BartlikAnales/1618

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Año 1618 de Cristo. Vigésimo segundo de las Escuelas Pías. Décimo tercero de Paulo V.

Ephemerides Calasactianae V (1936, 192-194)

Hay muchas cosas que hace este año memorable para las Escuelas Pías, pero la primera de todas que pide aquí su lugar es la continuación de su enfermedad, y como consecuencia de la enfermedad, su beata muerte, la cual, cuando conoció que se le acercaba por la Virgen María (como dicen), reflejando en sus labios sonrientes una especie de consolación interna, se preparaba para un feliz tránsito mortal solícitamente mediante varias devociones, afectos, suspiros y lecturas espirituales, principalmente de las Morales de S. Gregorio Magno. Y después de haberse armado con la santa confesión, la sagrada comunión y el sacramento de la extremaunción, estrechaba amorosamente el crucifijo muchas veces con afectos y abrazos y lo besaba frecuentemente, para que toda su mente estuviera absorbida en la meditación del crucifijo muchas veces, y que, como arrancada del cuerpo, no parecía sentir la tortura ni quemarse en el cauterio.

Cuando ya su espíritu había vuelto a su creador entre las lágrimas y las oraciones de los que estaban presentes, ocurrió algo prodigioso: se observó que estaba yacente sobre la estera de su camastro y al mismo tiempo fue a S. Pantaleo a pedirle la bendición y el permiso a nuestro Padre José para su tránsito a la inmortalidad. Recibida la cual, a las 6 horas de la noche del 15 febrero, a la edad de treinta años, devolvió a su Creador su alma inocente, adornada de toda clase de virtudes, como vestida de un tejido de muchos colores, aquella que vivió en tranquilidad, para disfrutar de la gloria y la bendición adquiridas con tantos trabajos y méritos. Así dice el P. Gabriel de la Anunciación, en su Vida, fol. 47.

Un indicio para poder comprender certísimamente el felicísimo tránsito podría ser el hecho de que aquel que antes había sido siempre pálido a causa de los ayunos y emaciado como consecuencia de la enfermedad, tenía el rostro brillante con una especial claridad y candor, sus miembros eran flexibles y su celda se llenó de un ameno suave aroma de violetas, rosas y lirios mezclados. Y además está también la visión que confesó haber tenido una devota virgen en Urbino, que no había visto nunca a nuestro Glicerio, ni había conocido su rostro, y lo vio de pie entre S. Felipe Neri y el P. Salustio, religioso de la Orden franciscana.

Veamos ya qué se hizo con el cuerpo del difunto. Tan pronto como el cuerpo de tan gran Siervo de Dios fue privado de su alma, vestido y cubierto con su hábito religioso, que aunque pobre era honesto y decente, aquella noche fue custodiado por guardianes de la casa, y como en el noviciado no había lugar para la sepultura, ates del alba fue llevado a San Pantaleo, y fue depositado y colocado en el oratorio doméstico. Y a pesar de que a nadie se le comunicó su muerte excepto a su padre espiritual, el Rvmo. P. Domingo del Carmen, sin embargo en toda la ciudad (no se sabe quién lo divulgó) se dio a conocer pronto, y empezó a llegar tanta gente que el citado P. Domingo a duras penas pudo llegar al oratorio, y pudo honrar al Siervo de Dios con algún elogio en medio de tanta multitud. Y durante dos días la gente de Roma continuó viniendo devota, de modo que no se podía impedir que algunos intentaran tocar el mismo busto del venerable, le dieran piadosos besos en las manos y en los pies, ponerle coronas mortuorias , tocarle con libros religiosos, y hasta obtener trozos de su vestido como reliquias. Hasta tal punto que sin la presencia de la milicia llamada para custodiar la iglesia, y echando fuera a la gente y cerrando la puerta, incluso el féretro portátil en el que yacía el difunto hubiera sido hecho astillas y reducido a trozos.

