General29/Provincias italianas

De WikiPía
Revisión a fecha de 16:30 24 ene 2020; Ricardo.cerveron (Discusión | contribuciones)

(dif) ← Revisión anterior | Revisión actual (dif) | Revisión siguiente → (dif)
Saltar a: navegación, buscar

Roma y San Pantaleo
Tema anterior

General29/Provincias italianas
Índice

Relación con las provincias españolas
Siguiente tema


Provincias italianas

En la Orden de las Escuelas Pías se habían conocido ya varios casos de supresión de Provincias: la Provincia Renano-Suiza se había dado por muerta en 1808; la de Lituania en 1853; la de Polonia estaba prácticamente desaparecida desde 1862; incluso las cuatro provincias españolas habían sido parcialmente suprimidas de 1836 a 1845. Pero ahora la situación se presentaba como más difícil, pues eran las seis provincias italianas, el corazón de la Orden, las que habían sido suprimidas por el gobierno en 1866 (en algunos, como Sicilia y Napoles, antes), y la situación se presentaba como permanente o al menos duradera. Al presentarse una situación de este tipo, puesto que no se puede hacer nada para salvar las instituciones, los superiores intentan salvar al menos a las personas, contando con las orientaciones dadas por la Sagrada Congregación de Obispos y Religiosos. Para los escolapios sacerdotes la supervivencia no era difícil; aparte de la pensión que recibían del gobierno, podían encontrar fácilmente trabajo en escuelas o parroquias. Los hermanos tenían que volver a su casa, o buscarse empleos menos cualificados. Para algunos era posible seguir viviendo en común; para otros no. Algunos superiores locales y mayores se esforzaban por mantener sus comunidades reunidas; a otros no les importaba lo que ocurriera, puesto que la Orden había sido suprimida, y no veían futuro para ella.

Podemos clasificar los problemas producidos a las Escuelas Pías italianas por la ley de supresión en dos tipos: unos afectan a la Vida Religiosa; otros al Ministerio Escolar propio. Vamos a hacer una exposición de algunos de estos problemas.

En relación con la Vida Religiosa

El primer problema que se presenta con la ley de supresión es la desaparición de muchas comunidades, con la dispersión de sus religiosos. El problema, como hemos señalado ya, es particularmente grave en las islas y en Nápoles. En muchos casos los religiosos se ven forzados a abandonar las comunidades religiosas, sin poder unirse a otros hermanos para llevar una vida común. Muy significativo es el caso, por ejemplo, del P. Guadagni, que él cuenta al P. General en una carta fechada el 22 de febrero de 1881[Notas 1]:

Permítame que, después de mis intentos infructuosos con este P. Provincial, me dirija a Vd., esperando tener más suerte. Yo era escolapio en 1861, cuando tuve que salir de Catanzaro con toda la comunidad religiosa, a causa de la supresión. Todos mis compañeros fueron admitidos en los colegios de Nápoles, y yo, porque era napolitano, fui enviado a mi casa. Estuve allí algunos días, y le pedí al Provincial de entonces que me enviase a uno de los colegios que nos habían quedado, y él quería enviarme a Foggia, pero yo le hice ver que no podía ir allí, donde era muy fuerte el bandidismo, especialmente en el valle de Bovino, donde ya había sido secuestrado uno de nuestros religiosos. Seguí viviendo en mi casa, pero no podía quedarme allí, porque en una ciudad donde aún estaban en pie nuestras casas religiosas, viviendo yo fuera era considerado ciertamente como un apóstata. Insistí al P. Provincial, y luego al P. General, el cual viniendo a Nápoles y encontrando justos mis motivos permitió que pidiera un breve temporal de secularización, para poder vestir legalmente el hábito de sacerdote. Teniendo que presentar al Papa una razón verdadera para obtener el Breve, el encargado del asunto adujo la edad senil de mi madre, y la necesidad que ella tenía de mi compañía. Cambié de hábito, pero nunca cambié la mente ni el corazón de escolapio, tan cierto como que entonces abrí una escuela privada, y después, aumentando el número de los alumnos, el actual colegio – Instituto, donde siempre han enseñado aquellos Padres Escolapios que han querido dar clase, y siempre se ha regido por un reglamento idéntico al de nuestros colegios religiosos.

El P. Guadagni pedía ser readmitido en la Orden, y que esta se hiciera cargo de su colegio. Había un problema, y era que el colegio estaba endeudado, por lo que los superiores prudentemente le pedían que primero acabara de pagar las deudas de su colegio. Un caso más dramático y más difícil, pero que muestra bien los sufrimientos y las peripecias de muchos escolapios de aquel tiempo en Italia, es el del P. Achile Torre, que escribe desde Benevento al P. General el 18 de mayo de 1880[Notas 2], y le dice lo siguiente:

Paternidad Reverendísima, le expreso los sentimientos de mi más vivo agradecimiento, y desde este momento le ruego me considere como un hijo suyo, dispuesto a hacer todo lo que Vd. quiera ordenarme. He pecado ante Dios y ante mis hermanos hijos de Calasanz, y mi único pensamiento es reparar, en cuanto pueda, el mal hecho, y volver nuevamente al santo hábito que juré no quitarme durante toda la vida el día de mi profesión solemne (…) Al escribirle esto, mi pensamiento vuelve dolorosamente a los tiempos pasados. ¡Con cuánto amor he amado a mi Orden! Salí del noviciado el año 51, siendo aún joven, y luego hice a los 22 años la profesión solemne. Enseñé primero humanidades en nuestro colegio de Francavilla de Lecce; luego he enseñado filosofía en nuestros colegios de Monteleone, Catanzaro, S. Carlo all’Arena y S. Carlo alle Mortelle de Napoles. Cuando estalló la revolución no supe resistir las perversas sugerencias, y quitándome el hábito me puse a sueldo del Gobierno, y he sido sucesivamente profesor de filosofía en los liceos de Campobasso, Maddaloni, Benevento, Ferrara, Módena y, por fin de Bolonia, donde actualmente soy profesor titular de la clase primera. Ante el Estado me he casado con una mujer de la que he tenido tres hijos. Reverendísimo Padre, tan pronto como pueda presentarme ante Usted le contaré los motivos de las falsas razones que me arrojaron al precipicio. Pero le aseguro que durante todo este desgraciado periodo de mi vida mi corazón ha estado lacerado por los remordimientos: Dios por su misericordia, por intercesión de la Santísima Virgen y de nuestro Santo Fundador han mantenido íntegro el tesoro de la fe en medio de mis tropiezos (…)

Tampoco a él le dan un no radical, pero le explican que antes de poder volver a la Orden, debe obtener la separación de su mujer, y dejar bien provistos a sus hijos… El P. Casanovas acepta entrevistarse con él. Son sólo dos ejemplos, pero hay muchos más de escolapios que, por unos motivos o por otros, han pedido la secularización o, simplemente, se han ido tras la supresión de las Órdenes religiosas. Es posible que las guerras ocasionadas por el proceso de reunificación de Italia, desde 1848 hasta 1870, produjeran muchas situaciones de pobreza en las familias a causa de la desestabilización; el caso es que muchos religiosos piden la secularización temporal para poder ayudar a sus familias. Si es esta la razón verdadera, o si esta encubre una cierta desesperanza ante el futuro, no es fácil descubrirlo en las cartas. El P. Casanovas nunca rechaza la ayuda a las familias, como puede verse en la carta que escribe a un escolapio napolitano, Antonio Montanari, que pide permiso al P. Casanovas el 21 de enero de 1874 para testar a favor de su familia, a la que viene ayudando con su salario y pensión, pues vive fuera de comunidad[Notas 3]. Calasanz le responde, lo mismo que a todos los que le piden algo semejante, defendiendo los derechos de la Orden, apoyados por la Santa Sede[Notas 4]:

Querido P. Montanari, me gustaría que V.R. en un momento de tranquilidad y calma de espíritu meditase seriamente sobre la vocación que le trajo a las Escuelas Pías, las santas intenciones que le animaban, y los compromisos que adquirió ante Dios. La conciencia le dirá que ha recibido de la Orden todo cuanto tiene, y que V.R. le consagró su persona, sus fuerzas, sus estudios, sus talentos. En tiempos normales la Orden habría dispuesto de todo ello como de cosa propia, y V.R. se habría contentado con recibir el alimento y el vestido. Y como lo accidental no quita nada a lo esencial, V.R. debe considerar como proveniente de la Orden todo lo que va adquiriendo con sus fatigas, entendiéndose que no provienen de la Orden solamente aquellos bienes que en virtud de los derechos civiles se adquieren por herencia. Las pensiones, las limosnas de las misas, los honorarios por enseñar, pertenecen a la Orden; V.R. puede tomar de ello lo necesario para vestir y comer, y el resto pertenece a la Orden. La Orden, por otra parte, nunca ha negado a los religiosos el cumplir las obligaciones naturales con respecto a los padres, así como las obligaciones de caridad con respecto a los parientes y las de gratitud con respecto a los bienhechores; por lo tanto, el religioso en cualquier situación puede ayudar a sus padres por deber; a los hermanos, sobrinos y parientes por caridad; y a los bienhechores por gratitud, y todo lo que quede debe considerarlo como propiedad de la Orden, y no suyo. Por lo tanto, en el caso en que V.R. se encuentra podría cumplir estas obligaciones durante toda su vida, y en el testamento nombrar un ejecutor testamentario en el cual V.R. tenga plena seguridad, con el encargo de entregar a sus parientes la parte que V.R., aconsejada por personas temerosas de Dios, creyese debía dejarles, y lo mismo a los bienhechores, y no dejar fuera la Orden a la cual pertenece todo lo que V.R. haya adquirido. Esta es la auténtica familia de la cual V.R. forma parte por la profesión. En esta respuesta creo que sigo las normas de la S. Penitenciaría, y le ruego que la medite tranquilamente en su conciencia.

Son también muchos los religiosos que, sin dejar la Orden, ayudan económicamente a su familia, o piden permiso para hacerlo. El P. Alessandro Serpieri, rector de Urbino e ilustre cietífico, pide permiso para ayudar a su padre, con el producto del salario que percibe de la Universidad. Pide también permiso para invertir dinero en un observatorio meteorológico que él ha creado. El P. General le responde[Notas 5]:

Si el padre de V.R. se encuentra en necesidad y necesita la ayuda de su hijo religioso, es correcto que V. R. acuda en su ayuda, y le permito darle la ayuda que le conceda el P. Provincial. Le permito también a V.R. gastar lo necesario para el Observatorio Meteorológico, de acuerdo con el P. Provincial, bien se trate de sumas destinadas para ello, bien de sumas puestas a su libre disposición.

Pero quisiera, padre mío, y le ruego que acepte la observación con la misma caridad que siento al hacérsela, quisiera que la carne y la sangre no le hagan olvidar el voto de pobreza, y la obligación que tenemos de consagrar nuestras personas y nuestras cosas en pro de nuestro Instituto, y quisiera además que V.R. actuase de tal modo que el Observatorio, propiedad hasta ahora de V.R. como individuo, pasase a ser considerado un bien de su casa y propiedad de las Escuelas Pías, de modo que no desaparezca cuando V. R. no pueda o no quiera seguir. Nosotros somos escolapios por encima de todo y para todo, y de San José.

El P. Casanovas quiere salvar al mismo tiempo el deber filial y el voto de pobreza. El tema de las pensiones percibidos del gobierno provoca no pocas dificultades, especialmente en la Provincia Romana, pues algunos religiosos se consideraban con el derecho de disponer de ellas para ayudar a sus familias (ya contribuían a las necesidades de las comunidades con su trabajo en los colegios, por los que el Superior percibía del municipio una retribución). Sin embargo, las indicaciones de la Congregación General eran muy claras. En sesión de la Congregación General del 29 de diciembre de 1868[Notas 6] se volvió a hablar de algunas peticiones en las que algunos religiosos pedían destinar a sus propias familias el dinero que a título de Pensión da el Gobierno Italiano, y considerando que las sumas citadas son dadas por el citado Gobierno por los bienes quitados a nuestras casas, se estableció por principio que las citadas pensiones deben entregarse a la casa. En cuanto a dar ayudas a las familias, se repitió lo que ya se había declarado en otra ocasión: “hágase conocer la necesidad real de los padres al R. P. Provincial y luego se pida al P. Rector la ayuda necesaria para que este, de acuerdo con el P. Provincial provea del modo que crea conveniente de acuerdo con la necesidad y con los ingresos de la casa o de la Provincia”.

Según la correspondencia conservada, no son muchos los religiosos que vuelven a la Orden después de haberse secularizado (pasado al clero diocesano), a pesar de que el P. Casanovas escribe a los provinciales para que los rectores intenten reunir sus familias una vez pasados los peligros de la supresión.

Para conservar los bienes salvables, se habían dado una serie de normas concretas, válidas al menos para la Provincia de Liguria[Notas 7]. El problema más inmediato era el de la conservación de las propiedades muebles comunitarias, que tal vez podrían escapar al control del gobierno. En aquel tiempo los bienes más apreciados en las casas escolapias eran, además del ajuar litúrgico, las bibliotecas, que había que intentar salvar como fuera. El problema era que algunos religiosos al retirarse a vivir por su cuenta se llevaban los bienes que se les habían confiado, y luego hacían testamento a favor de sus familias. Sirva como ejemplo el caso del P. Massa, de la provincia de Liguria, que hizo su testamento a favor de un sobrino sacerdote que le acogió, y los Escolapios tuvieron que hacer múltiples recursos, incluso a la Congregación de Obispos y Religiosos, para recuperar una parte de lo que les pertenecía. Este tipo de cuestiones consumían no poca energía y tiempo de los superiores escolapios. En una carta al P. Provincial de Liguria, Onorato Pesante, con fecha 19 de febrero de 1970[Notas 8], el P. Casanovas, buen canonista, le escribe lo siguiente:

Querido P. Provincial Onorato: las señoras Gastaldi se han dirigido al Santo Padre, y Su Santidad me ha remitido su instancia para la anulación del testamento del P. Massa, para que le informe. Mi información ha sido una simple y completa relación de todo lo que sabía sobre el P. Massa, acompañada del inventario e instancia del Sr. Bonora que Vd. me transmitió con algunas observaciones sobre la misma instancia de Bonora. Este es el resumen de mi información.

Cuando el P. Massa dejó nuestra casa de Génova, y pasó a ser guardián de la Anunciación, quedaban otros religiosos en la misma casa, que de hecho seguía abierta como las demás de la Provincia. El P. Massa se retiró a casa de su sobrino el Sr. Bonora cuando el P. Provincial le instó a volver a la Orden y a entregar al nuevo P. Rector los bienes que se había llevado consigo. Sólo pidió la secularización cuando el P. General le negó el permiso para seguir viviendo fuera del claustro. La asistencia y los servicios prestados por el Sr. Bonora no están en proporción con el peculio dejado por el P. Massa, y parece más que posible que el P. Massa le suministraría dinero por su manutención. La voluntad del P. Massa no podía o no debía ser la expresada por el Sr. Bonora, de nombrarlo heredero universal para repartir todo su peculio entre sus familiares, 1º porque, siendo un religioso instruido, sabía que no podía disponer de sus cosas sin la aprobación de su superior; 2º porque no ignoraba que la S. Penitenciaría establece que aunque se le permita al religioso suprimido disponer en caso de necesidad y con consejo del confesor, incluso como señal de gratitud, debe disponer principalmente a favor de su Instituto; 3º porque el agradecimiento del P. Massa le había movido a solicitar al S. Padre el permiso para gratificar a sus familiares que le habían acogido y educado cuando quedó huérfano, y estos parecen ser las Gastaldi, y no la familia Bonora; 4º porque la relación del mismo Sr. Bonora indica que el Massa enfermó gravemente de repente, y las Gastaldi dicen que no era plenamente consciente cuando hizo el testamento. La familia Bonora, aunque no son propietarios, no será tan pobre cuando ha educado un hijo para el sacerdocio y tres para oficiales de la milicia; por otra parte, si la pobreza fuera un título para reclamar la herencia de un religioso, las Escuelas Pías de Liguria son tan pobres que han cerrado el noviciado hace 21 años, y en la actualidad no tiene los medios para mantener un solo novicio en Roma, donde se quisiera abrir un noviciado para todas las provincias escolapias de Italia.

