Santiago (CL) Casa de talleres de Providencia

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Datos

Demarcación Chile

(1896-1934)

Primeros pasos de la fundación.

Siendo Santiago la capital de Chile era lógico que los escolapios, desde los primeros momentos de su presencia en aquellas tierras, desearan tener una casa en dicha ciudad. El 8-7-1887 se le encargó al P. Terradas «que pudiese en Santiago tratar y agenciar la fundación de las Escuelas Pías»; pero no lo consiguió. Tales eran las dificultades, que decidieron por ir a Copiapó «teniendo en cuenta la poca o ninguna esperanza de establecerse en Santiago por mucho tiempo». Sin embargo, en 1895 el P. Mariano Guíu se puso en contacto con la Junta de Beneficencia, propietaria de una institución-orfanato, que existía en las afueras de la ciudad y que estaba regida por las religiosas de la Divina Providencia. Estas deseaban que los niños mayores, quienes constituían la sección de talleres, fueran encomendados a unos religiosos. El P. Guíu estudió la propuesta y entró en contacto directo con el Vicario general de España, P. Francisco Baroja. El Vicario provincial, León Vidaller se encontraba en Puerto Rico preparando una fundación. El 7-1-1896 se entrevistó con los Sres. Manuel Arriarán y Nathán Cox, miembros de la Junta y, discutieron las cláusulas o bases de un posible contrato; pronto se llegó a acuerdos; el 8 de febrero firmaba el Presidente de la República, Jorge Montt, y su ministro Matta Vial, la autorización para que los escolapios pudieran hacerse cargo de la sección de talleres de la casa de huérfanos; el 5 de marzo llegaba de Madrid el telegrama con la aprobación del P. Baroja. El compromiso que se iba a firmar era fuerte: se requerían cuatro sacerdotes y cuatros hermanos coadjutores, atención a niños difíciles día y noche y durante los doce meses del año; novedad no sólo en los contenidos sino también en los métodos de la enseñanza. En el momento de buscar las razones que pudieron impulsar a aceptar dicho contrato se citan: la conveniencia de poseer casa en Santiago, el asegurar un sueldo fijo para abordar las posibles deudas de Concepción y otras fundaciones (la manutención, los gastos del inmueble y de educación iban a cargo de la Junta, por lo que a los religiosos les podría quedar en aquel momento unos 6.000 pesos para la Orden) y, quizás, la fidelidad al carisma de Calasanz procurando atención principalmente a los niños pobres. El día 25 de julio llegó la primera comunidad, que estaba constituida por los PP. Mariano Guíu, rector, -que tomaría posesión de su cargo el 13 de septiembre-, Domingo Urdánoz, Federico López, Eusebio Ilzarbe y los HH. Marcos Sainz, Rogelio Chamorro, Nemesio Sánchez y Emiliano Badióla. La entrada oficial se tuvo estando presente la Junta de Beneficencia y el Sr. obispo, Mariano Casanova el día 9 de agosto; el 10 se comenzaron las tareas con 167 niños de 11 a 18 años, que luego serían en torno a los 250. A los escolapios les correspondía la dirección académica y educativa, los hermanos se responsabilizaban de los talleres, la administración la llevaba D. Ventura Blanco Viel, seglar, muy afecto a la Orden, en varias ocasiones senador, diputado y ministro del Gobierno. Una vez puesta en marcha toda la actividad y estando presente el P. Vicario provincial se firmó el contrato definitivo con D. Mariano Guerrero Bascuñán, tesorero de Beneficencia; era el 12-11-1896. Este es el comienzo de la presencia de la Orden calasancia en Santiago de Chile bajo la docta dirección del P. Mariano Guíu; todavía hoy se recuerda su presencia y su preocupación con la dedicatoria de una calle cercana a la antigua y desaparecida «casa de huérfanos».

Desarrollo pedagógico e histórico.

Ya se ha indicado cómo a los escolapios se les había encomendado las tareas sacerdotales de toda la obra, la atención espiritual de la comunidad de religiosas, la dirección académica y educativa de la sección de talleres, y parte de las clases, aunque en materias secundarias y en talleres se vieron ayudados por colaboradores seglares. El trabajo era tanto que el propio administrador, viendo insuficiente la alimentación que recibían -igual a la de los muchachos- vio necesario dar un incremento de 80 pesos mensuales a cada religioso. Para un mejor funcionamiento de la sección se independizó totalmente del resto de la casa. El régimen de estudios implantado fue mixto: nociones de las materias de los cursos preparatorios, nociones de las clases de comercio y, en un comienzo, tres talleres según aficiones (carpintería, herrería y sastrería) y otro obligatorio (agricultura). Dada la simultaneidad de tareas entre el estudio y el trabajo de taller, para aprovechar la luz del día, se relegaban las primeras asignaturas a horas menos convenientes, por lo que el aprovechamiento se resintió. El número de talleres hubo de aumentarse a los pocos años contándose hasta nueve, aunque se sufrieron las necesidades de medios e instrumentos adecuados. Los muchachos que salían de los mismos eran competentes en la sociedad chilena. Junto con las actividades académicas se insistió en otro tipo de talante cultural; destacaron las veladas, festivales, la zarzuela y la gimnasia. Capítulo aparte merece la banda de música, compuesta por cincuenta niños bajo la batuta de Celestino Caracci; cosechó triunfos y aplausos. Las actividades educativo- religiosas fueron las propias del momento y de la tradición en la Orden; se subrayó la dimensión eucarística con la creación de la asociación de tarsicios el 19-3-1914, y se dio particular importancia a la enseñanza religiosa.