Aquel día se celebraron muchas misas, y raramente se encuentra a alguien que en la presencia del difunto o volviendo al sepulcro de Glicerio no recordara con alabanza alguna gracia obtenida, como un cierto Juan Bautista Butti, que tocando la mano del difunto recobró la salud, y luego lo pregonaba a boca llena. Oportunamente estaba presente en las solemnes exequias el Ilmo. D. Odoardo Tibaldeschi, secretario del vicario general, con los Sres. Archinti y Verospi. Como por tanto era necesario meter el cuerpo reverente y decentemente en la tumba sepulcarl, estando presentes los citados como testigos jurados levantaron instrumento público en el lugar de la sepultura, tal como se pidió, el 18 de febrero. Hoy día se ve una lápida de mármol sobre la tumba en la cual dice: “Aquí yace e cuerpo del Venerable Siervo de Dios Glicerio de Cristo, de la familia Landriani de Milán, Abad de S. Antonio de Piacenza, que falleció el año 1618, a los 30 de edad”.

En principio la inesperada muerte de este tan insigne varón y primer religioso de la milicia de Cristo en el noviciado pudiera parecer doloroso para la nueva congregación de las Escuelas Pías, pero también pudiera considerarse que se iba la columna de su fundamento para el edificio brillantemente comenzado; al contrario su Padre Espiritual el P. domingo carmelita se atrevió a llamarlo columna de toda la iglesia, por todo lo que en el siglo y en el estado religioso había llevado a cabo como virtudes heroicas y buena obras; y también podía ser consuelo el que la nuestra nueva congregación enviara por delante a un heraldo fiel y poderoso pidiendo incremento para sí y los suyos, y para obtener la felicidad dichosa para tantos varones de mérito. Estaría bien añadir aquí algún recuerdo de sus gestas preclaras para mejor conocimiento del Siervo de Dios por parte de los que vendrán luego, y se le dará lugar cuando esté terminado el proceso de su vida; de momento interrumpimos su historia, para continuar en orden con los sucesos de nuestra historia.

Ephemerides Calasactianae VI (1937, 8-9)

Lo principal que ocurrió fue la profesión que emitió nuestro Padre José, Prefecto de la Congregación Paulina, de los tres votos sustanciales al formarse la Congregación regular.

Aunque es cierto que la Bula de la congregación paulina erecta pedía dos años de tirocinio o noviciado a aquellos que habían dado su nombre con obligación de hacer la profesión; sin embargo, como el Sumo Pontífice que es cabeza de todos los religiosos y principalísimo superior, tiene plena autoridad para dispensar tanto de sus decretos como de los cánones de los concilios, cuando le parece que la necesidad lo requiere, en virtud de ella permitió a nuestro Padre Prefecto, que aún no había cumplido un año (los demás religiosos hicieron de otro modo, según indica el Bulario), emitir la profesión, y encargó al Rvmo. Cardenal Protector para recibirla, la cual recitó el día 19 de marzo, precisamente el día de su santo, el esposo de la Santa Virgen y protector de Cristo, escrita y firmada por su propia mano, de palabra y por escrito, en el pequeño oratorio de la residencia cardenalicia, en presencia del mismo cardenal, según el texto que sigue:

“Yo, José de la Madre de Dios, hago mi profesión en la Congregación Paulina de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, erigida por Su Santidad el Papa Paulo V, y prometo a Dios Omnipotente y a la Santísima Virgen María, y a ti, Ilmo y Rvmo Sr. Mío Benito, obispo de Sabina y Cardenal, y Protector de las Escuelas Pías, y a tus sucesores, Obediencia, Pobreza y Castidad durante todo el tiempo de mi vida, según la forma de la Carta Apostólica del día 6 de marzo del año pasado, y según la declaración que hay que hacer de acuerdo con las constituciones de la Congregación. Quiero que estos votos, a no ser que haya algún obstáculo en contra, sean firmes y válidos para siempre, y lo firmé con mi propia mano en Roma el 19 de marzo del año 1618. Yo, José de la Madre de Dios, afirmo con mi propia mano cuanto aparece más arriba.”

Hasta aquí la fórmula de la profesión, que luego usaron todos mientras existió la Congregación Paulina, obligándose con voto, según veremos que hicieron algunos al año siguiente.

Consta que el Prefecto de nuestra congregación en la emisión de sus votos satisfizo muy bien los decretos canónicos. Pues profesó expresamente lo que en lo referente al Superior de la religión requiere el Concilio Tridentino, sesión 14 cap. 19 de la Reforma. Y emitió la profesión en manos del Superior (como quieren los cánones). Y aunque el Protector de la religión no cuenta entre los superiores de la misma religión, a él le compete el derecho de recibir las profesiones de los religiosos. Sin embargo en el caso presente, aunque tenía la autoridad delegada por la superioridad pontificia, el verdadero prelado y superior se supone que era nuestro Padre Prefecto.

