CaputiNoticias02/551-600
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551.- Fuimos al Notario del Archivo Urbano, y encontramos el testamento hecho por Monseñor Juan Andrés Castellani a la Iglesia del Monasterio de Santa Susana en Porta Pía, donde anulaba lo que había dado en Donación a los Padres de las Escuelas Pías, tanto para las obras de la Iglesia de San Pantaleón, y para las del ala del Dormitorio, como los ciento cincuenta escudos anuales por la misa cotidiana; porque el 16 de marzo del año 1646 había salido un Breve del Papa Inocencio X, en el que se decía, que dicha Orden había sido reducida a Congregación, y otras cosas que lo movían a hacer tal declaración. -“Y a Juan María Castellani, que no sea ya servido de testar treinta mil escudos, sino sólo diez mil”. Y como Juan María había muerto sin saber nada, les quedó esta duda incluso a los Padres dominicos de la Minerva. Declaraba también que las misas cotidianas que debían decir los Padres de las Escuelas Pías, se dijeran en la Iglesia de la Madonna de Loreto, para cumplir con su intención.
Visto el testamento, fuimos también a verlo adonde Abbinante, Notario Capitolino, que está en Torre Sanguigna, para ver el original, y encontramos lo mismo que había en el archivo Urbano.
Pensamos avisar al P. Marini, General de los Padres dominicos, que aún no sabía nada, para ver lo que se podía hacer, porque, verdaderamente, era un gran logro descubrir este testamento después de la muerte del Papa Inocencio y de Juan María, que se lo había dejado a los Padres dominicos.
552.- El P. Marini se quedó asombrado, y dijo que iría él mismo a ver el testamento, y después hablaría de él al Papa Alejandro VII, para que se descubriera esta perfidia; quería obligar y empeñar a toda la Orden, sabiendo que perdía la vida si hubiera cien Cardenales Pallotta. –“Veremos también nosotros cómo hacer; pagaré un abogado por parte nuestra”.
Al P. Vicente le pareció conveniente volver donde el Cardenal y pedirle que nos diera al menos lo que ya habíamos pagado de las misas, porque teníamos extrema necesidad.
Nos respondió que habíamos recibido demasiado, que él no era Dueño de las cosas de la Madonna para dárselas a otros, que, si el testamento se hubiera encontrado antes, antes lo habría dicho.
Tanto le solicitamos, que nos hizo una orden de cien escudos, que yo no quería coger, diciéndole que no se trataba de una limosna, sino de una deuda que liquidar.
553.- El año 1661 tuve que ir a informar al Cardenal, para una Causa que teníamos en la Congregación de Obispos y Regulares -de la que era Ponente el Cardenal Franciotti, de feliz memoria- sobre un legado de diez mil escudos dejados por Lelio Tomasetti, de Piscina, contra los Monjes Silvestrinos, que habían usurpado nuestro legado.
Cuando me vio el Cardenal Pallotta, comenzó a preguntarme qué quería. Le respondí que quería informarle de una Causa en la Congregación de Obispos; pero, como éramos pobres, y no podíamos pagar abogados, había ido solo, para informarle. Se detuvo a escuchar con muchísima atención, y, terminado el discurso, me preguntó si tenía otras razones, porque aquéllas eran frívolas y sin fundamento.
Por aquellas palabras pude conocer verdaderamente que era lo contrario. Cuando luego supe que el P. D. Leonardo Palagalli era paisano suyo, y él llevaba la causa, comencé a pensar cómo encontrar un abogado para que le pudiera rebatir lo que decía. Fui al abogado Levorali, para exponerle la Causa, y me respondió que el Cardenal Pallotta quería burlarse; que teníamos razones para defendernos, que procurara encontrar otras escrituras y le dejara hacer a él; que no tuviera miedo, porque el Cardenal Franciotti era hombre de bien, y no se dejaba guiar por la jactancia de nadie. Se encontraron otras escrituras; se escribió al Procurador Pablo Barberiis, al abogado Carlos Orilia y al abogado Senaroli; fue informado antes el Cardenal Ginetti, Prefecto de la Congregación, y después Franciotti, Ponente; luego, otros diecisiete Cardenales, todos los cuales dijeron que teníamos razón, que los Monjes Silvestrinos no tenían razón ninguna, y el legado no les pertenecía a ellos.
554.- Al último que se informó fue al Cardenal Pallotta, que nos hizo estar 20 horas, hasta las dos de la noche, antes de darnos audiencia. Cuando entramos, comenzó el Procurador a exponer la razón de la Causa, y, en lo mejor de la conclusión, se volvió al abogado Senaroli y empezó a preguntarle sobre las pretensiones que los franceses tenían contra la Sede Apostólica, lo que duró una buena hora.
Carlos Orilia retomó la justicia de la Causa; enseguida interrumpió el discurso, y comenzó de nuevo exponer otras razones.
Después de dejarle hablar largo y tendido, comenzó el abogado Senaroli a exponer nuestras razones, y de nuevo habló sin saber terminar. Mientras tanto llovía y diluviaba.
Cuando acabó, reanudó otra vez el discurso, y el Cardenal comenzó otro, con alabanzas a las Escuelas Pías, y en particular sobre las virtudes del Padre Fundador, “que estaba retiradísimo de las cosas mundanas, y había renunciado a la herencia de Squarciafichi, que era de más de mil escudos, y no la quiso; y a otras herencias pingüísimas, que también había renunciado; que se veía, verdaderamente, que no andaba entre estos intereses, como hacen hoy las demás Órdenes”.
Me tocó a mí agradecerle tanto favor. Le dije que nosotros habíamos ido a informarlo de la Causa. Eran las cuatro de la noche y llovía. Mientras tanto se pusieron en pie el Procurador y los Abogados, y yo, que tenía frío, me puse el bonete.
555.- Después se habló de otra clase de discurso. Sobre el bonito bonete que se había puesto el Cardenal Lanti. Describió de qué tela era, cómo estaba cosido; que tenía casi noventa años y nunca lo había llevado. Alegrándose él de la bondad de bonetito, lo plegó, y lo metió en la alforja, por no atreverse a llevarlo. Yo le respondí: -“Emmo. Cardenal Lanti, usted lleva buen vestido y no tiene frío; a mí me duelen las muelas, y, si no estoy abrigado, es lo mismo”. Él se calló. Salieron fuera el Procurador y los Abogados. Yo les dije que quería decirles dos palabras, si a él le parecía bien. Me dijo que dijera lo que quisiera.
-“Suplico a Su Eminencia que busque alguna forma de arreglar los intereses que tenemos con la Compañía de la Madonna de Loreto, pues nosotros hemos celebrado, y seguimos celebrando continuamente Misas; encuentre la forma de llegar de alguna forma a un arreglo, porque es justo que cada uno tenga lo suyo; y, si los Padres dominicos han tomado una decisión en la cual “res est integra”, nuestra Causa exige lo mismo, porque nos corresponde la posesión, y hemos cobrado sólo unos 500 escudos”. Comenzó a gritar de tal manera que, con sus gritos, me asustaba; pero yo le rebatía cada palabra, y con tanta eficacia, que los que estaban en la Antecámara, pensaban que íbamos a llegar a las manos. Me despedí, con poca satisfacción por su parte, porque se sintió ofendido. No me respondió más. Yo le dije que sabía lo que tenía que hacer, “y lo haré”.
