BartlikAnales/1638

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Año 1638 de Cristo. Cuadragésimo primero de las Escuelas Pías. Decimosexto de Urbano VIII.

Comencemos en un año tumultuoso a causa de algunos hermanos operarios. Viendo que sus ambiciones no eran satisfechas en el Capítulo General del año pasado, sino más bien todo lo contrario, pues los mismos Sres. prelados de la visita apostólica los habían puesto en una situación peor para obtener su fin, así que se movían de un lado de un lado a otro en busca de consejos, y tomaron este: demostrar que ciertamente no eran hermanos operarios, sino clérigos. Más abajo daré sus argumentos; pero primero debo anotar los hechos del presente año en orden. Nos agrada comenzar con el P. Francisco, Asistente General, a quien se le dieron patentes para visitar la provincia de Liguria en la forma que sigue:

“José de la Madre de Dios, de los Clérigos regulares Pobres, etc.
A tenor de las presentes te encargamos a ti, R.P. Francisco de la Purificación asistente nuestro para que visites nuestras casas de la provincia de Génova, y que las corrijas y enmiendes como dignamente te parezca. Te damos todas nuestras facultades para que puedas hacer cualquier decreto que te parezca necesario para conservar la observancia regular, y también para nombrar y cambiar los superiores locales y cualesquier otros oficiales, enviándolos allí donde quieras, y ejecutar todo lo que Nos podemos ejecutar, sin necesidad de consultar con Nos. Prescribimos a todos y cada uno de los profesos que están en dicha provincia que se dispongan a obedecerte a ti humildemente en virtud de santa obediencia. En Roma, en la casa de las Escuelas Pías de S. Pantaleo, el 1 de enero de 1638.”

El P. Asistente, provisto de estas patentes, se puso en camino para cumplir el encargo que se le había hecho. Aquellos neo ordenados, que habían ascendido del estado de conversos al de sacerdotes en virtud del breve apostólico, y después (puesto que según propia confesión no parecía según el breve apostólico que debían ser promovidos a los órdenes, puesto que habían practicado las actividades propias de conversos) pidieron a los Rmos. Prelados en el Capítulo General ser rehabilitados ad cautelam, recurriendo a la Sede Apostólica habían obtenido una carta en forma de Breve a favor suyo dirigida al Ilmo. y Rvmo. Vicegerente que dice lo siguiente:

“Urbano VIII Papa.
Querido hijo nuestro, salud y bendición.
Nos han expuesto recientemente nuestros queridos Francisco de S. José y Ambrosio de la Concepción, sacerdotes de la Congregación de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías que dudando si estaban suspensos a divinis, pues apoyándose en otro escrito nuestro en forma de breve, por el cual se les daba facultad a los clérigos operarios de dicha Congregación (con tal que no hubieran pertenecido al estado de conversos, ni hubieran hecho servicios laicales en tanto que conversos) para recibir las sagradas órdenes, incluso el sacerdocio; y que con previa licencia de sus superiores, que los declararon pertenecientes al estado de clérigos operarios, dentro del estado de hermanos operarios, ya que principalmente habían trabajado en la escuela, y sólo de vez en cuando los superiores les habían confiado algún servicio laical, se hicieron promover de buena fe a las órdenes sagradas, incluido el presbiterado; pero pensando maduramente la cosa, voluntariamente se abstuvieron de celebrar misa. Por lo cual nos suplican humildemente que teniendo en cuenta lo anterior nos dignemos proveer con benignidad apostólica.
Nos, pues, queriendo seguir favoreciendo con favores y especiales gracias a los exponentes, inclinados a sus súplicas, absolvemos y declaramos totalmente absueltos a cada uno de cualquier tipo de excomunión, suspensión y prohibición, y otras sentencias eclesiásticas, censuras y penas, de derecho o de persona, con cualquier ocasión y causa, si existieran ligadas de algún modo, a efecto de recibir las presentes, y te ordenamos por las presentes que, teniendo en cuenta lo anterior, que si te lo pidieren humildemente, después de imponerles alguna penitencia saludable a tu arbitrio, con nuestra autoridad apostólica absuelvas y liberes totalmente de la suspensión y otras sentencias eclesiásticas, censuras y penas en las cuales los citados hubieran podido incurrir, y graciosamente perdones y condones las penas citadas; y en cuanto a lo expuesto acerca de la irregularidad por las razones citadas, y las censuras asociadas, que en cierto modo contrajeron al recibir las órdenes, puesto que no ejercieron el ministerio despreciando las Llaves, ya que lo anterior es un obstáculo mínimo para el carácter clerical, en el cual fueron rectamente instituidos, por lo que pueden usar de sus privilegios y recibir las órdenes, incluso el de servir libre y lícitamente en el ministerio del altar; por lo tanto te pedimos con la autoridad citada que los rehabilites al ejercicio de las órdenes, y que declares con la misma autoridad tan pronto como sean rehabilitados como se indica, en ese mismo momento deben tener en dicha Congregación el lugar según su profesión, no obstante otras constituciones y órdenes nuestras, y de dicha Congregación, bien sea por juramento, confirmación apostólica o estatutos establecidos con cualquier tipo de fuerza, costumbres y demás cosas que puedan ir en contra. En Roma, en S. Pedro, bajo el anillo del Pescador, el 7 de enero de 1638.”

