BartlikAnales/1617

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Año 1617 de Cristo. Vigésimo primero de las Escuelas Pías. Duodécimo de Paulo V.

Ephemerides Calasactianae V (1936, 9-12)

El presente año merece ser marcado con una piedrecilla blanca para las Escuelas Pias, por las muchas gracias recibidas; de las cuales la principal es que, de la misma manera que el Sumo Vicario de Cristo en la tierra elevó este año la Congregación de Juan de Dios (dedicada a recibir y cuidar enfermos pobres) a orden con tres votos solemnes, de la misma manera elevó nuestro instituto del estado secular a congregación regular con votos simples, por su autoridad apostólica. Da fe el diploma del sumo Vicario de Cristo, que presento a continuación gustoso según los términos y parágrafos que siguen[Notas 1]:

“PAPA PAULO V. Para perpetuo recuerdo.
Nuestra mirada solícita y meditativa se dirige hacia el campo de la temprana formación de los fieles cristianos en la fe y costumbres. Si justos motivos así nos lo aconsejan, cambiamos lo que haya podido hacerse en ese sector y, en particular, ejercemos gozosos nuestro ministerio a favor del desarrollo cada vez más intenso de la instrucción y educación de los pobres: obra de misericordia, digna de todo encomio, que redunda en alabanza de Dios. Y ello en la medida en que comprendemos que es conveniente y provechoso en el Señor, sopesada la naturaleza de las personas y de las circunstancias.
1.A este propósito, cuando supimos que producía copiosos frutos la obra de las Escuelas Pías erigidas por Nos en nuestra Ciudad para la instrucción y educación de los pobres, deseando velar por el feliz desenvolvimiento de semejante empresa, encargamos y encomendamos el cuidado, gobierno y administración de dichas Escuelas Pías –de las ya fundadas en Roma y de las que se fundarían en el provenir- a nuestros amados hijos el Prepósito General y los Clérigos Seculares de la Congregación de Santa María, según las estipulaciones, claras y concretas, que entonces se acordaron entre éstos y nuestro amado hijo el Prefecto de las mencionadas Escuelas; asimismo mandamos otros puntos que se contienen con más detalle en nuestra carta anterior del 4 de enero de 1614, dada también en forma de Breve, y cuyo tenor queremos que se halle recogido en el presente documento con palabras suficientemente explícitas y como si estuvieran transcritas al pie de la letra.
2.Pero, según hemos oído, los referidos Clérigos Seculares no quieren renunciar a la posesión de bienes estables por no verse impedidos de dedicarse a los otros ministerios y servicios que les señalan los estatutos de su Congregación confirmados por la autoridad apostólica, y prefieren trabajar en esos cometidos antes que desempeñarse en las Escuelas Pías. Por eso Nos, en la medida de nuestras posibilidades ante el Señor, deseamos proveer para que no sufra menoscabo alguno obra tan piadosa y provechosa, especialmente para la instrucción y educación de los niños pobres; y en consecuencia, de plena iniciativa, con pleno conocimiento de causa y tras madura deliberación, en uso de nuestra autoridad apostólica y por las presentes, revocamos, casamos y anulamos nuestra carta anteriormente citada y todos y cada uno de los puntos en ella contenidos, y decretamos y declaramos que permanece, y permanecerá revocada, casada y anulada, desprovista de toda fuerza y de todo peso.
3.Además, sin perjuicio de nadie, de nuevo erigimos y establecemos en la casa romana de dichas Escuelas una sola Congregación de las Escuelas Pías, dirigida o gobernada por un solo Prefecto y llamada en adelante Congregación Paulina de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías; no se extenderá más de veinte millas fuera de Roma; no tendrá fundación sin escuelas, excepto las casas de noviciado; cuantos en ella ingresen –hayan recibido las Órdenes, aun el sacerdocio, sean sólo clérigos o hermanos-, al terminar los dos años de noviciado emitirán los tres votos simples de pobreza, castidad y obediencia, y sólo el Romano Pontífice podrá conceder la dispensa de esos votos; y trabajarán, se