BartlikAnales/1606

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Año 1606 de Cristo. Décimo de las Escuelas Pías. Segundo de Paulo V.

Ephemerides Calasactianae II (1933, 147-150)[Notas 1]

Las Escuelas Pías se mudaron con sus discípulos de la casa anterior a otra nueva. Cuál fue la causa para que José se fuera de la casa del Sr. Vestri, no está claro. Algunos manuscritos dicen que en esa casa ya no cabían tantos discípulos; otros dicen que en aquella casa fue admitida recientemente la corte del Cardenal Doria, a quien no le parecía conveniente cohabitar con otros, y yo pienso que esta causa es más probable que la otra. De cualquier modo, nuestro Padre José ya había pensado desde finales del año anterior en buscar otra casa para sí y los suyos, y encontró la casa de D. Octavio Mannini, enfrente de la Iglesia de S. Pantaleón, en la zona del Parión, y el tres de marzo de este año se mudó a ella con las escuelas, después de haberse puesto de acuerdo, con el consentimiento de sus colaboradores, en un alquiler de 250 escudos al año. Algunos dicen que este cambio se produjo el 28 de agosto del año anterior, pero lo cierto es que ocurrió como se ha dicho más arriba, y me apoyo en el recibo del mismo D. Octavio, en el cual expresamente se dice que el alquiler por su casa fue recibido el 3 de marzo de este año[Notas 2].

Apenas se había llevado a cabo esta mudanza, surgieron en Nápoles algunos negocios para ser tratados para bien de las Escuelas Pías. Como José no podía atenderlos personalmente, envió a D. Gellio, indicado como aptísimo para este servicio, por votación de los demás, y le dio una carta que dice como sigue:

“Nos, José de Calasanz, Doctor en Sagrada Teología y prefecto de las Escuelas Pías de Roma, hacemos saber por las presentes que el R.D. Gellio Ghellini, sacerdote de Vicenza, es miembro de nuestra Congregación, en la cual es encargado de la oración continua que se hace en nuestro oratorio por la exaltación de la Santa Madre Iglesia. A causa de ciertos negocios debe viajar de Roma a Nápoles. Por lo que rogamos que en cualquier circunstancia que pueda ocurrir se le autorice a celebrar el sacrificio de la misa, y recomendamos en el Señor en cuanto podemos a este sacerdote de vida tan ejemplar. José de Calasanz, Prefecto. José de Gregorio, Secretario.”

Con esta carta de recomendación, y con los mejores deseos de los demás miembros de la casa, D. Gellio se fue a Nápoles. Y entonces atacó a las Escuelas Pías en Roma un nuevo torbellino, originado no en la parte baja de la ciudad, sino desde la cima de la Sapienza Romana. En efecto, el Rector Magnífico de la Sapienza Romana, no sé quién le incitaría a ello, pidió con sus colaboradores una inspección a las Escuelas de José, dejando caer aquí y allá, y también en la Sagrada Congregación, que había un inminente peligro de que en las Escuelas Pías, bajo manto de la caridad, se sembraran algunas herejías en aquella juventud sencilla, que después, con el tiempo, no serían fáciles de erradicar. De este modo nació una sospecha de peligro a causa de la numerosa afluencia de niños y todavía más de los maestros que venían de lugares lejanos, la mayoría de los cuales apenas teñidos de alguna sólida ciencia (así decían aquellos adversarios), que daban su nombre a la Congregación y se dedicaban a la enseñanza en las escuelas.

Es admirable la paciencia con que José toleró estos asaltos calumniosos. Es verdad que habían venido operarios de diversas regiones y tierras a trabajar en aquella nueva viña del Señor, pero no eran ignorantes de los misterios de la fe, y todavía menos sospechosos de herejía, puesto que todos, sacerdotes y clérigos, se habían presentado a José y a la Congregación con los debidos informes y requisitos firmados por sus respectivos Ordinarios, y algunos habían bebido a tragos (como dice el proverbio) las ciencias divinas y humanas. Ciertamente no hablaban del mismo José, ni de su segundo D. Gellio, que era doctor en la universidad de Ferrara. Dragonetti era bien conocido por sus conocimientos literarios, pues había enseñado en escuelas de la ciudad durante 40 años. Flaminio tenía un beneficio en un convento de monjas de Santa Ana. Se referían a algunos sectarios condenados tiempo atrás por los Sínodos de Wurzburgo y Salzburgo, quienes expulsados de algunas sedes y convertidos a raíz de ello en vagabundos, se dedicaban a enseñar acá y allá a la juventud, para que no se les diera la facultad de extender el veneno desde la cátedra, desde donde podían fácilmente introducirlo en la tierna juventud.

Y aunque consta que después de comenzar la vida común sólo se admitió a trabajar en las escuelas a algún que otro seglar (sólo nos consta Buenaventura Serafellini), sin embargo ni este ni ningún otro de los admitidos se dedicó a las cosas espirituales, sino que sólo enseñó escritura, y sólo entraba en clase acompañado de un sacerdote o clérigo.

Confiado Calasanz en los óptimos fundamentos de la fe cristiana de sus escuelas, después de que se informara a Su Santidad de lo anterior, dijo que esperaba de buena gana un visitador, tal como lo había deseado el Rector de la Sapienza. Por mandato de Su Santidad vinieron a llevar a cabo su oficio de Visitadores Apostólicos los ilustrísimos próceres y cardenales Alemano y Montalto, los cuales después de vigilar atentamente como una viña nueva de abajo arriba, y después de dejarla vacía de espinas y cardos, sin que quedara ni rastro de cizaña ni de hierba inútil, sino solamente pámpanos lujuriantes, anunciando por las flores un fruto óptimo en olor y suavidad, se alegraron muchísimo, porque por mucho que inventó y calumnió la malevolencia, tanto más la verdad triunfó sobre la confusión cierta de los malditos (malditos llamaba Domingo de Jesús María a quienes odiaban a nuestro José).

