BartlikAnales/1647

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Año 1647 de Cristo. 50º de las Escuelas Pías. Tercero de Inocencio X. Undécimo de Fernando III.

El conde de Magnis en Roma

Cuánto se trabajó durante el año presente por la restauración del Instituto a su estado original lo pone de manifiesto primero el rey Ladislao con el escrito a Roma en nombre del Reino de Polonia, que ya copiamos, por medio del Internuncio enviado a la Sede Apostólica sin duda con motivo de la guerra contra los turcos, y con el que abogaba por ella; y después de que no tuvo ningún efecto, se esforzaba en enviar cartas a nuestro favor por medio de uno y otro estado, es decir por el político y el religioso. En lo que se refiere al Internuncio, era el ilustrísimo Conde Francisco de Magnis, nuestro fundador de Strasnize, al cual, cuando el P. General llamó al P. Pedro de la Natividad para que volviera a Roma, no sólo le saludo con una carta personal, sino que hizo que se celebrara una academia en su honor, en testimonio de agradecimiento. El P. Francisco de la Anunciación hizo el panegírico, y en la dedicación de dicha academia dijo estas palabras: “Te estamos muy agradecidos, Excelentísimo Señor, por el beneficio que has hecho a los pobrecillos de la Madre de Dios, porque fundaste la casa de nuestra Orden en tu ciudad de Strasnize, y porque te apresuras levantarnos a nosotros, casi caídos, para que nuestra Congregación afligida por las calamidades de los tiempos no deba confesar de nadie más en este tiempo, etc.”

Juicios malévolos sobre él.

Recuerdan a este ilustrísimo Internuncio nuestros padres Juan Carlos y Vicente en sus Anotaciones, pero uno y otro se equivocan con respecto a él, pues el primero dice que el Sr. Conde, persuadido por Mons. Albizzi, el asesor del Santo Oficio, y por el cardenal Panziroli, no hizo nada ante Su Santidad por nosotros, mientras que sus cartas, enviadas poco después, muestran claramente lo contrario. De las cuales se puede deducir también que dicho Internuncio no había recibido el encargo, como ambos historiadores nuestros suponen, de ocuparse de nuestras cosas directamente ante Su Santidad, sino mediante el cardenal Panziroli. Por lo cual si nuestro memorial enviado por medio del Internuncio no logró el efecto deseado por nosotros y por el Rey, no hay que culpar al Internuncio, sino más bien al cardenal, que o bien no hizo nada, o bien, aconsejado que siguiera a Su Santidad[Notas 1] en su decreto, prefirió dejar las cosas en suspenso, pues siempre fue poco amigo de las Escuelas Pías, como lo prueba este mismo hecho.

Quizás su Real Majestad no conocía ese hecho; sin embargo cuando conoció que su deseo no había sido satisfecho, no por ello dejó de interesarse[Notas 2] por promover nuestras cosas, sino que al fallar el primer medio, lo intentó por otro camino. Mandó escribir una opinión teológica que pudiera con toda seguridad apoyar de manera razonada para conseguir nuestro bien común de las Escuelas Pías.

De momento ofrezco el memorial de nuestro P. Fundador entregado a Su Santidad por medio del citado Ilmo. Sr. Internuncio.

Memorial de nuestro Fundador

“Santo Padre,

José de la Madre de Dios, y en otro tiempo General de los Clérigos Regulares Pobres de las Madre de Dios de las Escuelas Pías, con sus primeros compañeros y más de quinientos religiosos profesos de su instituto, que lo dejaron todo por amor de Dios para consagrarse a los niños pobres, y que han llevado a cabo ese ministerio durante más de cincuenta años tanto en la ciudad santa como en otros muchos lugares a los que han ido, mortificados ahora por la reducción al estado religioso de simple congregación sin votos, no esperan que el instituto pueda continuar su camino en el estado presente, por lo que suplican por medio del Ilmo. Rey de Polonia y Suecia, postrados humildemente a sus pies, que se digne, movido por la compasión hacia ellos y por los méritos del insigne monarca, restaurarlos a su honor primero y a sus privilegios religiosos, puesto que el único deseo e intención de todos es vivir y morir en la observancia religiosa. Como consecuencia de ello Su Santidad nos tendrá por siempre orando por su salud.

Humildísimo siervo de Su Santidad, José de la Madre de Dios con las Escuelas Pías.”

Esto es lo que escribió a Su Santidad. Ahora, ¿qué opinión tenía el teólogo del Rey acerca del estado de nuestro instituto reducido? Veámoslo.

Opinión de Valeriano de Magnis

“Opinión del P. Valeriano de Magnis, Capuchino.

La reducción de la Orden de las Escuelas Pías a simple Congregación, si no es por una causa justa, afea la autoridad de la Sede Apostólica, y lo mismo que es molesta a reyes y príncipes que propagaron la Orden citada con fundaciones en sus reinos, es también intolerable para los profesos de la misma Orden, pues muchos no habrían pensado en el estado regular a no ser que se hubieran sentido atraídos hacia este mismo instituto de las Escuelas Pías, para los cuales es ya imposible que vuelva a su prístina libertad y que repita su buena fortuna. No es seguro que ocurra entre los católicos, pero puede ser un motivo de escándalo principalmente para los herejes en Germania y en Polonia, quienes atribuyen esta reducción más bien al odio y al mal, al no ver una causa suficiente para ella sino los intereses de algunos, quienes han empujado a la Sede Apostólica a fuerza de incomodarla.

Pues la perturbación de dicha Orden que aparece como la única causa de esta reducción no parece ser suficientemente proporcionada. ¡Si es que hay alguna causa! Y sí la hay; más bien dos, que tampoco prueban ser suficientes.

La primera es el P. Mario (quien es el origen de los enfrentamientos), joven en edad y reciente en profesión en dicha Orden, quien fue superior de toda la Orden con sus secuaces, después de abdicar el Superior General y Fundador y sus Asistentes, llevados poco antes a la cárcel del Santo Oficio sin otra causa que una mala información del padre Mario.