esforzarán y se comprometerán en enseñar a los niños los primeros rudimentos, la gramática, el cálculo y sobre todo, los principios de la fe católica, en imbuirlos en las buenas y santas costumbres y en educarlos cristianamente: gratis, sin sueldo y sin paga, sin salario ni honorarios. Aunque el voto de pobreza que emiten es simple, según se ha dicho, serán incapaces de todo dominio, derecho y propiedad mientras permanezcan en la Congregación; y el voto los llevará a la suma pobreza, personal y comunitaria: de modo que no tendrán absolutamente ningún derecho, ni podrán tenerlo o adquirirlo bajo ningún concepto, sobre los bienes o para los bienes llamados inmuebles o considerados como tales. Y decretamos y declaramos que todo lo que usen –comida, ropa, ajuar sagrado y profano- será conforme con su estado y ministerio; y la casa, la huerta contigua, la iglesia, sacristía, oratorio, escuelas y otros bienes inmuebles destinados igualmente a su uso, estarán también en conformidad con su pobreza y, además, bajo el dominio del Romano Pontífice; los bienes muebles, bajo el de los religiosos, pero en común.
A nuestro amado hijo José de Calasanz, actual Prefecto de las Escuelas, encargamos y encomendamos, según nuestro beneplácito, la prefectura, cuidado, gobierno y administración de las Escuelas Pías –las de Roma, las que se hallan a menos de veinte millas de esta ciudad, las que se fundarán en el futuro – y de su Congregación. Por las presentes José de Calasanz y la Congregación pueden tomar inmediata posesión, efectiva, real y actual, de los bienes de estas Escuelas y, en el momento de su creación, de las venideras, y poseerlas en beneficio de las mismas.
Asimismo concedemos y permitimos a doce clérigos de dicha Congregación que hayan emitido el voto de pobreza como se ha dicho, que puedan recibir todas las órdenes, incluso las mayores y el sacerdocio, del obispo que prefieran, católico y en gracia y comunión con la Sede Apostólica, a título de pobreza y previo el voto del Protector de las Escuelas ante Nos y esta Santa Sede, sea el actual, sean sus sucesores; después de la ordenación podrán ejercer el ministerio del altar, con tal que sean hallados dignos y no tengan impedimento canónico. Si llegan a salir o son despedidos de la Congregación, permanecerán suspensos del ejercicio de las Órdenes hasta que posean ingresos suficientes para vivir.
4.Además, con la misma autoridad y por el mismo tenor, concedemos y permitimos a José de Calasanz y a la Congregación que puedan publicar y promulgar toda clase de estatutos, leyes, ordenamientos y decretos, necesarios y convenientes, con tal que sean lícitos, recomendables, conformes con los sagrados cánones, con los decretos del Concilio Tridentino y con las Constituciones Apostólicas, y aprobados y confirmados por la Santa Sede; igualmente concedemos y permitimos que puedan, libre y lícitamente, cambiarlos, modificarlos, corregirlos y mejorarlos según las circunstancias del momento, si en su opinión es conveniente y siempre con la previa aprobación y confirmación de la Sede Apostólica. En ambos casos buscarán el buen gobierno de la Congregación y de sus casas y escuelas y contarán con el consentimiento del actual Cardenal Protector, Benito Giustiniani, Obispo de Palestrina, y sus sucesores.
5.Decretamos que el presente Breve y su contenido íntegro sea y permanezca siempre y perpetuamente válido, firme y eficaz, que surta y obtenga efecto pleno y cabal, y que favorezca cumplidamente, en todo y por todo, al Prefecto y sus religiosos..
6.En conformidad con este Breve deberán juzgar y sentenciar los jueces ordinarios y dleegados, incluso los auditores de las causas del Palacio Apostólico; y por el contrario, será inválida y nula toda acción atentatoria interpuesta por cualquier persona o autoridad, con conocimiento de causa o por ignorancia.
7.No obsta nuestra carta anteriormente citada, ni Constitución, Ordenación Apostólica o disposición alguna en contrario.
Roma, en Santa María la Mayor, bajo el anillo del Pescador, a 6 de marzo de 1617, año duodécimo de nuestro pontificado.”