Si pasamos al progreso del Instituto mientras tanto, consta que el año presente favoreció el aumento tanto de las personas como de las casas. Hubo el ingreso de nueve personas, y en cuanto a las casas hubo dos, en Umbria y en el Campo Sabinense. Pues aunque según el diploma pontificio no podían ir más allá de las 20 millas itálicas, dentro de esa distancia podían extenderse libremente. Sin embargo, la asunción de estas dos casas no debe considerarse como subrepticia (como sospechaban algunos), pues a instancia de la comuna de Narni, mediante el Ilmo Cardenal Protector nuestro y de la comuna de Narni, de viva voz se nos dispensó de este punto. Da fe el manuscrito que existe en nuestros archivos romanos, y que dice como sigue:

“Se responde (se ponía una objeción anónima a la misma Congregación) que los Padres de las Escuelas Pías no contravienen el diploma pontificio al asumir la fundación de Narni, puesto que, reinando felizmente el Papa Paulo V, el Cardinal Giustiniani de viva voz recibió el beneplácito para la ciudad de Narni, y en virtud del mismo también Magliano en territorio de la Sabina para instituir un seminario diocesano llevado por maestros de nuestras Escuelas Pías, por el mismo Cardenal, ya que el Ordinario del lugar quiso que fueran admitidos.

Así aparece en un manuscrito que también recuerda el P. Vicente de la Concepción en sus Anotaciones, tomo 1º, cap. 25.[Notas 1]

Una vez hecha esta aclaración, pasemos primero a la Umbria, y luego al territorio Sabinense.

Ephemerides Calasactianae VI (1937, 40-42)

La región de Umbria limita en occidente con territorios romanos, comprendiendo en su seno ciudades, fortalezas y castillos. Entre otras ciudades está la antiquísima y nombradísima por los escritores Narni, situada en lo alto de un monte, a cuyo pie corre el río Narni, el cual, según Estrabón, le dio el nombre a la ciudad. Sólo tiene dos puertas de entrada, la una a oriente y la otra a occidente. La segunda tiene un acceso difícil entre rocas quebradas; a la segunda se llega a través de un puente, que permite el tránsito sobre el río. Es una sede episcopal, y en cuanto a escuelas públicas, estaba provista desde hacía siglos; sin embargo, habiendo visto y oído el provecho que no sólo en la juventud, sino también en el pueblo adulto de todas condiciones, estados y sexos, se decía que producían las Escuelas Pías romanas, también los principales del consejo de la ciudad, confiados, enviaron un recurso al Cardenal Protector de ellos y nuestro, pidiéndoles que hiciera introducir en la comuna de Narni las Escuelas Pías. En este asunto el Ilmo. Cardenal no sólo no quiso oponerse, sino que apoyó su pio intento por el bien de la comuna, y después de obtener el indulto pontificio (como se ha dicho más arriba), para ese fin, informando a nuestro P. Prefecto de lo anterior, con su autoridad le estimuló a ir a Narni cuanto antes para ver el lugar y para tratar según el mejor derecho todas aquellas cosas necesarias a tratar para erigir un nuevo colegio.

La solemnidad de los gozos pascuales estaba casi a las puertas, como dicen, cuando se confió este encargo a las Escuelas Pías. El Padre Prefecto continuó en Roma, para que a causa de su ausencia no pareciera que disminuía en casa la devoción a esta solemnidad de la resurrección de nuestro Salvador, pero en cuanto pasó la solemnidad salió hacia Narni. Nada más llegar allí le ofrecieron alojamiento con la debida reverencia, y aceptó como hospedaje en Narni aquel ínclito palacio ofrecido por los naturales del lugar.

