1696EuropaCentral/El intento de fundación en Viena

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Razones y objetivos de la visita.
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El intento de fundación en Viena

Con relativa frecuencia tenían que desplazarse los religiosos de estas dos demarcaciones a la capital para resolver cuestiones legales, y debían buscar hospedaje. Aspiraban, por ello, a tener una casa, aunque fuera sencilla y con un ministerio limitado. Se trataba de un deseo antiguo, desde los tiempos en que el Conde Althan, creador de la Milicia Cristiana de la Inmaculada Concepción de la B. Virgen María y de la Comunión Germana, había prometido su apoyo para conseguir una fundación de las Escuelas Pías en la capital del Imperio. Y Calasanz creía en esa promesa hasta el punto de hacer volver al P. Casani desde Génova para estar listo a partir hacia Viena a la primera señal. También parece que el Canónigo Juan Bautista Grammay hacía lo posible por llevar a los Escolapios hacia el centro del Imperio, aunque se tuvo que conformar con llevarlos a Nikolsburg en 1631. En 1637 el príncipe Gundákero de Liechtenstein, que había obtenido una fundación en Kromau en 1637 (que, por desgracia, no llegó a cuajar) prometía a Calasanz su apoyo para conseguir la fundación de Viena, en la que Calasanz seguía interesado.

En 1643 las cosas andaban mal, tanto en Roma con la Visita de Pietrasanta, como en Moravia con la guerra sueca. Sin embargo el P. Onofre Conti, Provincial de Germania, consiguió una entrevista con el emperador Fernando III, quien le recibió amablemente y le prometió su apoyo y protección en todos sus intentos, y lo mismo hizo la emperatriz.

En 1657 se consiguió la primera fundación en Austria, concretamente en Horn, por gracia del Conde Segismundo Kurz. Era ya acercarse a la capital. En este acercamiento se produjo años más tarde un contratiempo. El Supremo Canciller del Reino de Bohemia, el Conde Hartvigio de Hostitz, ofreció una fundación en una población de sus dominios, llamada Krasslitz de Bohemia, en 1669. El P. Pablo Eder, Provincial, fue a ver el lugar, y fue recibido con sumo honor en la población por parte de Excmo. Sr. Conde. Visto el lugar, y entre otras cosas porque no le parecía cómodo para el ejercicio del instituto a causa del peligro de la vecina Sajonia, hacia donde había un paso fácil y abierto para los protestantes, no aceptó la fundación. La misma razón se podría haber dado para Schlackenwerth, y sin embargo Schlackenwerth fue aceptada. El rechazo de Krasslitz costó caro, pues aunque el Provincial dio como razón para no aceptar la fundación la falta de sujetos, cuando el fundador frustrado se enteró de que queríamos preparar la entrada en Viena, dijo: “Quizás dentro de poco vendrán, carísimos padres, para que recomiende su aceptación en Viena. Puesto que no han aceptado Krasslitz, mientras yo viva no esperen venir a Viena”. Lo cual de hecho así ocurrió. Pues sólo se consiguió fundar en Viena después de la muerte del conde citado.

Llegamos ya al tiempo de la Visita, sin que se haya avanzado nada en el proyecto de fundación en la capital. A Viena llegó el P. Foci el 24 de octubre de 1695, tras más de un mes viajando en carroza desde Roma. No dedicó el P. General mucho tiempo a descansar; al día siguiente fue ya a visitar a Nuncio Apostólico Tanara. Cuenta el P. Antonio, secretario y cronista de la Visita: “el cual lo recibió con cordialidad eclesiástica, y le dio pruebas de su bondad, en toda ocasión que se presentó; lo que hizo, principalmente, a causa de la carta de recomendación sumamente benévola a favor del P. General del Emmo. Carpineo, Protector, entregada al mismo Nuncio Apostólico. Trataron, además, de las enormes dificultades para establecer nuestro Instituto en Viena, dado que son contrarios a ello nada menos que los ministros del Emperador, pues en aquella Metrópoli existen demasiados eclesiásticos, sobre todo regulares. El P. General insistió en obtener un lugarcito en los suburbios, afirmando que era horrible el que, debiendo tratar en Viena tantísimas cosas y negocios de la Provincia de Germania, siempre que venía alguno de los nuestros a tratarlos con los Ministros del Emperador y con los fundadores de nuestras casas, tenían que hospedarse en un albergue, entre taberneros. El Embajador romano prometió que no dejaría nada por hacer para lograr los deseos de nuestra Orden”.

