BerroAnotaciones/Tomo3/Libro1/Cap32
- CAPÍTULO 32 Ofensas hechas a los Nuestros En las Escuelas Pías de Turi [1646]
Nuestra casa de las Escuelas Pías de Turi, en la diócesis de Conversano, en Puglia, provincia del Reino de Nápoles, fue fundada en 1645, en ejecución de un testamento hecho por un cierto Santi Cavalli, de Turi, Notario en Roma, el cual dejó bienes inmuebles para la construcción y para que vivieran nuestros Padres. Se tomó posesión y se fue a vivir allí, siendo Obispo de Conversano el Ilmo. y Revmo. Monseñor Bonzi, florentino, quien recibió a los nuestros con mucho afecto.
Cuando se leyó y publicó en Roma el Breve de reducción del Papa Inocencio X, este Prelado tuvo tanto atrevimiento sobre nuestros Padres, o, quizá, fue sobre un cierto Padre nuestro, el P. José [Sciarillo] de Santa María, llamado ordinariamente “el médico”, porque habiendo sido hasta ahora médico, con las debidas licencias se hizo Religioso nuestro, y fue dispensado en la profesión, también para la Misa, con Breve Apostólico. Este Padre, que era del todo secuaz del P. Esteban [Cherubini] de los Ángeles, y contrario a N. V. P. Fundador, fue a dicho lugar para fundar, apenas tomó el hábito y profesó. Después de algunos meses fue también el P. Juan Antonio [Rindolfi] de la Natividad de la Santísima Virgen, boloñés, con un cierto Antonio [Lolli] de San José, de Fanano, el cual, siendo Operario laico, se hizo también sacerdote, gracias al P. Esteban, como secuaz suyo.
De esta manera, siendo éstos íntimos, del bando y camarilla del P. Esteban, y directamente contrarios a N. V. P. Fundador, encontrándose en esta casa de Turi al principio, donde había muchas cosas, se proveyeron a su placer de lo que quisieron; y después, quizá temiendo alguna dificultad, se fueron, dejando todo en dominio de la casa en mano de Monseñor Obispo; y también los otros pocos de los otros Religiosos nuestros que estaban allí, entre los que estaba el H. Marco Antonio [Corcioni] de la Cruz, laico Profeso, de Lauro, en Terra di Lavoro.
Una vez que estos tres sacerdotes, partidarios de Esteban, se fueron de Turi, Monseñor tomó posesión sólo de nuestros Padres Religiosos de dicha casa, y de los bienes de aquélla, a los que tenía como sus servidores (no digo más), y los empleaba en cualquier cosa, aunque fuera vil. Se llevó a uno de nuestros profesos laicos para su cocina, y allí lo tuvo mucho tiempo; a otro lo quería como vigilante en el campo, es decir, de los bienes patrimoniales de su iglesia; de tal manera que nuestros pobres Religiosos restantes, que debían llevar las Escuelas Pías en Turi, tenían que dar las clases y prepararse la comida, porque no había otros que se la preparara.
Se llevaba cualquier clase de cosas con toda libertad, viviendo de aquella casa tanto él como su familia, con más hartura que si fuera propia.
Se servía de todos los animales del campo como propios, haciendo que lo bueyes araran sus campos; los caballos y mulas cargaran todo lo que necesitaba, como trigo, cebada, vino, leña, prestándoselo incluso a otros. En resumen, se hizo dueño absoluto de todo; de tal forma, que toda la gente de la tierra, viendo esto, y a nuestros pobres Religiosos tan maltratados, empezaron a pensar que nuestros Padres iban a abandonar. Y para que no quedara frustrada la piadosa intención de su conciudadano bienhechor, Santi Cavalli, si se abandonaban las escuelas, ellos mismos pusieron manos a la obra, colocando allí encargados que se cuidaran de ellas, proveyendo, a pesar de todo, a nuestros Padres de lo necesario con caridad, retirando a Monseñor Obispo el manejo absoluto que se había tomado por sí mismo.
Nos escribieron todo eso a nosotros a Roma, tanto nuestros Padres, como la gente. Y habiendo hablado con el Emmo. Ginetti, Vicario de Nuestro Señor el Papa, y al Ilmo. Monseñor Albizzi, Asesor, ambos escribieron cartas muy a nuestro favor, dando a entender a Monseñor, el Obispo de Conversano, que no tenía tal autoridad, ni sobre nuestros Padres, ni sobre sus bienes; y que Nuestro Señor le había hecho Superior de ellos para protegerlos y ayudarlos, y no para maltratarlos y oprimirlos.
Con esto los Padres se recuperaron, y todos vivían unidos en Turi, atendiendo a nuestro Instituto de las Escuelas Pías, con gran satisfacción de aquella tierra y de sus alrededores.
Monseñor Obispo, que había visto cómo se le iban de las manos tantas cosas, y que el consistorio de la tierra las manejaba con toda caridad, hizo sus diligencias, y peleó con el consistorio para que lo restituyera a los Padres; lo que no fue difícil, habiendo recibido de Roma cartas que le aseguraban que los Padres no estaban extinguidos, sino solamente reducidos del estado de Orden al de Congregación, y que el Papa la quería mantener.