Ephemerides Calasactianae XIX (1950, 98-102)

Hasta aquí el breve apostólico, que fue visto, leído y reconocido en la casa del Ilmo. y Rvmo. Sr. Vicegerente, donde fue conseguida también la absolución para ellos, en la forma y modo que sigue:

“En el nombre del Señor, amén.
Por el presente instrumento público sea a todos patente y conocido que en el año 1638 de la natividad del Señor, 6º de la indicción, el 9 de enero, comparecieron los RR.PP. Francisco de S. José y Ambrosio de la Concepción, sacerdotes de la Congregación de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, frente al Ilmo. y Rvmo. D. Juan Bautista Alterio, por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica obispo camarero, noble romano y Emmo. y Rvmo. Cardenal Provicario de la santa ciudad, Vicegerente de N.S. el Papa, Vicegerente y juez ordinario, y en razón de la carta apostólica de S.S. N.S. el Papa en forma de breve, comisario a cargo del tribunal, y frente al notario público infrascrito presente, y los padres citados presentaron al Rvmo. Sr. Vicegerente la carta apostólica citada, y expusieron que, estando dudosos de estar suspensos a divinis, pues apoyándose en otro escrito nuestro en forma de breve, por el cual se les daba facultad a los clérigos operarios de dicha Congregación con tal que no hubieran pertenecido al estado de conversos, ni hubieran hecho servicios laicales en tanto que conversos para recibir las sagradas órdenes, incluso el sacerdocio; y que con previa licencia de sus superiores, que los declararon pertenecientes al estado de clérigos operarios, dentro del estado de hermanos operarios, ya que principalmente habían trabajado en la escuela, y sólo de vez en cuando los superiores les habían confiado algún servicio laical, se hicieron promover de buena fe a los órdenes sagrados, incluido el presbiterado; pero pensando maduramente la cosa, voluntariamente se abstuvieron de celebrar misa, según informaron por carta a su P. General, y pidieron humildemente de rodillas en esa carta que tras imponerles una penitencia saludable, se les absuelva y libere totalmente de la suspensión y de otras censuras eclesiásticas y penas en las que de algún modo hubieran incurrido a causa de lo anterior, y que se les perdonen y condonen graciosamente dichas penas, y se les dispense con autoridad apostólica de cualquier irregularidad que hubieran contraído a causa de lo expuesto, y se les rehabilite para el ejercicio de los órdenes, y que se digne declarar con dicha autoridad que se les dé el lugar en la Congregación que les corresponde según la profesión. El cual Ilmo. y Rvmo. Sr. Vicegerente, después de imponerles una penitencia saludable, les absolvió con autoridad apostólica de la suspensión y otras sentencias eclesiásticas, censuras y penas atribuidas en la carta en las que pudieron caer de cualquier modo por lo anterior, y les perdonó y condonó graciosamente dichas penas, y les dispensó de cualquier irregularidad que hubieran contraído a causa de lo anterior, y los rehabilitó para el ejercicio de las órdenes, y declaró con la misma autoridad que deben tener en lugar en su Congregación según su profesión.
Esto tuvo lugar en el día y lugar dichos más arriba.
Pánfilo Tomás, notario de la curia del Emmo. y Rvmo. Cardenal Vicario de S.S. N.S.P. el Papa en la ciudad Santa, rogado por los anteriores.”

Y, una vez absueltos, como hemos visto, los PP. Francisco y Ambrosio, y rehabilitados para el ejercicio de sus órdenes, volvieron a su provincia toscana llevando para su P. Provincial el decreto que sigue:

“Puesto que en virtud del decreto de la sagrada Congregación de la visita apostólica los Rvdos. Padres Francisco de S. José y Ambrosio de la Concepción obtuvieron un breve apostólico con fecha 7 de enero del presente año en el cual se les absuelve de la suspensión por cautela, que quizás contrajeron al recibir los órdenes, y del mismo en el mismo breve se les concede el lugar en la religión según su profesión, les daremos, a tenor del breve, le lugar debido según el día de su profesión. Por tanto, a tenor de las presentes ordenamos a todos y cada uno de los superiores, tanto provinciales como locales, y a los demás sacerdotes y clérigos de nuestra Congregación que, en virtud de santa obediencia, les den el lugar que les corresponde según su profesión.
En la casa de las Escuelas Pías, el 31 de enero de 1638.
José de la Madre de Dios, Superior General.”

Así dice el decreto acerca de los padres citados, que al ser publicado en Florencia dividió tanto a los demás clérigos profesos, principalmente en la provincia de Liguria, como diremos en otro lugar.

Ahora trataremos del P. Pedro, Asistente General, enviado a Germania.

Es cierto que en el Capítulo General celebrado el año anterior se decidió por el bien común de la religión que los asistentes generales no debían ausentarse de la ciudad, sino que debían residir en S. Pantaleo continuamente con el P. General, para que en caso de presentarse algunos casos, pudiera contar con el consejo de esos asistentes. Sin embargo había asuntos urgentes de la religión por resolver, y nadie podría encargarse mejor de ellos que alguien que tuviera autoridad para ello. Además se enviaban continuamente peticiones desde Nikolsburg para que se enviara a aquellas partes por un tiempo al P. Pedro asistente con carácter de visitador general, y para que recomendara nuestros intereses al nuevo príncipe con su presencia, y al mismo tiempo comprobara que nuestras funciones domésticas y escolares no eran diferentes de las romanas y de las otras provincias. El P. General se dejó convencer, y accedió a que el P. Pedro fuera a Germania (como poco antes el P. Francisco a Liguria). Pero para que no creyera que lo enviaba por autoridad propia contra lo establecido en el capítulo general, y que se le pudiera acusar en otro tiempo, pidió permiso al Emmo. Cardenal Vicario de S.S. el Papa. El Eminentísimo, después de meditar sobre la necesidad de la proposición, fácilmente estuvo de acuerdo, y se dignó dar licencia al P. Pedro para ir a Germania. Y así, conseguida facultad para los herejes, salió de la ciudad con el P. Onofre del Smo. Sacramento, recién nombrado provincial de Germania, que había sido en otro tiempo provincial romano, el P. Juan Francisco de la Asunción y un clérigo, Juan Pedro de Sta. María, el 12 de abril, aunque en alguna parte se dice, por error, el 11 de mayo, después de recibir la bendición, dejando en casa a los otros dos padres asistentes, con los mejores deseos de que todo les fuera bien, y asegurándoles todo afecto.

