BartlikAnales/APARATO CRÍTICO/SEGUNDA PARTE

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SEGUNDA PARTE. VIDA DEL FUNDADOR

APARATO CRÍTICO EN LOS ANALES DE LOS POBRES DE LA MADRE DE DIOS DE LAS ESCUELAS PÍAS, SEGUNDA PARTE. VIDA DEL FUNDADOR

Proemio al Aparato presente

A quien desee conocer el inicio del instituto religioso de las Escuelas Pías, le conviene conocer primero a su autor y padre. Pues el fruto es según la raíz; el río según la fuente; el rayo según el sol. Del mismo modo los hijos deben su origen a su padre. Así, pues, los nacidos aprendan primero a conocer al padre. Pues el padre es el principio de los hijos, pues de la misma manera que hay muchas clases de hijos, también son muchas las clases de padres. Me basta a este propósito lo que dice la Sagrada Escritura[Notas 1] acerca del padre natural, que es el autor y creador de la cosa. Así en Gn. 4 Yubal es el padre de los que tocan la cítara y la flauta; Yabal es el padre de los que habitan en tiendas. Del mismo modo me pareció conveniente escribir al principio de la obra algunos párrafos sobre los antepasados, estudios, empleos y honores del Venerable Siervo de Dios José de Calasanz, al que el instituto de las Escuelas Pías reconoce y contempla como padre suyo, por los que iba avanzando paso a paso hasta fundar nuestra Orden, para que conociendo a su padre, sus hijos le tengan el debido afecto, y junto al afecto, la debida veneración.

Primero. Día natal de José de Calasanz, mes, año y patria

Año 1556 de la reparación de la salvación, gobernando en la Iglesia de la tierra el Sumo Pontífice Paulo IV, gobernando el Imperio Romano Carlos V, y teniendo el cetro de España Felipe II

Poco después[Notas 2] de que Ignacio de Loyola, tras expandir la luz brillante de la Compañía de Jesús por doce provincias, como los signos del zodiaco, y difundir sus rayos esplendentes en cien casas, fuera envuelto por el sudario oscuro de la muerte, la Divina Majestad en su inefable Providencia se dignó ordenar que José de Calasanz iluminara este mundo con su nacimiento en la población de Peralta de la Sal[Notas 3], famosa y antigua en Aragón.

La cual, como para reunir el gozo de toda la tierra con la del cielo, quiso que fuera en el mes del nacimiento de la Reina del todo el mundo; y como indica el nombre de septiembre[Notas 4], José vio la luz en el séptimo parto, como los siete ríos, como los siete dones del Espíritu Santo, digno receptáculo para recibirlos. Y el día de su nacimiento fue el 11[Notas 5], lo cual fue un felicísimo augurio, como se ve en el obrero que fue llamado a la viña a la hora undécima. Naciendo en una fecha tan próxima a la de la Reina de los Cielos, estaba inclinado a tener gran familiaridad con ella en el futuro, como mostrarán los hechos.

Segundo. Genealogía de José

Los padres de José fueron ilustres y nobles, como lo muestran entre los aragoneses los supervivientes de la familia[Notas 6]. Por el lado paterno venía de la familia de los Calasanz; por el materno, de los Gastón. Las dos son famosas por la larga serie de antepasados que fueron famosos en el mundo por la toga y por la espada, como describió Gómez antes que yo.

De sus antepasados se recuerdan pocas cosas[Notas 7]. El primero de ellos fue Jimeno Fortuñón, que añadió a la familia el venerable nombre de Calasanz. Pues este Jimeno acompañando el ejército del rey Alfonso de España mostró su heroica fortaleza contra los moros, tomando Calasanz y el valle de Bardají con otros muchos lugares y castillos vecinos, y recibió como botín la fortaleza de Calasanz. Verdaderamente Fortuñón fue afortunado, y no sólo de nombre, en este asunto. Agradecido al rey, y para que su memoria perdurase, a su hijo que nació en el castillo de Calasanz le puso como apellido Calasanz, y quiso que así pasara a todos sus herederos. Y como los nombres gloriosos de los padres solían ser también honrosos para los nietos no desagradecidos, Jimeno, según una obra editada de Arauno[Notas 8], abandonando el antiguo nombre de Fortuñón quiso que en su escudo quedara sólo este nombre de Calasanz, orden que obedeció Guillermo, y entre los que le siguieron destaca Bernardo[Notas 9], el cual siendo rico, e industrioso cultivador tanto de la guerra como de la paz, con insigne fidelidad sirvió con su casa y sus campos fielmente al rey de Aragón Jaime el Conquistador, y le acompañó como fiel vasallo a la guerra contra los catalanes con 70 ballesteros pagados con su propio dinero, y mostró el valor de Héctor, de modo que el Rey le premió de manera memorable, y dio muchos privilegios a su ilustre familia, y le condecoró con un escudo gentilicio[Notas 10] con un perro vigilante que tenía en la boca una bolsa con oro y plata, símbolo de la fidelidad y de la generosidad que había mostrado, para envidia de los demás.

Después de toda esta serie ininterrumpida de héroes nació al final el ilustre descendiente don Pedro Calasanz[Notas 11], a quien se dio en matrimonio la ilustre heredera María Gastón (como se ha dicho más arriba), de quien tuvo cuatro hijas y tres hijos, de los cuales el último regalo del cielo fue José de Calasanz. Y fue un nombre cargado de augurios, pues de la misma manera que suena el nombre del José en el testimonio de la sagrada escritura[Notas 12], del mismo modo suena al recibir el baño del bautismo. Una vez recibido, se podía presagiar su futuro, pues Dios le iba a hacer crecer, no en el tamaño del cuerpo, sino por la propagación de los hijos espirituales en una gran familia.

