CaputiNoticias02/251-300

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[251-300]

251.- El P. Ángel le llevó el dinero, y se lo dio sin ningún recibo, de mano a mano, sin que nadie lo viera. Y, con bellas palabras, le dijo que ya había hecho la súplica para el arreglo de la Orden, que la copiaría con exactitud, que la traería pronto, para podérsela llevar a la Señora, y cuando fuera adonde el Papa se la pudiera pasar, sin perder el tiempo, pues ya había hablado de ello largo y tendido, y todo estaba asegurado; que le enviara también una certificación del crédito en el banco, “para que no se sepa a quién se debe pagar el dinero, pues la Señora no quiere que se sepan sus intereses, porque son cosas secretas, que pasan sólo entre nosotros dos”.

252.- El P. Ángel tomó la súplica para hacer una copia de buena mano. Se la dimos al P. Benedicto [Quarantotto] de Jesús María, de Nursia, para que la copiara enseguida, como hizo, y, al devolverla al Abad, éste quería antes la certificación del crédito. Se la mostré y le dije que, cuando pasara la súplica, me la entregara a mí en la mano; y se le daría, no sólo la certificación del crédito de 500 escudos, sino más dinero, por sus fatigas, pues ya estaba todo en orden. Respondió que volviéramos a la mañana siguiente después de comer, que nos daría la súplica, ya expedida; pero que le diera la certificación del crédito, para que no se incumpliera la palabra que le había dado; y así, quedamos de acuerdo.

252.-Por la tarde, cuando estábamos con el P. General, el Padre me dijo:-“¿Qué ha hecho D. Antonio de lo que ha prometido para la Orden?”. Le respondí que había hecho la súplica; que había hecho la copia, y había prometido darla hoy después de comer. Me respondió riendo:-“Os dará palabras, pero no hechos. Les he dicho muchas veces que les quitará el dinero de las manos, y después les engañará. Basta. Hagan lo que quieran, que al final se darán cuenta de su error”. Tras esta firme afirmación del Padre comencé a dudar, pero las cosas estaban tan claras que nos las hacía ver y tocar con la mano; por otra parte pensaba que era un hombre cabal.

Después de la comida fui con el P. Carlos de Santo Domingo adonde al Abad Leone para ver si había hecho pasar la súplica, y lo encontramos muy hacendoso, dándonos a entender que había hecho una larga escritura, que la súplica ya había pasado, y la Señora le había dicho que fuera adonde ella por la tarde, a cogerla y le llevara el negocio como habían acordado.

253.- Le respondí que el acuerdo había sido que, recibida la súplica, recibiría la certificación del crédito en blanco, como quería; pero que yo no la había llevado, porque la había olvidado sobre la mesita; que no la había cogido por la prisa. “Díganos cuándo quiere que volvamos, para no causarle tanta molestia”.

Mientras estábamos conversando, y yo estaba sentado sobre la cama, cerca de la mesita, donde estaban las escrituras, vi nuestra súplica como se la había dado; pero, para no afrentarlo, no quise decir nada. El despedirnos, mientras descendíamos las escaleras dije al P. Carlos: -“He visto nuestra súplica sobre la mesita, y no es cierto que la haya entregado. Entonces, ¿cómo es posible que la haya pasado? Dios quera que no sea así”.

No se lo creía el P. Carlos, quien me respondió, diciendo que quizá se había equivocado y no era aquélla, porque había muchas escrituras sobre la mesita. -“Si él dice que la ha pasado, cómo puede ser aquélla?” Le repliqué que no me había equivocado, porque me hice la señal de la cruz. Y, para ver si era cierto, volvimos arriba, porque la quería ver de nuevo a toda costa.

254.- Volvimos de nuevo y le dije que me había olvidado de hacerle el encargo de parte del P. Ángel, que quería saber que había hecho sobre su negocio de los Intereses. Yo, poco a poco me acerqué a la mesita, cogí la súplica en las manos, y, abriéndola, encontré que era la misma que le habían dado el P. Carlos y el P. Ángel. Le dije: -“Cómo puede haber pasado la súplica, si está aquí?” Me respondió que la había copiado, había añadido otra cosa que faltaba, y había dado ésta última, para que la pasaran; y que fuera al día siguiente con la certificación del crédito, que la encontraría hecha y pasada, como se había convenido.

Partimos con el P. Carlos, y comencé a pensar que lo que había dicho el P. General ¡todo era cierto!; que éste era un farsante y nos había embaucado. Volvimos a Casa, y se lo conté todo al P. General, que se echó a reír, diciéndome: -“No tienen experiencia de los hombres del Mundo, donde los que prometen mucho no hacen nada; les ha robado el dinero, denlo pero perdido, porque no volverán a verlo”.

255.- Quedamos todos apenados, mientras el Padre se reía. Me preguntó que dinero se había llevado, y le respondí que 80 escudos del H. Eleuterio, por la expedición de su hermano, 30 del P. Camilo, y 40 del P. Ángel, lo que hacen una suma de 150 escudos, y sin ningún recibo. Llamó al H. Eleuterio y le dijo: -“¿Cómo da el dinero de su hermano, sin ningún recibo? Asegúrese de que no se pierda, que sirve para la muerte y para la Vida”.

El H. Eleuterio me llamó y me preguntó si había dicho al P. General algo sobre el dinero que había dado al Abad Leone; le dije lo que pasaba, y comenzó a preguntar qué debíamos hacer; le respondí que fuéramos a hablar con el Abad, y me dejara hacer a mí, que, con habilidad le obligaría a hacer el recibo, porque ya había perdido todo. Fuimos con el H. Eleuterio y encontramos al Abad cuando subía a la Carroza; en cuanto me vio, me dijo que entonces mismo iba para lo de nuestro negocio, que no se lo impidiéramos, porque tenía prisa. Le respondí que era necesario hablar antes de otro negocio, y después se podía ir; pero que fuéramos arriba, porque era cosa importante.

256.- Aceptó subir, y, apartándonos, le dije que el H. Eleuterio había recibido otra remesa del hermano, pero no era suficiente para la suma que se requería para el gasto; la remesa era de 100 escudos, y el hermano no pensaba hacer más gasto; que, si le parecía, hiciera la lista clara de todo el gasto, de lo que había recibido y de lo que quedaba por pagar, “para que se sepa todo el dinero, y no se hagan tantas remesas”; que los 100 escudos que había traído de nuevo los había sacado del Banco de Baccelli, que ya había aceptado la letra de cambio, que ésta era al portador, y hacía falta quince días; que los sacaría y después los llevaría.

Cuando oyó que había más dinero, comenzó a hacer la lista. Primero dijo el gasto, lo que había recibido y lo que quedaba por pagar, la firmó como si fuera una carta, y me la dio a leer para ver si me parecía bien; al terminar de leerla la doblé y la metí en el pecho, diciéndole que estaba bien, y no era necesario más; me la pidió varias veces para firmarla, y ya no quiso devolverla. Yo le dije: -“¡Basta ya”.

257.- Por la tarde fuimos adonde el P. Carlos [Bruneri] para saber algo sobre si había recibido la súplica ya pasada. Respondió que no se podía hacer anda si no se llevaba la certificación del crédito, que así se había dicho, y que él no quería enemistarse con los Patronos por una cosa de nada; a lo que respondí que, si el negocio no salía bien, debería devolver lo que había recibido, lo cual era cosa justa. Me respondió que yo no le había dado nada, y había trabajado; que le había llevado dos veces adonde el Sr. Domingo Roncagli, Residente del Rey de Polonia, y no había recibido nada; así que, de reo, se convertía en acusador, y parecía que tenía razón, pues se defendía con mucha arte: tenía que pagas servidores, la Carroza, y pagar el alquiler, y que yo le había engañado y hecho que perdiera el favor de quien lo protegía, que ya no podía aparecer en Palacio, que no le dirigían la palabra; y gritaba tanto que se dejaba oír desde toda la calle.