Poco después nuestros hermanos operarios que no estaban contentos en el estado que profesaron, por lo que se esforzaban para conseguir el sacerdocio, al que en su opinión tenían derecho, decían audazmente que en su opinión eran clérigos, pues habían profesado para ese estado según los argumentos siguientes:

1.En primer lugar, habían emitido su profesión antes de los 21 años, lo que según los decretos clementinos no está permitido a los laicos.
2.Hicieron la misma profesión que todos los demás clérigos.
3.Habían ejercido actividades clericales, enseñando en las escuelas, asistiendo a misa con roquete, como los clérigos, llevando birrete, y tonsura clerical.
4.Porque así están llamados: en algún lugar con el nombre de clérigos menores, en otros con el de clérigos operarios.

Y presentaron estas cosas ante la sagrada Congregación de cardenales para los asuntos de los regulares.

Pero el P. General, llamado ante la misma S. Congregación dijo que eran laicos, y que profesaron en el estado laical, apoyándose en los siguientes argumentos:

1.En cuanto a la recepción. El libro en el cual se anotan los que reciben el hábito y los que profesan es el argumento que prueba que fueron recibidos en el estado de laicos.
2.Por la observancia religiosa, pues hicieron dicha profesión con un lenguaje diferente al de los clérigos, ya que ellos la hicieron en italiano, y los clérigos en latín.

Del mismo modo, renovaron dos veces al año su profesión, según la costumbre de la religión. Además, al recibir el hábito no fueron honrados con el birrete, sino con el bonete, que es el signo distintivo de los clérigos.

En cuanto al orden doméstico, la costumbre atestigua que siempre fueron después de los clérigos aunque fueran más jóvenes, como fácilmente puede verse tanto en el oratorio como en el refectorio.

Además hasta ahora todos han estado ocupados en tareas manuales, como hay testimonios de quienes los vieron trabajando, como zapateros, cocineros y otras tareas mecánicas.

Para anular sus alegaciones, sirven los argumentos del mismo P. General que siguen.

En cuanto a lo principal, lo que ellos propusieron como invencible según los decretos clementinos, se responde de la forma siguiente:

Los decretos alegados no son un obstáculo para nuestra Orden, ya que nuestra Orden, por declaración de S.S. no está comprendida en los citados decretos, en cuanto a la recepción de novicios en lugares designados; tampoco está comprendida en lo referente a su educación. Por lo tanto, en cuanto a la edad, dada la citada excepción con respecto a dichos decretos que piden que los conversos tengan 21 años para la profesión, basta por tanto que tanto el clérigo como el converso tengan la edad señalada por el concilio de Trento, según lo que se prescribe en nuestras Constituciones, par. I Cap. I en cuanto a la edad a observar para recibir novicios, específicamente confirmadas por la Santa Sede.

En cuanto a lo segundo, que se les nombra a veces como clérigos menores y a veces como operarios, la cosa ocurrió por error, y es de suponer que si estos pretendientes se hubieran dado cuenta de que estaban mal inscritos, deberían haber procurado que les volviera a inscribir de nuevo en el lugar.

En cuanto al 3. En cuanto a los actos ejercidos como clérigos, debe creerse especialmente el hecho de llevar birrete, no es a causa de su estado, sino que se les concedió como honor y favor, y ese permiso se les concedió a algunos en el año 1627. Después el Capítulo General permitió llevar birrete a los hermanos operarios, pero sólo a los que fueran aptos para la primera tonsura, y que trabajaran en las escuelas de leer y escribir y de cuentas. Se ha visto que la Visita Apostólica lo confirmó y dio al P. General la potestad de conceder este honor a los hermanos operarios.

En cuanto a que sirvieron el sacrificio de la misa vestidos con roquete, no se trata de un obstáculo, ya que esto no se hizo por oficio, sino por falta de clérigos, y además muy pocas veces. En la Semana Santa, o en la Natividad del Señor, se concedió el uso del roquete, como se hace en las demás religiones.

Estas y otras cosas similares, no sólo una vez, sino repetidas veces, causaron muchas inquietudes y molestias durante el año tanto a la religión como a la sagrada Congregación; en realidad esto habría sido tolerable si por encima de todas estas cosas no hubieran aplicado un ariete más fuerte contra la religión.

Después que los hermanos descontentos se dieron cuenta de que los argumentos escritos más arriba no les aprovechaban de nada, intentaron probar la nulidad de su profesión, aduciendo las siguientes razones:

1.Que no fueron examinados antes de recibir el hábito.
2.Que algunos profesaron bien ante la edad prescrita más arriba, bien antes de terminar los dos años.
3.Que no tuvieron un maestro propio, y que si alguna vez se les asignó uno, este ejerció a tiempo limitado, siendo defectuoso por la edad y otras cualidades requeridas en el maestro de novicios.
4.Que no habían sido visitados por un comisario una vez cada cuatro meses ni habían sido examinados por los demás que tenían voz acerca de su idoneidad y provecho, ni además habían sido admitidos a la profesión con el voto de los demás que vivían en la casa, como quieren los cánones y las constituciones.