En estas ocurrió que el R.P. Juan de Jesús María, carmelita descalzo, tuvo una audiencia con Su Santidad; donde entre las muchas que trataron, también se refirió a las Escuelas Pías, de las que hizo un elogio sumo. Cuando el P. Juan quería decir aún mayores cosas, el Sumo Pontífice, interrumpiendo su discurso, con grandes manifestaciones de alegría le dijo: “Padre Juan, me ha quitado usted un gran peso de encima, porque ciertamente yo estaba poco y mal informado acerca de esta obra”. Por lo que, queriendo saber más cosas de las Escuelas Pías, se dignó añadir lo que sigue: “Me alegraré si va por allí a menudo y me cuenta lo que hacen”. Lo cual el eximio padre, como ya solía hacer antes, no dejó de hacerlo en lo sucesivo, con lo cual resultó evidente que era una cosa muy grata para el Sumo Pontífice.

Como por otra parte después de terminar la visita los mismos cardenales hablaron conforme a lo que había dicho el P. carmelita, el Sumo Pontífice no sólo se alegró, sino que como signo de favor y de benevolencia, se dignó entregar no mucho después, como José y sus colegas atestiguaron, por medio de su confesor el eximio el P. Alagona de la Sociedad de Jesús, doscientos escudos de moneda romana como subsidio extraordinario. Para evitar similares disturbios en el futuro, como los que habían ocurrido antes, estando ya pacificadas todas las cosas por voluntad de Dios y disposición del Sumo Pontífice, Su Santidad decretó con su autoridad apostólica la asignación de un Protector a José y su Congregación, del cual hablaremos y al cual veneraremos el año próximo.

Volvamos ahora a los hechos de D. Gellio en Nápoles. Tan pronto como llegó, en un viaje a salvo y sin problemas, se puso a tratar los negocios que le habían confiado (en ninguna parte he podido encontrar de qué se trataba), y para probar en todas partes que era un hombre apostólico (así lo llama el somasco Sala en su vida), no dejó de evangelizar a los niños pobres con palabras de salvación. Y puesto que los pobres y mendigos de Vicenza acudían junto con los demás, fue fácil para los de la ciudad de Vicenza (que deploraban su ausencia desde hacía ya cuatro años) recibir noticias de que su Gellio era famoso en Nápoles, y que allí daba signos evidentes de llevar una vida santa. ¿Qué hacer? Porque el Ordinario de Vicenza pensaba que sus obras eran indignas, y sus señores hermanos se sentían deshonrados, pues, habiendo renunciado a una canonjía en su patria, se dedicaba a llevar una vida abyecta e indigna de su estado, y como con un ariete de dos cabezas, atacaron a nuestro Gellio, y llevaron a cabo todo tipo de esfuerzo para que volviera a casa, a donde él no quería ir. Como por aquel tiempo no era oportuno que acudieran en persona a Nápoles, para lograr su intento rogaron al Ilustrísimo D. Agustín Dolci, que representaba en aquellos días como embajador de la República de Venecia en Nápoles, haciéndolo su colaborador, para que con su autoridad ordenara a D. Gellio que volviera. El Ilmo. Sr. embajador no dejó de hacer lo que le habían encargado; habiendo llamado a Gellio, le propuso con toda energía lo que sus señores hermanos así como el Rvmo. Ordinario de Vicenza y otras personas de su familia querían: que volviera a su patria, e insistió con los mejores argumentos que tenía como orador. Gellio dijo que tenía que tratar unos negocios de las Escuelas Pías, que eran los que le habían llevado allí, y que una vez terminados con la voluntad de Dios, le era necesario volver a Roma para informar sobre el resultado de todas sus gestiones al Prefecto. Y después de ello haría lo que le dictase el Espíritu Santo[Notas 3].

Notas

  1. Falta el párrafo inicial: Hoc praesenti anno dum Religiosi S. Patris Francisci de Paula saecularem annum celebrant ob Regulam sui Ordinis a Julio II approbatam, Summus Pontifex publicam fecit universale diploma pro Religiosis, quo prohibet ne Superiores possint fratres suos punire in his qua spectant ad Officium Stae. Inquisitionis: jubat autem huius modi peccantes ad Officium Sae Inquisitionis denunciari. Const. 206. Traducimos: Como en el año presente los religiosos de S. Francisco de Paula celebran el signo de la aprobación de la Regla de su Orden por Julio II, el sumo Pontífice ha publicado un decreto para todos los religiosos, en el que prohíbe a los superiores que castiguen a sus hermanos por delitos que conciernen al Santo Oficio de la Inquisición. Desea de este modo que los que pequen de este modo sean denunciados al Oficio de la Santa Inquisición. Const. 206.
  2. Falta: Et hoc ipsum confirmat liber aeconomicus. Y lo mismo lo confirma el libro de economía.
  3. Falta: Hisce perceptus Illmus. Legatus Gellio noluit pluribus molestus esse, sed ea quae oretenus excepit, Vicentiam et Venetias ad DD. Fratres transcripsit. Gellius autem, quia sic exigebant negotia, Neapoli moram protraxit in annum sequentem, quem iam iam auspicabimur. Traducción: Habiendo oído esto, el Ilmo. embajador no quiso molestar más a Gellio, sino que escribió a sus hermanos lo que él le había dicho. Gellio, por su parte, como se lo exigían así los asuntos, se quedó en Nápoles hasta el año siguiente, que ya vamos a comenzar.