BartlikAnales/1636

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Año 1636 de Cristo. Trigésimo noveno de las Escuelas Pías. Decimocuarto de Urbano VIII.

Ephemerides Calasactianae XIII (1944, 47-53)

El presente año es fértil en nuestras cosas, y en muchos acontecimientos memorables. Comenzaremos con Germania.

Después de celebrarse aquel capítulo provincial en Moravia, y de ser enviado ratificado por el P. General al Emmo. Fundador con toda reverencia, el Emmo. llamó a Olomuc (donde residía temporalmente) al P. Juan Esteban con el P. Alejandro, en cuanto más cercanos, de Lipnik, y les entregó la elección ratificada con los mejores deseos de un gobierno óptimo para toda la provincia, a los que añadió algunos consejos e informaciones, según los cuales, después de dar las debidas gracias, el nuevo P. Provincial se puso inmediatamente a realizar su cometido, y después de asignar los superiores y miembros para las casas, comenzó a promover el bien de la religión; el P. General no dejó de saludar a todos en general y al P. Juan Francisco en particular. Así se lee en una carta enviada a él desde Roma el primero de enero: “No omitiendo los actos de humildad, vuestra reverencia instruya a algunos de nuestros juniores para que puedan después comunicar a otros lo mismo a semejanza de ellos, que construyan un edificio, no aquel que se edifica con piedras, sino poniendo piedras encima de la roca. No se deje vencer por la tentación, como hicieron algunos de los que tenían talento para ese vasto edificio de Germania, a los que parece que Dios arrojó, de modo que padezcan ahí la dificultad en amistad volviendo a él, y uniéndose a él con el debido afecto.” Así dice el P. General, al cual el P. Peregrino de S. Francisco con el P. Glicerio de la Natividad y el P. Mateo de Sta. Catalina, saliendo de allí, es decir, de Germania, fueron a saludar a Roma el 18 de mayo.

En Frascati poco después del comienzo del nuevo año, habiendo un difunto que quería ser enterrado en nuestra iglesia, surgió una controversia entre nuestros padres y el venerable cabildo de la iglesia catedral, que fue comunicada al P. General con fecha 10 de enero con la queja de que los nuestros no observaban lo pactado cuando se nos dio permiso para erigir la iglesia. El remedio oportuno para decidir acerca de dicha controversia llegó por parte del mismo Rvmo. Ordinario, que era el Emmo. Card. Lanti, quien envió un escrito a su Vicario General que dice lo siguiente:

“Rvmo. Señor,
Incluyo un memorial que llegó de los Padres de las Escuelas Pías, y puesto que cada cual es libre de elegir ser enterrado donde le plazca, no puede prohibirse eso mismo allí. Por lo tanto, cada vez que conste que alguien ha elegido ser enterrado en su iglesia, se les debe permitir hacerlo, y no prohibírselo, con tal que conste por escrito fidedigno que aquella era la última voluntad del difunto Con esto no intento derogar el derecho eclesiástico, sino que quiero que se pague al párroco y al cabildo lo que corresponda por el funeral. Vuestra Señoría lo haga comunicar a todo el cabildo, para que en ocasiones sucesivas no ocurra ningún escándalo ni perturbación. En Roma, 26 de enero 1636. Cardenal Lanti.”

También allí el mismo año, por un legado de D. Manili Antoniucci, sus herederos entregaron un órgano para nuestra iglesia el 15 de septiembre, además de que cuando estaba vivo había regalado un tabernáculo para el altar mayor, con una píxide para conservar el Santísimo, y un crucifijo de metal.

El día 6 de febrero el Ilmo. Sr. Conde Francisco Ottonelli, señor heredero de Fanano, suplicó al P. General que su hijo el P. Mateo profeso en nuestra religión pudiese cantar su primera misa solemne en nuestra iglesia de Fanano, para consuelo suyo y de su madre. Y aunque no encuentro su respuesta, es creíble que el P. General accedería a lo pedido, pues toda la familia Ottonelli le era muy querida, y sabía cuánto le debía nuestra religión, a causa del P. Pablo de la Asunción, de venerada memoria, proveniente de esa ilustrísima casa.