556.- Salí del Palacio con los Abogados y el Procurador. Me preguntaron de qué habíamos hablado, y les respondí que de la Causa de las Misas de Monseñor Castellani.
Aquellos Señores concluyeron que, como el Cardenal le había dicho que actuara, comenzara a actuar, pidiendo una Audiencia ante Monseñor Bulgarino Bulgarini, Lugarteniente del Auditor de la Cámara, que administraba justicia, y no temía a nadie. Que ellos defenderían la Causa, sin ninguna dádiva ni interés.
A la mañana siguiente, el Cardenal fue en persona a encontrarse con el P. Camilo [Scassellati] de San Jerónimo, nuestro General, quejándose de mí, porque le había faltado al respeto; y le pidió que me enviara fuera de Roma.
El P. General, con mucha prudencia, respondió: -“Él es Procurador, y está bajo la protección del Cardenal Imperiali; a quien es necesario decir antes una palabra, para que no se comprometa en algo no que pueda hacer”. Cuando oyó ´el Cardenal Imperiali ´, dijo: -“Ahora ya sé quién es, pero es demasiado ardoroso; le puede decir solamente que, cuando hable con los Cardenales, sea más humilde”.
557.- Enseguida me llamó el P. Camilo, General; me preguntó qué había pasado con el Cardenal Pallotta, que había ido a quejarse y quería que me sacara de Roma. Le respondí que cuando me oyó decir que todo dependía del Cardenal Imperiali, sólo supo decirme: -“Cuando trate con Cardenales, sea más humilde; sería bueno que fuera a pedirle perdón”.
–“Iré con gusto, le dije, aunque no tengo ninguna culpa”. De hecho, fui. Mandó una embajada a decirme que entrara, y contra toda su costumbre, enseguida me mandó entrar. Le pedí perdón, diciéndole que me perdonara, que me había pasado en las palabras; que solamente le pedía que el viera la manera de defender nuestros intereses con la Santa Casa. Me respondió que ya me había dicho que sabía lo que tenía que hacer. Le añadí que me excusara, pero, siendo Procurador de la Casa de San Pantaleón, tenía que cumplir con mi cargo. –“Sí, dijo, pero no con tanto ardor, enfrentándose al mismo Cardenal, que también puedo hacer algún favor a la Orden.
-“Su Excelencia –le dije- puede hacer mucho; si fuera otro el Procurador, no sé lo que habría podido soportar, al ver perjudicados los intereses de la Casa, como he hecho yo, que, por respeto suyo no he ordenado citar a la Compañía”. Me respondió que cumpliera con mi obligación, que la justicia no hacía injuria a nadie. Y con esto me despedí.
Trece veces se expuso la Causa en la Congregación de Obispos y Regulares, y el Cardenal buscó la forma de alargarlas. Finalmente, hablé con los Cardenales Franciotti y Ginetti, para que me hicieran el favor de terminarla de una vez, para no tener que pensar más en esta Causa, porque los gastos eran grandes, y tenía cansados no sólo a los Abogados, con tantas escrituras, sino a toda la Sagrada Congregación, pues ya no tenía cara para presentarme delante.
Me respondieron que a la mañana siguiente me dejara ver en la Iglesia del Espíritu Santo, donde se hacían las exequias del Cardenal de Bagni, que había muerto tres días antes; que allí hablarían ellos con otros Cardenales de la Congregación; y frenarían al Cardenal Pallotta. Éstas fueron Palabras del Cardenal Ginetti, nuestro Protector.
A la mañana siguiente me fui donde el Espíritu Santo, y, según iban llegando los Cardenales de la Congregación, les hacía reverencia y acatamiento, sin decir nada, y me puse frente al Cardenal Ginetti, para que me viera. Estaba sentado con el Cardenal Franciotti, Colonna y Farnese; Vicchiarelli, Ottobono y Carpegna, llamaron a Ursino desde el otro banco. Comenzaron a argumentar sobre la Causa, y concluyeron que teníamos razón, y que era necesario acabarla de una vez, y no estar a los caprichos de Pallotta.
Terminada la función, me llamó el Cardenal Ginetti y me dijo que me preparara para el viernes, cuando se terminaría la Causa, porque ya había concluido todo; que no tuviera miedo; que citara a la otra parte “ad informandum”, y no pensara en otra cosa; y “hable con Franciotti, el Ponente, y con Monseñor Altieri, el Secretario”.
No perdí el tiempo; fui adonde Franciotti, y le pregunté si ordenaba citar a la parte, y si le resultaba cómodo llevar la Causa.
560.- Me respondió: -“Cítela, y actúe rápido, porque el viernes quieren terminar la Causa, y no es necesario informar a otro, sino sólo a Monseñor Altieri, Secretario, de que, si hay alguna orden de Palacio, pueda responder; y no hace falta más información, pues mañana, en la Congragación del Santo Oficio, donde no interviene Pallotta, hablarán con estos Señores Cardenales de nuevo. Enseguida llamé a los Cursores, e intimé a la parte, que “omnino proponatur”.
561.- E. P. D. Leonardo Pelagalli, Procurador General de los monjes Silvestrinos, junto con Carlos Capogalli, su Procurador, fue enseguida donde el Cardenal Franciotti, y le pidió que le hiciera el favor de sobreseer y no continuar la Causa, porque no estaban a la orden, y había poco tiempo para informar a toda la Congregación. Le respondió que quería continuarla, para terminarla de una vez.
Mientras estaba informando a Monseñor Altieri, Secretario, llegó el P. Pelagalli y le pidió, por amor de Dios, que no permitiera que se presentara la Causa, porque faltaban algunas escrituras –quizá se confiaba de que Monseñor había dicho a alguno de ellos que le haría el ese favor-. Le respondió que él no podía detener la justicia, que hablara con el Ponente, porque no le correspondía a él. Y, con esta respuesta, corrió enseguida a Pallotta a encomendarle que lograra diferir la Causa, porque no estaban a la orden. El Cardenal le respondió que no podía ser, porque no había visto a la parte contraria para informarle de ello, sino sólo había enviado las escrituras, por lo que estaba muy atónito.
562.- El viernes fui a la Congregación, que se hacía en Montecavallo, e hice a todos los Señores Cardenales los agasajos debidos. Todos dijeron que querían terminar la Causa a toda costa. Llegó Pallotta, me mandó pasar, me acercó la silla, le encomendé la Causa, y me respondió que no había sido informado, que no había visto las escrituras y estaría atento a oír la propuesta, pero tenía mucho miedo.
Mientras los Sres. Cardenales estaban en Congregación, llegó el P. Pelagalli con un Memorial, y llamando al Sr. Tomás, Portero Mayor de la Congregación, le dijo que le hiciera el favor de entrar y entregar aquel Memorial al Cardenal Franciotti, que era cosa importante, porque venía de Palacio.
