Religiosos

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Presentación

Los escolapios son, en realidad, la Escuela Pía. A ellos está dedicado este volumen. Pero aquí no están todos. Faltan muchos, la mayoría. Y a esa mayoría anónima, que no figura en las páginas escritas de la historia, se refirió «con particular reconocimiento y amor» Pío XII en una célebre alocución conmemorativa, en que dijo: «En este momento pensamos en las eminentes figuras de dignatarios eclesiásticos, de teólogos, de literatos y científicos, que han ilustrado vuestra Orden; pero nuestro recuerdo va dirigido con particular reconocimiento y amor al escolapio desconocido (scolopio ignoto), a todos aquellos miembros de vuestro Instituto que con su modesto trabajo, muchas veces tan poco apreciado por el mundo, han formado a miles y miles de niños en el saber y en toda virtud religiosa y civil» (22-11-1948). Para Dios cuentan mucho más, sin duda, estos últimos; para los hombres, sin embargo, y para su historia, cuentan más los primeros, «las eminentes figuras». Y los hombres escribimos para los hombres y para su historia.

A través de sus casi cuatro siglos de historia los escolapios han sido fieles al carisma de su Fundador, entregándose de lleno a la educación e instrucción de los niños, considerando todos los demás ministerios y ocupaciones como accidentales. Los Superiores Mayores de la Orden han vigilado celosamente, incluso con exceso, para evitar desviaciones que pudieran relegar a segundo término las tareas vocacionales educativas de la colectividad y de los individuos. Por ello, gran parte de los hombres eminentes en ciencias, artes y letras, han sido excepcionales, no sólo por poseer cualidades especiales y genialidad para llevar a cabo las obras que les han hecho más o menos famosos, sino incluso porque han sabido encontrar tiempo y manera de producirlas, sin dejar sus obligaciones cotidianas de maestros y educadores. Ni siquiera estas figuras eminentes han gozado del «tiempo libre» deseable para entregarse más de lleno a sus personales aficiones.

Igualmente hay que notar que la Escuela Pía, fiel también en esto a su Fundador, se ha debatido siempre entre dificultades económicas, por su aprecio carismático a la «pobreza evangélica». ¡Cuántas obras manuscritas han quedado por siglos en nuestros archivos por no tener fondos para editarlas! y ¡cuántas de ellas habrán desaparecido del todo! Por ello, gran parte de toda la producción literaria o científica que ha llegado a la imprenta, se debe a la generosidad de admiradores y amigos. No obstante, a pesar de estas restricciones, es mucho lo que se ha editado, como se puede comprobar en las páginas de este volumen. Esa misma pobreza real ha influido también poderosamente para despreocuparse de procesos de beatificación y canonización de escolapios dignos de los altares. Sólo a duras penas lograron llevar a feliz término el del propio Fundador, tras un siglo largo después de su muerte, orillando por completo otras causas que merecían promoverse por tratarse de figuras señeras, contemporáneas del Fundador y que han quedado sólo con el título, ya tradicional y no oficial, de «venerables de la Orden», excepto uno, cuyo proceso introdujo el Santo Fundador y tras largos siglos de descuido fue reconocido canónicamente Venerable en tiempos de Pío XI. Este mismo papa canonizó también al segundo y último de los Santos escolapios: Pompilio María Pirrotti (1710-1766).

En este desfile de eminentes escolapios, además de esos varones venerables por su santidad de vida, no faltan otros admirables por su heroica muerte, entre los cuales hay que recordar a más de 200 sacrificados «in odium fidei» en la persecución religiosa de la guerra civil española. Algunos de ellos tienen su causa introducida en la Sagrada Congregación de los Santos, en espera de tiempos más propicios para el reconocimiento de su martirio. Pero otros muchos ni siquiera figuran en las páginas de esta obra. Como tampoco figuran otros, vivos o muertos, cuyo calvario queda aún ignorado tras la cortina de silencio de los países comunistas.

En cuanto a los que figuran en estas páginas, no ha sido siempre fácil adoptar criterios de selección. Y seguramente, «ni están todos los que son, ni son todos los que están». No obstante, la responsabilidad de tal selección, la garantía de acierto y objetividad de criterios, y la justicia en esta especie de «juicio universal» de méritos, queda avalada por el número considerable de jueces de todas las provincias escolapias, ante cuyos ojos han desfilado los nombres de todos los aquí biografiados.

Y los hay de todo género. Muchos de ellos sólo pueden interesar para la historia interna de la Orden, pues su prestigio y sus méritos quedan dentro de los límites reducidos de sus propias provincias religiosas o del ámbito universal de la corporación. Otros muchos, sin embargo, entran con justicia en las páginas de la historia universal o en las de la historia de su propia nación, aunque sean desconocidos en otros países. Piénsese, por ejemplo, en los poetas o literatos, o en aquellos que se distinguieron como héroes nacionales, defendiendo su patria frente a invasores o tiranos extranjeros.

Pero entre la pléyade de nombres que jalonan la historia de la Orden y de sus demarcaciones, o que entran con pleno derecho en las páginas de la literatura, de las ciencias y de la cultura universal o nacional, merecen particular mención todos aquellos, que en el campo concreto de la educación y de la escuela fueron los primeros en sus respectivas naciones en introducir novedades didácticas, que sirvieron de base para el futuro desarrollo de sus intuiciones, aceptadas a nivel nacional. Más todavía, son dignos de imperecedero recuerdo en esta misma línea, aquellos pocos que por primera vez en la historia europea —y universal— concibieron y pusieron en marcha lo que con el tiempo se llamaría «Ministerio de instrucción pública, o de Educación», responsabilizando con ello al Estado en su obligación de atender a la educación de los niños. Con ello no hicieron más que seguir fielmente, ampliar y poner al día la genial intuición del Fundador de las Escuelas Pías, que aspiraba a que no hubiera niños sin escuela y a que los escolapios renovaran sus métodos didácticos según las exigencias y las novedades de cada época.

Tal vez el lector echará de menos una mayor información de datos biográficos y bibliográficos de ciertas figuras señeras. La razón de esta parquedad estriba en los límites impuestos lógicamente a esta obra, que no intenta ser estrictamente de investigación, y al hecho de que los archivos de nuestros Colegios han sufrido en muchas naciones los estragos de revoluciones, incendios y desamortizaciones a través de los siglos, dejándolos esquilmados o gravemente depauperados.

Con todo, creemos que la visión conjunta y sumaria de estas biografías puede dar una idea de la vitalidad constante de las Escuelas Pías y su generosa aportación a la cultura en todos sus campos, particularmente el de la educación, como también a la santidad de la Iglesia y a la formación cristiana de sus hijos más jóvenes, que fue la razón primaria por la que San José de Calasanz fundó las Escuelas Pías.

Redactor(es)

  • Equipo coordinador del DENES I, en 1990