GinerMaestro/Cap09/05

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09.05. Momento inoportuno para irse a Roma

La complejidad del momento histórico en que Calasanz decide irse a Roma es tal que exige una motivación tan grave e imperiosa hasta el punto de hacer inaplazable el viaje. Sería por ello inexplicable, por no decir incluso irresponsable y caprichoso, que la razón primordial y decisiva del mismo fuera la ambición personal de una canonjía. Más razonable parece que se viera obligado a partir por alguna de las dos causas que hemos examinado, tanto más por las dos juntas, es decir, la visita ‘ad limina’ y la sustitución del destituido canónigo Durán en su oficio de Procurador diocesano. No menos razonable sería también la urgencia de acatar la voz interior 'Ve a Roma', que en estas circunstancias podría agravarse con el eco de aquellas palabras: “Sígueme y deja a los muertos sepultar a sus muertos” (Mt 8,22).

Durante los cinco años que pasó Calasanz en Urgel y Tremp (1587-1591), la situación del Condado de Ribagorza siguió siendo muy conflictiva y dramática. Y no podía menos de seguir con verdadera angustia los acontecimientos no sólo por lo que pudiera ocurrir en Peralta y a su hermana Magdalena y demás familia que allí vivían, sino sobre todo a Juana y a los suyos de Benabarre, capital del condado y escenario de los peores sucesos, y también a los parientes que residían en Arén, zona igualmente candente. No faltan testimonios de sus frecuentes visitas a Benabarre en estos años azarosos, y que, dada la cercanía, debían extenderse a Peralta y Arén.<ref group='Notas'>En 1651 declaraba Francisco Fuster, vecino de Benabarre: 'el deponente conoció muy bien al Dr. Joseph Calasanz nombrado en el artículo por haberle visto y hablado en esta villa de Benabarre algunas veces en ocasión que venía a ella desde la villa de Tremp a ver a Juana Calasanz su hermana que estaba casada con Pedro Juan Agustí y posaba en su casa' (cit. en Rass 26-27 [1957] 44).</ref>

A pesar de las decisiones tomadas en las Cortes de Monzón, del mandato de Felipe II y del intento del Bayle General de Aragón para dar posesión efectiva del Condado de Ribagorza a su legítimo señor, el Duque de Villahermosa, todo fue inútil, pues seguía en poder de los rebeldes, capitaneados por Juan de Ager. Todo el Reino de Aragón exigía una intervención de las fuerzas reales para castigar a los insurrectos. Pero Felipe II se desentendió de nuevo. Por lo que el Duque y sus partidarios, entre los que no faltaba el Barón de la Laguna, Señor de la Casa de Castro y baronía de Peralta de la Sal, decidieron tomar por su mano el Condado. Y a fines de mayo de 1587 cayó por sorpresa sobre Benabarre y tras enconada lucha logró rendir al indomable Juan de Ager, que fue bárbaramente acribillado en la Plaza Mayor, desnudado, arrastrado por las calles y decapitado, poniéndose su cabeza sobre uno de los portales de la villa. Las tropas del Duque saquearon sistemáticamente las casas y haciendas de todos los supuestos rebeldes de la villa. Y poco después caía también Calasanz, pueblo natal de Juan de Ager, y tan cercano a Peralta, que no dejarían de sentirse también allí las represalias. Otra parte del ejército ducal acabó de desbaratar a los rebeldes tomando por las armas la villa de Arén.<ref group='Notas'>Cf. G. COLÁS-J. A. SALAS, ‘Aragón en el siglo XVI. Alteraciones sociales y conflictos políticos’, p.136-141.</ref>

La empresa victoriosa y personal del Duque fue mal vista por Felipe II, que temía por ello perder la posibilidad de incorporar el Condado a la Corona. Después de fracasar los intentos judiciales de incriminar al Duque de fautor de herejes, la Corte misma promovió una reacción contra las fuerzas ducales y hubo un nuevo asalto a la villa en febrero de 1588, pero el castillo se defendió heroicamente. Tras una tregua, se reanudaron las hostilidades y en abril las tropas del Conde de Ribagorza, entre cuyos caudillos estaba el Barón de la Laguna, señor de Castro, atacaron a los insurrectos que se pertrecharon en Tolva. Nuevos refuerzos catalanes apoyaron a los de Tolva y derrotaron al ejército del Duque de Villahermosa.

