BerroAnotaciones/Tomo3/Libro1/Cap48

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CAPÍTULO 48 Flagelos de peste en Cagliari Y muerte de los Nuestros [1646]

Vino, pues, de Cagliari a Roma el P. Pedro Francisco [Salazar Maldonado] de la Madre de Dios, y Fundador de las Escuelas Pías en dicho Reino y ciudad, tanto por el pleito dicho arriba, como también para prestar la mayor ayuda posible con cartas de recomendación, para el bien público de nuestra pobre Orden, con ocasión de la muerte del Papa Inocencio X, y la elección del Sumo Pontífice Alejandro VII.

En este tiempo se descubrió en Cagliari y en otros lugares de Cerdeña el mal contagioso. Y, como era el momento en que nos habían asegurado los favores que el Sumo Pontífice Alejandro hacía a nuestra pobre Orden, el P. Pedro Francisco quiso ir a Roma por Nápoles, para algunas gestiones que debía hacer en aquella ciudad, e irse enseguida de allí a Cagliari. Al poco de llegar a Nápoles, cuando estaba haciendo sus asuntos, y había comprado muchas cosas, y las había embarcado en un bajel para transportarlas a Cagliari, aprovechando la ocasión de unos soldados españoles que habían venido de Cerdeña a Nápoles, se produjo también allí la enfermedad contagiosa. Ante el temor de ella, tan pronto como le fue posible, el P. Pedro Francisco embarcó con el bajel de sus cosas, junto con dos compañeros, es decir, el clérigo Domingo [Vincenzo] de San Francisco, de Cagliari, y el H. José de S. …, un novicio traído de Roma, me parece que milanés, o borgoñés, porque era cocinero.

Navegaron en el Patache muy suavemente en cuanto al tiempo; pero pronto se vio que el bajel estaba infecto, porque, al segundo o tercer día de viaje murió de peste un muchacho de Ragusa y un marino.

Nuestro P. Pedro Francisco dormía con el clérigo Domingo de San Francisco en un mismo colchón. Nunca demostró tener el mal, aunque la fiebre era altísima, y la soportó los primeros cuatro días sin hablar de ella. Pero al cuarto día, no subió sobre la cubierta del Patache. Al quinto se confesó con un religioso franciscano; y después le descubrió el mal al compañero. Ordenó que le extrajeran sangre del pie, pues con vómitos, y con el bubón que decía tener, manifestaba tener la peste. Y, finalmente, al sexto día de su mal, entregó su alma a Dios Nuestro Señor, casi en brazos de su compañero Domingo de San Francisco, en la isla de Cauli, a media legua de Cerdeña, y a veinticinco de Cagliari. Fue arrojado al mar por el mismo compañero, el cual, gracias a Dios no sufrió mal alguno (y ahora, vivo, es incluso sacerdote nuestro) a pesar de haber dormido con él durante cinco noches, y cuando estaba muriendo le movía la cabeza y le daba otras ayudas.

El bajel llegó a Cagliari; desembarcaron nuestros dos Religiosos sin su guía y Superior, y fueron acogidos en casa con mucho afecto; pero con no menor dolor, al oír la pérdida de nuestro P. Pedro Francisco [Salazar Maldonado] de la Madre de Dios, su amadísimo Padre Superior.

El segundo día después de su llegada a Cagliari, y ya en nuestra casa, en la que, fácilmente, entró apestado, recibió los Santos Sacramentos y pasó a la otra vida, de peste, nuestro jovencito José de San…el novicio, tercer compañero de aquel Padre, que él había traído de Roma, como arriba he dicho.

Sucedió después que nuestra casa de Cagliari se infectó toda, bien por la poca experiencia de los que estaban allí, o por el poco cuidado con que se trataba; pero, de tal forma que, en pocos días, murieron apestados otros nueve de nuestros Religiosos, siempre con los Santos Sacramentos. Como eran novicios, no tengo nota aquí, ni se recuerda de qué país o de qué casa eran. Por eso los pongo sólo con el nombre, sin el apellido.

Fueron:

Pablo de la Madre de Dios e Ignacio de Santa Águeda, de Cagliari.

José de S. N.; Antíoco de S. N., novicios clérigos de Cagliari.

Juan Tomás de S. N., clérigo novicio de Lucca.

Agustín de S. N.; Ambrosio de S. N., y Buenaventura de S. N., novicios operarios de Cagliari.

Francisco de S. N., novicio operario milanés.

Así pues, considera cómo debía estar aquella pobre casa en medio de tantos sufrimientos, y sin cabeza Superior, y cuánto debía también afligirlos el saber los favores concedidos a nuestra pobre Congregación, y no poder comunicarlos, al no haber allí legítimo Superior.

P. D. Sin embargo, su Divina Majestad los mantuvo siempre unidos en la vocación; y no mucho después, desde Roma, los Superiores les dieron las convenientes ayudas.

Notas