BerroAnotaciones/Tomo2/Libro3/Cap31

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CAPÍTULO 31 Acontecimientos Después del Breve [1646]

Es imposible describir qué gran disgusto supuso la publicación de este Breve Apostólico tan inesperado, entre todos los que verdaderamente eran Hijos de la pobre Orden, y no bastados, como los que la había perseguido y destruido. De tal forma, que algunos se entregaron a un incontenible lamento de muchos días, y no sólo no los alimentaba lo que comían, sino que ni siquiera podían tragarlo, tan entristecido tenían el corazón.

Otros, después, se asustaron de tal manera, que parecía no sabían motivarse con nada, particularmente aquellos primeros días; como estáticos en meditación, no sabían qué decidir, ni a qué hacer. Eran pocos los que, haciendo de la necesidad virtud, pensaban en cómo asegurar su partida, uno por un camino, otro por otro, pero todos etéreos.

Los adversarios de la pobre Orden se dedicaban más que nunca a asustar a los pobres Religiosos que no habían sido de su bando. Escribían que el sumo Pontífice quería por todos los modos que cada uno se fuera a su casa, o se procurara alguna forma de vida. Cuándo escribían que saldría una excomunión, para que, en el término de pocos días, cada uno se calzara y vistiera como de Cura secular; cuándo que no quería en modo alguno que se ejercitasen las Escuelas Pías, y que no se enseñara nada más que la Doctrina Cristiana a los pobres muchachitos. Los Padres jesuitas, especialmente los nombrados por el P. Pietrasanta los primeros días de la visita, como para guiar las casas de fuera de Roma, aunque él decía que nos había puesto para asegurar las cartas que le quisieran escribir en secreto, andaban tan espabilados para que cada uno de nosotros se fuera al siglo, exagerando de forma exagerada la sujeción al Ordinario que se nos había impuesto , que, de verdad, aterrorizaban, diciendo también que no estábamos obligados a los votos, y que nos podíamos salir sin conseguir el Breve para vestir de Cura secular, que era un pesebre par los empleados. Más aún; en Mesina, con esta doctrina y consejo, un clérigo profeso de muchos años se casó y tuvo hijos; luego, sabe Dios cómo se las habrá arreglado en estos años, porque, por orden de Monseñor Ilmo. Albizzi, Asesor del Santo Oficio, le fue comunicado que aquél no era matrimonio, sino concubinato.

Con tantos sustos y malos consejeros, muchos, vencidos por el temor de que, si padre natural o los hermanos carnales moría, le gastarían o no le dejarían su parte, se salieron al siglo mediante el Breve Apostólico, para intentar de algún modo asegurarse cómo pudieran vivir cómodamente. Otros, sin el Breve, sólo con el consejo que les dieron, dejaban el hábito regular y las Escuelas Pías, y se iban adonde mejor les parecía, sin ningún permiso.

Aquel P. Fernando [Gemmellari], siciliano, que era todo del P. Esteban Cherubini, y, por no haber leído una Bula apostólica a su tiempo fue privado de la dignidad de Superior de nuestra Casa de San Pantaleón, en cuanto fue publicado el Breve de la supresión de nuestra Orden, salió de San Pantaleón, se fue al gueto de los hebreos, les vendió su santo hábito, se vistió de Cura secular, y volvió a la Casa de San Pantaleón. Pero, en cuanto lo vio el portero con aquel hábito, no le quiso abrir, diciendo que no lo conocía. Disgustó mucho a todos los de la casa aquella venta de nuestro hábito, y, además, hecha a los hebreos,. No ha habido otro nunca que haya hecho una acción tan indigna y de tan poca estima del hábito, que había llevado tantos años.

En distintos tiempos y lugares, más de ciento cincuenta de nuestros Sacerdotes cambiaron el hábito; unos entrando en diversas Órdenes o Congregaciones, y otros vistiendo de Cura secular. Uno de nuestros jovencitos clérigos, noble veneciano, llamado en el siglo Oliveri Vecchi, entre nosotros Tomás de S. …, viéndose en este laberinto, pensó hacerse monje benedictino; hizo la solicitud en Roma al Abad de San Pablo, y cuando lo conocieron, le dijo que le hubiera recibido con gusto, pero que tenían Constituciones especiales de no dar el hábito entre ellos a quien hubiera profesado en otra Orden; y que por esto no le podía hacer aquel favor, si antes no obtenía la autorización del Sumo Pontífice. Persistiendo el joven en este deseo, recurrió a pedir el favor del Ilmo. y Excmo. Sr. Embajador de la Serenísima República de Venecia, para que se lo pidiera al instante a Su Santidad. Lo hizo Su Excelencia, y llevó a los pies del Sumo Pontífice a nuestro Religioso, quien hizo su instancia con un memorial. El Papa le respondió: “Y por qué no sigue en su Orden? Nos no la hemos destruido, sino ensanchado, para que se pueda dilatar más en ayuda de los niños pobres; está bien en su Orden, donde nadie le fuerza a salir, ni le echa de ella”. Pero, como nuestro Religioso, no sé qué otro motivo adujo, no recuerdo seguro si fue el que estábamos sujetos al Ordinario del Lugar u otra causa, Su Excelencia, siguiéndole el razonamiento, suplicó de nuevo la gracia. Su Santidad, cogiendo el memorial, lo firmó, y haciéndole el Breve, aquel Religioso nuestro fue a los pocos días a los monjes benedictinos, donde profesó a su debido tiempo.

Así que, queridísimos lectores, de aquí se deduce también cuál era el pensamiento de Nuestro Señor el Papa, y de qué le habían imbuido nuestros adversarios, para que llegara a la destrucción de nuestra pobre Orden, y para mortificar al vivo, como se dice, a N. V. P. José, Fundador, y General con Brebe de dos Sumos Pontífices. Su Divina Majestad, por las mortificaciones siempre da aumento de honor, porque en el Breve que mortifica lo llama Fundador.

Notas