CaputiNoticias02/451-500

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[451-500]

  • 451.-. Llegados al Colegio Nazareno, entraron donde estaba el enfermo. Al decir al P. Esteban que había ido el P. General, se volvió de la otra parte, y dijo que quería descansar, sin más. El Padre dijo que no molestaran al enfermo. Le pusieron, para que se sentara, una silla baja de paja; y, al sentarse, la silla se rompió, y el P. cayó encima; pero, gracias a Dios, no se hizo daño. Se levantó, se sentó, y estuvo allí más de una hora, hablado de la enfermedad con aquellos Padres, esperando, a ver si el P. Esteban se volvía, pero no se movió de su postura; siempre estuvo con la espalda vuelta hacia el Padre.
  • Se puso en pie, se acercó a la cama, y llamándole con voz sonora, como de costumbre, le dijo: -“¿Cómo se encuentra, P. Esteban?”.
  • Se giró el enfermo, y le contestó, diciendo: -“Padre, yo estoy bien, gracias a Dios; estoy un poco alterado, pero pronto me levantaré de la cama, porque no es nada grave”.
  • 452.- El P. Juan le dijo: -“Déjeme ver el pulso”. Lo observó, y le dijo: - “Su enfermedad no es tan ligera como piensa; cuide primero de su alma, y prepárese a hacer una buen confesión, que es lo que importa. Encomendémonos a la Divina Voluntad; y después preocúpese de los medicamentos que le den los médicos, sin pensar en otra cosa, que yo haré oración por usted, y se lo pediré a todos los demás. No tema, que yo no lo abandonaré nunca. Siento estar tan lejos, y soy viejo; no quisiera irme, pero mañana, si Dios quiere nos volveremos a ver; mientras tanto, prepárese”.
  • El P. Esteban le respondió: -“Nunca me han dicho que esté tan mal; pida a Dios por mí, y haré lo que me dice”. Se despidió el Padre, dándole la bendición; y le dijo que estuviera alegre, y se preparara para confesarse, “que mañana, si Dios quiere, nos veremos”.
  • El Sr. Flavio preguntó al Padre cómo le parecía que estaba el P. Esteban, y le respondió: -“Me parece que está mal, aconséjele que se confiese. Hagamos primero lo que manada Iglesia, y después dejemos hacer a Dios, que lo que él hace es lo mejor. Haré oración y haré que la hagan los demás; y remitámonos a Su Divina Voluntad”. El Sr. Flavio se puso a llorar, diciendo: -“Padre, he hecho tanto muchos para que salga adelante; pero si Dios no quiere, hágase su Voluntad”.

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453.- Acompañado el Padre por el Sr. Laercio y por todos los Padres del Colegio, le preguntaron cuándo quería volver, para poder enviarle una carroza. Les respondió que volvería a las diecinueve horas, que no dejaran de prepararlo para que se confesara. Esto fue el viernes. El Padre se subió a la carroza, junto con el P. Juan Bautista [Andolfi] del Carmen, y el P. Ángel [Morelli] de Santo Domingo, quienes lo acompañaron a San Pantaleón.

Yo estaba delante de la puerta cuando retornaron; y, al acompañarlo a la habitación, enseguida le pregunté: -“Padre, ¿cómo está el P. Esteban? ¿Se muere?” Me respondió: -“Qué sé yo si se muere; será lo que Dios quiera. Hagamos oración por él, para que Su Divina Majestad lo ayude; en lo demás no pensemos. Avisen mañana al P. Camilo [Scassellati] que me envíe la carroza en cuanto coma; que esté aquí a las diecisiete horas, no sea que le ocurra algo, y no hagamos lo que se debe”.

Por la mañana avisaron al P. Rector, para que enviara la carroza a las 16 horas, como hizo puntualmente. Al llegar adonde el enfermo lo visitó, y le preguntó si se había preparado para confesarse; y le dijo que, después, sería muy conveniente que recibiera el Viático.

454.- Ordenó llamar al P. Nicolás Mª [Gavotti], se confesó y recibió el Smo. Sacramento como Viático. Tan pronto como comulgó, comenzó a entrar en delirio, diciendo muchas cosas; y, acordándose en su fantasía de los sucesos pasados, ora decía una cosa, ora otra; y tanto las extremidades de las manos como las de los pies las tenía frías como el hielo.

En aquel momento llegó el Sr. Juan María Castellani, el Médico, y observándolo, le dijo que tomara un poco de comida, ya que había alimentado también el alma, que era lo principal. Él le respondía que estaba bien y no sentía ningún mal, a no ser que las vísceras le corroían. Y luego pasaba a otros temas. El Padre se estuvo con él hasta muy tarde, y luego se fue a Casa. Esto fue el sábado.

Al anochecer, ordenó llamar a la oración un poco antes; hizo una exhortación a todos, para pedir a Dios por el P. Esteban, porque estaba muy grave, y que S. D. M. le ayudara, le diera paciencia en la enfermedad, y recibiera todo de su mano.

El domingo por la mañana, hacia las dieciséis horas, llegó a San Pantaleón el P. Camilo de San Jerónimo, Rector del Colegio Nazareno, y dijo al P. General que el P. Esteban le había enviado a pedirle perdón, pero que lo hiciera delante de los Padres.

455.- Llamaron a los Padres: Al P. Juan de Jesús María, es decir, al P. Castilla; al P. Francisco [Baldi] de la Anunciación; al P. José [Fedele] de la Visitación; al P. Vicente [Berro] de la Concepción; al P. Buenaventura [Catalucci] de Santa María Magdalena; al P. Ángel [Morelli] de Santo Domingo]; y al P. Juan Carlos [Caputi] de Santa Bárbara. Reunidos todos, sin saber para qué, el P. Camilo, Rector, se arrodilló delante del P. General, y le dijo que le pedía perdón en nombre del P. Esteban [Cherubini], por todas las cosas en las que le había ofendido, y por los daños que había hecho a la Orden; que de todo aquello le pedía perdón, cuando ya se preparaba para la muerte; que, por amor de Dios, lo perdonara; que pedía también perdón a todos; que le excusaran su pasión usada contra el P. General; y todos los demás Padres, con palabras semejantes. Esto hizo que todos lloraran de ternura, viendo con cuánto afecto expresaba aquellas palabras.

456.- El P. General le respondió que pidiera perdón a Dios por sus pecados, que él ya le había perdonado desde el primer día; que todos aquellos Padres también le perdonaban de todo, gustosos, y que sentía una grandísima alegría de que tuviera estos sentimientos, que son los de un buen religioso. –“Yo haré oración, para que Dios le sostenga, le dé fortaleza de espíritu, y persevere en este buen deseo hasta el final”.

A mí me pareció conveniente decir al Padre que, ante esta buena voluntad del Padre Esteban, se llamara a un Notario que estipulara un acto público; porque, en el curso del tiempo, serviría mucho a la Orden, dado que se podrían esclarecer mucho las cosas, mediante estas expresiones públicas, cuando se produjera la ocasión.

A esto respondió un Padre [Juan de J.M.] que no parecía bien que nuestras cosas las supieran los seglares ni el Notario, dando a entender que se trata de pasiones, y que aún perduran las discordias. Ante esto, todos alzaron los hombros, y no hubo más. Pero después, cuando se fue el P. Camilo, algunos Padres lo consideraron mejor; dijeron que se había cometido un error, y se debía corregir con todo respeto; pero como no estaba el P. Camilo, no se hizo más.

En cuanto el P. Camilo se fue, el P. General dio orden de tocar la campanilla de Comunidad, y todos los Padres y Hermanos fueran al Oratorio, porque les quería hablar; que dejaran todo, pues era una cosa de mucha importancia; y los que estaban confesando hicieran lo mismo.

