CaputiNoticias03/451-500

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[451-500]

451.-Cuando vio que el Padre insistía tanto en que los despojara del hábito, al P. Melchor le pareció demasiado cruel, y los envió a Bohemia con el hábito; cuando llegaron a Gradisca fueron alojados por un bienhechor nuestro que conoce al P. Fundador, y no siguieron adelante, sino que retrocedieron a Venecia de nuevo. El P. Fundador encontró para ellos otras Órdenes más convenientes, y, finalmente, les quitó el hábito, y les mando fuera. Y es que el Padre siempre le reprochaba, y le decía: “Las cosas hechas sin la obediencia siempre resultan lo contrario de lo que se debe hacer”. Por último, el Padre escribió al P. Melchor, con fecha de 28 de febrero de 1632, que, en tres o cuatro días, partirían de Roma, para embarcarse en Ancona hacia Venecia, el P. Juan [Mussesti], con el H. Pedro [de San Matías] -los dos Profesos- con otro joven, llamado Pablo [Mussesti]; y le mandaba el Breve para que se pudieran ordenar “en tres días de fiesta[Notas 1]”.

452.- Salieron de Roma nuestros brescianos,-que así los llamaba el P. Fundador- el día 4 de marzo, y llegaron a Venecia en los primeros días de abril de 1632. Llegó también de Nikolsburg a Venecia el H. Juan [Benedetti] de Santa María Magdalena, buen gramático, que aún no era Profeso, del que el P. Fundador escribe al P. Melchor lo tuviera a su lado; y, si quería hacer la Profesión, lo admitiera a los votos, porque era buen Religioso; y que, si había salido de Moravia, había sido por la excesiva rigidez del P. Peregrín [Tencani], Provincial de Germania, “que quiere que todos estén hechos a su imagen, y no los guía según sus caracteres y los talentos que Dios les da; quiere que todos sean perfectos en todas las cosas, como él; y no los compadece según la situación de cada uno; por eso es necesario remediarlo de alguna manera. Le he enviado algunos, a los que estoy seguro los atienda. No quiero que haga nada sin consultar a la Congregación; y espero que, así, las cosas marcharán de otra manera y con suavidad, pues nunca me han gustado algunas obcecaciones y extrañezas que hace usted”.

453.- “Y, en cuanto a los brescianos que ya han llegado, son grandes Siervos de Dios; procure mantenerlos en el fervor de espíritu, y mande que se ordene ´en tres días festivos´ el P. Juan [Mussesti], que ya lleva consigo el Breve. Y procure portarse de tal manera, que no lleguen aquí quejas contra V.R., porque, en una carta, se me ha quejado un eclesiástico, aunque veo es demasiado apasionada, y por eso no le he hecho caso”.

El P. Melchor acostumbraba a decir la Misa, antes de hacer el Oratorio en Casa, en un Monasterio de monjas; un día, en la Sacristía había algunos Curas muy licenciosos, que trataban a las monjas con mucha familiaridad, y el P. Melchor, celoso del honor de Dios, comenzó a tratarlos de mala manera, diciéndoles que con las esposas de Cristo no se debía proceder de aquella manera; que si no se enmendaban, tendría que elevar las debidas quejas al Cardenal Patriarca, y los castigaría, porque actuaban contra las Bulas Pontificias, que mandan no se trate a las Monjas como a iguales. Esta reprensión le creó enemigos, que luego iban criticando cualquier actuación suya; exageraban las cosas más pequeñas, y luego se lo escribían al P. Fundador.

454.- El P. Melchor abrió las escuelas en estas circunstancias, y con toda satisfacción, tanto suya, como del P. Pedro de la Anunciación, que empezó a dar clase, y de otros compañeros suyos. Era muchos los alumnos que a ellas acudían, entre ellos muchos alumnos Nobles, que iban a escuchar a aquel joven; y, con frecuencia, también muchos personajes Clarísimos mandaban a sus hijos a las escuelas, con gran contento. Lo veían tan modesto, hábil, y agradable enseñando, que todos quedaban estupefactos. Eso contribuyó enseguida a que se presentaran dos Jovencitos que quería vestir el hábito, y solicitaron muchas veces.

Ante esto, el P. Melchor escribió al P. Fundador si podía y le parecía bien que les diera el hábito, ya que se lo había dado al H. Pablo, hermano del P. Pedro, y con su ejemplo arrastrarían a otros[Notas 2].

455.-El Padre le respondió que, por una parte, no quería lo recibiera ninguno; que aún no era el tiempo, pues no había nadie que pudiera cuidarse de ellos, y por otra, que cuando se pudiera dar el hábito en Venecia, quería que los primeros fueran individuos cualificados, porque tenía la experiencia de Nápoles, donde se había dado el hábito a personas ordinarias, y por eso mismo no había conseguido personas de calidad, que fueran manteniendo las escuelas con buenas esperanzas; que, cuando las cosas se asentaran, se proveería de todo. –“Y procuren, les decía, educar bien a los niños en el temor de Dios”; porque, de las composiciones que le enviaba el H. Pedro, para que las viera, deducía que eran alumnos de buen ingenio, e iban progresando; que dijera al H. Pablo le escribiera una carta, y le dijera si, de verdad, le gustaba más Venecia que Roma, o Roma que Venecia, para ver si sabía expresar por Carta, y con corrección, sus impresiones.