Tercero. Educación de José y lucha contra el demonio

Si la índole y el genio de los hijos suele depender de la educación recibida, se puede esperar mucho provecho a partir de lo que fue la infancia de José. Pues desde la más tierna infancia (como se dice) se mostraba en él una bondad insólita[Notas 13], por lo que uno se puede preguntar si la trajo al mundo consigo cuando salió del útero materno. O si, una vez fuera, la aprendió del Divino Maestro en secreto. Es cierto que José tenía a quien imitar en sus padres, pero también es necesario concluir que aparte de los ejemplos cotidianos, debía haber alguien que instruyese a Joselito con un magisterio oculto acerca de todas las cosas divinas, y de la reverencia hacia la Virgen y lo sagrado. Pues ponerse de rodillas a menudo durante el día, juntar las manos para rezar, elevar los ojos hacia el cielo, ir a las iglesias, fatigar los altares con suspiros, saludar con veneración las imágenes, proferir reverentemente los nombres de Jesús y María, pronunciados con gestos que expresaban una alegría íntima, construir altarcitos, y otros medios semejantes de expresar la piedad, no suelen ser comúnmente rasgos innatos en los niños[Notas 14]. A esto se añaden los juegos infantiles, en los que prefería la modestia y le silencio angélico a contaminarse con carreras y voces en lugares escondidos; estaba pronto a obsequiar a sus padres; vivía frugalmente, y con una virtud de la que no se ven ni se escuchan aún ejemplos en un niño, lo que se puede considerar un milagro. Justamente tanto los mayores como los jóvenes sentían admiración por José[Notas 15]. Uno de los ejemplos principales fue que, cuando tenía José unos seis años, y no sabía aún usar la caña o la pluma, sin embargo estaba ya acostumbrado a armarse con un cuchillo, y saliendo de la casa paterna iba a un olivar cercano, no para imitar a David contra el Gigante Goliat, o para seguir al gran Antonio en su lucha contra el monstruo de Estigia. ¿Qué le llevaba allí? Sólo se nos ocurre que era movido por la gracia celestial, que lo llevaba ya a luchar valientemente con los vicios, para coronarlo con laureles como vencedor de los vicios al llegar a la edad provecta. En este camino le acompañaba alguien, que vio a Calasanz, y era José Moschier, de la misma edad que él, y luego dignísimo abad de Perpiñán, quien narraba[Notas 16] el hecho no sin estupor de los que oían, como está escrito en otro lugar, que viendo en un árbol a un enemigo con forma de etíope, se puso a subir al árbol impertérrito, donde el etíope del infierno le rompió la rama y le hizo caer a tierra, haciendo que la Virgen viniera en su ayuda para que sus miembros no se rompieran a tan tierna edad. Lo cual nos enseña con señales del cielo cómo era ya de joven aquel que sería el Jefe que armaría a quienes se preparaban para resistir a los infiernos, con el temor del Señor y otras virtudes cristianas.

Cuarto. Estudios de José

Hecho ya grandecito, puso de buena gana su ánimo en los estudios con los cuales se suele formar la edad pueril, y ciertamente al estudio de las letras unió el ejercicio de las virtudes[Notas 17], pues ¿qué conflicto podía haber entre el juez y las letras? No iba a clase antes de saludar a la Madre de la Divina Sabiduría; no comenzaba el estudio sin pedir con piadosas oraciones la ayuda del Espíritu Divino. Y como sus compañeros de estudios observaban que hacía muchas cosas así, le llamaban “el santito”[Notas 18].

Después de estudiar la gramática latina, comprendidos los dogmas, estudió poesía y retórica, y también prometió rayos de sabiduría más divina, de modo que puede creerse que aquí con su excelente luz superaría a todos los de su edad.

Al crecer fue a otras academias, de Filosofía en Lérida, y de ambos derechos en Perpiñán, y después empezó con gran habilidad el estudio de la Teología en Valencia, y de tal modo brillaba entre todos por su erudición, que con el aplauso de todos fue elegido Rector de la Universidad[Notas 19]. D. Mateo García, que fue su condiscípulo, juró sobre lo anterior con estas palabras: “Calasanz fue elegido Rector, porque brillaba por su doctrina, y porque todos los aragoneses lo trataban con amor, honor y estima”. Por lo demás su palabra tenía tanto poder entre sus compañeros, que cuando había disputas entre ellos, venía a poner la paz entre ellos[Notas 20], y era capaz de restablecer la concordia, y lo que no es menos, tenía una rectitud de costumbres tal que en su presencia (como en la de Bernardino de Siena) ninguno se atrevía a hablar de cosas indignas, ni usar palabras o gestos en ese sentido.

Quinto. Caso memorable de Valencia con José

Con ocasión de sus estudios teológicos, como se ha dicho más arriba, José se encontraba en Valencia, y entre la nobleza también se dio a conocer a muchos, hombres y mujeres, con los que seguramente tendría que tratar en razón del parentesco, por orden de su padre o de su madre. Y entre ellos, una señorita, que no era de baja cuna, se le fue haciendo familiar[Notas 21], e invitaba a menudo a José para pedirle consejo. Yo creo que Dios arreglaba las cosas de tal manera que la virtud brille más tras vencer los peligros, y de la misma manera que el antiguo entre los egipcios, el nuevo José mereció la alabanza de la victoria entre los valencianos. Pues ocurrió que aquella joven, que solía reunirse con José para pedirle consejo, viendo lo gracioso de su rostro, y otros adornos naturales en su bien formado cuerpo, encontró atractivos que la inclinaron a la concupiscencia. Y como el enemigo de todas las almas nunca dejó de poner trampas a José (con el cual ya luchó de niño), encendió en el corazón herido de esta Venus desvergonzada el fuego del deseo, de modo que no pudo ocultarlo, así que cuando se presentó la oportunidad, habiendo alejado a los testigos, a la manera de Putifar manifestó abiertamente sus deseos. ¿Qué hizo José? Se renovó en España la fe del patriarca José, porque sin duda vive a salvo de la impureza quien hace al temor de Dios custodio de su conciencia, e imitando allí mismo la acción heroica de su tocayo, no sólo huyó raudo como el viento del impúdico lugar, sino que poco después se volvió de Valencia a su pueblo. ¡Tal era la integridad el amor en el joven modestísimo! Tanto el amor a la virtud de la virginidad.

Sexto. José es familiar del Obispo de Jaca

Interrumpidos sus estudios en Valencia a causa del caso sucedido, de buena gana fue José a Alcalá de Henares[Notas 22] para continuarlos, y con tanto provecho que tras obtener el título en Sagrada Teología, después fue agregado con el título de Doctor[Notas 23] en aquella universidad.

Mientras tanto el primogénito de su padre, de nombre Pedro, y poco después también su querida madre, emigraron de esta vida[Notas 24]. El anuncio de estos dos mensajes, aunque debieron causarle mucho dolor, no echaron abajo su ánimo, pues en la fe él confiaba que estaban disfrutando de la felicidad eterna. Al mismo tiempo que para ir a consolar a su padre de su viudedad, se dirigió de buena gana a su tierra movido por la razón más urgente de aceptar la invitación del Obispo de Jaca[Notas 25] Gaspar de la Figuera, confiando que con el trato de un obispo tan piadoso, la ciencia que había aprendido en la escuela se podría afirmar y consolidar. No es fácil decir cuánto provecho sacó para preparar el futuro con su empleo presente, ni cuánto sería apreciado por su ingenio brillante, su perspicacia y los deseos de aprender de su viva mente. ¿Durante cuánto tiempo estuvo José al servicio de un hombre de tal dignidad? No es seguro, pues las noticias difieren; baste al menos con decir que estuvo con un obispo tan notable para completar y elevar al máximo su ciencia, bajo el cual habían trabajado los graves teólogos Báñez y Medina.

