BerroAnotaciones/Tomo3/Libro3/Cap07

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CAPÍTULO 7 Otra respuesta a otro escrito [1646]

Cuando se supo en Italia y fuera la publicación del Breve de reducción del Papa Inocencio X, hubo muchas reclamaciones sobre él ante la Santa Sede apostólica, que le urgían muy vivamente. La parte que había causado tanto mal, y había puesto en este aprieto al Sumo Pontífice, escribió a su vez una respuesta, que ahora no puedo encontrar, pero la he leído varias veces; estaba, con seguridad, entre las que conservaba. Pondré aquí la respuesta que se les dio, y por ella se deduce una buena parte de la propuesta.

Respuesta a una información dada [por Pietrasanta] para justificar la destrucción de la Orden de las Escuelas Pías.

1. Dice la información que Clemente VIII, en los últimos años de su Pontificado, pensó en este Instituto para la ciudad y distrito de Roma.

-Debía añadir que no sólo meditó en esta obra pía, sino que la benefició, ayudándola con toda liberalidad, asignando a sus operarios doscientos escudos anuales de limosna; y además, la habría estabilizado con mayores privilegios (como prometió), si no hubiera sido impedido por la muerte.

2. Que Paulo V la erigió en Congregación con reglas, y votos simples, dispensables por el Sumo Pontífice Romano; y que el hábito fuera modesto y decente, sin ir descalzos, por lo que se vio algún provecho.

-Podía haber añadido la razón por qué este Sumo Pontífice la erigió en Congregación de votos simples dispensables, etc. Él había experimentado qué útil era esta obra pía para el cristianismo, y por eso quiso que en algunos lugares fuera de Roma se extendiera, y fuera poco a poco estableciéndose cada vez más, etc.

Que el hábito fuera modesto y decente, sin ir descalzos. - Quien informa de esto demuestra no tener información completa de ello. Porque, en el tiempo de este Sumo Pontífice, el Sr. Cardenal Benedicto Giustiniani, fautor y protector de este Instituto, él mismo dio el hábito grueso y basto, y concedió al P. Fundador ir descalzos; a él y sus compañeros. Por eso, no creo que pueda llamarse inmodesto e impropio el hábito que Cristo nuestro Señor dio a sus discípulos, y Su Santidad, Nuestro Señor Paulo V, junto con dicho Cardenal, aprobó prudentemente a estos operarios. Por eso creo yo que vieron en ello cierta ventaja. Y aun cuando este hábito no hubiera parecido conveniente al Pontífice viviente, podía haberlo reformado sin destruir la esencia de la perfección religiosa.

3. Que en el Pontificado de Gregorio XV se tuvo muy en cuenta que alguien pudiera afectar santidad, para que no entrara la hipocresía en los operarios de esta Congregación.

-Este punto no puede ser conocido por quien no sea político y examinador de las acciones de los Príncipes. Pero a un buen cristiano le conviene conocer que la bondad, no fingida, sino verdadera de un Pontífice, y su tan santa intención, como reconoce todo el mundo, no aprobó nunca la piedad fingida, e muy bien en que se examinaran, en las prudentes Congregaciones de los Emmos. Cardenales, las acciones hipócritas para que las reprobaran. Que después privilegiara con votos solemnes a los operarios de dicha Congregación, a los que su antecesor había agraciado con votos simples, sin duda es porque los encontró dignos de sus favores, pues la experiencia le demostraba que eran provechosos a la Iglesia, y por eso añadió la mayor firmeza, mediante los votos solemnes, sin disminuir el rigor en el que vivían en tiempo del antecesor.

