BerroAnotaciones/Tomo2/Libro3/Cap11

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CAPÍTULO 11 De un hurto cometido En la Sacristía de San Pantaleón [1645]

No hay duda ninguna de que el infierno entero se había desencadenado, para colaborar en la arquitectura montada por hombres esclavos o paisanos suyos; porque infierno y el mundo, juntos, tendían -aunque con distintas finalidades- a la destrucción de la Orden de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, por ser una que arrebata de sus fauces a mucha juventud.

Así pues, como existe en ella la costumbre de dar limosna,

en sitio aparte, de las otras limosnas que proceden de la celebración de las Misas, había en la Sacristía de San Pantaleón un cajita con dichas limosnas -con varias llaves, en un cajón-; y un libro, en el que se escribían las Misas que se habían celebrado, y en otra parte las Misas que se celebraban día por día.

Era sacristán de San Pantaleón uno de la facción del P. Esteban [Cherubini]; por eso, lo guardaba todo a su gusto y beneplácito. En aquella cajita había una suma bastante notable de limosnas de Misas, procedente de las Misas que se debían celebrar, reunida y guardada allí, fácilmente, con intención de la parte contraria a la Orden, es decir, para llamarles también ladrones enmascarados, cosa que nunca había sucedido, como se puede ver muy bien por los acontecimientos que siguieron.

Convenido así todo, -según el parecer de muchos- una mañana, al ir el sacristán a abrir la puerta de la sacristía y de la Iglesia, se encontró abierta la sacristía y el armario, y forzada la caja; esto, porque las llaves no estaban todas en una mano. Y cogiendo del cajón un cáliz de plata y todo el dinero de la caja, el sacristán le dio parte de ello al P. Esteban, el cual, para autentificar el hecho y hacer después manifiesto el delito de hurto cometido en San Pantaleón de las Escuelas Pías de Roma, lo denunció enseguida a uno de los jueces del Emmo. Cardenal Vicario, quien envió al instante a su fiscal, al notario y al Oficial, para hacer la requisitoria del delito.

Vinieron, hicieron todas las gestiones, examinando a muchos, pero no se encontró nada. A pesar de todo, se hizo el proceso de hurto contra las Escuelas Pías, para llegar a su finalidad, la de echar sobre la Orden esta mancha de latrocinio.

Hubo después conjeturas casi palpables de que había sido un [Operario] laico, que se había hecho Sacerdote gracias al Revmo. P. Visitador y al P. Esteban; se llamaba Antonio de San José, por sobrenombre “el de la harina”, natural de Fanano, o de cerca, que tomó el hábito para Operario laico; en el siglo había sido ayudante de cantero, que no sabía leer, ni siquiera en lengua vulgar; pero que había dicho o hecho no sé qué a favor del P. Esteban, con complacencia del P. Visitador, jesuita; muy ignorante y de malas costumbres, a quien lo habían hecho Sacerdote, contra las órdenes de los Sumos Pontífices. En aquel momento hacía de sacristán, o al menos aquella mañana había conseguido las llaves de la sacristía. Es seguro que todo era conocido por los Superiores. Pero, como éstos no querían más que la ruina de la Orden, no se habló más del castigo del delincuente.

Lector, no me creas tan contrario a los que entonces eran Superiores de nuestra pobre Orden; porque, si bien es cierto que de sus manos no acepté ningún cargo de autoridad, y el que me impusieron a la fuerza, hice lo posible por echarlo de encima, como se puede ver por las cartas del Revmo. P. [Alejandro] Gottifredo, que murió siendo General de la Compañía [de Jesús] Con todo esto, y con lo que encontrarás leyendo el tercer tomo de las Annotazioni de las Escuelas Pías, dirás a boca llena, que yo no soy mentiroso ni calumniador; sobre todo en el capítulo de la muerte del P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles.

No creo que por estar disgustado, esté fuera de propósito poner aquí un caso de los ordenados, por favor del P. Pietrasanta, jesuita, y Visitador nuestro, y del P. Esteban, nuestro Superior a la fuerza.

Estando en Nápoles llegó una orden de dichos Superiores al P. Juan Lucas [di Rosa] de La Virgen María, Provincial de Nápoles, para que, en compañía del P. Domingo [Tignino] de la Madre de Dios, napolitano, -si bien recuerdo- y de la mía, se escucharan las razones que aducía a su favor el H. Teodoro [Martorelli] de Santa Cecilia, de la tierra de Nursia, o quizá de Arquate, para ser ordenado Sacerdote; y después de escucharlo, diéramos nuestro definitivo parecer, a favor o en contra.

Tuvimos varias reuniones entre los tres; se escuchó a la parte; se pusieron por escrito sus razones; se le hizo un estudio particular, y reflexiones sobre qué intentaba especialmente al vestir el hábito para clérigo, y después profesar como laico. Se vio que la razón contraria a esto era que, al no tener nada de barba, creían que no tenía más de 18 años. Y, examinado, se encontró que apenas tenía un blanqueo en los principios de Gramática. Después, durante el noviciado, se vio que tenía más de 25 años; que, por consiguiente, no tenía ni capacidad ni letras para las Órdenes sagradas, según los decretos de los Sumos Pontífices. Fue puesto en libertad y despedido del noviciado, por las razones de ´no ser apto para ser inscrito, y porque ´él había declarado en escritura pública que era laico´, y, como tal, había sido admitido a la profesión.

Nosotros tres, pues, de común acuerdo, decretamos que “nullum jus habebat ad clericatum, et ideo non esse ad ordines promovendum”. A pesar de esto, el Revmo. P. Pietrasanta, jesuita, y el P. Esteban, hicieron que se ordenara, porque demostró no sé qué afinidad con sus superioridades –que ahora no recuerdo exactamente. Fíjate, lector, lo que hacían.

Notas