Séptimo. Se hace sacerdote a causa de un voto. Una enfermedad es la causa del voto

José quedó como único superviviente de los tres hijos[Notas 26], así que su padre lo hizo heredero de todos sus bienes, y para este fin le procuraba un matrimonio noble. Cuando José se enteró de la idea de su padre, su ánimo se alteró no poco, pues quería vivir en el estado célibe, para entrar en el clero. Por esta razón con afecto filial comenzó a rogar a su padre que no se precipitara en cumplir su decisión sin consultarlo, sino que se dignara esperar el momento en el que el Señor manifestara claramente que debía abrazar ese estado. Mientras tanto él no dejó de orar para poder conocer la voluntad de la divina Providencia. Y fue oído, como pudo verse[Notas 27] de improviso no muchos días después por el suceso que ocurrió, con ocasión de una gravísima enfermedad de la cual, según decían los médicos, no era posible recuperarse de manera natural. Entonces José, confiando en Dios y en su poderosa Santa Madre[Notas 28], que es auxilio y salud de los enfermos, deseando mantenerse sin mancha por todos los días de su vida, y conociendo su padre (que quería que viviera su único hijo) el deseo de su alma, hizo voto a Dios de recibir el sacerdocio si le restituía la salud. Y el voto fue aceptado, como se vio porque poco a poco fue recuperando las fuerzas, y toda la salud se restableció, para gran consuelo de todos los suyos, pues así lo quería el cielo. Por lo que, no olvidando du voto, como ya antes había sido agregado a la Santa Milicia Clerical por el ministerio de la sagrada tonsura por el Reverendísimo Juan Dimas de Urgel, para responder al beneficio de recuperar la salud, el 17 de diciembre de 1582 fue promovido a las cuatro órdenes menores por Pedro Frago en la catedral de Huesca, con permiso de su ordinario, y al día siguiente recibió el subdiaconado del mismo Rvmo. Obispo. Después de haberse ejercitado en ese ministerio de acuerdo con lo establecido por los ritos, el 9 de abril de 1583, en la iglesia de S. Sebastián Mártir de la villa de Fraga, diócesis de Lérida, con permiso del Rvmo. Cabildo de Urgel, estando la sede vacante, fue ordenado diácono, y finalmente e 17 de diciembre del mismo año fue ordenado sacerdote, cuando había entrado en los 27 años de edad, por el Ilmo. y Rvmo. D. Ambrosio de Moncada, nuevo obispo de Urgel, según consta en el documento de las órdenes recibidas[Notas 29]. Tan pronto como fue investido del carácter sacerdotal, aunque siempre había sido bueno, se esforzó por ser mejor, ofreciéndose cada día a Dios como una Hostia sin mancha según la exigencia de su ministerio, y cerrando completamente la puerta de su alma al común enemigo de las almas, para no perderse en su caminar hacia Cristo, que se llamó a sí mismo la puerta.

Octavo. José se convierte en confesor, teólogo, consejero y examinador sinodal

Casi al comienzo de haber recibido la santa dignidad del presbiterado, José fue tomado por el Ilmo. y Rvmo. Obispo de Lérida[Notas 30] D. Andrés Capilla, hombre de costumbres íntegras y muy erudito, como teólogo, consejero y examinador sinodal. Le costó asumir la tarea propuesta, pues había pensado vivir durante un tiempo en su pueblo. Pero la asumió. Y comenzó a tratar los asuntos correspondientes con prudencia[Notas 31]. No mucho después ocurrió que el Rey de España Felipe II envió al mismo obispo de Lérida a Montserrat con plena autoridad real como visitador, cuyo acompañante y encargado de negocios debía ser José. Después de llegar felizmente al citado Montserrat, para suerte suya a José le tocó una habitación contigua a la capilla mariana célebre por sus muchos milagros. Uno puede imaginar con cuánto gozo entró en aquel santuario dedicado a la devoción mariana, y con cuánta devoción reverenciaría a la madre de Dios; no es fácil describirlo con la pluma. Después de comenzar a realizar su trabajo con su Rvmo. Obispo, además de asistir de rodillas a la misa cantada temprano cada día, y de celebrar luego su propia misa, veneraba durante el día a su Divina Majestad, y en cuanto se lo permitían sus trabajos, iba a visitar a la Santa Madre, a cuya dirección providente se encomendaba diligentemente a sí mismo y sus tareas.

Había graves[Notas 32] controversias y disensiones entre castellanos y catalanes en aquel santo cenobio de Montserrat, que ocasionaban no pocas molestias, y no pocas quejas contra el abad del mismo monasterio. El obispo se sintió gravemente enfermo, y para que no se interrumpiera el curso de la visita, tuvo que confiar todo el trabajo a la prudencia y el juicio de José, quien con el Censor real no sólo gestionó todas las cosas hábilmente en lugar del Obispo, sino que manifestó su madurez y su juicio prudente. Hasta que felizmente todas las cosas se terminaron[Notas 33] (lo cual se prolongó debida al fallecimiento del obispo a causa de la fiebre). Después de lo cual, después del fallecimiento de su obispo, habiendo recibido la noticia de que su padre estaba muy enfermo[Notas 34], se despidió de Montserrat, y no fue a Urgel, sino a Peralta de la Sal. Allí su presencia fue de gran ayuda a s padre agonizante, y cuando falleció cumplió piadosamente sus deberes filiales con él.

Noveno. José hace la visita de la diócesis de Urgel

Después de cumplir con sus deberes filiales y de disponer las cosas domésticas, principalmente en lo que se refería a lo que su difunto padre le había dejado en el testamento a él y los demás, José intentaba vivir recogido durante algún tiempo para reunificar su espíritu después de la dispersión ocasionada por el trabajo en Montserrat y por la muerte de su padre. Pero en contra de sus planes, recibió la invitación del obispo de Urgel, D. Ambrosio de Moncada, su ordinario, en la que le llamaba para que aceptara el cargo de visitador diocesano. Por humildad le costó aceptar el cargo, pero forzado por la obediencia, prometió[Notas 35] a su ordinario que iría. Una vez aceptado el nuevo cargo, con poderes plenipotenciarios, comenzó la visita de los Montes Pirineos, y llegó a lugares realmente bárbaros, en los que estaban alejados de toda humanidad, tenían una mínima reverencia a las leyes divinas, ningún temor de la justicia, ninguna estimación de las cosas sagradas, y muchos vicios en uno y otro sexo. ¿Qué hizo José? Tuvo que seguir el mandato de Jeremías, a saber: edificar, plantar, aventar, destruir. Impuso las leyes tanto al clero como a la gente, prohibió los abusos, y como se trataba de una obra de Dios, José tocaba la cuerda obstinada de los instintos ocultos, y poco a poco la luz de la verdad que brillaba en las frecuentes predicaciones de José les hizo descubrir los muchos daños provocados por la tinieblas de la ceguera, rechazaron los males asociados al pecado y dieran pruebas de enmendarse, comprendieron lo que el benévolo Padre les decía, y al final no recusaron vivir según las normas de la doctrina enseñada.