Al día siguiente fue a ver a otra autoridad eclesiástica, el Cardenal Kollonitz, Arzobispo de Esztergom, a quien también presentó cartas romanas de recomendación. Damos la palabra al cronista: “Con su Eminencia se trató también de la más que necesaria fundación en Viena, que el Cardinal ya hacía tiempo había dicho que trataría con interés; pero, al parecer, no se le había ofrecido ninguna posibilidad para este asunto, a no ser en el Hospicio de los Pobres, que se está construyendo en el suburbio, y prometió que se ocuparía de ello pronto”. La opción de este Hospicio de los Pobres sonaba bien. Hay que tener en cuenta que en Roma se había creado en 1684 el Hospicio San Miguel, confiado a los escolapios, en el que se daba formación profesional a muchachos huérfanos. En 1689 se construyó un grandioso edificio junto al Tíber, que el Papa Inocencio XI denominó “Hospicio Apostólico San Miguel ad Ripam”, y que aún existe, dividido en cuatro secciones, y la parte de niños fue confiada a los escolapios.

El mismo día el P. General fue a visitar a otras importantes personalidades, para conseguir su apoyo: el Conde de Hoyos, cuarto fundador (descendiente) de nuestro Colegio de Horn, y el Príncipe Fernando Dietrichstein, de la familia de nuestros fundadores de Nikolsburg y Lipnik. Este le dijo que no sólo había que acudir al Emperador, sino también a la Emperatriz, al Rey de Hungría, al Archiduque de Austria, y a toda su Augustísima Familia. Para pedir audiencia con la familia recurrió después de pedir audiencia con la ayuda a D. Juan Segundo Antonio Osseglia, músico imperial de Saboya, llamado comúnmente en Roma el Saboyano. Al día siguiente el P. General fue a visitar al Conde de Harrach, para quien tenía una carta de recomendación del Cardenal protector Carpineo. También él prometió su ayuda.

El día 27 volvieron a visitar al Príncipe Fernando Dietrichstein, quien recibió al P. General con la misma cordialidad que el día anterior, el cual “le habló de las grandes dificultades que habría para la fundación de nuestro Instituto en Viena, y le dijo que había que hacer tres cosas para lograrlo. La primera, que prometiéramos abrir escuelas solamente de escribir, leer y contar, para que los Padres de la Compañía no se opusieran. La segunda, que debíamos renunciar absolutamente a la cuestación, para evitar la oposición de los demás mendicantes. La tercera, que era necesario crear un fondo para la manutención de algunos Religiosos”.

El día siguiente, 28 de octubre, el P. General fue a visitar al Conde Ulderico Koninski, Gran Canciller del Reino de Bohemia, quien conocía bien a los escolapios de Germania, y les había sido favorable en muchas ocasiones, por lo que se alegró de recibir al Superior General, más aún, en un gesto de gran humildad, “levantándose de su silla y humildemente arrodillado, le pidió la bendición, urgiéndole y forzándole a hacerlo”. El P. General le expresó su deseo de “que nuestra Orden tuviera en Viena al menos un pequeño albergue, aunque fuera en los suburbios. Le mostró al mismo Caballero cómo era indecoroso que nuestros Religiosos, que van con muchísima frecuencia desde las provincias a la ciudad, tuvieran que hospedarse en tabernas”. Naturalmente, el Canciller prometió su apoyo en lo que pudiera.