258.- Volvimos a Casa escocidos de mil maneras; dijimos al P. Ángel lo que pasaba, y, perdida la esperanza, no sólo del negocio, sino también de los 40 escudos que le habíamos dado por los intereses. Cogió la carta que había hecho el Abad al hermano del H. Eleuterio, y se fue adonde otro expedicionario para ver lo que podía hacer, para recuperar, al menos, el dinero que le había dado el H. Eleuterio, el cual le dijo que fuera donde Monseñor Amadei, Regente de la Cancillería, que a él le correspondían las causas de la Cancillería, le enseñara la carta, que, con seguridad le haría justicia. Fueron enseguida donde Monseñor Amadei y allí encontraron al Sr. Máximo Sciga, Notario del Archivo; le informaron de lo que pasaba; y resultó que el Notario conocía muy bien al Abad Leone. Entrando donde Monseñor, le pidieron, por amor de Dios, que les hiciera justicia. El Prelado consultó con el Notario; le hicieron hacer una instancia de que les diera un mandato de sospecha de fuga real y personal, para que no se escapara.

259.- Se hizo el mandato, faltaba un sello, y Monseñor mandó poner el suyo. Entregándolo a los Padres, al salir del Portón, pasó en Carroza el Abad Leone. Llamando enseguida a los esbirros, detuvieron la carroza y lo apresaron. Leído el mandato, dijo que él tenía una viña, y no podía ir a prisión, sino que fueran a su casa a hacer la ejecución. El P. Ángel le respondió que le quitaran los caballos de la Carroza y lo llevaran a la Depositaria. Desataron lo caballos, quedó la Carroza en medio de la calle, y el abad Leone con los que estaban en la carroza se fueron a pie. No perdió tiempo el Abad Leone, y enseguida hizo una Citación en la Signatu4ra de Justicia, ante el mismo Cardenal Sacchetti, quejándose de todos los daños, gastos e intereses sufridos y que sufriría, tanto de los caballos como de la carroza; que si se perdía algo lo deberían rehacer a expensas de los Padres. El H. Eleuterio llamó al personal, e informándose de cómo se podía actuar, le aconsejaron que la Dataría tenía los Privilegios, y no estaba sujeta a la Signatura, pero era necesario incoar un pleito, que duraría mucho tiempo; que era mejor ir a la signatura para que aprobara el mandato hecho por el Regente de Cancillería; y, entretanto, consintieran en que cogiera los caballos; porque, si por casualidad moría alguno, habría que pagarlo, pagas también el establo y los gastos. Así que fue necesario devolverle los caballos, y dirigirse por la vía ordinaria a la Signatura, con lo que el abad se reía. El P. ángel ayudaba a ver si podía recuperar el dinero que le había dado, pero, como no podía mostrar nada, porque lo había dado simplemente de tú a tú, no sabía qué hacer.

260.- El Abad Leone fue citado a la Signatura; compareció con el Procurador, diciendo: -“Es cierto que el Abad Leone ha recibido 80 escudos de los Padres de las escuelas Pías, pero tenía que haber recibido una suma mayor por los patrocinios prestados en el Causa de la Orden, así que hace instancia de compensación”. El Cardenal Sacchetti se dio cuenta del fraude, hizo un Decreto, para que se remitiera al auditor de la Cámara, incluso abolida la apelación. Se destinó el Notario a instancia de la parte que había hecho la inhibición, que fue César Colonna, y el sustituto ángel de Cola de Rienso, ambos muy amigos del Abad Leone.

El Abad no esperó a ser citado, sino que él cito al H. Eleuterio ante Monseñor Cafarelli AC y M. Fue necesario buscar un Procurador y comenzar el pleito. Cada día llegaba una Citación, bien a la signatura, bien a la AC, y después no comparecía nadie. Esto duró casi un año. Finalmente fue elegido como Procurador el Sr. Pablo de Barberiis, que comenzó a informarse. Hubo un sentencia de que hiciera la ejecución, y llevada a la Depositaria, conseguimos llevar los caballos de la Carroza, dos baúles con ropa, algunas sillas de terciopelo, cuadros, y dos bellísimos trébedes, y mostrándolo todo a la puja, se puso el dinero en depósito, hasta una suma de 120 escudos para los gastos, y después de dos años fue recuperado el dinero, pero sólo lo que había dado el H. Eleuterio. Se perdió lo del P. Camilo y lo del P. Ángel, y también los intereses.

Este Abad fue encarcelado, y estuvo seis años en la cárcel, por causas criminales, y se hizo el Bando. Luego murió míseramente en Palermo. Así que fue verdadera la primera afirmación del Venerable P. José, es decir, que éste nos engañaba, que era un malvado.

262.- El P. Esteban de los ángeles dio un Memorial a Monseñor Vittrice, Vicegerente, para que le revisaran las cuentas de su administración de la Casa de San Pantaleón, porque quería dejar el hábito y hacerse Cura. –“Porque no está bien que, cuando salga, sea maltratado. Monseñor le respondió que hacía bien, para estar tranquilo, y liberarse de las intrigas que le pueda dar la lista de los sospechosos. Que nombraría a dos que fueran neutrales, y lo hagan en justicia; y que ninguno le causarían ningún disgusto, dado que veía esta premura en hacerlo.

Le respondió:-“Con tal de que no sean el P. Gabriel de la Anunciación, de Génova, ni el H. Lucas de San Bernardo”; porque éstos habían visto el manejo de cuentas del Colegio Nazareno, y estaban tan inclinados a cuestionarlo que lo habían involucrado con la Rota, de que ni siquiera había hecho la significativa y la declaración. Otros, casi todos, son intratables; se han encontrado en medio de estas contrariedades, y, como han sido Superior o Procurador General, todos me quieren mal, excepto dos, que han venido después de Breve, de los que no me puedo quejar, y las tengo por personas íntegras, que dirán la verdad, pues siempre los he tenido por tales. Éstos son el P. Juan Carlos [Caputi] de Santa Bárbara, de Oria, y el otro el P. Arcángel [Pérez] de la Madre de Dios, palermitano, que son muy buenos para hacer este menester.

Monseñor leyó el Memorial y le dijo que, mientras él aprobaba a éstos dos, se lo daba con gusto. –“Mandaré llamarles, veré lo que dicen, y les enviará la respuesta a casa; de esta manera se pusieron de acuerdo. Firmó el Memorial, hizo la Comisión, y, pensando el P. Esteban que se lo daría, le dijo que la dejara, que después le diría lo que ocurría.

263.- Monseñor Vicegerente me llamó y me dijo que el P. Esteban me había elegido para ver las cuentas de la Administración de la Casa de San Pantaleón, junto con el P. Arcángel de la Madre de Dios, siciliano, a quien le había gustado.-Esta es la Comisión, procurar hacer cosas justas y que ésta era la comisión; que no se empeore, como ha hecho el P. Gabriel [Baldi] de la anunciación y el P. Lucas [Anfossi] de San Bernardo, que le han visto las Cuentas del Colegio Nazareno, y le han envuelto con la Rota, y nunca han hecho la relación. Él quiere hacerse Cura, y será mejor quitarlo delante, para que no le dé mas fastidio. Vaya a buscarlo y que le dé los libros y las escrituras, y llévelas, para que lo hagan lo antes posible.

Puso alguna dificultad, porque quizá no quería dejar los libros en nuestras manos. No se pueden ver las cuentas, si no les da los libros. Vayan. Tráiganlos, que hará como nos ha dicho a nosotros, que en eso hemos quedado con él”. Cogí la Comisión y me fui a San Pantaleón a hablar con el P. Arcángel para que supiera lo que pasaba; él, al principio, me dijo que no quería tratar con esa persona, a quien toda la Casa odiaba. Le convencí de que era necesario obedecer a Monseñor, para que no quedara avergonzado; y determinamos que fuera a hablarlo con el P. Esteban, me diera los libros y los recibos, para que, en el tiempo que quedaba después de las clases de Ábaco, pudiéramos empezar a hacer algo.