La segunda es el padre Silvestre Pietrasanta, de la santa Compañía de Jesús, que fue hecho visitador apostólico de toda la Orden, de los cuales se puede presumir pública y universalmente que no tienen mucho afecto hacia las Escuelas Pías. Aumenta la sospecha de engaño el hecho de que la reducción citada no parece estar dirigida a remediar las perturbaciones surgidas en dicha Orden, sino más bien a extirparla y extinguirla como Congregación, y de este modo será muy difícil satisfacer por el dolor de aquellos para quienes dije que esta reducción resultaba molesta e intolerable.

Si alguien considerase que la verdadera causa de la reducción no aparece en el Breve apostólico de manera expresa, sino que hay otra causa implícita que no se expresa, esta debería ser bien un delito de toda la Orden, bien su inutilidad con respecto a la finalidad para la que fue creada.

En cuanto a lo primero. Evidentemente, es falso, pues debería existir algún pecado común a todos los miembros, como ser rebeldes en todas partes contra la Sede Apostólica, o herejes, o algún otro grave pecado. Pero al Serenísimo Rey se le comunicó que el Pontífice reinante había expresado con sus propias palabras que no había ningún defecto en las personas, lo cual atestigua el mismo presunto adversario Pietrasanta escribiendo en cuanto visitador estas palabras el 7 de febrero de 1644: ‘La cabeza de las Escuelas Pías, que es el Padre José de la Madre de Dios, es un religioso óptimo, de santísima intención y costumbres dignas de toda alabanza, y hay un gran número de religiosos ejemplares que pueden cooperar al arreglo de la misma’[Notas 3].

En cuanto a lo segundo, es evidentemente falso, pues de lo contrario la Orden no se habría extendido por tantas provincias en tan breve tiempo, ni sería deseado con tanta insistencia, ni sería comúnmente alabado por la modestia religiosa, el modo de vida, la ejemplaridad, la habilidad para instruir a la juventud, para convertir a los herejes y por otras obras por el bien de la cristiandad.

Por lo cual, tras examinar atentamente la cuestión, concluimos, salvo mejor opinión, que por derecho puede el Rey Serenísimo urgir con gran confianza la estabilidad de esta Orden al Santo Pontífice, pues está libre de todo mal, y no busca sino el honor de Dios y el bien público, como pueden probarlo los testimonios de obispos y hombres principales, como son los fundadores en cuyos territorios se han propagado las Escuelas Pías. Así, pues, puede escribir a Roma, para que esta Orden se propague con éxito por toda Europa, lo cual es de pensar que no ocurriría si (como algunos dicen) a causa de ella la gente tuviera aversión a los trabajos mecánicos. Si realmente fuese así, y es lo que piensan los señores fundadores, que no las admitan en sus tierras, pero que permitan que continúen allí donde ya están fundadas, y donde esperan fundarlas.

Esta es mi opinión, salvo mejor juicio. Valeriano de Magnis, teólogo capuchino.”

El Rey, basándose en una opinión tan prudente sobre nuestro estado del citado P. Valeriano, se dignó escribir a Su santidad la carta que sigue.

El Rey de Polonia al Pontífice

“Santo Padre,

Después de besar los pies de Vuestra Santidad, presento en nombre mío, de mis reinos y de mis gentes una humildísima recomendación, no nueva ni desconocida para Vuestra Santidad, sino repetida muchas veces a favor de las Escuelas Pías. Y aunque no dudo que recuerde mi recomendación, cuántas súplicas he dirigido a Roma a Vuestra Santidad por esta Orden sobre la que Vuestra Santidad, rigiendo el mundo, puso la mano; pero mi piedad[Notas 4], a la que no contienen límites, añade peticiones a las peticiones, de modo que no sólo se conserven estos religiosos beneméritos en la Iglesia de Dios y muy piadosos en mi reino, sino para que no se les moleste más, y para que no se cambie su primera norma de vida. Y como el ejemplo en toda virtud del buen príncipe es seguido, aquí llega invitado por mi ejemplo (lo digo sin jactancia) todo el mundo polaco suplicante, y todo el reino que se extiende por no poco territorio de la Sarmacia, con el consenso unánime de los Condes añadido[Notas 5], se postra a los pies de Vuestra Santidad para que se digne favorecer y conservar las plantas verdeantes y florecidas de esta religión plantadas en mi reino. Conocerá pronto que estos frutales jóvenes producirán muchos frutos en la Iglesia de Dios, tantos como palmas llevan de la fe propagada y la juventud formada. Y lo que es más, confío en que fortalecida esta Orden por la fuerza y el derecho de muchos servirá para reprimir los insultos de los poco fieles a la religión católica. Gime oprimida sin el hierro triunfal, sólo por la piedad, la presuntuosa herejía cuando percibe cada día la austeridad e vida, el trabajo, la tolerancia de los padres de las Escuelas Pías ante el hambre, el frío, los horribles rigores de las brumas heladas, y de este modo movidos los demás herejes llevan la cerviz inclinada al yugo divino, que hasta ahora rechazan de modo insolente. No dudo que Vuestra Santidad favorecerá este justo deseo mío y de toda la gente de Polonia obedientísima a Vuestra Santidad, y que acogerá nuestros deseos con paternal afecto, con todo lo que expusimos con humildad a Vuestra Santidad, por cuya felicidad oramos al Ser Supremo. En Varsovia, a 17 de junio de 1647.

Obligadísimo hijo de Vuestra Santidad, Ladislao, rey de Polonia y Suecia.”

Así escribió Su Real Majestad a Su Santidad a favor de las Escuelas Pías, de la cual fue entregada una copia al P. Fundador, y por el P. Vicente de la Concepción, que vino de Nápoles a Roma por ser extranjero, fue entregada al Eminentísimo Cardenal Mattei, con otra que se copia más abajo, de todos los obispos y la nobleza de Polonia. La primera dice así.

