BerroAnotaciones/Tomo1/Libro2/Cap27
CAPÍTULO 27 Rehúsa una herencia [1625]
No sé por dónde empezar, pues tengo la cabeza repleta de noticias; y, por otra parte, me veo incapaz, y muy desmemoriado. Confío, no obstante, en quien me ha impulsado a emprender esta tarea, que es Su Majestad divina.
Nuestro V. P. Fundador y General, José de la Madre de Dios, quería que su santo Instituto de las Escuelas Pías estuviera muy extendido por todas partes, a favor de la educación de los jovencitos, particularmente de los pobres; y evitar toda sombra de interés propio por ellos, para que no se pudiera empañar -y mucho menos oscurecer- el hermoso y esplendoroso nombre de las Escuelas Pías; y que los pobres no dejaran de enviar a sus hijos a las Escuelas Pías.
En efecto, así se lo había obligado a poner, en su Breve Apostólico, el Papa Paulo V, de feliz memoria, es decir, que se debía enseñar sin ningún estipendio o salario. Y además, a mí, como Portero de las Escuelas Pías de San Pantaleón de Roma, me había dado orden particular de no recibir, ni de los alumnos ni de sus padres, ninguna clase de delicadeza o donativo que trajeran a la puerta, o dieran a los Maestros; sino que, con amabilidad, los rechazara, agradeciéndoles la atención.
Créanme, por caridad, que no exagero. Y es que esto lo hacían todos con toda puntualidad. Yo tenía a la puerta no pequeña dificultad para tranquilizar a las personas, por no recibir las atenciones que traían; y muchas veces se iban de allí muy molestos. En particular, una pobre madre de un alumno trajo por carnaval un platito de ´ravioli´[Notas 1], que no pasaban de una docena en el plato en que venían. Al pedirle que se los comiera con su mismo hijo, porque no queríamos que hiciera este gasto; que el hijito estaba cuidado, y que no se molestara más, ella importunó tanto, no sólo con palabras, sino también con lágrimas, que, al salir ella de nuestra casa, en el mismo momento, el Sr. Gabriel Squarciafichi, de quien hablaré más adelante, me aconsejó los recibiera, para consolar a aquella pobre mujer. Este Señor habló después de ello con N. V. P. Fundador.
Vino también un jovencito, alumno nuestro, llamado Nicolás, hijo de un estafero del Emmo. Bisia, y me trajo a la puerta un cabrito, o quizá un corderito ya desollado. Se lo agradecí, y le dije que se lo llevara a casa, y dijera a su padre que los Padres se lo agradecían, pero no querían se tomara esta molestia. El jovencito hizo el esfuerzo que pudo para dejarlo, pero viendo que de esta forma perdía el tiempo, volvió a casa. Poco después volvió con su padre, y quisieron hablar a toda costa con N. V. P. Fundador y General, ante quien los introduje. Le presentó aquel animalito; pero N. V. Padre no lo quería; y, de hecho, se lo agradecía, diciéndole: -“Usted es un pobre hombre, cargado de familia; no quiero que haga estos gastos. De Nicolás no debe preocuparse, porque está bien visto; si es bueno, Dios lo ayudará y hará que aprenda; nosotros no queremos estas cosas”. El estafero le respondió después con toda energía, suplicando que lo recibiera, ya que el gasto estaba hecho. Pero, finalmente, quedó convencido de la fortaleza y razones de N. V. Padre, y así se lo llevó, quedando muy edificado. Entonces Nuestro Padre, dirigiéndose a mí y a los demás, nos dijo: -“Estos pobrecitos se imaginan que si no regalan no tenemos cuidado de sus hijos; hay que quitarles esta idea, y no hacer que gasten, porque son pobrecitos, y sufren bastante más que nosotros”. En forma resumida, este fue el hecho.
Porque una vez una Maestro de los nuestros recibió de un alumno un Oficio de la Virgen, y lo supo N. V. P. General, éste quería a toda costa echarlo de la Orden (aquel era un novicio); y como el P. Pablo [Ottonelli] de la Asunción le aseguró que era inadvertencia, y no malicia, no lo despojó del hábito, pero sí le impuso una gruesa penitencia, que duró muchos días, e hizo que devolviera el Oficio al padres del alumno, que era librero.
Uno de lo afectuosos Señores que tenía nuestra pobre Orden en aquellos tiempos, muy devoto de N. V. P. Fundador y General, era el Sr. Gabriel Squaciafichi, natural de Casale di Monferrato. Desde hacía muchos, muchos años, vivía en Roma, donde tenía muchos oficios y beneficios. Este Señor venía con muchísima frecuencia a consultar a N. V. Padre, y le tenía muchísima devoción.