457.- Cuando llegaron todos los Padres y Hermanos, se sentó, como solía hacer cuando hacía las conferencias de los domingos. Mandó que se sentaran todos, e hizo un bellísimo discurso acerca de la muerte, diciendo que cada uno estuviera preparado, ante la incertidumbre de la muerte, porque no se sabe cómo, ni dónde ni cuándo; y que el P. Estaban de los Ángeles, en la flor de su juventud, estaba a punto de morir, y había enviado aposta al P. Camilo, Rector, a pedir perdón a todos por los daños que había causado a la Orden; a que todos hicieran oración por él, para que el Señor le perdonara sus pecados; y que todos le perdonaran, pues no era poco que hubiera recapacitado. Habló de la semejanza con el hijo pródigo, que había ido adonde su Padre, quien lo recibió con grandísima fiesta y alegría. –“Lo mismo debemos hacer nosotros, perdonarlo y pedir a Dios por él. Y hoy, de dos en dos, con toda comodidad, vayan a toda costa a consolarlo con palabras espirituales; o a visitarlo; y que no falte ninguno a hacer este acto de piedad, pues es nuestro Hermano. Y todo lo que le hagamos a él lo harán después con nosotros”. Con esto terminó su paternal discurso, y luego despidió a todos.

458.- Este discurso lo hizo con tanto espíritu y fervor, que lloraron a todos de ternura; y cada uno prometió hacer lo que había dicho el Padre. Después de comer -que era domingo, día 9 de enero de 1648- las funciones terminaron tarde. El P. Castilla, Superior, ordenó que fueran primero a San Pedro, y después a visitar al P. Esteban, como había dicho el Padre.

Fueron todos los Padres y Hermanos, como les había exhortado el buen viejo; menos dos, que fueron el H. Felipe [Loggi] de San Francisco, el Portero, y el H. Francisco [Noverascio] del Ángel Custodio, Cocinero, que, por sus ocupaciones no pudieron ir. Todos hicieron, con toda puntualidad, lo que les había dicho el Padre.

A mí me tocó ir con el P. Buenaventura [Catalucci] de Santa María Magdalena, el cual, acercándose al lecho, preguntó al extenuado enfermo cómo se sentía. Le respondió que estaba bien, pero un poco alterado, y esperaba salir muy pronto de la cama. El P. Buenaventura sacó del pecho un Crucifijo y lo exhortó a bien morir, diciéndole muchas cosas. Para no importunarlo tanto, le dijeron que ya bastaba, que lo habían visitado ya muchos Padres y Hermanos, y no estaba bien molestarlo tanto. En aquel momento llegaron el P. Francisco [Baldi] de la Anunciación y el P. Carlos [Mazzei] de San Antonio, de Ancona, y nos fuimos.

459.- En el recreo de la tarde se comenzó a hablar de la enfermedad. Parecía que iba para largo, porque hablaba muy bien, estaba con todos los sentidos, respondía a otros temas, y sólo de vez en cuando vacilaba la mente. Pero, para no entrar en otras materias, se cambió de discurso, hasta que terminó la hora de la recreación, con el fin de no dar ocasión a alguna pasión, y se dijera algo del P. Esteban.

Terminadas nuestras funciones, y recibida la bendición de nuestro Padre, de nuevo recordó a todos que rogaran por el P. Esteban, que se había agravado y no tenía ya esperanza de vida. Después se ordenó ir a dormir.

460.- El lunes por la mañana, 10 de enero de 1648, sonó la campanilla de la oración a las 12 horas, como de costumbre, y me vino el pensamiento de que, si moría el P. Esteban, se perderían las escrituras y los libros de los que me había hecho recibo. Comencé a pensar cómo se podía hacer para recuperarlos. Pregunté al P. Castilla si le parecía bien que fuera a hacer alguna diligencia, y me respondió que le dijera algo sobre esto al P. General, y viera su parecer. No quería molestarlo, porque estaba en la cama, y me respondió: -“Vaya, que no duerme”.

Entré donde el Padre, pedí la bendición, y le dije: -“Padre, me ha venido un pensamiento; si le parece bien a Su Paternidad, lo realizaré; si no, no lo haré; se lo he dijo al P. Castilla y me ha respondido que se lo diga a S. P. Me respondió: -“Diga, pues”. –“El P. Esteban tiene algunos libros y escrituras de la Casa, de los que me hizo un recibo hace algunos meses; y, si muere, se perderá todo, pues no se sabe quién los tiene ni dónde están. He penado ir con alguna misión a preguntarlo; quizá se saque algo de viva voz, para recuperarlos”.

Pareció bien al Padre mi pensamiento, y me respondió: -“Vaya de mi parte, y dígale que le he enviado a ver cómo se encuentra. Procure que ninguno oiga esta conversación; pregúntele dónde tiene lasa escrituras y los libros de los que usted tiene recibo; pero hágalo de manera que pueda responderle con pleno conocimiento, porque a veces vacila y no sabe lo que dice; pregúntele de nuevo siempre que no hable a propósito, y haga que lo repita varias veces, para asegurarnos al menos de dónde tiene las escrituras.

461.- Cuando llegué al Colegio, pregunté cómo estaba el P. Esteban, y dije que iba de parte del P. General para saber cómo estaba. Salió fuera el Sr. Flavio, llorando, el P. Nicolás María [Gavotti] -que habían estado allí durante la noche- el Dr. Pablo de Barberiis, Carlos [Bruneri] de Santa Cecilia, y otros Padres; me dijeron que estaba con normal conocimiento, y bastante animado. Cuando quise entrar adonde el enfermo, su hermano me dijo que no lo molestara mucho hablando. Entré solo; cerrando por dentro, me acerqué a su lado, y, saludándolo, le dije: -“¡Buenos días, P. Esteban! El P. General me ha enviado a ver cómo se encuentra, y si ha descansado esta noche. Él sigue haciendo oración por su salud, quiere que se cure, esté bien, y se levante pronto de la Cama”.

462.- Me respondió con estas precisas palabras: -“Agradezco al P. General que siempre me haya querido bien. Ha venido dos veces a visitarme, lo mismo que todos los de San Pantaleón. Esta mañana quiero levantarme e ir a hacerle una visita, si Dios quiere, porque he estado y estoy bien”. –“Bien recibido será –le respondí- porque tanto el P. General como todos los demás deseamos su salud. Todos lo verán con gusto, porque todos lo quieren de corazón. Esperemos que pronto se recupere y pueda ir”. –“Quiero ir esta mañana a toda costa; dígale al P. General que quiero ir a visitarlo. Sé que V. R. tendrá a bien hacerme este favor de que vaya a decirle cómo estoy. Mire si ya es de día, que quiero levantarme. ¿Dónde están mis vestidos?”Le dije que era muy de noche, que el tiempo estaba perturbado y parecía que quería llover; que no era momento oportuno, haciendo tanto frío; que tenía abiertos los poros, y no estaba bien ponerse en ningún peligro de muerte para ir a visitar al P. General. –“Me parece de mala crianza no hacerle una visita; pero, como el tiempo no lo permite, esperaré, e iré después de comer”.

463.- Me pareció muy oportuno continuar la conversación, y seguí diciéndole: -“El P. General pide por usted continuamente, porque también usted lo quiere mucho, por el afecto que le demostró ayer, cuando envió al P. Camilo, con aquellas expresiones que nos comunicó, de que le perdonara, como todos los demás Padres, que han venido a visitarlo. Me dice que quiere saber dónde están las escrituras que usted tiene guardadas, para que, si ocurre algo, lo que Dios no quiera, se puedan recuperar. Esto no es nada malo, y, en cambio, dará una grandísima satisfacción al Padre”. Me respondió que se adhería gustosamente a cuanto deseaba el P. General. –“Pero, cierre la puerta, para que no entre nadie, ni pueda oír lo que hablamos”. –“Ya he cerrado; nadie puede oír –le respondí-, que todos están calentándose al fuego, y hablando juntos”.