De lo expuesto parece que sería justo deducir: 1º que vuelva a las Escuelas Pías para la casa de Génova todo lo que el P. Massa se llevó y pertenecía a aquella casa. 2º La biblioteca del difunto se entregue a las Escuelas Pías, como es costumbre en la Orden. 3º El mobiliario adquirido por él cuando estaba fuera del claustro puede dejarse al Sr. Canónigo Bonora, y 4º en cuanto al peculio, si el P. Massa hubiera pedido permiso al P. General, como requiere la S. Penitenciaría, el permiso para gratificar a sus parientes, este no se habría sentido autorizado a expresar su opinión sin someterla antes a la voluntad de Su Santidad, que él desea conocer.

Mi idea sería hacer tres partes del peculio; dos para las Escuelas Pías y la tercera para agradecer a las Gastaldi y al Bonora. El Sr. Obispo de Savona me proponía hacer tres partes: una para las Escuelas Pías, una para las Gastaldi y otra para fundar una capellanía en la colegiata de Finalborgo bajo el patrocinio de los Escolapios de Liguria.

Si, como pienso, el asunto va a la Sagrada Congregación, y me piden mi opinión, pediré los dos tercios para las Escuelas Pías, para intentar asegurar la mitad; mientras tanto ni el Papa ni otros me han hecho ninguna propuesta. Vd., en razón e su cargo, debería hacer una petición al Bonora, bien en el sentido que le he indicado, bien en otro que a V.R. le parezca mejor, y en ese caso quisiera conocerlo. De V.R. affmo. Hermano en J.C.

Se nota cómo el P. General da un toque de atención indirecto al P. Provincial por su desinterés por el noviciado (de hecho, poco después comienza la provincia de Liguria a volver a admitir novicios). El asunto de esta herencia se prolongó durante años, y al final los escolapios pudieron conseguir una parte del dinero que reclamaban. Como consecuencia de este asunto y otros similares, los Provinciales insistieron para que todos los religiosos hicieran testamento a favor de la Orden, cosa que ya habían indicado antes, como hemos visto en las Advertencias y normas a los Superiores, sin mucho éxito. En algunos casos el tema del testamento provocaba escrúpulos de conciencia, como en el caso del P. Alfonso Micciché, de Sicilia, que consulta al P. Nazareno Sapienza, Provincial de Sicilia, y este a su vez al P. General[Notas 9]. Le dice lo siguiente:

Me escribe el P. Ex Provincial Alfonso Micciché desde Palma Montechiaro de Sicilia que se encuentra en un continuo remordimiento de conciencia, no sabiendo cómo hacer y a quién poder dejar sin escrúpulo y con tranquilidad de conciencia lo que actualmente tiene en su poder para satisfacer las necesidades de su vida. Dice y con razón: “Si en algún momento hago testamento según la ley vigente y declaro que todo lo que poseo pertenece a la Orden, el Gobierno, en virtud de la ley, se lo apropiará; y si no lo hago, mis parientes, por la misma ley, se adueñarán de ello”. Así, pues, en este estado de cosas pide mi autorización para poder disponer a favor de sus parientes o para hacer otra cosa, con el permiso de P. Provincial. Yo de momento le he respondido que no puedo tomar una decisión sobre esta importante cuestión, sin informar al nuestro Rvmo. P. General, cuya decisión es la única que podrá calmar su agitada conciencia. Le prometí que escribiría a V.P. Rvma., y eso es lo que hago, y tan pronto como Vd. me responda, le daré a conocer a él la sabia resolución que V.P. Rvma. tome.

Pocos días después, el 3 de mayo (el correo de la época, por lo que se ve en este caso y en otros, funcionaba muy bien: tal vez era más rápido que el actual) le responde el P. Casanovas[Notas 10]:

De ningún modo puedo conceder al R.P. Ex Provincial Alfonso Micciché permiso para testar a favor de sus parientes; su peculio pertenece a la Orden. Que nombre heredero a un escolapio de su confianza, y si le parece, lo mejor sería que le nombrara a V.R. A quienquiera que nombre, que sepa que esos bienes pertenecen a esa Provincia, y deben emplearse a beneficio de ella cuando sea. Y si quiere, para estar más seguro, podría nombrar a algún escolapio de Roma que conozca con el mismo encargo comunicado oficialmente, y así daría un hermoso ejemplo y su memoria se recordaría como una bendición.

La situación de los escolapios italianos dependía en muchos casos de la actitud de las autoridades locales. Tras la supresión, en algún caso los municipios expulsaron de su casa a los religiosos, mientras en otros les permitían continuar en ellas, pagando un alquiler o sin pagar nada. En este caso los escolapios se sentían inseguros, al albur de un cambio de gobierno o del humor de las autoridades municipales. Por eso cuando van pasando los años y se ve que los religiosos son dejados en paz en la mayoría de los lugares, estos empiezan a pensar en el futuro, y deciden adquirir una nueva identidad legal, como Asociación de Enseñanza, que les permita establecer contratos con los municipios, y crear además una Caja común de todos los religiosos de la provincia, para organizarse mejor económicamente de cara al futuro, cubriendo las necesidades de los religiosos enfermos o ancianos, y al mismo tiempo poder disponer de un capital mayor para poder alquilar locales o incluso comprar propiedades que pudieran ser un refugio si los tiempos se volvían en contra. Nos detendremos más adelante, al tratar de la evolución de las provincias italianas, en sus respectivas compras de bienes inmuebles, a veces más afortunadas y a veces menos. A este respecto escribe el P. General al P. Pesante de Génova el 14 de noviembre de 1870[Notas 11]:

Recuerdo haber hablado con V.R. que, una vez establecido el noviciado, para mantener a los novicios y para librarlos del servicio militar si es posible, debería hablar V.R. con los PP. Rectores para crear como en Toscana una Caja Provincial en la cual se abonarían las pensiones y el excedente de las comunidades, meditando la manera de establecer una asociación para tener existencia ante la ley. Ya sé que esto supone muchas dificultades; yo mismo no estoy seguro de lograrlo cuando tenga lugar la supresión en la Provincia Romana. Pero sé que algunos me secundarán, y haremos lo que podamos. Los tiempos no son favorables, pero da pena el abandono en que cada día más va cayendo la enseñanza religiosa casi prohibida en las escuelas. Creo que para la Iglesia es un deber la conservación de las Escuelas Pías.

(¡Qué profética resulta esta afirmación hoy día!)

La Provincia de Toscana es pionera en Italia en la creación de una Caja Provincial, mientras la de Liguria le precede en la creación de una Asociación Civil. Le seguirán con dificultades las de Roma y Nápoles.