Así que la información, que supone, con cierto signo de animadversión, la hipocresía y la ambición de aquellos primeros operarios, y afectada santidad del Pontífice, resulta no ser verídica; más aún, es satírica. Porque, aunque se hubiera abrazado una vida religiosa y pobre bajo este santo Pontífice, ¿qué ley cristiana quiere o permite que se atribuya a ambición e hipocresía el vivir conforme al Evangelio? Añádase a esto el pensamiento de un piadosísimo Pontífice, y el común sentimiento pleno de una Congregación de prudentísimos Cardenales, como aparece en su Breve y decreto.

4. Que los Superiores de esta Orden pensaban fundarla en todas las partes del cristianismo, y que, por eso, la han llenado de turba vil.

-Lo que parece es que en esto deben ser alabados y no criticados, pues, tratándose de una obra buena, tan aprobada por la Santa Sede Apostólica, era natural que se deseara su ampliación y propagación, para utilidad general de los pueblos, y porque eran casi innumerables quienes la solicitaban. A pesar de la escasez de individuos se ha dado a muchísimos ese privilegio; a los Prelados y Príncipes, y a los que se les ha concedido la fundación, han sentido gran satisfacción, tal como dan completa e indudable fe de ello, a pesar de que los individuos no hayan sido caballeros del siglo (y tampoco de éstos han faltado); los otros, que son tachados de turba vil, lo han suplido a satisfacción de los pueblos con la virtud, como siervos de la Santísima Virgen y de Cristo. Por lo tanto, la tacha, que tiene más de política que de cristiana, viene desarmada por Cristo, quien “elegit infirma mundi ut fortiora quaeque confundat”.

5. Llama sátrapas a aquellos primeros compañeros del Fundador, título oprobioso, dado con el único fundamento de que nunca quisieron salir de Roma.

-Como este fundamento es falso, la acusación no puede ser verdadera. El P. General y Fundador, a los 15 años en el cargo, y viejo de 80 años, salió de de Roma para la fundación de Savona, Génova, Nápoles, Narni, etc. Y los otros compañeros suyos nunca tuvieron su residencia en Roma (fuera de estos últimos siete u ocho años). Y para atender a las diversas Provincias, se ha procurado, de la mejor manera posible, según las posibilidades, preparar individuos, si no eminentes, a lo menos muy aptos, para satisfacer los piadosos deseos de personas poderosas, que instaban para tener fundaciones en sus dominios.

6. Que los rigores y las reformas han sido causa de la relajación y cansancio de los individuos, para retirarse de las fatigas de la obra.

-Se verá muy pronto que los rigores no son la razón de tal defecto, sino la libertad de algunos pocos, poco amantes de la vida austera. Lo que pasa es que éstos mismos, para llegar al tramo final de una vida libre y secularizada, echan la culpa a las penitencias y a los rigores. Cuánto ayudan ellos a la vida regular, a los que se dedican a la educación de la juventud, lo testifican bien con la doctrina, pero mucho más con el ejemplo; y los santos Doctores, Basilio el Grande y Jerónimo el Máximo, que también se dedicaron -convertidos en cadáveres de penitencia- a enseñar a la aturdida juventud. Pero, si el rigor no se quería aprobar, por prudencia humana, se hubiera podido moderar, para que también el flaco en el espíritu pudiera seguir, pero no eliminarlo del todo, y dar amplia libertad a la sensualidad, con peligro, estando entre la juventud.

7. Que el P. Calasanz, por su debilidad, o mejor, ambición, ha creado, a su capricho, confusión en todo el gobierno, y haya llenado de gente inepta toda la Orden.

-A este punto responde toda Roma, donde el P. General, Calasanz, Fundador, ha vivido más de cincuenta años con suma edificación. A Dios corresponderá defenderlo en su tribunal; porque su modestia no quiere que, viviendo todavía, que prediquemos sus cualidades de prudencia y bondad de vida.

Que esto se lo ha opinado un hombre apasionado, lo demuestran las mismas palabras de la propuesta, donde se ve que la aparente debilidad es ambición; y por lo demás, sobre la gente inepta, responden satisfactoriamente las refutaciones anteriores, es decir, que no es gente inepta la que da satisfacción completa a quien debe.