456.- En el huerto tenía el P. Melchor un peral grande; lo rodeó con unos troncos, y encima construyó una casita, donde se ponía, retirado al fresco durante el día; y a veces, dormía en ella.

Esta bendita Casa sobre el peral le acarreó una grandísima persecución, porque la gente escribía al P. Fundador, que no les agradaba. El Padre entonces le escribió dos líneas, para que procurara evitar todos los impedimentos, pues la casa sobre el árbol no la aceptaba la mayor parte; y que no hiciera las extravagancias acostumbradas, pues después no se podía remediar; que a la Serenísima República de Venecia se la gobierna con política y Congregaciones de Estado, donde las cosas más pequeñas se hacen grandes, sobre todo al principio de la introducción de nuevas Órdenes en la República.

El P. Melchor fue acusado al Senado de que había hecho una casa sobre un árbol, que servía a los enemigos de la República para espiar en contra; y, como él era súbdito de España y siciliano, cualquier día podía causar un daño.

Se hicieron diligencias. Y, al ver era verdad, empezaron a decir que no lo querían en Venecia. Pero él, como no hacía caso de la murmuración, pues no tenía la conciencia sucia, seguía adelante, haciendo bien el Instituto.

Tuvo la idea de hacer en la casita un Oratorio público, donde pudieran oír Misa los alumnos, y envió un Memorial al Cardenal Patriarca y Arzobispo, quien le concedió gentilmente el permiso. Él, con su acostumbrado fervor, bendijo la Iglesia; luego puso la Campana, para tocar a misa, adonde acudía muchísima gente. Pero, como estaba cerca de los Padres teatinos, éstos comenzaron a lamentarse por la vecindad, y de que las Escuelas Pías se habían introducido en su Distrito.

457.- Aquella misma mañana pasó por allí un Preclarísimo, que iba al Senado. Al ver la novedad, comenzó a preguntar qué significaba aquella Casa. Le respondieron que el P. Melchor había bendecido la Iglesia y había tocado a la misa, y muchos venían a ella, por ser una novedad. El Clarísimo fue al Senado y preguntó cómo era que aquel Padre de las Escuelas Pías, Súbdito del Rey de España -del que se había hecho la Relación- había construido una Casa sobre un árbol, “donde se retira”; y en lo alto ha puesto una Campanita, para que oiga la señal cuando lo llaman. Se hicieron las investigaciones, y se vio que era verdad; pero como se veía que era por ignorancia y pasión de quien había hecho la denuncia, no se puso la atención que requiere la razón de Estado.

458.- En la denuncia dijo: “Su Majestad Serenísima y estos otros Clarísimos Senadores saben todo lo que hemos pasado con la nación española. Ahora resulta que se ha abierto una Iglesia, en la que ha puesto una Campana, sin licencia de este Serenísimo Senado, para introducir de nuevo en la Señoría otra Orden, sin pedir primero licencia, lo que no es cosa buena. Por lo demás, me remito al más sabio juicio de Su Serenísima y de estos Señores Clarísimos. Más aún, cuando he pasado para venir al Senado, he visto que corría mucha gente, que levantaba muchísimo ruido, para ver la nueva Iglesia. Aquí se trata de jurisdicción y de asuntos de Estado, y se debe proveer para que no ocurra alguna novedad, porque este Padre es demasiado autoritario, y quiere hacerse Dueño absoluto de lo que quiere”.

459.- Se discutió de muchas maneras en el Senado. Algunos Senadores dijeron que la República estaba muy obligada para con aquel Padre, que había expuesto su vida a favor de sus ciudadanos, ayudándolos a bien morir en la Peste pasada. Era verdad que había introducido las Escuelas Pías en Venecia, pero ellos no eran españoles; que el Padre era siciliano, al que se le podía perdonar cualquier cosa; los demás Padres son del Estado de la Señoría, y otro, genovés. “Así que no es tan malo como se piensa”. En cuanto a la casa sobre el árbol, como este Padre nació en aquella Isla donde hay grandes calores, porque están allí Vulcano, Mongibello y Lipari, que despiden tanto calor fuera, él es de carácter ígneo. Sencillamente, se hace aquella casita sobre el árbol para tomar el fresco. Y, en cuanto a la Iglesia, véase si tiene licencia del Cardenal Patriarca, para no encontrarnos contra algún escollo de Jurisdicción. Mientras tanto, se le puede decir al Padre que quite la Campana y cierre la Iglesia, hasta que se provea en todo”. Se siguió discutiendo más veces en el Senado, y no se pudo resolver si debía admitirlo, o despedirlo; porque volvió la peste y no se hizo más.