Hemos visto más arriba que la Provincia de Liguria había tenido cerrado el noviciado durante más de 20 años. Esta decisión venía motivada por dos razones: en primer lugar, muchos religiosos, incluidos los Provinciales, habían perdido toda esperanza de continuidad de las Escuelas Pías, suprimidas o a punto de suprimirse. En segundo lugar, al llegar la expropiación, surgieron graves problemas económicos: los religiosos contaban escasamente con medios para sobrevivir, pero no se veían con recursos para mantener formandos. (Recordemos que esta situación era muy similar a la experimentada por las mismas fechas en las provincias de Bohemia y Austria; por esa razón el Beato Anton M. Schwartz fue despedido del noviciado de Viena y enviado al seminario diocesano). También en Nápoles dejaron de admitir novicios al perder casi todas las casas, y tardaron muchos años en volver a abrir un noviciado. En Roma el noviciado desapareció al ser expropiada la casa de S. Lorenzo in Borgo. El P. Casanovas, viendo que la admisión de novicios era una cuestión esencial para la continuidad de la Orden, insta a todos los Provinciales a que hagan todo lo posible por admitir novicios. Intenta, sin resultado, abrir un noviciado interprovincial en Roma. Busca otras soluciones: enviar los novicios de Roma o de Nápoles a Liguria o a Toscana, donde los noviciados funcionaban relativamente bien. Está dispuesto a hacer concesiones provisionales, como permitir que los novicios sean admitidos en casas diferentes y den clase, cubriendo el puesto de un profesor, para ganarse el sustento de este modo y no ser una carga para la Provincia. Y lo mismo ocurría con los juniores. Con el paso del tiempo las condiciones de las casas de formación fueron mejorando en todas las provincias.

Las vocaciones no escaseaban: superada la crisis de la supresión, no eran pocos los jóvenes que querían entrar a formar parte de las Escuelas Pías. Algunos, de buena fe; otros, como ha ocurrido en todas partes y en todos los tiempos, atraídos por la posibilidad de progresar cultural y socialmente. Como siempre también, los Superiores tomaban medidas para que el deseo de atraer vocaciones fuera acompañado del conveniente discernimiento. El P. José Escriu, Provincial de Liguria, escribe el 28 de febrero de 1977 al P. General[Notas 12]: En estos tiempos no hay que fiarse mucho de las vocaciones improvisadas, que pueden ser un cálculo de los astutos para estudiar a nuestra costa. No era por ello extraño que antes de admitir a los candidatos al noviciado los pusieran a dar clases a los pequeños o a cuidar de los internos.

A partir de la unificación italiana, todos los jóvenes están sometidos al servicio militar, sin excluir a los religiosos. Quedaban exentos los hijos únicos de madre viuda, los que no daban la talla (o tenían estrecho el pecho, etc.). Sí se libraban los que ya estaban ordenados sacerdotes o habían hecho la profesión solemne, por lo que en algunas cartas se piden dispensas para tratar de adelantar los plazos, pues los religiosos se temían que muchos jóvenes en formación, si iban a cumplir el servicio militar, probablemente perderían la vocación. Otra posibilidad legal era pagar una fuerte cantidad (con lo cual todos los jóvenes de familias ricas podían eximirse), de 3.200 liras, equivalente a la pensión de 8 años de un religioso sacerdote. No era sin embargo una cantidad fuera del alcance de las posibilidades escolapias. De hecho, tener fondos disponibles para esta eventualidad era una de las razones para crear la Cajas Provinciales. La Congregación General decide en sesión de 23 de octubre de 1870[Notas 13] que se pague, si es posible, la cantidad requerida para librar a los jóvenes escolapios del servicio militar. La cantidad pagada se dividirá en tres partes iguales, a ser aportadas por la casa donde se encuentre el joven, por la Caja de su Provincia y por la Caja General. En España, para librar de la mili a los religiosos hermanos, se pide dispensa para que puedan ser aceptados al noviciado antes de los 19 años[Notas 14] (según las Constituciones, los hermanos eran aceptados después de los 20 años, pero a esa edad eran ya reclutados).

Para tratar de rescatar a algunos escolapios romanos del servicio militar, el P. General escribe una carta al Ministro de la Guerra[Notas 15], empleando un curioso argumento histórico-comparativo:

Si en el momento en que los españoles proclaman como Rey suyo al hijo de Italia Amadeo I sirve de alguna recomendación el hecho de ser español, el que firma, llegado de España hace poco más de dos años, pertenece a aquella nación ahora unida más fuertemente a Italia. La revolución en España no ha considerado la obra de los escolapios incompatible con el progreso y el perfeccionamiento de los pueblos; ha conservado y aumentado todas sus casas, e incluso permite en la actualidad a los escolapios conscriptos que se les cuente como servicio militar el servicio gratuito que prestan a la patria con la enseñanza pública. No hay duda que S.M. Amadeo I continuará ofreciendo a las Escuelas Pías la protección que le ha ofrecido hasta hoy el gobierno español. Si esta consideración pudiese influir en el ánimo de V.E. para querer proteger de manera semejante Italia a las Escuelas Pías, recibiría el agradecimiento de los lugares donde se encuentran sus escuelas, de la juventud que recibe educación en ella y de la Orden religiosa que le sería deudora por tan gran favor. Perdone V.E. la osadía de haberle escrito, y que me sirva de disculpa el gozo de los españoles en este momento. Con la más profunda estima…

No coló: los escolapios italianos tuvieron que cumplir la mili (o pagar el rescate); como mucho se les concedió servir como capellanes o como sacristanes, según su estado. Tampoco en España funcionaron las cosas de ese modo: tenemos noticias de que tres juniores de Aragón desertaron a Francia para evitar el servicio militar; allí estudiaron la teología, fueron ordenados y, pasado el tiempo, pudieron volver a su país.

Una dificultad con la que se encuentra el P. General, desde el principio de su mandato, es el de conseguir que los religiosos acepten los cargos para los que han sido nombrados, concretamente como Provinciales y Rectores de algunas casas. Lo veremos más en detalle al estudiar la evolución de cada Provincia. Le costó meses de insistir para que en Nápoles aceptaran como Provincial al P. Nisio los dos bandos de religiosos que existían, uno favorable a su elección y otro contrario. No pudo conseguir en un primer momento que el P. Celestino Zini, rector del colegio de Florencia aceptara su nombramiento como Provincial, por lo que tuvo que seguir en el cargo el P. Antonelli, y luego le sucedió el anciano P. Gheri, antes que el P. Zini aceptara por fin el nombramiento. También tuvo dificultades con los PP. Sarra y Bonucelli de la Romana. Tuvo que negociar duramente con el P. Pesante hasta que este aceptó el cargo en Liguria… Hay que señalar que estas dificultades se presentaban solamente en Italia, y estaban asociadas al hecho de que durante años, a causa de la situación política, se suprimieron los capítulos provinciales, y las votaciones para elegir a los superiores se hacían por correo, y luego era el P. General quien nombraba a los Provinciales y Rectores, con su Congregación General. En España el Vicario General se elegía en Capítulo General español, y no hubo mayores dificultades luego en la elección de los Provinciales, hasta que el P. Martra, como narraremos luego, cambió las normas. Las Provincias centroeuropeas eran autónomas, y elegían sus propios Provinciales.

El P. General escribió muchas cartas pidiendo a determinados religiosos que siguieran en su cargo. Un ejemplo es la escrita el 28 de enero de 1878 a un superior cuyo nombre no aparece en el borrador[Notas 16]:

Igual que el oro en el crisol, en la tribulación se prueba la virtud. Dé una ojeada a la situación de la Iglesia y verá que en la lucha empeñada no son reprochables lo que caen, sino sólo los que huyen para no caer. Considere la situación del Colegio en las condiciones actuales de la Provincia, y verá que su cargo no es renunciable; al menos yo no podría renunciar. ¿Y por qué ha de amargarse por las villanías, en un tiempo en que sólo se libran de ellas los tristes y los cobardes? ¿Por qué le duele convertirse en signo de todo lo malo que ocurre, cuando puede estar tranquilo en su conciencia? Usted está en el puesto que le han asignado los Superiores, desempeñando el cargo de la mejor manera posible, y ahí termina su responsabilidad. Y no son los hombres los que se lo retribuirán, sino Dios. Adelante, pues, y confiado en el Señor conserve la calma y la tranquilidad del espíritu, y así recuperará las fuerzas morales y no perderá las físicas. Piense en las tribulaciones de nuestro San José.