Carta de los Obispos de Polonia

“Santo Padre,

Pensamos obrar por la causa de Dios cuando enviamos a Vuestra Santidad nuestra carta de recomendación a favor del instituto de las Escuelas Pías. Nos mueve a ello su constante piedad extendida en el mundo[Notas 6] sármata con ejemplos ilustres, por lo que nos duele tanto que haya sido tan perturbado este santo grupo por las cuestiones o cambios de su estilo de vida, cuanto que favorecemos con íntegro vigor sus brillantes resultados entre las serpientes y los cardos de los herejes. Hemos experimentado por supuesto la sólida y expresa apariencia en esta familia religiosa de auténtica virtud y religión, por lo que deseamos con todas nuestras fuerzas que permanezca bajo la más firme protección y afecto de Vuestra Santidad, para que sean mayores en la Iglesia de Dios los méritos de aquellos a los que deseamos que vinieran a nuestro terreno polaco como colaboradores. Con una opinión común en este asunto, elevamos nuestras súplicas a Vuestra Santidad para que se digne favorecer, fomentar y cuidar de manera firme y segura este extenso estado de Polonia con su autoridad paterna. Con ello favorecerá de manera insigne a nuestra República, y a la Iglesia de Dios, que pide un apoyo contra los errores de los herejes, y gratificará públicamente en particular a la mente avidísima de la alabanza divina de Vuestra Santidad con el consuelo deseado y el fruto esperado. Por lo demás reverentemente besamos los sagrados pies de Vuestra Santidad, y nos encomendamos diligentemente a vuestra santa bendición. En Varsovia, el 25 de mayo de 1647. Devotísimos siervos de vuestra santidad,

Matías, arzobispo de Gniezno

Nicolás, arzobispo de Lublín

Pedro, obispo de Cracovia

Andrés, obispo de Poznan

Andrés, obispo de de Lodz

Andrés, obispo de Chelmno y Vicecancillerdel Reino de Pomerania

Estanislao, obispo de Chelmie

Estanislao, obispo de Kiev.”

Esto escribieron los Rvmos. Sres. Obispos.

La nobleza de Polonia

Convocada la nobleza, y el estado de los caballeros a una reunión común por el bien del Estado, escribieron a Su Santidad una carta que dice lo siguiente:

“Santo Padre,

La constante fama de los institutos[Notas 7] religiosos de las Escuelas Pías en nuestro mundo sarmático, propagada por los ejemplos ilustres de estas plantas jóvenes, es llevada con la recomendación de nuestra Orden, siendo yo el pregonero, en apoyo de su derecho legítimo ante Vuestra Santidad. Puesto que hay que saludar a los grupos santos que florecen en la viña de la Iglesia, y conservarlos en su íntegro estado de vigor incorrupto. Ha llegado a nuestro conocimiento que este santo instituto no sólo ha sido desacreditado, sino degradado a otro estilo de vida, casi destruido por completo. Por lo que consideramos que hay una causa justísima para dirigirnos humildemente a Vuestra Santidad para suplicarle que se digne conservar este santo grupo seguro y protegido[Notas 8], que confirma a los católicos con sus ejemplos y prácticas de vida austera y debilita los odios infestos de los herejes. Haciendo así sostendrá con no pocas ayudas y promoverá los esfuerzos de la atenta solicitud de Vuestra Santidad por el bien público. Todo el senado de los Condes solicita esta gracia a Vuestra Santidad, encomendando todo el Reino devotísimamente a la bendición de Vuestra Santidad. Varsovia, 15 de mayo de 1647.

Príncipe Ossolinsky, Gran Canciller, en nombre de todo el Orden de los Caballeros.”

Nótese que estas tres cartas que hemos copiado fueron entregadas junto con la que sigue por el Ilmo. Conde de Magnis, Internuncio Real, después que él volviera a Polonia, al Cardenal Panziroli[Notas 9], para que por medio de su autoridad fueran entregadas con toda seguridad a Su Santidad, pero poco después veremos que sin ningún éxito. Mientras tanto vamos a copiar la carta del Conde de Magnis, que dice como sigue.

Carta del Conde de Magnis

“Eminentísimo y Rvmo. Cardenal de toda mi consideración.

Se dignará recordar con cuánto fervor traté con Vuestra Eminencia tanto de parte de su Real Majestad, como por el bien público y por el mío particular acerca de la conservación del instituto en peligro de los pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías. Ahora Su Majestad unido a toda la nación polaca presenta una petición a favor suyo a Su Santidad, y también me atrajo y me ordenó, en cuanto fundador de un colegio, que me uniera a la solicitud para que actúe como fiel abogado ante Su Santidad por dicho instituto también en nombre mío. Como veo que yo puedo hacer poco en este asunto, pues no quiero molestar a Su Santidad con mi humilde reverencia, me atrevo a recurrir a su Eminencia suplicándole se digne asumir este tipo de encargo, pues conoce muy bien todos mis motivos, que ya le dije antes, a los cuales ahora con las prisas no se me ocurre añadir nada más. Remitiéndome a ellos, suplico con todo afecto de mi corazón que quiera cooperar interponiendo su eminente autoridad, para que se logre el efecto deseado por Su Majestad, y nosotros los fundadores no veamos frustrada nuestra piadosa intención, y no se vean desprovistos los que en nuestra nación esperan tanto de la continuación de este instituto, y de hecho gozan hasta ahora. Confiando que eso lo podré conseguir con la colaboración de Vuestra Eminencia, a cuya veneración me ofrezco y mantengo para hacer cuanto antes todo lo que haga falta. En Varsovia, 18 de junio de 1647.

Humildísimo y obligadísimo siervo de Vuestra Eminencia, Conde Francisco de Magnis.”

Así se expresa, movido por su afecto hacia nosotros y nuestro instituto. Sin embargo parece que las cartas enviadas por el Rey, los obispos y la clase política no produjeron ningún efecto. Por lo cual se sospecha que el Cardenal Panziroli[Notas 10] no hizo nada, sino que destruyó todas estas cartas, pues no siguió ninguna respuesta ni a la Real Majestad, ni a los demás estados.

Como a Su Majestad le pareció que el Supremo Canciller del Reino se descuidaba en este asunto, el mismo Sr. Canciller decidió dirigirse él mismo a la Sede Apostólica. Aunque tuvieron el mismo efecto, pues este año la muerte acabó con los negocios del reino, y con su camino. Se puede ver de manera clara el tierno afecto que tenía por nuestra Orden, en la carta enviada al mismo Cardenal Panziroli. Dice así.

Ossolinsky a favor de las Escuelas Pías

“Eminentísimo y reverendísimo patrón de toda mi consideración.

