bautista Saluzzo. El principio de dicho noviciado (como todas las demás cosas) fue extremadamente difícil. Aunque fue fácil obtener el permiso del arzobispo para establecerse, no les ofrecieron ningún lugar adecuado para vivienda. Pues aquella municipalidad está tan provista en conventos de religiosos y monasterios que ciertamente no tiene muy en cuenta a los institutos nuevos como el nuestro que vienen de fuera. Para no quedarse al raso, el P. Provincial llevó a los cuatro novicios a una casita simple próxima al noviciado de los PP. Capuchinos, y pidiendo limosna por la ciudad, vivían de manera realmente pobre. Y para colmo, buena parte de lo que habían mendigado se lo comían los ratones, por lo que los novicios, doliéndose de la pérdida, continuaban mendigando con más dificultad y más ardor. Después de esto, para que el remedio de esta pobreza doméstica volviera más animosos a sus hermanos, el P. Provincial les tuvo que prometer que en adelante los ratones no se comerían ya más la limosna obtenida. La cosa fue no una promesa, sino un oráculo. Pues a partir de entonces ni siquiera un ratoncillo apareció en esta casa. P. Vicente, Tomo I, pág. 3, fol. 29.

El día 5 de marzo fue transmitido un decreto de nuestro P. General al citado P. Provincial que decía como sigue:

“Como el orden de las cosas requiere que todas las cosas que se hacen en cada una de nuestras casas manen de la fuente de un solo superior, y las de una provincia de un solo provincial, y lo mismo las de una Orden, que procedan y sean dirigidas por un solo general, a fin de que las opiniones diversas de los superiores no produzcan ningún tipo de confusión, a tenor de las presentes mandamos en virtud de santa obediencia que a partir de ahora en ninguna de nuestras casas de nuestro provincia de Liguria, nadie dé nuestro hábito sin conocimiento y aprobación del Provincial, ahora y en el futuro, observando lo debido tanto por las leyes como por las costumbres y otros exámenes requeridos. Y si hubiera tiempo, espérese también la aprobación y consenso del General. Y para que aumente en nuestros hermanos el esfuerzo por la humildad y la pobreza, exhortamos en el Señor a todos los ministros locales a que no innoven nada en sus casas, ni se permitan innovar sin el permiso del Provincial, quien debe informar al menos cada mes al General de las cosas que se hacen en su provincia, y otras cosas pertinentes para nuestro ministerio. Dado en Roma en la casa de las Escuelas Pías el 5 de marzo de 1624.”

Así suena el decreto. El P. General, queriendo confirmarlo con su ejemplo, envió a Savona a un cierto joven de Cárcare que pedía el hábito, para que le hicieran allí un examen competente, puesto que aquí era desconocido, y si era considerado cualificado, y no de otro modo, se le diera el hábito.

El día 25 del corriente mes de marzo emitieron su profesión solemne con título de Orden solamente 20. Se había previsto que todos la hicieran en el mismo día, sin embargo otros 31 hicieron esta devoción en otros días, y los demás, a causa de su vida disoluta (puesto que no se esperaba enmienda de ellos), considerados menos hábiles, fueron despedidos al mundo, con las dispensas de la Sagrada Penitenciaría en nombre del Pontífice. Esto pudo hacerlo aquel sagrado tribunal de la penitenciaría, por el cual se proclaman los decretos de expulsión y apostasía. Así lo escribió expresamente el P. General a Moricone, con ocasión de tan singular evento, con fecha 3 de diciembre del presente año.

Después de despedir a estos, aunque algunos contra su voluntad, como ocurrió con el P. Ángel, hijo de Laercio Cherubini y con el P. Octavio Bovarelli, pues les debía algún respeto a causa de que sus Sres. Padres eran bienhechores del instituto, el P. General se dirigió a Narni, donde llegó sano y salvo el 17 de abril, y después de arreglar algunas cuestiones entre los nuestros y los ciudadanos, el 4 de mayo regresó a Roma, aunque enfermo, y no recobró por completo su salud hasta después de mayo, tras pasar algunos días de junio.