Décimo. José es nombrado Vicario General

Terminada su tarea de visitador a gusto del Obispo, al volver a casa lo nombró su Vicario General con plena autoridad y honor[Notas 36]. Como a él el honor no le importaba mucho, lo que sirvió de estímulo a José fue el poder ejercer mayor caridad con el prójimo, pues se le abría un campo más amplio para practicar las virtudes. Principalmente se empeñó con gran esfuerzo en corregir las costumbres de los demás con su propio ejemplo. Pues es difícil arrancar los hábitos inveterados, si no se emplea el remedio de la discreción en lugar de la violencia, como demuestra su propio intento, pues actuando según el modelo del Hércules Galicano*, atrajo a todos a sí. Y como comprendió que no era él quien había buscado el cargo, sino que más bien lo había ordenado así Dios para que la diócesis de Urgel, que tenía más de 70 parroquias, no careciera del gobierno de pastores cualificados, él mismo nombraba para los cargos a las personas elegidas, y no promovía a nadie a beneficios a no ser que estuvieran debidamente instruidos en la ciencia, y fueran insignes y ejemplares en la rectitud de costumbres. En lo sucesivo a quienes manifestaban el deseo de recibir las órdenes sagradas no sólo les pedía el testimonio de vida en casa y las calificaciones en los estudios, sino lo que sabía que era más loable en el clero: ante todo, les exigía que estuvieran bien preparados y experimentados en las ceremonias y prácticas de los ritos. Les recomendaba la decencia en el vestido, y prohibía la vanidad. Cuando surgían discusiones, siempre actuó como un serio Arístides, sin acepción de personas. Pero no descuidaba las causas de los pobres, ayudándoles en las calamidades, y se expresó como Juone, y erigió, como Juan de la Limosnas un banco de trigo[Notas 37], del cual se entregaba una cierta cantidad dos veces al año, y además, siguiendo el ejemplo de Nicolás de Mira[Notas 38], de su propio capital creó un censo que rentaría una cantidad fija anual para poder casar honestamente a muchachas pobres. Mientras que le gustaba vivir en paz y estar en paz con los demás, cuando se enteraba de que había conflictos fuera de su diócesis también procuraba arreglarlos. Como se vio en Barcelona[Notas 39]. Una muchacha noble y núbil fue traidoramente robada a su legítimo prometido, lo cual fue la ocasión de que se creara un gran incendio de diferencias del que iba a estallar ya la guerra abierta, a no ser porque rápidamente algunos hombres serios, dándose cuenta del peligro para toda la ciudad, fueron a Urgel a pedir ayuda urgentemente. Viendo los peligros, el obispo no se atrevió a asumir la tarea, y envió a José a Barcelona, que hablando dulcemente con los litigantes logró que, como el agua fría apaga el fuego, la disputa entre los dos bandos se calmara, y la joven fue devuelta a su prometido con alegría de todos, y poco después se celebró la boda.

Undécimo. José toma la decisión de ir a Roma con ocasión de una visión nocturna

Después de ejercer loablemente el sacerdocio durante ocho años, nuestro José se sintió llamado a ir a Roma. Este fue el origen de su vocación[Notas 40]. Después de las tareas diurnas yacía José dormido en su lecho, y en la noche oscura el Celeste Morfeo le representó un gozoso espectáculo cuando todos los sentidos estaban dormidos. Pues soñaba que iba caminando por las calles de la ciudad romana, y que conducía un grupo numeroso de niños en una procesión bien ordenada por ángeles. José volvió a soñar este espectáculo maravilloso, y aunque sabía por las Escrituras[Notas 41] que no hay que hacer caso a los sueños, que según el testimonio de Eclesiástico 34 hicieron errar a muchos, por otro lado estaba inquieto preguntándose si el Señor no le estaría hablando, como en otros tiempos había prometido a los padres en el cap. 12 de los Números. Consta que había hablado al Faraón, a Nabucodonosor y a otros, por lo que él no sólo guardó fielmente en la memoria el sueño, sino que sentado y de pie reflexionaba maduramente qué podría significar para él. Adoptando una posición neutral, se preguntaba si el espectáculo nocturno no sería una ficción como tantos otros sueños. Pero, ¿y si le anunciaba algún presagio divino? Oyó una voz[Notas 42] que le decía, no una vez, sino muchas: “José ve a Roma; ve a Roma, José”. Esta voz le decidió, aunque turbó no poco al auditor. Para que no pareciera que era suficientemente sabio, contra el decreto del Señor (tal como lo había dicho Salomón: “Oír el consejo es cosa de sabios; no hagas nada sin pedir consejo”), fue a consultar este secreto de su corazón con su obispo, y le pidió consejo. A pesar de que este le dijo muchas cosas en contra, no quedó satisfecho. Además la voz urgía a su ánimo de manera más potente, haciéndolo más animoso, recordando el antiguo sueño del patriarca José en el cual se le designaba su futura posición por parte del cielo[Notas 43] (pues el curso de la vida del justo es cierto cuando se le representa en sueños), concluyó que sería estúpido hacer ilusorio el sueño y frustrar la voz que repetidamente le invitaba a hacer el camino romano. Por lo que se decidió salir hacia Roma, para que una vez allí Dios le diera a entender lo que quería, como al Apóstol Pablo en el camino de Damasco.

Duodécimo. José sale hacia Roma

Después de renunciar a su cargo de Vicario General, y al beneficio del curato en Tremp y en Ortoneda[Notas 44] y haber puesto en orden sus cosas, se puso en camino como repetidamente le aconsejaban en su interior hacia la Ciudad Santa, rogando a menudo con suspiros al cielo, para que la Divina Majestad, como en otro tiempo a Tobías, quisiera dirigirle en su camino, y confirmar con su clemencia todos sus consejos para el bien.