264.- Fui adonde el P. General; le informé de lo que pasaba, y me respondió: -"Haga lo que le ha mandado Monseñor, pero no ceo que consiga nada". No quiso decirme más; y, en efecto, fue verdad lo que me dijo el Padre, pues nada se consiguió.

Fui al Colegio Nazareno; hablé al P. Esteban, y le dije que me había llamado monseñor Vicegerente, y me había dado un memorial suyo, para ver las cuentas de la Administración de la Casa de San Pantaleón, y que iba a informarle, para que viera lo que se podía hacer, porque Monseñor me había ordenado que lo hiciera lo antes posible; que me diera los libros y los recibos, para poder comenzar y darle toda la satisfacción posible, como deseaba.

Me respondió que el había buscado al P. Arcángel [Sorbino] y a mí, porque sabía que nosotros no le calumniaríamos, y haríamos las cosas con justicia; y, en cuanto a darme los libros y las escrituras, no lo quería hacer, porque quería estar presente para responder a las dificultades y objeciones que se pudieran presentar; que él iría a San Pantaleón, y en una habitación se podría hacer pronto, sin molestar, para lo cual llevaría lo que hiciera falta.

265.- En cuanto a ir a San Pantaleón, le respondí que no era conveniente, porque se originaría algún escándalo; que no era bueno ponerse en tal peligro "con estos Hermanos que tienen tan poco juicio. Procure darme los libros y las escrituras, que yo haré el resto, y todo se lo devolveré puntualmente“.

Él me respondió. -“En cuanto a los libros y las escrituras de San Pantaleón, no quiero dárselas; es mejor que yo vaya a la Casa de mi Madre, donde podremos estar tranquilamente, y en cuatro o cinco días se podrán terminar, porque los libros no se los quiero da a nadie, pues no quiero que, cuando los tengan en la mano, sean criticados por el P. Gabriel [Binchi] y el P. Lucas. Y sería peor aún entregar las cuentas del Colegio Nazareno. Por eso, he dado los libros a Monseñor Ghistieri, Auditor de la Rota, para que ordene al Contante de la Cámara que los vea; no se los he dado a ellos porque, como apasionados, han dicho muchos despropósitos, y nunca se ha podido hacer la relación; y el ir a Casa de mi Madre y estar allí tranquilamente es cosa justa, porque no quiero que los Padres digan que nos ponemos de acuerdo; y, además, el P. Arcángel da la clase de Ábaco, que es muy numerosa, y no puede abandonarla. De esta forma, los libros se verían con toda tranquilidad y satisfacción. Y en cuanto a las dificultades y objeciones que puedan surgir, pronto se solucionarían, porque, una vez que hayamos visto las cuentas, tendríamos una vacación aquí en el Colegio, y se solucionaría cualquier dificultad con toda satisfacción”.

266.- No fue posible poderle convencer de que entregara los libros yn las escrituras; por eso le dijo que daría la respuesta a Monseñor, para que encomendara este asunto a otros; y el P. Arcángel era también de la misma opinión.

Así que quedamos en que escuchara la opinión de Monseñor, y después le daría la respuesta.

Aquella misma tarde volví adonde Monseñor y le dije que [Cherubini] no quería entregar los libros, que quería ir a San Pantaleón -lo que no convenía- o fuéramos a su Casa a verlos -lo que sería peor- y que yo creía que esto era una disculpa para poder ir a San Pantaleón, lo que ha intentado muchas veces, y nunca lo ha conseguido.

Monseñor me respondió que era necesario entregar los libros, para ver si hay cesura, falsedad o partidas cambiadas; y que no se deberían ver en presencia de la parte contraria: -“Aremos así: Le llamaré y le diré que me traiga los libros, y, cuando se encuentren dificultades, quiero averiguarlas yo mismo; así se evitará todo desacuerdo.

267.- Lo llamó y le preguntó cuál era la causa para no entregar los libros a los Padres, para ver las cuentas. Le respondió que, si se llevaban a San Pantaleón, primero, no acabarían nunca, y en segundo lugar, todos los de la Casa querrían meter la mano en ellos, porque casi todos le eran contrarios, acabarían convenciendo a los dos Padres, y no se haría justicia. Monseñor le respondió: -“Tráigame aquí los libros. Estarán ustedes cerrados en una habitación, y cumplirán con su obligación sin ninguna molestia. Y, en el caso de que encuentren alguna dificultad que no puedan solucionar, me lo dicen a mí, que enseguida la solucionaré”.

Y, así, quedamos en que aquel mismo día llevaría los libros a Monseñor; que luego nos llamaría y nos daría las órdenes de lo que se debía hacer, pues lo único que se quería era saber la verdad y hacer las cosas con justicia.

268.- El P. Esteban llevó los libros sin las demás escrituras. Monseñor nos llamó y nos dio la orden de que fuéramos a una habitación, y iniciáramos la revisión de las cuentas. El P. Arcángel [Sorbino] cogió el libro y empezó a leer las partidas una por una. El P. Esteban decía que se perdía el tiempo leyéndolo todo, que bastaba con el resumen del contenido y del resultado, para ver si coincidían; que en las sesiones se podría ver todo. El P. Arcángel replicó: -”No me gustan así las cuentas; pero quiero ver todo lo que se ha hecho, y después los gastos y sus justificaciones, porque sumar y restar partidas, no tienen nada que ver con la revisión de cuentas; no es eso lo que queremos“. Yo le dije: -”Si lo hemos de hacer a nuestro modo, o hacerlo como le guste a usted, hagamos una confrontación, para suprimir las diferencias; hagámoslo de esta manera: copiemos todas las partidas, tanto del Haber como del Debe; las llevamos a Casa, las estudiamos, y, mientras tanto, los libros queden en manos de Monseñor. Después de hacer esto, volvemos otro día, vemos los recibos, los confrontamos con las partidas, y así no causamos tanta molestia a Monseñor, y nadie se enteraría de nuestras cosas; de lo contrario, no otra forma no puede hacer, porque cada cosa que se haga resultará falseada”.

269.- El P. Esteban respondió que quería ver el Cometido y la autorización que nos había dado Monseñor, porque no quería que fueran copiados sus libros, que eran hermosos y buenos, y había tenido otro criterio distinto de este; y si se comenzaba a cambiarlos, era mejor levantarse, irse, y dejarlo todo. Cogía los libros para irse, pero yo le dije: - “Hablemos antes a Monseñor, para que vea que, por nuestra parte no quede hacer lo posible”. Salió Monseñor, y nos preguntó qué habíamos hecho.

El P. Arcángel le respondió: -“Si V. S. Ilma. Quiere que revisemos los libros, para ver cómo están las cuentas, es necesario hacer las gestiones debidas; si no, se pierde el tiempo sin ningún fruto. El P. Esteban quiere que se sume sólo el Haber y el Debe, y se confronte la partida; pero esto no es revisar las cuentas; de esta forma, lo podría hacer él mismo. Le hemos propuesto que, ya que no nos deja los libros, se copien las partidas para poder revisarlas, pero tampoco acepta; por eso, hemos desistido, y queremos que V. S. Ilma. Vea lo que hay que hacer. Monseñor respondió que él mismo quería estar presente en la revisión de las cuentas, y así terminarían todas las discrepancias. Que fuéramos a la mañana siguiente, que él dejaría la Congregación de lo Criminal, y estaría allí a las dos de la noche.

Entre tanto, el P. Esteban ya había cogido los libros bajo el brazo, para llevárselos. Entonces dije yo: -“Monseñor, mientras tanto tenga V. S. Ilma. Los libros, para que no tengamos que hacer cada vez este viaje”. El P. Esteban respondió que los quería ver aquella noche y devolverlos al día siguiente. Yo le respondía que aquello no estaba bien, porque podría quitar o añadir algo; que eran muchos años los que los había tenido, y podido ver como le hubiera parecido, que de ninguna manera se lo permitiera.