Los padres Onofre del Stmo. Sacramento y Gregorio de S. Jacinto de las Escuelas Pías, superiores residentes en el Reino de Polonia, convencidos de que lo que su instituto ha sufrido de parte de Su Santidad es a causa de la sugerencia de que era poco obediente y humilde para con la Santa Sede, quisieron que su Real Majestad fuera informada por medio del secretario Fantoni, encomendando a los jóvenes profesos que han quedado en las casas fundadas en nuestro reino de Polonia para que dispongan de otro camino de la clemencia real, pues no esperan poder sobrevivir en estas partes con el estado de reducción de su Instituto. Pidiendo luego su permiso para ver a los principales ministros de su real corte, también vinieron a verme a mí. Confieso a Vuestra Eminencia que me horroricé, y luego traté el asunto no sólo con su Majestad, sino con todo el estado en el Congreso de los Condes, y puesto que dependen de mí todas las cuestiones relativas al bien común, me veo obligado a rogar a Vuestra Eminencia que se digne tratar con Su Santidad sobre lo que juzgué no debería escribir yo mismo a Su Santidad en una carta.

Y en efecto lo primero que hay es una carta cerrada inserta en la presente por orden del Serenísimo Rey y de todo el Reino dirigida a la Sede Apostólica en la cual se deduce claramente que intervino el fraude para suprimir este instituto. Pues en nuestro reino este instituto es observantísimo de su pobreza, y de una austeridad ejemplar, acerca de la cual incluso es venerado por los herejes, que no pueden comprender con todo su esfuerzo por qué Roma se esfuerza en la reforma de este estilo de vida absolviéndolo de la obligación y el voto de vivir conforme al ejemplo de los Apóstoles, y de sus seguidores en la primitiva Iglesia. Si estos padres abandonaran sus fundaciones, abandonarían también una numerosa juventud que hasta ahora han empezado a educar en la piedad, las letras y las buenas costumbres, y al mismo tiempo la devoción de muchos que han sido ganados para la Sede Apostólica, se turbaría no poco. La erección de la congregación intentada por la Sede Apostólica es aquí razonablemente impracticable; al contrario es totalmente detestable como un nuevo parto de los restos de una Orden sagrada destruida. ¿Dónde vivirán aquellos que al emitir la profesión del voto de pobreza renunciaron a todo? ¿Para qué servirá la ciencia de letras humanas que ellos aprendieron en tantos años? No quiero recordar los demás inconvenientes; simplemente recomiendo a la profunda consideración de Su Santidad que, puesto que es el Vicario de Cristo en la tierra, sepa también a su ejemplo cambiar de idea a petición de sus clientes. Puesto que sabemos que sus antecesores lo hicieron a petición de los inferiores, esperamos que la dignidad real, episcopal y de toda la nobleza de Polonia, que se postra profundamente suplicante a sus pies en estas partes, no será pospuesta.

Como es sabido que Vuestra Eminencia tiene mucha influencia aconsejando a Su Santidad, le confío las cartas adjuntas para que las ponga en manos de Su Santidad, confiando en que por su mediación el decreto emanado de la supresión de las Escuelas Pías será anulado e invalidado. Por el feliz resultado que seguirá para consuelo nuestro y de la Orden citada, todo nuestro reino de Polonia le estará muy obligado, y yo en particular, que besando sus sagradas manos quedo, orando por su felicidad,

Humildísimo y devotísimo siervo de Vuestra Eminencia,

Duque Ossolinski, Canciller Mayor del Reino.”

Esto es lo que escribió con su propia mano. Es de suponer que el P. Onofre enviase o trajese la copia.

Carta de Calasanz a Florencia

Se puede ver lo seguro que estaba el P. Fundador de que las cartas anteriores habían sido aceptadas por lo que escribe a Florencia al P. Pedro de la Anunciación con fecha 27 de julio con estas palabras:

“Si hasta ahora ha habido[Notas 11] cartas que nos permiten tener esperanza en nuestras cosas, al presente puedo decirle que no sólo el Rey de Polonia, sino toda la Dieta del Reino, es decir, los eclesiásticos por un lado, y la nobleza por otro, han escrito al Papa, expresándole que quieren mantener y conservar nuestro instituto. ¿Qué respuesta seguirá? Cuando lo sepa, no dejaré de comunicárselo.”

Por lo demás es de suponer que el P. Fundador enviaría cartas de acción de gracias a cada una de las dignidades; sin embargo no tenemos copia de las mismas; copiaremos al menos la que escribió al Rey.

El mismo al Rey de Polonia

“Serenísimo y clementísimo Rey.

Aunque pensamos que ya no podíamos hacer nada para expresar nuestro afecto hacia Vuestra Majestad y a todo el Reino de modo que pudiera compararse con el cúmulo de vuestra beneficencia real, sin embargo recientemente nos hemos dado cuenta de que estábamos equivocados en nuestro cálculo, cuando hace poco la inmensa piedad de vuestra clemencia nos ha distinguido tanto que ya no nos sentimos adornados, sino más bien abrumados por los insólitos beneficios.

Nos alegramos tanto por la singular bondad de tan alta Majestad, que se ha mostrado como el único Aquiles y Mecenas de nuestra mínima Orden en medio de la adversidad, que confesamos que le debemos, no diré tanto como un hombre le puede deber a otro hombre, sino como puede deberle a un padre óptimo, y como tales lo consideramos ahora, y en el futuro debemos decir que, después de Dios, lo hemos recibido todo de él.

Así, pues, Serenísimo Rey, no hay nada que nosotros no debamos hacer por vuestra causa y la de vuestro reino, ni dejaremos de hacerlo de muy buena gana y con todas nuestras fuerzas. ¡Ojalá podamos hacer tanto cuanto deseamos! Con ello pagarímos una mínima parte de nuestra deuda. Todos cuantos somos, diré que todos, aunque somos poca cosa, deberemos dar gracias de nuevo a Vuestra Majestad; y de la misma manera que estaremos siempre agradecidos a la piedad real, del mismo modo siempre la daremos a conocer, pues no podremos negar que hemos recibido las gracias que no pueden sino ser vistas en nosotros.