Se vio aumentar también la indisposición de otros 9 que yacían en el lecho, viéndose impotentes de hacer el trabajo escolar a causa de la enfermedad. Así, pues, para que las clases no estuvieran totalmente abandonadas, cada día se llamaba a algunos novicios para suplir a los enfermos. Sin duda el ejercicio escolar llevado a cabo por los novicios, aunque en algunos casos era mejorable, permitía que se continuara trabajando, lo cual es mejor que enviar a los alumnos a casa, así dice el eruditísimo Bordón en Variar. Resolut. P.2, Resol. 54, Tom 3. De este modo los novicios experimentaban que el trabajo es una de las cosas más duras. Por lo demás, ¿cuántos de los 9 enfermos citados murieron ese año? Es incierto. Pero sólo en la ciudad murieron 7 profesos, 2 novicios y un sacerdote, según nos dice el catálogo de difuntos.

El 14 de junio el R.P. Pablo de la Asunción, Asistente General, salió hacia Cárcare por mandato del P. General, a petición del Ilmo. Castellani, benévolo fundador de nuestra casa de Cárcare, para promover la construcción de aquella casa. En cuanto llegó allí, apenas había puesto manos a la obra, aunque sería mejor decir el cuidado, fue invitado a Bolonia por el Cardenal Ludovisi, aunque sin efecto, pues no parecía un asunto serio, ni parecía que pudieran ofrecer allí buen acomodo a la Orden, así que se excusó esta visita al Cardenal por ahora por medio del Sr. Castellani, el cual había pedido su presencia antes al P. General.

Mientras tanto el noviciado de Génova, después de que la modestia de los nuestros en él empezó a conocerse, fue creciendo, hasta el punto de que ya no eran seis, sino 18 los que en adelante había que alimentar, y por ello había aumentado no poco con hijos de Génova, pues un día, el 14 de julio, siete de ellos recibieron el hábito.

El 21 de agosto nuestro P. General se sintió de nuevo indispuesto. Aumentaba en la casa de Frascati el descontento a causa de la insolentísima exacción de los censos anuales, que sin duda daba preocupación al buen padre, que difícilmente podía decidirse a abandonarla definitivamente. Sin duda pudo sacar con justo motivo la Orden de Frascati, pues no sólo los principales de la ciudad no favorecían lo que habían comenzado, sino que toda la ciudad estaba enferma atacada por una epidemia contagiosa, y cada día morían no pocos. Como a los demás, también el Cardenal Sforza y sus cortesanos fueron afligidos por este mal, el cual huyó a Roma buscando curarse, pero no pudo huir de la muerte que le había dado cita allí, pues pocos días después fue arrebatado de entre los vivos. Con la excusa, pues, de un aire tan insalubre el P. General podía haber llamado a todos los nuestros. Pero como la caridad ciertamente le dictaba otra cosa, no llamó a nadie, para que a quienes pedían ayuda espiritual y consuelo al menos no les faltase uno y otra.

Con fecha de 7 de septiembre están fechadas unas dimisorias enviadas a Narni para una ordenación subdiaconal. Antes que estas fueron enviadas muchas, pero como no he encontrado ninguna, decidí insertar aquí su fórmula o licencia. Dicen como sigue:

“José de la Madre de Dios, Ministro General de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías.
A ti, Juan Pedro de la Beatísima Virgen de las Gracias promovido ya a los 4 órdenes menores y profeso en nuestra Orden, salud.
Los sacrosantos decretos del Concilio Tridentino y nuestras Constituciones establecen que nadie puede ser promovido a los órdenes sin permiso escrito de sus superiores, en el cual conste el nacimiento legítimo, edad, suficiencia de doctrina, rectitud de vida y costumbres del ordenando. Habiendo encontrado todo lo cual en ti, te damos licencia en el Señor para que puedas recibir el orden del subdiaconado del Ilmo. y Rvmo. Sr. Obispo de Narni, en cuya diócesis resides; en caso de no haber allí ordenaciones, busca ser promovido a dicho orden por cualquier otro obispo católico, lo cual te encomendamos mucho en el Señor. Dado en Roma en la casa de las Escuelas Pías el 7 de septiembre de 1624.” Así dicen las dimisorias para la ordenación.