464.- -“Las escrituras –me replicó- están en el Despacho de la Cámara de D. Carlos, Secretario de Monseñor Asesor, a quien se las di en custodia. Están dentro de una saca que no conoce más que él y yo. Se las di a él para que estuvieran seguras, pues tenía cierto miedo de que me las quitaran. Allí están las escrituras, tanto del P. Mario [Sozzi] como del P. Silvestre Pietrasanta, que recuperé después de su muerte. Tenga en cuenta no decírselo al Padre en presencia de nadie, para que no se haga ninguna burla ni ninguna broma; y vaya a recogerlas. Si yo me muero, vayan adonde D. Carlos, y díganle que la saca con las escrituras que llevó el P. Esteban, y las puso bajo su techo, se las devuelva a quien diga el P. General. Se podrá fiar del P. Jorge [Chervino], que fue conmigo cuando se las llevé; y, aunque no subió adonde D. Carlos, lo conoce, y tiene confianza en él”.

Le repliqué que dónde estaban los libros de los que me había hecho un recibo, para que, si Dios quería otra cosa de él, los pudiéramos recuperar. –“Los libros están en casa del Sr. Flavio, mi hermano; si le muestran mi recibo se los dará enseguida; incluso yo le diré algo”. Terminada la conversación, le dije: -“Padre mío, quiero decirle una cosa, que me preocupa mucho, que quizá no se la han recordado estos Padres, para no molestarlo. Sería bueno que V. R. pida con su propia boca la Extremaunción, para que, fortalecida su Alma, consiga pronto la salud del cuerpo. Usted es prudente, y sabe mejor que yo la virtud de este Sacramento; así, revigorizando sus fuerzas, podrá ir cuanto antes a devolverle la visita al P. General”.

-“Tiene mucha razón. Hágame el favor de llamar al P. Rector, si ya no duerme, o al P. Jorge, que yo mismo les pediré la Extremaunción”. Abrí la puerta, llamé al P. Jorge, y buscó la Extremaunción. Yo, mientras tanto, me retiré. Me dijo que se lo agradeciera al P. General; y que, después de comer, iría a devolverle la visita; que a toda costa quería ir.

En aquel momento llegó el Sr. Juan María Castellani, el Médico; le observó y dijo que sería bueno darle los Santos Olios, porque le quedaban pocas horas de vida. –“Y dice bien –añadió- que irá a visitar al P. General”. Y con esto me despedí y volví a Casa.

Me llamó el Sr. Flavio, su hermano, que quería saber lo que me había dicho el P. Esteban, con la puerta cerrada, en su larga conversación; y si yo le había dicho que recibiera la Extremaunción.

466.- Le respondí que le había llevado una embajada de parte del P. General, y él no quería que lo oyera nadie. Y, en cuanto a darle la Extremaunción, me pareció bien decírselo, “para que no ocurra algún incidente, y luego no haya tiempo, y echen la culpa a nuestros Padres”.

–“Me ha dicho más; que en Casa de Su Señoría hay algunos libros de nuestra biblioteca; que, mostrándole su recibo hecho por él el año pasado, Su Señoría me los devolverá”. Me respondió: -“Padre mío, ha hecho mal en decirle que quiere darle la Extremaunción, pues se asustará y le acelerará la muerte; estamos esperando al Médico, y no puede tardar”. –“El Médico ya ha venido –le respondí- y ha dicho que se le dé, que le quedan pocas horas de vida. Lo que a mí me disgusta es llevar esta noticia al P. General, aunque a mí no me parece está tan mal, porque discurre como sano, y no parece tener ningún mal”.

El Sr. Flavio comenzó a llorar, diciéndome que pidiera al P. General que rezara a Dios por él, “para poder conformarnos con su Santísima Voluntad, pues en el mundo no tengo a nadie más que a este hermano, por el que he hecho tantos votos, y Dios no me escucha”. Siguió llorando, y yo me despedí. Volvía a Casa, y dije al P. General todo lo que pasaba. Él me respondió: -“Dios le dé un feliz tránsito. Ahora prepárelo todo, que le diré la Misa por un Enfermo; de lo demás hablaremos después de las Clases, que ya es hora. Vaya a hacer lo que necesito, que después, cuando vuelva de acompañar a los alumnos, veremos lo que se debe hacer”.

467.- Terminadas las Clases, me tocó acompañar a la Fila del Popolo. Cuando llegamos a la calle de la Scrofa, dejé allí a los alumnos, porque aún no había dicho la Misa. Cuando volvía, cerca de la Sapienza encontré al Sr. D. José Palamolla, Secretario del Cardenal Ginetti, Vicario del Papa, que me preguntó de dónde venía, y qué hacía el P. General; y que él venía de San Pedro, donde se había enterado de que había muerto “aquella buena pieza del P. Esteban, el compañero de Mario, que ha perseguido a aquel pobre Viejo, y destruido la Orden”.

Quedé atónito ante aquellas palabras; le pregunté cómo lo sabía; que no podía ser, “pues hace dos horas que yo falto; estaba bien y discurría perfectamente; hemos estado juntos más de dos horas, y hemos tratado diversos asuntos”.

468.- -“Sea como quiera –me replicó- a mí me lo ha dicho el P. Gavotti cuando iba a decir Misa por él a San Pedro; porque ya lo había visto expirar. Además, también el Sr. Juan María Castellani me ha dicho que ha muerto; y que ha muerto abrasado por la lepra, que le ha quemado los intestinos, como le pasó al P. Mario; que era imposible que pudiera resistir, pues es un mal incurable, que no tiene remedio con que poder vencerlo; y que se ve claramente que es un castigo de Dios, por los malos tratos que ha dado a aquel Pobre Viejo. ´Que Dios lo tenga en el Paraíso. Salude al P. General, y que pida a Dios por mí”.

Cuando volví a Casa, entré en la Sacristía, donde encontré al P. Castilla. Le dije en pocas palabras que ya había muerto el P. Esteban; que me lo había dicho el señor Palamolla, y a él se lo había dicho el P. Nicolás María, cuando iba a decirle una Misa en San Pedro; y también lo había dicho el Sr. Juan María Castellani, quien lo había visto morir. –“Y, como es tarde, y los Padres ya han comido, yo quiero decirle la Misa”. El P. Castilla se lo comunicó enseguida al P. General, que le preguntó quién se lo había dicho.

