BerroAnotaciones/Tomo1/Libro2/Cap02
- CAPÍTULO 2 De la bella muerte de los Padres Viviano [Viviani], Lorenzo [Santilli] y Tomás [Victoria] [1622]
El año 1622 pasaros de ésta a mejor vida estos tres Padres, individuos muy cualificados y de gran espíritu religioso. Ello, en efecto, fue una gran pérdida para esta nuestra Orden, y un disgusto para nuestro P. General Fundador, al ver que le faltaban en pocos días tres individuos de tanta estima. Se lo escribió al P. Pedro [Casani] a Savona, con mucho sentimiento y con mucha cordura, porque los tres eran valiosos, por la doctrina y por la virtud religiosa, no sólo para el gobierno de una casa, sino también de toda la Provincia, como se podrá ver, en parte, en el brevísimo compendio de algunas de sus actividades, oídas -así como de paso- por personas dignas de fe de nuestra Orden, con quienes habían convivido.
El primero que dejó este valle de lágrimas y subió al cielo fue el P. Lorenzo [Santilli] de la Cruz, sacerdote profeso de votos simples, de la familia de los Santilli. Murió el 1 de junio de 1622 en Narni, ciudad a cuarenta millas de Roma. Su abstinencia fue grandísima, y más que riguroso el trato de su cuerpo en toda clase de mortificaciones; de donde provenía el gran consuelo que tenía en la oración mental y vocal, con la que había conseguido una conformidad tan grande en la voluntad divina que, por muy grave que fuera el asunto o el disgusto que le acaeciera, nunca perdía nada de su paz y tranquilidad, y no respondía más que: “Dejemos obrar a Dios”.
Fue tan ávido de ayudar a las almas, que se sometía a la mayor fatiga para ayudarlas, sobre todo por medio de la confesión, en la que, no sólo era asiduísimo, sino que a muchas veces por ella dejaba de comer. Habiéndole encomendado el cuidado de reformar a las Monjas del Monasterio de San Bernardo de la ciudad de Narni, las condujo a un estado de tan gran perfección, que fueron luego ejemplo de toda virtud religiosa para todos los demás Monasterios de aquella ciudad, y aun de más lejanos. Una vez que una de aquellas Monjas, enferma, le envió una embajada por medio del encargado de los Monasterios, a la que nuestro P. Lorenzo respondió que también él estaba enfermo, que pronto se verían en el cielo; y poco más tarde, al mismo tiempo, expiraron ambos. Seis meses después de su muerte, estando soterrado en un lugar muy húmedo, se encontró su cuerpo tan intacto como sus hábitos. Y, por no extenderme más, sólo digo lo siguiente, -de donde se puede deducir su santidad-. Una vez, los suyos de casa lo disfrazaron; salió a la calle, llorando, como un niño. Y decía que este había sido el mayor pecado que había cometido en su vida.
El P. Viviano de la Asunción, llamado en el siglo Viviano Viviani, Profeso de votos solemnes, -mediante el Breve Apostólico incorporado por el P. Fundador- era de la ciudad de Colle, Doctor Excmo. En ambos Derechos, sutilísimo Retórico, y poeta. Murió también en la misma ciudad de Narni, pocos días después del P. Lorenzo, es decir, el 23 de junio de 1622. En el siglo era muy estimado, y publicó algunas obras suyas de mucha importancia. Tuvo honorables cargos en el Estado Eclesiástico. Durante muchos años fue Auditor de la Rota en la Serenísima y Real República de Génova, donde se comportó con mucha distinción. A pesar de haber nacido de sangre noble, era de tan profunda humildad que, aunque entró en nuestra Congregación de los Pobres de la Madre de Dios ya de muy mayor, toda su preocupación consistía en ejercitarse en obras viles, y en procurar lo consideraran como tonto e inepto para todo.
Cuando el P. Pedro [Casani] de la Natividad se dio cuenta de que no era como parecía, -al explicar un discurso hecho por el Doctor Peralta- le ordenó que compusiera otro. Es imposible explicar los vericuetos y estratagemas que usó para no descubrir lo que era, y cuántas fueron las lágrimas que derramó de sus ojos, llamándose soberbio y loco, y pidiendo que le permitiera llorar sus pecados, porque ´no valía para otra cosa, sino para hacer mal´. A pesar de esto, vencido por la santa obediencia, compuso en tres días un discurso tan elegante, que causó admiración en Roma, como hemos dicho antes. Pero no dejó nunca el antiguo camino de su humildad, aunque los Superiores lo empleaban en cargos y dignidades honrosas. Fue tan austero consigo mismo, que durante un año entero no comió más que pan, impregnado en un poco de vinagre y aceite; y durante otro largo tiempo no se alimentaba más que de pan, con un pescado y un poco de agua. Como era muy asiduo a la oración mental, solía decir que en la oración no sabía hacer otra cosa que decir: “Jesucristo ha muerto por mí. Esto me basta para meditación”. Y cuando lo hicieron Asistente de N. P. General y Fundador, siempre se conservó humildísimo y obedientísimo a Su Santidad, Nuestro Señor el Papa Gregorio XV; tanto, que podemos decir que murió por Obediencia a Él. A su muerte y feliz tránsito, sepultura en la Catedral, y traslado de la Catedral a nuestra iglesia, estuvieron presentes el Ilmo. Monseñor Obispo, el clero, Religiosos, y el Magistrado, quienes lo alababan mucho, como siempre habían hecho en el pasado. En su honor fue declamada una elegantísima oración fúnebre.
El P. Tomás [Victoria] de la Visitación, español, murió por el mismo tiempo, es decir, el 15 de agosto de 1622, en Moricone, de la Sabina, patria del Excmo. Príncipe Borghese. Como la caridad que hacía este gran Padre era más que grande, sobre todo por los trabajos que desplegó en este campo en aquella Provincia, era comúnmente llamado Apóstol de la Sabina. Porque no había pleito adonde no acudiera, discordia que no arreglara, ni oveja que no llevara al recto camino del Cielo. Por eso, los Sumos Pontífices le dieron amplísima autoridad, y le concedieron el título de confesor apostólico. Como sus trabajos eran grandísimos, perfectísima su caridad y continua su mortificación, bien podemos deducir cuál fue la vida de este gran Padre.
El 9 de diciembre de 1620 pasó a la eternidad el Emo. Y Revmo. Cardenal Horacio Lancellotti, quien en su testamento dejó a las Escuela Pías seis mil escudos. Como N. P. General estaba entonces en Narni, el P. Castilla, que aún era secular, para llevar la noticia de este legado, cogió un caballo, y en un día llegó a Narni; y cuando estaba dando la noticia del legado, cayó muerto el caballo. Todos creyeron que esto era efecto de que se había resfriado en un viaje tan largo. Cuando se lo contaron a N. P. General, y le aseguraron que estaba muerto de verdad, -y no cansado- Nuestro Padre les ordenó que lo levantaran; y cuando lo hacían, el caballo revivió. Todos lo consideraron un milagro. A mí me lo ha contado uno que estaba presente.