ChiaraVida/Cap13
Cap. 13. De las graves dificultades y persecuciones que suscitaron el Enemigo y sus secuaces contra las Escuelas Pías.
No le salió bien al espíritu del averno el atentado con el que esperaba llevarse de este mundo al piadosísimo José haciéndole caer del campanario, y viendo que eran cada vez mayores los progresos de su instituto en la Iglesia de Dios, se puso furioso al ver la piedad y solicitud pastoral con la cual el Vicario de Cristo apoyó su obra, con la intención de perpetuarla para siempre, y temiendo que los mismos efectos contra el infierno o quizás mayores tendrían lugar con su sucesor, instigó el Maligno, suscitando los efectos de la emulación en el pecho de aquellos en los que sembraba el aborrecimiento contra su semejante, contra la misma naturaleza, para que le tuvieran odio como a la muerte, por el dominio que tenía la soberbia fiera de sus mentes, y con la consideración del daño que podría venir a sus propios intereses de la profesión y establecimiento de las Escuelas Pías, pervirtió con sus sugestiones a todos los maestros de los barrios, haciéndoles ver que seguramente ellos no podrían mantener sus escuelas con su provecho y beneficio. Así vencidos, deliberaron estos hacer lo posible por contrariarle, y hacerle todo el daño posible, sirviéndose del apoyo y favor del pretor de la universidad de la Sapienza, y de la ayuda de otros que sabían que se alegraban de tener esta oportunidad. Mientras se presentaron a la piadosa mente de Clemente VIII de feliz memoria con varios pretextos y razones en apariencia importantes y premeditados, comenzaron a sembrar por todas partes, incluso en la sagrada congregación de cardenales, cardos espinosos, excitando sus autores los vientos que levantaron una tormenta violentísima, y una fiera tempestad para hacer naufragar al común bienhechor de las gente pobre.
Bajo una aparente forma de celo por la fe, e interés grande por el bien público, todos venían preparados para saberlo presentar y servirse de la ocasión con que el Enemigo se ingeniaba en atacar, haciendo elocuentes sin ningún artificio y saber los ánimos apasionados, y ayudándoles en la inventiva les avivaba el deseo el arquitecto y capataz de su construcción con mucho interés y engaño para destruir el edificio de la piedad divina que había aparecido entonces en el mundo. No cabe duda de que mucho yerra quien no tiene en cuenta a Dios, por lo cual no es de extrañar que los hombres de mundo, como hacen las cosas a su gusto, se aparten de la justicia, y se vendan, imprudentes, siguiendo la política, el engaño, y se vuelven traidores al anteponer su bien particular al público, y, perniciosos para sí mismos, se fabrican un daño sobre otro queriendo defender el mal por bien, pues con el manto de fingida apariencia así lo forma el enemigo en sus mentes, produciéndoles un dañoso delirio, con pérdida de sus almas al hacerles oponerse al divino servicio y utilidad de las almas, permaneciendo ellos completamente sepultados en la ceguedad de las pasiones humanas y de los intereses.
Aunque la impresión que crearon en los ánimos de muchos las primeras acusaciones presentadas contra el nuevo instituto (de las que se habla ampliamente en el libro de los anales de la Orden) fue grande y vehemente, con todo no tuvo fuerza ni lugar en las mentes llenas de auténtico saber, que ya llenas del Espíritu Santo comenzaron a pensar de otra manera, pues las cosas de Dios siempre fueron tomadas con desgana por los hombres que las pesan según el dictamen del interés humano, y es obra del Demonio toda aquella que se da a conocer como un obstáculo a las cosas de las que proviene un grandísimo servicio a Dios y beneficio de las almas, y tiene fuerza sólo en sus secuaces, pues al reinar en sus pechos la vanidad de la grandeza terrena y el interés propio, los hace semejantes a él con la perversión de la envidia y al mismo tiempo les aflige el ver el bien de los otros, queriendo ser ellos los únicos, y se producen a sí mismos todo tipo de desgracia al ofender al Creador, cuyo servicio y gloria buscan los que con una rara prudencia y juicio maduro aciertan con seguridad en su recto y justo fin, que al oír el estrépito de sus voces y la doblez de sus palabras engañosas parece que creían gozar de la luz del día en lo más oscuro de su intelecto, y en realidad era como escuchar y seguir el falso entendimiento de un Juliano el Apóstata y los tiranos de Egipto, que se aprovechaban de la ignorancia y ceguera de su pueblo.
A estos sentimientos de auténtica piedad se rindieron también los rectores de la Sapienza, que depusieron su excesiva pretensión de querer examinar a los maestros y visitar las Escuelas Pías. Sólo el Demonio, con los de su banda, quedó para siempre en su indignación, a la que nunca renuncia. Incluso estaba más enfadado, por haber visto que no funcionó ninguno de sus atentados contra el piadosísimo José, de cuyo valor era en aquellos días la prerrogativa de querer obrar bien al gusto de su Creador, en cuya voluntad se mantenía constante, y más contento en las adversidades y persecuciones que padecía por Dios. No disminuía el fuego de su caridad al servicio del prójimo, y con una atención indivisa enfervorizaba aquellos niños guiándolos hacia su santo temor, de modo que aunque recibía contrariedades y disgustos del enemigo y los de su misma intención, que decían que erraba, Dios le llenaba de su amor de tal modo que con él ningún sufrimiento le parecía amargo, sino que los consideraba como bien empleados, y su pecho no podía por menos que gozar de paz interna en medio de estas contrariedades, que él no las consideraba tales, ni siquiera lo mencionaba en su ánimo, en el cual moraba el Señor, de cuya voluntad estaba disfrutando. Aquellos que decían que le hacían mal le parecían instrumentos y artificios suyos, entregados para que lo trabajaran como a una piedra que había de servir en la Santa Iglesia, y en su aspecto y en su hablar su rostro estaba tan lleno de humilde sentimiento que confundía a su enemigo y edificaba a todos los que le observaban.
