BerroAnotaciones/Tomo2/Libro3/Cap20
- CAPÍTULO 20 Carta del P. Pietrasanta Visitador jesuita [1646]
Pondré aquí por extenso, al pie de la letra, la copia hecha fielmente por mí de la carta que escribió el Revmo. P. Silvestre Pietrasanta, jesuita, nuestro Visitador Apostólico; porque por ella verás muy bien cuál debió ser la 3ª Relación que dio a los Emmos. Sres. Cardenales Delegados; y cómo es verdad que la política de aquella Visita, de unos tres años de duración, no tendía más que “ad evellere et destruere Religionem Clericorum Pauperum Matris Dei Scholarum Piarum”.
Esta, pues, es su carta
“Pax Christi
Muy RR. Padres en Cristo,
Padres de San Pantaleón
Aunque yo no sé, o al menos no puedo decir lo que Su Santidad Nuestro Señor y los Emmos. Cardenales Delegados han deliberado, o van a deliberar, sobre las cosas de su Orden, puedo y debo, como descargo de mi obligación, informar a VV. RR. de que, en las presentes circunstancias, se hacen un gran perjuicio al actuar de forma como si no hubiera un tribunal superior a quien acudir, como el de la Visita Apostólica y el de los Emmos. Cardenales Delegados. Pues VV. RR. han elegido por sí mismos a otro que gobierne la casa de San Pantaleón, por el hecho de que el P. Superior, por inadvertencia, no ha ordenado leer a su debido tiempo la Bula que ya conocen. Es decir, como si no estuviera entre ustedes el Superior nombrado con un Breve del Papa, y con órdenes de los Emmos. Sres. Cardenales Delegados; y como si no hubiera a quien contárselo, es decir, al P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles, e incluso poniendo en duda su Breve, -por cierto muy indebidamente- después del consentimiento de meses y años en una jurisdicción publicada canónicamente por mí, y ejercitada con el conocimiento y consentimiento de una Sagrada Congregación de Cardenales. Por tanto, es manifiesto que en todo esto se pueda presumir un vicio de dolo y subrepción, lo que algunos indebidamente [niegan].
Quiera Dios que estas formas de actuar y proceder, a petición de algunos inquietos, -que no son los mejores de la Orden- no traigan algún daño notable, que pueda perjudicar a todos. Al menos se confirmará el concepto -que se ha ido formando en tiempos pasados, y que se publicó en la Sagrada Congregación en tiempos de Urbano, de feliz memoria- de que su Orden era conocida como desobediente a la Sede Apostólica. Y a continuación se citan cierto número de casos; algunos con fundamento bastante aparente. Si fuera así, a ello me remito. Yo sólo digo que es una nota de consideración muy grande que se diga esto de una Orden que aún está en sus comienzos, y que debe, por muy buenas razones, mostrar total dependencia y subordinación a la Sede Apostólica y al Vicario de Cristo.
Se considera que muchas visitas apostólicas han sido infructuosas y que no se han aceptado las ordenanzas dadas, aunque eran para aportar gran bien a la Orden.
Durante el tiempo en que yo he tenido algún cuidado de ella, ha durado siempre, y dura todavía, la desobediencia en la casa de Pisa; en la casa de Cagliari se ha admitido a algunos al hábito, contra el Decreto de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, y se continúa reteniéndolos. En Génova, en Chieti y en otros lugares se han opuesto muchas veces a las órdenes de la Visita; y aquí en Roma, en la casa de San Pantaleón, actualmente se actúa como si no hubiera ni Visitas, ni Tribunal Supremo de una Sagrada Congregación. Y continúan los fanatismos de algunos. Algún día se reconocerá el daño que ellos hacen a toda la Orden.
De que he procurado su bien con todo mi poder, tengo a Dios testigo, y a mi conciencia. Y como mis actuaciones han sido comunicadas a los Emmos. Sres. Cardenales, ellos me han honrado, testimoniándolo en varias ocasiones. Esto lo sabe en particular su P. General, a quien se lo he dicho. Tampoco se me puede achacar que no haya expedido muchas cosas de la Visita, pues no he tenido libre albedrío, ya que tenía sobre mí una Congregación de Sres. Cardenales, a los únicos que correspondía resolver y deliberar.
Termino recordando que en la Orden “obedientia sola virtus est”; y si falta ésta, sobre todo hacia la Sede Apostólica, es necesario que las mismas Órdenes dejen de existir y se disuelvan.
Dios Nuestro Señor conserve la de ustedes, y le conceda el bien que yo les deseo.
Desde Il Gesù [Roma], a 9 de febrero de 1646.
Servidor en Cristo,
Silvestre Pietrasanta, Visitador apostólico”.
Considera, lector mío queridísimo, la forma de escribir de este Padre en toda su carta, y sobre todo al final, cuando termina todo su discurso, que consiste en dejarnos una nota perpetua de desobediencia a la Sede apostólica, infamia indignísima para cualquier cristiano, a excepción de los herejes y obstinados.
De aquí puedes deducir cuánto más habrá dicho a aquellos Emmos. Sres. Cardenales Delegados, cuando, tan descaradamente y al descubierto, abofetea en cara a toda una pobre Orden, en la que él mismo ha dicho que está el Jefe, que es el Fundador, y muchos miembros, adornados de gran perfección y virtudes religiosas.
Pero, como quería conseguir su finalidad e intento de “evellere, et destruere”, sólo se preocupaba de poner en ello su alma, quizá con algún pretexto de que en el Tribunal de Dios, Justo Juez, sea conocido como aquél a quien los hombres, aun los doctísimos y de óptimos sentimientos, no pueden comprender. Pero “Dios no paga cada sábado”<ref group='Notas'>Dios no paga o castiga en el acto; sabe esperar, pero lo hace inevitablemente.- “A cada uno le llega su sábado”. El proverbio en español dice: “A cada gorrín le llega su San Martín”.</ref>.