Además, cuando se supo y se vio lo que le habían escrito a Monseñor Obispo, y que habían ido otros sacerdotes de los nuestros, entregaron de buena gana todo a nuestros Padres, y de esta forma todas las cosas volvieron a las manos de aquellos a quienes les habían sido entregadas.
Mons. Ilmo. Obispo después de las cartas que le llegaron de Roma a favor nuestro, dejó pasar no sé qué tiempo. Pero luego, él con toda su Corte, se fue a Turi a nuestra casa, so pretexto de la visita, y allí se estuvo casi un mes, todo a cuenta de nuestros pobres Padres, que lo sirvieron con todo afecto como a su Superior, y de buena gana tenían con él las mayores atenciones que les era posible.
Se fue Monseñor, y a los pocos días volvió con seis o siete personas; y también se estuvo allí unos quince días, siempre a costa de nuestros pobres Padres. Se fue Monseñor, y enseguida apareció su Revmo. Vicario General con otros dos de su comitiva, e hizo la visita de nuestra casa, y con toda tranquilidad se quedó unos ocho días, estando muy bien atendido, viviendo siempre a costa de nuestros pobres Padres.
Se iba el Sr. Vicario General, y al momento aparecía el Sr. Canciller con su servidor, con pretexto de que, como no sabía ábaco, había ido a hacer las cuentas de los ingresos y salidas, el saldo, en los libros de casa. Lo mismo él que su servidor vivían a expensas de nuestros Padres; y, lo que es peor, al marchar quería un doblón por día; así que siempre se iba con tres o cuatro doblones pos sus jornadas.
Nuestros pobres Padres tuvieron paciencia, creyendo que se arreglaría la situación. Pero pronto quedaron desilusionados, porque, no mucho después, volvió a comenzar el círculo.
Apareció Monseñor Ilmo. Obispo con su comitiva en la casa de nuestros pobres Padres, a expensas de los cuales se estuvo sus doce o quince días. Se fue Monseñor el Obispo, y volvía el Revmo. Vicario General con los suyos; y siempre a expensas de los nuestros, permaneciendo sus seis u ocho días. Salió de casa éste, y al día siguiente, o, a lo más, al otro, aparecía el Sr. Canciller con el servidor a hacer los saldos en los libros; y al partir éste, siempre quería, además de los gastos, un doblón al día, por su servicio. En cambio, cuanto más la Corte Episcopal, menos nos devolvían los inmuebles.
Este círculo de Monseñor Obispo, su Vicario General y su Canciller, era casi cada mes, o, a lo más, cada cuarenta días. Así que eran ocho o nueve veces al año; con lo que nuestros pobres Padres sufrían mucho, y las cosas se iban por este camino, sin poder ni construir y hacer otras cosas necesarias.
Nos escribieron, finalmente, a nosotros a Roma, por lo que, hablando nuevamente con el Ilmo. Monseñor Farnese, Secretario de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares; éstos enviaron tales cartas, que hicieron suspirar a Monseñor Obispo de Conversano, con orden expresa de que sólo fuera una vez al año, o mandara hacer la visita a nuestros Padres de Turi.
Diré más. Monseñor ordenó llamar nuevamente a uno de nuestros Hermanos laicos, exhortándolo a ir a servirlo en palacio como Mayordomo de casa y expedidor, prometiéndole que, pasados tres años, le ordenaría sacerdote. Y como el Hermano no quiso ir, dijo: “Como yo soy su General, quiero que venga a servirme”. Pero el Hermano se mantuvo siempre firme, y no fue. Cuando después vino a Roma dicho Prelado, me encontró a mí en nuestra iglesia, y me contó lo sucedido con el Hermano. Yo le respondía que esto era una señal de que era un buen Religioso, porque había resistido a la tentación presentada por su Señoría Ilma.; y él me añadió: “Los Ordinarios de los lugares ¿no tienen sobre ellos la autoridad que tenía el P. General? ¿No dice eso el Papa en su Breve?”. “Ilmo., así dice el Breve –respondí yo-, pero, según nuestras Constituciones, y dentro de nuestras casas regulares; y lo que podía mandar el P. General era en conformidad con los votos; y esto que desea V. S. Ilma. no es conforme a los votos que nosotros hemos hecho; esto ha querido decir el Sumo Pontífice”.
Observa esto, además lector.
Queriendo dicho Monseñor venir a Roma “ad limina”, escribió a Roma a nuestros Padres, que deseaba alojarse en nuestra casa; que le hicieran el favor de prepararle dos habitaciones, que le serían suficientes. Y como le respondieron que no tenían comodidad, él volvió a replicar que se contentaría con cualquier cosa; pero, como verdaderamente no había facilidad, se le respondió lo mismo. Cuando me habló en Roma se lamentó de esto también.
Date cuenta de en qué postura se había puesto, es decir, la de ser Superior en todo sobre las Escuelas Pías.