Ephemerides Calasactianae V (1936, 88-90)

No es fácil expresar con palabras con cuánta alegría y gozo fue recibido el Breve apostólico con la erección de las Escuelas Pías en congregación por nuestro José y sus colaboradores. Permítasenos citar solamente el gozo del Abad Glicerio. Escribió el P. Domingo Marchesi, adorno de la familia dominicana, en la Vida (escrita por él) de nuestro V.P. Fundador, lo mismo que cita nuestro P. Alejo en la Vida de Glicerio fol. 191, que el citado Glicerio junto con el P. Pedro Casani, profeso de la Congregación de la Madre de Dios y rector de la casa de San Pantaleo de las Escuelas Pías, fueron enviados a buscar el citado breve apostólico a la Dataría. Ocurrió que tan pronto como el P. Pedro recibió con la debida reverencia y un beso el breve ofrecido, Glicerio, conociendo por revelación mariana que las Escuelas Pías profesarían la suma pobreza, se lo quitó de las manos al P. Pedro y lo puso sobre su cabeza, y comenzó a exultar de gozo diciendo: “¡Suma pobreza, suma pobreza!”, exclamando y gimiendo, y vuelto a casa volvió a repetir lo mismo en presencia de todos.

De que conocía de antemano nuestro vínculo de suma pobreza es testigo Simón Castilloncelo, llamado después Simón de S. Pedro, que fue asignado como compañero de Glicerio el día de la Conversión de S. Pablo para ir a hacer sus devociones a la basílica de S. Pablo. Glicerio, hablando con el citado compañero, no sólo le dijo lo que el Instituto de las Escuelas Pías había obtenido lo que pedía a Su Santidad, sino algo más, y entre otras cosas el voto de suma pobreza. Así lo cuenta el P. Alejo en la vida de Glicerio, fol. 190.

Por lo demás no es fácil asegurar con certeza si el Breve Apostólico fue leído en la casa de San Pantaleo en comunidad, porque no aparece noticia en ninguna parte. Sin embargo es creíble que nuestro José daría gracias humildemente al P. General y a toda la Congregación de la Madre de Dios por los tres años de dirección y administración de las Escuelas Pías, y que tras cantar el himno ambrosiano en alabanza y gloria de Dios se separaría de ellos con el ósculo de la paz, permaneciendo en San Pantaleo los que eran afectos al instituto de las Escuelas Pías, mientras que aquellos a quienes les parecía molesto dicho instituto volverían al suyo propio en el domicilio de Santa María in Pórtico. El P. Juan Carlos de Sta. Bárbara en sus Noticias, tomo 1º fol. 59 dice que, según lo oyó decir al H. Juan de San Antonio, con ocasión de aquella desunión, 12 personas de la Congregación de la Madre de Dios, de los cuales uno era el P. Pedro Casani, por amor a una vida más estricta, se quedaron en las Escuelas Pías, observando lo que hay que observar para pasar de una religión a otra. Pues habría sido perjudicial volver a la religión previa como un huésped al que no se saluda, como se dice. Yo creo que sí hubo algunos profesos (que ya habían emitido la profesión entonces), y algunos del noviciado, en el cual los gastos de ellos y nuestros eran comunes, como testimonia el libro de economía, que fueron invitados o persuadidos a cambiarse; pues quienes carecían de suficiente patrimonio, una vez rota la unión, no podrían ser promovidos a las sagradas órdenes, como antes; por esta razón un cierto Francisco, llamado entre nosotros de la Asunción de la B.V.M., cuenta en un escrito que se pasó con nosotros.

Después de esta ocasión no una, sino muchas veces, el diploma fue leído y explicado para mejor inteligencia a todos y cada uno; se consultó sobre la forma que debería tener el hábito religioso que se iba a tomar, pues los que iban a profesar como clérigos regulares era necesario que eligieran y decidieran qué tipo de hábito tomar.

Nuestro P. José pensó lo que el Concilio de Aquisgrán definió en este caso. El hábito de cada orden debe ser claramente distinto en los distintos institutos, para que conste en qué profesión milita cada uno. En cuanto al color, no queriendo separarse del que era común a los clérigos regulares, que es negro, propuso que se asumiera ese; pero puesto que se trataba de una congregación que iba a profesar la suma pobreza, eligió y quiso separarse un tanto de lo que era la forma común, optando por un paño rudo, con botones de madera, un manto corto, calzado no cerrado en los pies descalzos. Cosas todas ellas que pudieron causar cierto horror y alejar a algunos que querían abrazar el instituto; sin embargo el resto de la congregación unánime, libre y espontáneamente estuvieron de acuerdo con la forma elegida, y no parecían desear nada más sino que esta forma elegida fuera aprobada como el nuevo hábito por medio de la aprobación y confirmación canónica de Su Santidad. La cual poco después fue obtenida.