Ephemerides Calasactianae XIX (1950, 140-143)

5.Que algunos hicieron el noviciado fuera de la propia casa, aunque fuera una casa profesa.
6.Que algunos de ellos hicieron la profesión en casas en las que no había nadie designado para darles formación religiosa.
7.Que habían emitido la profesión sin testigos.
8.Que antes de la profesión no habían escrito nada acerca de la renuncia que debían hacer.
9.Que a algunos se les había hecho profesar con amenazas, cárceles y puñetazos.

Estas razones les parecieron al P. General y a otros superiores tan frívolas como forzadas y engañosas, sin embargo, para estar más seguros encargaron estudiarlas a jurisperitos, con no poco gasto para la casa de S. Pantaleo. Cuál fue su juicio, lo veremos el año que viene.

Ahora salgamos por un poco de tiempo de estas discusiones y veamos en detalle las acciones del P. Melchor en España.

Después que dicho padre salió el año anterior de la casa del Borgo de Roma, tomó un barco con su compañero, y con viento próspero llegó a Sassari en Cerdeña, donde fue acogido en la residencia de la casa de los Padres de la Compañía, y de manera inesperada se encontró con el Ilmo. Sr. Vicente Molina, inquisidor apostólico de aquella región, aragonés de nación, que ya conocía antes al P. Melchor, y reconociéndolo, se dignó invitarlo a su residencia. Despidiéndose de él por toda la amabilidad que le había mostrado, aprovechó la ocasión de un barco que iba a Barcelona, y descendiendo en el puerto fue a saludar al Ilmo. y Rvmo. D. Jorge Egidio Manrique, ordinario de la ciudad al que ya conocía algo de antes. Allí no sólo fue acogido benignamente en la residencia por hospitalidad cristiana, sino que también fue honrado con poder ejercer el sacerdocio en la ciudad y en la diócesis. Podría parecer que aquella era una oportunidad para pedir permiso para introducir nuestro instituto en algún lugar de su diócesis, pero no se atrevió a hacerlo por falta de sujetos cualificados. Al contrario, cuando el mismo Rvmo. Sr. Obispo se lo mencionó, prefirió de momento mantenerse al margen de ese tipo de gracia más bien que intentar algo que no pudiera llevar a cabo con honor, pues se había vuelto cauto después de las muchas dificultades con que se encontró en los principios venecianos y sicilianos.

Pero pensando en fundar al menos un noviciado en algún lugar pequeño, hizo el camino hacia el obispo de Urgel, hacia quien el P. General le había dirigido. Después de prestar su devoción a la virgen milagrosa de Montserrat, por una camino bastante desviado fue a parar a una villa llamada Sanahuja, en la cual residía el Rvmo. D. Pablo Durán, obispo ordinario de Urgel, y entre conversaciones se presentó la oportunidad de recomendar su religión, y de pedir algún pequeño lugar para introducirla, lo cual logró después de unos pocos días, y para ello recibió las patentes que siguen:

“Nos, Don Pablo Durán, por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica obispo de Urgel y consejero real, años atrás (cuando residimos en Roma, y servimos como auditor del sacro palacio en la Sta. Rota), viendo con nuestros propios ojos la utilidad que da y ofrece el instituto de la Orden de los Pobres de la Madre de Dios a la sociedad cristiana por medio de la educación de los niños en el temor de Dios y la doctrina cristiana y en las letras humanas, nos propusimos a menudo en el corazón procurar hacer todo lo posible para introducir dicho instituto en los reinos de España. Y comunicamos este propósito nuestro, hablamos y dialogamos sobre ello, con el P. José de la Madre de Dios, fundador y General de dicha santa religión.
Y tan pronto como fuimos promovidos al obispado de Urgel tratamos de los mismo con mayor ardor con dicho P. General, pidiéndole con empeño que después de tres años de nuestra salida de Roma nos enviara algunos religiosos idóneos con el fin de introducir las Escuelas Pías en nuestra diócesis. Y apenas pasados los tres años el citado P. General nos complació enviándonos con una carta dirigida a nosotros a este efecto, con la aprobación de los PP. Pedro de la Natividad de la Virgen, Francisco de la Purificación y Juan de Jesús María, asistentes generales de dicha Orden, al Rvmo. P. Melchor de Todos los Santos con su compañero el H. Alberto de San Plácido, con facultad de erigir una o varias casas de las Escuelas Pías, con esta condición: que no abrirán escuelas durante tres años, sino que durante ese tiempo construirán una casa y dichos religiosos se dedicarán por completo a forma novicios, y otras cosas necesarias para preparar las escuelas. A los cuales Nos recibimos y abrazamos con gran alegría de corazón, y deseando que nuestro piadoso deseo se lleve a cabo, indagamos y examinamos el asunto con toda la diligencia que pudimos, con muchas otras personas piadosas, tanto seglares como eclesiásticas, para ver en qué lugar más cómodo de toda la diócesis podría fundarse y construirse la primera casa de las Escuelas Pías, y es en Guisona, situada más o menos en el centro de Cataluña, abundante en frutos de la tierra y en todas las cosas necesarias para alimento de los religiosos y escolares, con tierras de regadío y aguas sanas, con mucha población, adornada con una insigne iglesia colegiata y decorada con habitantes seglares con costumbres urbanas y civiles, rodeada de muchas aldeas y pueblos, con un mercado semanal, y finalmente sin ningún otro convento religioso, de la cual ciudad nos somos señor temporal. Después de haber hablado a menudo sobre lo anterior con los próceres y el concejo de dicha nuestra ciudad, finalmente nos dirigimos a ella personalmente hace unos días, y habiendo tratado varias veces entre sí los próceres y el concejo sobre nuestro asunto, acordaron que darían un terreno oportuno para la casa de dichas escuelas y un huerto contiguo, y nosotros daríamos mil escudos como simple limosna para gastar en la construcción, y otras cosas oportunas, y con ello y otras limosnas que verosímilmente se esperan de la devoción de la gente, fácilmente puede ser construida y terminada en poco tiempo dicha casa para el ejercicio del noviciado, y después las escuelas. Por lo cual, teniendo en cuenta todo lo anterior, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, y de la Trinidad Una, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y de la Santísima Virgen María bajo la invocación de la Santísima Anunciación, título que queremos que lleve esta iglesia, a tenor de las presentes y para incremento de la santa fe católica, y para la educación e instrucción de la juventud, concedemos y damos licencia a dicho P. Melchor para erigir, construir y edificar en dicha nuestra ciudad de Guisona una casa de las Escuelas Pías, cuando sea posible y realizable, y abrirla cuando quiera, y a su tiempo bendecirla, pudiendo celebrar misa y otros oficios divinos según lo que dicen las Constituciones de dicha Orden, sirviéndonos de nuestra autoridad apostólica. Dado en nuestro palacio de la ciudad de Sanahuja, el 23 de abril del año 1638 de la Natividad del Señor.
Pablo, obispo de Urgel. Pablo Font, notario apostólico y secretario.”