En aquel tiempo era obispo de la ciudad el Rvmo. D. Juan Beroso, de Regio, sobrino del Cardenal Fusci por parte de su hermana, quien conociendo la causa de la llegada de nuestro José y su propósito, y la óptima intención de la ciudad, en modo alguno quiso oponerse, sabiendo que se había provisto con el beneplácito pontificio; al contrario, era de la opinión desde el principio de que el voto de sus ciudadanos y su óptima intención eran de inspiración divina, como se comprobaría por el efecto deseado, y como ya había recibido bien la noticia del evento futuro por medio del consejo público, mandó que se hiciera un instrumento público en el que constaran las conclusiones, y lo envió a la S. Congregación a Roma, para que confirmaran lo acordado, teniendo en cuenta solamente las condiciones requeridas en este tipo de casos por la bula clementina. Después de que enviara la S. Congregación respuesta a lo que le había pedido la comuna de Narni, inmediatamente envió un escrito al gobernador de la ciudad que decía como sigue: “Magnífico Señor: conforme al arbitrio de la S. Congregación, Su Santidad se ha complacido en gastar mil escudos para educar a la juventud estudiantil por medio de los Padres de las Escuelas Pías en el palacio viejo, y asimismo, para proveer en concepto de alimentos, vestidos y otras necesidades, a los Maestros, Repetidores y Adjuntos, en pagar doscientos escudos al año, que se tomarán del depósito entregarán a los dichos padres para los efectos señalados en cuanto aparezcan. Roma, mes de junio de 1618. Cardenal Borghese”.

Apoyado en tan gracioso escrito, el Consejo de Narni se puso a preparar cuanto antes aquel viejo edificio. Los ediles de la ciudad se movieron hábilmente para conseguir arquitectos, materiales y también la necesaria mano de obra; nuestro José se fue mientras tanto para tratar lo referente a Magliano.

Magliano, como dijimos antes, es una localidad en las tierras de la Sabina, situado en lo alto de un monte, que se ve situado y extendido ampliamente, donde el obispo de la Sabina solía tener su residencia, y puesto que en el año que corre nuestro Cardenal Protector tenía la ínfula con la púrpura, quiso también que el seminario episcopal, que en otros tiempos era administrado por clérigos seculares, fuera regido, enseñado y administrado por los nuestros. Por esa razón nuestro Padre Prefecto se calculó cuántos operarios serían necesarios allí para llevar a cabo el trabajo, y como no tenía ningún operario consigo, llamó a dos maestros para tomar posesión del seminario, a los cuales seguirían pronto otros. De los cuales el primero fue el P. Francisco de la Madre de Dios, de nación siciliana y natural de Palermo, que fue nombrado Rector del Seminario. Le añadió como compañero el R. S. Odorico Valmerana, sacerdote de Vicenza, candidato a nuestra Congregación, hombre de óptimos talentos y gran pericia en varias ciencias, principalmente en la poesía, puesto que demostró su arte innato en una obra escrita en verso heroico, que a su tiempo dedicó impresa al Emperador Fernando con el título “Demonomaquia”.

Después que estos dos fueron introducidos con autoridad del Cardenal Protector en el Seminario como residencia provisional (en lo referente a alimentos y otros requisitos, eran suministrados por el Seminario), José volvió a Roma. Y después de informar ampliamente al Cardenal Protector acerca de sus gestiones en relación con la fundación de Narni y del ya ocupado seminario de Magliano, se trasladó a Frascati.

Mientras tanto juzgué que no sería indigno copiar los documentos de la probación romana que el maestro de novicios presentó sobre sus formandos y sus cualidades, presentándolas principalmente en juicios detallados, y de su total abnegación ejercida en todas las cosas.

Ephemerides Calasactianae VI (1937, 75-78)

Los diez documentos, como los diez mandamientos, que nuestro Padre Prefecto prescribió para aquellos que deseaban caminar según el Espíritu, son los siguientes:

1.Considere el siervo de Dios hasta qué punto se puede considerar vil e indigno de todo beneficio de Dios, encuentre desagrado en sí mismo y busque sólo el placer de Dios, y desee entre todas las cosas aquellas que considere ser más viles y humildes.

Hizo que estas reglas fueran explicadas frecuente y claramente por el P. Maestro de Novicios para que en todo los novicios de las Escuelas Pías no se indignaran cuando se rieran de ellos y los menospreciaran completamente; al contrario, se explican para que se lanzasen a desear practicar ese tipo de actos. Porque ¿qué puede ser más despreciable que un honesto religioso, hombre grave por edad y costumbres, llevando consigo un plato de garbanzos consigo, llamando a los pobres en la basílica de S. Pedro , y estando en medio de ellos, y estando en medio de ellos, comer su ración de garbanzos con ellos? El P. Vicente de la Concepción dice que el P. Pablo de la Asunción hizo esto sin murmurar ni protestar.