Estando así las cosas, el P. Melchor escribió al P. Fundador que sufría una persecución grande por ser súbdito de España, y prefería dejar Venecia e ir a fundar en Padua; que hablara con el Embajador de Venecia, a ver si podía hacer algo, porque las cosas estaban así de revueltas.

460.- El Padre le respondió que el Embajador tenía muchos disgustos con D. Tadeo Barberini, Prefecto de Roma y nepote del Papa. “Si la República no quiere nuestro Instituto, no faltará donde ir; porque nos han solicitado de tantas partes, que, si tuviéramos individuos, haríamos muchas fundaciones que desean nuestra Obra, hasta entre los herejes. Y, en cuanto a que estamos bajo el dominio de España, yo mismo, que soy aragonés, he cogido las costumbres de Roma, donde he estado cuarenta años, y no me acuerdo ya de mi País”. Que él procurara caminar con sus Compañeros de tal manera, para que no le puedan acusar como ahora han hecho, porque, si hubiera consultado las cosas a algún Religioso perfecto,

-como tantas veces le había escrito- tanto en lo espiritual como en lo temporal, no le sucedería lo que le sucede, porque la casa hecha sobre el peral, y la campanita, son la razón de tantos disgustos, por querer siempre caminar con sus habituales extravagancias; que estaba muy disgustado de tantas fatigas y tantos gastos hechos.

Que era necesario remitirse a la voluntad de Dios en todas las cosas, y que si veía que las cosas iban mal se fuera con los Compañeros a Moravia, donde encontraría preparado el Convento hecho, y la provisión de todos los menesteres de la Casa y de las Escuelas, y toda la comodidad necesaria.

461.- Después de un Consejo sobre la cuestión del P. Melchor, dos Clarísimos Senadores fueron a ver cómo estaban las cosas, ordenar quitar la Campana de la Iglesia, y la campanilla del árbol donde había hecho la Casa. Llamaron al P. Melchor, le pregustaron si había tenido licencia del Patriarca para la Iglesia, y les dijo que sí. Entonces ordenaron que quitara la Campana y la campanilla, por no haber pedido el permiso al Senado, quizá porque el Patriarca no sabía que era necesario el Consentimiento de la República.

Respondió que era tarde (ilegible), que creía que bastaba la licencia del Vicario, y que la iba a mantener. Ante aquella respuesta, recibió una orden de que, en cuatro días, saliera del Estado, bajo pena de muerte; pero que los otros Padres se podían quedar, porque ellos eran súbditos de la República.

462.- Le respondió que él era el Superior, y si tenía que irse, quería llevar consigo a todos los demás, pues no tenían en consideración que habían empeñado la vida en servicio de la República en tiempo de la peste, algo que no habían hechos aquellos que los perseguían injustamente, sólo por haberlos amonestado de que no trataran de aquella manera a las esposas de Dios.

El Patriarca, Cardenal Cornaro, se enteró de todo y, llamando a su Vicario General, lo envió donde el P. Melchor a decirle que se fuera él solo, y se quedaran los otros; que una vez se hubiera tranquilizado todo, lo volvería a llamar; que no actuara de otra forma, pues escribiría al P. Fundador, para que permitiera la continuación de las Escuelas; que él se encargaría de arreglarlo todo, y tranquilizar al Senado.

463.- El P. Melchor respondió que quería llevarse a todos con él, porque debía ser echado en conformidad con la orden como había ido, y no de otra manera. Cuando el Vicario se fue, él también se fue, a comprar una chalupa, a la que mandó llevar las pocas cosas de viaje; ordenó a todos el embarque, y se fue a Ancona.

Así es como se perdió la fundación en Venecia. Si hubiera tenido serenidad y paciencia, y hubiera marchado solo, se hubiera hecho una fundación estable. Lo único que se puede decir es que no era voluntad de Dios, como muchas veces, en muchas cartas, había dicho el P. Fundador, de cuyas cartas se puede deducir que tenía espíritu de Profeta.

Lo que he escrito arriba no sólo se deduce de las cartas del P. Fundador, sino que me lo ha contado, muchas, muchas veces, el P. Pedro [Mussesti] de la Anunciación, que estuvo presente en todo. Me dijo en muchas ocasiones que, si él no hubiera sido tan joven, y hubiera sido sacerdote, no se hubiera ido, pues su padre le decía al P. Juan [Mussesti] que no se fueran antes de que llegara la respuesta del P. Fundador. Pero él mismo se dejó vencer por la irritación del P. Melchor. Pero, aprovechando aquella ocasión, Pablo [Mussesti] no quiso ir a Ancona, sino que dejó el hábito; lo que supuso una gran tristeza para el P. Juan y el P. Pedro. El P. Juan murió al cabo de unos años, en gran opinión de santidad.

