BerroAnotaciones/Tomo1/Libro1/Cap15

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CAPÍTULO 15 De una grave caída Que tuvo nuestro Don José Calasanz. [1603-1604]

El enemigo del género humano -que con insidias y estratagemas procura siempre apartarnos del bien obrar, para que Dios no sea glorificado con nuestras acciones --habiendo visto que por medio de las Escuelas Pías se hacía grandísimo daño a su reino infernal, apartando a la juventud del ocio, instruyéndola en la piedad cristiana y al mismo tiempo en alguna virtud, con la cual se pudiera [orientar] cristianamente…todo el resto de la vida, y habiendo experimentado también la fuerza y constancia grandes de nuestro Calasanz, cuyas dificultades, -instigadas por la maldad de aquél-, habían sido todas superadas por él, y que tampoco con incertidumbres y dignidades eclesiásticas lo había podido vencer--, pensó matarlo, ya que por otro camino no podía ni vencerlo ni apartarlo de su pensamiento. Así lo quiso Dios, para dar a conocer mejor, no sólo la virtud de este gran siervo, sino que la obra de las Escuelas Pías era suya y no de hombre.

Así sucedió que, mientras nuestro Don José estaba sobre un ventanal, a techo descubierto, arreglando la campanita, para llamar a las clases y a sus devociones, fue visiblemente cubierto por una sombra (como afirmaron los vecinos), y despedido a plomo al patio de las clases, cuya altura era tal, que, aunque por el aire debía haber muerto, se dio tal golpe, que, ante la agitación y las voces de quienes lo oyeron y lo vieron, corrieron todos los de casa, y también los vecinos.

Gracias a Dios, encontraron a nuestro Luchador, y Vencedor del demonio por su tesón, pero con una pierna y una costilla rotas de tal manera que, llevado a la cama, y llamados los médicos, juzgaron imposible poder arreglarlo en un hombre ya de edad. En medio de tan acerbos dolores, estaba agradeciendo a Dios, por la ocasión que le había dado de sufrir tanto por su amor, y remitía todas sus cosas a la voluntad divina, porque sabía muy bien que no le faltarían medios para llevar adelante la obra comenzada[Notas 1].

La bestia infernal se creía que se había hecho dueño del campo de batalla y había obtenido la victoria, pero S. D. M., que de los males aparentes saca siembre el bien, sea para su gloria, como también para la salvación de nuestras almas, hizo que, cuando se supo en Roma la caída de nuestro Padre José, Fundador de las Escuelas Pías, muchos fueron a visitarlo, condoliéndose con él de la desgracia ocasionada. Para todos ellos era de particular edificación la paciencia y conformidad que mostraba en sus palabras y en el sufrimiento, con tal de cumplir la voluntad divina, y con la firme esperanza de que todo fuera para mejor, como, en efecto, así sucedió en breve. Porque, como la enfermedad iba para largo, y se tenía como seguro que no podría subsistir la obra de las Escuelas Pías sin la presencia de nuestro D. José, una tarde Dios le envió al Sr. D. Gaspar Dragonetti, siciliano, de la ciudad de Lentini, que enseñaba públicamente Humanidades en Roma con mucho aplauso, y tenía los mejores doce alumnos internos que había en esta ciudad; eran personas de mucha consideración, de los que han salido también Cardenales. Hablando, pues D. José con este hombre, le dijo: -“Señor D. Gaspar, cuánto servicio haría a Dios, si abrazara esta obra de las Escuelas Pías, porque, en efecto, yo veo que no puedo estar ya hábil para sacarla adelante, y va hacia un peligro manifiesto de destruirse, por no haber quien la mantenga”, añadiendo otras palabras llenas de celo por gloria del Señor y de la salvación de los niños pobres.

Respondió el Señor Gaspar (pues Dios había operado en su corazón por la voz de nuestro D. José): “Es cosa de mucha consideración, y de reflexionar muchas veces sobre ella; mañana hablaremos con más tranquilidad. Y se fue. Pero, como el espíritu de Dios no es perezoso en su obrar, aquella misma tarde licenció a los jóvenes, que eran muchos, y a la mañana siguiente ordenó llevar sus cosas a las Escuelas Pías; y él mismo fue después, para llegar personalmente con todas las cosas a una obra de tanta caridad. Esto sucedió el mes de septiembre de 1604[Notas 2]. Lo hizo con una diligencia tan grande, que se notaba poco la falta por enfermedad de nuestro D. José, el cual, por un favor tan grande, conoció, sobre todo, cuán grata era a Dios la empresa de las Escuelas Pías, a la que [el P. Dragonetti] se había añadido. Y sintió con ello grandísimo consuelo, esperando de la misma manera obtener muy pronto la salud, para poder dedicarse mejor, con tan buen compañero, a servir a Dios en una obra de tanta utilidad para el prójimo.

Al cabo de algunos meses comenzó a levantarse de la cama, y andaba tan bien con la muleta, que ya no se cansaba de trabajar ayudando de las escuelas. Después de muchos días salió también de casa, con ayuda, para negociar mejor el apoyo de tan santa obra. Finalmente, curó; pero S. D. M., para darle ocasión de mayor mérito suyo, le enviaba de vez en cuando algunos dolores en las dos piernas, por la erisipela que a veces padecía.

Unidos ambos en el Señor, trabajaban con mucho ánimo. Nuestro D. José veía, en efecto, que Dios lo había preservado para ayudar a los niños pobres, muchos de los cuales en breve tiempo se hicieron Religiosos, y resultaron óptimos y excelentes predicadores; y otros muy buenos oficiales de la Corte, y hasta Prelados insignes de la Iglesia; los cuales, sin la ayuda de las Escuelas Pías, habrían dado en trasgresiones contra la Ley de Dios.

Notas

  1. Al Margen se lee: “Dicha caída de D. José sucedió en 1603, por lo que él nombró Prefecto de las Escuelas Pías al Señor D. Andrés Basso, de L´Aquila, que ayudaba como Operario”.
  2. Al margen: “Esto sucedió en casa de Monseñor Octaviano Vestri, De comitibus Cunei, como se ha dicho antes, y hermano de una Señora que vio la Sombra, y que me lo ha dicho a mí. Y el mismo Venerable Padre me dijo que fue arreglando la campanita, como señales. Desde 1604 en esta casa comenzó la vida común entre los Operarios, cuyo número era de dieciocho, doce de los cuales eran mercenarios, y los otros pagaban algo para sus gastos, así que servían por amor de Dios, en compañía de nuestro D. José Calasanz”.