BerroAnotaciones/Tomo1/Libro1/Cap05

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CAPÍTULO 5 De las hermosas atribuciones que recibió nuestro Don José Del Obispo de Lérida. [1583-1586]

Fueron tan heroicas las virtudes de nuestro Don José, y resplandecieron tan bien con la nueva dignidad sacerdotal, que su buen nombre se dejaba oír en los dos Reinos de Cataluña y Aragón. Así que Monseñor Ilmo. Obispo de Lérida lo llamó a su casa como Teólogo, Confesor y Padre Espiritual, aunque era muy joven en edad; y le dio además el encargo de Examinador público. En todos estos honores nunca fue posible seducirlo con nada inconveniente, con ninguna clase de favor o promesa, pues se atenía solamente la verdad del hecho.

Como, después de algún tiempo, este Prelado fuera elegido -por el Sumo Pontífice Sixto V, y por el Rey Católico Felipe II- Visitador de la Santa Casa e Iglesia de la Virgen de Montserrat, llevó consigo a nuestro don José Calasanz. Además de los cargos ya dichos, le dio también el cargo de Secretario de la Visita.

Llegados a aquel sagrado lugar, lo primero que nuestro Calasanz procuró fue tener una habitación desde donde pudiera estar a su gusto en aquel sagrado lugar, honrando, reverenciando y suplicando a la gran Madre de Dios. Le tocó una habitación que daba a aquella Santa Capilla, a la que se retiraba con mucha frecuencia a hacer sus oraciones, y, sobre todo por la noche, largas vigilias. Consideraba a la gran Madre de Dios como su único bien, o amada esposa de su alma, asistiendo siempre con gran alegría…Misa cantada, que se celebraba cada mañana, antes del día, en aquella santa capilla.

Comenzaron la visita con toda exactitud, y con la asistencia de un Regente, enviado por Su Majestad Católica. Si bien en esta visita nuestro Don José habría podido ganar mucho dinero, sin embargo, nunca tuvo otra finalidad que la gloria de Dios, la salvación de las almas y el bien público de aquella Casa, siendo fiel su oficio. De tal manera, que nunca pudo ser corrompido por ninguna clase de donativo, y no fueron pocos los que le prometían. Muchas veces avisó al Prelado que fuera cauto, sospechando de algo malo, porque se habían descubierto graves delitos en el manejo de tan grandes ingresos. Por eso, era muy amado de dicho Prelado y estimado por el Regente; pues veían que, en efecto, era él el que llevaba la mayor parte del trabajo de la Visita. Como el buen viejo Regente no podía estar si él, quería que, terminada la Visita, se fuera junto con él a Madrid, para tener ocasión de tratar con él de cosas espirituales, y le decía: -“De día, yo atenderé a la Corte según el oficio que tengo, después, la tarde la pasaremos en razonamientos y lecturas de cosas espirituales, pues le quiero abrir el interior de mi alma”. Y es que tenía de Calasanz un concepto de hombre muy espiritual. No fueron suficientes los avisos de nuestro Don José a Monseñor Obispo, de que estuviera atento sobre sí mismo; porque, inesperadamente, al cabo de seis meses, en sólo dos días de enfermedad, pasó a la otra vida, con no pocas sospechas de haber sido envenenado, dados los indicios tan evidentes que se veían de ello.

La visita quedó sin terminar, y el Regente, confuso como todos los demás, consultó entre ellos sobre qué Prelado sería a propósito para continuar la Visita. Nuestro Don José y el Ilmo. Regente, al dar parte a Su Majestad el Rey Católico de la muerte del Obispo de Lérida, le insinuaron que, el más a propósito que cualquier otro para continuarla, pensaban sería, quizá, Monseñor Obispo de Vic; a quien Su Majestad le envió la patente, que le fue presentada por nuestro Don José, que informó también a su Señoría Ilma. de cuanto se había hecho en la Visita, y pidió a Monseñor tuviera a bien favorecerlo con el mismo cargo de Secretario. Nuestro Calasanz se lo agradeció con la conveniente cortesía, retirándose a su pueblo con no poco dolor de dicho Ilmo. Regente, que le parecía perder a su Maestro en las cosas espirituales.

No fue sin particular providencia divina el que Monseñor Ilmo. de Vic no continuara el encargo de proseguir la Visita en Montserrat, porque poco después murió por enfermedad el Padre de nuestro Don José; pues, si éste no hubiera estado en casa, no le hubiera dado las ayudas que podemos imaginar, para que muriera santamente, y con los mayores consuelos internos que fueron posibles. Nuestro Don José tenía en este momento unos 30 años.

Notas