563.- El Portero le respondió que ya había comenzado la Congregación, y no podía entrar; y que, como era cosa del Cardenal Franciotti, correspondía a su Maestro de Cámara; que se lo entregara a él, que lo llevaría. Habló al Maestro de Cámara, quien le cogió el Memorial de las manos, y le dijo esperara un poco, que le atendería. Salió de la puerta del Jardín, y tardó un rato en volver. Pensando el P. Pelagalli que le había hecho el encargo, volvió y dijo que no lo había podido hacer, porque los Cardenales estaban cerrados y gritando; y que no se oía a otro más que al Cardenal Pallotta. Como el Maestro de Cámara estaba informado de todo, le daba conversación con fingimiento y palabrería, entreteniéndolo con esperanzas de algún buen resultado de la Causa a favor suyo.
La Congregación duró unas cinco horas o más. El primero que salió fue el Cardenal Ginetti, quien, acercándose a mí, enseguida me dijo que la Causa había terminado ya, y la habíamos ganado.
564.-Salió el Cardenal Pallotta, y rápidamente me acerqué a él, agradeciéndole haber contribuido a la justicia. Mientras los Cardenales salían de la Congregación, se iban parando a oír lo que decía al Cardenal Pallotta, quien me respondió que había hecho lo que había podido. Le añadí: -“¿Contra nosotros?”. Estaban presentes en el Diálogo diez Cardenales, que se echaron a reír, al oír aquella salida, que no le favorecía mucho. Me llamó enseguida el Cardenal Santacroce y me dijo que quería saber cuánto tiempo hacía que yo no había estado en Piscina, mientras todos los Cardenales lo estaban oyendo. Le respondí que ni sabía dónde estaba Piscina, a no ser por una vez que pasé para ir a Chieti, cuando me la señalaron y dijeron que Piscina estaba al pie de aquella montaña; no sabía nada más. –“Así que –dijo el Cardenal- ¿usted no es de Piscina? ¿De qué pueblo es, entonces?”. Le dije que de una Ciudad llamada Oria, en el Reino de Nápoles, Provincia de Lecce, que fue de San Carlos Borromeo, que la vendió, y empleó el precio en Caridad para los Pobres. –“Ahora soy vasallo del Cardenal Imperiali, de cuyo Estado disfruta su Nepote”. No sabía el misterio de por qué los Cardenales se miraban uno a otro, y después se reían, por lo que yo estaba confuso. Me dijo el Cardenal Ginetti que fuera a Casa, que ya me hablaría, que quería saber no sé qué.
565.- Fui adonde el Cardenal [Ginetti], a quien Pallotta había dicho en Congregación que no era verdad que los Padres de las Escuelas Pías querían este legado; “es cosa del P. Juan Carlos [Caputi] que, como es de Piscina[Notas 1], y tiene afecto a su Patria, hace estas cosas para ayudarla; por lo demás, los Padres no se ocupan de esto”. El Cardenal Ginetti le respondió que no podía ser cierto, porque el P. Juan Carlos no tiene tanta vara alta para buscar a los mejores Abogados de la Corte para su servicio; que había hablado muchas veces con al General, y él mismo le había recomendado la Causa; “será que el Cardenal Pallotta se habrá dejado engañar por Pelagalli”. –“Se ha terminado –dijo Ginetti- id a ver el Decreto adonde Monseñor Altieri, que él os dirá el resto”. Y, agradeciéndoselo, me despedí”
566.- Fui adonde Monseñor Altieri, Secretario de la Congregación,
– hoy Papa, con el nombre de Clemente X-, y le agradecí tantas fatigas empleadas en esta Causa. Le dije también que, si no hubiera sido por su diligencia, -que, con amenazas y premios, había logrado recuperar el Proceso iniciado por Monseñor Cavia, Obispo de Piscina, en la visita del año 1650- aquél no hubiera querido darlo. (Escribir el modo sería algo larguísimo; basta con insinuarlo).Me respondió que teníamos razón de sobra, y, por eso, la Congregación había hecho justicia; que fuera a Secretaría, adonde Domingo Panti, a que me dejara ver el decreto en de la Gaceta, “que mañana lo publicaremos”. Fui donde Domingo Panti de parte de Monseñor, para que me dejara ver el Decreto, pero me daba poca audiencia; me dijo que esperara un poco, y no venía; mas el Sr. Domenichino, Subsecretario, por compasión cogió la Gaceta y me dejó leer el Decreto, que decía: “Legatum spectare Patribus Scholarum Piarum, et nullum Jus competere Patribus Silvestrinis; et heredes Domini T&omasetti urgendos ese ad restitutionem legati”.
Hice una copia de él, para enseñársela al P. General y viera lo que se había conseguido, porque creía que nunca se llegaría a ello, dado que incluso había algunos de los nuestros que eran del parecer contrario, y pretendían que nos pusiéramos de acuerdo con los monjes Silvestrinos; otros, además, tenían cierta envidia porque había adquirido cierto crédito en la Congregación, y andaban diciendo que yo nunca ganaría una causa; que era mejor el acuerdo, pues, si no, nunca la ganaríamos; sin contar con otras invenciones que me callo, por muchos motivos.
567.- Cuando el P. Camilo [Scassellati], General, vio el Decreto, se quedó muy contento, y determinamos que, llevando el mismo Decreto, iríamos juntos a los Sres. Cardenales de la Congregación para agradecérselo, como se debía.
Cuando vio el Decreto en la Gaceta Juan Pedro Tomasetti, uno de los herederos de Lelio Tomasetti, tuvo miedo de que se pusiera en ejecución el Decreto lo mismo que estaba escrito, pues -éste era el mayor Adversario que tenía, porque él calculaba lo peor, aunque compareciera el P. Pelagalli-. Vino a hablar conmigo, y me pidió que, si quería unirme con él contra el P. Pelagalli, lograría él me restituyera el legado -que ellos ya lo habían pagado-; y, para ello, gastaría lo que hiciera falta.
568.- Después vino a hablar conmigo el P. Pelagalli y me dijo que, como la Congregación había determinado que los herederos de Tomasetti estaban obligados a pagar el legado, actuáramos contra ellos, que ya nada teníamos que hacer con él. Esto lo hacía para despistarnos, y no utilizáramos el decreto contra él.
Le respondí que lo consultaría con el Abogado Senaroli, y haría lo que él me dijera. Pero, como veía que quería engañarme, fui a Secretaría a que me extendieran el Decreto, e intimárselo rápidamente.
Pensando que Domingo Panti me extendería enseguida el Decreto, me respondió que no lo podía hacer, si no se hacía otra Congregación, porque la parte contraria quería volver a revisar la Causa, y ya había hecho la instancia.
Le repliqué que me diera el Decreto, que la Congregación ya se había hecho, que no me lo podía negar, de lo contrario me quejaría de ello.