Provisto con estas patentes, al día siguiente el P. Melchor se dirigió a Guisona, y viendo lo que había que ver, y procurándose para sí hospedaje en un lugar próximo al futuro edificio, construyó una modesta capilla con tablas, y para bendecirla vino el mismo obispo, y la bendijo junto con el lugar para la construcción, y después de poner la primera piedra, celebró el 2 de mayo del año corriente la primera misa en aquella iglesita vestido de pontifical, en presencia de una gran multitud de gente.

Mientras se va construyendo la casa de Guisona, la dejamos para ver algo para consuelo nuestro del P. Pedro asistente, que en mayo llegó a Moravia.

Ephemerides Calasactianae XIX (1950, 165-169)

Con fecha 18 de junio el P. Casani escribió al P. General contándole su viaje a Nikolsburg con estas palabras: “Me alegro de que vuestra paternidad con sus oraciones y las de nuestros hermanos, haya sido nuestra protección. Pues el camino transcurrió sin ninguna incomodidad, sin que nos ocurriera nada malo, sino que en todo el recorrido todo nos salió según nuestros deseos, por lo cual damos todas las gracias que podemos, y las daremos perpetuamente.”

Por lo demás, para saber cuán grata y esperada había sido esta venida en todas partes, ayudará la carta que nuestro clementísimo fundador de Strasnize envió a Nikolsburg. Dice como sigue:

“Muy reverendo y veneradísimo padre,
Tú eres Pedro y en verdad la única Piedra que debería ser a mi juicio la piedra de fundación en estas partes. Te rogaré que ilumines la cima y el firmamento de tu Orden que casi está cayendo. Abrazando a vuestra paternidad en el espíritu, con afecto tiernísimo y alegrándome por adelantado, deseo vivamente su venerada presencia: venga, venga pues vuestra paternidad tan deseada, y aquí (en Strasnize) veneraré su presencia, cosa que haré con mucho gusto y me servirá de inmenso gozo. Por lo demás, beso devotísimo su mano bendita. Devotísimo siervo de vuestra paternidad, Francisco Conde de Magnis”.

Así dice este señor fundador nuestro de Strasnize, lo que parece fue la principal razón para que el P. Pedro emprendiera un viaje tan largo.

Pues no sé en qué nuestros padres le disgustaron, y él envió una queja al P. General, como si no satisficiesen su deseo y sus expectativas; y aunque el P. General con su habilidad intentara aplacar al Sr. Conde, parece que no se quedó satisfecho, y por ello después envió al P. Pedro a la provincia.

Entre los nuestros había diversas opiniones con respecto al citado señor, y las que llegaron a Roma no lo alababan. Pero el P. Pedro tenía que tratar diversos asuntos con él, y parece que se formó un juicio diferente, que envió al P. General, mucho más favorable al Sr. Conde según él mismo contó, pues de su afecto hacia él, como se ve en la carta citada, él mismo pudo testificar tan pronto como de Nikolsburg se dirigió a Strasnize, cuyo viaje parece que Dios hizo próspero y lo honró con un milagro. Pues en Strasnize reinaba una terrible sequía, de modo que durante un semestre y más casi no había caído una gota de agua. Se temía una gran carestía de bienes. Bajo la amenaza de esta desgracia, el conde escribió (como vimos) al Padre Pedro, cuya fama de santidad era ya conocida, y le invitó a su residencia, y él en cuanto pudo se puso en camino y bendijo las tierras afligidas por la sequía, de modo que cayó una lluvia abundante, que regó los campos y los prados para consuelo de la gente. Así lo cuenta la historia de Lipnik, y el P. Juan Carlos Tomo I, n. 295.

Se puede pensar que el conde después de esta lluvia inesperada estaría agradecido. Más tarde el P. Pedro describió esta región en la manera que podemos leer:

“Esta región es extensa, y los nuestros que han vuelto a Roma la describirán. Yo encuentro esta región alegre, despejada, amena, salubre. El pan es óptimo; el vino, sano; la leche, el pescado, el agua, la fruta, la verdura, y todas las legumbres gustosos. Y como la gente no tiene nada de despreciable, vivo aquí muy a gusto. Bendito sea Dios”.