Ese mismo día por la tarde, gracias al músico saboyano, se obtuvo la entrevista con el Emperador. Vale la pena reproducir tanto el aparato cortesano como el discurso del P. General ante el Emperador (era la primera vez que un General escolapio hablaba con tan alta autoridad, y tal vez pocos sucesores suyos tuvieron luego tal oportunidad): “Fuimos ante el Augustísimo Emperador, haciendo tres genuflexiones con la rodilla izquierda y una humilde inclinación, y dijo a Su Majestad, que estaba en su trono, fuera del estrado del solio, ceñido de píleo, palio, y espada, estas palabras, en lengua italiana: ‘Augustísimo Emperador, lo que me mueve a ser el primer General de mi Orden, servidora de Su Majestad, en visitarle con su beneplácito no es sólo contribuir con mi debilidad al deber de mi ministerio, para mayor servicio de Dios en los Colegios del Instituto de las Escuelas Pías, vasallos de su Augustísima Corona, sino también el inclinarme ante su clemencia, en reconocimiento de sus inmortales beneficios tenidos con ellas, y para implorar, a favor de la misma Orden, patrocinios cada vez más seguros, y efectos cada vez más grandes de su Augustísima piedad. Espero que, como Padre sagrado de los Religiosos, se digne hacer que, algún día, cuanto antes, también mis Religiosos, gocen, al menos en uno de los suburbios de la ciudad, de alguna situación confortable para el propio Instituto, gracias a su infatigable generosidad; asegurando a Su Majestad que, lo mismo que en Roma no son inútiles cuatro Casas nuestras entre tantos otros Religiosos, así, en su Augustísima Corte, o en alguno de sus suburbios, no será inútil el Instituto de las Escuelas Pías, Instituto de la Santa Madre Iglesia, para la educación piadosa y literaria de los niños; al menos con el Catecismo y la ayuda para aprender a leer, escribir y contar, si se considerase excesivo el extenderse a otras Escuelas Superiores. Añado, además, el motivo de la necesidad privada de estas Provincias, que, teniendo encargos importantes en la Corte de Su Majestad, no tienen el hospedaje conveniente cuando vienen a ella, como yo mismo lo estoy comprobando. Confiado solamente en su Augustísima Clemencia, con estas humildísimas suplicas, ofrezco mis devotos respetos a Su Majestad, en nombre de toda mi Orden, implorando para ella su benéfica protección”.

El Emperador Leopoldo I tuvo palabras amables para el P. General, y le dijo que le gustaría que un día las Escuelas Pías estuvieran en Viena, pues le constaba el buen trabajo que hacían los escolapios en otros colegios de su imperio. Tras visitar al Emperador, fue recibido también por la Emperatriz Teresa Magdalena de Neoburg, quien también trató a los visitantes con gran amabilidad y les prometió su apoyo, al mismo tiempo que les impresionaba con su sencillez.

El 29 fueron a visitar a otro amigo de las Escuelas Pías, el Conde Germán Jacobo Czernin, fundador de Cosmonos, quien les invitó a comer. Y del mismo modo, mientras el P. General residió en Viena, hizo todas las visitas posibles, para conseguir apoyos para el plan de fundación en la ciudad. El Conde de Hoyos puso a su disposición durante toda su permanencia su carroza y cochero, para todos los desplazamientos.