270.- Vistas así las cosas, dijo Monseñor: -“Déjemelos ver un poco. Los cogió en la mano, y se los entregó a un Cura, diciéndole que los pusiera sobre su mesa; que no los tocara ni se los dejara a nadie, aunque se los pidieran en su nombre. Y con esto se despidió, diciéndonos que volviéramos al día siguiente a las 2o horas.

Por la tarde volví adonde Monseñor y le dije si quería hacer el favor de darme los libros, para echarle una vistazo, los conociéramos un poco, y viéramos dónde estaban las dificultades; que a la mañana siguiente te los devolveríamos, antes de que viniera el P. Esteban. Monseñor entró rápidamente en la habitación, me dio los libros, y me dijo que los tuviera cuatro días, porque él no podía asistir; que si iba el P. Esteban le dijera que no se molestara más, que él lo llamaría, porque estaba ocupado en asuntos más importantes.

Llevé los libros a Casa, pero no pudimos hacer nada, pues nos faltaban los recibos. Había muchas partidas reunidas, otras suprimidas; así que todo quedó incompleto, sin sacar provecho.

Por la mañana volví adonde Monseñor. Le enseñé las diligencias hechas, y le dije que aquellas eran las razones por las que no quería dejar los libros. Le entregué los libros y me volvía a Casa, sin decir nada a nadie. Pero, el acompañante, que lo había oído todo, dijo a los Hermanos amigos suyos que yo había tenido los libros del P. Esteban en mis manos, y no les había dicho nada a ellos, porque había alguno que conocía todos los gastos hechos, y se podrían descubrir. Así que tuve que hacer mucho, para que esto no llegara a los oídos del P. Esteban.

271.- Transcurridos los cuatro días, volvía adonde Monseñor, para ver lo que había que hacer, y me respondió que ordenara avisar al P. Esteban, para que fuera al día siguiente con las escrituras, que quería recibirlas, para examinar las cuentas, porque ya no estaba ocupado. Fue el P. Esteban, y nos llamaron. Cuando llegamos, Monseñor estaba conversando con él. Nos mandó entrar y sentarnos. Cogimos los libros y comenzamos a leer la Introducción. Aunque vimos que había una partida retocada, no quisimos prestarle atención, y llegamos a ver el resultado. Cuando le pedimos los recibos y las demás escrituras, dijo que no tenía recibos, sino sólo los libros.

272.- -“Sin los recibos -decía el P. Arcángel- no se pueden revisar las cuantas; y, además, deben estas justificados, porque de las partidas de ingresos hemos visto claramente que se supera la salida, de donde se podría llegar a saber si las partidas son verdaderas o no”. Ante esto, el P. Esteban comenzó a alterarse. Monseñor dijo que trajera las demás escrituras, pues sabía con toda seguridad que las tenía. Pues, de lo contrario, no se podía hacer nada. -“Los libros queden aquí, que no quiero los toque nadie; pues sería, primero, burlarse de mí, y después, de los Padres”. Se despidió y luego nos fuimos juntos. El P. Esteban iba lamentándose de que nos había elegido como jueces y no como fiscales. Así que tampoco se hizo nada.

Al cabo de dos meses Monseñor pidió que las cuentas las revisara el Inspector de la Cámara con la ayuda nuestra. Le respondimos que nosotros no teníamos ningún interés; que los viera quien él quisiera.

Mientras tanto, Monseñor Vittrice fue nombrado Gobernador de Roma, y dejó de ser Vicegerente; ordenó depositar los libros en manos de Pini, Notario del Vicario, prohibiendo que se entregaran a nadie sin el consentimiento del Procurador de San Pantaleón.

273.- Después de la muerte del P. Esteban los libros fueron enviados a nuestra Casa. El P. General adivinó que no se haría nada, porque todo esto era una ficción suya para poder ir a San Pantaleón, y así sucedió realmente.

Viendo el P. Esteban que Monseñor Vicegerente era partidario nuestro, envió a un Padre a hablar con el P. General, para que le dijera que, estando así las cosas, sin haber nadie que gestionara las cosas de la Orden, para que ésta pudiera llegar a buen fin, él mismo se ofrecía a hacer que de alguna manera lograra ponerse en pie; pero, para mayor crédito del P. General, éste tenía que firmarle un quirógrafo, en que dijera que todo cuanto él pudiera gestionar, era todo con el consentimiento y por orden suya, y no se molestara más.

El P. General respondió que, respecto del quirógrafo, lo firmaría después de hacer oración. Y con esto despidió al enviado. Esto sucedió en mayo de 1647.

Cuando yo volví de fuera, fui adonde el Padre a recibir su bendición, y lo encontré con una carta en la mano; la estaba mirando, pero yo no pude leerla.

274.- Le pregunté de qué se trataba, y me respondió: -“Léala, y vea o que dice”. La leí y vi que era el quirógrafo que aprobaba lo que el P. Esteban pudiera hacer en su nombre y con su consentimiento. Le pregunté si lo quería firmar, y él me pidió mi parecer. Creo haberle respondido que se trataba de un engaño, como de costumbre, y añadí:

-“Acuérdese que le hizo una cosa parecida cuando firmó otro quirógrafo parecido, cuando volvió de Nápoles, el año 1631, cuando, por una causa grave, le hizo firmar un quirógrafo parecido, por medio de Cardenal Aldobrandini, y luego se sirvió de él en contra de Vuestra Paternidad. Lo mismo hará ahora. A mí me parece que no va a hacer nada, y seguramente te trata de un engaño, para poder ir a San Pantaleón, con ocasión de la negociación, lo que tantas veces y de tantas maneras ha procurado, y nunca lo ha conseguido. Además, viéndole a él en la Casa, podría suceder alguna desgracia irremediable”.

Le pareció bien el consejo, y a la mañana siguiente, cuando volvió el mismo Padre, para recoger el quirógrafo firmado, le dijo que no lo había firmado, que lo había pensado mejor, hablando de viva voz a Monseñor Vicegerente, y sería más eficaz que ponerlo por escrito. De esta manera, no se volvió a hablar más de ello.

El Padre me contó después que aquel Padre enviado le había aconsejado, firmarlo. Pero que a los pocos días pudo comprobar les efectos de su desengaño, porque tantas cosas que, si no lo hubiera remediado, él hubiera conseguido lo que quería.

275.- Una tarde -del día 10 de junio de 1647, si no me equivoco-. Vino el Gestor del Cardenal Vicario, ordenó llamar al P. Castilla, y le intimó, de parte del P. Esteban, una citación personal ante Monseñor Vittrice, Vicegerente, para declarar cuál era la causa de que no pudiera estar en la Casa de San Pantaleón el dicho P. Esteban. Fue tanto el miedo que cogió el P. Castilla que lo citaba personalmente, que, al volver yo de fuera, e ir a recibir la su bendición, nadie podía decirme dónde estaba. El portero no le había visto salir fuera, pero me dijo que había ido a Casa el Gestor del Vicario, le había presentado una citación, y, desde entonces, nadie lo había visto más. Se hicieron las diligencias oportunas, y resultó que estaba en la enfermería, sin que nadie supiera nada. Me ordenó que le diera la citación. La leyó, y le dije que no tuviera miedo, que no era nada que pudiera preocuparnos; que estuviera seguro de que el P. Esteban no vendría a San Pantaleón, pues yo mismo hablaría a Monseñor Vicegerente, y todo se arreglaría. Le pedí que se levantara de la cama, para que no se produjera ningún desorden en Casa, porque, si los Hermanos se enteraban, podrían hacer cualquier despropósito que no se pudiera remediar; que se levantara a toda costa, y, mientras tanto, yo iría a hablar con Monseñor.

276.- El P. Castilla se levantó, y fuimos adonde el P. General, a contarle lo que pasaba. Él se echó a reír, y nos dijo que el P. Castilla era digno de compasión, pues, como nunca estaba acostumbrado a recibir una citación, le parecía una cosa extraordinaria: -“Vaya -me dijo- adonde Monseñor, de parte mía, enséñele la citación, y dígale que de ninguna manera permita que el P. Esteban venga a San Pantaleón, porque seguro que ocurriría alguna desgracia; que estos Hermanos tan enfadados contra él, por haber querido cortarles el hábito hasta media pierna; y, si viniera, sería la ruina total de la Orden. Ahora reconozco que aquel quirógrafo que me quería hacer firmar era un engaño. Por favor, sepa tratar este asunto de forma que no venga”.