Él mismo escribió el 20 de julio esta carta:

“Pasamos en Lipnik cuatro días enteros, y encontramos la casa muy apta para educar novicios; muy saludable por la salubridad del aire, por los diversos lugares y la amplitud del huerto, y por el libre uso de las fincas del príncipe contiguos a la nuestra. Oí a los novicios de uno en uno, y los encontré a todos (así me lo pareció entonces) contentos, tranquilos, modestos, humildes, dedicados a la oración y deseosos de alcanzar el culmen de la perfección religiosa. Por lo que, no encontrando nada que enmendar en cuanto al funcionamiento de la casa y la disciplina doméstica, nos permitimos ir a Olomuc, la capital de Moravia, con el P. Alejandro el autor, y allí fuimos a visitar a un canónigo benemérito de nuestra religión, y juntos dimos gracias al Ilmo. sufragáneo, que próximamente, con el lapso de los días, ordenará a tres de los nuestros en ese tiempo a las 4 órdenes menores, y al subdiaconado. Aquí fuimos a casa del Barón Bacciolino de Pistoia, en cuya casa pernoctamos y fuimos bien tratados. Pasando por Sokolnize saludamos a la Sra. Condesa viuda de Strasnize, y allí la señora quiso que yo celebrara la solemnidad del Santísimo Sacramento, y llevar el Santísimo en procesión pública. De allí fuimos a la ciudad en la que el príncipe Gundákero nos construye un colegio desde los cimientos, y ciertamente cuando esté acabado no habrá nada más que pueda desearse para una casa religiosa.
Hoy por la mañana salió de aquí el P. Carlos de Sta. Cecilia llamado por vuestra paternidad a Roma, al cual se une como compañero el H. Antonio Calaber, pues lo pidió con insistencia, los demás quedamos con buena salud en esta casa hasta que Dios quiera. Residimos en Nikolsburg, de modo que en la octava del Santísimo Corpus Christi asistiremos a la acostumbrada procesión, y al mismo tiempo celebraremos la solemnidad de S. Juan Bautista, que es el patrón de nuestra iglesia. Dios sea propicio con vuestra paternidad.
Benedícite. En Nikolsburg, 20 de julio. Hijo y siervo en Cristo de vuestra paternidad, Pedro Pobre, ppa.”

El 16 del mismo mes de junio tuvo lugar la solemnidad de la octava de Corpus Christi, que describió con las palabras siguientes:

“Hoy se ha celebrado en nuestra iglesia la fiesta del Santísimo Sacramento, y se ha tenido una procesión tan solemne, con tal magnificencia, pompa y aparato, que posiblemente vuestras procesiones romanas le tendrían envidia. El Rvmo. Prepósito iba vestido de capia pluvial con los canónigos; asistieron los capuchinos, el magistrado de la ciudad, y prácticamente toda la ciudad devota acompañaba en la procesión. El aire estaba lleno de sinfonías entonadas por las voces y los instrumentos, y el sonido de las trompas resonaba. Algunos niños de la gente importante de la ciudad iban vestidos de ángeles, e iban delante del Santísimo, rezando y esparciendo flores por el camino. Nos detuvimos en cuatro lugares, en los que habían preparado altares adornadísimos, e incensando del modo acostumbrado, y modulados con tonalidad sacra, cantamos solemnemente el principio de los cuatro evangelios tres canónigos y yo ayudando como diácono, y después en cada uno de ellos un sacerdote recitó una oración.
El camino estaba abundantemente cubierto con flores y ramas, y las paredes estaban vestidas de verdes ramas de árboles a la manera de tapices. Se diría que todo estaba adornado con arte y dispuesto con elegancia, de modo que las mismas piedras se alegraban y exultaban. Confieso que me inundó un gran placer (usando las palabras del Apóstol), y me llené de consuelo, y sentí una gran alegría porque la misma ciudad, en la que hace no muchos años este venerable y augustísimo Sacramento fue sometido a las blasfemias de los impíos, ahora era alabado con el acuerdo de todos con tanta devoción y alegría, y regalado con suma religión. A tanta alegría añadió no poco placer, casi como una corona, el hecho de en las vísperas tres de los nuestros emitieron su profesión solemne.”

Para terminar, describió al P. General la llegada del Emperador Fernando III a Nikolsburg el 5 de julio, con las palabras que siguen:

La Paz de Cristo. El primero de julio hacia las 22 horas<ref group='Notas'>O sea, unas dos horas antes de ponerse el sol. N.del T.</ref> entró en Nikolsburg el siempre augusto Fernando III con su Seren. hermano Leopoldo Guillermo, obispo dimisionario de nuestra diócesis de Olomuc, como ya anuncié a vuestra paternidad. Había innumerables carros, caballeros y gente a pie que le seguían, con los cuales la ciudad quedó atascada, hasta tal punto que apenas se podía caminar; aparte de frecuentes heridas menores, calculo que más de 50 hombres fueron empujados de las murallas. Entonces el emperador prosiguió en derechura hacia Sta. María de Loreto, en el interior de la cual se encontraba el Rvmo. Prepósito vestido con sus canónigos. Junto a la puerta de la casa, que fue construida según el modelo de Loreto en Italia, ya que hace tiempo el eminentísimo fallecido hizo construir una capilla a la Santa Virgen semejante a la Santa Casa, a la izquierda estaban los capuchinos, y nosotros a la derecha, para reverenciar todos a su Majestad. En aquella ocasión se supone que le hablarían de nosotros. Al entrar a la capilla se puso de rodillas, y después de él su hermano, orando. Entonces los músicos cantaron de manera sublime las letanías lauretanas, con voz y con instrumentos; mientras tanto él estaba todo el rato de rodillas con su hermano, orando. Una vez terminadas las ceremonias sagradas, ambos se retiraron al castillo en carroza. Al día siguiente, a las 9 hora germana, que es la tercia antes de mediodía, los dos volvieron a la capilla.
Allí se celebró solemnemente la misa, a la que asisten todo el tiempo de rodillas (según me enteré); se cantan en misa las letanías, y continúan. Entonces, después de la misa, se dirigen a nuestra iglesia y allí llego a ver mejor al Emperador, y todo sucede según mis deseos, pues apenas puso el pie en la capilla, en cuanto llegó el César al lugar en el que yo permanecía, poniéndose de rodillas, volvió la vista hacia mí durante un rato, y ni siquiera al levantarse los apartó, parecía que lo hizo a posta para que yo pudiera verle mejor. De allí bajó a la iglesia contigua de los capuchinos, y yo seguí. Allí llegando el guardián de los capuchinos le presenta en un hermoso paño flores del jardín para venerar a su Majestad, quien tomándolas las pasó a alguien cerca de él. Por fin después de salir de la iglesia, con los caballeros en parada, volvió con su hermano al palacio al instante para comer, y durante el tiempo que quedó de luz lo dedicaron a la caza y a la pesca. Al ejemplo de su padre (según dicen) ambos hermanos se deleitaron estupendamente con estos ejercicios, especialmente con la caza. Volvieron al atardecer, ya algo tarde. Nosotros acabábamos de retirarnos a nuestras habitaciones cuando al principio de la noche oímos llamar fuertemente a nuestra puerta una vez. Acudió el portero, preguntó quién era, y le respondieron que el limosnero del Emperador, que llame al superior de la casa, para entregarle 25 áureos, como los llaman los húngaros, por deseo del Emperador. Vienen a mí, me levanto del catre, me pongo la sotana, escribo un recibo, lo entrego y con el P. Ambrosio voy a ver al limosnero, recibo el dinero, le doy gracias, y volvemos. A la mañana siguiente después de la oración pido que todos digan unas ciertas oraciones por el Emperador, dándoles a conocer lo que él generosamente nos entregó. Cuando el P. Onofre se enteró de ello, aconsejó que fuera a ver al Emperador para darle gracias por el dinero recibido. El P. Ambrosio no estaba de acuerdo, y yo me encontraba dividido, más inclinado a la opinión del P. Ambrosio, porque sabía que yo era indigno de presentarme ante el Emperador. Además quizás esto ocasionaría retraso y molestias a su Majestad a punto de salir. Sin embargo el P. Onofre insiste, y a escondidas nuestras envía al anciano P. José para solicitar audiencia con el Príncipe. Aquel aprueba el consejo, lo alaba, le anima, y se obliga a ir con él a ver al Camarero mayor, para ser admitidos. Poco después me ordenó ir ante la capilla lauretana, mientras termina la misa, pues el Emperador asistía a ella. Me dirijo allí inmediatamente con el P. Onofre, encuentro la misa empezada, y cuando termina, después de recitar las letanías, los cortesanos salen, les sigue el Emperador, yo me hago visible; él se detiene y cuando quiero ponerme de rodillas para venerar a su Majestad, él, un tanto inclinado, me tiende su mano, y sonríe un poco. ¿Qué haré? Porque nunca habría sospechado tal benignidad en un príncipe tan alto. Me pongo colorado, me oprime el estupor, apenas puedo hablar, me pongo a temblar y, cuando recobro el ánimo, le doy gracias por la limosna. Le encomiendo vehementemente nuestra Orden, y le digo que rezaremos perpetuamente por su Majestad. Y esto es lo único que dijo el César: ‘Oren por mí’. Al instante subió a la carroza y se dirigió a Brno.”

Hasta aquí el P. Pedro Asistente, y después de estas cosas que sirven como preámbulo, comentaremos lo demás que hizo en Moravia.

Ephemerides Calasactianae XX (1951, 15-16)

Como más arriba omitimos insertar la obediencia de dicho padre cuando fue enviado a Moravia, la copiamos ahora, la cual en pocas líneas suena de este modo:

“José de la Madre de Dios, etc.
Puesto que conocemos de muchas y muchas veces tu fidelidad y tu santísimo celo para con la reforma y religiosa perfección de nuestro instituto de las Escuelas Pías, te elegimos en el Señor para supervisar el gobierno de nuestras casas, tanto erigidas como por erigir después de las presentes en Germania, la cual provincia deseamos encomendarte a ti con peculiar afecto, y decretamos que en ella no se haga nada por parte de todos nuestros superiores sin tu consejo y aprobación. En Roma, en la casa de las Escuelas Pías de S. Pantaleo, el 10 de abril de 1638.

Con la misma fecha se escribió la obediencia para el cargo de provincial para el P. Onofre del Smo. Sacramento, en la forma usual, con el añadido de que no se atreviera a hacer nada en la provincia sin el acuerdo y aprobación del P. Pedro Asistente General.

Mientras ocurrían estas cosas y otras en la ciudad y en el mundo, el 27 de marzo tuvo lugar en Calabria un terrible terremoto, que, entre otros lugares, sacudió terriblemente la ciudad de Cosenza. También nuestra casa fue destruida allí. Nuestros padres se fueron, buscando abrigo. Y dejaron sólo al P. José de Sta. María con un clérigo, quienes viendo que la ruina de la ciudad era irreparable, tomaron el ajuar de la casa y de la iglesia y lo llevaron a Bisignano, y luego fueron a Nápoles, donde se quedaron mientras reconstruían la ciudad, aunque les urgieron mucho para que volvieran a vivir en ella.