Al P. Carlo Pacciarelli, de la Provincia Toscana, disgustado por no haber sido nombrado Rector de la Badia Fiesolana, escribe una carta en la que le recuerda el deber de obedecer, al mismo tiempo que la da paternalmente toda una serie de razones[Notas 17] y una magnífica explicación del sentido de la obediencia religiosa:

Estimado P. Carlo Pacciarelli. Somos injustos cuando atribuimos lo que nos ocurre a los antojos de los hombres más bien que a la Providencia, la cual para los religiosos siempre se vale de los Superiores. También el P. Bianchi cuando fue destinado al Pellegrino se creyó ofendido, y era la Providencia la que no lo quería como Rector en San Giovannino para estar más disponible para la fundación de la Badia. Pero el P. Bianchi se resignó completamente, y yo desearía que donde quiera V.R. se encuentre, esté alegre y activo como siempre. Creo que su trabajo es necesario hoy en San Giovannino, tanto como en la Badia; por lo tanto, creo que V.R. debe continuar en su cargo, dejando en manos de Dios el porvenir. El P. Provincial y toda la Congregación valoran a V.R. y sus méritos. Si no le han llamado a la Congregación, ha sido, sin duda, porque al tratar sobre el Rectorado de la Badia tenían que considerar la persona de V.R.; creo que yo habría procedido de la misma manera. Una cosa puedo asegurarle, y es que mientras todo el mundo considera a V.R. apto e idóneo para el rectorado de la Badia, nadie aprobaría su separación de San Giovannino. Así que V.R. no tiene ningún motivo en absoluto para sentirse ofendido; no piense en renuncias que yo no aceptaría. Póngase a disposición cada vez más del P. Provincial y a los PP de la Congregación, cooperando eficazmente con sus intenciones y el resultado será bueno para San Giovannino, buena para la Badia, bueno para la Provincia y bueno para Usted, que recibirá la bendición de Dios.

Es también significativa la carta escrita al P. José Balaguer, Vicario General de España, que había sido compañero suyo como Asistente General, y que le expresa su deseo de dejar el cargo, a causa de las dificultades que encuentra[Notas 18]. Le dice:

En cuanto al segundo punto, ¿qué he de decirle yo, que he perdido la cabeza y la salud en este puesto que ocupo, contra mi voluntad desde el principio, sólo por obediencia que me entregó nuestro buen Padre Vicario General Ramón Valle para que fuese a Roma, y por mandato del Santo Padre, que no tuvo en cuenta mis observaciones; yo, que no he podido hacerme dar un sucesor a pesar de mis gestiones con la Sagrada Congregación y con el mismo Santo Padre? Mientras en mis manos todo se va arruinando y nada puedo reparar, V.P. al menos tiene el consuelo de ver que sus afanes no son ineficaces; ha aumentado el número de las casas y de los religiosos; ha conservado la disciplina regular a pesar de las dificultades internas y externas; ha mantenido y aumentado el lustre de nuestra enseñanza; el Instituto es apreciado en toda España, y no han venido a Roma, de los nuestros y de los de fuera, sino testimonios de aprecio y veneración hacia el Vicario General. Si Dios bendice sus trabajos, ¿por qué no ha de continuar V. su sacrificio? Dejemos que hable la Providencia por medio de los acontecimientos (…)

Un problema delicado que se encuentra el P. Casanovas cuando llega a Roma es el de los escolapios “liberales”. En el difícil proceso de la unificación italiana, a costa de la desaparición de los Estados Pontificios, algunos eclesiásticos intentaron hacer de puente, frente a una mayoría de partidarios acérrimos del Papa y sus derechos. Uno de los más destacados fue Carlo Passaglia[Notas 19], que recogió más de 10.000 firmas para un manifiesto en el que pedía al Papa que renunciara al poder temporal en 1861. El escrito no sirvió para nada, sino para hacer públicos los nombres de los firmantes, y como entre ellos había no pocos sacerdotes, quedaron expuestos a las represalias por parte de los obispos. Entre los firmantes había varios escolapios. Parece que todos los escolapios sardos, mal informados, lo firmaron. Uno de los más ilustres firmantes fue el P. Everardo Luigi Micheli, profesor universitario, al que el P. Casanovas trataba con mucho respeto, permitiéndole que viviera fuera de comunidad por sus actividades académicas, con las que daba mucho prestigio a la Orden. El P. Micheli falleció en 1881, y sólo unos días antes de morir, como el P. Provincial Zini informa al P. General, se retractó de haber firmado el manifiesto[Notas 20].

Otro de los que se retractaron fue el P. Gregorio Cavallo, de la Provincia Napolitana, que había sido suspendido a divinis por el Obispo de su diócesis. Escribía al P. Provincial Nisio el 17 de julio de 1872[Notas 21]:

Querido P. Provincial, me cuento en el número de los que firmaron el manifiesto de Passaglia. Ahora bien, este hecho un tanto ingenuo como yo lo he considerado siempre, veo que ha sido la causa de consecuencias no buenas, y no sabría decir si es por efecto de partidismos o por otro tipo de razones por las cuales nos vemos generalmente odiados, y lo que es peor, señalados a los obispos de quienes dependemos para colmo de desgracias. Por este motivo recurro a V. Paternidad, persuadido de que se compadecerá paternalmente para quitarme de encima este embarazo serio, en el que me encuentro sin quererlo, y digo sin quererlo porque si entonces hubiera previsto todos estos daños que me han acaecido, no habría firmado por todo el oro del mundo. Sin embargo, creo necesario advertir a V.P. que he estado tratando con el Obispo Margarita por medio de su hermano D. Tomás, el cual me hizo saber que el Obispo no tenía facultad para lo que se refiere a mi petición, y que debía ponerme en comunicación directamente con Roma. Por lo tanto, ruego a V.P. que escriba al P. General para que me quite esta duda de la conciencia (…)

El asunto del P. Cavallo pudo resolverse favorablemente, tras no pocas gestiones. Otros casos más difíciles fueron los de los PP. Francesco Donati y Venanzio Pistelli[Notas 22], de Urbino, que tuvieron dificultades con el obispo de la ciudad por sus ideas liberales y por no querer seguir ciertas normativas litúrgicas que consideraban abusivas. Ambos se vieron obligados a pedir la secularización temporal, y fueron readmitidos en la Orden al final de sus vidas. Los dos eran brillantes, y estaban orgullosos de ser escolapios. El P. Casanovas, hombre íntegro, más bien conservador, y dispuesto a imponer la obediencia toda costa, escribió alguna carta muy dura al P. Donati, pidiéndole que se sometiera a las exigencias de su obispo. Para mejor entender los dos puntos de vista en este conflicto que en cierto modo afectaba a toda la Iglesia italiana, transcribimos la respuesta del P. Donati al P. General, fechada el 15 de junio de 1872[Notas 23]:

He leído con calma su carta del 11 (...) Tranquilamente respondo que por sentido del deber y por obediencia a V.P. Rvma. estoy perfectamente dispuesto a hacer cualquier cosa que requieran la razón y la justicia; las cuales, viniendo de Dios, no pueden estar nunca en contradicción con la humildad cristiana ni con ninguna institución cristiana. La razón y la justicia requieren que quien erró ante Dios y ante los hombres confiese públicamente su error detestándolo, y repare sus escándalos pidiendo disculpas públicamente; pero al mismo tiempo también requieren que el que yerra sea hecho consciente de sus errores. Por lo tanto, le ruego me haga el favor de decirme en cuáles y en cuántos errores en materia de fe he incurrido verdaderamente, y qué escándalos públicos he dado, asegurándole que, si realmente he mantenido tales errores, los he enseñado o manifestado públicamente del modo que sea, yo no dudaré que Dios me concederá la gracia de retractarme ante todo el mundo. No tengo ninguna dificultad a este respecto en decir que condeno todo lo que condena la Iglesia Católica y admito todo lo que admite la Iglesia Católica, si los requisitos en la forma y manera son razonables y justos.