469.- Le respondió que se lo había dicho el Sr. Palamolla al P. Juan Carlos [Caputi], “que ahora ha ido a decir la misa”. El Padre lanzó un suspiro, diciendo: -“Esperemos al P. Juan Carlos, para que nos diga cómo lo ha sabido”. En cuanto terminé la Misa me llamó, y mientras estábamos hablando, llegó el P. Jorge. Dijo que había muerto el P. Esteban, “y hace un poco lo llevaban los obreros dentro de un ataúd”. Yo le repliqué que había dicho verdad; y que me había dicho muchas veces que, después de comer, iría a devolver la visita al P. General. Entonces el P. Jorge dijo que también a él le había dicho muchas veces que quería ir a devolver la visita al P. General; y que, después de haberse ido el P. Juan Carlos, había preguntado qué tiempo hacía, porque después de comer quería ir a San Pantaleón, a devolver la visita al P. General, “lo que nos hacía pensar que no iba a morir. Pero el P. Juan María [Gavotti] enseguida que lo vio, dijo que le aconsejáramos la extremaunción, porque le quedaban pocas horas de vida. –“Y así ha sucedido, porque, en cuanto recibió los Santos Olios, sin pasar media hora, empezó a delirar de nuevo, se puso en tránsito, y se murió. Apenas hecha la recomendación del alma, expiró enseguida”. El Sr. Juan María quiso hacer las diligencias para ver de dónde procedía su mal. Le hizo la autopsia, para ver las vísceras –porque este médico era hombre insigne en anatomía-; encontró que todas estaban abrasadas por la lepra. Y, en presencia de todos, declaró que era una peor que la del P. Mario [Sozzi]; porque la de Mario salió fuera, y ésta estaba oculta, y había hecho falta un milagro especial para poderla curar; “y se ve claramente que ha sido un castigo de Dios, por las ofensas hechas al P. General y a la Orden”. Lo mismo dijo el P. Jorge que le había dicho el Sr. Juan María Castellani, médico de cabecera de nuestros Padres, del que se hablará en otro lugar, para conocer su final.

470.- Mientras se hacían estos comentarios, llegaron los obreros, trayendo el cuerpo del P. Esteban en un ataúd cerrado, a la usanza de Roma. Ya en el patio, algunos eran del parecer de llevarlo al Oratorio, para cantarle el Oficio de Difuntos; y otros, que se llevara a la Iglesia, para no causar disgusto al P. General, ni afligirlo más, dado que la puerta de su habitación daba al mismo Oratorio; que era mejor llevarlo a la Iglesia, como así se determinó.

471.- Una vez en la Iglesia, fue el P. General, lo vio, lloró, e hizo una oración por él. Los Padres le pidieron que subiera arriba y no se afligiera más; que pidiera a Dios por su alma, que era lo que más importaba.

El Padre fue acompañado a su celda, y se puso en oración. Luego ordenó que a la mañana siguiente se le cantara la Misa, y cada uno le hiciera los sufragios acostumbrados. Los sacerdotes le dijeron tres Misas; los Hermanos -los que sabían leer- tres Oficios de Difuntos, y los otros, tres Rosarios; que se le tratara como si fuera uno de la Comunidad de San Pantaleón, lo que todos cumplieron puntualmente; y que por la tarde se le cantara el Oficio de Difuntos, al que quiso estar presente en todas las funciones.

Reunidos todos los Padres en la Iglesia, para ver el cadáver del P. Esteban, hablaban de darle sepultura. Algunos opinaban colocarlo en la sepultura donde estaba el P. Mario de San Francisco, su compañero.

472.- En aquel momento llegó el P. Camilo [Scassellati], Rector del Colegio Nazareno, y pidió al P. Castilla que ordenara ponerlo en un lugar aparte, no en aquella sepultura, porque, a pesar de todo, había sido Superior y Procurador General; que, si no, las gentes pensarían que había sido sepultado con el P. Mario por desdeño y odio; y, además, a su hermano le parecería mal. Tanto supo decirle, que el P. Castilla condescendió a cuanto le había propuesto el P. Camilo.

Algunos Padres se oponían, diciendo que, así como que habían sido tan fieles compañeros en vida, así estuviera unidos muertos. Y como alguno comenzaba a oponerse de forma despectiva, el P. Castilla dio orden de que salieran todos, y de que fuera sepultado por la tarde.

Cundo todos los Padres habían salido, el P. Castilla mandó que se retirara su Confesionario, y debajo se abriera la fosa donde fuera sepultado, como así se hizo. Ni el P. Castilla ni el P. Camilo quisieron irse de allí hasta que estuvo soterrado. Este Confesionario estaba cerca de la puerta del Campanario, y al otro lado de la Capilla de Santa Catalina se hizo otro. A pesar de que algunos no querían, el P. General aprobó la prudencia del P. Camilo y del P. Castilla, es decir, que habían hecho bien en no meterlo con el P. Mario, para no dijera la gente que se había hecho por venganza.

Por la tarde se cantó el Oficio de Difuntos en el Oratorio, con asistencia del Padre; y a la mañana siguiente se cantó la Misa; y todos los demás Padres dijeron la misa por su alma, y los dos días siguientes. Esto tuvo lugar el día 11 de enero de 1648.

473.- Terminadas estas funciones, comenzamos a pensar qué era lo primero que se podía hacer, para recuperar las escrituras que tenía D. Carlos, el Secretario de Monseñor Albizzi, Asesor, no fuera que terminaran mal. Yo dije lo que a mí me había dicho el P. Esteban, es decir, que el P. Jorge [Chervino] conocía a Don Carlos, y que, cuando llevó dichas escrituras, fue en compañía del P. Esteban.

El P. General mandó llamar al P. Jorge, y le dijo que procurara ir adonde el despacho de Don Carlos, Secretario de Monseñor Albizzi, Asesor, y lograra que le diera la saca llena de escrituras, que tenía debajo de la cama, que el P. Esteban le había dado en custodia, a quien él mismo había acompañado cuando se las llevó; pero que tenía mucho interés en que no se supiera nada de este asunto, a fin de que no surgiera ninguna dificultad; se acompañara de una persona de confianza, para que no lo contara, y llevara luego la saca a San Pantaleón, porque él mismo quería verlo todo, no fuera que las escrituras acabaran mal.

474.- El P. Jorge aceptó este compromiso gustosamente. Como acompañante fiel, llamó al P. Juan Bautista [Andolfi] del Carmen, y fueron juntos al Santo Oficio. Allí encontraron a Don Carlos, a quien el P. Jorge dijo hiciera el favor de devolverle la saca que le había dejado el P. Esteban, “aquella tarde en la que vinimos juntos, donde hay algunas escrituras; porque el P. Esteban ha muerto, y ha dejado dicho que venga yo a buscarlas, que, aunque son cosas que no sirven, queremos ver si hay alguna escritura interesante, y las demás se quemarán, pues la mayor parte son cartas suyas; y no está bien que se sepan los negocios de los Religiosos, sobre todo si se trata de cosas odiosas”.

D. Carlos le respondió que, efectivamente, había oído decir que había muerto el P. Esteban, pero no creía fuera cierto, porque no había visto a ninguno de los Padre. Pensaba que había sido algún comentario; y no sabía siquiera si Monseñor sabía algo aún. –“En cuanto a las Escrituras, llévelas cuanto antes, pues me parece tener cien mil demonios debajo de la cama, cuando veo esta bendita saca, que me espanta. Yo no quería recibirla, pero ante la gran insistencia que me hizo el P. Esteban, la cogí contra mi voluntad, al decirme que no quería que lo supiera nadie. “Llévesela cuanto antes, para quitarme este miedo”.

475.- Llamaron a un criado para que llevara la saca, y Don Carlos dijo a los Padres que salieran y le esperaran fuera del Portón, porque iba a acompañar al criado hasta fuera, a fin de que, cuando saliera, el portero no le pusiera ninguna dificultad, y se enterara Monseñor, que querría saber lo que había dentro de la saca, “porque no es tan fácil sacar Cosas del Santo Oficio, sobre todo escrituras, que son cosas golosas, y aquí se mira todo con gran minuciosidad”.

Los Padres esperaron fuera. Llegó D. Carlos con el criado que llevaba la saca, y la trasladaron al Colegio Nazareno. Después, por la tarde, el P. Jorge fue a San Pantaleón, y llevó las escrituras al P. General. Éste me llamó, y comenzamos a desatar algunos mazos de escrituras del P. Mario, hasta los papeles que se escribía con el P. Esteban; todo lo que habían hecho; las escrituras del P. Silvestre Pietrasanta, y, en particular, dos escrituras escritas de su propia mano, informes hechos a la Congregación de Cardenales, que contenían Cosas relacionadas con nuestra Orden; una iba a favor, y otra, en contra de nuestro Instituto. Había un Proceso original preparado, en distintos tiempos, contra el P. Mario, que demostraba sus imperfecciones, y la santidad del P. General.

