BerroAnotaciones/Tomo3/Libro1/Cap42

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CAPÍTULO 42 Hechos insólitos De algunos animales [1646]

Sabemos que la sabiduría infinita de la divina Majestad se ha servido de animales irracionales para enseñar y reprender al hombre, como hemos leído en los Libros sagrados y en los santos Padres. Por eso, no le parezca ocioso al prudente lector que yo describa aquí cosas que sucedieron en las Escuelas Pías, vistas por mí en las casas donde he estado, y aprovechadas por mí para nuestro amaestramiento.

Estando yo de Superior en las Escuelas Pías de Mesina, había en aquella casa, entre otros animales, había una gatita, que se había acostumbrado tanto a ir a las funciones nuestras de casa que, apenas se daba la señal de la campanilla, aparecía ella al lugar señalado para tal función. Esto no sólo era en el Oratorio, en el que se colocaba en un rincón, y allí permanecía retirada y firme, con toda tranquilidad, sin runflar ni causar otra molestia durante todo el tiempo de la oración, u otra función que allí se tuviera.

Una vez, al sonar a la oración de la noche, la gata estaba echando fuera, en un aposento de la casa, el parto concebido; al oír la campanita, agarró con la boca el gatito que entonces acababa de parir, corrió a su lugar acostumbrado, sin tener en cuanta el dolor que debía de sentir, porque le estaba saliendo otro, que le pendía detrás, y oyendo yo los maullidos de los gatitos, ordené los sacaran fuera, al no saber de qué se trataba. Al nacer el segundo fue llevada al aposento, pero ella al momento volvió al Oratorio, comenzando ya a nacer el tercero. Yo vi, en efecto, el hecho, y que no se podía apartar a la gata del Oratorio, ni del afecto a los gatitos ya nacidos, ni del dolor que le causaban los que seguían naciendo, ni tranquilizarla con cerrar la puerta del local. Así que fue necesario dejar en su compañía a un viejecito de casa, con una vela que la distrajera. Considera lo que hace el hábito que se adquiere en nuestras acciones.

En otra de nuestras casas, estando yo también en ella, una gallina, después de encubar los huevos y que nacieran los pollitos, los estuvo criando unos pocos días; pero después los abandonó en el mejor momento, rechazándolos de sí con tristes picotazos. Y no fue porque quisiera encubar de nuevo, sino, verdaderamente, porque no quería cuidarlos. Pues mira la Providencia divina. Otra gallina se los cogió en custodia con tal cariño, que nos maravilló a todos nosotros; y no los abandonó, aun cuando ya eran grandes más de lo ordinario. Y ellos siempre se cobijaban bajo las alas, aunque ya no cabían por su corpulencia.

Notas