464.- El P. Pedro decía que el P. Melchor era hombre de gran paciencia, que, a veces, para vencer las tentaciones de la carne y del demonio, se ponía con los brazos en cruz, apoyado en una pared donde había clavado dos gruesos clavos, en los que ponía las manos, y, gritando, decía: -“¿Qué quieres de mí, Diablazo? ¿Por qué me atormentas? ¡Vete al infierno, y déjame tranquilo! ¿Qué quiere de mí? ¡Vete, diablazo, que esta noche me has hecho caer!; esta noche me ´tiraste la frazada, me volcaste la carreta, y me desesperaste[Notas 3]´.

El P. Pedro, como si no supiera lo que quería decir en su lengua siciliana, iba a observarlo con Pablo, su hermano. Les entraba una especie de risa; tanto que el P. Juan les gritaba, diciéndoles que hacía aquello, porque quería vencer la tentación del demonio. Y, después de haber oído aquel coloquio que había tenido el P. Melchor con el demonio, le dio a él por llorar desoladamente, clamando a Santa Rosalía, a Santa Cristina, Abogada de Palermo, y a Todos los Santos, que lo ayudaran a desechar aquellas tentaciones, y a espantar al demonio, que quería a tentarlo.

465.-El P. Padre le preguntaba después, de buenas maneras, qué era la frazada y la carreta, porque quería hacer una redacción en siciliano para enseñársela a los alumnos, y le respondía: -“¡Diablazo! ¿Por qué me preguntas? ¿Es que andas vigilando lo que hago?”. Entonces se enfadaba; pero, cuando estaba de buena vena, le explicaba todas las palabras sicilianas, y lo tenía contento.

Esto lo contaba el P. Pedro de la Anunciación, de feliz memoria, al que quería mucho el P. Fundador. De este Padre también escribiremos algunas cosas, sobre su extraordinaria virtud, porque muchas puedo decir, por haber sido su Confesor, desde el año 1660 hasta que murió en Roma, siendo Asistente General. Después del Capítulo General del año 1665 fue nombrado Rector de la Casa de San Pantaleón, y en este cargo murió el año 1668, siendo llorado, no sólo por todos los Padres y Hermanos de San Pantaleón, sobre todo por los más observantes, sino por toda nuestra Orden; por la santidad de su vida, y por haber trabajado mucho para que la Orden recuperara su ser primitivo, como se verá en otra ocasión, que no es ahora el momento oportuno.

466-467.- Última carta escrita del P. José de la Madre de Dios al P. Melchor [Alacchi] de Todos los Santos, a Venecia, con una relación llegada de Germania, del P. Onofre [Conti] del Smo. Sacramento, Provincial, el día 29 de abril de 1633.

“Al P. Melchor de todos los Santos de las Escuelas Pías. Venecia.

Pax Christi

He visto lo que me escribe en su carta del 22 del corriente, y me parece que, para que una cosa sea aceptada, no basta con que sea buena, sino que, además, debe estar bien hecha. Es fácil que haya faltado esta segunda parte en esas Escuelas Pías. Por eso, no hay que maravillarse de que esos Señores, que saben ver el más mínimo defecto, hayan aprovechado la ocasión para hacer lo que me escriben V. R. y otros. Como no he podido enviar tan pronto Padres a propósito, ya me esperaba, con seguridad, tener este resultado. Pero, por lo que a nosotros toca, no nos causa ningún perjuicio, porque, en todos sitios don ven nuestra obra, no resulta para nada onerosa al público, ni a los particulares, porque no pretendemos otra cosa que la mera comida y el vestido, pobremente, y por el amor que tenemos a Dios.

Y, si en este momento tuviera diez mil Religiosos, en un mes podría repartirlos a todos, por aquellos lugares donde me los piden, y con grandísimo insistencia. Y es que nuestra Orden no es como muchas otras, que procuran introducirse en las ciudades de diversas formas. La nuestra es solicitada y pretendida por muchos Señores Cardenales, Obispos, Prelados, grandes Señores y ciudades importantes, como puedo demostrar con diversas cartas. Por eso, no está bien que continúen en esa Serenísima República, ante la más mínima insinuación contraria de esos Clarísimos, que, quizá, creen hacer lo que hacen, con toda razón y fundamento. Así que, lo que pueden hacer, después de satisfacer a quien algo se le deba, es irse a Nikolsburg y a Strassnitz. Allí encontrarán el lugar apropiado para trabajar en escuelas hechas desde los cimientos, con lo cual tendré muy pronto individuos preparados. En Praga me han ofrecido Iglesia y Convento, y lo mismo en otros diez lugares, brindando todo lo necesario para la alimentación y el vestido; y, lo que más importa, con la posibilidad de conversión de muchísimos herejes, quienes, al ver la obra, la forma de vida, y que se exige nada, piden ser instruidos por nosotros, como podrá ver por la relación del año pasado y del presente, que va adjunta. Es cuanto con la presente puedo decirle. El Señor nos bendiga siempre a todos.

De Roma, a 29 de abril de 1633.

Servidor en el Señor, José de la Madre de Dios.