En efecto, yendo José a ofrecer sus obsequios por el recientemente obtenido Breve favorable de Su Santidad al Palacio Apostólico, después de ser benignamente admitido a la audiencia, propuso con toda humildad a Su Santidad la forma dicha de hábito regular, y se la explicó clara y distintamente, la cual parece que le gustó, y pronto la aprobó de viva voz, y al mismo tiempo le dio facultad para que eligiese cualquier día para la imposición del hábito, gracia que debería pedir al Cardinal Protector, y después él mismo impondría un hábito similar al suyo, como hacen los demás superiores regulares, a los candidatos y compañeros de las Escuelas Pías, y con la bendición del Señor el instituto de la Congregación Paulina comenzaría felizmente su existencia.

Contándole poco después José al Cardenal Protector la agradable orden recibida de Su Santidad, le expuso cuál era la idea de Su Santidad, y le suplicó humildemente que el 25 de marzo, o sea el día en que el Hijo de Dios se dignó asumir la carne humana, fuera según el deseo de Su Santidad el elegido para imponerle a él el hábito regular de la Congregación Paulina de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías. Recibió sin ninguna dificultad por parte del Ilmo. Protector la promesa de que le impondría el beneficio, y el mismo cardenal prometió que se encargaría de hacer también los hábitos para los primeros religiosos (tantos como fueran necesarios) para el día señalado, y cumplió lo prometido.

Ephemerides Calasactianae V (1936, 123-125)

Tan pronto como José volvió a casa rico en gracias y promesas, dejadas fuera por algún tiempo las preocupaciones exteriores y devociones particulares que preparaba para el día fijado, nada le parecía más importante que poder testificar ante la ciudad y el mundo como pobre de la Madre de Dios por medio de la toma de hábito. Los hijos también se esforzaban movidos por el ejemplo del Padre José, de los cuales el primero era el R.P. Pedro Casani, que después de pasar 23 años felizmente con los Padres Luqueses, movido por el celo por una perfección mayor y atraído por el amor de la suma pobreza, debidamente licenciado por la autoridad de sus superiores mayores, tomó el pobre hábito de las Escuelas Pías, y suspiraba con píos deseos y afectos desde hacía mucho tiempo por el mismo día que había señalado el P. José, para poder brillar él también.

Este día por fin llegó, y todos en número de 15 (todos los que iban a recibir el hábito), con José delante, después de decir en el oratorio de casa las oraciones y devociones acostumbradas, se dirigieron con suma modestia y gravedad a la residencia del Cardenal Protector, para llevar a cabo las funciones prevista en su momento oportuno. Allí, decidiendo firmemente con aquel acto separarse de todas la pompas que representan el exterior del hombre religioso (si algunos reconocían que se habían adherido a ellas) al mismo tiempo que dejaban el hábito externo y las costumbres seculares, recogiéndose enseguida en su espíritu, entraron en la capilla y saludaron con sumisa reverencia al Cardenal Protector y le ayudan a ponerse los vestidos pontificales. A continuación, de rodillas, cantando el “Veni Creator Spiritus”, presencian la bendición de los nuevos hábitos, y asisten con indecible alegría a la imposición por mano del mismo Rvmo. Cardenal del hábito regular a José, y después de que este ha sido vestido completamente y tonsurado a la manera religiosa, volviendo a casa por orden del Rvmo. Obispo, los acompañantes recordarían sin duda la historia del antiguo José, que había sido presentado al Faraón con un hábito nuevo y el cabello cortado, que se repetía en el nuevo José.

Mientras tanto los demás hábitos habían sido llevados a San Pantaleo por criados del Ilmo. Protector; al mismo tiempo nuestro P. José como jefe y portaestandarte de todos volvió a casa seguido de todos, y entrado al Oratorio y convocados al oratorio todos los que eran de casa así como los testigos, después de anunciar lo que había que anunciar, a todos los que habían ido en su comitiva les puso un hábito similar al suyo por orden, y como señal de renunciar al mundo y abandonar la familia propia, al ejemplo del Salvador que se dignó cambiar el nombre del príncipe de los Apóstoles, inscribió a los suyos con nombres de la Santa Virgen y de otros santos tal como suelen hacer en ciertas religiones, como puede verse en el elenco escrito cuidadosamente por la mano de nuestro P. Rodolfo de San Jerónimo, que copio de buena gana a continuación:

1.P. José de la Madre de Dios, llamado Calasanz en el siglo, aragonés de nación, d ela diócesis de Urgell.
2.P. Pedro de la Natividad de la B. Virgen, llamado Casani, sacerdote de la Congregación Luquesa
3.P. Viviano de la Asunción de la B.Virgen, llamado Viviano Viviani en el siglo, sacerdote, de Colle en Etruria.
4.Francisco de la Anunciación, novicio de la Congregación luquesa, llamado Francisco Perusino.
5.Octavio de la Concepción, llamado Bovarelli, clérigo romano.
6.Tomás de la Visitación, llamado Victoria, clérigo español.
7.José de Sto. Tomás Apóstol, llamado José Pancracio, clérigo romano.
8.Ansano de la Visitación, llamado Ansano Lentio, clérigo de Luca.
9.Martín de S. Carlos, Martín Clomeo, de Luca, operario.
10.Simón de S. Pedro, llamado Castilloncelo, de Luca, operario.
11.Juan Bautista de S. Bartolomé, llamado Morante, de Marciano, diócesis de Sarzana, operario.
12.Jorge de S. José, llamado Mazza, de Monte Ferrato, operario.
13.Juan de S. Francisco, llamado Próspero, de Luca, operario.
14.Antonio de S. José, llamado de Bernardinis, de Luca, operario.

15.Andrés de S. María, dicho Marcio, romano, operario.

Hasta aquí los nombres de aquellos a quienes se dio en primer lugar el hábito regular de las Escuelas Pías, sobre los cuales como piedras de fundación nuestra congregación comenzó a construirse. De la misma manera que el Sumo Pontífice quiso mostrar su afecto extraordinario con el especial añadido de su nombre a la Congregación Paulina, para común gozo de todos los nuestros se dignó añadir el título de la Madre de Dios, con no otra finalidad que aquella a la que todas las criaturas celestiales aclaman como su Reina, la tengamos nosotros en la tierra Presidente, Tutelar y Madre, y nosotros nos llamemos y seamos sus alumnos, clientes y siervos especiales.

Así como José quiso llamarse de la Madre de Dios para recuerdo eterno de su gracia, de la misma manera quiso que los caracteres griegos del nombre de la Madre de Dios apareciesen en nuestro escudo, bandera y sello, para que no sólo nos conduzcamos bajo este honorífico titulo militar de la Madre de Dios, sino para que estemos obligados a sentirnos especialmente unidos a la Madre de Dios, y a promover su honor en las Escuelas Pías totalmente y en todas las cosas.

De qué piadosa y afectuosa manera nos precedieron y fueron ejemplares para los que seguimos detrás en el servicio a la Madre de Dios el P. José y sus primeros seguidores, lo veremos en su lugar.

Ephemerides Calasactianae V (1936, 159-163)

Sigamos ahora por orden con las cosas de nuestro Instituto. Después que se promulgó a lo largo y a lo ancho de la ciudad que la Congregación de las Escuelas Pías había sido hecha de secular en regular y se le había dado un nuevo hábito, llegaron muchas felicitaciones y los mejores deseos para seguir progresando a José y a sus primeros socios, de gente de toda condición, estado y sexo del pueblo romano, a porfía.

No menos ocurrió en Frascati cuando vio y saludó los maestros que poco antes habían partido vestidos como clérigos seculares, y volvían prodigiosamente transformados en religiosos. Allí ocurrió que el muy ilustre D. Francisco Bovarelli, padre natural y genitor del citado Octavio, patricio romano, deseando que custodiáramos para siempre la imagen milagrosa de la Madre de Dios, pintada por mano experta, a la que la ciudad tusculana tenía en gran devoción, la regaló a nuestros primeros padres. La cual quizás había sido llevada de manera privada por Octavio y depositada en Roma sin ningún honor público, por un tiempo, en la villa del Ilmo y Excmo. Duque de Sora, y de allí fue luego llevada en procesión pública a las Escuelas Pías desde la casa de D. Gregorio Grena, a expensas nuestras, en compañía de clero y pueblo, tras previo permiso del Rvmo. Ordinario del lugar, y entonces una endemoniada fue librada de su infernal inquilino.