8. Que en tiempo del Papa Urbano VIII, de feliz, memoria, han existido controversias entre los Superiores y los súbditos por el despótico gobierno de aquéllos y la incapacidad de éstos.

-Las quejas de algunos [HH. Operarios] laicos, que pretendían las Órdenes sagradas, y la oposición que tuvieron, no creo sean suficiente para una resolución extrema de destrucción. Además, por otra parte, iban siendo tranquilizados, y se podían arreglar, o bien dando satisfacción a los [HH.] laicos, o con su expulsión, si no querían escuchar los disturbios que los nuevos gobiernos, introducidos a base de favores, han causado. Porque no se veía en los individuos así favorecidos la virtud religiosa suficiente para el mantenimiento de la vida religiosa; y sólo se ha acudido a Superiores en los que han visto (si no queremos ocultar la verdad) cuán despótica y violenta ha sido la capacidad el nuevo gobierno, ante el cual los temerarios y audaces ocupaban el lugar principal.

Así que no de Calasanz, sino de la multitud de todo el cuerpo; no de su ambición (a la que claramente se opone), sino del celo de los más observantes, surgía aquel reclamo contra el intolerable comportamiento de quien gobernaba, a palo limpio, sólo a favor suyo. ¿De qué maravillarse si algunos Asistentes nuevos -no de los mejores de toda la Orden (como supone), sino de los buenos- no podían acomodar su voluntad piadosa, con la de quien practicaba vida seglar y no regular?

Por eso, fue necesario ceder, ante la fuerza del que estaba de continuo al lado de Nuestro Señor el Papa, y, con informaciones siniestras, podía tergiversar la piadosa intención del buen Pontífice, dejando el gobierno en manos de aquél a quien, después, pronto Dios se lo quitó.

9. Que el gobierno encomendado al P. Visitador y a otro, caminó tranquilo y bien durante algún tiempo, hasta que la ambición de Calasanz lo disturbó.

-A esto, que se afirma gratis, no es necesario otra respuesta, más que el testimonio de quinientos Religiosos que saben cuánto sufrimiento padecían con aquel gobierno; porque veían, en aquel tiempo, que la Orden se precipitaba a la ruina. Y el calificativo de ambicioso que se da a un viejo nonagenario, tan benemérito a la Iglesia de Dios, manifiesta el ánimo del que escribe la información.

10. Y que la causa de las Escuelas Pías se ha agitado durante dos años en una Congregación, por orden del Papa Inocencio, y no se ha encontrado otro remedio más que la reducción, por la resistencia de la Orden.

-Se sabe con seguridad, por cartas de un Eminentísimo, que se mostrarán cuando se pidan, que la Congregación había tomado, con la mejor disposición, otra resolución nueva sobre el establecimiento de la Orden, y de la reintegración del P. General y Fundador, Calasanz, al gobierno. Que, después, a los pocos días, haya aparecido una resolución tan distinta, como la que al presente recoge el Breve, salido de improviso, sin oír a la otra parte, ni escuchar a las defensas, ni oír las razones de la verdad del hecho. Además, que durante dos meses, y sólo dos veces, se haya reunido dicha Congregación, ¿no hace sospechar a hombres prudentes que se trata de ocultación, o de gran poder, de quien no quiere en la Iglesia de Dios el Instituto de las Escuelas Pías; que fue la piedad de Calasanz, desde el tiempo de Clemente VIII, de feliz memoria, y no la supuesta ambición e hipocresía, quien lo había fundado, con palpable progreso en Roma, y después lo dilató en varias Provincias.

Y que, para suyo mantenimiento, una Sagrada Congregación no haya encontrado otro remedio que la destrucción, esto no parece creíble. Pues si hubiera empleado otros medios, y no hubieran resultado bien, se podría entonces ver como probable en este punto esa información, que se ha dado por este expediente. Pero si no se ha intentado otro medio más suave, ¿por qué existe sólo este expediente?