Conceda Dios Todopoderoso que se cumplan siempre todos nuestros deseos para con Vuestra Real Majestad, y que la guarde siempre floreciente con eternas victorias y que la conserve gloriosa principalmente para su felicísimo reino, que Él conserve y proteja por siempre.

Roma, 21 de agosto de 1647.

Humildísimo siervo de Vuestra Serenidad, José de la Madre de Dios.”

El instituto, de la misma manera que en Polonia y en Germania era ayudado y conservado por todos los señores fundadores en la medida de lo posible, en Italia era agredido y molestado en muchas de nuestras fundaciones Recordaremos algunos de los lugares, de los cuales tenemos noticias ciertas.

¿Qué ocurrió en Nápoles?

En Nápoles, mientras nuestros padres se esfuerzan mucho para conservar el instituto ante el ilustrísimo Magistrado, y mediante él piden fervientemente el patrocinio del Virrey, el arzobispo Cardenal Filomarino dio un decreto especial para que los que constaba que no eran nacionales salieran de la Duchesca, lo cual concernió a los PP. Vicente de la Concepción, Juan Carlos de Sta. Bárbara, Esteban de S. Francisco y otros que tuvieron que irse a Roma. Y como después de salir estos la comunidad quedó disminuida, como se temía que toda la casa debería ser abandonada en breve, se admitió al hábito a algunos jóvenes que inspirados por Dios lo pidieron, con su aprobación, tras habérselo pedido los de la comunidad. Pues no se veía que fuera contra el Breve apostólico el recibir el hábito, sino solamente admitir a la profesión a los que lo habían recibido. Lo cierto es que luego se comprobó que esto lo hizo el superior para su mal. Tan pronto como el arzobispo tuvo noticia de ello, metió en la prisión episcopal al los PP. Marcos de la Ascensión del Señor, Juan Francisco de Jesús y Francisco de Sta. Catalina, y sin ninguna consideración hacia ellos, ni ningún respeto hacia las personas importantes que intercedían por ellos, los tuvo encerrados por espacio de un trimestre, y aunque era duro y áspero con ellos, tan pronto como recibió un escrito de la Sagrada Congregación, de parte del Vicario General Cardenal Ginetti, los liberó. En esta misma ocasión el citado eminentísimo dio por escrito su permiso para recibir el hábito, y ordenó que se publicara y se pusiera en práctica. Así lo cuenta el P. Vicente.

¿Qué ocurrió en Campi?

En Campi, el obispo de Lecce, que se llamaba Papadoca, tenía un gran concepto del P. Francisco de S. Carlos, y con el permiso del Cardenal Roma lo llamó de la casa de Poli y le hizo superior de la casa de Campi. Entonces quiso hacer la visita canónica de la casa; quería que le pusieran un faldistorio delante de la iglesia, y que saliendo de allí el superior con los de la casa, lo recibieran con incienso, y besaran su cruz. Esta ceremonia le pareció nueva al P. Francisco, pues en Roma no se solía practicar ni para acoger al Vicario General de Su Santidad el Papa, por lo que manifestó su duda de que debiera practicarse tal rito para la acogida. Y para salir de dudas, fue al palacio episcopal y consultó con alguno de los oficiales que estaba allí sobre lo que debía hacerse. Este estaba a favor de que se mostrase todo el honor a su señor, y el padre superior le contradijo expresando su opinión, y dijo que no se sentía obligado a hacer más que lo que había visto y sabido que se practicaba en otras partes. A causa de esto fue llamado poco después en presencia del obispo, y en su cara dijo lo mismo. El obispo, enfadándose con las dificultades que le ponía el superior, no sólo lo reprendió, sino que lo mandó encerrar, y ordenó que entraran en su habitación y secuestraran todos sus escritos y todas las cosas que le pertenecían.

¿Y en Turi?

En Turi de Apulia, el obispo de Conversano en cuanto ordinario, declarando que nuestros padres estaban bajo su jurisdicción, hizo mucho en contra de la intención del Breve pontificio. Pues se llevó a un hermano operario nuestro como cocinero suyo, y cuando residía con sus familiares en nuestra casa, se alimentaba, si no él al menos los familiares, de nuestra despensa[Notas 12] y bolsa. Instituyó varias visitas al año, y cuando él estaba fuera, el vicario general hacía lo mismo que el obispo. El canciller venía a revisar las cuentas, y solía tomar dinero de la comida y del peculio, de tal modo que los nuestros vivían en la escasez.

¿Y en Génova?

En Génova de la Provincia de Liguria el gobierno se vio dividido. Una parte de los nuestros permaneció fiel a su estado y al ejercicio escolar; otra parte, imitando la congregación de S. Felipe Neri, dejaron las escuelas y se dedicaron a predicar, y como se mezcló también la música, en la cual sobresalía el P. Juan de Sta. María de las Nieves, consiguieron fama, y vivían a parte de las Escuelas Pías.

En Savona, el Rvmo. Ordinario del lugar, D. Francisco María Spínola, quiso transferir su seminario episcopal a nuestra casa, para que los alumnos de dicho seminario participaran de la instrucción, de la comida y de la vida común. Pero nuestros padres, viendo que eso era más una carga que un honor, se oponían totalmente a la disposición episcopal, y como fueron urgidos a que aceptaran la carga no con súplicas, sino con violencia, tuvieron que recurrir a la S. Congregación pidiendo ayuda[Notas 13] y rogaron verse libres de esta incomodidad.

¿Qué pasó en Cárcare?

Los de Cárcare no tuvieron que sufrir mucho del ordinario de su lugar quizás debido al respeto hacia su Ilmo. fundador, pero fueron defraudados en la parte de herencia que esperaban según el testamento. Pues el testamento fue cambiado por fraude de D. Jerónimo Scaglia, pues lo que estaba destinado a ellos y a la casa de S. Pantaleo pasó a la casa de Loreto (obra del cardenal Pallota). Donde su cuerpo (de Andrés Castellani) fue enterrado tras un solemne funeral.

¿Y en Florencia y Pisa?

Los nuestros de Florencia en Etruria no fueron molestados por el Ilmo. Arzobispo, sino que más bien eran ellos los que molestaban al Arzobispo y al superior de la casa, pues alzándose con insolencia, prestaban obediencia al superior según su gusto. Pensaban que el Breve inocenciano les permitía comportarse así; y, dejando la escuela sin ningún escrúpulo, se fueron a sus lugares de origen.