Había otros mazos del P. Esteban, que contenían todo su gobierno. Muchas escrituras a favor y en contra de la Orden, con algunos papeles de muchos de sus amigos, que contenían muchos asuntos, y algunos procesos; y el Breve que había cogido el P. Esteban para salirse de la Orden, del que yo me serví después, para hacer ver al P. D. Torcuato de Cupis, de la Compañía de Jesús –después del año 1652- que los que se salían de la Orden no quedaban dispensados de los votos, como él pretendía, y como veremos ampliamente en otro lugar.

477.- Había también una escritura de mano del P. Nicolás Mª del Rosario, llamado Gavotti, hecha por él, contra el Venerable P. Pedro [Casani] de la Natividad, sobre la Visita original realizada por el P. Pietrasanta, y la que hizo el P. Glicerio [Cerutti] de la Natividad en Nápoles. Y, para terminar, estaban hasta las papeletas que se escribían entre sí el P. Mario, el P. Pietrasanta, Esteban y Juan Antonio [Ridolfi].

Todo lo quiso ver y oír el P. General. Cuando en la lectura se sentía aludido, suspiraba diciendo: -“Que Dios le perdone, como yo le he perdonado”. Se necesitaron más de dos meses para revisarlas todas. A pesar de ello, se cometió un grandísimo error, al no hacer un inventario de ellas.

Estas escrituras no las manejó después más que el P. Vicente [Berro] de la Concepción, y yo. Después de revisarlas, las pusimos dentro de una Caja del P. General, donde fueron cerradas con una llave que sólo me dejaba a mí, cuando sucedía algo.

Un día fue necesario buscar una escritura sobre la validez de nuestros votos, hecha por el P. Pascual, teatino, que había mandado a buscarla, porque había perdido el original. Con esta ocasión se vieron todas las escrituras concernientes a esta materia, que habían escrito más de cuarenta teólogos de Roma, la mayor parte Religiosos, para impugnar la validez de los votos, que era lo que quería demostrar el H. Ambrosio [Ambrosi] romano, el favorecedor de los Hermanos, lo que fue el principio de la ruina de la Orden. El P. General cuidaba mucho estas escrituras, y no quería que las viera nadie; las guardaba con tanto recelo que, cuando se abría la Caja, quería estar él presente.

478.- La escritura de la que he hablado, de mano del P. Nicolás Mª Gavotti contra el Venerable P. Pedro, decía que había ordenado llevar no sé qué dinero al P. Marco Antonio Magalotti, florentino, pariente del Papa Urbano VIII, para dar a entender que prestaba dinero a seculares, en contra de la Regla; en ella se veía su animosidad contra aquel Padre de tanta perfección.

Como aquel escrito de su mano le remordía tanto al P. Nicolás Mª, puso tanto interés en él, que consiguió llegara una embajada de Monseñor Asesor, diciendo que se le devolviera aquella carta, que fue quemada y no se volvió a ver.

479.- Después de la muerte del Venerable Padre, dichas escrituras las recogió el P. Vicente [Berro] de la Concepción, quien las custodió hasta el año 1656, cuando salió el Breve del Papa Alejandro VII, y el P. Castilla, General, lo envió a Narni, a ocupar el puesto del P. Juan Esteban Spinola, que había sido nombrado Asistente General. Fue nombrado Rector de la Casa de Narni, y Confesor de las Monjas de San Bernardo. Las escrituras me las entregó a mí, es decir, las que tenía él, porque muchas de otras las tenía yo aún, dentro de la Cajita, y las cuidé hasta el año 1559.

480.- Por entonces, ocurrió el caso del P. Ángel [Morelli] de Santo Domingo. Fue llamado a Roma a instancia del Príncipe Leopoldo de Florencia, hoy Cardenal, para traducir un libro árabe de Matemáticas, junto con el Sr. Giona, hebreo cristianizado, Doctor de la lengua hebrea en la Sapienza de Roma, y con el Sr. Alfonso Borrelli, Lector de Matemáticas de la Academia de Pisa.

Al puesto del P. Ángel en Chieti, fui enviado yo. Como aquélla es Casa de mucho crédito, fue enviado por pocos meses, mientras se hacía la traducción del libro. Y, como no tenía ninguna otra persona de mayor confianza a quien dejar las escrituras, se las dejé al P. Pedro [Mussesti] de la Anunciación, Asistente General y Rector de la Casa de San Pantaleón, para que las conservara fielmente; pero, engañado por dos Padres, bajo pretexto de llevarlas al archivo, la mayor parte fueron pasto de las llamas.

Cuando después, en el año 1660, volví a Roma a pedir dichas escrituras al P. Pedro, y me contó lo sucedido, ¡oh, qué gran tristeza caí yo, al encontrarme con una falta tan grande! Tanto es así, que aquel Padre, causante de que se quemaran las escrituras, cuando aún no habían pasado ni dos o tres meses, murió medio tísico en Frascati. Se llamaba P. Glicerio [Cerutti] de la Natividad, de Frascati, que había sido uno de los primeros consultores del P. Mario [Sozzi] de San Francisco, como ya se dijo en la 1ª Parte.

481.- Había en Roma un Prelado de uno y otro Tribunal, Canónigo de San Pedro, llamado Monseñor Juan Andrés Castellani, de Carcare, diócesis de Acqui -en los confines entre Piemonte y el Genovesado- que era bienhechor particular nuestro, por la devoción que tenía a nuestro Venerable Padre, a quien conocía desde el tiempo del Papa Paulo V. Un tío suyo, llamado Bernardino Castellani, era médico de este Papa, e hizo mucho por sacar adelante a Juan Andrés, su sobrino. Le dejó muchas riquezas, y, como he dicho, lo hizo Canónigo de San Pedro, y Prelado de ambos Tribunales.

Tenía este Prelado un hermano uterino, llamado Juan María Castellani, médico primario del Papa, todos amigos y benefactores nuestros.

482.- Monseñor Castellani quería tanto a nuestro Venerable Padre Fundador, por haber conocido sus extraordinarias virtudes, que casi siempre estaba con él. Como veía el fruto que sacaba con su Instituto entre los niños Pobres, le animó a abrir una Casa en Carcare, su Patria. El Padre, para complacerle y demostrarle que el amor era mutuo, quiso ir él mismo a hacer dicha fundación, de lo que Monseñor quedó muy agradecido, y, para corresponder con él, buscaba ayudarle siempre con todo lo que podía.

Terminada la fundación, el P. General dejó allí al P. Benedicto Cherubini, hermano del P. Esteban Cherubini, para terminar las obras del edificio. Pero como no lo hacía según el gusto del Padre, ni tampoco de Monseñor Juan Andrés, envió en su lugar al P. Pablo de la Concepción, llamado Pablo Ottonelli, de Fanano. Este continuó y adelantó mucho las obras, con muchísimo gasto y satisfacción de Monseñor, como se lee en muchas cartas que le escribía desde Roma el P. General, desde el año 1622. Tanto fue así, que se terminó el edificio con toda perfección, y se abrieron las Escuelas, el Estudio y el Noviciado; de forma que, cuando fue allí el P. Juan Esteban Spinola, había ya cuarenta individuos, que se encontraban muy bien. Toda la ilusión de Monseñor estaba puesta en llevar adelante esta nueva fundación, que comenzó cuando aún vivía Bernardino Castellani, pero no con tanto fervor como tenía este Prelado.

