1696EuropaCentral/2. Situación social

De WikiPía
Revisión a fecha de 12:34 14 mar 2019; Ricardo.cerveron (Discusión | contribuciones)

(dif) ← Revisión anterior | Revisión actual (dif) | Revisión siguiente → (dif)
Saltar a: navegación, buscar

1. Situación política
Tema anterior

1696EuropaCentral/2. Situación social
Índice

3. Situación cultural
Siguiente tema


2. Situación social

Buena parte de Europa vivía aún bajo un régimen feudal, situación que comenzó a cambiar a finales del siglo XVIII, con la Revolución Francesa. Los señores eran dueños de sus territorios, y disponían de la suerte de sus siervos. Tomaban las medidas que les parecían oportunas, tanto en lo político como en lo religioso. Entre ellos los había más sinceramente cristianos (que buscaban el bien espiritual de sus siervos), y quienes pensaban en sus intereses propios. El poder de los señores se hacía sentir más en los medios rurales que en las ciudades, donde los reyes habían concedido en ocasiones una serie de privilegios que permitía a los ciudadanos gozar de una cierta autonomía. Los escolapios, excepto en el caso de Varsovia y Cracovia, tenían sus fundaciones en medio rural, que es donde habitaba entonces la mayor parte de la población. Naturalmente, no criticaban la situación, no imaginando otra, sino que se adaptaban a ella como voluntad de Dios. En la fundación de Chelm, el obispo fundador les concedió una parroquia “con los campos, prados, siervos y casas” que le pertenecían. Cuando el P. Foci llega por primera vez a Kremsier en 1695, anota el cronista que “Pudo ver una gran cantidad de hombres y mujeres que ayudaban en la construcción del edificio [el colegio], y le contaron cuán grande era la cantidad de personal rústico de servicio en Germania; pues durante tres días a la semana están obligados a trabajar gratis para sus señores, según su voluntad. Así eran los que trabajaban en nuestro edificio, venidos de las aldeas Episcopales”.

En el contrato de fundación de Cosmonos con el Conde Czernin, este estipula “que los citados Padres no admitan a estudiar latín a ninguno de sus súbditos, vengan de donde vengan, sin el permiso expreso del Fundador, tanto del actual como de sus herederos, parientes y sucesores futuros en el Señorío, sino sólo los primeros elementos, leer, escribir, hacer cuentas”, “puesto corresponde al honor de Dios y a la conservación del bien común que haya hombres que se dediquen a los trabajos manuales, más numerosos que los se entregan a los estudios”. Los mismos escolapios en varias ocasiones al hablar de las escuelas presumen del número de “nobles” que asistían a ellas, en algunos casos incluso citando sus nombres. Resulta claro que la mayoría de los estudiantes de los colegios escolapios, pertenecientes a las clases humildes, sólo estudiaban en ellos dos o tres años, y no de manera regular, para aprender “los primeros elementos” y la doctrina cristiana; tan sólo unos pocos llegaban hasta el final del ciclo de estudios, con la Retórica y Poética. Para posibilitar los estudios de los jóvenes nobles (o al menos de los pudientes) en los colegios escolapios se fueron creando internados. Cuando el edificio estaba concluido, una parte del mismo estaba destinado a ellos; cuando vivían todavía en casas provisionales, solía haber otros edificios anejos reservados para ellos. Esta situación de los internados escolapios ha durado hasta bien avanzado el siglo XX en la mayoría de nuestras casas, aunque en los últimos tiempos ya no eran los nobles los beneficiados, sino las clases medias, cada vez más amplias.