569.- Tampoco fue posible que me diera audiencia; tuve incluso que ir a Monseñor Secretario a decirle que Domingo Panti no quería darme el Decreto “hecho con tantos esfuerzos”, lo que me hacía sospechar; y que me hiciera el favor de ordenarle me lo diera, porque lo quería ver el Cardenal Ginetti.
Monseñor me respondió que fuera de su parte, y le dijera que me extendiera el Decreto, y no diera más vueltas.
Volví, y no quiso hacer nada, diciéndome que hablaría con Monseñor; que yo era demasiado inoportuno; y que no me lo daba. Le repliqué que me lo enviara a casa, y no le daría ni un céntimo.
Fue conmigo adonde Monseñor, y comenzó a decir que era un inoportuno, y que lo había maltratado; que el Decreto se lo extendería después de la siguiente Congregación, porque la parte contraria le había dicho que quería ser escuchada de nuevo; que era mejor hacer sólo un Decreto, porque ellos presentan otras razones. Mientras tanto vino un Prelado a tratar con Monseñor, y no pude obtener otra respuesta, porque era tarde; y Panti se reía.
570.- Me fui enseguida donde el Cardenal Ginetti, le conté lo que pasaba, y dijo a su Maestro de Cámara que mandara llamar a Domingo Panti. –“Que deje todo; que ahora venga aquí para un asunto que me urge”. Me añadió que lo dejara hacer a él, que lo haría rápido.
Cuando llegó Domingo Panti, el Cardenal le preguntó enseguida si había hecho el Decreto de los Padres de las Escuelas Pías contra los Monjes Silvestrinos. Yo intervine rápido, y dije lo que me pasaba. Le respondió que la otra parte había solicitado ser escuchada otra vez con otras razones, que la Congregación acostumbraba a dar varias audiencias, y que, para no multiplicar los decretos, no lo había hecho. Le repliqué que la Congregación ya había hecho el Decreto, que lo quería tal como era, y no se excusara, empleando las razones de la parte; que el Secretario debe ser neutral.
571.- El Cardenal le ordenó que hiciera el Decreto tal como estaba, y ni intentara otra cosa, pues parecía ignorar qué quiere decir tener un Decreto favorable; y le dijo que la Congregación no era para nada proclive a cambiar los Decretos en plena Congregación; que hiciera lo que le mandaba, y fuéramos a Secretaría a que me lo diera.
Volvimos juntos a Secretaría, y dijo al Sr. Domenichino, de Lucca, que lo hiciera, que así lo había ordenado el Cardenal Prefecto de la Congregación.
Domenichino lo extendió con muchos detalles, más de los que hubiera puesto yo, y me lo dio registrado, para que lo llevara a firmar a Monseñor Secretario, y luego a Panti, para que lo firmara, finalmente, el Cardenal; y que, cuando volviera a Secretaría, me pondría el sello.
Se lo llevé a Monseñor, quien lo firmó enseguida; después fui adonde el Cardenal, lo firmó también, y, para no volver a Secretaría por el sello, se lo llevé al Sr. Juan Antonio, Secretario del Cardenal; puso el sello, y así se terminó el trabajo, sin volver ya adonde Domingo Panti.
572.- Lo intimé enseguida, lo que hizo que D. Leonardo Palagalli me hiciera también una intimación, “ad informandum da primam Congregationem”.
Examinadas las escrituras, volvimos a la Congregación. Allí los Monjes no tenían otras razones, más que no había sido escuchada la Ciudad interesada, que había sido informada después de nosotros, y ya había constituido Su Procurador. Fue necesario escribir de nuevo, e informar contra las nuevas escrituras. Volvimos de nuevo a la Congregación. Yo iba con mucho miedo de que perdiéramos la Causa; pero el Cardenal Franciotti me aseguró que lo que se había hecho no sería nunca revocado, porque la razón era clara.
Tuvo lugar la Congregación, y dijo: -“Sea válido el primer Decreto”. Y lo mandó intimar, porque ellos ya no tuvieron excusa.
573.- Pero no por esto se tranquilizaron, porque, el lunes por la tarde, Monseñor Altieri me llamó y me dijo que fuera adonde Senaroli, y le ordenara que hiciera otra síntesis de todas las escrituras de la Causa, pues los monjes Silvestrinos habían suplicado al Papa que se revisara esta Causa, porque el poder del Cardenal Ginetti, Prefecto de la Congregación, Protector de los Padres de las Escuelas Pías, había subvertido los votos de los Cardenales, los había llevado a su deseo, y se trataba de una suma de diez mil escudos, además de los intereses, que llegaban a otros seis mil; y consideraban que la Justicia no era recta. Monseñor Altieri me leyó el Memorial, y el Rescripto, que decía a Monseñor Altieri que Nuestro Señor quería hablarme e informarme, que fuera pronto, porque quería hablar de ello el miércoles por la mañana.
574.- Comencé a dudar, porque el P. Pelagalli tenía mucha mano en Palacio, sobre todo con Monseñor Nini, Secretario de Memoria, y con Monseñor Accariggi, Maestro de Cámara del Papa, los cuales habían hablado conmigo muchas veces, diciéndome que hiciéramos algún acuerdo con los Monjes, que aceptáramos tres o cuatro mil escudos, y nos olvidáramos de la fundación. Pero yo siempre les había respondido que o todo o nada; que yo no valía para hacer esto, porque sería traicionar a la Orden.
Fui al Abogado Sacaroli, le pedí que me hiciera la síntesis del asunto, para que Altieri lo pudiera tener cuanto antes.
Enseguida se puso a escribir; lo copió, y fuimos juntos donde Monseñor Altieri. Le informó largo y tendido, y le dijo que no tuviera ningún miedo, que él diría toda la verdad al Papa, y no se haría ninguna otra Congregación, porque ya había hecho dos Decretos acerca de esta Causa; y que no le gustaban los caprichos e opiniones del Cardenal Pallotta; que, cuando se le mete en la cabeza una cosa, quiere conseguirlo a toda costa, y siempre anda buscando nuevos temas; que habían pasado ya tres años de pleitos, con tantas fatigas y ahínco, “y ahora vienen con estas razones de la sustitución en la Ciudad. ¡Basta! déjenme hacer a mí, que es mi obligación. El miércoles terminamos”.
575.- El miércoles por la mañana, de mañanita, fui adonde Monseñor Altieri; fuimos juntos a Palacio, y esperé que saliera de la Audiencia del Papa. Me llamó enseguida, y me dijo que Nuestro Señor le había ordenado no se hablara más de la Causa, que ya había aprobado los Decretos de la Congregación; que hiciera el cálculo, y solicitara los intereses; y, para los gastos producidos en el pleito, lo citara ante Franciotti, “que él le señalará un breve límite, para asignar cien lotes de Montes, que le serán transferidos a nombre de los Padres de las Escuelas Pías”.