Mientras tanto llegó de Sicilia el P. Melchor de Todos los Santos con el P. Hilarión y el H. Francisco, llamado a Roma por nuestro P. General, el cual, después de presentar la relación sobre el estado de nuestras casas, fue hecho por el mismo P. General Procurador suyo y de la Orden con las patentes que siguen:

“José de la Madre de Dios, etc.
A ti, P. Melchor de Todos los Santos, sacerdote profeso en nuestra Orden y consultor nuestro, salud.
Como es tarea nuestra elegir ministros idóneos que puedan ser útiles con sus obras y habilidad no sólo a una provincia sino a toda la Orden, nos, confiando mucho en el Señor en tu fidelidad, rectitud de costumbres y experiencia en los negocios, y celo por la reforma, a tenor de las presentes te elegimos y nombramos Procurador General de toda nuestra Orden durante nuestro beneplácito. Dado en Roma en la casa de las Escuelas Pías de S. Pantaleo, este día 28 de abril de 1636. José, como más arriba.”

De este modo fue constituido Procurador General el P. Melchor. No puedo decir si ejerció este oficio en alguna parte de la Curia romana, pero leo que el mes siguiente que se le dieron nuevas patentes para Sicilia, pues el P. General tuvo necesidad de enviarle para resolver dos asuntos que surgieron en su ausencia.

En Mesina se urgía con palabras amenazadoras a D. Andrés Patti, con quien se había hecho y firmado un contrato para vender su casa, para que, si no quería ceder la casa, rescindiera el contrato. En Palermo el P. Macario, sacerdote novicio, se notó que decía herejías a la gente desde alguna cátedra, y a causa de ellos había sido capturado y encarcelado por el Tribunal de la Inquisición.

Para resolver estos dos graves asuntos en Sicilia, el P. Melchor era ya el tercero o el cuarto elegido. Debía resolverlos el P. Pedro, Asistente, pero como tenía otros asuntos más serios que resolver para Roma, no pudo ir. Del mismo modo el P. Francisco, Asistente, estaba ocupado en terminar asuntos en Florencia, por lo que no se le consultó sobre la posibilidad de resolverlos. Así pues no quedaba otra solución sino que dicho padre se pusiera de nuevo en camino. Para lo cual fue provisto con las patentes siguientes:

“José, etc. A ti, P. Melchor, etc.
Como entendemos que es necesario que alguno de los nuestros con su prudencia y celo por la santa observancia pueda llevar algunos negocios a su fin debido en el reino de Sicilia, te elegimos para que intentes con diligencia y rapidez terminar los negocios citados, para que puedas volver cuanto antes a la ciudad, y visitar toda la religión con todos los privilegios y prerrogativas acostumbradas concedidas a los Visitadores Generales, y puedas tener voto en nuestra Congregación. Mientras tanto rogamos a Dios todopoderoso que dirija de manera óptima tu viaje con tus acompañantes. En Roma, 29 de mayo de 1636. José, como más arriba”.

Los compañeros que se le unieron son los siguientes: el P. Hilarión, que había venido con él; el P. Francisco del Smo. Sacramento, Horacio de S. Bartolomé, Salvador de S. José, Cesáreo de S. Nicolás, Baltasar de Sta. María Magdalena y Baltasar de la Epifanía del Señor. El P. Juan Domingo de la Cruz llegó antes a Nápoles. A los dos casos de Sicilia citados, en Nápoles se añadió otro, a causa del cual el P. General tuvo que mostrar en su persona gran mérito y ejemplo de paciencia. Así ocurrió.