O ¿qué puede ser más amargo para un hombre de prosapia, que ser enviado dos veces con una garrafa a buscar una pequeña cantidad de vino, provocando risa, siendo acusado de borracho y enviados a casa entre risas y bufonadas? Pues eso hizo el P. Francisco de la Purificación con el abate Glicerio, como testifica su escritor el P. Vicente.

Ir montado en un burro al revés, con la cola como cabestro, llevado por un correligioso por las calles romanas, no es sino un signo de hombre mortificado, y que no tiene ninguna estima de sí misma. Pues esto también lo hicieron nuestros primeros novicios sin protestar, según el fiel testimonio ya citado antes del P. Vicente.

Querer hacer estas cosas preciosas a tan vil precio, en realidad muy viles a gran precio, sabía más bien a fatuidad que a juicio prudente; sin embargo no sólo Roma vio que nuestros novicios eran probados con estas tonterías, sino que en otras provincias también quedaron admirados. Se puede argumentar que cada una de ellas y otros ejemplos eran percibidas no sin efecto y explicadas y exhortadas por su Padre espiritual, cooperando en ello el Señor.

No quiero detenerme en detalles sobre un solo punto que aparecerá en muchos otros casos a lo largo de la historia en acontecimientos futuros, prosigo anotando las Reglas en orden.

2.No se queje de nada sino del pecado y de todo lo que lleva al pecado y aparta del bien; alégrese de toda tribulación, injuria y aflicción; ame íntimamente a los que las sobrellevan, y ore especialmente por ellos.
3.Ame la pobreza y todo tipo de penuria por Cristo; no pida ni reclame ningún bien temporal, a no ser que le sea estrictamente necesario; sino que intente imitar a Cristo Cabeza en la pobreza y en las consolaciones del cuerpo.
4.Esfuércese por cumplir la voluntad de los demás antes que la suya; intente más bien rechazar la suya con actos externos.
5.No desprecie en absoluto a ningún pobre, sino que se sienta movido hacia todos con afecto materno y compadézcase de todos íntimamente, como se compadecería de un hijo único querido.
6.No juzgue a nadie como pecador, ya que ignora cómo actúa la gracia divina en el alma; pero si se da cuenta de que alguien por signos manifiestos es un pecador, duélase más de su pecado que si sufriera en su propio cuerpo mil muertes.
7.Ame el bien del prójimo como el propio, y de la misma manera que la madre se alegra por el bien del hijo, así debe alegrarse por el bien de todos los vivientes, especialmente por el bien espiritual.
8.No ame nada por encima de Dios, y no ame a nadie con amor particular, sino común.
9.(no está)
10.Medite a menudo sobre los beneficios de Dios, y principalmente que quisiera hacerlo a su imagen, que tomara la naturaleza humana e incluso experimentar su muerte, y el entregarse y mostrarse en la vida presente como alimento y premio.

Hasta aquí las Reglas del Padre Prefecto, que el P. Gabriel de la Anunciación dice que tomó de Tomas de Kempis. Muchas cosas con ese fin prescribió nuestro P. Prefecto, y explicó el Maestro de novicios a sus formandos; como no corresponden todas con el tiempo cuando ocurrieron, y se verán en otros lugares, dejamos el tema para ver el resto de hechos que sucedieron en el año que tratamos.

Yendo bien todas las cosas en la casa y en la escuela de Frascati, el P. Prefecto volvió a Roma, y se dedicó por completo diligentemente a diversas tareas para mejorar las escuelas, sin ausentarse nunca de las devociones comunes voluntariamente, ni dejar nunca de llevar a cabo las tareas habituales según el horario. Como venían alumnos a S. Pantaleo de toda la ciudad y de todas las regiones, y las estrechas paredes no podían contenerlos a todos, tuvo la idea de suplicar a la Sagrada Congregación del Buen Gobierno para obtener un remedio. Sigue a continuación el memorial, que dice: “Ilustrísimos y Reverendísimos Señores. Los Padres de las Escuelas Pías, conociendo el gran afecto que sus Reverendísimas Señorías se han dignado mostrar a favor del Instituto, se atreven humildemente a presentar a Sus Paternidades las estrecheces de las Escuelas Pías que apenas pueden aceptar la cuarta parte de los discípulos pobres, para que se dignen autorizar que de algún modo nuestras escuelas puedan ser ampliadas, para que ni se queden si fruto los jóvenes que ahora son excluidos, ni nosotros veamos frustrado nuestro mérito. Esta gracia Dios etc.” Así dice el memorial, pero sobre cuál será su efecto, lo veremos al año nuevo.