Junto al desarrollo educativo es necesario constatar algunos hechos que marcaron la historia de la casa. Se ha indicado cómo habían sido recibidos los escolapios y la fama que en poco tiempo habían adquirido; así el 26-1-1904, tras múltiples peticiones, se veía incrementada la misma comunidad -cinco sacerdotes y cinco hermanos-; y por esta fama se abre la puerta de la casa de San Juan Evangelista, de Sucre, y se camina hacia el colegio Hispanoamericano. Un pequeño e insignificante hecho anecdótico ensombreció este período y provocó cierto malestar: el Vicario, Antonio Ridruejo, con el fin de potenciar más la vida religiosa del grupo escolapio, prohibió ciertas actividades al margen de lo contratado, en particular, la celebración de más de una misa; el asunto levantó múltiples quejas, reclamaciones y cartas entre las religiosas, los señores de la Junta, otras personas influyentes y los Superiores de la Orden; luego se llegó a una solución. También surgieron dificultades al marchar a España alguno de los miembros de la comunidad y no enviar desde allá algún sustituto; los que permanecían enfermaban, se gastaban, morían o necesitaban de jubilación; además las obras emprendidas del Hispano y la atención pastoral a la capilla nueva restaban fuerzas; el rector, P. Jiménez escribe una y otra vez al Provincial de Aragón (1913-1915), argumentando en la fidelidad al contrato suscrito. Cuando en 1920 llega un nuevo Superior, el P. Antonio Martínez, con fama de matemático, es requerido por la Universidad Católica para impartir en ella clases (1-4-1921) que lo hará cerca de dos lustros. En su haber hay que contar cómo trabajó con el Gobierno para actualizar los sueldos de los religiosos, que apenas habían variado desde los comienzos. Es necesario hacer constar que la obra dependía de la caridad y limosna de la gente, regida por una Junta de Beneficencia y administrada por un miembro de tal Junta. De ahí que el dinero fuera escaso para abordar las necesidades de niños, de maestros, de estructura, de educación y de los escolapios. Y dentro de la crónica se recogen tres fechas: el 16-8-1906, en que un terremoto asoló parte de la ciudad, cundiendo el pánico en la misma, y que dejó huellas en el orfanato; el incendio del 25-4-1916, que destruyó la capilla con todos los enseres y que se tardó año y medio en restaurarla; y el 14-4-1927 en que un nuevo terremoto cuarteó algunas paredes.

Cierre de la obra.

Si en los comienzos se dejó sentir la dificultad entre los escolapios de Providencia, poco a poco se fueron identificando con la obra; nunca se hubiera pensando en abandonarla si causas externas no lo hubiesen provocado. Siempre fue difícil la dirección compartida, siempre hubo dificultad económica. Pero las mayores cortapisas llegaron a partir de la reforma constitucional de 1925 y las revueltas sociales y políticas de 1919 a 1934, con gobiernos laicizantes y masones. En esos años indicados la Junta fue absorbida por el Estado, creando éste una análoga, pero de otro estilo; cambió al administrador, nombrando a D. Eugenio Díaz Lira, quien todavía se mantuvo dentro de unos límites de acción y control. Pero poco a poco se fue implantando una fiscalización odiosa, control de actividades, nombramientos, contraindicaciones. Se nombró otro administrador, Luis Calvo Nackenna, quien junto al nuevo director general suplente, D. Aníbal Ariztía, fueron empujando para que el 14-7-1934 se remitiera una carta a la Junta Central de Beneficencia, a quien correspondía la tutela de la Casa nacional del Niño -nombre nuevo dado al orfanato- por parte del P. rector Eusebio Ilzarbe, pidiendo liberarse de las cargas del contrato por «razones gravísimas»; a los nueve días otra carta denunciando abusos que se daban por parte de las autoridades del centro. El día 19 se recibe la resolución comunicada de parte de la Junta y el día 31 queda suscrito el finiquito. Los acontecimientos fueron tan rápidos que se actuó sin la decisión de los Superiores de Vasconia, reunidos en Capítulo provincial en Pamplona. Bien es verdad que se veía venir la conclusión y que se había hablado de la posible salida. La situación fue similar también para las religiosas de la Divina Providencia.

Superiores

Persona Año
Mariano Guíu 1896
Victorio Marzo 1901
Vicente Serióla 1902
Juan María Jiménez 1909
Antonio Martínez 1920
Vicente Escuín 1925
Antonio Martínez 1928
Vicente Escuín 1931
Eusebio Ilzarbe 1933

Bibliografía

  • MAE, I, pp. 161-177
  • II, pp. 84-130.