Este éxito envalentonó a los rebeldes, que se dirigieron a Benabarre, la cercaron, 'quemaron más de cien casas de la villa y maltrataron otras muchas. No quedó casa del todo sana; saquearon tres iglesias y el hospital… cercaron la fortaleza, manteniéndola asediada durante un mes'. El día 8 de mayo huyeron los sitiadores porque les llegó la noticia de que se acercaba un ejército de tres mil hombres contra ellos… Y una de las víctimas ilustres de estas algaradas fue don Felipe de Castro y Cervellón, Barón de la Laguna, Señor de la Casa de Castro, fiel aliado y defensor armado del Duque de Villahermosa y Conde de Ribagorza.<ref group='Notas'>Ib., p.141-147; J. R. MONER, ‘San José de Calasanz y el bandolerismo en la Corona de Aragón’: An Cal 9(1963)135-136.</ref>

Un nuevo asedio de Benabarre ocurrió en noviembre de 1588. Uno de los más famosos y perturbadores bandoleros de Aragón era Lupercio Latrás, aliado entonces del Duque de Villahermosa. En aquel mes de noviembre el Gobernador de Aragón persigue inútilmente durante casi quince días a Lupercio, quien al fin se refugia en la fortaleza de Benabarre con los suyos, acogido como otras veces por los adictos al Duque que defendían el castillo. El Gobernador acude con sus huestes y asedia la fortaleza a fines de noviembre. Lupercio se escapa fraudulentamente con los suyos. El 20 de diciembre se rompe el cerco y las tropas del Gobernador entran en el recinto y encuentran a 100 varones y 300 mujeres y niños, 'sin duda los pobladores de la villa'<ref group='Notas'>Cf. G. COLÁS-J. A. SALAS, o.c., p.268.</ref> ¿No estaría entre esta gente la hermana de Calasanz con su marido y sus hijos? Hubo cinco ajusticiados, además del alcaide del castillo.

La larga y dramática historia del Condado de Ribagorza llegaba a su fin. El Duque fue llamado a Madrid. Hubo componendas, y por fin cedió sus derechos al Rey y fue incorporado definitivamente el Condado a la Corona. El 6 de marzo de 1591, don Alonso Celdrán en nombre de Felipe II tomaba posesión del Condado y derruía el inexpugnable castillo de Benabarre, del que todavía hoy queda en pie un enhiesto torreón. Las perturbaciones de Ribagorza habían terminado, y con ellas uno de los capítulos más dramáticos y angustiosos de la vida, todavía joven, de José Calasanz.

Ni fue menos grave la perturbación originada en aquellas fechas por el secretario de Felipe II, Antonio Pérez, que en abril de 1590 escapaba de las cárceles de Madrid y entraba en Aragón, invocando la protección de sus fueros, pues era aragonés. El 12 de noviembre de 1591 llegaba a Zaragoza el ejército real, provocando una insurrección en defensa de los fueros del reino. El 20 de diciembre rodaba la cabeza del Justicia de Aragón, Lanuza, al que siguieron en enero otras ejecuciones de cabecillas insurrectos, entre los cuales estaba don Martín de Espés, Barón de la Laguna y Señor de la Casa de Castro y baronía de Peralta de la Sal.

Unos días antes de la irrupción del ejército real en Zaragoza había escapado Antonio Pérez a Francia, logrando interesar a los príncipes del Bearn y al mismo rey francés, Enrique IV, en una proyectada 'invasión de España', confiando en una sublevación general del reino de Aragón, particularmente de los moriscos. No quedó en simple proyecto, sino que las escasas huestes bearnesas traspasaron la frontera pirenaica llegando a Biescas, donde fueron descalabradas el 19 de febrero de 1592 por los aragoneses que habían reaccionado a tiempo contra la invasión, temiendo que toda Francia se les echara encima.<ref group='Notas'>Cf. G. MARAÑÓN, ‘Antonio Pérez’ (Madrid 1952)11, p.477-549.</ref>

Precisamente por esas fechas estaba ya José Calasanz en alta mar rumbo a las costas de Italia. Es lógico pensar, pues, que durante los últimos meses no pudo menos de seguir con angustia creciente los acontecimientos dramáticos de Zaragoza y temer —como todo el reino de Aragón— la reacción vindicativa del rey, incluso en las baronías y tierras señoriales de quienes estaban de parte de los fueristas y en contra del proceder real, como era el Barón de la Laguna. Y no podía tampoco quedar indiferente ante las amenazas de una invasión extranjera, que podía irrumpir por el Pirineo y arrasar a sangre y fuego todas aquellas comarcas del norte de Aragón en que vivían los suyos. ¿Qué urgencia inaplazable le movía para abandonar su tierra en aquellos precisos momentos de zozobra y temores de venganzas y guerra inminente? Y que seguía preocupado por tales acontecimientos lo manifiesta él mismo al escribir al párroco de Peralta el 16 de mayo de aquel mismo año de 1592: 'Deseo mucho tener nuevas dessa tierra…' Y en noviembre acusaba recibo de carta del párroco y le decía: “Con la carta de V. m. de 29 de septiembre, recebida a los 20 de noviembre, he recebido particular contento y merced entendiendo por ella las nuevas que por essa tierra tienen que como natural della de su bien huelgo mucho y de su mal me ha de pesar”.<ref group='Notas'>EGC II, c.3 y 4. Poch y López Navío creen igualmente que estas palabras de Calasanz se refieren a 'los sucesos de Zaragoza' (cf. J. POCH, ‘San José de Calasanz oficial eclesiástico…, p.35O, n.56; J. LÓPEZ NAVÍO, ‘Ambiente histórico y social…’, p.214).</ref>

Notas