En Pisa los probos mezclados con los ímprobos fastidiaron tanto al superior de la casa que por culpa de ellos se tuvo que ir de casa, y fue obligado a irse a Cerdeña. No debe sorprendernos que esta casa más tarde fuera abandonada, como otras, de las que se hablará en su lugar.

Mientras ocurrían estos casos y otros semejantes en los lugares citados, llegaban algunas cartas a Roma escritas por varones doctos a favor de las Escuelas Pías, ofreciendo algunas observaciones en relación con aquel Breve pontificio por el que la Orden había sido suprimida. Entre ellos el principal fue el Rvmo. e Ilmo. Sr. Obispo Marantha, la cual no nos importa copiar para consuelo de los afligidos. Dice como sigue.

Marantha a favor de las Escuelas Pías

“Se afirma en el citado Breve que Su Santidad llegó a esta determinación (la reducción del instituto de las Escuelas Pías a una simple congregación según el modelo de la de S. Felipe Neri) a causa de ciertas graves perturbaciones que habían surgido en la Orden, y que todavía duran, etc. Nunca hubo, desde el inicio de la Iglesia, una Orden cristiana sin perturbaciones. Léanse los Hechos de los Apóstoles; recórrase la historia de la Iglesia. Las perturbaciones son creadas por el diablo sembrador de cizaña, que se pasea y da vueltas por la tierra, buscando a quién devorar entre los que siguen a Jesús Crucificado.

Por lo tanto tiene aquí buenos motivos para temer esta Orden erigida con la aprobación de Paulo V y Gregorio XV, pues lucha contra las falanges diabólicas, ya que su instituto consiste en instruir a los niños desde su tierna edad, formarlos en los rudimentos de la fe católica, imbuirles las buenas costumbres, enseñarles gramática, y arrancarlos de las fauces del lobo infernal. Por lo tanto, si el que anda rondando buscando a quién devorar la oprimió de ese modo es porque le quita la presa de las fauces, no porque sea una Orden que no luche contra el diablo, y este decidió fortificarse al máximo contra ella, para hacerla caer y que sea abolida.

En consecuencia, las fuerzas del diablo se levantan contra esta Orden abolida, que lucha tan enérgicamente contra él. Estos religiosos no son del mundo, puesto que el mundo los persigue; pues si fueran del mundo, el mundo amaría a los suyos; los odia porque no son del mundo.

La Orden del seráfico Francisco de Asís, lo mismo cuando aún vivía él que cuando ya había sido llevado al cielo, sufrió no pocas perturbaciones a causa de religiosos suyos que vivían de una manera poco religiosa. Los romanos pontífices conocieron las perturbaciones, pero no la destruyeron, por lo que se produjo un fruto cien veces mayor. Véanse las constituciones de los sumos Pontífices: ‘Exiit qui seminat, etc.”, “Exivi de Paradiso, etc.’, y otras en las Clementinas, y en ‘Extravagantibus’.

Luchan ahora contra la Iglesia las artes[Notas 14] de los malos, para hacerla caer, o suplantarla, perturbarla, erradicarla. Así molestadas las falanges de los eclesiásticos, ¿no lucharán contra los malos? ¿Deben asustarse a causa de estas perturbaciones? No ciertamente, sino que han de prepararse más y más para poder resistir contra el enemigo también en el día malo.

¿Quizás porque ha sido reducida a congregación, al no emitir la profesión, dejará de haber perturbaciones? Las habrá de todos modos; pero de este modo la congregación no fructificará, como una Orden. Todos los días se van fuera los que están congregados, tanto los buenos como los malos.

Según las Reglas o estatutos de esta Orden, los que han profesado en ella pueden ser expulsados en tres casos, igual que en la ilustrísima Compañía de los padres jesuitas. Despídase a los que perturban, y así quedarán los purgados.

La navecilla de Pedro era sacudida por las olas en medio del mar, pero no se hundió, y a esta Orden que va en la misma nave, erigida, instituida y aprobada por el piloto de la nave, ¿habrá que echarla a las olas para que perezca? Nunca faltarán perturbaciones en la Iglesia promovidas por los malvados, porque nunca derrotará completamente a su adversario el diablo; por lo tanto hay que aumentar los soldados, no destruirlos.

Su Santidad quiso ofrecer la tranquilidad a esta Orden, pero no se ha producido la tranquilidad, sino la máxima perturbación, eliminando la Orden. Nuestro Señor Jesucristo trajo tranquilidad cuando ordenó al mar que no arrojara olas contra la navecilla, y se hizo la tranquilidad; si el Señor hubiera ordenado a las olas que hundieran la nave, ¿Qué tranquilidad habría traído? Las olas se alzaron contra la nave para hundirla, pero el Señor mandó al mar, cesaron las naves, y se hizo la tranquilidad.

Su Santidad dio la facultad a los profesos de esta religión para pasar a otra, incluso más laxa, en la cual encontrasen benévolos receptores. Pero a los que no quieran emitir una nueva profesión, que deberá ser emitida en la nueva Orden a la que pasen, ¿qué se hará con ellos? La profesión ciertamente es un acto de libre voluntad, no puede ser válida sin libre voluntad. ¿Se les obligará? Por supuesto que no, pues la voluntad obligada no es libre, ni puede producir el efecto que depende de la libertad.

La profesión es un contrato mutuamente obligatorio, para retener al que ha profesado, y recíprocamente para que el profesado se obligue a servir a la Orden según el ministerio de la Orden. Si la religión falla, ni puede retener al profeso, ni puede sostenerlo según la costumbre de la Orden. Por lo tanto no se libera del nexo de la misma manera el profeso que permaneciendo en la religión fue obligado porque ella rompió la fidelidad, que el otro que fue deshonesto, y fue él quien rompió la fidelidad.