483.- Yo lo conocí el año 1637, cuando era Novicio, y el Noviciado estaba en la Quattro Fontane, cerca de Montecavallo, porque iba con frecuencia al Noviciado. Una vez me vio hacer una dura mortificación que me había puesto el P. José Esteban Spinola, Maestro de Novicios. Consistía en llevar al cuello una gruesa cuerda, como un cordel de buey, de quince palmos de largo, que colgaba detrás de la espalda en forma de lazo anudado. Cuando Monseñor Castellani me vio, estábamos todos los Novicios en la sala donde se trabajaba el paño, y mi oficio era el de escardar la lana. Se quedó atónito, y dijo al P. Maestro, P. Juan Esteban:

-“¿Qué es eso, y cuánto hace que este pobrecito lleva esta cuerda al cuello? ¿Qué ha hecho?”

El Padre le respondió: -“Es un triunfo; hace dos meses que la lleva, y tiene que llevarla otros dos. Él está contento y la lleva a gusto”. Le replicó: -“Por amor de Dios, hágame el favor, y quítesela”. Enseguida me llamó el P. Spinola, y, arrodillándose, mandó quitármela, diciéndome que se lo agradeciera a Monseñor.

Y cuando iba con el P. Pablo, francés, no le hablaba de las derrotas, como hubiera podido hacer, contándole que cuatro galeras de España habían apresado a veinte francesas. Esta conversación la tuvimos hace dos meses, mientras paseábamos por el jardín. En esta ocasión lo conocí por primera vez; y, como era aún vasallo de España, cada vez que iba al Noviciado, quería verme, y a veces lo teníamos en alguna recreación.

484.- El año 1646, cuando fui a Roma, enseguida pregunté por Monseñor Juan Andrés Castellani, a ver si vivía. Me respondió el P. Francisco [Baldi] de la Anunciación, de Peruggia: -“Vive aún, pero malvive”. Y empezó a contarme la desgracia que había tenido. Y es que este Padre era su Confesor, y no hacía nada sin consultarle a él y al P. General.

Más de dos años antes de morir, pidió varias veces al P. Francisco de la Anunciación, su Confesor, que le ayudara a escribir su testamento, porque quería disponer de la mayor parte de sus haberes para obras pías, reconociendo que cuanto había adquirido, todo provenía todo de las actividades eclesiásticas. Finalmente, convenció al P Francisco a escribir su testamento, conforme le dictaba el mismo Monseñor, quien lo cambió muchas veces, porque andaba buscando la manera de ayudar a la Casa de San Pantaleón; pero como nosotros, en aquel tiempo no podíamos poseer, lo fue disponiendo de manera que la mayor parte fuera de los Padres de las Escuelas Pías.

485.- Este testamento no se podía hacer tan secreto que no llegara a los oídos del Señor Juan María Castellani, su hermano, y de la Señora Juana, su hermana; porque, casi cada día, veían encerrados a Monseñor y al P. Francisco. Y comenzó a sospechar que Monseñor estaba haciendo el testamento. Y pedía a dicho Padre que, cuando estuviera dispuesto a hacerlo, le moviera a que, a la muerte, le dejara autorización para poder testar tres o cuatro mil escudos a Juan María.

El P. Francisco le respondió, que, por ahora, Monseñor no tenía esta intención, sino que andaba ajustando sus cuentas e intereses, pues, como era viejo, quería dejar sus cosas claras; que, cuando estuviera dispuesto a hacerlo, le recordaría lo que el Sr. Juan María deseaba.

486.- Un día Monseñor mandó llamar al P. Francisco para terminar el testamento. Comenzando a discurrir sobre la materia, le expuso el deseo del Sr. Juan María, es decir, que, después de su muerte, le dejara la autorización de poder testar tres o cuatro mil escudos, de la parte de Monseñor; por lo que le quedaría siempre agradecido.

Monseñor le respondió: -“¿Qué es lo que quiere el Sr. Juan María? Él tiene su parte, gana en su profesión al menos quinientos escudos al año; le dejo los muebles de la Casa, argentería, caballos y carrozas, y el Palacio mientras viva. Que esté siempre con mi hermana, y no la maltrate con en el pasado. No sé qué anda buscando. Éstos son bienes eclesiásticos y quiero dejarlos a lugares píos, porque así me lo dicta la conciencia, y lo he consultado con los mejores teólogos de Roma. No quiero hacer otra cosa. Dígale claramente que no pienso hacerlo; que lo que le dejo es lo que sobra; que no puedo hacer otra cosa, por el bien de su Alma y de la de nuestro tío; que procure alejarse de cualquier tentación de ofender a Dios, se cuide de su alma, que es lo que más importa, y viva como debe”.

El P. Francisco dio la respuesta al Sr. Juan María, con más suavidad de como se lo había dicho Monseñor, diciéndole que se debía contentar con lo que le dejaba, pues le dejaba Dueño de toda la Casa y del Palacio, y que fuera bueno con su hermana, la Señora Juana. Y, en cuanto al poder de testar, en conciencia no quería ni podía hacerlo; y, lo que más deseaba, era que estuviera tranquilo.

487.- Cuando el Señor Juan María oyó esta respuesta, se sintió algo ofendido, y dijo al P. Francisco: -“Que haga lo que quiera. Que recuerde que no puede contar ya más conmigo ni con mi hermana, pues me hace un gran agravio, al no dejarme de heredero. Yo, verdaderamente, no he querido casarme. Ésta ha sido siempre nuestra disensión, y por esto nunca ha podido verme”.

Ante esta situación, Monseñor se apresuró a hacer la estipulación del testamento, y se lo mandó copiar al P. Francisco. Le dejaba tres porciones de sus cosas a su hermano, además de muchos legados que hacía a muchas personas, y declaraba a un sobrino suyo de Carcare Dueño único de tres mil escudos. “Que se entreguen los legados a los particulares; y a los Padres de las Escuelas Pías de San Pantaleón, trescientos escudos anuales “in perpetuo”, con obligación de decirle una misa cotidiana en el altar privilegiado del Santísimo Crucifijo, y un Aniversario cada año, cuando pase de esta vida”. Esto ocurría el día 10 de diciembre, día en que murió.

488.- De lo restante, decía que se hicieran tres partes. La 1ª porción, para el Colegio Nazareno, que quedaba obligado a gastar no sé cuántos centenares de escudos cada año en las obras de la Iglesia de San Pantaleón. Y, terminadas las obras de la Iglesia, la suerte principal quedaba a beneficio del Colegio, con la obligación de mantener a seis alumnos de la Tierra de Carcare, siendo preferidos sus parientes de la Casa Castellani.

La 2ª porción, se la dejaba a la Cofradía de los Santos Apóstoles, de Roma, que tiene por Instituto hacer la Caridad a todos los Pobres vergonzantes, y darle las medicinas gratuitas a toda la gente Pobre, con un estipendio a los médicos de los Barrios. Pero con obligación de que dicha Cofradía quedaba obligada a dar también toda clase de medicamentos a los Padres de las Escuelas Pías “in perpetuo”, y a asignarles un médico del Barrio de San Eustaquio. Y, si no cumplía con dicha obligación, la Cofradía quedaba privada de dicho legado, sin más declaración.