277.- Fui adonde Monseñor, quien, al verme con la citación en la mano, me preguntó si habíamos sido citados. Le día a leer la intimación, y me dijo lo mismo que me había dicho el P. General, y el peligro eminente que nos podía amenazar. -“Y en Casa -le dije- no lo saben todos, que, si lo supieran, se produciría algún desorden”. Le conté, además, lo del miedo del P. Castilla, y se echó a reír, diciéndome: -“¡Pobre P. Castilla! Y yo, que sabía lo que había pasado, ¿por qué diría al que me lo preguntaba -en realidad no podía decir otra cosa- que citara al Superior, para escuchar de él la razón por la cual que lo quieren en San Pantaleón?” Esté usted tranquilo y déjeme a mí hacer el Decreto. Diga a todos estas razones en presencia suya, que quizá el P. Esteban se avergüence, y termine así de una vez para siempre. Que vaya, pues, a la Audiencia, que hable, exponiendo las mismas razones que me ha dado; no hay peligro de que yo haga el decreto. ¡Que vaya!”

Ayer por la mañana fui a la audiencia del Cardenal Panzzirola. Me dijo, con toda urgencia, que consiguiera, a toda costa, que el P. Esteban fuera aceptado por el Superior de San Pantaleón: -“Uno que ha sido Superior y Procurador de la Orden -decía- ¿por qué no tiene una morada segura donde poder residir, pues en el Colegio Nazareno está ´ad modum provisionis´? Si los Asistentes lo supieran, seguro que no les gustaría que esté allí; pues aquel Rector sólo lo soporta, en cuanto me hace este favor; cada día viene a pedírmelo, y no puedo por menos de recomendarlo; estoy obligado, ya que hemos sido educados juntos, desde cuando yo era Ayudante de Estudio del Sr. Laercio Cherubini, su padre, de grata memoria”.

Ésta y otras razones me ha dado el Cardenal Panzzirola, que es Secretario de Estudio del Papa; así que no he podido por menos de darle respuesta afirmativa, pero mi intención es no hacer Nada.

278.- Cuando volvía Casa, le hice al P. General y al P. Castilla una relación de todo lo que pasaba, y quedaron muy contentos, esperando un feliz resultado. El P. Castilla, muy contento, decía que tose arreglaría.

Fui a la audiencia con el P. Buenaventura de Santa María Magdalena, pero nunca vimos aparecer por allí al P. Esteban, por lo que pensábamos que se había arrepentido. El Notario comenzó a leer las intimaciones, y la primera fue la nuestra. Pensábamos que no habría nadie, pero, he aquí que, por un lateral, apareció el Sr. Abogado Carlos Cianconi, de Nursia, quien hizo una larga introducción, preguntando quién era el P. Esteban, de quién era hijo, y los cargos que había ocupado en la Orden; por qué se encontraba fuera la Casa de San Pantaleón, y por qué no lo recibía en ella el P. Superior. Instaba a que fuera recibido, o bien se dijeran las causas por las que no podía estar en San Pantaleón. De lo contrario, protestaba; porque, por lo que se veía, se deducía que todo iba en contra del P. Castilla, el Superior, que impedía su entrada para convivir con los otros Religiosos. Ante estas afirmaciones, hechas por el Abogado de la parte contraria, Monseñor se volvió hacia mí, preguntándome si había alguno que pensaba lo contrario, y le respondía: - “Yo, Monseñor Ilmo. Nosotros somos pobrecitos, y no tenemos dinero para pagar abogado; pero yo mismo diré lo que Dios me dé a entender. Solamente preguntaré cuatro cosas al Sr. Abogado, para que me las responda a las cuatro.

279.- Cuando Monseñor oyó esta respuesta, se echo a reír, y, riendo, dijo: - “Vamos a las dudas. Diga, pues, Padre”. Le respondí: - “Las dudas son éstas: Cuál es la profesión de Vuestra Señoría? ¿Dónde ha estudiado las primeras letras? ¿Quiénes han sido sus Maestros? ¿De qué País es usted? Me respondió que era Doctor en Leyes; había estudiado las primeras letras en su pueblo; los Maestros de las primeras letras habían sido los Padres de las Escuelas Pías; y él había nacido en la Ciudad de Nursia. Le respondí: -“Con esto basta; porque la ingratitud es cosa perniciosa, lo mismo que querer hacer de abogado, contra los que le han procurado la primera leche. Pero no me extraña, pues Su Señoría es de Nursia, es decir nursiano”. Se irritó y sonrojó tanto el Sr. Abogado Carlos Cianconi, que no supo qué responder; con lo cual, la cosa acabó en risotada, y Monseñor no quiso ya hacer ningún decreto; sólo dijo al Notario que no se hablara más de ello, “porque los Padres han recurrido ya a Nuestro Señor, el Papa, , quien les ha dicho que el P. Esteban tenga paciencia, que los mismo Padres no quieren recibirlo en San Pantaleón”. Le respondió el Sr. Carlos Cianconi que no comparecería más ante aquel Tribunal a favor del P. Esteban, que viniera él. Al salir fuera, hablé con el Sr. Carlos, diciéndole que dijera al P. Esteban que no intentara más esta empresa, que se metería en un peligro, y él me contestó que le aconsejaría no insistiera más; que se tranquilizara. Y acabó diciéndome:

-“Vuestra Reverencia me ha humillado. Pero paciencia, será que me lo merezco”.

280.- El P. Esteban estaba fuera, esperando saber la respuesta de lo que se había hecho, y, acercándose al Sr. Carlos, le dijo: -“Querido P. Esteban, tenga paciencia, que los Padres no saben nada, nada, de Usted. Han entregado el memorial al Papa, en el que le dicen que no lo quieren en San Pantaleón, que ordene al Vicegerente que no lo reciba sin hablar antes con él. Además, aquel Padre pequeño y gordo me ha dicho que, si va a San Pantaleón, se pone usted en gran peligro. En todo esto también he tenido mi parte, y por eso los Padres me han llamado ingrato y nursiano, lo que me dejó avergonzado, no pude replicar”.

Ante esto, el P. Esteban se encogió de hombros, y se fue, haciendo como si no nos viera, aunque, realmente, había visto que habíamos oído lo que ellos habían hablado. Así que aguantó esta borrasca sin conseguir nada.

281.- Volví a Casa, conté al los PP. General y Castilla lo que había sucedido, y, luego, por la tarde se los conté a los Padres mientras estaban en la recreación, con lo que se rieron mucho. Volví después adonde Monseñor para otros asuntos, y me dijo: -“Aquellas preguntas suyas eran verdaderamente estupendas y las ideas muy agudas; se lo he contado en la Congregación, y los Cardenales se echaron a reír. Luego, otros me han preguntado cómo se ha terminado esta Causa; y les he dicho que el camino se ha cerrado ya, y no creo que el P. Esteban siga insistiendo más; que, para quitarlo de encima, le dije haber recibido orden del Papa Para que pierda toda esperanza y se tranquilice, de lo contrario, siempre estará en las mismas”,

282.- El 15 de abril de 1647 llegó una intimación del Marqués Malvezzi, contra los Padres de las Escuelas Pías, para pagar 800 escudos y los intereses, de una Compañía de Oficio. Estos escudos los había recibido el Maestro de Obras Simón Brogi, por las obras nuevas del Refectorio y Dormitorio de San Pantaleón, y los Padres se habían hecho cargo de dicho pago. Como el Marqués había exigido muchas veces al P. Esteban que le pagara los intereses, y no le había dado nada, por eso intimó a los Padres ante Monseñor Baranzone, Lugarteniente de la A.C., para que pagaran, tanto el capital como los intereses. Nuestro Procurador era el Abad Francisco Firmiani, calabrés. Fui a informar de ello a Monseñor, y éste hizo el Decreto en contra “nisi ad petendum alias mandatum”; así que no sabíamos que camino escoger, pues ocurría que, entre los intereses y el capital necesitábamos mil escudos.