576.- Cité personalmente al P. Pelagalli a que viera cómo ya había salido el mandato de transferencia, pero no quiso comparecer. Salió luego el Decreto, y a las dos de la noche fui con Marcos Errigo, Secretario de Montes; hice el mandato, y fueron transferidos los lotes de Montes a favor de los Padres de las Escuelas Pías, y los Monjes condenados a pagar los gastos. Tomamos posesión, y, a la mañana siguiente, comencé a exigir los intereses, que ya habían vencido hacía tres trimestres. Con ellos se pagaron, no sólo los gastos de los mandatos, sino los impuestos que nos correspondían a nosotros, que fueron doscientos escudos. Pero fue necesario pagar los derechos de Lotes de Montes, que había cogido el P. Pelagalli, pues no había pagado nada, y, encima, había reclamado los intereses. Así que fue necesario pagar los derechos dos veces; derechos que fueron condenados a pagarnos de lo suyo propio, de las entradas que tiene el Monasterio de San Esteban del Caspo di Roma, y teniendo que ser citado y comparecer siempre el P. D. Leonardo Pelagalli, como Procurador de la Orden, y no como persona y procurador privado.
577.-El Papa Alejandro VII quería fundir las cuatro magníficas estatuas de bronce de los cuatro Doctores de la Iglesia, dos, Griegos y dos, Latinos, para la Cátedra de San Pedro, hecha por Bernini, y, cuando se fundieran, quería asistir el mismo Papa, porque era muy curioso en esta materia. Por eso, dio orden a Bernini de que, cuando vertiera la fundición en las estatuas, un día antes lo avisara, porque quería ver cómo el Moldeador lo vertía todo, pues había inventado una forma nueva para que las estatuas resultaran de una pieza, y salieran enteras.
Al enterarse de esto el P. D. Leonardo Pelagalli, hizo un Memorial, y se lo llevó al Moldeador de las estatuas, que era de Piscina y se llamaba Juan Artusi, bravísimo y excelente en esta materia, que tenía nuevos inventos propios, y a quien el Papa apreciaba muchísimo.
Le pidió que le hiciera el favor de que, cuando fuera el Papa a la fundición, le entregara un Memorial de parte de la Ciudad de Piscina, que estaba interesada en el legado hecho por Lelio Tomasetti; porque era la beneficiaria principal del legado, y no había sido oída en la Causa; y le pidiera el favor de entregar aquel Memorial a la Congregación de la Fábrica de San Pedro, para que ella hiciera justicia; que, al hacer este favor a la Ciudad, “hará ver a nuestros Conciudadanos cuánta influencia tiene él ante el Papa”.
578.- Se puso muy hueco Juan Artusi, y le respondió que le dejara actuar a él, que con seguridad obtendría el favor; que fuera por la mañana a la fundición, donde podría oír con cuánto sentimiento se lo iba a suplicar. Y quedaron de acuerdo en ello.
A la mañana siguiente se preparó la fundición con adornos por todas partes para recibir al Papa, en una silla gestatoria hecha aposta, para que pudiera verlo todo. Preparados los instrumentos y la fundición, avisaron al Papa de que, en cuanto pudiera, todo estaba preparado. Colocado el Papa en la silla, ordenó llamar a los Cardenales Ruspigliosi, Secretario de estado (que luego fue Clemente IX), Chiggi, su sobrino, Azzolini – y a D. Mario, su hermano- y a otros Cardenales que eran de la Congregación de la Fáfrica de San Pedro, en particular Pallotta, y a los Prelados, con toda la Corte; y se trasladó a la fundición, donde Bernini fue el primero que lo besó, y después los Arquitectos. Luego llegó Juan Artusi, Jefe de la fundición, a quien el Papa preguntó: -“¿Qué hace, Messer Juan? ¿Le saldrá bien lo que ha prometido, que las estatuas van a salir enteras?”.
579.- Le respondió: -“Beatísimo Padre, saldrán bien, con la ayuda de Dios; mejor de lo que he prometido; la aleación está ya preparada. ¡Va a ver Su Santidad con qué facilidad haremos la operación!”.
580.- Viendo Artusi el campo amplio y el camino abierto, le dijo:
-“Beatísimo Padre, aún no le he pedido ningún favor; necesito un asunto de grandísima importancia para mi Patria, que se ha fiado de mí para que interceda ante Su Santidad; sólo le pido que envíe este Memorial a la Congragación de la Fábrica, la cual nunca ha sido oída en una Causa abierta entre los Padres de las Escuelas Pías con los Monjes Silvestrinos, sobre un legado de diez mil escudos, dejado por un conciudadano nuestro a dichos Padres de las Escuelas Pías, en el que se decía que, si éstos no aceptaban el lugar y tomaban posesión de él en el término de un año, la Ciudad tiene facultad de elegir otra Orden, la que más le guste. Han pasado veinte años, y más, y nunca han hecho nada; más aún, muchas veces se ha hecho instancia a los Padres de las Escuelas Pías para que lo cumplan –yo mismo en particular he ido muchas veces, y nunca han querido saber nada. Viendo la Ciudad que no han intentado hacer la fundación, la Ciudad se ha servido del poder que le dejó el Testador, y ha elegido a los Monjes Silvestrinos, que han hecho la fundación con toda solemnidad y decretos necesarios, incluso con un Breve de Su Santidad, en el que ha aprobado todo. Están en posesión del legado, y ahora vienen siendo perturbados por los Padres de las Escuelas Pías en la Congregación de Obispos y Regulares, donde han obtenido un solo Decreto, donde no se cita nunca a la Ciudad dueña del legado. Pido, en cuanto puedo, a Su Santidad que remita esta Causa a la Congregación de la Fábrica, y ordene a Monseñor Nini, Ecónomo y Secretario de la Congregación, que ordene hacerle justicia. Así, mediante el primer favor que me pide mi Patria, ella pueda ver que lo ha alcanzado”.
581.- El Papa le respondió que esta Causa había sido resuelta en la Congregación de Obispos y Regulares, que él mismo había mandado ejecutarla, había aprobado los Decretos, y creía que eso no se podía hacer. Se dirigió a un Cardenal, tomó el Memorial, y se lo dio a Monseñor Nini, Secretario, para que lo leyera por la noche.
Todos los asistentes quedaron estupefactos de un discurso tan largo tenido con Juan Artusi, cuando al Papa se le dirigen pocas palabras, y responde con un sí o un no.