168.- Copia de la relación que envió el Venerable Padre al P. Melchor de Todos los Santos, que, como dice en la carta anterior, iba incluida en la misma carta original de mano de nuestro Venerable Padre. Dice que esta manera:

469.- Copia de una carta del P. Provincial de Germania, escrita al P. General:

“Me escribe el P. Pedro Domingo [Pierdomenici] desde Podolin que los nuestros, por allí cerca, han convertido a diecisiete herejes; y me parece que añade otros siete convertidos por el P. Juan Francisco [Bafici]. Esto no será de poco consuelo a este Sr. Conde Palatino, y de renombre para nuestra Pobre Orden. Espero que con el ejemplo de éstos, y con la enseñanza general del Catecismo que allí imparten nuestros Padres, se vayan convirtiendo todos los de aquel lugar, lo que no será poco útil a la Iglesia de Dios. Además, alrededor de allí cerca, hay otras doce Ciudades, todas herejes, sin contar los pueblos, que, al ver que poco a poco los otros abrazan la Santa Fe Católica, y el buen ejemplo de los nuestros, se convertirán también ellos; y con más razón aún, porque mandan a sus hijos a nuestras Escuelas. Uno, llamado Coturnio, estimado por todos como un Patricarca, el Predicador más docto que tienen, cuando fui donde él, me dio la mano y me prometió enviar a nuestras Escuelas a sus dos hijos, el uno de unos 13 años, y el otro de 8; y me dijo quería convencer a los demás, a que hagan lo mismo, convenciéndolos con razones poderosas, en el caso de que quieran hacer lo contrario.

Este Padre me escribe que todos aquellos Señores de allí cerca, esperan con grandísimo deseo se abran las Escuelas para enviar a sus hijos; en particular, el Sr. Palatino, el Mayordomo de Su Excelencia, y otros Señores Capitanes.

Servidor e hijo indignísimo en el Señor,

Onofre [Conti] del Smo. Sacramento, Provincia”.

Por esta relación, se ve el fruto que estaban dando nuestros Padres, no sólo en Germania, sino también en los Confines entre Polonia y Hungría, en la Ciudad de Podolin, hecha desde su fundación por el Palatino de Cracovia, llamado Príncipe Sobieski.

740.- Al llegar el P. Melchor a Ancona, informó al P. General, pidiéndole le diera licencia para poder ir a Palermo, a probar fortuna, y poder prestar alguna ayuda a su Patria, ya que no la había tenido en Venecia; que no quería volver a Roma por muchas y buenas razones; que le hiciera este favor, y se lo mandara pronto.

Recibida la carta, el P. Fundador, para consolarlo, le mandó obediencia, diciéndole que en Palermo estaba el Duque de Alcalá, hombre muy piadoso, y paisano suyo; que viera si podía hacer algo en beneficio de la Orden; y con mayor razón, dado que la mujer del Virrey era aragonesa, muy devota; y aunque, quizá por vergüenza, ella no le dijera que era pariente.

471.- El P. Melchor se embarcó hacia Palermo el mes de junio de 1633, junto con el H. Bartolomé [Nardi] de Savona, que lo solía llamar Manocorva; como tenía una mano torcida, por eso le puso este apodo. Era en aquel tiempo Virrey de Sicilia el Duque de Alcalá, español, muy devoto y piadoso, cuya mujer e hijos eran también de carácter devoto, y hacían muchas obras de piedad.

De hecho, el P. Melchor no fue adonde el Virrey, sino donde el Príncipe, su hijo, que era muy devoto. El P. Melchor fue a hablar con él, iba a visitarlo con frecuencia, y le contaba cómo nuestro Fundador era aragonés, de la Casa de Calasanz; le hablaba de sus virtudes, de que era el fundador de nuestro Instituto, del bien que hacía al Prójimo, del progreso hecho en Germania, y de que, por medio de nuestros Padres, se habían convertido muchos herejes. Así, poco a poco, entablaron una gran amistad espiritual. Viéndolo tan devoto y que siempre hablaba de espíritu, aquel Príncipe se aficionó a él de tal manera, que disfrutaba con su conversación, hablando con él con toda familiaridad.

Un día, reflexionando sobre el Instituto, pidió al Príncipe que le ayudara ante la Ciudad y ante El Sr. Virrey, su Padre, para poder hacer una fundación. “De esta obra pía – le decía- será Su Excelencia el fundador en la Ciudad de Palermo; y, por consecuencia, en todo el Reino”. Supo presentarle tan bien este proyecto, que comprometió al Príncipe a que hablara al Duque Virrey, su Padre, como también a la Reina, su madre. El Virrey se interesó de tal manera, que hablaron al P. Melchor, para informarse sobre el fundador, de en qué Reino de España había nacido, cuál era su familia, en qué consistía el Instituto, y qué se podía hacer para abrir una fundación; y que el Príncipe, su hijo, lo ayudaría, y sería el Protector de la obra.

373.- Le informó el P. Melchor de tal manera, que se aficionaron a él, y le prometieron toda ayuda y asistencia. Le dijeron que viera qué se podía hacer, que animarían al Príncipe, para que él comenzara la negociación.