Para tolerarme en la Orden de las Escuelas Pías me pide Vd. dos cosas: la primera es que de ahora en adelante prometa abstenerme de cualquier manifestación de partido; si con esto se entiende que yo no deba ocuparme de política ni mucho, ni poco, tenga por hecha la promesa; si se entiende otra cosa, antes de prometer, necesitaría aclaraciones. La otra cosa es que prometa estar dispuesto a ejercer nuestro Instituto en el lugar y escuela a donde me envíen los superiores. También a esto estoy dispuestísimo, con tal que se me den y aseguren los medios para poder, como hago actualmente, sostener honestamente a mi madre de 75 años de edad y su marido, mi padrastro, que no tienen una migaja de pan sino por mí, y para poder ayudar a cinco huérfanos con su madre, que mi único hermano al morir en octubre pasado dejó en la miseria extrema (…)

No son los únicos que crean (o tienen) problemas por estos motivos. El P. Lorenzo del Quarto, custodio de la iglesia escolapia de Francavilla Fontana en la provincia de Nápoles, le pide ayuda porque el Obispo le ha suspendido por participar en una votación política[Notas 24]. De Bari llegan cartas anónimas airadas contra el P. Rafael D’Addosio, porque se le ha visto en actos políticos con liberales y porque ha aceptado ser elegido supervisor escolar de la ciudad por ellos[Notas 25].

En relación con la actividad escolar

Hemos visto que las Provincias de Toscana y Liguria consiguieron salvar todos sus colegios en el momento de la supresión. Toscana siguió manteniendo un flujo normal de ingresos en la Orden, por lo que no sufrió especiales dificultades de momento en cuanto al personal religioso. Incluso fueron capaces de ir abriendo alguna casa más. La Provincia de Liguria, al suspender la admisión de novicios durante una veintena de años, conservando las mismas casas, se vio ante la dificultad de cubrir los puestos de maestros de todos los colegios. Pues, además de que no pocos religiosos pidieron la secularización para poder atender a sus familias o por otras razones, todos iban envejeciendo, y poco a poco muriendo.

Frente a esta necesidad, había diversas opciones: la primera, contratar profesores seglares, pero muchos escolapios no trabajaban a gusto con ellos, sobre todo porque a veces tenían ideas liberales. Además, había que pagarles un salario, y el dinero normalmente era escaso. La segunda solución era reclutar jóvenes candidatos, y colocarlos rellenando huecos allí donde hiciera falta, permitiéndoles incluso hacer el noviciado en aquella casa con un maestro de novicios ad hoc. Lo mismo hacían ocasionalmente con los jóvenes profesos que seguían cursando estudios: tenían que hacerse cargo de una clase de pequeños. Esta solución de “tapar agujeros” tampoco satisfacía a la larga. Los superiores comprendían que había que dar una buena formación, sólida y tranquila, a los candidatos. La tercera solución, más radical, consistía en cerrar algún colegio para reforzar los otros. Pero esta era una solución más teórica que práctica: los religiosos estaban de acuerdo con que se cerrara “otro” colegio, pero nunca el “suyo”; en realidad nunca se cerró ningún colegio por gusto o por una decisión estratégica: los centros que se cerraron lo fueron por la fuerza de las circunstancias, ajenas a la voluntad de los escolapios.

Mientras tanto, como no había recambios, los maestros escolapios debían seguir enseñando hasta el límite de sus fuerzas. Son varios los escolapios que escriben al P. General diciendo que son viejos, que han enseñado durante muchos años, se sienten cansados y piden ser dispensados de dar clases. Al P. Carlo Biagioni, de Toscana, que escribe al P. Casanovas pidiéndole que le dispense de dar clase porque tiene ya sesenta años de edad y le resultan pesadas cinco horas de escuela diarias, le responde el P. General[Notas 26]:

Querido P. Carlo Biagioni. Del mismo modo que sé que es una carga pesada dar cinco horas de clase para un religioso desgastado ya con 36 años de continua fatiga, también estoy seguro de que los Superiores de la Provincia tienen los mismos sentimientos humanos, y ven con pena tanto sacrificio. Pero ¿qué se puede hacer, padre mío, cuando la provincia no tiene otros elementos jóvenes para relevar a los viejos? No queda otra solución que seguir buscando gente nueva, tal como se hace, admitiendo al hábito a los postulantes que Dios nos va enviando, y mientras tanto la necesidad exige que los nuestros soporten “el peso del día y el calor” hasta el final, mientras nos queden fuerzas. Cuando la salud no dé más de sí, habrá que buscar sacerdotes diocesanos o laicos que nos ayuden en la enseñanza, pues lo que nunca debe hacerse es cerrar las escuelas, por caridad para con la juventud pobre. Esto es pedir un sacrificio completo, un holocausto, pero la Iglesia de Jesucristo tiene hoy auténtica necesidad de maestros que sean religiosos para mantener la piedad y evangelizar a los muchachos, los cuales buscarían inútilmente en otras escuelas la ciencia de la salvación. Miremos el premio que Dios nos tiene preparado en el cielo, donde se dará el pago a todos los trabajos. Sin embargo, si V.R. se encuentra con pocas fuerzas para tanta fatiga, manifieste simplemente su necesidad al P. Superior de la Provincia, el cual, estoy seguro, hará todo lo posible para poner remedio u ofrecer alguna ayuda. Pero si ni aún de este modo lo obtuviese, confiando en el Señor que sabe cómo conseguir grandes resultados de nuestra debilidad, no rechace la consumación del sacrificio. De todos modos, yo no puedo dar una respuesta directamente a su petición; lo único que puedo hacer es remitirla a mi Asistente el P. Gheri, quien no necesita ningún estímulo para hacer todo lo posible por los religiosos a los que ama como hijos. Ánimo, pues, Padre mío, valor, que la recompensa no será pequeña. Dios le bendiga.

Otro problema que se presenta a los escolapios es que el Gobierno comienza a exigir que todos los profesores en escuelas públicas tengan la “patente” o diploma que reconozca su capacitación para dar clases. Al principio se concede esta patente a los profesores que demuestran haber estado enseñando en un determinado nivel durante diez años, pero progresivamente se vuelven más exigentes, y exigen que todos se presenten a un examen oficial para obtener ese título. La mayoría de los escolapios obtienen la patente, pero algunos se sienten inseguros para presentarse a un examen; otros se sienten airados ante un gobierno que les priva de un derecho inmemorial, y prefieren dejar de dar clase antes que someterse a sus exigencias. Sin embargo, los Superiores escolapios insisten en que todos los religiosos deben esforzarse por obtener la patente: no se trata ya de obedecer al Gobierno, sino a los propios Superiores, que se lo piden para poder mantener los colegios escolapios. Especialmente los jóvenes deben obtener todos la patente. Naturalmente, cuanto más elevado el nivel de la enseñanza, más difícil era obtener el diploma. No costaba mucho obtener la patente para enseñar en la escuela primaria; más difícil era obtener la de gimnasio o secundaria. Par obtener la de liceo había que ir a estudiar a la universidad. Liguria crea una pequeña comunidad en Turín donde envía a sus juniores más brillantes (Luigi Pietrobono, Francesco Tiboni); Toscana envía los suyos a estudiar a Roma (Giovanni Giovannozzi, Ermenegildo Pistelli). En la práctica eran los municipios los responsables de la enseñanza local, y eran ellos quienes debían exigir la titulación adecuada a los profesores, cosa que hacían con mayor o menor fuerza según la presión que recibieran de las autoridades académicas de la provincia o región. Pues también podían, en algunas circunstancias, prescindir de esta exigencia. A pesar de todo, el P. General trata de defender ante el Ministerio de Educación los derechos tradicionales de los escolapios, cuyos superiores son los encargados de procurar y reconocer la capacitación de sus religiosos. En un borrador suyo de fecha 10 de abril de 1878[Notas 27], leemos lo siguiente:

Los Escolapios son un cuerpo o sociedad de maestros reconocidos por el Estado, capacitados para la enseñanza elemental, de gimnasio y de liceo, y desde siempre han ejercido el profesorado en escuelas especiales superiores, e incluso los cánones y la ley. Obligados por voto especial a la enseñanza, no ejercitan otro tipo de ministerio sino accidentalmente. Pasan la vida en la escuela: de jóvenes, aprendiendo; ya maduros, enseñando, y, ancianos, formando a los maestros y dirigiéndolos. Su título para enseñar es el certificado de ser un miembro del cuerpo escolapio, y esto ha bastado siempre para desempeñar legalmente su trabajo. Digo legalmente, porque cuando una Ciudad, un Estado, llama a los Escolapios, se convierte en ley su reconocimiento como maestros, y ningún Estado ni ninguna Ciudad los habría llamado de no estar convencidos de que sólo son admitidos en el cuerpo aquellos que dan prueba de vocación al magisterio, los cuales son formados como en las escuelas normales y profesionales, en las que continúan hasta que dan prueba de idoneidad. La supresión, devolviéndoles sus derechos, no les ha despojado de su carácter especial de maestros, ni podría despojarles en justicia, puesto que no tienen otra profesión con la cual puedan ser útiles a la sociedad y conseguir una decorosa subsistencia.

En relación con la enseñanza, se presenta una situación que no es nueva, pero que aparece con toda fuerza durante este periodo, y que algunos presentan como alternativa a la enseñanza tradicional de los escolapios: la enseñanza de los sordomudos. El pionero de la enseñanza de los sordomudos entre los escolapios es el P. Ottavio Assarotti (1753-1829), de la Provincia de Liguria, que comenzó a trabajar con ellos en 1801 y creó un Instituto en Génova en 1812, con gran aceptación popular y de las autoridades. En él se formaron otros escolapios; el más famoso de todos, el P. Péndola, quien creó su propio instituto en Siena. Los escolapios crearon también institutos para sordomudos en Oneglia y Chiavari, en Liguria. Más adelante dedicaremos más atención a la obra del P. Péndola, al estudiar la evolución de la provincia de Toscana durante este periodo. Él pedía a menudo al P. General que enviara algún escolapio a aprender y trabajar con él, para que el instituto quedara luego a cargo de la Orden, como así ocurrió, a diferencia del creado por el P. Assarotti en Génova. Cuando las cosas se ponían difíciles para los escolapios en algunas ciudades como Florencia o Roma, los dedicados a este tipo de enseñanza proponían al P. General que la Orden se especializara en la educación de sordomudos, pues en este terreno no había ninguna oposición: al contrario, las ciudades daban todo tipo de facilidades y ayudas. El P. Gregorio Marchió, que trabaja en Siena con el P. Péndola, le escribe el 23 de septiembre de 1879[Notas 28]: A propósito de ello, quisiera, si no es mucha osadía, proponer una consideración a la sabiduría de V.P. Rvma. En estos tiempos en que se ponen mil dificultades para la educación de los oyentes, ¿no es quizás providencial que tengamos una hermosa vía abierta en la educación de estos infelices? Y le propone crear un seminario allí en Siena, para que los escolapios aprendan a trabajar con los sordomudos. Además de ese instituto está el de Chiavari, el de Génova, les ofrecen el de Roma… Le propone incluso que haga venir jóvenes de España a Siena, para que luego hagan lo mismo en España. De hecho, el P. Casanovas escribió a su amigo el P. Jofre, Provincial de Cataluña, con esa propuesta; él responde que no lo ve claro de momento.

El P. Casanovas estaba muy interesado en la educación de los sordomudos. En el texto que transcribimos a continuación incluso cuenta que él había trabajado en ella en España. Escribe al P. Provincial Pesante de Liguria para que haga lo posible por mantener bajo la dirección de los escolapios el colegio de Oneglia (hoy Imperia) en el que en 1849 el P. Juan Bautista de Negri había comenzado la tarea de educar a los sordomudos, tares en la que continuó hasta los tiempos del P. Casanovas. El P. Pesante no pudo o no quiso mantener la obra. Escribe el P. General[Notas 29]:

El P. De Negri me escribe carta tras carta recomendándome a los sordomudos de Oneglia; en la última me dice que la Dirección probablemente le pedirá a V.R. un sucesor para el P. De Negri. Le he respondido que se dirija al P. Provincial exponiendo todo lo que crea conveniente, pero poniendo en las manos de V.R. las cosas y la manera de hacerlas, y V.R. hará todo lo que le permitan las circunstancias a favor de los sordomudos. Yo creo que todos los niños son acreedores del amor de las Escuelas Pías, y cuanto más pobres, más dignos de nuestras atenciones. Yo siempre he sentido predilección por estos desgraciados; en España he colaborado en su instrucción; en Italia me dolería verla perderse. Creo que, si es posible, V.R. podría intentar conservar esta obra de Oneglia, pero bajo la dirección de los nuestros y siempre bajo la dependencia del P. Provincial, con libertad de cambiar cuando quiera a los individuos. De otro modo no podemos, sin perjuicio de la observancia y la subordinación religiosa.

Unas semanas más tarde el P. General insiste sobre el mismo tema al P. Provincial[Notas 30]:

Me parece conveniente que V.R. proceda de acuerdo con su Congregación para decidir lo que convenga con respecto al Instituto de Sordomudos de Oneglia. He oído decir que su fundación constituye una de las páginas más bellas de la historia escolapia, y que su abandono será considerado como un signo de la decadencia de la Orden. Quizás, aunque sólo sea bajo este aspecto, convendría a la Provincia y a V.R. el conservarlo, en cuyo caso debería estar bajo la autoridad y subordinación del P. Provincial para retener o cambiar a su beneplácito a los individuos, sometiéndose por otro lado a las prescripciones religiosas y económicas que V.R. indicaría.

No se cumplieron los sueños de los escolapios que deseaban una “conversión” de la Orden hacia los sordomudos, pero el Instituto Péndola de Siena gozó de prestigio durante muchos años en manos escolapias, e incluso hoy día hay algunos escolapios siguen trabajando en el Instituto de Sordomudos P. Assarotti de Génova, aunque el carácter de este tipo de institutos ha cambiado por completo: se procura integrar a los sordomudos en instituciones educativas comunes, con alguna ayuda especializada.