582.-Cuando el Papa volvió a Palacio, Monseñor Nini leyó el Memorial, y dio orden a Monseñor Dondini de que lo remitirá a la Fábrica, “para que ella hable y aplique la justicia”. Le llevaron el Memorial a Monseñor Dondini, Ecónomo y Secretario de la Congregación -que había oído todo lo que había hablado Juan Artudi con el Papa-, y enseguida fue a buscar al Abogado Carlos Orilia, para consultar con él, sin saber que era nuestro Abogado. Éste le respondió que era una cosa de grandísima consideración, para no introducir ninguna convulsión entre la Congregación de Obispos y Regulares y la Congregación de la Fábrica de San Pedro; porque aquélla ya había hecho varios Decretos, que había aprobado el Papa. “Y como en aquella Congregación hay Cardenales que se hacen respetar, se pondría en cierto peligro la jurisdicción. Por eso, es necesario dar tiempo al tiempo, para que los Padres de las Escuelas Pías no sepan nada; pues, de lo contrario, veríamos grandes contiendas, como que, en la misma Congregación de Obispos, vinieran a las manos el Cardenal Ginetti y el Cardenal Vecchiarelli, pues éste no ha sido informado, ni ha tenido las escrituras de los Padres de las Escuelas Pías”. Lo que quería era darle el voto en contra[Notas 2], pero Ginetti, como Jefe de la Congregación, no quería que votara. Llegaron a decirse palabras gruesas, y, -si no hubiera sido por el Cardenal Santacroce, que, para mitigar el ruido, hizo prolongar la causa hasta otra Congregación, para que fuera informado Vecchiarelli-, seguro que se hubiera producido un escándalo. –“Después de esto, piense usted en qué situación se encuentra la Causa”. Decidieron fingir que no habían recibido el Memorial, y fue cuando llegó la paz.
583.- Carlos Oria me llamó enseguida, y me contó lo que pasaba; que sería muy bueno ir a Piscina a conseguir que el Obispo diera ejecución a los Decretos, llevando cartas del Cardenal Ginetti y de la Congregación, para no encontrar ningún impedimento. –“Pero de esto no diga nada”.
Rápido fui adonde el Cardenal Ginetti. Pero, como eran las tres de la noche, ya se había retirado. Hablé con Juan Antonio N., su Camarero Secreto, quien comenzó a gritarme, “porque siempre viene de noche, cuando el Cardenal se ha retirado”; que no quería pasarle la visita de nadie, “porque no tienen compasión de un pobre viejo, que tiene tantas fatigas”.
Le intenté responder: -“Como tengo necesidad y es familiar de Casa, por eso he venido”. Al oír esto el Cardenal, salió, preguntó qué discusión era aquélla, y comenzó a corregir al ayudante de Cámara, diciéndole: -“Cuando venga el P. Juan Carlos [Caputi], aunque duerma, mándelo entrar”.
Le conté cómo el abogado Orilia me había aconsejado que fuera a Piscina, a conseguir que se diera ejecución a los Decretos de la Congregación, y por eso le suplicaba una carta para aquel Obispo, para no encontrar ninguna dificultad, “pues, viendo la carta de Su Eminencia, enseguida conseguiré que ordene la ejecución”.
584.- Me respondió que la haría con mucho gusto; que dejara el Memorial; que a la mañana siguiente fuera a buscarla, y ya la tendría hecha; pero que fuera también adonde Monseñor Altieri, “para que haga otra en nombre de la Congregación, y me la envíe a mí, que la firmaré, para que tenga más fuerza”.
Al día siguiente, muy de mañana, fui adonde Monseñor Altieri. Me vio desde la ventana, y enseguida salió y me preguntó qué quería, porque aún no había nadie en la Antecámara, más que un Camarero, llamado Juan Carlos, como yo, que era el que me introducía –lo que yo quería-, y le estaba ayudando a vestirse.
585.- Le respondí: -“Ilustrísimo, por la tarde, al anochecer, fui donde el Sr. Cardenal Ginetti, le pedí una carta para el Obispo de Piscina, para que dé autorización a la ejecución de los Decretos de la Congregación, y me dijo que acudiera también a Su Ilma., para que mande hacerme otra en nombre de la Congregación, a fin de que los Monjes Silvestrinos, como forasteros que son allí, no encuentren ningún apoyo del Monseñor Obispo. El asunto no parecerá bien, como quisiera, pero, viendo la carta de la Congregación con la inserción de los decretos, no podrá por menos de darles cumplimiento”.
-“Tiene mucha razón, esperemos que vengan los Secretarios, que enseguida lo atenderé; pero yo también quiero escribir otra, de mano propia mía, que seguramente causará su efecto”.
Llegaron los Secretarios, conseguí las cartas mejor de lo que pensaba, y las llevé al Cardenal, para que las firmara, como hizo, y obtuve además la suya, con gran satisfacción mía.
586.-Desde allí fui donde Monseñor Savelli, entonces Clérigo de Cámara y ahora Cardenal, que también es Conde de Celano y Patrón de Piscina, quien me había ayudado mucho en la Congregación de los Obispos. Le pedí una carta para el Gobernador de Piscina, con el fin de que, si ocurría algo, tuviéramos algún apoyo. Enseguida dio orden de que se escribiera la carta tal como yo la quería. Ya con estas cartas, hablé con el P. Camilo [Scassellati], General, sobre cómo se podía actuar, y que quería un Acompañante idóneo, para que todo saliera bien y con honor.
Me propuso que sería bueno fuera un Asistente General, y que reuniría un Congregación para estudiar quién podía ser el mejor. Se tuvo la Congregación, les pareció que ninguno de los Asistentes podía ir, y concluyeron que fuera el P. Vicente [Berro] de la Concepción, como Provincial de Roma, el más apropiado, y Yo, como Procurador de la Casa y del pleito de Piscina. Se hicieron las patentes el día 6 de noviembre de 1666[Notas 3].
Partimos de Roma el día 7 de noviembre, y llegamos a Piscina el día 10. Fuimos directamente a la Casa del Señor Tomasetti, y no encontramos a nadie de los hermanos. Pregunté a Margarita de Ruggiero, su madre, y me respondió que no estaba, que estaba con una hija parturiente.
587.- No sabíamos qué hacer, porque se hacía tarde. Decidimos llevar los caballos a la hostería, y luego ir adonde Monseñor Obispo, para no dar tiempo a que alguna persona contraria a nosotros se lo impidiera.
Después de alojar a los caballos, fuimos donde Monseñor, y lo encontramos a punto de ir a la Campagna. Lo saludamos y le dimos las cartas. Enseguida nos dijo que seríamos atendidos; y, mientras estábamos conversando, llegó el Doctor Juan Bautista Tomasetti, Abogado de la Ciudad, que quería hablar a Monseñor. Le dijo que no diera audiencia a los Padres; que la Ciudad nunca los recibiría, ni los quería en ella, porque había hecho la elección de los Monjes Silvestrinos, “según la facultad que da el testamento”.
El Obispo, al oír esto, comenzó a ver dificultades, y andaba vacilando acerca la primera palabra que había dado.
588.- Me adelanté, protestando y pidiendo que diera ejecución a los Decretos, como Ordena la Congregación y el Papa; de lo contrario toda responsabilidad caería sobre su persona, si no quería obedecer a la Congregación ni al Breve del Papa, que ya le había enviado, en el que se insertaban todos los Decretos, y, después de ver el Breve, había pronunciado el “supra caput”[Notas 4]. Y enseguida dio orden a su Canciller de que diera ejecución a los Decretos, y los pusiera en la Cancillería.
El Canciller comenzó a encontrar nuevas dificultades, porque era favorable a los Monjes, y andaba dilatando el asunto hasta el día siguiente; y no quiso salir de Palacio si antes no se hacían todas las escrituras, y eran firmadas por el Obispo, que me hizo la copia de ellas, porque quería llevarlas a la Congregación, ante cualquier circunstancia, diciéndole que le pagaría todas sus fatigas, y le daría toda satisfacción.
