BerroAnotaciones/Tomo1/Libro1/Cap22
- CAPÍTULO 22 De dos apariciones hechas a nuestro D. José Por el Seráfico Padre San Francisco
El fervor y ardiente honor del Sumo bien que ardía en el corazón de nuestro D. José Calasanz no le dejaba sosegarse, sino siempre pensaba y buscaba iniciativas para inflamarse más en el santo amor, y servir mejor a Nuestro Divino Señor. Con tal finalidad, hizo diversas peregrinaciones, visitando con mucha piedad todos los lugares de Italia de alguna devoción particular.
Por eso, fue muchas veces a la Santa Casa de Loreto, visitó Monte Casino, el Monte de la Avernia, el Monte Gargano, y otros santuarios. Hacía estos viajes no por curiosidad, o por saber hablar de ellos, sino por puro amor y deseo de virtud, y para conocerse cada vez mejor a sí mismo, y crecer en el desprecio de las cosas terrenas, con ocasión de las cosas acaecidas en tan santos lugares, procurando (como él nos solía decir a nosotros en semejantes visitas) que los lugares santos entraran en él, y no entrara él sólo materialmente en ellos. Así que después volvía a Roma muy iluminado y enriquecido de méritos y gracias celestiales.
Sé que muchas veces fue a visitar la Virgen de los Ángeles, en Asís, para el perdón del 2 de agosto. Y, aunque no se sabe el año en que recibió grandes favores y gracias, se sabe, sin embargo, con certeza que le sucedió antes de cambiar la sotana de Cura secular.
Estando, pues, en ferviente oración y santa contemplación en dicha iglesia el día de dicha solemnidad, --considerando (se cree) las grandezas de la Reina de los Ángeles, y los favores hechos por aquel Seráfico Padre San Francisco, y admirado de tanta piedad a tan gran Señora y Madre de Dios, y de la humildad profunda de su siervo, por la cual se hizo acreedor de tanta gracia, y deseando mucho imitarlo para recibir también él el perdón de su pecados, por medio de dicha indulgencia-- estando, digo, en tan santo pensamiento, nuestro Calasanz se vio de repente ante el Padre San Francisco, que con una seráfica caridad y celeste sabiduría, le mostró la gran dificultad que hay para adquirir las indulgencias plenarias; le enseñó el modo de adquirirlas; e infundió en el tal luz en el entendimiento, que nuestro D. José conoció y comprendió perfectamente el hecho; le quedó tan grabado, que no sabía explicarlo bien con la lengua.
Por esta gracia, confundiéndose y humillándose cada vez más en el conocimiento propio, nuestro devoto Sacerdote Calasanz procuró hacerse digno de tal adquisición de indulgencia, y por eso mismo persistía cada día más en su ferviente oración.
Aquel Señor que en sus gracias es generosísimo, y que es querido únicamente por los humildes, añadiendo gracias a gracias, y favores a favores, volvió a enviarle -no sé si fue el mismo día y año de la primera visión, o en otra ocasión- al abanderado de la humildad, a Francisco el Seráfico, acompañado de tres celestiales Virgencitas, adornadas de toda majestad sobrenatural, para asegurar de su favor a nuestro Calasanz. Estupefacto y temeroso con aquella visión, el Seráfico Padre se le acercó suavemente, le explicó el misterio y le dijo que aquellas Vírgenes eran el símbolo, una, de la santa Pobreza, la segunda, de la angélica Castidad, y la tercera, de la perfecta Obediencia. Y que habían venido a desposarse con él, como ha querido esposo de las tres. Así, en efecto, las desposó su celestial, seráfico Párroco, y querido Padre.
Piense aquí, quien pueda, cuál sería la alegría, el espíritu y el fervor que pudo sobreabundar en el corazón de nuestro D. José en esta función y celestial matrimonio;
cuáles fueron los castos y económicos (sic) saludos que estas celestiales esposas hicieron y dijeron a su amado; cuán graciosos y preciosos fueron los anillos con que se unieron y desposaron con este más que hombre, más aún, angélico Sacerdote nuestro. Yo para mí, no sé qué decir; más bien deseo verlo, pero, sabiendo que no merezco esta gracia, me confundo ¡Oh feliz desposorio, oh alma purísima, oh mente humildísima que bien mereciste tal gracia!
De estas dos apariciones da fe auténtica Monseñor Ilmo. Fray Buenaventura Claverio, Conventual, Obispo de Potenza, en el Reino de Nápoles, como cosa que le comunicó Nuestro Venerable Padre Fundador José en un momento de confianza.