Volví a Casa y le dije al P. General lo que pasaba, y me contestó que el Procurador no era no era a propósito. Que fuera mejor a buscar al Sr. Bernardino Rovinaglia, que había sido alumno suyo, y era un Procurador diligentísimo; que estaba de residencia en San Jerónimo de la Caridad. Que fuera de parte suya, para que nos ayudara en esta Causa; porque, de lo contrario, San Pantaleón iría a la ruina.

Esto fue un domingo. Después de celebrar las misas, fui con el P. Buenaventura de Santa Mª Magdalena, de Todi, y no encontramos a éste tal Rovinaglia, porque hacía más de veinte años que no habitaba en el barrio de San jerónimo de la Caridad; allí creían que estaba cerca de San Isidoro, al comienzo de las casas; pero tampoco lo encontramos, porque había ido a vivir cerca de la Plaza Branghacio. Lo encontramos finalmente. Le explicamos la Causa, del parte del P. General, y le contamos las razones de la Causa. Nos respondió, que ya era tarde, que volviéramos después de cenar. Lo hicimos, y nos dijo que lo dejáramos hacer a él, y no nos preocupáramos; y dijéramos al P. General que él se encargaría de arreglarlo todo; que volviéramos a las 20 horas, y podríamos hablar con más tranquilidad. La solución que me dio, -que lo arreglaría todo, y que el lunes expediría el mandato- me parecía chocante. No creía que pudiera hacer nada.

283.- Volvimos a Casa. Conté al P. General lo que me había dicho Rovinaglia, y me respondió que se lo dejara hacer a él, y se arreglaría todo; que tendríamos, al menos, un poco de tiempo, para poder solucionar el problema con paz y tranquilidad. Volvimos otra vez a las 20 horas adonde el Sr. Bernardino Rovinaglia. Nos dijo que fuéramos a hablar con el Marqués Malvezzi, le dejáramos hablar sólo a él, y nosotros no dijéramos nada.

Cuando llegamos al Palacio del Marqués Malvezzi, el P. Buenaventura no quiso subir, porque había dado palabra al Marqués de que en pocos días le pagaría los intereses; pero, como había venido a menos otro acreedor, no había podido cumplir la promesa, y poro se quedó abajo.

Habiendo entrado en la Antecámara, Rovinaglia dijo al Camarero que anunciara al Sr. Marqués la visita de Bernardino Rovinaglia, y le quería decir una palabra. Entró el camarero, estuvo un poco, volvió afuera, y dijo que el Sr. Marqués estaba impedido y no daba audiencia.

Cuando Rovinaglia oyó esto, empezó a gritar, diciendo: -“Cómo, ¿Que a mí no me da audiencia? Dígale que soy Bernardino Rovinaglia, que he venido a arreglar un asunto suyo; pero, como no ha querido escucharme, tampoco recibirá nada de los Padres de las Escuelas Pías; y que le haré ver ante el Papa que se trata de un asunto que no puede seguir adelante“. El Marqués, que estaba detrás de la puerta oyéndolo todo, enseguida salió, para hablar con Rovinaglia.

Lo llamó, se acercó a él, y le dijo que, por amor de Dios lo excusara, que no lo había conocido; que le dijera lo que ordenaba, que le serviría.

284.- Rovinaglia comenzó le dijo:

-“¡Cómo! ¿Vengo a beneficiarle, y no quiere darme audiencia? Tenga en cuanta que soy Bernardino Rovinaglia, Abogado y Procurador de los Padres de las Escuelas Pías, que nada le deben, y a los que quiere Usted hacer un mandato de mil escudos. Pero yo le digo que nada me importa que V. S. me trate de esta manera, ya que mañana por la mañana nos veremos en la Información”.

El Marqués comenzó a excusarse, diciendo que lo disculpara, que no lo conocía; que él ha dado ha dado el dinero, “y ahora me dice usted que los Padres de las Escuelas Pías no me tienen que dar nada”.

285.- Rovinaglia no quiso ni siquiera volverse hacia él; sólo le dijo: -“Mañana nos veremos en la Información“. Y sin más, nos fuimos. Al llegar a Casa, me dio un papelito, en el que nos escribió unas pocas palabras: -“Llévenlo, dijo, a Monseñor Baranzone“. Después hizo la citación ´ad informandum´, y dijo:

-“Déjenme actuar a mí, que quiero aclararlo”.

Fuimos adonde Monseñor Baranzone, le llevé la póliza, y me dijo: - “Ahora ya han encontrado al Procurador, y Firmiani no sabe qué decir. Digan al Señor Rovinaglia que le espero mañana por la mañana, y por la tarde lo atenderé; pero que consiga ponerse en los primeros puestos, porque la Información será larga, y él traerá bien estudiada la Causa.

El lunes por la mañana fuimos a la Información. Rovinaglia empezó diciendo que el Sr. Marqués Malvezzi pide mil escudos a los Padres de las Escuelas Pías, que era la fianza del Maestro de Obras, Simón Brogi; y que, como es el Principal el que tiene que pagar, los Padres pretenden que sea el Principal quien pague; y si Simón Brogi pretende algo, que se dirija a ellos, y hagan las cuentas; que si tienen que pagar, pagarán lo que sea justo. Rovinaglia decía todo esto para posesionarse de la Causa, porque no sabía bien de qué se trataba, ni había visto ninguna escritura.

286.- La otra parte respondió con un larguísimo fárrago de razones. Rovinaglia permanecía atento, sin responder a nada, porque duró más de una hora. Terminado el embrollo de la parte, replicó Rovinaglia: -“Vuestra Señoría ha dicho todo lo que ha querido, y no lo he interrumpido; no me interrumpa tampoco V. S., déjeme hablar que, con las mismas razones le haré ver que el Marqués está equivocado, y los Padres tienen razón para no pagar nada. Rovinaglia repitió lo que había dicho el abogado contrario, y después comenzó a retorcer los argumentos de cada punto; la parte intentaba replicar, pero Rovinaglia le advertía que le dejara terminar, y luego hablara lo que quisiera, y él quería informar toda la mañana. Tanto habló que la parte te cansó, y ya no sabía qué responder. Al final, Monseñor Baranzone dijo: -.”Tranquilícense, y hagamos el Decreto”. Se tranquilizaron, y Monseñor hizo el Decreto ´nisi per mensem.´.

La parte contraria se fue, y nosotros nos quedamos, para conocer el Decreto, mediante el Notario. Cuando nos dijeron que era ´per mensem´ nos pusimos muy contentos, porque, mientras tanto, arreglaríamos nuestras cosas.

287.- Mientras íbamos por el camino, encontramos al Marqués Malvazzi. Rovinaglia le preguntó si le habían informado. Le respondió que sí, y que había obtenido el Decreto a su favor.

- “Pero en la siguiente información, que será de aquí a un mes -dijo Rovinaglia- convenceré a Monseñor de que V. S. tiene que restituir a los Padres todo lo que ha recibido”. El Marqués montó en cólera contra Monseñor, y dijo que no había hecho justicia, y quería informar de ello al Papa, acusando al juez de sospechoso. Rovinaglia le respondió que aprendiera a no dar audiencia a sus iguales; que nunca vería la luz de este dinero, y que le obligaría a devolverlo todo.

El Marqués, desesperado, acudió al Papa Inocencio X. Consiguió audiencia, y comenzó a decir que Monseñor Baranzone no era justo juez; que hacía los decretos y después los revocaba, con grandísimo daño de las partes; que lo consideraba sospechoso en una Causa que tenía contra los Padres de las Escuelas Pías, de los que era demasiado entusiasta.