El padre Gaspar de la Anunciación puso por escrito una relación de tantos infortunios con todas las circunstancias en el lugar de la comunidad, y lo dio a conocer a Virrey de Nápoles, al príncipe de Sta. Ágata, al Marqués de Tapia y a todos los próceres, y los movió a compasión.

Parecía que en lugar de la casa destruida de Cosenza se podría aceptar un lugar en Moncalieri, que la comunidad ofrecía para llevar a cabo un legado pío de D. Marco Antonio Mussi; también en Teramo, y en Piscina. Pero el P. General tenía tantos y tantos problemas domésticos, y no sabía de qué modo iban a arreglarse. No sabiéndolo por entonces, no pudo condescender a los beneficios de gente tan amistosa, sino que pensando sólo en el bien de la Orden, le fue necesario simplemente dar las gracias, especialmente porque ya sabía que se habían arreglado amistosamente nuestras dificultades con la fundación de Chieti, que habían surgido con los PP. Teatinos y con familiares del fundador piadosamente difunto, para a ir a la cual nuestro P. General apaciguó a las partes litigantes con alguna pérdida de lo que se había legado a nuestra Orden.

Más tarde, a causa de que la Ilma. viuda no quiso dejar todo su palacio para vivienda de ellos, cuando llegaban los alumnos (como quería el legado), sus voces, sus continuas corridas arriba y abajo, la incomodaban. Por lo que nuestros padres deseaban que, ya que al menos debían construir una iglesia fuera del palacio, si el P. General quería, construirían también un edificio para las escuelas con los bienes de la fundación.

Además de Chieti, se tomó también en consideración un lugar en el estado de Módena, llamado Guia, donde el Ilmo. Marqués de Montecucoli quería erigir un noviciado. ¿Qué se haría con aquel lugar, que el P. Francisco de la Purificación, visitador de Liguria, fue a ver desde Fanano? Habrá ocasión de verlo más en detalle en su momento.

Con fecha 15 de junio escribió al P. General diciendo que ya había celebrado misa en el oratorio del nuevo lugar citado, y que el dormitorio estaba también acabado; sólo faltaban las personas para comenzar la comunidad y el trabajo de las escuelas. Precisamente estas personas fueron prometidas en carta del P. General el 3 de julio, diciendo que iba a enviarlas en breve.

Avanzado el mes de julio, concretamente el día 23, falleció en su patria Luca el famosísimo P. Esteban de la Reina de los Ángeles, oriundo de la noble familia de los Busdraghi. A este hombre, la misma cuyo nombre de Reina de los Ángeles prefería, se le apareció durante su agonía, y le anunció la hora de su muerte, entre otras cosas; lo cual no debe admirarnos, puesto que él en vida siempre la veneró, y para adquirir con amor la perfección religiosa hizo cosas admirables, sometiendo el cuerpo con ayunos, vigilias y frecuentes disciplinas, y rogando con asiduas meditaciones y oraciones. Promoviendo la observancia regular, gastándose por la salvación de los demás, soportando pacientemente el desprecio de los hermanos a causa de falsas acusaciones. Lo recuerda el P. Rodolfo entre los varones venerables, con el nº 8.

Ephemerides Calasactianae XX (1951, 34-38)

Pronto fue seguido por el P. Marcelo de S. Luis y el P. Eustaquio del Espíritu Santo, ambos eximios. El P. General profetizó la muerte próxima de uno y otro, y les exhortó a ambos a que se prepararan para ella. Su fallecimiento probó que la profecía era cierta. El P. Carlos en el tomo I n. 190 dice que la muerte de uno fue seguida a las tres horas por la muerte del otro. Si queremos, nos da testimonio el mismo P. General, que escribe con fecha 28 de agosto al P. Esteban de los Ángeles, diciendo que el padre Eustaquio siguió a los pocos días al P. Marcelo.

A ocupar el lugar de estos tres y de otros tres difuntos, llegaron a los diversos lugares 39 neoprofesos. Entre los demás, fue muy elogiado Casimiro de la Concepción, polaco de Poznan, quien del internado de nuestros lauretanos (es decir, de los alumnos del seminario de Nikolsburg), seducido por el amor a la Orden, el día 6 de diciembre cambió el hábito secular por el nuestro religioso en Lipnik y recibió la tonsura como clérigo de las Escuelas Pías. Más tarde dio ejemplos ilustres de obediencia y de ánimo abnegado, tal como lo cuentan lo de Lipnik.

Primero, ya antes de tomar el hábito religioso, solía ir al centro de la ciudad con una larga cruz, y quedándose allí, catequizaba a los niños que acudían a él (lo cual era considerado como una especie de locura): no le repugnaba, sino que de buena gana completaba por primera vez el tipo de mortificación del desprecio.

Después de recibir el hábito, se puso a vender cebollas en el mismo lugar, pidiendo un áureo por una. Y no se movió del lugar, aunque sólo provocaba la risa, hasta que lo llamaron para que volviera a casa.

Había costumbre de vez en cuando de hacer disciplina. De acuerdo con la intención del maestro, esto consistía en retorcer cuerdas en forma de látigo, pero él, interpretando mejor la cosa, fue a su celda y se flageló con la disciplina hasta sangrar; sorprendido así en la celda, fue invitado a unirse a los ejercicios comunes.

También hizo un milagro famoso, pero hablaremos de ello después de su muerte. Y ahora pasemos a los hechos del año siguiente.

Notas