489.- La 3ª parte, se la dejaba a los Padres del Oratorio de la Chiesa Nuova, llamada de Santa María in Vallicella, fundada en Roma por San Felipe Neri, “con la obligación de que hagan una biblioteca a los Padres de las Escuelas Pías de San Pantaleón, y la mantengan “in perpetuo”, bajo pena de caducidad, si no cumplen su voluntad; y que su cuerpo sea sepultado en dicha Iglesia, en la sepultura hecha por Bernardino Castellani, tío suyo, donde han sido sepultados todos sus parientes; y que, al firmar el testamento por mano del P. Francisco, su Confesor, lo firmara en cada folio, y luego lo cosiera”.

Puso sobre él siete sellos, y mandó llamar al sustituto del Notario de Sanctis, Notario del Vicario del Papa, quien lo estipuló todas las solemnidades, más siete testimonios de personas, todas conocidas y acreditadas. Y quiso que, de nuevo, se llamara al Notario, a quien fue consignado el testamento, declarando que no se abriera sin la asistencia del P. Francisco de la Anunciación, su Confesor, y del P. Virgilio Spada de la Chiesa Nuova, limosnero del Papa Inocencio X, y sus ejecutores testamentarios. Terminada la función, Monseñor quedó muy contento, por haber cumplido lo que deseaba, con toda satisfacción.

490.- Una de las copias del testamento de Monseñor quedó en manos del P. Francisco, su Confesor, que después cayó en mis manos, y la he conservado muchos años, con otras escrituras pertenecientes a este negocio.

Por la tarde el Sr. Juan María volvió a Casa, donde le dijeron que Monseñor había hecho el testamento, y lo había entregado ya al Notario, por lo que comenzó a montar en cólera, diciendo al P. Villani, Camarero de Monseñor, del cual era el mejor confidente, que se maravillaba de que no le habían avisado que Monseñor había estipulado el testamento, sin que él lo hubiera sabido, pues deseaba estar presente.

Se excusó Pedro Villani, diciéndole que él no sabía nada de este hecho, que se había acordado de improviso; que si lo hubiera sabido le habría avisado con mucho gusto.

Por la mañana el Sr. Juan María, fue, como de costumbre a hacer la visita a los enfermos del Espíritu Santo, y, terminada su función, se fue a la Administración, a recibir su mandato, la Merced de la Santa Casa, la paga de cada mes; y, se ausentó con Jerónimo Scaglia, Administrador Mayor del Espíritu Santo -que era de Cómo, de Milán, y había sido educado en nuestras Escuelas de Roma, con otro hermano suyo, Cura, llamado D, Juan Scaglia, Sacerdote muy honorable- comenzaron a reflexionar.

El Administrador Jerónimo se dio cuenta de que Juan María el médico, estaba muy nervioso, que aquella mañana no bromeaba con él, como de costumbre, por lo que Jerónimo le preguntó cuál era la causa de su melancolía.

491.-Le respondió que Monseñor, su hermano, había hecho un testamento cerrado, a pesar de que él le había pedido que, a su muerte, le dejara una autorización, para poder testar unos tres o cuatro mil escudos, y no la había querido hacer, “y sabe Dios a quién se los habrá dejado”.

Scaglia le respondió que, si no era más que eso, no se disgustara, que él lo remediaría todo con gran facilidad, y conseguiría revocar el testamento sin ninguna dificultad; sólo necesitaba que él ordenara revocarlo; y no sólo podría testar tres o cuatro mil escudos, como deseaba, sino treinta mil.

Se animó el Sr. Juan María, y le preguntó cómo se podía hacer, porque Monseñor era hombre muy experto, llamado “Mario Mari”, ser su Procurador, y revolver Roma como quería; un hombre de tanto crédito, que ganaba todas las causas, lo que no era cosa de poco, pues se trataba de cien o más miles de escudos.

492.- -“Déjame hacer a mí, dijo Scaglia. -“En Casa, ¿quién es aquél de quien más confía Monseñor, para hacer que no pueda avisar a nadie de fuera?; porque solucionado esto, se hará con toda facilidad lo que haga falta”.

Le contestó que no se fiaba de nadie, más que del Camarero, “que se llama Pedro Villani. Monseñor no se fía de otro más que de él; él lo hace todo; lleva las embajadas hacia adelante y que vuelvan hacia atrás, tanto al P. Francisco de las Escuelas Pías, como al P. Virgilio Spada, y a Mario Mari, su Procurador”.

-“Muy bien –le respondió- Haremos lo siguiente. Apartaremos a Pedro Villani del servicio de Monseñor, pondremos a otro Camarero, y después haremos lo que nos plazca. Esto lo haré yo, sin que Su Señoría se preocupe lo más mínimo. Basta con que me asista, y me deje actuar a mí. Esto lo podremos hacer hoy mismo, sin perder tiempo, ya que la cosa está fresca; porque después, si envejece, no es tan fácil remediarlo”. Quedaron de acuerdo en que, al día siguiente de la visita al hospital, le hablaría de nuevo, y concluirían lo que habían de hacer.

393.- Se acrecentó tanto la tentación del Sr. Juan María que, apenas llegado a Casa, se tragó un bocadillo, contra su costumbre; volvió al Espíritu Santo, y dijo a la Señora Juana, su hermana, que tenía mucho trabajo, porque faltaba el otro médico, y tenía que hacer la visita él solo; que después hablarían del asunto; pues, a toda costa, quería ponerlo en ejecución, para informar con claridad a los Consultores de su hermano. Terminada la visita al hospital, se fue a la Administración, encontró a Scaglia, y comenzaron a reflexionar sobre cómo lo debían hacer, para despedir del servicio de Monseñor a Pedro Villani.

Scaglia propuso que fueran juntos adonde Monseñor; que, para entonces, el Sr. Juan María enviara fuera a Pedro, a hacer algún servicio; y, cuando estuviera fuera, cerrarían la Cancela, y le diría que no lo recibiera más en su Casa, porque no lo quería; y después le dejara hacer a él con Monseñor; le hablaría de tal manera, que aceptaría admitir a otro Camarero; y, una vez sacado éste de Casa, podría conseguir la revocación del testamento, como él quería.

494.- Le pareció bien la proposición a Juan María. Se dirigieron a la Casa de Monseñor, donde les abrió enseguida el Camarero. Scaglia le preguntó que qué estaba haciendo Monseñor. Le respondió que se había retirado a rezar el Oficio; y Juan María dijo enseguida a Pedro que cogiera el manteo y el herreruelo, y fuera a llevar una embajada al P. N. de la Iglesia; que le dijera viniera pronto, “para el negocio que él sabe”; que volviera pronto, para que, en cuanto Monseñor terminara de rezar el Oficio, estuviera preparado.

Pedro cogió el herreruelo y el Sombrero; y, cuando estuvo fuera de la puerta, Juan María le dijo que no volviera más a su Casa, porque no lo quería, que a su hermano no le faltarían Camareros. Le cerró la Cancela, y se quedó fuera. Pedro comenzó a decirle: -“Yo no conozco para nada a Su Señoría, sirvo a Monseñor, y él es mi Patrón”. Le respondió:

-“Despotrica lo que quieras; aquí no tienes nada que hacer; no te quiero en mi casa”.

Empezaron a discutir y a gritar; tanto, que Monseñor lo oyó, se asomó a la ventana y, preguntando a Pedro qué pasaba, le respondió que el Sr. Juan María, y otro, lo habían echado de Casa, sin saber por qué.

–“Espérese y no se vaya, que yo le abriré, dijo Monseñor. Salió fuera y, encontrando a Juan María y a Scaglia, comenzó a decirles: -“¿Cómo entran ustedes adonde mi Camarero, y lo echan fuera?”.