Después de superar el mar y llegar a Italia, dio un rodeo por el lugar en el que se encuentra la santísima casa[Notas 45] de Loreto, famoso en todo el mundo, en la cual había nacido la Augustísima emperatriz de la tierra y los cielos, y en la cual el unigénito Hijo del Padre Eterno, nuestro Señor Jesucristo, se dignó tomar carne humana. En este lugar que había decidido visitar en primer lugar, todavía quedaba oscuro para él lo que la Divina Majestad le pedía por medio del sueño y la voz. Cuando al final llegó finalmente, visitó entre amorosos afectos la Santa Casa, y ofreció sus deseos tanto a la misma Virgen Madre como al Hijo encarnado para la redención del mundo, ofreciéndose a sí mismo perpetuamente y renunció a su voluntad para siempre, para hacer la divina, y a este fin añadió ayunos, distribuyó limosnas y ofreció sacrificios personales.

Considerando que su devoción a Loreto estaba satisfecha, se puso de nuevo en camino, y en sus pensamientos y meditaciones afectuosas se iba imaginando Roma, cabeza del orbe y de las ciudades, y se dirigió hacia ella. Con la ayuda de lo alto, y totalmente dichoso (porque había alcanzado a salvo el centro de sus deseos), entró en ella con propósito más santo que el que tuvo en otro tiempo Teófilo el Alejandrino al entrar en Constantinopla. Pues este, como atestigua Crisóstomo, al entrar en Constantinopla, según la constitución observada hasta entonces, no entró en la iglesia, sino que al descender de la nave, omitiendo los vestíbulos de las iglesias se dirigió a otro lugar. Mientras que aquel, después de llegar, no es fácil narrar con cuánto ardor de espíritu se dedicó inmediatamente a visitar los lugares santos. Primero visitó la basílica del Príncipe de los Apóstoles; luego fue a las basílicas de S. Juan de Letrán, Sta. María Mayor y San Pablo, y según la costumbre fue a visitar el venerado noble cementerio de S. Calixto, con reliquias de tantos santos mártires, y su refugio en las santas catacumbas, su refugio cuando había que huir por Cristo de la vista de los tiranos, y no olvidó la iglesia de s. Sebastián. Por la misma devoción visitó la santa casa de la Santa Cruz de Jerusalén, y por fin el lugar del glorioso S. Lorenzo mártir, completando la veneración de las siete iglesias, y pidiendo humildemente los siete dones del Espíritu Santo.

Décimo Tercero. Ocasión en la que José es recibido en casa del Cardenal Colonna

Después de visitar los siete lugares santos de la Ciudad, José llevó a cabo cuidadosamente la práctica de otras buenas obras[Notas 46]. El obispo de Urgel, cuando renunció a su cargo de Vicario, escribió a su procurador en Roma para que hiciera lo necesario a favor de José de Calasanz, su antiguo Vicario General, y si en algo podía ayudarle, lo hiciera. Y el procurador hizo adecuadamente lo que le había pedido su obispo. Por ello, en cuanto pudo fue a la iglesia de Montserrat (a la que acuden para su devoción los aragoneses, catalanes y sardos) y preguntó si alguien sabía dónde podría ser recibido como huésped Calasanz, y si alguien sabía, que se lo dijera. “Hoy hace un año (respondió uno) yo tuve a un Calasanz, pero nunca tuve a nadie de su prosapia”. ¿A dónde acudir? No dejaré de notificar si hay algo. Asegurado el procurador con esta explicación, poco después fue a causa de cierto negocio a casa del cardenal Marco Antonio Colonna, que era un hombre excelente, totalmente recomendable por sí y por sus cosas. Cuando se enteró de que el procurador andaba buscando una morada, y le presentó una carta de recomendación de Calasanz por parte del obispo de Urgel, felizmente, decidió que lo admitiría en su casa, y en efecto lo recibió, después de encontrarse con el procurador citado y que este lo presentara al cardenal. El ser invitado por el Cardenal le pareció a José un bocado amargo, sin embargo se decidió a tratarlo, aunque con el ánimo reluctante. Después de dirigirle un largo discurso, le preguntó el Cardenal a José qué había ido a buscar a la ciudad. Respondió que había ido a la ciudad para ver una mejor forma de vida entre tantos modelos de vida religiosa, y si La Divina Voluntad le proponía seguir alguna, la abrazaría con los brazos abiertos, y se entregaría a seguirla. Le dijo el Cardenal: “¿Quiere saber la voluntad de Dios? Es que D. José se quede con nosotros en la corte, y nos ayude en asuntos de la curia apostólica, y en otros negocios que se presenten, con su prudencia; tendrá en ello una gran facilidad para llevar a cabo su buena intención”. Al escucharle José quedó como herido por un rayo, y no sin motivo, pues quien ha decidido vivir solo, no acepta fácilmente ser inquietado por los demás, y quien es amigo de la tranquilidad difícilmente entra en el océano tumultuoso. Pues se sentía angustiado, ya que quizás huyendo de Escila podría caer en Caribdis. Recordando lo que se le había sugerido sobre la voluntad divina, agarrado a ella como un ancla firmísima, para no transgredirla y para que no se dijera que había injuriado el honor del cardenal, ofreció la pobreza de su persona al servicio solicitado por el cardenal, y así fue nombrado teólogo y confesor de toda la corte del cardenal. Su residencia se encontraba contigua a la iglesia de los Doce Apóstoles, de manera que vivía en un lugar muy próximo al santo lugar, y así le resultaba más fácil la práctica de sus devociones.

Décimo Cuarto. José es más religioso que cortesano en casa del Cardenal

Después de que José fue hecho familiar del príncipe purpurado, se produjo el primer milagro, y es que no tomó las costumbres cortesanas, ni abandonó las suyas propias, lo cual es la mejor alabanza que se puede hacer: ser siempre uno mismo con los que son diferentes, intentando cumplir siempre en todas cosas con su deber de óptimo palatino, y como David y Salomón, mostrar pocas acciones pero claras; aconsejando y discerniendo a favor de la justicia; conservando asiduamente el culto a Dios, pues se dice que el deber de los sacerdotes es lo que aparece en la ley del Deuteronomio, que prescribe que los sacerdotes deben estar siempre dando culto a Dios. José según prescriben los cánones decía al Señor las siete oraciones diarias, y supongo que también añadía otras devociones. Y como durante el día no podía a causa de los negocios del Cardenal, se levantaba a media noche con los vecinos seminaristas de la Orden Seráfica, y entre las paredes de su habitación salmodiaba, o visitaba las iglesias que estaban honradas con indulgencias perpetuas, sin saciarse nunca de tener piadosos diálogos ya mentales, ya vocales, con Dios y con la Reina de los cielos.