El P. Melchor, que estaba escamado de lo de Venecia, le dijo que este negocio se debía tratar secretamente, porque encontrarían muchos Contrarios; que por tratarse del Instituto de las Escuelas Pías, fácilmente estarían en contra los Padres jesuitas. “Y, aunque no tenga nada que ver con ellos, sin embargo, tienen ciertas sombras, según la experiencia que nosotros tenemos de ellos”. Cuando el Duque de Alcalá oyó que los Padres jesuitas se podrían oponer, dijo: -“Precisamente por eso es necesario hacer esta fundación”.

Entre tanto, enfermó el Príncipe, hijo del Duque, que se confesaba con los Padres jesuitas. Se le agravó de tal manera la enfermedad, que los médicos lo dieron por desahuciado. Fue a visitarlo el P. Melchor, y le dijo que, por favor, recomendara al Padre y a la Madre la fundación de las Escuelas Pías; y escribiría al P. Fundador que hiciera oración por él. A lo que el Príncipe respondió que lo haría con mucho gusto; que pidiera, sí, por su Alma, que ya se moría.

474.- En aquel instante, el moribundo Príncipe mandó llamar a su Padre y a su Madre, les pidió la bendición para prepararse a morir, y un favor, por tanto como lo querían; era que les recomendaba la fundación de las Escuelas Pías, sabiendo cuánto bien hacían al prójimo; y que aquellos Padres pedirían a Dios por su alma, “tanto más, cuanto que, el Fundador es de la nación del mismo Reino; por tanto, estamos obligados a ayudarlo” Su Padre, el Duque, le respondió que así lo haría; y que estuviera contento con la presencia de Dios, que él le daba su bendición, y también su Señora Madre. Y, en cuanto a la fundación de las Escuelas Pías, no se preocupara, que él mismo quería ser el fundador, y pondría todo el interés para que todo resultara como deseaba, para mayor gloria de Dios ya ayuda al Prójimo.

Después de la muerte del Príncipe, y haberle hecho las exequias, el P. Melchor fue enseguida adonde el Virrey; sin hablarle, ya le comprendía. Fue entonces a hablar con la Duquesa, excusándose de que no quería molestar a Su Excelencia, por estar muy ocupado. Le pedía, si le parecía bien, le recomendara a algún Ministro, a quien poder manifestar sus necesidades, para hacer la fundación.

475.- La Señora Duquesa no descuidó llamar al Virrey, su marido,, quien, como era piadoso de carácter, llamó a su Secretario de Estado, de nombre N. De la Lana, y le confió en encargo de buscar todos los Consentimientos posibles de la Ciudad, y de los Religiosos mendicantes; que no lo descuidara, para que el asunto saliera adelante con todo honor; y, mientras tanto, él hablaría con el Cardenal Juan Doria, Arzobispo, para que las cosas se realizaran en su orden, y todo resultara tranquilo; y que esto se supiera lo menos posible, para que no surgiera ninguna oposición.

Habló también al Duque de Montalto, su yerno, para que, si recurría a él, pudiera echarle una mano. Este Señor se comprometió muchísimo; intentó primero tratar con todo el mundo, para que todo resultara según el deseo del Duque de Alcalá, Virrey y Monarca del Reino de Sicilia, que se había declarado fundador de las Escuelas Pías en aquel Reino. De esta manera, todo el mundo tenía ilusión por promover la obra, y no entorpecerla. Pero no por esto faltaron las protestas; pero todas fueron superadas, como se verá.

476.- El Sr. Virrey ordenó al P. Melchor que orientara al Secretario De la Luna en todo momento, porque sería obligación suya hacer lo necesario; que bastaba con que le dijera lo que quería; procurara encontrar un lugar a propósito, donde poder hacer la fundación, y lo hablara con el Duque de Montalto, “que también él se comprometerá en lo que haga falta”.

El P. Melchor no perdió tiempo. Se fue donde el Secretario, y le dijo lo que debía hacer; que buscara un sitio a propósito; que, por ahora, bastaba con comprar una Casita “per modum provisionis”, y después, poco a poco, se podría ampliar; que procurara conseguir el Consentimiento de las Órdenes mendicantes, el de la Ciudad, y el del Arzobispo, todo lo cual se podía hacer en pocos días.

477.- El Duque habló de ello con el Arzobispo, mostrándole qué útil es este nuevo Instituto para las almas, pues les ayuda a ser buenos Cristianos, y que él se sentía como el fundador de la obra.

El Arzobispo, que era muy piadoso, para condescender a la voluntad del Virrey, le respondió que con mucho gusto daría el Consentimiento, y ayudaría todo lo que pudiera, para mayor gloria de Dios. Se hizo el memorial, y, solicitado el consentimiento del Virrey, el Secretario De la Lana fue a hablar a los Religiosos, que todos dieron el consentimiento, sin replicar; aunque algunos, bajo cuerda, seguían influyendo secretamente con los de la Ciudad, sin descubrirse a sí mismos, bajo pretexto de que en Palermo había muchas Órdenes, “y no está bien introducir a una Orden tan Pobre que no se puede mantener”.