288.- El Papa quiso informarse de la Causa por el mismo Marqués. Sobre quién era su Protector y quién era el de los Padres. Le dijo las razones de la Causa y quién era su Protector; y que el de los Padres era un tal Bernardino Rovinaglia, del que el Papa comenzó a reírse; decía que Baranzone sí era un juez justo, para nada sospechoso; en cambio, “por el mismo apellido del Procurador de los Padres se sabe ya de quién se trata; porque, cuando iba a la Signatura de Gracia a informar, convencía con tantas palabras y razones, que era necesario darle sentencias favorables a la fuerza. Acuérdese, como mejor pueda, de que éste será un pleito que durará cien años, pues, si Rovinaglia lo pierde, irá a la Rota, donde no terminaría nunca. Acepte mi consejo y le irá bien”. El pobre Marqués quedó muy confundido y no sabía qué hacer. Habló con su Procurador, y determinaron consultarlo con el abogado Roncone, que era el mejor de la Corte.

Fueron adonde Roncone. Les dijo que, como el Papa le había dicho que viera la manera de buscar un acuerdo con los Padres, procurara antes ver qué decía Rovinaglia, y lo tranquilizara; porque, de lo contrario, nunca conseguiría nada. -“Y puede ser -continuaba- que debajo haya algo que no se conoce, pues dice taxativamente que hará restituir los intereses; y quizá pretende probar que es una negociación ilícita, lo que le causaría grandísimo disgusto. Por eso, debería hablar con el mismo Monseñor Baranzone, quien fácilmente lo haga, para quitarse esta causa de las mansos; pues no puede ser que el Papa no lo llame, para saber cómo han salido adelante los Decretos“. Le dijo también le dijo al Marqués que había acudido muy precipitado y furioso adonde al Papa. Al final quedaron en que el mismo Rancone hablaría con Baranzone a la mañana siguiente.

289.Como Rovinaglia sabía muy bien lo que había pasado entre el Marqués y el Papa, se fue a San Pantaleón, me dijo que si iba alguno a San Pantaleón para hacer un acuerdo de la Causa del Marqués Malavezzi, no le concediera audiencia, y le dijera que, en relación con la Causa, nos habíamos desprendido de ella; que hablaran con Rovinaglia; “porque quiero que se revisen las mediciones del edificio que reformado Simón Brogi, y con esto le haremos ver que ya ha recibido más de lo que le pertenece, y que el dinero no ha servido para las obras”.

Quiso hablar también con el P. General. Éste le agradeció el favor que le había hecho al ocuparse por esta Causa. Le dijo que no era poco lo que le debía; que cuanto tenía, le había venido de sus manos, por haber sido alumno suyo; y sabía bien cuán agradecido le tenía que estar. Y, en cuanto a la Causa, “creo que tengamos una grandísima ventaja, porque el Papa ha dicho al Marqués que pacte un acuerdo de alguna manera, porque, de lo contrario, si la Causa va a la Rota, se hará eterna. Esto me lo ha dicho un Prelado, que estaba presente cuando el Marqués hablaba con el Papa“. - “Si, por casualidad va a hablar con Vuestra Paternidad -le dijo Rovinaglia-, dígale que pacte conmigo, que yo le daré toda satisfacción”.

290.- El Padre le respondió que no era su intención no pagar al Marqués, sino que ha hecho esto mientras llega el momento oportuno de poder conseguir el dinero. Y, además, que, “como el Papa ha dicho esto, es necesario revisar las cuentas de Simón Brogi, y hacer las mediciones de los locales, porque no se sabe las que hizo con el P. Esteban, que es el que lo ha manejado todo, y aún puede existir algún error”. Y se quedó en hacer eso.

El Papa llamó a Monseñor Baranzone, le preguntó cuál era la razón por la que había hecho un Decreto a favor del Marqués Malvezzi contra os Padres de las Escuelas Pías y luego lo había revocado. Le respondió que los Padres de las Escuelas Pías tenían un Procurador que no sabía dónde tenía la cabeza, “y después han cogido a Rovinaglia, quien los ha defendido de tal manera, que el Procurador del Marqués Malvezzi ha quedado confundido. Por eso he hecho el Decreto “nisi per mensem”, para que Rovinaglia tenga tiempo de estudiar las escrituras, pues, por lo que he visto, no ha hecho otra cosa que rechazar las razones de la otra parte, con tanta doctrina y palabras, que le han llevado cinco horas, sin haber podido hacer ninguna otra cosa en toda la mañana. De forma que, para cortar el torrente de palabras los he tenido que despedir con esto. Vea Su Santidad lo que deba ordenar, porque, si no, esta Causa cogerá tal cariz que no terminará nunca”.

291.- El Papa le respondió que eso mismo había dicho el Marqués; que procuraran terminar, de lo contrario, Rovinaglia lo llevaría a la Rota, y no terminaría nunca; que lo mejor sería que intentaran ponerse de acuerdo. Y quedaron en que, cuando llegaran a la otra Información, haría algún decreto ambiguo, para que ellos mismos se dieran cuenta, y pactaran.

292.- El Abogado Hércules Ronconi fue a la mañana siguiente adonde Monseñor Baranzone, y le dijo que, antes de la embajada que traía -si le resultaba cómodo- quería decirle dos palabras. Monseñor le mandó subir y, comenzando la conversación, sobre en qué situación se encontraba la Causa entre el Sr. Marqués Malvezzi y los Padres de las Escuelas Pías, el Marqués le pidió que se viera lo que se podía hacer, porque tenía que ir a Bolonia cuanto antes, y no quería dejar la Causa indecisa; y, pues había hecho el favor, quería justo arreglo. Monseñor le respondió que, en cuanto a la Causa, el Marqués tiene razón, pero la dificultad está en saber a quién se debe pagar, ya que el Principal es acreedor, y Rovinaglia pretende que Simón Brogi queda a deber a los Padres Escolapios una cantidad mayor. Aquí está la dificultad. -“Vuestra Señoría sabe quién es Rovinaglia; y el Papa me ha llamado y me ha dicho que ha aconsejado al Marqués que termine como pueda, igual que me ha dicho a mí, que ya estaba decidido a renunciar a la Causa. Que vayan a Monseñor Cafarelli, Auditor de la Cámara, para que la defina él, y me vea libre de estos embarazos”; pero el Papa no ha querido; lo que quiere es que se pongan de acuerdo a toda costa. Dígaselo al Marqués, para que sepa el pensamiento del Papa, como ha dicho él mismo”.

Ronconi le respondió que el Marqués quería pactarlo de la manera que fuera,

- “Dice que, con tal de recobrar su dinero, páguelo quien quiera”.

293.- Quedaron en que Monseñor hablara a los Padres, para conocer su intención; pero, primero, sería mejor hablar con Rovinaglia, pues, si él lo acordaba, lo acordarían también los Padres. Quedaron en que Monseñor llamaría a Rovinaglia y le hablaría. Para saber en qué punto se encontraba la dificultad. Monseñor ordenó decir a Rovinaglia que por la tarde fuera adonde él, que quería hablarle de un asunto importante; que no dejara de ir. Por la tarde fue Rovinaglia, y Monseñor comenzó diciéndole: -“Qué haremos de la Causa de los Padres de las Escuelas Pías con el Marqués Malvezzi?” A lo que él respondió: -“Lo que ha dicho Su Santidad”. Y le contó todo lo que había dicho el Papa, tanto al Marqués como al mismo Monseñor. Éste que quedó fuera de sí, pues no podía comprender cómo había podido saberlo. Conversó un rato para intentar encontrar la forma de llegar a un acuerdo, pero Rovinaglia se mantenía siempre fuerte, porque pretendían que el Sr. Simón Brogio era el deudor, y temían que el P. Esteban estuviera actuando bajo mano y estaba de acuerdo con Simón Brogio. -“A pesar de esto, podemos ver lo que se puede hacer, porque el P. General sólo tiene la intención de que cada uno tenga lo suyo, tal como debe ser. Pero, antes de hacer nada, es necesario ver las cuentas y hacer las mediciones de los locales con Simón Brogi; pues, según sean, se podrá formular la conclusión”.