Y como la vida del buen maestro es la norma de vida para sus discípulos, los domésticos fácilmente se convirtieron en émulos de sus carismas mejores, y en primer lugar[Notas 47] el ilustre príncipe Felipe, nieto de su hermano, cuya disciplina le estaba encomendada, como la Arcadio de Teodosio a Arsenio. Este más tarde visitaba atentamente iglesias, escuchaba de buena gana sermones morales, leía libros sin cansarse que elevaban su mente hacia el cielo, y mantenía ejemplar conversación con su señor prefecto, de modo que si al entrar en el aula era al menos honrado, al salir de ella quería ser piadoso. Cada sábado a los servidores de la casa les adornaba con coloquios de modo que todos los moradores eran animados a obrar el bien, y entre otros, como un Argos que tiene cien ojos, reprendió también a un cierto canónigo[Notas 48] que intercambiaba gestos menos honestos con una mujer.

No contento con servir sólo a los de la casa dentro de las paredes donde vivía, iba también a los de fuera, visitando a los enfermos en los hospitales, pues en aquel tiempo había una plaga que había contagiado a parte de la ciudad. Cuando se enteró el cardenal, pidió a José que se abstuviera de esas visitas, para evitar el peligro de infectar a los de su casa, aunque aprobase lo que había hecho. En presencia de los de fuera, se gloriaba de tener en casa un hombre de tantos dones. Más lo habría alabado si hubiera visto que aquel hombre honrado sometía su cuerpo a mortificaciones, pues José se sometía a menudo a ayunos, y está probado que, a pesar que necesitaba reponer fuerzas después de estar fatigado con tantas peregrinaciones, por la noche nunca tomó nada más suntuoso que pan y agua.

Décimo Quinto. Trato de José con religiosos

En la vida suele ocurrir que uno adquiere las costumbres de aquellos con quienes trata, y por eso José quiso tratar con gente tal que tratando con ellos pudiera crecer en las virtudes. Entre ellos uno de los principales[Notas 49] era el Rvmo. P. Camilo de Lelis, fundador de los Clérigos Regulares Servidores de los Enfermos, con el cual solía visitar enfermerías y hospitales. Veneraba también a religiosos de todas las Órdenes, pero especialmente los de la del Seráfico S. Francisco y los Carmelitas Descalzos[Notas 50]. De estos tuvo mucha relación con el Rvmo. P. Juan de Jesús María, el P. Domingo también de Jesús María y el P. Vicente del mismo nombre. En el primero relucía como en un espejo una rara santidad y modestia, que atraía como un imán a los que le seguían. Al segundo lo consideraba como una piedra viva de las numerosas con las que en aquel tiempo la Orden Teresiana comenzó a edificarse admirablemente. Del tercero aprendió las costumbres de la nueva regla, y como los conoció desde el principio[Notas 51], trataba con ellos todos sus asuntos, y abriéndoles su conciencia, nunca se separó de lo que le decían. Trataba a menudo con los vecinos RR. Padres Conventuales de S Francisco. Una vez paseaba[Notas 52] casualmente en su convento y llamó la atención a dos que iban corriendo y charlando sin modestia, concretamente Juan Bautista Bagnacavallo y Juan Bautista Larino. Los llamó en particular y les dijo que se abstuvieran de juegos y bagatelas, y que pusieran empeño en el estudio de las letras y en la adquisición de buenas costumbres, y les predijo que en el futuro los dos tendrían cargos de relieve en la Orden. Y fue un oráculo, como probaron los hechos. Pues uno de ellos en su tiempo fue elegido General de la Orden, y dirigió la Orden hacia la estricta observancia; el segundo no fue inferior a su compañero, sino que fue elegido General dos veces. Además de estos, Cosme Vannucci[Notas 53], cuyo ejemplo estimuló mucho a José a hacer todo lo que luego hizo con la Doctrina Cristiana. Baste con decir que nuestro José no descuidaba de guardar junto en su colmena como una abeja afanosa todo lo que veía que en Roma hacían hombres rectos dignos de imitación, separadamente, imitando al gran Antonio.

Décimo Sexto. José se une a algunas cofradías

De la misma manera que la piedra de asbesto una vez encendida no se apaga, así estaba José en el amor de Dios y del prójimo. Para no enfriarse, quiso aumentar la práctica de buenas obras espontáneamente, y se le presentó la ocasión para ello al apuntarse a diversas cofradías. La primera de ellas fue una congregación para personas de ambos sexos creada con autoridad de la Sede Apostólica en la iglesia vecina de los Doce Apóstoles[Notas 54], cuya finalidad era incrementar el culto de la Santísima Eucaristía, especialmente llevándosela a los enfermos, y además ayudar a personas que a causa de su estado les daba vergüenza mendigar. José no dejó de practicar ambas cosas, y se añadió de buena gana al grupo de miembros, y llevó a cabo generosa y piadosamente las tareas que le encomendaba la cofradía, y luego se testificó que había sido un miembro genuino.

Conoció después una Hermandad llamada con el nombre de los Estigmas de S. Francisco[Notas 55], y para que su devoción al Seráfico Padre no corriera el peligro de disminuir, como requería un gran afecto por medio de devociones cotidianas, él estuvo entre los primeros que se inscribieron, y en aquellos días nunca dejó de cumplir las tareas adicionales que le encomendaba aquella sociedad.

Como si estuviera estimulado por una rara avaricia para obrar el bien asumiendo alas como el águila para ganar el premio de los méritos, con algunos cofrades iba a visitar a los presos; a veces asistía a los agonizantes; participaba en los entierros; acompañaba procesiones; y no le molestaba el recitar el oficio mariano o insertar salmos penitenciales mientras tanto. Pues a nadie que sigue el camino de las virtudes le falta el ánimo, como dice Isaías en el cap. 40: “correrán sin fatigarse, y andarán sin cansarse”. De todas las cosas, como de la buena simiente sembrada en buena tierra, parte aquí, parte allí, surge el fruto deseado, para gloria de Dios y bien del prójimo. Y especialmente de la Cofradía de la Doctrina Cristiana[Notas 56], en la cual junto con otros inscritos en esta piadosa obra, no sólo entre las paredes de las iglesias, sino que reunía a los pobres en las plazas, al aire libre, y una vez reunidos allí les hablaba con celo y fervor de los rudimentos de la fe, del amor, del temor de Dios, de recibir dignamente los sacramentos, de cumplir los Mandamientos del Señor y de otras cosas necesarias para la salvación de las almas, de modo que muchos de ellos, inclinados a los juegos y bromas, conmovidos por estas pláticas, los días festivos decidieron acercarse a las iglesias, y llevar a cabo otras obras buenas.

Parece que en esta piadosa y cristiana ocupación alcanzó el centro de sus deseos. Pues aunque se le ofreció una canonjía en Barbastro[Notas 57], y también en la ciudad romana por recomendación de su Cardenal le ofrecieron algún cargo honorífico, todo lo pospuso a los pobres e ignorantes, tocado por la compasión, como si se refiriera a él lo que había dicho el Profeta: “el pobre se encomienda a ti, tu eres el socorro del huérfano”, y comenzó a esforzarse por llevar a cabo alguna obra para enseñarles e instruirles.