Uno de los nuestros, que sin tener en cuenta su honor ni el de la religión, había cometido un gran pecado, había sido llamado a Roma, para que quizás allí, si se divulgaba públicamente, no causara la infamia de la religión. Parece que el reo llegó de Nápoles a Roma, pero no fue a S. Pantaleo, sino que buscando con malicia un protector, fue a casa del cardenal Ludovisi, donde, avisado antes, confiaba seguramente obtener asilo. Y su esperanza no fue frustrada. Al contrario, se preocupó de poder interceptar cualquier proceso que se hiciera contra él (pues pensaba que después de su salida de la Duchesca se haría algo). Y tuvo éxito en su intento. Pues pidió al Cardenal que si llegaban por correo algunas cartas al P. General desde Nápoles, procurara que se las diesen a él, para llevarlas él mismo a San Pantaleo. El Cardenal hizo lo que le pidió el reo, y naturalmente las cartas fueron retiradas del correo, las cuales él no llevó al P. General, sino que abriéndolas abusivamente, se enteró del proceso, las rompió y las quemó. La astuta zorra supo así evitar su desgracia. Se cerró así el proceso, y después de pedir una recomendación al cardenal Antonio Barberini, fue con ella ante el P. General, pidiendo humildemente perdón por su pecado, y recibió tal gracia en virtud de tantas recomendaciones, recibiendo como castigo solamente el alejarse durante algún tiempo a la residencia de Cesena.

Después de solucionarse de este modo el caso de Nápoles, el P. General, para evitar más casos similares, comenzó a atar más estrechamente a sus compañeros de las mismas costumbres, para que con mortificaciones frecuentes volvieran a un comportamiento más sano, pero esta idea le trajo un gran mal a él mismo. Pues dos de aquellos que se consideraban oprimidos por la persecución, informaron al Cardenal Barberini del caso de Nápoles, del que se habían enterado no sé con qué engaño, quejándose de que ellos no eran conscientes de la culpa por la que les trataban de manera tan dura, mientras que al reo napolitano de crimen tan enorme le habían tratado benévolamente, quitándole todo castigo. Apenas el Cardenal oyó estas cosas, mandó llamar al instante al P. General, quien sin demora, más arrastrándose que caminando, pues era anciano y sin fuerzas, acompañado de un hermano, sin saber qué orden iba a darle el cardenal, fue a presentarle sus respetos, pero como no había podido anunciarse antes, fue maltratado: en cuanto lo vio, reprendió al P. General, puesto de rodillas, a la vista de los de casa y los de fuera, echándole en cara los malos tratos contra sus súbditos, y quizás no hubiera dejado de decirle cosas si la modestia, mansedumbre y paciencia ejercidas al oír semejantes cosas no hubiera hablado a favor del mismo; por lo cual, después de que se calmara el cardenal, le pidió que se defendiera de la culpa de la que se le acusaba. El buen padre le contó lo que había ocurrido, por orden. El Cardenal, lo mismo que un fuego que se queda frío, recibió un soplo en el incendio de su pasión, y pronto se reconcilió con el P. General, llevado aparte.

Se dice de los hijos de Benón que fueron causa de mucha vergüenza y dolor para su amable padre. Pero cantemos cosas un poco más alegres.

El 5 de mayo en Chieti, ciudad que se encuentra en los Abruzos, del reino de Nápoles, junto al río Aterno, el Ilmo. D. Francisco Vastavigna, vecino a la muerte, hizo heredera de sus bienes a nuestra Orden, junto con la Orden de los Teatinos (que toma su nombre de allí), para que quedara memoria eterna en la comunidad de su lugar para aumento del honor divino e incremento de la fe ortodoxa, con la condición de que cada una de las dos órdenes debía fundar allí una casa competente para la observancia religiosa y el ejercicio del ministerio propio.

Así suena el testamento: “Se constituyen herederos de todos los bienes a los PP. de las Escuelas Pías y a los PP. Teatinos, para que cada uno de los padres citados edifiquen para su Orden un colegio en esta ciudad, es decir uno las Escuelas Pías y otros los Teatinos, en el plazo de dos años después de mi muerte. Y si los Teatinos no vienen, se ceda todo a los Escolapios, etc.”

Así dice la minuta del testamento, la cual, al ser comunicada por los ejecutores a nuestro P. General, él, de acuerdo con el consejo de los PP. Asistentes, destinó allí al P. Gaspar de la Anunciación con un memorial al Consejo Público, para que indagara su intención, si acaso permitirían la introducción de nuestro instituto de las Escuelas Pías para dar satisfacción a dicho testamento. Y el Consejo de Chieti no sólo acogió amablemente al P. Gaspar, sino que decretó unánimemente: “Nuestro Consejo de Chieti no sólo acepta con todo afecto al Instituto, sino que también lo espera cuanto antes”. Así respondieron el 24 de agosto, como lo prueba nuestro Archivo. Y a este efecto poco después siguió el decreto del Rvmo. Vicario General que dice lo siguiente:

“Antonio : Bacciochio, doctor en derecho, protonotario apostólico y Vicario General de la sede apostólica de Chieti. Sea sabido a los priores, guardianes, custodios o procuradores de los conventos que existen en esta ciudad de Chieti y otros que estén afectados por la creación en esta ciudad de un convento de los Padres de las Escuelas Pías. Avisamos a todos y a cada uno de la lista para que, según lo prescrito en las Constituciones de Clemente VIII de feliz memoria, que comienzan ‘Quoniam ad Institutum, etc.’ Si alguno quisiera oponerse a esta nueva fundación, comparezca legítimamente ante Nos en el término de 9 días para decir lo que sea. De otro modo, pasado el término concederemos e impartiremos de buena gana a los padres citados el permiso para construir un convento, observando lo que hay que observar. Ordenamos por ello a nuestros sacristanes, mensajeros y a todos los que sirven en nuestra curia, para que lleven la presente intimación a los abades, priores, guardianes, rectores, prefectos, correctores, custodios y procuradores de todos los conventos regulares que existen en Chieti y en los lugares próximos hasta 4 mil pasos, que puedan tener algún interés, de modo que no haya nadie que pueda alegar ignorancia de nuestra intimación. En fe de lo cual lo damos en el palacio arzobispal este día 4 de septiembre de 1636. Antonio B. Bacciochio, Vicario Apostólico. Epifanio de Actis, canciller. César de Sacra Mora, servidor de la curia arzobispal.”

Hasta aquí el decreto del Vicario General, por el cual se nos facilitó óptimamente el que nadie nos pusiera obstáculos. Pero cuándo y en qué fecha se llevó a cabo esta fundación se verá en su lugar. Ahora prosigamos con los hechos del presente año.

El P. Melchor llegó felizmente a Mesina para arreglar los asuntos de Sicilia que le habían confiado, pero no tuvo que hacer nada: habían cesado las luchas con D. Andrea Patti, y se pusieron los cimientos para construir la casa y las escuelas en un nuevo lugar con aquellos 4000 que debían gastarse para pagar la casa del citado D. Andrés, con ayuda de algunas personas importantes de la ciudad.

El P. Vicente de la Concepción en el tomo I, parte 3, cap. 8 de sus obras escribió que la casa de Mesina se construyó con los impuestos recogidos por la venta del agua real. Sin embargo el P. Juan Carlos no está de acuerdo, escribiendo expresamente en el Tomo I, N. 499 que el P. Pedro Francisco de la Madre de Dios esperaba algún dinero del agua real vendida en Palermo, pero como el P. Melchor favorecía más a la casa de Palermo, se lo negó a la otra, de donde surgieron disputas entre las dos, a causa de las cuales parece que sufrió no poco el P. Melchor, como veremos quizás en el año siguiente.

El que P. Melchor se dirigiera a Palermo a causa de aquel sacerdote encarcelado por el S. Oficio de la Inquisición, apenas sirvió de nada, como no fuera para que el mismo P. General escribiera con su propia mano lo que sigue:

“La paz de Cristo. Estoy seguro de que estos Ilmos. Srs. del Santo Oficio, como celosos del bien público, se ocupan incluso de las acciones particulares para conservar y aumentar el culto de la divina Majestad, y por tanto cualquier orden que den debe recibirse como venida de la mano de Dios. Y si bien en nuestra religión también hay teólogos inteligentes y graduados, sin embargo nunca les he dado permiso para que suban al púlpito o al ambón para decir sermones, sabiendo bien que en la Iglesia de Dios no faltan hombres que tiene como oficio propio el derecho de predicar, y que lo practican de manera excelente, y debe ser cosa lejana de nosotros el meter la hoz en mies ajena. No sería poco si supiésemos humillarnos a la capacidad de los niños, cuya instrucción la Iglesia nos confiado. Por lo tanto V.R. cuando haga la visita ordenará que los nuestros al enseñar la ley del Señor no vayan más allá de los términos y límites de la doctrina cristiana compuesta por el cardenal Belarmino, y si encuentra que alguno al hacerlo mezcla dificultades teológicas o habla mal de otras religiones, castíguelo en proporción con la culpa, o hágamelo saber para que yo haga de él un ejemplo para los demás. Si además estos son novicios y después de advertirles no se corrigen, que se les envíe a su casa. Además ordenará que nadie predique desde el púlpito, ni diga sermones desde la sede del altar sin permiso mío por escrito. Roma 20 de agosto de 1636.”