11. Que el Instituto, reducido a Congregación de Curas, se sostendrá mejor, sin la aspereza y rigor de vida, con la pobreza en particular, pero no en común.

-No creo haya una razón, ni política ni Cristiana, ni humana, ni divina, que me haga entender esta paradoja, y me pueda persuadir de que la vida secular sea mejor para mantener un Instituto, que busca (como dice la misma información) individuos irreprochables; que lo pueda mantener mejor, repito, la vida secular que la regular. Y que, con la laxitud de los sentidos, en una vida sin disciplina, sin ayunos, sin mortificaciones y sin la austeridad, la Orden más casta pueda conservarse. La experiencia de un año demuestra qué poco católica es esta suposición. Pues, si había algo que se podía moderar de la austeridad, para agilizar el Instituto, no debía consistir en suprimir la observancia, pues no sólo suprime la pobreza en común, sino que concede al mismo tiempo la propiedad al individual, contra el dicho por quien reforma.

12. Que la sujeción a los Ordinarios es un remedio eficacísimo para el mantenimiento del Instituto, sobre todo en las tierras lejanas.

-Suponiendo la diligente vigilancia de los Obispos, se podría aceptar; pero la experiencia de la realidad nos muestra lo contrario. Pues si estos Sres. Prelados no pueden sustituir en las parroquias. Pero, ¿quién puede ver y conocer mejor a los individuos aptos que los Superiores de dentro? En cambio, los de fuera, al no conocerlos, nombran Superiores ineptos, y aun relajados en la vida, manteniendo junto a ellos a sus defensores.

13. Que a nadie, cualquiera que sea, le puede importar mucho que la Orden se convierta en Congregación, pues hay poquísimo cambio.

-Al contrario, quien tiene el nombre de defensor de la piedad, debe procurar con todo interés que el Instituto de las Escuelas Pías esté unido a la perfección regular, y no se vea reducido a una laxitud secular, como la que profesan infinitos [maestros] pedantes; ni tampoco con aquéllos disfruta el mundo el mismo beneficio que se recoge con estos operarios religiosos. Ni se puede hacer mucha filosofía, y que haya poca subversión allí donde existe la destrucción total de la perfección.

14. Que los profesos continúan obligados al voto, y no dispensados.

-Más perjudicial resultará aún meter entre ellos a los que pueden vivir por libre, sin estar obligados a las cargas regulares. Pues la doctrina de algunos doctores clásicos da ocasión a dudar bastante de que pueda existir un pacto cuando se violan las condiciones; pero esto importa poco.

15. Que hay mucha desigualdad si en una Provincia continúa la Orden, porque con semejante ejemplo otros Príncipes la querrán también ellos, y no se les podrá negar.

-No hay duda de que la uniformidad regular es más conveniente en cada lugar; pero el ejemplo, en nuestro caso, excluye la mancha de la desigualdad. Y, como los Príncipes seguirán insistiendo en ello, conviene que la Orden permanezca en el estado primitivo de perfección.

16. Que quizá estos Religiosos produzcan fruto en Polonia; pero esto se debe al Instituto, no a la Orden.

-Bien puede ser que dé pruebas de tener un natural muy enfermiza el que, ante un testimonio tan auténtico de un Rey y de todo un Reino, y tergiversa las acciones manifiestas de vida regular, unida a la piedad y a la enseñanza de la juventud,

Como si fuera jactancia nuestra, y recelo de la fidelidad Real. ¿Quién no sabe que el fruto procede, como primera causa, de la Orden unida al Instituto, y no del simple Instituto; y que la buena edificación del prójimo gira en torno a ellos dos?

