BerroAnotaciones/Tomo2/Libro1/Cap30
- CAPÍTULO 30 De la muerte del Infeliz Mario [1643]
No sé cómo dar comienzo a este capítulo último de la vida del P. Mario de San Francisco, de Monte Pulciano, en Toscana, un religioso tan inquieto, y despiadado perseguidor de su supremo Superior y Fundador General nuestro, José de la Madre de Dios, de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías. No sé, digo, dar mejor comienzo a este capítulo que con estas palabras:
“Los Señores médicos ordenaron, finalmente, al P. Mario que se alimentara de serpientes obligadas a morir en vino, y beber de aquello. ¡Ay! Vae! Vae!” No quiera Dios que, así como él comió serpientes, ahora esto se le vuelva en pasiva<ref group='Notas'>Es decir, ahora él sea comido por serpientes.</ref>. Vae! Vae! <ref group='Notas'>¡Ay!- Admiración latina.</ref>
Estas precisas palabras me las escribió uno que estaba presente:
Como de nada le servían al P. Mario los grandes remedios, se le resquemó de tal manera todo el cuerpo, y se le desfiguró de tal forma la cara, que se le hinchó toda, de repente, y no podía ya, de ningún modo, darse la vuelta ni moverse.
Estando así, y viéndose reducido a tal situación, ordenó al P. Juan Antonio, su secretario, amigo íntimo y de la misma índole, que llamara al P. Pietrasanta, jesuita, Visitador Apostólico. Éste había ido fuera de Roma con ocasión de no sé qué visita particular suya a personas privadas, no de nuestra pobre Orden. Vino enseguida, y, encontrando al P. Mario en tan lastimoso estado, mostró sentir la compasión que nos podemos imaginar, y procuró consolarlo con palabras amables.
Mario le respondió: “Como no tengo esperanza de vida, le suplico no se olvide del P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles, pues, si yo muero, me temo mucho pueda sufrir alguna afrenta,
-si vuelve al gobierno el P. General- por haber sido mi amigo y consejero”. Se dice que el P. Mario hizo otra recomendación semejante al Ilmo. y Revmo. Albizzi, Asesor, a favor también del mismo P. Esteban. Monseñor le respondió que podía estar seguro, que de ninguna manera permitirían que sufriera, en modo alguno; al contrario, que lo ayudarían y lo elegirían como sucesor suyo.
Cuando N. V. P. Fundador y General supo el estado en que se encontraba el P. Mario, olvidándose de las afrentas recibidas por él, y alentado por su excelsa caridad y gran humildad, envió a decirle si quería y estaba de acuerdo en que fuera a visitarlo.
El P. Mario respondió (y por la respuesta se vio que, aunque había perdido las fuerzas y la vida, aún no había perdido la malignidad) que no debía molestarse. No quiso que su General y Padre lo viera.
Estuvo inmóvil de esta manera algunos días, en cuyo tiempo dicen que se confesó con el P. Esteban; y, aunque pidió al P. Pedro [Casani] de la Natividad, que lo había vestido, que le asistiera, como había hecho durante algunos días, nunca recibió de él ningún sacramento, como me dijo, con toda seguridad, el mismo P. Pedro, quien añadió que no sabía ni había visto que se hubiera confesado, ni recibido la comunión de manos de nadie.
Dejó algunos baúles y cajas, con no sé qué cosas dentro, a Monseñor Ilmo. y Revmo. Asesor [Albizzi]. Finalmente, así, inmóvil, y recomendándole el alma el P. Pedro, expiró el P. Mario de San Francisco, el día 10 de noviembre de 1643, en el Colegio Nazareno; y se fue al Juez eterno, que no tiene necesidad de Asesores para juzgar.
Que el P. Mario murió ese día por la tarde, lo dice el R. P. Pietrasanta en una suya del día 11 de noviembre con estas palabras: “Ha tenido a bien Su Divina Majestad llamar a sí, ayer por la tarde, al P. Mario de San Francisco, con los sentimientos de las cosas celestiales que todo buen religioso pueda desear, etc.”.
El P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles afirma lo mismo en una carta suya del 10 de noviembre, en la que dice: “Hoy ha querido Nuestro Señor llamar al Paraíso al P. Mario de San Francisco, con los delicadezas de Su Divina Majestad, que merecen los que se han dedicado al cuidado de las almas y del cuerpo. V. R. no deje de ordenar celebrar tres Misas por su alma a todos los sacerdotes de esa casa, que los Hermanos comulguen, y otros sufragios por su alma; e infórmenme”.
En este fragmento se considera a sí mismo como Superior, y al P. Mario como General.
Confirma la misma muerte el P. Alejandro Gottifredo, del Seminario Romano, en una que escribe el día 12 de noviembre de 1643, en estas palabras: “Se habrá enterado de la muerte del P. Mario; quiera Dios que estos problemas de ustedes consigan un arreglo estable, como yo se lo pido”.
Nuestro V. P. Fundador General no escribe ni hace mención alguna de esta muerte, porque su pensamiento estaba fijo en Dios.
Después de muerto, al P. Mario le hicieron la autopsia, y encontraron sus vísceras recocidas, como si hubieran sido hervidas en un caldero; y el corazón tan pequeño y consumido, que casi había perdido su forma de corazón.
Y, como él había pedido al P. Pedro [Casani] que lo sepultaran de noche, sin permitir a nadie que lo viera, así lo hicieron, llevándolo a San Pantaleón. Y sin exponerlo en la iglesia, lo colocaron en la sepultura de arriba, contra la capilla de los Santos Justo y Pastor.
Ten en cuanta esto, lector. Se avergonzaba de que lo viéramos muerto nosotros, mortales, tan deforme de cuerpo, y no se horrorizó de ir ante el Juez inmortal sin reconciliarse antes con su Padre Espiritual, Nuestro Fundador. ¡Ay! ¡Ay!