Después de estas cosas, terminada la obra de Narni, pedía que llegaran los nuevos inquilinos; el Magnífico Señor Gobernador e ínclito magistrado de la urbe hizo anunciar al P. Prefecto la cosa, y que se proveería de todo lo necesario, y le invitó de manera muy amable para que fuera a tomar posesión y habitar. Nuestro Prefecto, queriendo satisfacer los deseos de quien nos invitaba, hizo partir tan pronto como pudo al P. Pedro de la Natividad de la B. Virgen desde el noviciado con el P. Viviano de la Asunción y otros cuatro compañeros que ya habían sido destinados previamente allí, y habiendo saludado al Protector y recibido la bendición los que iban allí, los envió a Narni y el 21 de octubre llegaron felizmente allí, y puesta la nueva obra bajo el nombre del Mártir San Casio, comenzaron a habitarla con singular felicitación por parte de todos; el primero como Superior local, el otro como profesor de elocuencia, y los cuatro restantes como maestros y directores de las escuelas inferiores.

De los cuales, aunque ninguno estaba atado por la profesión expresa en la Congregación y que por ello ni el primero pareciera apto para el superiorato ni los otros hábiles para la profesión escolar según lo prescrito por los cánones, sin embargo, puesto que todos actuaban con dispensa del Pontífice, con su autoridad, todos los defectos de derecho eran suplidos para calificarlos debidamente para tales oficios, es necesario concluir que en aquellos comienzos las cosas de la nueva Congregación no podían arreglarse de otra manera. Pronto después, puesto que por aquella provisión de la fundación (como escribió el P. Viviano, o quizás otro, el clérigo Francisco de la Anunciación, en una disertación con ocasión de la apertura de las escuelas, con aplauso y elogio), disminuyeron los maestros de S. Pantaleo, fueron llamados otros para completar el número, lo mismo que en lugar del Superior del noviciado, cosa que no descuido el P. Prefecto, quien lo mismo que quería el bien de la Orden, buscaba que las cosas funcionaran bien, especialmente en el noviciado, que en ese mismo año fue trasladado a la vecina Sta. María in Via, donde la muerte también presumió de crear desorden en la viña, cosechando de entre los vivos primero al H, Jorge de S. Juan, cuyo nombre era antes Jorge Mazza, y no tenía ni 22 años de edad, aunque estaba maduro en las virtudes y tenía fama de santidad, como anota el P. Rodolfo de S. Jerónimo, y voló al cielo el 16 de noviembre. El segundo fue el H. Juan de la Circuncisión del Señor, que en el siglo se llamaba Juan Sasselli de Barga. Murió clérigo sin haber terminado entero el año de probación, el 13 de diciembre, que al ser un día consagrado a Santa Lucía mártir, se puede argumentar que la luz eterna luce para él mismo. Y puesto que no quedan muchas cosas que decir para este año, ruego que pasemos al siguiente, en el que sí hay muchas.

Notas

  1. Falta un párrafo: “quibus, praeter quam, quod ex Lezana parte 2 cap. 10 n. 7 habet, fidem adhibendam esse Cardinali Protectori dicenti se habere vivae vocis oraculum, propter convenientiam muneris, et dignitatis quam gerit, etiam robur addit Cardinalis Burchesii Rescriptum, quod infra registrabitur”. Traducción: Por lo cual, además de lo que dice Lezana, parte s2, cap. 10 n.7, hay que dar fe al cardenal protector que dice que ha recibido de palabra algo, a causa de su cargo y de la dignidad que gestione, y a ello añade fuerza también el rescripto del Cardenal Borghese, que se copia más abajo.