El 1 de octubre fueron recibidos por otros miembros de la familia real: el Rey de Hungría José I (hijo del Emperador), y el Archiduque de Austria (su nieto, aún niño), a quienes encomendó las Escuelas Pías. Habló de nuevo con el Nuncio y con el Cardenal Kollonitz, piezas clave para el asunto de la fundación, tranquilizándoles en cuanto a las pretensiones de los escolapios, y diciéndoles que ya tenía una fundación para mantener dignamente a los religiosos que vinieran a vivir a Viena. El Cardenal le propuso que fuera con él a visitar aquella Casa de los Pobres de los suburbios, pero finalmente, ocupado con otras cuestiones, no pudo acompañarle. El P. General tenía que continuar viaje hacia Polonia, así que tras despedirse de todas las autoridades que le habían acogido, el 3 de noviembre salió hacia Nikolsburg.

Diez meses después, de vuelta ya hacia Roma, volvió a pasar el P. General por Viena, donde se detuvo desde el 31 de julio hasta el 9 de agosto de 1696. De nuevo visitas, entrevistas, encuentros con magnates para conseguir la ansiada fundación, que no había avanzado mucho. A pesar de que había encargado al P. Plácido Feir, Rector de Horn y futuro Provincial de Germania (1698-1703) que siguiera de cerca el asunto, manteniéndole informado por correo.

Veamos, de manera resumida, las gestiones llevadas a cabo por el P. Plácido para secundar los deseos del P. General, que él anotó minuciosamente en el Diario (Arch. Gen., Hist. Bibl. 23, fol. 1-8). El P. General, llegado a Nikolsburg nombró al P. Plácido su Comisario para hacer las gestiones necesarias en Viena de cara a la fundación. El P. Plácido pidió consejo al Provincial P. José Bauman, y a otros religiosos, para ver cómo proceder. A finales de diciembre hizo un primer viaje a Viena, que le sirvió para darse cuenta de que la empresa no sería fácil. Pidió al P. Provincial que le prestara su secretario, el P. Martín de S. Bruno, para acompañarle en todas las gestiones, y de este modo pudo contar siempre con su ayuda.

El P. Plácido no podía “volar tan alto” como el P. General, pero buscó los contactos que pudieran servirle. Comenzó contactando a los superiores de los Benedictinos y los Premonstratenses en Viena, a los que pidió consejo sobre cómo proceder. Los segundos, además, los hospedaron en su casa. La primera opción, y la que había recomendado el Cardenal Kollonitz, era la Casa de los Pobres, y como al P. General no le había parecido mal, fue sobre la que se pusieron a trabajar. Permanecieron en Viena del 5 al 28 de febrero, dedicando todo el tiempo a entrevistas e intento de arreglar los planes. El 23 de marzo volvieron a Viena a continuar las gestiones. El P. Plácido había compuesto una carta suplicatoria al Emperador, pidiendo directamente se concediera a la Orden el cuidado de la casa de los Pobres. El asunto consistía ahora en encontrar a la persona que se la hiciera llegar y la recomendara. Decía esta carta:

“Toda la Orden de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías de rodillas ante la Cesárea Majestad con toda sumisión, le recuerda que este instituto fue fundado en Roma al comienzo del siglo que está terminando por el Venerable José de la Madre de Dios, de la noble familia de los Calasanz, de Aragón en España, de piadosa memoria. Después en el año 1630 pasó de Italia a Germania por obra del Emmo. Cardenal S.R.I. el Príncipe Francisco Dietrichstein, generoso fundador que estableció la primera casa de Germania en Nikolsburg, bendita sea su memoria, y después con el permiso de su Cesárea Majestad, el clementísimo y augustísimo padre de vuestra Imperial Majestad, Fernando III, de imperecedera memoria, se propagó en Moravia, en Bohemia y en Austria. A menudo ha insistido sumisamente a causa de su utilidad, y más bien por la necesidad para poder crecer y perfeccionarse, además de para disminuir los gastos e incomodidades que por falta de una residencia sufrimos cuando tenemos que gestionar nuestros asuntos ante los tribunales de Su Imperial Majestad, especialmente en el año 1686, y últimamente en la persona del P. Juan Francisco de S. Pedro, nuestro Prepósito General, al cual Su Augusta Majestad honró con una clementísima audiencia, para que admita clementemente también nuestro Instituto en esta residencia imperial, para que pueda incorporarse a las demás Estrellas de la mañana, que por la mañana, por la noche y a medio día invocan al Señor.