589.- El Sr. Camilo Tomasetti volvió de Cascina, y, al enterarse de que estábamos con el Obispo, enseguida fue a encontrarnos, lamentándose de que no habíamos llevado la Caballería a su establo, ni lo hubiéramos esperado a él. –“Vamos a Casa, que quiero aclarar quién se opone a este negocio. Son ustedes los Dueños del Legado, y los Monjes Silvestrinos no tienen nada que hacer”.
Comenzamos a excusarnos. Le dijimos que, efectivamente, habíamos ido a su Casa, donde nos dijeron que no había nadie, y que la Señora Margarita, su Madre, estaba con la hija parturienta. Se enfadó tanto, al enterarse de quién había dicho esto, que a toda costa quería apalearlo, si no hubiera sido por nosotros.
Estuvimos tranquilos por la tarde, y a la mañana siguiente, de madrugada, fuimos a llevar la carta de Monseñor Savelli al Gobernador de Piscina, el cual nos respondió que haría por nosotros todo lo que pudiera, tal como le ordenaba Monseñor, su Patrón.
590.- Vimos al Sr. Camilo Tomasetti con un bastón en la mano, pero no sabíamos el misterio. Nos llevó a los Padres Conventuales para que pudiéramos decir las Misas, y, mientras tanto, él paseaba delante de la Iglesia, para ver y observar los tumultos que se esteban preparando contra nosotros, porque le habían dicho no sé qué; como que, habiendo consultado con los Monjes, Juan Bautista Tomasetti andaba buscando gente para tener un Consejo y echarnos, porque decía que la Ciudad no quería recibirnos. Llevaron también a todos sus alumnos; y, mientras decíamos la Misa se oyó por la Iglesia el rumor de que no querían a los Padres Píos. Yo no prestaba atención a lo que decían, ni sabía qué era aquel ruido. Continué la Misa, y, después de dar gracias, nos dimos cuenta de que, en la misma Iglesia de San Francisco, habían tenido un Consejo, que había decidido que no querían recibir la Orden en Piscina, porque tenían suficiente con los Monjes Silvestrinos, llamados por ellos.
Cuando vimos esto, fuimos al Gobernador, para saber si quería responder a Monseñor Savelli; dijo que le diría que los Síndicos de la Ciudad habían tenido Consejo, y nos habían excluido. Yo le respondí que poco importaba.
591.- Fuimos donde el Canciller para obtener las copias de las escrituras, el cual nos dijo que la Ciudad había determinado que no se investigara nada, que querían pleitear.
Le respondí que me diera la copia de las escrituras que había autentificado, y no innovara nada, porque ya había terminado la actuación de Monseñor, que había aceptado “supra caput” los Decretos y el Breve; que las demás cosas se encargaría de defenderlas el Papa y la Congregación de Obispos y Regulares; que tenía otra carta oculta, que aún no había sacado fuera, pero la enseñaría cuando fuera necesario, haría temblar a quien no obedeciera, y verían hasta dónde llega la autoridad de la Sede apostólica. –“Pero, como no hemos venido a hacer daño a nadie, a su tiempo, cuando haga falta, demostraré cuánto pesan las palabras”.
592.- Ante estas afirmaciones, Juan Antonio de Luce, que así se llamaba el Canciller, comenzó a reflexionar y, excusándose, me dijo que no quería ninguna merced, lo hacía todo por caridad; que él no tenía culpa de nada, y, si podía servirnos, lo haría con gusto. Se lo agradecí, y volvimos a Casa, a ver lo que podíamos hacer, para que y se tranquilizara el Sr. Camilo Tomasetti, que quería apalear al causante del tumulto y de la reunión del Consejo, porque habíamos recibido la afrenta mientras estábamos en casa; que, si no hubiera sido por él, no nos la habrían hecho; y para eso se había vestido de cura, y quería explicárselo a todos con un palo, costando mucho tranquilizarlo con palabras.
Le dijimos que ya habíamos conseguido nuestro intento; y, en cuanto a la Ciudad, “queremos que ella nos solicite, y entonces haremos ver a los Monjes Silvestrinos –causa de estos disturbios, no sólo en la Congregación, sino también ante el Papa- que no se pueden quedar en ella, pues no han hecho una fundación legítima, como ha expuesto la Congregación sobre el estado Regular, “y Monseñor Fagnani decidirá todo”.
593.- Después, en cuanto a los 200 escudos “in perpetuo”, que les había asignado el Sr. Abad Fulgencio Tomasetti, su hermano, correría de mi cuenta conseguir revocar el Instrumento de la Sagrada Congregación; que no tuvieran ningún miedo, porque el P. Pelagalli, había conseguido autorización para suprimir la obligación mediante una estratagema y un engaño; que había hecho esto sólo para hacer ver a la Congregación que tenían 600 escudos de ingresos, como decía el Breve, donde se ve claramente que existe colusión. Pero la Congregación, que tiene mucha vista, descubrirá la verdad del hecho. Y, si no fuera porque era ésta su última actuación en esta materia, el P. Leonardo Pelagalli, tan deseoso de engañar a la Sede Apostólica con falsas escrituras, probablemente sería castigado; pero, como no queremos el daño de nadie, sino sólo recuperar lo nuestro, corresponde a vuestras tías recuperar lo suyo. En esto, yo sí que ayudaré lo que pueda.
594.- Con estas afirmaciones el Sr. Camilo se tranquilizó, diciéndome que ponía en mí sus esperanzas; que si su hermano había cometido un despropósito muy grande aceptando la obligación de 200 escudos, dejándose engañar, -porque era una empresa superior a las posibilidades de su Casa-, si conseguía anularla, quedaría siempre agradecido a la Orden, igual que ya ocurrió el año 1670, cuando, siendo Ponente el Cardenal Imperiali, la Congregación fue declaró nulo el Instrumento, con la restitución de las asignaciones ya hechas a los Monjes, lo que no fue pequeño favor que hizo a la Casa Tomasetti.
Cuando el Sr. Camilo vio mi buena voluntad, comenzamos a pensar qué podíamos hacer para tomar posesión de la mejor manera. Determinamos continuar las obras del edificio ya comenzado desde el año 1650 por el P. Santino [Leonardi] de San Leonardo y el P. Ángel [Morelli] de Santo Domingo, cuando era Obispo Monseñor Cavia. Para hacerlas con mayor fundamento, enviamos un correo con cartas al P. Ángel de Santo Domingo a la Ciudad de Chieve, que le dijera se trasladara enseguida a Piscina, donde lo estaban esperando “para asuntos de grandísima importancia”. Mientras tanto se contrataron Maestros Canteros y trabajadores manuales, que prepararan cal, piedra y otros morteros, y, a la mañana siguiente, poder continuar las obras ya comenzadas. Y, mientras llegaba el P. Ángel, se seguía el plano que él mismo había hecho.