El Sr. Scaglia se adelantó, diciéndole: -“Monseñor, es cosa justa,

-para estar en paz, y dar gusto al Sr. Juan María- despedir a este Camarero, que trastorna la Casa de arriba abajo, y maltrata a los Dueños”. Monseñor comenzó a gritar, diciéndoles que la Casa era suya, y nadie tenía que decirle lo que él debía hacer; y llamaba continuamente a Pedro, quien, desde la escalera le gritaba que le abriera.

Temiendo que Monseñor se asomara a las ventanas que daban a la calle, y llamara a la guardia -que estaba cerca, junto a la Iglesia de Santo Tomás, en el Barrio del Parione, donde está el Baricello y los esbirros con los espías del Cardenal Vicario- se descubriera el caso, y fueran castigados, agarraron a Monseñor y lo encerraron dentro de la estancia, para que no se asomara a las ventanas de la Plaza, como razón principal.

496.- Pedro bajó al patio, y llamó de nuevo a Monseñor. Se asomó a la ventana, y volvió a llamar a Pedro, que gritaba desde abajo. Y lo mismo Juan María, que, desde la Sala, le decía que se fuera, y no intentara traspasar más aquella Cancela; y si volvía a Casa, ordenaría que lo apalearan; todo en medio de mil injurias.

La Señora Juana, desde arriba, pedía a Pedro que se fuera a Casa, que ya era tarde, que volviera a la mañana siguiente, y ella misma le abriría, que Monseñor no podía estar sin él. Ante aquello, Monseñor seguía gritando: -“¡Pedro, Pedro! ¿Dónde estás?”. Finalmente, viendo la obstinación en no abrirle, y temiendo alguna afrenta, se fue. Pero el Pobre Prelado quedó como prisionero. No hacía sino: -“¡Pedro, Pedro! ¿Dónde estás?”.

497.- Ya tarde, al anochecer, D. Carlos, su Capellán, le llevó la lámpara; y, al darle las buenas noches, Monseñor le preguntó qué quería. Le respondió: -“Traerle la lámpara”. –“Sí -le replicó-, pero cómo se atreve a entrar a traerme la lámpara? ¡Quítela de aquí! Que venga Pedro; no quiero ver a otro. ¡Márchese de aquí, que también usted me traiciona!” Y comenzó a gritar: -“¡Pedro! ¿Dónde estás? ¡Cocinero, llama a Pedro; no quiero que aquí entre nadie”. Se encerró dentro, a obscuras, y fue imposible hacer que abriera. De las ventanas del Patio continuaba llamando, ora al Cocinero, ora a los sirvientes, que no podían subir, pues la Cancela estaba cerrada y no les querían abrir. Entonces fue cuando Juan María y Scaglia comenzaron a intrigarse, sin saber cómo remediarlo, pues, si de esto se enteraba “Mario María”, sería un fracaso.

Así que pensaron llamar a la Señora Juan, para que bajara. Juan María, su hermano, comenzó a decirle que procurara tranquilizar a Monseñor, le ordenara abrir y le llevara la lámpara. Y si le preguntaba por Pedro, le dijera que le había llamado su mujer a Casa, y ella le había dado licencia; y que por la mañana lo llamaría de nuevo, y no le obligaría más a salir de Casa, añadiendo que Monseñor había hecho testamento a gusto de Pedro, “y sabe Dios lo que habrá hecho, pues es el Dueño, y nosotros los Servidores”.

498.- La hermana llamó a su puerta, y dijo a Monseñor que abriera, que era Juana. Tanto le suplicó, que abrió la puerta, y, cuando entraba con la lámpara, él le preguntó: -“¿Dónde está Pedro? ¡Quiero a Pedro, y a ninguno más, que todos son traidores!”

Le respondió que a Pedro lo había llamado su mujer, y, como era tarde, ella le había dado permiso; que de mañanita ordenaría a un servidor que lo llamara; que no se enfadara, que ella misma estaría siempre con él, para que no tuviera ningún miedo.

Le replicó: -“Deja la lámpara y vete, que no quiero a nadie, no quiero cenar esta tarde, quiero a Pedro y a nadie más”.

La buena Señora quería seguir hablando, pero Monseñor continuaba: -“Retírate, que no quiero saber más; que mañana es la fiesta de Todos los Santos, y me han inquietado; no sé lo que ha tramado aquí Juan María. Han echado de Casa a Pedro; me han hecho a mí prisionero en mi Casa, y han tenido hasta el atrevimiento de encerrarme. ¡Basta! ¡Vete, y no mandes aquí a nadie! Quiero ir a la cama, y si no viene Pedro, no abriré.

Salió fuera la Señora Juana, y dijo a su hermano: -“¿Por qué habéis hecho esto con Pedro?” Monseñor quiere que venga, es necesario llamarlo, pues no quiere comer, si no es mediante sus manos; y esta noche no quiere tampoco que le calentemos la cama, ni quiere comer, porque no está Pedro”.

Le respondió: -“Haz lo que quieras, pero Pedro no va a volver ya a nuestra Casa, sabiendo que en ello le va la vida. Así ha de ser. -¿“Por qué ha de ser así? Como dice Monseñor, ¿No es él Dueño de su Casa? ¿Qué vais a hacer con él, que nos da cuanto hace falta? ¿Va a tener él un Camarero a nuestro gusto? Harás que enloquezca, seréis la risa de toda Roma. Yo soy Mujer, sin embargo conozco la razón. No es justo que Monseñor sea maltratado. ¿Por qué encerrarlo en la Cámara, con tan poco respeto?”

Scaglia intervino, diciendo: -“Señora, este Camarero se ha hecho Dueño absoluto de la Casa; vive con una mujer, y Monseñor no tiene el servicio debido a una persona anciana; el Sr. Juan María tampoco lo quiere, y es cosa justa, para la tranquilidad y la paz de Casa. Póngase Su Señoría de acuerdo con Monseñor, para que admita a otro Camarero, que no faltas; mañana traeré yo dos, para que pueda elegir el que le plazca y parezca más a propósito. El Sr. Juan María es amigo mío, y quiero satisfacerle, para que no esté inquieto.

La Señora fue prudente, y le respondió: -“Su Señoría no conoce las cosas de nuestra Casa, y lo que ha pasado entre los dos hermanos; y yo no quiero en que de nuevo se repitan las sospechas pasadas. De lo demás, nada puedo decir”. Y se despidió.

500. Scaglia, muy sagaz, viendo que la hermana se inclinaba a favor de Monseñor, dijo a Juan María que era necesario inventar algo, porque podía suceder algo que no se pudiera remediar. –“Lo pensaré esta noche, y mañana vendré aquí muy de mañana. Cerrad bien; que nadie pueda subir, pues el viejo ha habrá ido a la cama. Despedir a todos; que vayan a cenar. Y guardad la amistad con D. Carlos, el Capellán, que puede hacer mucho”.

Scaglia se fue, y el Sr. Juan María llamó a D. Carlos, a que cenara con él. Hablando juntos, le dijo lo que había hecho Monseñor en el testamento que existía, y él había escrito.

Le respondió que él únicamente sabía que Monseñor había mandado llamar al Notario de Sanctis, que fueron siete testigos, que llamó a Pedro Villani, Camarero de Monseñor, y al P. Francisco de las Escuelas Pías, su Confesor. –“Creo que éste último el que ha escrito el testamento, y no sé más”.

Al final, comenzó a catequizarlo, diciéndole que sería dueño de la casa, que lo que hacía Pedro lo haría él; que mañana iría adonde Monseñor a ayudarle a decir el Oficio, a decir la Misa; y si le preguntaba por Pedro, le dijera que estaba enfermo, y le ha mandado que presente a Francisco como servidor, y le dé buenas palabras; que cuando llegue el momento le entregará las llaves, “porque Monseñor es viejo, y no sabe ya hacer sus cosas”.

Notas