Décimo Séptimo. José peregrina a Asís. S. Francisco se le aparece de manera visible

No sé si fue a causa de la familiaridad que tenía con los padres conventuales vecinos como contrajo la misma familiaridad con su Padre. El caso en que como en otro momento había hecho con San Benito en Montecasino, y con S. Miguel en el Monte Gargano, salió de Roma para mostrar devoción y reverencia a S. Francisco en Asís[Notas 58]. Se dice que nadie sale a hacer ese camino si no es con carro de dos o cuatro caballos, especialmente en la época del año en que el sol quema los huertos y los campos, los montes y los valles, las arboledas y los bosques con un calor insoportable. Él, sin embargo, rechazó el carruaje que le ofreció el cardenal, y con inexplicable alegría hizo el camino a pie[Notas 59]. Y después de llegar su corazón se desbordó en cataratas de fervor, y mereció que se le apareciera de manera visible S. Francisco[Notas 60], quien le explicó, primero, lo difícil que era conseguir las indulgencias, pues entonces había acudido mucha gente a conseguirlas con ocasión de la fiesta de la Porciúncula. Lo segundo, que él (me refiero a José) ciertamente las había conseguido. ¡Feliz y provechosa peregrinación! Pues compensa tantas molestias de los caminos con delicias. Mientras se esforzaba con precisión por ganarlas, mereció acumular otras nuevas. Pues en un sueño vio José que se le aparecían tres vírgenes, con las cuales fue desposado[Notas 61] con un anillo de arras por San Francisco. No entendía José que significaba aquello. Aquella tríada era digna de ser venerada y amada, pues las tres eran hermosas, amables, modestas, y respiraban pureza y santidad. Sin embargo una aparecía triste y quejosa, a causa de los desprecios de todos, y porque no había nadie que se ocupara de ella. Él entendió más tarde que aquella tríada de vírgenes celestes era una imagen de los votos religiosos, y a partir de aquel momento decidió convertirse en el amante de aquella que se quejaba (que representaba a la Pobreza), y comenzó a dar vueltas en su cabeza para ver de qué manera podría expresarle su afecto. Y no sólo mientras iba de vuelta a la ciudad, sino que incluso después de llegar, mientras iba de un lado a otro su mente daba vueltas a la cosa, hasta que un día, mientras estaba inmerso[Notas 62] en sus devociones, se encontró con un grupo de niños que iban corriendo y vociferando. Se detuvo allí José, y en el mismo momento se acordó de la visión que había tenido en Urgel, y sintió una voz semejante que le decía: “Mira, José, mira”. Y sacó oportunamente la conclusión de que Dios, al que le pedía que le iluminara para que pudiera conocer cuál era su voluntad, para con él, le estaba dando a entender manifiestamente en qué debería servirle en lo sucesivo. Concluyó que Dios quería que tuviera cuidado especialmente de los niños, y que, lo mismo que ya antes había empezado a instruirlos en los rudimentos de la fe, debería a partir de ahora instruirlos también en las letras y en las buenas costumbres. Ya no tenía que esperar más señales del cielo para obedecer la voluntad divina.

Décimo Octavo. Se explican dos medios por los que José intentó obtener provecho para la juventud pobre

No se trataba de que José fundara algún nuevo de instituto de Vida Religiosa, pues él sabía lo cauto que era el Concilio de Letrán, que decidió que no podían crearse nuevas órdenes religiosas. Lo único que buscaba era encontrar algún medio provechoso para ayudar a los niños pobres. Considerada la gran necesidad que había de educar a la juventud, de lo que vendría un gran beneficio para el bien público, pues ya antes los concilios ecuménicos habían establecido algunas leyes según las cuales si los padres no pueden ofrecer oportunidades a sus hijos pobres, le corresponde al magistrado crear escuelas. Fue pues al Senado y Pueblo Romano[Notas 63], e intentó tantear su bondad, para ver si podía conmoverlos de alguna manera a que tuvieran compasión de aquella muchedumbre de pobrecillos, para que con el dinero público se creara una escuela para los pobres, o si se podía aumentar el sueldo a los preceptores que ya se ocupaban de las escuelas para que enseñaran a los pobres. José no omitió ningún motivo para tratar de convencer al magistrado de la bondad de esta acción piadosa. Decía que si es una obra de caridad dar de comer al pobre o hacerle algún vestido, y sumamente grato a Dios, se puede pensar razonablemente que una obra como instruir a los ignorantes debe ser aún mejor, pues imbuir las buenas costumbres en las mentes de los pobres ignorantes, adornarles con las virtudes cristianas, enseñarles los elementos de la fe y los preceptos de la ley divina, y hacerlos capaces, era algo que no sólo revertía en provecho de ellos, sino de toda la sociedad, en sus diversos estamentos. Pues de la misma manera que si a tales niños se les deja crecer tal como están, se asilvestrarán en su manera de vivir, aprenderán las artes de los vicios, se acostumbrarán a hurtos y latrocinios, no sin descrédito de la ciudad, y serán llevados a la horca, la cual podrían evitar y vivir una larga vida si fueran educados mejor desde los tiernos años bajo la disciplina de un maestro. Esto y muchas más cosas les dijo José, y no sin razón. Pues si son condenados a la cárcel y causan oprobio a sí mismos y a su patria, y reciben el castigo de los azotes, este mal necesario debe atribuirse a que se descuidó la buena educación durante la niñez, bajo la vara de los maestros, y no hay nada que se pueda oponer a esto.

Sin embargo toda esta perorata de José le pareció superflua al magistrado. En parte porque ya se había hecho lo necesario para aquellos escolares que querían aprovechar bien en las escuelas. En parte porque no convenía que toda aquella plebecilla se convirtiera en literatos, pues a la sociedad le hacían falta no sólo gente ilustre por su doctrina, sino hombres que trabajaran en otras cosas. Y en parte porque el erario público en este momento no podía gravarse con gastos extraordinarios. ¡Así respondió el Senado y el Pueblo Romano!

Esta respuesta nada benigna podía haber desmoronado el ánimo de José, pero en la prosecución de su objetivo no se desanimó del todo y recurrió a otro medio que le faltaba de probar.