Notas

  1. Reg. Gen 246 b 1, 5.
  2. Reg. Gen. 245 b 3, 17.
  3. Reg. Gen. 242 B d, 61.
  4. Idem, borrador, al dorso.
  5. Reg. Gen 241 A 4, 26. Fecha: 16 de noviembre 1869.
  6. Reg Gen 18 pág. 15.
  7. Encontramos este documento en Arch. Prov. Liguria, 1, sin fecha. Se trata de una carpeta con copia de documentos de ese archivo que se conserva en nuestro Archivo General de Roma; al no estar clasificado el archivo original, doy una referencia provisional de sus documentos. Advertencias y normas a los Superiores: A la pregunta si, ante el inminente peligro de supresión, los superiores locales pueden retirar libros de la biblioteca para ponerlos a salvo y confiarlos para ello a los religiosos de la comunidad o a extraños también fuera del lugar, se responde afirmativamente, a condición de que ello se haga con conocimiento y permiso del P. Provincial, a quien se deberá dar copia detallada de los libros tomados y de las personas a quienes serán confiados. Además, los religiosos a quienes se haya confiado los libros, deberán entregar al superior local una nota con la lista firmada en dos originales; uno de los cuales permanecerá en manos del superior local, y el otro se remitirá al P. Provincial. La facultad y los requisitos mismos serán aplicables también a otros objetos de la comunidad, así como a los libros todavía no incorporados formalmente a la biblioteca. El religioso que haya recibido en depósito libros u otros objetos de la comunidad, en el caso de desplazarse a otra casa no puede llevarlos con él, sino que tendrá que devolverlos al superior de quien los haya recibido, y nadie intente abandonar el claustro, incluso ad tempus, si antes no ha devuelto lo que pertenece a la comunidad. Se entiende igualmente que, en cualquier caso, los libros y artículos mencionados arriba, deben ser devueltos en cuanto se lo pida el superior. Puesto que la conocida ley de supresión coloca a los religiosos en el derecho común con respecto a las posesiones, para que los libros y otros artículos confiados a los religiosos y generalmente lo que se les había concedido para su uso personal, o había sido legítimamente adquirido por ellos permanezcan, contra posibles reclamaciones de extranjeros, asegurados para la Corporación, cada religioso hará, en la forma de un testamento hológrafo, una declaración según la cual todo lo que tiene y pueda pertenecerle de alguna manera, lo deja a otro individuo que nombrará, y este debe ser uno de los superiores u otro religioso de conciencia temerosa y de toda confianza, pero siempre con conocimiento del Superior. Y esta declaración la podrá entregar al mismo superior o mantenerla consigo. En el caso de que muriese un religioso que hubiera omitido la declaración anterior, el superior local, sabiendo que en la Orden nada pertenece como cosa propia al individuo, deberá asegurar como sea para la Corporación todo lo que fue de uso del religioso difunto. Sobre la sucesión, se advierte a los religiosos que no pueden, ante la Iglesia, ni heredar ni legar a favor de personas ajenas al Instituto, sin el permiso de la Superior Autoridad Eclesiástica. En la posibilidad de que pronto se nos apliquen a nosotros las disposiciones de la conocida ley de supresión, y de que en consecuencia nos encontremos fuera de nuestras casas sin poder vivir juntos, como se debe, se recomienda a los superiores y religiosos que se esfuercen con todas las posibles economías para constituir un peculio o fondo de reserva, que compense de alguna manera la carencia de nuestras rentas vitalicias actuales, principalmente para atender a las primeras y más urgentes necesidades de los religiosos, en el caso de la dispersión. Y para aumentar dicho peculio y mantenerlo, válganse los superiores de todos los medios que crean más convenientes, sin comprometer su conciencia, ni el decoro de la institución, como tener libros de administración separadamente para anotar entradas que no hubieran sido cobradas aún en el momento de la toma de posesión; hacer figurar mientras tanto la deuda en los libros que deben presentarse; tener un libro separado para todo lo que no sea patrimonio religioso que esté comprendido en la toma de posesión; para las cosas de la casa o suministros, de lo que no se puede evitar tener una deuda correspondiente, especialmente en los internados, y cosas similares. En ese peculio o fondo de reserva entrarán limosnas de las misas, tanto si son manuales como provenientes de legados, las cuales limosnas, como no forman parte de la dotación de nuestras casas, no deben incluirse en las entradas del libro o caja que debe presentarse al agente de Hacienda, pudiéndose declarar en caso de necesidad que las limosnas de las misas pertenecen a los celebrantes, lo cual es exactamente conforme a la verdad, pues de hecho el peculio citado está previsto en beneficio de los religiosos, al que ellas se incorporarán. También se recomienda mantener en original o copia, los títulos de propiedad de nuestros bienes, instrumentos o documentos relativos a acuerdos con los municipios y cualquier otro documento interés para el Instituto. con respecto a las actas originales de profesión religiosa, si fueren pedidas, se hará notar que los tiene el P. General. A la pregunta hecha por algunos, sobre si los religiosos que tenga en sus manos una suma cualquiera, como ahorro personal, de la ropa u otros, podrían invertirla en cupones o de otro modo, la respuesta es que no puede sin el consentimiento del Papa, para lo cual haría de intermediario, en su caso, el P. General. Se recomienda finalmente invertir en cuentas el peculio, entregárselo a una persona segura, la cual sólo tiene que devolverlo por orden del P. Padre Provincial y con el consentimiento del P. General conforme a los decretos de la Santa Sede. Sobre el acto de entrega y de la persona a quien se habrá confiado el depósito, se informará al P. Provincial y por medio de él al P. General. En el Arch. Gen., Reg. Prov. 5 B (Liguria) 415, existe un borrador del mismo documento, datado por el archivero en 1870. Pero este documento es más amplio, pues añade el siguiente texto: Planteada la pregunta de si, en caso de disolución, convendría en esta Provincia esforzarse por conservar todos los establecimientos actuales, se respondió unánimemente que no. Se preguntó si en tal caso convendría encargarse de algún establecimiento público oficial, y de diez votantes 6 votaron que no, y 4 que sí. Se preguntó qué casas deberían conservarse preferentemente. La casa de Carcare recibió los votos de los diez; la de Savona ocho de diez; la de Chiavari, el mismo número de votos; la de Finale obtuvo cinco votos a favor y cinco en contra, la de Ovada, tres a favor y siete en contra.
  8. Arch. Prov. Lig. 22.
  9. Reg. Gen. 241 A 5, 9. Fecha: 29 de abril de 1869.
  10. Reg. Gen. 241 A 5, 10.
  11. Arch. Prov. Lig. 39.
  12. Reg. Gen. 244 c 3, 79.
  13. Reg. Gen 18, pág. 99.
  14. Reg. Gen. 18, pág. 12 v. 31 de enero de 1883.
  15. Reg. Gen. 243 B g, 90. Fecha: 8 de diciembre de 1870.
  16. Reg. Gen. 245 f 2, 209.
  17. Reg. Gen. 244 b 3, 11, fechada el 23 de noviembre de 1877.
  18. Reg. Gen, 242 B j, 54. Carta del 9 de octubre de 1874.
  19. Carlo Passaglia (1812-1887) como jesuita profesor de la Universidad Gregoriana de Roma fue muy considerado por el Papa Pío IX, a quien ayudó en la formulación del dogma de la Inmaculada Concepción. Por enfrentamiento ideológico con sus superiores abandonó la Compañía de Jesús, y pasó al bando del “catolicismo liberal”.
  20. Reg Prov. 19 B 223; carta del 8 de septiembre de 1881.
  21. Reg. Gen 242 B d, 81.
  22. Sobre el P. Pistelli, cf. En Archivum 80 (2016) QUATTRINI Ilvano, “Venanzio Pistelli, lo scolopio patriota”, y BURGUÉS José P., Los profetas no tienen nunca razón.
  23. Reg. Gen. 243 B a, 28.
  24. Reg. Gen 244 e 1, 8.
  25. Reg. Gen 244 e 2, 58 (10 octubre 1877): Excelencia Reverendísima: ¡El domingo 8 de los corrientes en la sala del teatro de Bari el P. Raffaelle D’Addosio, escolapio, presidía la mesa del comité político progresista-democrático! ¡Dios mío, pobre Iglesia! Hay que decir que D’Addosio se ha vuelto loco, o que ya no hay autoridades eclesiásticas. ¡Si supieran estas cosas en el Vaticano! Se ha enviado ya una súplica a S.S. La religión de Cristo está en manos de fariseos. Idem, 77 (sin fecha) El P. Raffaele D’Addosio de Bari se ha echado a los partidos políticos; denigra el santo hábito y ha sabido hacerse elegir Supervisor Escolar con los votos de 9 consejeros municipales. ¡Escándalo! ¡Pobre religión! Se ha enviado una súplica a S.S. al respecto. Llamen a Roma a quien avergüenza a la Orden. ¡Viva Dios, y Pío IX!
  26. Reg. Gen. 243 B a, 6. Fecha: 18 de septiembre de 1871. De hecho el P. Biagioni vivió aún otros 30 años.
  27. Reg. Gen 245 f e, 256.
  28. Reg. Gen. 245 e 1, 17.
  29. Arch. Prov. Lig. 17. Fecha: 26 de julio de 1869.
  30. Arch. Prov. Lig. 19. Fecha: 17 de septiembre de 1869.