595.- Al día siguiente llegaron 40 personas. Unos cavaban la tierra, otros llevaban la piedra, otros las cal; unos una cosa, otros otra. Se comenzó por levantar los muros, y el Sr. Camilo estaba siempre presente, con el bastón en la mano, para cualquier incidente que pudiera surgir.
A una señora, que tenía la casa debajo de la ladera del edificio, la instigaban, diciéndole que fuera a gritar, para que no echaran detrás de su casa la tierra que sacaban, porque le causaban daño y cierto peligro.
Llegó la señora y comenzó a gritar que queríamos echarle por tierra la casa, y diciendo muchas groserías, tanto al Sr. Camilo como a nosotros. Camilo corrió con el bastón para atizarla, y no hicimos poco quitándoselo de las manos, porque quería matarla. Le decía que fuera a decir a los que la habían mandado, que vinieran ellos a protestar. Entre tanto, mandó llamar al Gobernador, le contó el Caso, y ordenó detener a la señora, y llevarla a la prisión de las cárceles públicas, con grilletes en los pies; era para amainar, de hecho, lo que pudiera suceder con los demás; no fuera que ocurriera algo peor, con algún escándalo público.
596.- Todos se atemorizaron, y no se vio a nadie que viniera a hablar. Mientras estábamos conversando, sí vinieron dos Canónigos y el Médico a ver lo que pasaba. El Sr. Camilo, que estaba paseando, los saludó, pero no le dieron respuesta. Comenzamos a charlar juntos, y me pidieron que intentara -con el Señor Camilo- que, por lo menos, quitaran los grilletes a aquella señora, para que no recibiéramos el nombre de crueles, pues era una pobre señora ignorante, a la que habían incitado quienes tenían poco que hacer. Les prometí hacerlo, pero que le dejáramos pasar el enfado; y no sólo haríamos que le quitaran los hierros, sino liberarla del todo. Mientras tanto, el edificio se levantaba con toda celeridad.
597.- Al llegar la hora de la comida, el Sr. Camilo dijo que era tarde, y los Albañiles querían ir a comer. –“No se necesita más, no hace falta salir de aquí; que coman aquí; nosotros comeremos esta noche; y pondré un guardia, no sea que venga algún gracioso a deshacer lo que se ha hecho, y no quiero dejar que me maten, pues estos traidores, que tanto me habían prometido, me han engañado; pero no vienen ellos, y se atreven a mandar a las mujeres a inquietar”.
De aquí tomé pie para decirle que la señora ya había sido bastante castigada, que me hiciera el favor de conseguir que la soltaran, “para que no digan que somos crueles contra los Ciudadanos, y hacemos esto para vengarnos, incluso contra las mujeres”.
Al oír esto, Camilo mandó llamar a su Maestro de Casa, y le dijo que fuera de su parte al Gobernador, y que ordenara la libertad de aquella señora, en atención a los Padres de las Escuelas Pías, pues él no tenía ningún interés en ello.
Fue el enviado a decírselo; pero y el Gobernador, no creyendo que era verdad, vino él en persona, y preguntó si era verdad, porque ya había comenzado a hacer el proceso contra la señora que quería perturbar la paz, para que los demás aprendieras a expensas de ella.
Le pedimos que, por amor de Dios, la perdonara y no metiera a nadie más en arresto, por muchas razones, y por los incidentes que podrían surgir, que luego no se podrían remediar tan fácilmente. Y quedamos de acuerdo en la excarcelaría, “pero que venga a pedir perdón al Sr. Camilo, pues no se ha hecho poco para que él quede contento”.
598.- La señora fue liberada, vino enseguida adonde las obras, se arrodilló, y pidió perdón al Sr. Camilo, quien le dijo que se lo agradeciera a los Padres, porque, si hubiera sido por él, hubiera permanecido al menos un par de meses; y ellos la habían hecho el favor, porque lo había hecho instigada, bien sabía bien que aquel lugar lo habían comprado hacia el año 1650, cuando se comenzó el edificio, para echar allí la tierra; que no era, ciertamente suyo, sino de los Padres, e incluso ella había intervenido al hacer el Instrumento. Con esto, la pobrecita nos dio las gracias, ofreciéndose a llevar agua sin ser pagada, y se volvió muy contenta.
Por la noche puso en las obras una guardia, armada con trabucos de fuego, y nosotros volvimos a Casa a descansar alegremente.
599.- Hacía tres días que habían continuando las obras, y seguíamos esperando al P. Ángel, pero no venía. Mientras hablábamos con algunos Curas, llegó un enviado del Obispo, y nos intimó una carta de parte de los Frailes de San Francisco, diciendo que no podíamos continuar la obra del edificio sin su consentimiento, porque el consentimiento dado por su Guardián[Notas 5] del año 1642 no lo podía dar, pues no lo había hecho en Capítulo, y, por lo tanto fue nulo. Cogí el escrito, y le dije que tenía tres días de tiempo para responder, pues quería consultar con un abogado forastero, y luego se lo devolvería.
Comenzamos a pensar, con el P. Provincial, que nosotros ya habíamos hecho lo más, que, ahora, pidiéramos las respuestas a Monseñor Obispo, para el Cardenal Ginetti, para la Congregación, y para Monseñor Altieri; y, cuando llegara el P. Ángel lo dejaríamos a él, y nosotros volveríamos a Roma, para aclarárselo a los Frailes en Congregación. Y comunicamos todo al Sr. Camilo.
Acudimos a Monseñor, y le pedimos, por favor, que -como queríamos enviar a uno a Roma- si quería responder a las cartas que le llevábamos. Mandó llamar enseguida al Secretario, y nos dio las respuestas, sin hacer ningún comentario.
600.- Los Monjes Silvestrinos no hacían más que sonar una Campanita, desde la mañana hasta la noche. Preguntamos qué Campana era aquella, y nos dijeron, para burlarse de nosotros: -“Es la Campana del Colegio, que llamaba a los alumnos de las Escuelas Pías”. Cuando el Sr. Camilo lo oyó, mandó por la noche quitar el badajo de la Campana, y quería que, a toda costa, yo lo llevara a Roma, como recuerdo. Así que, por la mañana, cuando quisieron ir a tocar, se vieron burlados, y no sabían qué había sucedido, que ya no sonaba la campana, con lo que se sintieron avergonzados. El Sr. Camilo decía que el sueño lo había traicionado, “porque no he oído la Campana del Colegio”. Y nadie habló más de ello.
Al día siguiente de mañanita, decidimos salir para Roma; pero dejamos una carta, para cuando llegara el P. Ángel, diciéndole que, si el tiempo empeoraba y nos asediaba la nieve por aquellas montañas, “sabe Dios cuándo podremos seguir, y si llegaremos a Roma”.
Aquella misma mañana llegó el P. Ángel a Piscina, y se quedó muy disgustado porque no lo habían esperado. Le pidieron la Citación, pero como no sabía ni de qué se trataba, el Censor le dijo que el Procurador le había engañado, llevando la Citación a Roma. Y en este particular ya no se hizo nada más.