En aquel tiempo era Superior General alabadísimo de la Compañía de Jesús[Notas 64] un hombre de gran sabiduría y de gran pericia en la gestión de las cosas, el P. Claudio Aquaviva. Sabiendo José que S. Ignacio no había considerado indigno el ocuparse de la educación de los niños, ni era extraño a su instituto, e incluso hacerse cargo de ellos, dedicando algún maestro a enseñarles a leer y escribir. Que Ignacio mismo había practicado ese tipo de ministerio también lo atestigua la historia[Notas 65]. Confiando, pues, José en la bondad y justicia de su causa, fue a suplicar a dicho Rvmo. P. General que, puesto que su primer Fundador había mostrado su benignidad hacia los pobres, se dignara él también tener compasión de los pobres y designara algunos maestros aptos por genio e ingenio a enseñar a los pobres gratis en algún lugar, pues todo el mundo sabe que esta obra es utilísima para la juventud y muy necesaria para la sociedad. Así defendía José la causa de los pobres. Pero también sin el efecto esperado. Pues la Compañía estaba ocupada en aquel momento en otros asuntos de más importancia para la Iglesia, y además no habían acostumbrado a hacer esa obra piadosa en los setenta o más años que hacía que estaba fundada, y no iban a empezar ahora, pues eso representaría una carga muy grande para la Compañía, que podría ser perjudicial para toda la comunidad. Y así despidió a José.

¿Cuál fue su reacción? ¿Se puso rojo, o palideció? No es seguro. Lo que sí es cierto es que consta que tras el fallo de los dos primeros intentos, recurrió a otras órdenes religiosas, pero unos se dedicaban a la contemplación, otros a las obras pías, otros a atender a los enfermos; estos estaban ocupados en enseñar a los nobles y los ricos; aquellos a redimir cautivos, y otros, en fin, estaban ocupados según sus Reglas a las labores de la Iglesia, y no había nadie que se dedicase a enseñar a los pequeñitos, ni veían que en esta tarea hubiera mucho honor, mucha utilidad ni necesidad para la sociedad cristiana. Viendo que estaba dejado de lado, se sintió llamado por Dios a esta obra, y se dedicó y ofreció en sacrificio a la educación de los pobres.

Y estas son algunas cosas de la vida de José de Calasanz cuyo conocimiento previo me ha parecido necesario. Y ahora pasemos a los Anales de Instituto Calasancio.

Notas

  1. Cornelio, en el Prolegómenos al Génesis, can. 10.
  2. Spondano, en este año.
  3. Relaciones Hispánicas.
  4. Las mismas relaciones. P. Alej. en Vida, folio 11.
  5. Las mismas relaciones. P. Alej. en Vida.
  6. P. Alej. en Vida, fol. 2.
  7. P. Alej. en Vida, fol. 7.
  8. Arauno, ibid. Fol. 8.
  9. Ibidem.
  10. Ibidem fol. 9.
  11. Ibidem.
  12. Genes. Cap. 49.
  13. Ibidem.
  14. Testigo 9 en el proceso.
  15. Testigo 1 en el Proceso. D. Maggius en la Vida.
  16. D. Maggius, en Vida, n. 3
  17. Testigo 9 en el Proceso.
  18. Testigo 9 en el Proceso. Maggius en Vida, n. 4.
  19. Testigo 9 en el Proceso. P. Alej. en Comp. Vida, fol. 8.
  20. Maggius, en Vida, fol. 6.
  21. Proceso, Testigos 10, 21. Maggius Fol. 7. Compendio Vida, fol. 8
  22. Compendio Vida, fol. 10.
  23. Testigo 3 en el proceso.
  24. Compendio Vida, fol. 11.
  25. Maggius fol. 12. Compendio Vida, fol. 12.
  26. Compendio Vida, fol. 12.
  27. Compendio Vida, fol. 13.
  28. Ibidem.
  29. En el archivo de San Pantaleo.
  30. Compendio de la Vida fol. 16 y p.
  31. P. Gabriel de la Anunc. en Vida, fol. 13. P. Vicente Tomo I fol. 9. P. Alej. en Compendio de la Vida fol. 17.
  32. Maggius fol. 10.
  33. P. Gabriel, fol. 14.
  34. Idem, ibídem.
  35. P. Alej. En Comp. Vida fol 20. Maggis fol. 10. Testigo 11 en el Proceso.
  36. Comp. Vida 19. Maggius fol. 12.
    • N. del T. No veo entre los trabajos de Hércules nada relativo a los galicanos. Quizás el autor se refiera a un libro que había parecido pocos años antes, Hercules gentilis Atlantis christiani columen. Seu homonaea ethnicorum contra declarationem cleri gallicani, de ecclesiastica potestate, de Niccolo Cevoli del Carretto, editado en 1683.
  37. Instrumento en e Lib. de las Fundaciones, fol. 57.
  38. P. Vicente, Tomo I, parte I, folio 57.
  39. Maggius fol. 12. Comp. Vida fol. 72. Testigo 9 en el proceso.
  40. P. Alej. En Comp. Vida fol 48. P. Juan Carlos, Tomo I fol 1 , N. 2.
  41. Jer c. 19.
  42. P. Alej. En Comp. Vida fol 48. P. Juan Carlos, Tomo I fol 1
  43. Cornel. En Génesis, cap. 40.
  44. P. Alej. En Comp. Vida fol. 50.
  45. P. Gabriel de la Anunc., en Vida, fol. 20.
  46. P. J. Carlos Tom I, fol. 4.
  47. Compend. Vida Fol. 26. P. Gabriel, fol. 21. Maggius fol. 15.
  48. Anónimo, Vida, fol. 15.
  49. P. Alej., en Vida, fol. 68.
  50. P. Alej., fol 82.
  51. Nota, escrita con otra mano: El P. Juan de Jesús María llegó a Roma en 1597. El P. Domingo de Jesús María, en 1604. No se encuentra ningún P. Vicente de Jesús María entre los primeros Descalzos de Roma, pero en el año 1598 hay un P. Vicente de S. Francisco que fue novicio del P. Juan, y que luego fue a misiones a Persidion. Historia general de los PP. Descalzos, L. 1 c. 29 y L. 2, c. 5 y 92.
  52. P. Alej., en Vida, fol. 43. Magg. Fol, 16.
  53. Magg. Fol 16.
  54. Testimonio de la Cofradía en el Proceso.
  55. Magg. Fol 17. P. Gabriel Fol. 25.
  56. Testimonio de la Cofradía en el Proceso de la Vida.
  57. Compendio de la Vida, fol. 31. Testigo 11 del Proceso.
  58. P. Alej. En Vida, fol. 86. P. Juan Carlos fol. 13, n. 50 Lit. Española.
  59. P. Carlos Tomo I fol. 54 n. 52.
  60. Testigo 22 en el Proceso.
  61. Idem.
  62. Compendio de la Vida, fol. 33.
  63. P. Alej., en Vida, fol. 87. Maggius, fol. 18.
  64. P. Alej. En Vida, fol 87. Maggius fol. 18.
  65. P. Avaneo, Sermón 1 sobre San Ignacio.