BerroAnotaciones/Tomo3/Libro2/Cap16

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CAPÍTULO 16 De la muerte del P. Glicerio de Frascati [1660]

Este nuestro Glicerio [Cerutti] de la Natividad del Señor era natural de la ciudad de Frascati, hijo de los Sres. Ascanio Cerutti. Vistió nuestro Santo hábito en tiempo aún de la Congregación Paulina. Fue ordenado sacerdote en 1625 en Roma, y yo le serví en la primera Misa. Era por naturaleza abstemio; por eso, en su primera Misa tuvo gran dificultad en tomar la SSma. Sangre. Fue muy reprendido por N. V. P. Fundador y General porque se entregaba a una vida especial y singular, tanto en el comer como en el beber; hasta tal punto que hizo falta moderar su rigor, y algunas veces sufrió desvanecimientos por debilidad, por lo que fue reprendido, como he dicho.

Fue Superior de varias de nuestras casas, también en Roma, y Provincial Romano. Era serio de carácter. Se estimaba y vendía por mucho más de lo que era, y no podía soportar ser advertido por sus defectos, ni siquiera por nuestro mismo V. P. Fundador. Dio señales de óptimos principios de virtudes religiosas; pero siempre tuvo esta vanidad de su propia estima y mucha consideración; aunque N. V. P. General y Fundador le tenía en cuenta y lo estimaba, él no correspondía; al contrario, descuidaba el amor y reverencia debida a todo Superior, y no digamos a un Fundador y General. Por eso, temo que Dios le retiró la mano en muchas gracias que le hubiera hecho, si hubiera correspondido.

Este P. Glicerio era uno de los que se mostraba más contrario al P. Fundador y General; y en las contradicciones o persecuciones que algunos de los nuestros hicieron a N. V. P. Fundador y General, él casi siempre estaba con los descontentos, disolutos e soliviantados. Con el P. Mario [Sozzi] y el P. Esteban [Cherubini], destructores de nuestra pobre Orden, no sólo era uno de los secuaces, sino también consultor; y, quizá, instigador. Fue por entonces a Nápoles con el título de Visitador, pero más para ser recaudador de mucho dinero, y otras cosas que exigieron de aquellas pobres casas. Llevó tales interrogatorios, y los hacía de forma tan sofisticada, que parecía un riguroso fiscal, y no un Religioso Visitador.

Se pasó a las Escuelas Pías de Pisa, y allí reunió a todos nuestros [HH. OO.] laicos, que pretendían las Sagradas Órdenes, y los ordenó, con descrédito de nuestro hábito, de las almas; entre ellas, la suya propia, y la de aquéllos también. Éstos, como al llegar al sacerdocio no podían soportar su dignidad y autoridad en el vivir y mandar, la abandonaron. Reunió en Pisa a algunas personas díscolas seculares o expulsadas de algunas de nuestras casas, a quienes les vistió nuestro santo hábito; quienes, después, lo echaron a él mismo de aquella casa, y, con escándalo de todos, erradicaron de Pisa la casa de las Escuelas Pías.

Cuando se supo la intención del Papa Alejandro VII de querer conceder muchas gracias a nuestra pobre Congregación, el P. Glicerio se unió con el P. Nicolás María [Gavotti] del Rosario, e impidieron todo lo que pudieron nuestro bien común; y aunque no consiguieron impedirlo del todo, fueron, sin embargo, causa de mucho daño, y de que no se recibieran mayores favores del sumo Pontífice, incluso los ya concedidos, aunque no se hubiera expedido el Breve, el cual, encomendado a una Congregación de Eminentísimos, fue muy reformado. Todo lo hacían porque temían que les pidieran cuenta de muchas cosas. Además, el General elegido fue muy indeciso en todas sus actuaciones y resoluciones, y no sólo no le pidió cuenta al P. Glicerio, sino que lo nombró Superior, o sea Rector, de la casa de San Pantaleón en Roma. Y, muerto el 1º General, éste 2º lo ensalzó más aún para que fuera todo suyo, y desde entonces muy amigo. Al día siguiente, el mismo P. General, queriendo convencer a los PP. Capitulares de que el Emmo. Cardenal Ginetti, Vicario del Papa y Protector nuestro, quería que dicho Padre fuera Asistente General, lo propuso; y, finalmente, quedó elegido como tal, en atención a las componendas que hicieron entre sus secuaces, poco amigos de las observancias. Esto sucedió el día 11 de mayo de 1659.

Su Divina Majestad, que ve nuestros íntimos secretos del corazón, y que el Asistente había sido elegido para destruir y no para levantar nuestra pobre Congregación, apenas pasaron algunos meses, y seguro sin llegar al final del primer año, mandó al P. Glicerio, Asistente General, una enfermedad, como había hecho con los otros perseguidores de nuestra pobre Orden, del todo irremediable, y juzgada incurable por los Sres. Médicos. Uno decía que estaba tísico, otro que era hidrópico. Fue tal y tan cruel aquella enfermedad, que le atormentó entre seis u ocho meses; y aunque le aplicaron todos los remedios que en Roma podía enseñar y encontrar la pericia de tantos y tan competentes médicos, incluso con el cambio de los aires de Roma por los de su Frascati nativa, y en tiempo de primavera, y otoño, nada le ayudaron ni los médicos ni las medicinas, ni los aires, ni los cuidados diligentísimos de nuestros Religiosos, desde octubre de 1660 estuvo luchando con la enfermedad, de tal forma, que ni él mismo sabía lo que quería. Y, finalmente, después de un mes de haber cambiado de aires la segunda vez, volvió de Frascati a Roma, con la esperanza de recuperar la perfecta salud bajo el consejo del médico. Contra la opinión de la mayoría, tomo una medicina en Frascati, que le produjo los efectos, no de triaca, sino de veneno; porque, en cuanto tomó la medicina, se abatió de tal forma, que en breve, después de recibir los Sacramentos de mano del mismo P. General, tan amigo suyo, pasó a la eternidad el día 29 de octubre de 1660. Antes de morir pidió perdón a todos por todo lo que les había ofendido de cualquier manera en los gobiernos por él ejercidos. Murió a la edad de unos sesenta y cuatro años en Frascati, y fue enterrado en la sepultura acostumbrada de nuestros Padres en nuestra iglesia.

Si tengo facilidad y encuentro la carta circular escrita por nuestro P. General Camilo [Scassellatti] de San Jerónimo, con ocasión de la muerte de este Padre, la consignaré debajo, porque demuestra el gran honor que en que le tenía; y también otra de Pisa, que contiene lo contrario que ésta.

Notas