17. Que la asignación de las limosnas, tal como hacen en Polonia, va contra las Reglas.

-Dichas Reglas, en el Capítulo de la Pobreza, manifiestan el error de quien esto afirma, y que no hay consecuencia en ello. ¿Es que hay que suprimir, de hecho, el rigor, porque las casas de Polonia viven de limosnas asignadas? Al contrario; dado que la premisa contradice la consecuencia, habrá que concluir: quítense estas asignaciones de limosnas, y manténgase en todos sitios la pobreza evangélica, que a todos sirve de buen ejemplo, y al hereje de estímulo para la conversión.

18. Que quien enseña no se debe ver reducido a comer un trozo de pan mendigado de la caridad de los fieles, y a dormir sobre un jergón.

-Este inconveniente se puede remediar con la ayuda de un colchón, y de una hogaza entera. Y mejor aún, con una asignación anual de limosna, como los fundadores han establecido en las casas de Polonia. Y el primero fue nuestro mismo Fundador, que lo estableció en Narni, sin que fuera necesario, por tan poca cosa, soltar la brida a la vida secular.

19. Que, en fin, Su Majestad debe quedar muy satisfecho de la Santa resolución tomada por Nuestro Señor el Papa, no suprimiendo el Instituto, sino el rigor que lo hace repulsivo.

-Al contrario, por eso mismo, el piadosísimo Rey no puede quedar satisfecho, al ver que el Instituto de las Escuelas Pías, que él considera utilísimo, queda, de hecho, destruido por semejante resolución, quitándole el decoro de la vida regular, que lo embellecía, y aquel rigor que lo hacía fructuosísimo.

En toda Italia se hicieron muchos escritos a favor del estado regular de la Orden de los Clérigos Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías. En Sicilia, en Génova, en Toscana, en Roma. Yo en tenido en mis manos algunos de ellos, pero al no encontrarlos ahora, mantengo que quedaron entre los otros citados por mí tantas veces con lágrimas, porque gran parte de ellos fueron quemados.

Aquí pondré el que escribió en Germania el M. R. P. Valeriano[Notas 1] Magni, teólogo capuchino, hermano del Ilmo. Señor Conde Magni[Notas 2], Patrono de la ciudad de Stráznice, en Moravia.

Notas

  1. Ver P. Jorge Sántha, “P. Valeriano Magni y las Escuelas Pías”, en Ensayos Críticos pp. 73-86, Calatayud Libreros, Salamanca 1976.
  2. Francisco Magni, Conde de Straznitz, fundador de una casa escolapia en esa ciudad y hermano del célebre capuchino Valeriano Magni. Amigo y bienhechor del Instituto, luchó todo lo que estuvo de su parte hasta conseguir la fundación. Se carteó con Calasanz y su amor a las Escuelas Pías creció con la amistad del P. Casani, durante los años 1638-1641. Se mostró magnánimo con el colegio que había ayudado a fundar e hizo importantes donaciones al mismo. El amor al Instituto se manifestó también en la ayuda que prestó en todo lo referente a las vocaciones. Durante los años 1643-1648 ayudó a Calasanz para que no suprimieran la Orden y después de la reducción de la misma, para que volviera a su primer estado. A fines de 1646 y principios de 1647 en nombre del Rey Ladislao IV, hizo una embajada al Papa Inocencio X en favor de las Escuelas Pías. No obtuvo nada de momento, pero fue en cierta manera fundamento de la restauración que vendría un decenio más tarde. El mismo trabajó para salvar las Escuelas Pías en Polonia, cosa que tampoco consiguió. El momento más difícil cara al Instituto lo tuvo a principios del 1648 en que debido a las situaciones adversas, a las malas condiciones económicas por las que pasaba y al mal ejemplo de algunos Padres, le hicieron pensar, vivo todavía Calasanz, dejar la fundación de Straznitz. No llevó a la práctica su propósito y permaneció fiel al Instituto hasta su muerte, ocurrida el 6 de diciembre de 1659 cuando tenía más de 60 años de edad (cf. EEC. 742-1).