Como siempre tenemos esperanza de que nuestros piadosos deseos se hagan realidad en el futuro, y ahora se está construyendo fuera de las murallas una Casa para los Pobres que sin duda necesitarán sacerdotes para ocuparse del asunto de su salvación, y además maestros que instruyan a los jóvenes que estén en ella en las letras y la doctrina cristiana, y como el benignísimo Dios nos ha bendecido con un piadoso legado cuyo rédito es suficiente para mantener perpetuamente doce y más religiosos, máxime si se nos conceden benignamente los estipendios de los citados sacerdotes y maestros en la citada Casa de los Pobres, por lo cual podemos estar allí sin ningún cargo a la Sac. Imp. Majestad, y sin ningún prejuicio para los mendicantes intramuros, como podemos demostrar ante cualquier juez.

Por lo cual, Augustísimo Emperador, Serenísimo Rey, Príncipe y Señor clementísimo, como nuestro censo citado está por su naturaleza destinado a nuestra primera fundación por la piadosa intención de los testadores, y que nuestro P. General quiere y manda que se dedique en especial a Viena, una y otra vez se pone a vuestros pies de rodillas ante Su Majestad la Orden Mariana de las Escuelas Pías, para que por su clemencia para con todos los pobres, con su Imperial Placet se digne también recibir clementemente a los Pobres de la Madre de Dios en la citada Casa de los Pobres, o en cualquier otro pequeño lugar.

Esperamos firmemente que moverán a ello a Su Augusta Majestad tanto el infatigable celo de Su Majestad para promover en todas partes el culto de Dios y de la Virgen, como los suspiros de los niños pobres, cuyos padres nos suplican que les repartamos el pan de las virtudes y les demos a beber la leche de la doctrina cristiana, para conseguir la admisión de nuestra Orden en esta santa ciudad.

Prometemos honradamente de una vez por todas que una vez conseguido el clementísimo permiso de nuestros ruegos, no seremos en el futuro una carga ni para la ciudad ni para el clero mendicante, como no lo somos en ningún lugar de Germania (como certificarán quienes están en los mismos lugares que nosotros), y no meteremos la hoz en la mies de los Mendicantes, sino que viviremos satisfechos con el censo de nuestra fundación, aunque es pequeño. Por lo cual tendemos nuestra mano más bien para cooperar en la viña del Señor, ofreciendo a todos nuestro servicio día y noche. De este modo promoveremos y nos esforzaremos en proponer el culto a Dios y a la Santa Virgen, Madre y Patrona nuestra tutelar, y a su castísimo esposo José, primer patrono de nuestra Orden después de la Virgen, especialmente mediante lo que se refiere a nuestro Instituto. También será especial solicitud nuestra elevar nuestras súplicas al Rey de Reyes en el Santo Altar por la Augusta Casa de Austria, para que consiga imponerse sobre las coronas del mundo en la paz y en la guerra en los siglos futuros. Es habitual entre nosotros, sacerdotes y estudiantes, orar continuamente al Señor de los Ejércitos por el nuevo Marte, para que la augustísima casa de Jacob, es decir, del invictísimo Leopoldo, a ejemplo de Jacob que ardía en el fuego divino (tal como leemos en la Sagrada Página), arda la casa de José, es decir del serenísimo José, y queme los rastrojos de Esaú de la casa otomana, y que finalmente la bendición de Aquel que se apareció en la zarza, venga sobre la cabeza de José.

Esto desea ardientemente y suplica devotamente con sumisión

A su Augustísima Imperial y Real Majestad

Su humilde sierva

La Orden de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías”.