A pesar de tratarse, en esta zona de Europa, de una época convulsa por varias guerras, la gente tiene una idea de estabilidad y permanencia de las cosas, del régimen social. Sólo así se entienden las fundaciones de los colegios, con unos capitales que producirán un interés perpetuo del 5 al 7%, según los casos, a cambio de la celebración perpetua de una serie de misas por los fundadores. Sólo así se hace un cálculo que prácticamente no cambia en 50 años de lo que necesita un religioso para vivir dignamente durante un año: 100 florines renanos, y con esta idea se van haciendo los sucesivos contratos. Es cierto que a causa de las guerras o de las malas cosechas a veces escaseaban y se encarecían los alimentos, pero estaba en la mente de todos que con el tiempo todo volvería a la normalidad. Estamos a un siglo de la Revolución Francesa, y nadie piensa seriamente que las cosas vayan a cambiar profundamente en Europa.

Naturalmente, en lo más alto de la escala se encuentran el Emperador y el Rey, que son quienes pueden tomar las últimas decisiones. Ejercen una especie de fascinación sobre todo el mundo, incluso los religiosos. El mismo P. Casani, humilde y pobre como era, no escapa a este sentimiento. En una carta a Calasanz, en la que le da noticias de la visita del Emperador Fernando III a Nikolsburg en julio de 1638, dice “Entonces, después de la misa, se dirigen a nuestra iglesia y allí llego a ver mejor al Emperador, y todo sucede según mis deseos, pues apenas puso el pie en la capilla, en cuanto llegó el César al lugar en el que yo permanecía, poniéndose de rodillas, volvió los ojos hacia mí durante un rato, y ni siquiera al levantarse los apartó, parecía que lo hizo a posta para que yo pudiera verle mejor”. Al día siguiente a petición del P. Onofre Conti, Provincial, va a darle gracias por una limosna que ha enviado al colegio: “Me dirijo allí inmediatamente con el P. Onofre, encuentro la misa empezada, y cuando termina, después de recitar las letanías, los cortesanos salen, les sigue el Emperador, yo me hago visible; él se detiene y cuando quiero ponerme de rodillas para venerar a su Majestad, él, un tanto inclinado, me tiende su mano, y sonríe un poco. ¿Qué haré? Porque nunca habría sospechado tal benignidad en un príncipe tan alto. Me pongo colorado, me oprime el estupor, apenas puedo hablar, me pongo a temblar y, cuando recobro el ánimo, le doy gracias por la limosna. Le encomiendo vehementemente nuestra Orden, y le digo que rezaremos perpetuamente por su Majestad. Y esto es lo único que dijo el César: ‘Oren por mí’”.

Medio siglo más tarde el P. Foci y su secretario no escapan a esta fascinación, cuando visitan por dos veces tanto al Emperador en Viena como al Rey en Varsovia. Del Emperador querían obtener nuevos favores (la fundación de Viena); con el Rey estaban ya en deuda por una protección ejercida desde hacía muchos años. En el primer caso se trataba más bien de cortesía y súplica; en el segundo la situación era mucho más compleja, pues el Rey presentaba una serie de peticiones al P. General que difícilmente se conciliaban con el derecho canónico, por lo que este tuvo que consultar varias veces a expertos en diplomacia y derecho (el Nuncio y el Embajador de Francia) para ver cómo encontrar una respuesta que ni desairara al Rey, ni fuera contra el derecho (pues entonces se habría enfrentado con el Papa) en la solución del problema polaco.

En este contexto social los escolapios no tenían mucho margen de maniobra: formaban parte de él, simplemente. Y, evidentemente, este contexto les favoreció ampliamente en su expansión. Resulta difícil imaginar cómo hubieran podido extenderse por estos países con el voto de pobreza y sin el favor de los señores. Y este contexto siguió favoreciéndoles durante buena parte del siglo XVIII, hasta que las circunstancias políticas y sociales cambiaron con el influjo de la Revolución Francesa y una política más agresiva por parte de Rusia. Durante todo el siglo XIX y hasta finales del XX los Escolapios de Europa Central han tenido que sufrir unas consecuencias políticas y sociales adversas, que ocasionaron una gran disminución de casas y religiosos, hasta llegar a nuestros días, en el que de nuevo se vive en paz y seguridad, en un contexto político y social totalmente diferente al de hace 320 años.

Notas