BerroAnotaciones/Tomo2/Libro3/Cap15

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CAPÍTULO 15 Comportamiento De la cuadrilla del P. Esteban [1645-1646]

Para éstos tales, queridísimo lector, no había ya Reglas, ni Constituciones Regulares, pues vivían a su aire. La oración mental de la mañana y de la tarde, los exámenes de conciencia, las Letanías de los Santos, las de la Virgen María más los cinco Salmos, llamados por nosotros Coronilla de la Virgen, se habían desvanecido del todo entre ellos.

Los ayunos del miércoles y el viernes, no aparecían en sus Casas; las disciplinas del lunes por la tarde, el miércoles y el viernes, se habían perdido del todo; no sentían ninguna urgencia de las Constituciones hechas por N. V. P. Fundador General, y confirmadas por el Sumo Pontífice.

Los preceptos de la santa Iglesia, sabe Dios cómo eran interpretados, y los de Dios, con cuánta flojedad observados.

Porque todo su pensamiento era, sobre todo, destruir, tener oprimida, con calumnias, invenciones y maledicencia, a nuestra pobre Orden, al Fundador de ella y a los demás Religiosos que no se adherían a los caprichos del P. Esteban [Cherubini].

En segundo lugar, buscar engaños para encontrar dinero de las Casas de las Provincias, de una o de otra manera; bien gravando la Casa de San Pantaleón de Roma con deudas a su capricho, o con trampas diabólicas, como más adelante se verá. “Deplorandum certe!”.

Y en tercer lugar, su pensamiento consistía en hacer, en casa o fuera, entre ellos y sus secuaces, recreaciones o juergas, con no pequeña ofensa de S. D. M.; porque a ellas llevaban compañía, para ruina de sus almas y escándalo de nuestro pobre y santo Hábito, que tan indignamente llevaban.

Además, las carrozas, que también hacían públicamente entre sus amigos, las mascaradas en público Corso en la ciudad de Roma, a cuyo indigno cometido se vieron arrastrados por la Corte. Y todo ello lo tuvieron que sufragar, echándolo a la buena barba de la Casa de San Pantaleón de Roma, quiero decir, a la bolsa. Y las comedias que con tanto vituperio y tanto derroche hacían en el Colegio Nazareno, y con tanto alumnado, de aquellos pobres jovencitos, que estudiaban el amor y no las virtudes y las letras; y los juegos, que eran cotidianos y de todo tipo, y que cuidaban con todo cariño.

Si, para evitar la ofensa de Dios, el escándalo del Prójimo, y el deshonor de la pobre Orden, se decían estas cosas al Revmo. P. Silvestre Pietrasanta, Visitador Apostólico jesuita, o a Monseñor Asesor [Albizzi], todas se consideraban y publicaban como persecuciones, calumnias e imposturas. Con esto lo solventaban, porque no quería remediarlo. Pero después, se las guardaban en el corazón, para echárselas en cara a toda la pobre Orden, como se verá; con toda injusticia lo hacían.

El final de todos ellos fue que, en cuanto pudieron, dejaron el hábito de nuestra pobre Orden, preparándose antes bien la bolsa. Se da por cierto que todos fueron partícipes, o sabedores, del robo cometido en San Pantaleón. Pero Dios espera a todos cuando quiere, o para nuestro bien; o, si no, para el temible mal eterno.

Notas