Durante días se dedicaron a tratar de ver a diversos consejeros y oficiales de la Corte para averiguar cómo iba el asunto, y buscando nuevos apoyos. Al final el 7 de abril se enteraron de que el memorial había sido entregado al Emperador. Ahora había que conseguir que la súplica se estudiara cuanto antes. El 17 de abril, domingo de Ramos, ambos padres se volvieron a sus casas respectivas (Horn y Nikolburg) hasta que terminó la Semana Santa, y a primeros de mayo volvieron a Viena.

Les pidieron entonces que hicieran tres copias del memorial; una para el Obispo de Viena, Ernesto von Trauston. En él percibieron una clara oposición a la llegada de los escolapios. Les expuso muchas dificultades para que aquella casa de los Pobres se les entregara. Lo mismo hizo el Conde de Wöes, encargado de tratar a los Comisarios encargados de la Casa de los Pobres. Este les informó de “se había celebrado una sesión solemne sobre nuestra petición, y que a la mayor parte del grupo de los consejeros de la fundación les parecía que no convenía conceder aquella fundación a nuestro instituto por muchas razones. Las más importantes, que los jóvenes, una vez instruidos, ya no son mantenidos allí, sino por sólo siete años, por lo cual la razón de la instrucción desaparece; que quieren mantener la dirección de la casa en manos de los seglares, mejor que someterlos a los religiosos; que en caso de contagio los nuestros estarían en peligro; que el sitio no ofrece las comodidades necesarias para el instituto; y otras por el estilo que nos quitan toda esperanza acerca de la Casa de los Pobres”.

El P. Plácido, viendo que las cosas se ponían muy difíciles por ese lado, se dedicó a buscar por otros. El Cónsul Magistrado le sugirió otros dos o tres lugares en los suburbios. De hecho el 1 de junio fueron a visitar un lugar en el suburbio de los Cordeleros. Cuenta el P. Plácido: “Vimos el lugar en el suburbio, y entramos en la capilla de Sta. Margarita que tiene un pequeño espacio al lado; tiene un huerto contiguo, que nos pareció suficiente en cuanto espacio para un gimnasio y un colegio con todo lo necesario; hay también por allí otro huerto menor con menos extensión. Por medio del abogado, notario público nuestro, miramos a ver de quién eran los terrenos, cuál era el precio, para ver si se podían comprar”. Por lo demás, como ya no podían hacer nada más en Viena, y se esperaba la pronta llegada del P. General, el P. Plácido y su compañero se volvieron a sus casas respectivas el 2 de junio.

Cuando llegó a Viena de vuelta el P. General, estando ya informado de la imposibilidad de que se concediera a los escolapios la Casa de los Pobres, el 2 de agosto fue a visitar el terreno del suburbio de los Cordeleros, “y vio la Iglesia y el huerto, que, tanto el Cónsul susodicho como el Senado, nos concederían con mucho gusto; y nosotros podríamos comprar una casa contigua. Al P. General le agradó la abundancia y cercanía de la gente, y un lugar tan ameno, junto a la puerta Stubense de la ciudad de Viena; y, sobre todo, porque allí, en todo el suburbio, no hay otros Regulares”.

El 6 de agosto el P. General consiguió otra entrevista con el Emperador y la Emperatriz, que de nuevo le prometieron su favor. Visitó de nuevo a protectores y amigos, llevándose recuerdos y cartas para Roma, y dejó el asunto en manos del P. Plácido Feir. Por fin en 1697 el Emperador, resueltos todos los obstáculos y oposiciones, dio permiso a los escolapios para que abrieran su colegio en Viena. El 2 de septiembre de 1698 se puso la primera piedra, bendecida por el Obispo Trautson de Viena, en presencia del Emperador y la Emperatriz, el heredero José I, Rey de Hungría, y demás familia imperial y personalidades. Era el comienzo de la historia de nuestra casa de María Treu, en la que una comunidad de escolapios sigue presente hasta el día de hoy.

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