Cuando el Virrey se percató de esto, escribió al Rey, y consiguió una carta Real, donde le ordenaba que, no sólo fuera aceptada esta Orden en la Ciudad de Palermo, sino en todo el Reino; y que se le ayudara con limosnas limosna; y él mismo, por una sola vez, quería ayudar con dos mil escudos del Patrimonio Real.

478.- Se pudo así comprar el lugar, y se hizo una Iglesia. El Virrey ordenó colocar en ella un hermosísimo cuadro de San Fernando -era como se llamaba el Virrey-. Luego, Cardenal Doria bendijo la Iglesia en presencia del Virrey y de la Reina, del Duque y de la Duquesa de Montalto, y de toda la Nobleza, y dijo la primera Misa, a la que acudieron todas las Damas de la Ciudad, para ver la nueva Iglesia, que se encontraba adornada con los mejores tapices de Palacio, ni sin anunciar que eran del Virrey. Como asistía el Monarca; ninguno se atrevió a hablar, hasta que terminó la función. A la mañana siguiente, se entregó el Memorial a la Ciudad. Después, reunido el Consejo, se leyó en presencia de todos. Hubo sólo uno que se levantó, y expuso las dificultades que había para poder dar el Consentimiento a una nueva Orden, tan Pobre, que no se podía mantener; decía que no le parecía bien darle el Consentimiento, sino que se remitiera (ilegible).

El Secretario De la Lana presentó la carta Regia, que contenía el Consentimiento; lo hizo más por ceremonia que por otra cosa. Leyó la carta, y nadie osó decir lo contrario; y con mucha razón, puesto que ordenaba que, por ahora, se le dieran dos mil escudos del Patrimonio Real.

479.-Se publicó el Consentimiento, y se fijó en el Tablón de anunciaos. El P. Melchor, con grandísima alegría, procuró buscar maestros seculares, y jóvenes, a quienes dar el hábito, y se lo dio a doce Novicios, y dio comienzo a las Escuelas; con tanto fervor, que no pasaba día sin que fueran a verlas, cuándo el Cardenal, cuándo el Virrey, o Duque de Montalto; y otros muchos Caballeros que, viendo las cosas tan ordenadas, todos se admiraban del Instituto.

La Virreina, con la Duquesa de Montalto, su hija, iban casi todos los días, con otras Damas, a la Iglesia; después querían ver las aulas, y las necesidades que tenían; salían al huerto a tomar el fresco, y allí mismo hacían sus devociones. El P. Melchor no dejaba de presentarles a todos ocasiones de hacer el bien, siendo una Casa nueva, que carecía de todo.

La Virreina también suministraba ropa blanca para la Sacristía; ella misma cosía albas, roquetes, corporales y purificadores; y a los Novicios los trataba de hijos.

Murió el Obispo de Catania; hicieron el expolio, y dieron en donación a nuestra Iglesia el Cáliz, el Misal, el alba, y todas las cosas sagradas que tenía. De esta forma, cada día iba creciendo la devoción y el fervor hacia los Padres.

480.- El P. Melchor se hizo con una Reliquia de San Fernando, para lo cual tuvo que escribir al Reino de Nápoles, a una Ciudad llamada Caiazzo, y el Cardenal Doria firmó la auténtica. Cuando se fue de Palermo el Duque de Sicilia, el Cardenal dijo a los Padres que no expusieran más la Reliquia, y retiraran el cuadro de San Fernando, porque aún no había sido canonizado por la Iglesia. Se retiró el cuadro de San Fernando, se puso un cuadro de la Virgen, y se dio a la Iglesia el título de San Silvestre Papa.

481.- Se inició la compra del lugar, y el Virrey pidió que comenzaran cuanto antes las obras del edificio, para terminarlo pronto; y ahorrar algo. Para ello, ordenó enviar a todos los esclavos y forzados de las galeras, a que llevaran piedra, agua y puzolana[Notas 4], mientras otros cavaban los cimientos. El Jefe de todos era el P. Melchor con sus Novicios, que ya eran 18. Éstos, terminadas las clases, iban todos a trabajar, y nadie se conformaba con ir a ver esta escena. Cuando ya iba escavado el primer cimiento, el Virrey quiso poner en él la primera piedra, y luego metió una Cajita con medallas, el sello del Duque Virrey y de la Duquesa, y muchas monedas de oro y plata, de distintos valores.

Quería ver el edificio comenzado, y, como era tan amigo de hablar con los Padres, recorría todas las oficinas; quería verlo todo, y advertía lo que no le parecía bien, para que se corrigieran. Un día, el sacristán observó que el mechón de las velas era demasiado grueso, e iba contra la pobreza, porque el aceite que se consumía de más, se podía emplear para otras cosas necesarias.

