BerroAnotaciones/Tomo1/Libro3/Cap17

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CAPÍTULO 17 De un suceso en el Noviciado de Roma Que denota más dones En N. V. P. Fundador y General [1625]

Era el año 1625, o a primeros del año 1626. Se excavaba en nuestro Noviciado de Roma, para colocar el altar mayor de la Iglesia que precisamente entonces se construía, en lo alto de Quattro Fontane, en Monte Cavallo. Ya se había excavado todo el plano de la iglesia, cuando se descubrió una bóveda de ladrillo. Continuando la excavación, se encontró una sala también en bóveda con una ventanita tapada. Al destaparla, se vio un recinto bastante espacioso, de unos 12 o 15 palmos de lado, en una parte del cual, dos jarrones o ánforas de terracota con la embocadura obturada. Vio esto el P. Melchor [Alacchi] de todos los Santos, entonces Maestro de Novicios y Superior de la Casa, y, sin tocarlas, ordenó enseguida avisar de ello a N. V. P. Fundador y General, diciéndole que habían encontrado un tesoro; que, por ello, se acercara hasta Noviciado.

Le dieron el encargo, y él, sonriendo, dijo: -“Mi tesoro está en el cielo”; además de otras palabras que denotaban que, no sólo no le interesaba aquello, sino tampoco saber qué era. Y enviándolos de nuevo al Noviciado, les dio como respuesta que el P. Melchor y el H. Marco Antonio de la Cruz entraran ellos, porque era un tesoro de pocos julios, y bueno para el Hermano Pedro – este era un Hermano nuestro, pintor de piedra, o de jaspe sobre madera.

Cuando volvieron los enviados al noviciado, entraron en el local, y vieron que las dos ánforas estaban llenas de cobre verde, algo bueno, efectivamente, para el trabajo de nuestro Hermano Pedro. Entonces quedaros asombrados, al darse cuenta de que el P. Fundador había previsto de lejos la clase de tesoro que habían encontrado.

También todos los de la Casa Profesa admiramos la gran indiferencia de las cosas de este mundo, también de los tesoros, porque no se inmutó un segundo, no quiso moverse para ir allí, como habría hecho cualquier otro, dado que dicha sala estaba soterrada más de veinte palmos, con señales ciertas de un tesoro; porque las ánforas estaban llenas, la ventana tapiada, y dentro de un huerto de tierra movida, el zona de antigüedades romanas. Cuando después se supo, se comprobó que también sabía o penetraba bajo tierra.

Otra vez, el mismo P. Melchor oyó que nuestra Casa de San Pantaleón tenía mucha necesidad, por no sé qué deudas. Habiendo reunido unas cien monedas de escudos en el noviciado, se los mandó a N. V. P. Fundador y General, para que los empleara. Se los llevaron, y diciéndole lo que les habían ordenado, el, con un santo celo e indiferencia de toda ayuda de los hombres, y confiando sólo en Dios, respondió: “Díganle al P. Melchor que los emplee en las obras del noviciado, que yo no tengo necesidad, pues tengo un cajero mejor q1ue él, de un gran valor, que Dios proveerá a las necesidades de la Casa”. Y se los devolvió sin tocarlos. Todos nos quedamos admirados de este desapego y gran confianza en Su Divina Majestad.

Notas