Cuando en Roma y en Frascati los nuestros comenzaron a ser conocidos en su nuevo hábito, y también los oficios tanto domésticos como escolásticos fueron observados con notable contento y edificación del pueblo, pronto se encendieron los deseos de lugares vecinos de educar a la juventud, en comunidades y repúblicas. Y los deseos de expandirse acostumbraban a crecer, y para el que espera algo con avidez una hora se convierte en un año; José tenía necesidad de aumentar los sujetos para asumir más obras, y por lo tanto de una casa noviciado para instruirlos en la vida y así poder proveer cuanto antes con nuevos religiosos a nuestro instituto. Pero esta era una gran tarea. Aquí donde la pobreza era un obstáculo, y aparecían otras dificultades no pequeñas. Sin embargo, como él creía que se trataba de un oba de Dios, José no dudaba de que iba a recibir suficiente auxilio en el futuro, y una prueba de ello es que cuando aún no había aún un local para recibir novicios, ese mismo año ya admitió cuatro candidatos para recibir nuestro hábito.

El líder y director de coro de todos fue Pablo Ottonelli, de la ilustre y muy noble familia de los Condes Ottonelli, de Fanano, de la Abadía Nonatula del Estado de Módena. Hombre famoso por la toga y por el ejército, quien habiendo quedado viudo por la muerte de su consorte la condesa Montecuculiana, el bélico coronel, conforme con un oráculo de S. Felipe Neri decidió hacerse sacerdote, y al final tomó nuestro hábito de las Escuelas Pías el 4 de mayo, y dejando su apellido familiar tomó el nombre de Pablo de la Asunción de la Virgen María.

El segundo que siguió al guía citado fue Glicerio Landriani, que aunque ya conocía a las Escuelas Pías desde hacía cinco años, como dependía del mandato y dirección su confesor (que era el Rmo. P. Domingo de Jesús, carmelita), para mayor humildad suya y para experimentar la obediencia, no fue libre para tomar nuestro hábito hasta el 2 de julio, y al celebrarse ese día la solemnidad de la visitación de la B. Virgen a Isabel, esa gracia fue para él no pequeña consolación. Pero el nombre que tomó fue Glicerio de Cristo.

El tercero, asociado a los dos anteriores, es Don Francisco Castelli, de la nobilísima familia de los Castelli de Cortona, oriundo de Castillón Florentino sobrino lejano dignísimo del gloriosamente reinante Paulo V. Se había tratado su matrimonio con la heredera de una familia noble y muy rica, pero el trato no se había concluido, y despidiéndose del mundo y de la prometida, se dirigió a los Pobres de la Madre de Dios el 24 de junio, y tomó el hábito dándose el nombre de Francisco de la Purificación de la Virgen.

El cuarto, gracias al Excmo padre suyo Sr. Laercio Cherubini, doctor en ambos derechos y auditor de las causas en el Palacio Apostólico (que en ese mismo año había sacado a la luz pública los primeros tres tomos de su Bulario) que nos parece digno de numerarse es Esteban, hijo de D. Laercio, el cual al recibir el hábito de las Escuelas Pías guardó su nombre de Esteban y tomo como nombre religioso de los Ángeles, y con los tres anteriores, y además con el H. operario Agustín de S. Agustín, oriundo de Roca Bignaliana, comenzaron su vida espiritual en el noviciado de la calle de S. Onofre bajo la dirección del P. Pedro de la Natividad de la B. Virgen, con máximo provecho y admiración.

Además de esto, poniendo en orden para el bien de nuestra Congregación, el muy ilustre D. Emilio Gellini pidió a nuestro Padre José que le enviara por carta a Bérgamo algún testimonio de la vida de su difunto hermano Gellio, que había trabajado con ardor como operario de las Escuelas Pías tiempo atrás, para consolación suya. A lo cual nuestro P. José respondió sin ninguna dilación, y envió la respuesta que sigue:

“Ilustrísimo Sr, con todos mis respetos en Cristo.
Hoy, cuatro de septiembre, he recibido carta de su Señoría fechada el 25 de abril en Bérgamo, la cual aunque llegó un tanto tarde, me dio un consuelo no pequeño al recibirla, al entender que me pedía devotamente que le informara sobre las muchísimas gracias que por la divina Majestad y su clemencia he recibido de mi hermano en el Señor y socio de venerada memoria Gellio Ghellini. De la bondad de su vida en profundidad y por dentro no me resulta difícil creer lo que dice, en especial en lo referente a la conservación de la integridad de su cuerpo, después de yacer en la fosa por siete meses. Creo incluso que se conservará así por los años que vienen, pues no ignoro que esta es una prerrogativa propia de los que durante su vida guardan la pureza del alma y del cuerpo, acerca de la cual é fue muy vigilante, puesto que no se puede conversar con los niños sino con un rostro inocente, educándolos en el temor y el amor de Dios, y enseñándoles a todos el modo de orar y rogar a la divina Majestad. Y hasta tal punto se vio que atraía como un imán a sí los corazones con aquella pureza suya, que parecía que los niños no tenían mayor deseo que estar cerca del P. Gellio, por lo que hasta ahora no hemos visto ninguna otra persona entre nosotros que tuviera mayor virtud y eficacia. Podré añadir algo más para mayor encomio suyo, acerca de sus piadosos afectos que experimentaba en la oración y en la meditación ferviente de la pasión de Cristo en muchas ocasiones, y también del precioso don de lágrimas, y de su ardentísimo celo para propagar el honor divino, pero me veo obligado a dejarlo para preparar mi viaje a Frascati. El Rvdo. D. Simón de Flores es como un tímpano que resuena con los manuscritos contando los esfuerzos del carísimo P. Gellio de piadosa memoria, de cuya intervención en el cielo a favor de nuestras Escuelas Pías espero muchas gracias futuras. Mientras tanto, que Dios sea alabado siempre y por los siglos. Roma, 4 de septiembre de 1617. Su siervo en Cristo, José de la Madre de Dios, Prefecto de las Escuelas Pías.”

Ahí tenemos ese venerable varón, con una recomendación tan insigne, vivir con el cual fue dulce para nuestro P. José, y muy amable el caminar adelante con el ejemplo de la santa conversación entre los dos.

Una vez enviada la carta, nuestro José (como lo había comunicado antes) se dirigió a Frascati para visitar allí las Escuelas Pías, pues se le había consultado en razón de su oficio a propósito de una importante deuda que había, y allí recibió el anuncio de que nuestro Glicerio estaba gravemente enfermo en el noviciado, y el 20 de septiembre, que coincide con la solemnidad de San Glicerio, obispo de Milán, empezó a ponerse peor. De donde pronto surgió la sospecha no pequeña de que aquel que tenía su mismo nombre parece que lo quería llamar a la compañía de los santos. ¿Pues qué tipo de enfermedad podía tener? La cosa no está clara. El P. alejo, al escribir su vida, considera que la causa remota de la enfermedad del Siervo de Dios es el P. Domingo carmelita, que le retrasó la posibilidad de tomar nuestro hábito, lo cual ocasionó que pasara muchas noches sin dormir, pidiéndolo en oración, lo cual pudo producir su languidez y debilitamiento. Cualquiera que fuera la causa de la enfermedad, había que pedir a los médicos que intentaran curarlo. Mientras tanto todos fueron contactados con compasión, y como al principio el P. José estaba ausente, quiso que además de los cuidados solícitos del P. Pedro, se encomendara a la pericia de los médicos; y después, cuando pareció que se recuperaba un poco, dio facultad por escrito al P. Juan García (que era ecónomo de S. Pantaleo) para poder tomar el aire, cuando quisiera y durante el tiempo que quisiera.

En realidad Glicerio cuando salía no buscaba tomar el aire más despejado, sino la gracia de hacer sus devociones, principalmente en la iglesia antigua de S. Cayo, que por aquel tiempo estaba en ruinas, pero tenía una imagen visible e ilustre de la Gloriosa Virgen, ante la cual, cierto día, después de haber rezado, fiel a su padre superior y a su maestro, se encomendó secretamente a la Santa Virgen pidiéndole que le devolviera la salud, sacándolo de la enfermedad que padecía entonces. Y el oráculo se cumplió, como lo probó lo sucedido al año siguiente. En el año actual no veo nada más digno de mención, como no sea el hecho de lo que concluyó el Consejo público de Frascati en favor nuestro. Viendo que era abundante el fruto de las Escuelas Pías para su república, a pesar de lo poco que les pagaban por su trabajo, gracias a la intervención del Ilmo. Sr. Laercio Cherubini, se votó con 39 votos a favor, un decreto y estatuto según el cual en el futuro cada año se pagarían 200 escudos a los nuestros del erario público, pagables para el uso común. Lo cual ocurrió el 31 de diciembre de este año 1617. Así está registrado en el archivo de nuestra casa de Frascati. Y así entramos ya en el nuevo año.

Notas

  1. Copiamos la versión que aparece en Lesaga, Asiain, Lecea, Documentos fundacionales, Ed. Calasancias, Salamanca 1979, pp. 171-176