Queriendo disponer de su rica propiedad, hizo su testamento cerrado, y vino a nuestra sacristía con un Notario, que presentó en presencia de siete de los nuestros. Yo fui uno de aquellos siete testigos, y lo firmé. Después de marchar dicho Notario, el Señor Gabriel contó a N. V. P. Fundador y General cómo había hecho herederas a las Escuelas Pías de Roma, con la obligación de decir dos Misas perpetuas diarias, de casar a algunas pobrecitas chicas cada año, de decir una Misa perpetua en el aniversario de su muerte; y en este aniversario, de distribuir tres rubios de pan a los pobres. Y hacer un convento en dicho lugar de Casale. Cuando N. V. P. Fundador oyó todo, le agradeció el hecho y su buen afecto hacia nosotros; pero le respondió que todo aquello iba contra nuestras Constituciones, como impedimento para nuestro Instituto; por eso le pedía que buscara otros herederos mientras tuviera tiempo. Dicho Señor Gabriel le hizo ver que su capital era de ciento veinte mil escudos, la mayor parte en Roma; por eso, que no le dieran miedo las obligaciones que contenía el testamento; que se lo pensara bien, y no le diera el disgusto de rehusar la herencia. Le habló mucho de esto durante varios meses. Finalmente, como N. V. Padre Fundador continuaba siempre firme en la renuncia, como algo que causaba impedimento a nuestro Instituto, el Sr. Gabriel hizo nuevo testamento. Dejó a las Escuelas Pías, por una sola vez, quinientos escudos de limosna; y como herederos a los Padres Siervos de los Enfermos, con la obligación de hacernos a nosotros en Casale una casa, escuelas, y huerto, a nuestro gusto; con los muebles necesarios y biblioteca, también a nuestro gusto, más la iglesia y los utensilios necesarios para ella; y que dieran siempre a nuestros Padres de la Casa la pitanza diaria, y las medicinas para los enfermos. Nos dieron los quinientos escudos después de su muerte; y lo demás no sé cómo lo arreglaron; pues, por la casa para nosotros, en Casale, los nuestros no se interesaron mucho.
En Frascati, una persona muy devota de nuestros Padres hizo donación a nuestra casa de dicha ciudad, con todos los protocolos necesarios, por mano de Notario, de unos seis o setecientos escudos en cosas, y se lo intimó a los Padres. Pero al cabo de algunos meses, y quizá más de un año, cambió de pensamiento, y se angustiaba a sí mismo por tal donación. Pidió a N. V. P. Fundador que no la aceptara, y él la rechazó, con la mayor cláusula que fue posible.
Monseñor Bernardino Castellani, antiguo médico del Papa Gregorio XV, dejó ejecutor testamentario a N. V. P. Fundador, en compañía de Monseñor Ilmo. Juan Andrés Castellani, hermano suyo; pero él no quiso implicarse, y renunció.
Dicho Monseñor Juan Andrés, hizo su testamento muy favorable a las Escuelas Pías de Carcare y de Roma, es decir, un seminario que nuestros Padres dirigieran libremente, cuyos internos fueran escolares nuestros, alumnos de Roma, de Carcare o de Savona. Dejó para ello cuarenta mil escudos, para mantenerlos, y [para mantener] el edificio de la iglesia y casa de San Pantaleón; y trescientos escudos anuales para una Misa cotidiana.
Este último testamento fue anulado por el Oficio del Emmo. Cardenal Vicario, en donde había sido realizado, cerrado, y sellado por el mismo Prelado, que era el mismo que vivía enfrente de Santo Tomás, en el Parione. Luego se renovó la donación hecha en el testamento, a favor de la Virgen de Loreto, de la Marca en Roma, despojando de casi todo a las Escuelas Pías. Y, aunque había sólido fundamento para reclamar contra dicha donación, N. V. P. Fundador y General no quiso oír hablar de ello. Muy al contrario, me ha dicho a mí un cierto Señor Jerónimo Scaglia, contable del [Banco] del Espíritu Santo en Roma, que fue quien gestionó el cambio del testamento por la donación a favor de dicha Virgen de Loreto, que el Señor Cardenal Juan Bautista Palotta envió a dicho Señor adonde N. V. P. Fundador, a decirle si estaba de acuerdo con dicho cambio de voluntad de Monseñor Castellani, es decir, de dar a los Padres de las Escuelas Pías de San Pantaleón, por la Misa diaria, no 300 escudos anuales, sino 150 anuales solamente, y para el edificio de la iglesia 10.000 escudos en veinte años; quinientos después de la muerte del Señor Juan María, y -después de éstos- quinientos también durante otros ocho años, para el edificio de la casa, a gusto del mismo Emmo., quien podía disminuirlos, pero no aumentarlos. Me dijo -quiero decir, el susodicho Scaglia- que N. V. Padre le respondió: “Haga Su Emma. Como le plazca”. Y el capital de dicha herencia era de más de cien mil escudos.
De esto poco, se mantuvo durante algunos años, es decir, mientras vivió el Señor Juan Mª Castellani, la limosna de 150 escudos para la Misa. Y después de la muerte de éste, fuimos despojados de todo, en fuerza de dos testamentos hachos después de dicha donación, teniendo en cuenta, se dice en dicho testamento, la supresión de nuestra pobre Orden, hecha por el Papa Inocencio X. De estos testamentos habría mucho que decir.
Un gentilhombre del Sr. Cardenal Marcello Lanti, -me parece que era su secretario, el susodicho Sr. Santi Orlandi- en su muerte dejó una herencia, a partes iguales, a la Confraternidad de los Estigmas de San Francisco y a las Escuelas Pías de Roma. N. V. P. Fundador por no sé qué pretensión de dicha Confraternidad contra nosotros, prefirió perder una gruesa cantidad de escudos, antes que litigar; eran unos 800 escudos.
Muchas otras cosas parecidas pudiera contar, para demostrar el desprendimiento de N. V. P. Fundador y General de las cosas del mundo; pero las omito, para no alargarme más.
Notas
- ↑ Especialidad culinaria de origen genovés. Torta de huevo, rectangular o redonda, con capas superpuestas, rellenas de especialidades según las regiones.