El día 13 de ese mes, el Ilmo. y Rvmo. Sr. Sestilio, gran promotor y protector de las Escuelas Pías, atacado por una grave enfermedad, entregó cien escudos de moneda romana a S. Pantaleo, rogando que se hicieran oraciones por él, las cuales el P. General las hizo no sólo privadamente entre los de la casa, sino que organizó además cuarenta horas públicas en la iglesia. A la eficacia de las cuales no poco hubiera añadido la devoción de los 16 novicios y tres profesos nuestros que habían salido de Savona y Génova si hubieran podido llegar oportunamente entonces. Ciertamente unos por tierra y otros por mar iban haciendo su camino, por eso llegaron más tarde a Roma, el 19 de octubre, aunque todos sanos y salvos. Así lo cuenta el P. Vicente de la Concepción, p. 3, Tomo I, fol. 43. Del cual número todavía había uno en camino.

Como el P. General había sido informado por el P. Ministro Domingo de la Madre de la Misericordia de que el Concejo público de Narni se había quejado con fecha 23 de septiembre de la insuficiencia de los nuestros, respondió a dicho P. Ministro prometiendo que supliría este defecto, aunque no pudo lograr su propósito, dado que tanto allí, como en Roma, como en las demás casas había religiosos enfermos, y con la misma ocasión, o sea con fecha 9 de octubre, avisó a los nuestros de Narni para que se prepararan diligentemente para hacer la renovación de votos, con todas las demás devociones previas, el primero de noviembre, según lo prescrito en nuestras Constituciones. Les hizo ver también lo grande que es el mérito de renovar cada día este acto ante el Santísimo seriamente, indicándoles al mismo tiempo que bastaba con leer la fórmula escrita de la renovación, y que no era necesario escribirla a mano y depositarla en manos del Superior, como habían hecho en la profesión. Por lo demás, copio a continuación la fórmula de renovación escrita por el P. General con mano propia, y dirigida al P. Juan Pedro de Sta. María de los Ángeles, y que dice como sigue: “Yo N. De S.N. me entrego y consagro totalmente a Dios omnipotente a la Bienaventurada siempre Virgen María, y los votos solemnes que emití, los renuevo y confirmo voluntariamente y de corazón. En Roma, día, mes y año.”

El 14 de noviembre, con ocasión de una afección maligna en el pie que hacía sufrir mucho al P. Melchor de Todos los Santos, actual maestro de novicios en la ciudad, el P. General se trasladó al noviciado y se hizo cargo de los novicios, para enseñarles de palabra y con los hechos todo tipo de virtudes y la vía de la perfección, sin descuidar de curar al padre enfermo; siempre tenía una gran compasión por los enfermos, los cuales encomendaba con insistencia en frecuentes cartas enviadas a los ministros locales.

El día 28 de diciembre fue enviado en particular a todos los superiores mayores de los religiosos el breve apostólico hecho público anteriormente en septiembre acerca de expulsados y apóstatas, para que a partir de entonces se pusiera en práctica lo que se había escrito. El P. General notificó esto mismo a las demás casas fuera de la Ciudad, y quiso que fuera leído a todos en todos los lugares, para que constara plenamente y se meditase la idea de Su Santidad acerca de a quiénes de votos solemnes había que castigar y a quienes había que expulsar, para que sacaran como conclusión una firme perseverancia, conociendo que el camino estaba cerrado. Se dice que ningún sacrilegio es mayor que volver al camino anterior después de haberse entregado una vez a Dios. Así decía el P. General con ocasión de los hermanos Julio y Juan, con fecha 14 de septiembre de este año.

Se cierra ese año con la apertura de la Puerta Santa del Año Jubilar. Esta ceremonia tuvo lugar en el día acostumbrado, es decir en la vigilia del domingo de la Natividad, la cual se llevó a cabo como sigue.

Después de que naturalmente Su Santidad hablara a los Cardenales en el aula vaticana sobre la apertura de la santa puerta, y del culto a llevarse a cabo durante todo el año jubilar, inmediatamente constituyó tres legados para abrir las puertas en las tres basílicas: el cardenal del Monte, decano del S. Colegio, para S. Pablo; el cardenal Lenio para S. Juan de Letrán; el Cardenal Milini para la basílica de Sta. María la Mayor. El mismo llegó con el resto de los cardenales a la puerta de la basílica vaticana en medio de grandes oraciones, y abrió la puerta santa con tres golpes de martillo, y quitado el resto de impedimentos, entró por ella entonando el Te Deum laudamus, llevando la cruz a la derecha y una antorcha ardiendo a la izquierda, estando presentes príncipes y reyes que oraban, y el serenísimo príncipe Ladislao, hijo del rey de Polonia Segismundo.

Notas