Así la carta del P. General al P. Melchor, la cual tuvo gran importancia para él ante el Tribunal de la S. Inquisición, pues consta que, después de leerla, los RR.DD. Inquisidores considerando que el novicio sacerdote detenido en la cárcel había sido suficientemente castigado, lo liberaron, y el P. Melchor le quitó también el hábito.

Ephemerides Calasactianae XIV (1945, 9-13)

En el mismo mes de agosto, el día 20, nuestros padres de Florencia obtuvieron un decreto del arzobispo en cuanto ordinario del lugar, para que constara en los tiempos futuros que nuestro instituto de las Escuelas Pías había sido introducido en aquella ciudad debidamente, y según lo prescrito por la constitución Apostólica, que dice como sigue:

“El Ilmo. y Rvmo. D. Pedro Niccolini, arzobispo de Florencia por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica, después de oír lo que le fue presentado por los RR. PP. Religiosos de las Escuelas Pías que viven en esta ciudad, sobre cómo fueron introducidos aquí en tiempos del famosísimo y Excmo. D. Alejandro Marco Médicis y conservados en su favor; y asimismo cómo no obtuvieron ningún documento del Ilmo. y Rvmo. D. Cosme Bardi su predecesor de feliz memoria, pues no tenían ningún domicilio fijo, y cómo después obtuvieron el oratorio de María Virgen junto con la casa colindante situada en la plaza del Estudio, en la cual puede habitar cómodamente más de 12 religiosos; como los suplicantes le pedían que les diera un diploma favorable con valor de instrumento público, para que se confirmen todas las cosas ocurridas hasta ahora, y que dé fe de la real introducción suya en esta ciudad; el citado Ilmo. y Rvmo. arzobispo, comprobando que es cierto todo lo que se le ha dicho, confiando en que este santo instituto será útil en el futuro a esta florentísima ciudad, y que puede sustentarse y mantenerse sin prejuicio de las demás órdenes mendicantes, con su autoridad ordinario, y todo del mejor modo, da su asentimiento a todas la cosas citadas que se le han propuesto confirmándolas, y los añade al número y conjunto de los religiosos de la ciudad y de toda la diócesis. En Florencia, 20 de agosto de 1636. José Bárnico, Canciller”.

Este mismo mes de agosto se obtuvo de la Sede Apostólica un breve que dice como sigue:

“Urbano VIII, para perpetua memoria.
Recientemente se nos hizo saber por parte del querido hijo Superior General de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías que él mismo, en la primera Congregación que tuvo con algunos clérigos de dicha Congregación delegados para el gobierno de la misma, considerando las Escuelas Pías como instituto propio de dichos clérigos regulares su intervención en el coro, se decidió por la misma Congregación que esa función incumbía con gran fruto espiritual no menos a los hermanos operarios que a los clérigos; decretó que quien fuera considerado digno entre los hermanos operarios, pudiese vestir los signos clericales, reteniendo su puesto de profesión entre los clérigos, y a estos hermanos operarios, para distinguirlos de los clérigos, los llamó clérigos operarios, y entonces los animó a asumir tareas escolares, conservando la uniformidad del hábito, y la autoridad y decoro de los maestros. Y en aquel tiempo no quiso promover aquellos clérigos operarios a recibir las sagradas órdenes; sin embargo el ministro general de dicha Congregación no excluyó que en lo sucesivo aquellos que fuesen considerados idóneos para recibir dichas órdenes, observando lo que hay que observar, recibieran la facultad de ser ordenados.
Después dicho Superior General concedió permiso a los clérigos operarios para que fueran promovidos a las órdenes sagradas, incluido el sacerdocio (a condición de que fueran considerados dignos solamente por los examinadores de nuestra santa ciudad), y que así promovidos pudieran gozar y disfrutar los mismos privilegios, indultos, concesiones, exenciones, honores y preeminencias de que gozan y disfrutan todos los demás sacerdotes de dicha Congregación, según dice el decreto siguiente:
‘Como en nuestra Orden de las Escuelas Pías, para mayor autoridad y decoro como maestros algunos de los hermanos operarios recibieron en un tiempo la primera tonsura y son llamados clérigos operarios, y que de vez en cuando ocurre que otros hermanos operarios la reciben por expreso mandato para enseñar en las escuelas, y que entre ellos por inspiración divina aparecen algunos que son aptos para recibir las órdenes sagradas, y como nos parece que repugna a la gracia divina el enterrar los talentos del Señor, ni privar a nuestra Orden de este aumento de sacerdotes, especialmente en momentos de tanta necesidad, habiendo considerado maduramente la cosa, y después de haberla pensado y examinado varias veces con nuestros asistentes diligentemente, con el consejo y voto de esos asistentes, damos este decreto dando licencia y facultad a todos nuestros clérigos operarios para que puedan en todo tiempo intentar ser promovidos a las sagradas órdenes y al sacerdocio, después de ser aprobados y admitidos tras el acostumbrado examen por los examinadores de la santa ciudad; queremos que sean promovidos y tengan el mismo lugar que tienen todos los demás sacerdotes de nuestra Orden, gozando y disfrutando de los mismos privilegios, indultos, concesiones, exenciones y honores que gozan y disfrutan todos los demás sacerdotes nuestros. En Roma, el día último de abril de 1636’.
Puesto que al presentarnos esta exposición el citado Ministro General desea mucho el patrocinio de nuestra confirmación apostólica para fortalecerlo con una más firme subsistencia y validez, Nos, queriendo continuar ofreciendo al dicho Ministro General especiales favores y gracias, absolvemos y declaramos absuelto de cualquier tipo de excomunión, suspensión, prohibición y otras sentencias eclesiásticas, censuras y penas de derecho o personales, extensivas a cualquier ocasión o causa, incluso las que van ligadas de cualquier modo si las hubiere a efecto de conseguir las gracias presentes, inclinados ante las súplicas suyas humildemente presentadas a nos, y confirmamos y aprobamos a tenor de las presentes con autoridad apostólica el decreto inserto más arriba y todas y cada una de las cosas contenidas en él, así, pues, dichos clérigos operarios en los tiempos establecidos por el derecho y observando lo que se tiene que observar, sean promovidos a dichas órdenes, y luego dichos clérigos operarios no pertenecerán al estado de los conversos, ni ejercerán como los conversos los servicios laicales de los conversos, y añadimos la fuerza de la solidez inviolable apostólica, y suplimos todos y cada uno de los defectos, tanto de derecho como de hecho, que hubiese. Declaramos que las presentes son y serán válidas, firmes y eficaces, y producen y obtienen sus efectos plenos e íntegros, y deben ser tenidas siempre e inviolablemente observadas, y declaramos nulo e inválido lo declarado consciente o inconscientemente por cualquier autoridad que fuera en contra.
No obstante las constituciones y órdenes apostólicas, y estatutos y costumbres, privilegios, indultos y cartas apostólicas de dicha Congregación incluso con juramento, por confirmación apostólica o establecidos con cualquier tipo de fuerza, en contra de lo anterior, de cualquier modo concedidos, confirmados e innovados, teniendo en cuenta todos y cada uno de ellos como suficientemente expresados y las otras cosas que deben quedar en vigor, por esta vez especial y expresamente los derogamos, lo mismo que todo lo que vaya en contra.
Dado en Roma en Santa María la Mayor bajo el anillo del Pescador el día 19 de agosto de 1936, 14º de nuestro pontificado.”