Habrá quien diga: aquí se habla de vida religiosa en general, por lo tanto conviene que pase a otra Orden aquel que se obligó a Dios mediante voto. Respondemos: La obligación se contrajo con una Orden específica, no en general, mediante un contrato mutuamente obligatorio. Si por una parte se rompe la obligación, ¿por qué deberá estar obligada la otra? Puesto que la Orden ya se ha extinguido, no tiene ninguna obligación de retener a los profesos y mantenerlos porque ya no existe, y por tanto ha fallado la obligación por esta parte. Que falle también por la otra, para que el profeso ya no sea obligado con la Orden. La mujer está atada a su marido por el matrimonio durante todo el tiempo que su marido viva, y viceversa el marido con su mujer; pero si uno de los dos muere, el matrimonio se deshace. Entre el profeso y la Orden se contrae un matrimonio espiritual; una vez extinguida la Orden, ¿no queda separado el profeso de la Orden? Pues el vínculo que los mantenía unidos se ha disuelto. Esta Orden se fundó en la estricta pobreza, y vive de las limosnas recibidas. Una vez extinguida la Orden, los que viven en ella ya no reciben ninguna limosna. ¿Pues de qué vivirán? No tendrán quienes les den, pues los que eran afectos a la Orden, ya no lo serán más, pues al morir la Orden también morirá su memoria como el recuerdo de un muerto. Ni ella podrá seguir cumpliendo lo que prometió a los profesos, por lo que si se van, ¿quién les pedirá cuentas? Nadie, puesto que ya no existen superiores.

Será una nueva congregación, un nuevo instituto, un nuevo grupo. Y las novedades dependerán de las voluntades de todos y cada uno de los que quieran seguir en esta nueva congregación, especialmente si quieren cambiar de hábito o continuar; ciertamente no podrán ser obligados.”

Hasta aquí este obispo. Por invitación suya se hicieron otros muchos escritos, como dice el P. Vicente en el Tom. 3, fol. 209. Pero en realidad no es seguro si algunos de ellos llegaron a manos de Su Santidad. Pero parece que alguno sí que pudo llegar, por el hecho de que se recibió una respuesta favorable (aunque no sabe específicamente a quién), que el P. Fundador inserta en su memorial a Su Santidad, en el que le ruega como sigue.

Memorial al Papa.

“Santo Padre.

Aunque que Vuestra Santidad no se inclina a dignarse a restituir la Congregación de los Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías a su estado anterior, dejó oír que quería ofrecernos alguna gracia. Por ello, no atreviéndonos a seguir haciendo peticiones para volver al estado anterior, humildemente prostrados a los pies de Vuestra Santidad le rogamos se digne, para conservar la citada Congregación honrarla con la facultad de emitir votos simples, asignar un Superior a su cabeza para gobernarla mejor, y conceder la comunicación de sujetos de una a otra casa. Y, finalmente, que se digne ofrecernos los privilegios que le parezcan bien, como hicieron Clemente VIII con laCcongregación de Juan de Dios, y con nosotros Paulo V y Gregorio XV. La Congregación lo recibirá como una gracia y favor especial, y orará asiduamente por la salud de Vuestra Santidad.”

Así escribió el P. Fundador en nombre de toda la Congregación, y para lograr que las súplicas fueran más eficaces y felices, hizo presentar este mismo memorial al solio apostólico por medio del Cardenal Juan Carlos de Médicis. ¿Quién no esperaría la deseadísima satisfacción de un mediador tan importante? Sin duda esperaba toda la Congregación con el P. Fundador, pero en realidad antes murió Inocencio X que concediera a la Congregación lo que ella esperaba. Y tampoco se supo que hubiera prometido ninguna gracia, pues este Pontífice se vio durante todo su gobierno de la Sede Apostólica que era, como se mostró desde el principio, hostil y contrario a la Congregación.

En la casa de S. Pantaleo

Mientras tanto la casa de S. Pantaleo recibió un nuevo superior. Como el P. Juan Esteban de la Madre de Dios resignó su cargo poco antes de cumplirse un año por ciertas causas, y se retiró a Narni para vivir con más tranquilidad religiosa, el P. Juan de Jesús María, llamado García, fue elegido por votación de todos superior, y aclamado como tal con el acuerdo del Eminentísimo Cardenal Vicario. Pero su gobierno se hizo bastante difícil a causa de algunos casos inesperados entre los de la comunidad, para resolver los cuales fue enviado un nuevo visitador (el Rvmo. P. Tomás del Bene, clérigo teatino) por orden del citado Cardenal Vicario. La principal causa para ello la dieron el P. Nicolás María del Stmo. Rosario, con el H. Felipe de S. Francisco, ambos más inclinados a la libertad que a la observancia religiosa. El primero porque se quejaba de que se interceptaban muy a menudo las cartas que le dirigían por correo; éste porque se quejaba de que se le prohibía usar libremente privilegios que le habían sido concedidos por el Cardenal Vicario. Se vio al examinar la cosa que ninguno de los dos tenía razón (P. Vicente, Tom. 3, fol. 28).

Muerte del Venerable Pedro de la Natividad de la Virgen

La misma casa de S. Pantaleo nos enterró al P. Pedro de la Natividad de la Virgen, primer compañero del P. Fundador en la erección de las Escuelas Pías. Habiendo llevado el hábito de los Pobres de la Madre de Dios durante treinta años completos gastado por el trabajo en las escuelas y por los viajes hechos por la Orden, debilitado por una edad avanzada[Notas 15] (tenía 77 años), rico en méritos en su lucha encarnizada contra el maligno, se durmió piadosísimamente en el Señor. Era un hombre de corazón sincero y recto, libre de fastos y ambiciones, admirable por su integridad de vida y por el conjunto de sus costumbres religiosas, nunca impaciente en la adversidad, siempre él mismo, siempre constante, notable cultivador de su instituto, celoso implantador del mismo en los súbditos, defensor y propugnador contra los enemigos; hombre al que elevó Germania, al que escuchó predicar Liguria, al que Nápoles admiró, y Mesina veneró. Varón amado de todos, incluso después de muerto. Nuevo Macaón de los caminantes enfermos, admirable auxiliador de las parturientas para facilitar un parto breve y feliz, y autor de muchos otros milagros admirables. No se pudo enterrarse su cuerpo en tres días a causa de la gente que venía a verlo. Fue enterrado después de celebrarse su funeral el 20 de octubre (había fallecido el 17), y se mandó imprimir la oración fúnebre que dijo el P. Camilo de S. Jerónimo.