Atendía con gran esfuerzo a la buena educación de sus escolares, lo que parecía ser su alimento. Por la noche solía preparar las composiciones para los de gramática y buenas letras, y para los de grados mayores las lecciones de ábaco y las muestras de escribir, que distribuía a los maestros, y con destreza les daba a entender el modo que debían emplear para enseñar a los escolares y para explicarles las lecciones. Tomaban a mal el que hiciera todas estas cosas, pero viendo en él una bondad tan extraordinaria se rendían todos dispuestos a escucharle, para seguir todo lo que ordenaba y quería el siervo de Dios, admirando su indecible caridad y el modo que tenía de guiar a la niñez al conocimiento de Dios, y se esforzaban para imitarlo y seguirlo. Decían que su humildad era más que grande, pues no permitía que los demás barrieran las clases, sino que lo hacía él a las seis de la mañana. Y dicen que en aquellos primeros años nunca se acostaba, sino que satisfacía la necesidad de su poco dormir solamente con apoyar la cabeza sobre una mesita. Y, de la misma manera que sus adversarios murmuraban y criticaban, y decían mal de sus escuelas, al mismo tiempo decían de él que era más que santo.
En esta coyuntura ocurrió que el Emmº. Cardenal Glisel, alemán, quiso venir a ver las Escuelas Pías, y observar cómo funcionaba el instituto, y quedó muy edificado con gran satisfacción y contento. Al contrario que aquellos de la profesión que venían con mala intención para tratar de descubrir los inconvenientes para aquellos que formaban, habló con tanto elogio y eficacia con los demás señores cardenales, encomiando la bondad de José y de su obra, pues la consideraba provechosa y muy necesaria a la Iglesia de Dios, por lo que era conveniente y expediente que fuera no sólo conservada y protegida por ellos, sino defendida y aumentada con todo lo que se debía en relación a la dignidad del gobierno que ellos tenían en la cristiandad. Lo mismo hizo el cardenal Dietrichstein, príncipe del Sacro Romano Imperio en la Congregación de Propagación de la Fe, quien dijo entre otras cosas: “Los escolares de las Escuelas Pías, por cuanto he visto y tocado con mis propias manos, no son cañas que se balancean siguiendo el viento en cuestiones de fe católica, sino robles bien arraigados, por la educación que reciben durante sus primeros años. La Santa Sede Apostólica debe proteger a toda costa, y sacar adelante, y servirse de un instituto tan santo en la Iglesia de Dios, y el Padre José su fundador es un gran siervo de Dios.”
Al mismo tiempo el Sumo Pontífice Pablo V de feliz memoria estaba siniestramente informado por los que tenían a mal que existieran las Escuelas Pías en la cristiandad. Fue a visitar a Su Santidad por asuntos propios el padre fray Juan de Jesús María, carmelita descalzo, religioso de gran mérito por su gran bondad, de virtud y letras, y en aquella coyuntura le comentó el Papa cuántas cosas malas le habían dicho que hacía en Roma José de Calasanz con las Escuelas Pías, y que le pedían que diese un remedio oportuno a esos problemas. Y le preguntó al P. Juan su parecer. El buen religioso, que ya estaba al corriente de todo el mal que hacía el Demonio y los de su voluntad al santo instituto, lleno de celo por el honor de Dios y el bien de las almas, le respondió: “Padre Santo, esta es una obra de gran caridad, y el instituto es sumamente necesario en la Iglesia. El Demonio, que ha visto el bien tan grande que se hace en la juventud y en la niñez alejándolos de vicios y pecados, y que se los quitan de su potestad para dárselos a Dios, es quien organiza esta guerra, y se sirve de cualquier aparato para privarnos de este beneficio tan grande que se hace en la cristiandad, al instruir a los niños en las cosas necesarias en relación con nuestra santa fe, porque esto es algo que no le interesa, como se ve. Es Dios quien mueve a obrar así a este caballero digno de mucha alabanza, al que yo conozco muy bien, y es un gran siervo de Dios. Y, créame Vuestra Santidad, que lo que yo le digo es verdad, y estoy seguro de que el Señor hará conocer a todo el mundo el bien que resultará par la cristiandad cuando Vuestra Santidad con su suma bondad le tienda favorable su diestra. ¿Qué ordenan los sagrados cánones y el concilio de Trento a los obispos y prelados, sino que tengan obreros que enseñen los principios de nuestra santa fe a los niños, a causa del descuido que tienen sus padres en esto, viéndose también ellos tan necesitados que apenas se dan cuenta? Dios ha provisto de un obrero muy piadoso a la viña de su Santa Iglesia, y andarle en contra es poner obstáculos a la divina providencia y a los estatutos de la santa fe apostólica”. El Papa le dijo que le había quitado de encima una gran preocupación, porque le habían contado muchas cosas malas de las Escuelas Pías, y que le agradecería mucho que fuera a menudo y le avisara de todo. Este digno religioso no dejó de hacer lo que le mandó el Papa, y porque consideraba que hacía un gran servicio a Dios, no dejó con su celo de ayudar ante el Papa la obra del instituto y a su fundador, al que quería tanto, lo que se vio muy bien en las palabras que dejó escritas más adelante en su libro titulado De cultura pueritiae: “Coge ya este fruto, si a ti ha sido encomendada la infancia, para cultivar la cual hace algunos años destiné este escrito, en que trato brevísimamente sobre los principales bienes de la educación, para agradecer los beneficios al Padre José Calasanz, Prefecto de las Escuelas, varón dignísimo de alabanza por la insigne profesión de vida cristiana”.