Este es el decreto del Pontífice, gracias al cual fueron promovidos al sacerdocio solamente dos, concretamente el H. Francisco de S. José, romano, y el H. Ambrosio de la Concepción, romano, los cuales eran tan buenos no sólo en aritmética, sino también en matemáticas, que merecieron ser profesores de los serenísimos hermanos del Gran Duque de Toscana. Aunque fueron juzgados dignos de conseguir el honor sacerdotal por las instancias hechas por la autoridad de sus señores discípulos, sin embargo se elevó una protesta contra ellos en Cárcare, y se consideró subrepticio el breve citado. Los de Cárcare, además de no querer reconocer el nombre de clérigos operarios, como una tercera clase de religiosos que nunca fue nombrada en nuestras Constituciones, juzgaron que deberían remitirse al Capítulo General para decidir sobre un nuevo título. Qué ocurrió con esta protesta y proclamación que fue enviada el 14 de octubre al P. General, firmada por 8 sacerdotes, lo oiremos el año próximo.

Mientras tanto nos llegó de Nikolsburg la triste noticia de la muerte de nuestro benignísimo primer fundador en Germania, el Emmo. Cardenal Dietrichstein. Aquel piadoso señor de las Escuelas Pías cerró el último día de su vida en la ciudad real de Brno (a la cual se había trasladado por orden del augustísimo césar para convocar los comicios provinciales) el 23 de septiembre, después de que el ilustrísimo llevara durante cerca de 37 años la púrpura cardenalicia y la tiara episcopal de la iglesia de Olomuc. Se ve un monumento dedicado a él en su catedral de Olomuc, bajo el coro que él mismo construyó a sus expensas. El gloriosamente reinante pontífice Urbano VIII así hace su alabanza en la carta que se dignó pedir a su nuncio que entregara a Fernando II : “Es claramente digno y merecedor de la liberalidad del Pontífice y del Emperador, y del amor de Italia y Germania, aquel cuya virtudes deseamos se celebren en el cielo como se recordarán durante mucho tiempo en la tierra”. Permanece el recuerdo del piadosísimo Cardenal no sólo en nuestras dos fundaciones en las ciudades de Nikolsburg y Lipnik, sino en muchos conventos de los PP. Capuchinos, en el noviciado de los Padres de la Compañía de Jesús de Brno, en el monasterio de religiosas de S. José de la misma ciudad, en la casa de Loreto tanto en el Piceno como en Nikolsburg, y en otros muchos templos, erigidos por él desde los cimientos o espléndidamente renovados. Ciaconius escribió la vida del Cardenal en el tomo 4, fol. 324.

Este año enterró a 13 de nuestros religiosos, pero hizo 35 profesos en todas las provincias.

Entre los muertos es muy nombrado el H. Luis de S. Bartolomé, llamado antes Luis Bérgamo. En el tiempo en que era cocinero en el noviciado de S. José en las 4 Fuentes, una vez vio toda la cocina llena de llamas, y cuanta más agua echaban los hermanos que corrían a apagarlas, más se encendían. Se informó del caso al P. General en San Pantaleo, y este les pidió que no tuvieran medio, porque sabía en su espíritu que el fuego no había sido originado por persona o por un accidente, sino por un espíritu maligno. La verdad del hecho quedó probada, pues nada de lo que se veía arder quedaba destruido o reducido a cenizas. Esta ilusión fue atribuida al espíritu de bondad y de simplicidad del hermano Luis, y cuando la gente se enteró de su muerte, acudió tanta gente ante su túmulo que a duras penas lo pudieron enterrar al cabo de dos días. P. Vicente, tomo I, parte 3, folio 69.

Como corona de este año añado dos sucesos. El primero es que el Ilmo. Magistrado de la municipalidad de Génova escribió al P. General para que en la provincia de Génova no se promoviese como presidentes y superiores de las casas sino a patricios y nativos. Para que se viera que el P. General no se oponía a la sentencia, envió inmediatamente a aquel lugar al P. Santiago del Smo. Sacramento y al P. Juan Crisóstomo de Sta. Catalina de Siena, para que fueran nombrados superiores de las casas de Génova.

El otro es que en Frascati este año surgió otro pleito acerca de nuestra procesión ordinaria con la imagen milagrosa que se solía tener el lunes de Pentecostés, pues no la quiso permitir el Vicario General Pallotta a causa de cierta diferencia con nosotros. Ciertamente a pesar de la prohibición con respecto al tiempo, la devoción siguió viva. Se puede examinar esta más a fondo en las actas del archivo de Frascati, fol. 249. Y de aquí pasamos al año nuevo.

Notas