El citado padre escribió un libro sobre Meditaciones sobre la Pasión del Señor, que el P. Vicente de la Concepción mandó imprimir. Escribió un Amuleto contra los malos espíritus y varias enfermedades, que se conoce normalmente con el título de Breve, y cuando preparaba la edición el Rvmo. P. Capizuchi, Maestro del Sagrado Palacio escribió el título como sigue: “El venerable Siervo de Dios Pedro de la Natividad de la Virgen de las Escuelas Pías escribió estas santas palabras contra los demonios y otras enfermedades”. Así lo cuenta el P. Juan Carlos en el tomo 2 de la Duchesca, fol. 91.

El P. Pedro Pablo de la Madre de Dios, superior de la casa de Nikolsburg escribió el 11 de noviembre que el P. Pedro había escrito un tratado sobre la Sta. Trinidad. Otro sobre el Sacramento de la Penitencia. Y otros sobre los Auxilios de la divina gracia. Por lo demás, el mismo P. Superior lamenta la muerte del P. Pedro con estas palabras.

Carta de Nikolsburg

“He leído con gran dolor de corazón la carta de Vuestra Paternidad en la que anuncia la muerte del P. Pedro de buena memoria; tanto a causa de la gran estima por su rara y óptima calidad, como por el afecto que le tenía a causa de los muchos favores que he recibido de él. Me sirve de no poco consuelo el que estoy casi seguro de que ya goza de la visión beatífica de Dios, y no dudo que en el futuro nos consuele y ayude cuanto antes por la mediación de sus méritos ante Dios, ya que al menos él tiene en estima todo nuestro mundo.”

Con fecha 18 de diciembre escribió:

“Lo mismo sintió el Príncipe de Nikolsburg, nuestro fundador, después de recibir la noticia de su muerte por parte del Eminentísimo Cardenal Colonna, y que le contara las muchas gracias que tuvieron lugar durante el funeral de dicho padre. Las cuales razonablemente podrían contribuir mucho a conmover a Su Santidad a revocar lo que había decretado contra la Orden.”

Ciertamente así lo creía dicho Eminentísimo, el cual tal vez empujó al Papa de nuevo a revisar nuestras cosas, como veremos el año próximo.

Por lo demás el mismo P. Pedro Pablo concluye la carta anterior consolando al P. Fundador de este modo: “Todos vamos bien, y vivimos en paz y caridad según la observancia de nuestras antiguas Constituciones. También los novicios se portan bien.”

Se ve aquí que fue publicada en todas partes la facultad de recibir novicios, aunque no serían admitidos a emitir la profesión. De los profesos en Germania tres cambiaron el hábito religioso por el de sacerdotes seglares. Concretamente:

1.El Padre Francisco María de Santiago, llamado en el siglo Santiago Felipe Tenori, de Bratislava, diócesis de Silesia.

2.P. Santiago de la Visitación, llamado Santiago Ignacio de Lorenzo, de Pribona.

3.Pedro de la Ascensión del Señor, llamado Andreas Scolniczky, de Pribona.

Quizás hubo alguno más que desertó de nosotros, pero no tengo noticias ciertas de ello. Por lo que concluiré este año escribiendo sobre la muerte del Padre Pietrasanta y recordando el desbordamiento del Tíber.

Muerte del P. Pietrasanta

En cuanto a la muerte del P. Pietrasanta, no debería incluirla aquí, porque no era uno de nosotros, sino más bien uno contra todos nosotros; sin embargo, como nuestro P. Fundador quiso que se hicieran también por él sufragios espirituales, y mandó que se celebraran misas por el difunto, no parece que debamos dejar su muerte de lado. Tuvo lugar el fallecimiento de dicho padre el 5 de mayo, y su causa y ocasión fue que quiso aliviarse de los dolores producidos por unos cálculos, y sufrió a causa de la operación, y luego empeoró, pues dos días más tarde su vida fue cortada, el domingo mismo del Buen Pastor; sin duda fue llamado para dar cuenta de las ovejas dispersas de nuestro instituto (P. Vicente, Tomo 3, fol. 138).

Desbordamiento del Tíber

El 9 de diciembre el P. Fundador llamó al superior de la casa para que cuanto antes procurara sacar una vasija de vino de la bodega, y se pusiera en algún otro lugar, y también que llevaran a la cocina algo de leña; con qué fin lo hizo, pronto se vio al día siguiente. Pues el día 10 de diciembre cayó una lluvia torrencial, de modo que en pocas horas el Tíber, desbordado, inundó las plazas y calles, sin que se pudiera pasar de otro modo que navegando. No había pan en casa, y faltaba el dinero. Por lo demás, como el P. Superior estaba angustiado, el sacristán suministró 4 escudos que fueron empleados inmediatamente en comprar pan, aunque no era fácil conseguirlo; sin embargó se compró, y se distribuyó entre los de la casa. Al día siguiente proveyó D. Lumelino, Provisor de la despensa pública, suministrando 100 panes. Al tercer día, D. Cosme Contini regaló pan y verduras. Así que se dieron cuenta de que el dedo de Dios estaba en estas provisiones, y el P. Fundador, que había anunciado la calamidad inminente, fue venerado como adivino y profeta. Todos alegres vieron el final a los tres días exactos.

Y pasemos ya al año siguiente.

Notas

  1. Original: Sanctissimum. ASP: Sanctissimo.
  2. Original: retraxit animum. ASP: retraxit anima.
  3. La cita, en italiano.
  4. Falta una línea del original, entre ASP tamen y bene: … pietas mea contenta limitibus, preces cumulat precibus, quatenus tam…
  5. Original: affusum. ASP: …
  6. Original: Orbe. ASP: Urbe.
  7. Original: Institutorum. ASP: Institutioni.
  8. Original: sartum tutumque. ASP: sanctum statumque.
  9. Original: Pancirolam. ASP: Panicolam.
  10. Original: Pancirola. ASP: Panicola.
  11. Original: jusserunt. ASP: …
  12. Original: penu. ASP: pemmo.
  13. Original: Asylo. ASP: stylo.
  14. Original: artes. ASP: arte.
  15. Original: effracta. ASP: …