294.- Quedaron en no hacer nada más, hasta que Monseñor diera la respuesta; que hablarían al Marqués, y tendrían una Reunión, para ver la manera de pactar un acuerdo. En eso quedaron.

A la mañana siguiente Monseñor Baranzone llamó al abogado Roncone, y le dijo lo que había tratado con Rovinaglia. El abogado respondió que el Marqués Malvezzi le había remitido la causa a él, par que hiciera lo mejor le pareciera, pues lo llamaba como Árbitro y no como Juez; que no quería pleitear más, sabiendo que estaba perdiendo todo el crédito. Se concluyó que hablaría de nuevo a Rovinaglia, porque el Marqués quería irse. Llamaron de nuevo a Rovinaglia, y, después de conversar, le hizo ver que, hechas las mediciones de las pilastras, más las de la bóveda y los cimientos que había hecho Simón Brogi en la Iglesia de San Pantaleón, sólo se le debía aquel trabajo, que lo demás estaba todo pagado; así que no entraba en la Cuenta de la Compañía de Oficio del Marqués Malvezzi, ya extinguida por parte de los Padres. Y que, si se debía algo a Simón Brogio, se le pagara; pero que una cosa no tenía nada que ver con la otra, porque aquélla obra era del Refectorio y del Dormitorio, y ésta, de la Iglesia.

495.- Finalmente, tan bien lo supo hablarle Rovinaglia, que acordaron que los Padres pagaran a Simón Brogio las obras de la Iglesia, sin estar obligados a más. Así que echaron la cuenta, y quedaron en que los Padres pagaran ochocientos escudos más, para saldar todos los trabajos, y así lo acordaron. Con lo cual, el Marqués perdió doscientos escudos de los intereses, que entregó, para no ponerse en el peligro de perderlo todo, como decía Rovinaglia. Al cabo de un cierto tiempo, los Padres pagaron el dinero, a cuyo efecto tuvieron que pedir un préstamo a las Monjas de Campo Marzio, y quedaron libres de lo que pretendía el Marqués y Simón Brogio, pero con cierto temor de un enfrentamiento entre el P. Esteban [Cherubini] y Simón Brogio.

A pesar de todo, haber ganado una cantidad tan grande, fue un grandísimo alivio para los Padres, pues, si no hubiera sido por el P. Fundador amenazaba el peligro de tener que pagar mil escudos al Marqués y seiscientos a Simón Brogio, porque ya existía un mandato para los mil escudos.

296.- El P. Esteban [Cherubini] tenía las llaves del Archivo de San Pantaleón. En él estaban todas las escrituras de la Orden, excepto las que mandó quemar el P. Mario [Sozzi], como ya se dijo en la 1ª Parte. Así que, cuando se necesitaba alguna escritura, no se podía consultar, porque él no quería dejar las llaves a nadie. Lo que él quería, era ir a buscar los escritos, no por otra cosa, sino como excusa para volver a San Pantaleón.

Un día cayó una carta en manos del P. Gabriel [Bianchi] de la Anunciación, pero iba dirigida al P. Nicolás Mª [Gavotti] del Rosario. Venía de fuera, y pedía un Proceso que se encontraban en el Archivo, que yo mismo había organizado. Cuando yo leí esta carta, le dije que no se la entregara, sino la guardara, porque un día había de servir.

297.- Comenzamos a hablar de ello con el P. General; que no estaba bien que los Procesos cayeran en manos de los reos; que quizá el P. Nicolás María había conseguido las llaves del Archivo para hacerse con las escrituras que le quisiera, porque esta era una respuesta que daban al P. Nicolás Mª, donde se decía que pusiera el Proceso a la puerta, bajo nombre fingido.

El P. General quiso escuchar la carta, y dijo que había que evitarlo a toda costa; que yo fuera al Cardenal Ginetti a tratar el asunto -para no molestar tanto a Monseñor Vicegerente- y le dijera, de parte suya, que hiciera el favor de llamar al P. Esteban, para que entregara las llaves del Archivo, bajo el pretexto de que había que hacer el Inventario, o como le pareciera más oportuno. -“Y llévele la carta, para que la vea”.

Esto tuvo lugar un día de junio de 1647, pero no recuerdo la fecha. Por la mañana fui adonde el Cardenal, comenzando la conversación, le dije que iba de parte del P. General. Le mostré la carta, y le dije los inconvenientes que de podrían surgir de aquello, sin contar con el daño de la pérdida de las escrituras.

298.- El Cardenal me preguntó que cómo se metía él a tener aquellas llaves, si ya no era nada, ni estaba en San Pantaleón. Le respondía que se las había llevado en mano, y para hacer que no volviera a San Pantaleón, nadie había ido a pedírselas; y, cuando se le decía algo, él decía que quería entregar las llaves a una persona legítima, de lo contrario, no las entregaba, El Cardenal me respondió: - “Vaya de parte mía, y dígale que entregue todas las llaves del Archivo, que las quiero yo; y que, si no se las da, enviaré a alguien a abrirlo. Fui muy de mañana; encontré al P. Esteban. Le comunique el encargo del Cardenal, y me respondió, que, cuando el Cardenal le ordene ir a San Pantaleón, entregará las llaves y las escrituras a quien él ordene, porque no sabía quién le quiere bien o mal; que si, después, faltaba algo le echarían la culpa a él. -“¡Como si el Cardenal -seguía diciendo- no tuviera otra cosa en qué pensar, más que en querer las llaves del Archivo! Han cogido gusto a ir cada día a romper la cabeza al Cardenal y al Vicegerente, para darme a mí un disgusto”. No quise seguir hablando, porque lo veía muy afligido.

299.- Volví adonde el Cardenal, le di la respuesta, y enseguida llamó al Sr. Luis de Grazia, el Auditor, y le ordenó que fuera a San Pantaleón, Mandara abrir el Archivo, y cambiara las llaves. Hicieron el inventario de todas las escrituras, y, mientras, y, mientras terminaban, las tenía él, para poder entregarlas luego legítimamente. El Sr. Luis, Auditor, fue, llamó a un Notario del despacho de Valentino, vino un cerrajero, abrió, cambió las llaves y las cerraduras, se hizo el Inventario -que duró ocho días-, y, al no encontrar el proceso que había prometido el P. Nicolás Mª a aquél de fuera, le pedí al Auditor que ordenara hacer un edicto, bajo pena de excomunión, para que quien tuviera las escrituras, tanto públicas como privadas, procesos, libros, y otras cosas, las entregara al Depositario del Archivo, “que es el P. Juan arlos de Santa Bárbara, o al Despacho de Valentino, en el término de ocho días; de lo contrario, se los declaraba excomulgados, con excomunión reservada solamente al Cardenal Vicario.

300.- La propuesta le pareció bien al Sr. Luis. Ordenó hacer el Edicto, y él mismo lo llevó a que lo firmara el Cardenal. Por la mañana se hicieron las copias auténticas, que fueron fijadas en San Pantaleón, en el Noviciado y en el Colegio Nazareno.

Este edicto causó gran terror. Cada cual hacía su examen de conciencia. El P. Nicolás Mª llevó algunas escrituras al despacho de Valentino; y el P. Esteban, me reveló tener en su poder algunos libros, de los que me hizo un recibo, al no poder dármelos, porque estaban en casa de su hermano.

Terminó el Inventario, pero no se encontró el Proceso. Y, sin decir más, me entregaron las llaves. Una la cogió el P. Castilla, y la otra, yo. Así terminó este problema. A mí no me preocupaba que me echaran la culpa, porque conocía el daño y los peligros en que se encontraban las escrituras; les dejaba desahogarse como quisieran; y nunca me cansé de hacer lo que me mandaba el P. General, pues se fiaba de mí, lo que me acarreaba la envidia de los que pretendían hacerse dueños de la Casa de San Pantaleón.

Notas