482.- La Duquesa de Montalto fue al refectorio con su madre, para ver cómo estaban de ordenadas las cosas, pero no vieron más que cosas espirituales; una Cruz de caña colgada de la pared, a la cabecera de la mesa, donde se sentaba el P. Melchor, y un calavera en ella, a imitación de la que tiene el P. Fundador en la suya de Roma. La Duquesa preguntó qué significaba aquella Cruz de caña y aquella calavera. El P. Melchor le respondió que por que no tenía otra que poner, y para que los Padres se acordaran la Pasión de Cristo y de la muerte; aunque sí le gustaría tener una Cena de Cristo; pero como la Pobreza era tan grande no la había podido comprar. La Duquesa se echó a reír, y le dijo que si al Duque Montalto, su marido, le parecía bien, se la enviaría una. Mandó tomar la medida de la pared, y vio que venía a propósito. El P. Melchor aceptó que enviara el cuadro, pero no con marco dorado; que mandara hacer otro más sencillo, porque el oro iba contra las Constituciones.

483.- En cuanto la Sra. Duquesa llegó a Casa, pidió al Duque de Montalto, su marido, que enviara el cuadro de San Fernando[Notas 5], “porque los Padres de las Escuelas Pías no tienen en el refectorio más que una Cruz de caña y una calavera; hay que ponerle otro marco, pues no lo pueden tener dorado”.

El Duque Montalto dio orden de que llevaran el cuadro grande a San Fernando, para que el P. Melchor lo pusiera en el refectorio, y al lado mandaría colocar una Cruz negra, como le gustaba a él, y así se hizo.

El P. Melchor informó al P. Fundador de todo lo que pasaba, y le pedía le ayudara con más individuos, para poder hacer las cosas como es habitual en el Instituto, porque los que había puesto a dar las clases eran, en parte, Novicios, que acababan de recibir el hábito, y en parte, seculares. Que, al haber llegado alumnos a 1200, debía mandarle los mejores individuos que tuviera; en particular, un calígrafo excelente, para enseñar a escribir a la Duquesa de Montalto y a la hija del Duque de Alcalá, “nuestro fundador”, quienes se lo habían pedido; y que, por eso, buscara al mejor.

El P. Fundador se alegró mucho de esta noticia, y escribió al Duque de Alcalá y al Duque de Montalto agradeciéndoselo. Les envió la carta de hermandad de la Orden, y algunas estampas en miniatura, diseñadas por el H. Marco Antonio [Corcioni] de la Cruz, tal como se lee en el libro de las cartas. Envió al P. Arcángel [Galletti], de la Cruz, piemontese, como sacerdote viejo y antiguo de la Orden; al P. Pedro Francisco [Salazar Maldonado] de la Madre de Dios, napolitano; al P. Onofre [Conti] del Smo. Sacramento; al P. Juan Domingo [Romani] de la Reina de los Ángeles, de Cosenza; al P. Mario [Sozzi] de San Francisco, de Montepulciano; y al H. Eustaquio [Ravaggio] del Espíritu Santo, el mejor escritor que ha habido en toda la Orden; y a otros más, entre clérigos y Hermanos. Fueron 12 entre todos. El salir, el P. Fundador les hizo una exhortación de las acostumbradas, para que fueran a trabajar a aquella nueva viña en la presencia de Dios, porque la mies era abundante, pero no tenían buenos Pastores que les dieran buenos pastos de vida. Les recomendó la observancia de las Constituciones y la modestia al enseñar; que lo hicieran con gran caridad, y nadie osara recibir nada de ningún alumno, aunque se lo ofreciera. Y partieron con la bendición del Padre.

485.- El Virrey se alegró en cuanto supo había llegado a Palermo esta nueva colonia; los obsequió, y advirtió al Secretario De la Lana que no les faltara nada, que los tratara bien. Como los Padres llegaron tarde, el P. Melchor no tenía qué darles, y no sabía qué hacer.

A los pocos días, el Secretario De la Lana fue a visitar a los Padres. Se encontró al P. Melchor muy atareado, y le preguntó qué le pasaba que estaba tan triste y melancólico, y le respondió:-“No voy a estar melancólico, cuando me han llegado tantos forasteros, sin tener nada que darles para comer y beber?”

486.- El Secretario le dijo que estuviera tranquilo, que enseguida mandaría lo que necesitaba. Entró el Secretario en una Pastelería, fue al horno, cargó dos talegos de pan, dejó al panadero su espada como fianza, y le dijo que volvería otra vez a pagar; pero, cuando supieran de qué personaje se trataba, no sólo no devolverían la fianza, sino ni siquiera querrían tampoco que les pagara. A la mañana siguiente mandó que les dieran alimento a su gusto.

He querido poner este caso, para hacer ver hasta dónde llegaba el compromiso que tenía el Secretario con el P. Melchor; y lo mismo el Mayordomo, que dio el asentimiento -como escribe al P. Fundador el P. Melchor- para que un hijo suyo tomara el hábito. Éste empezó a estudiar y a hacer la prueba, pero, no aguantó y se volvió al País; pero el P. Fundador le dio toda facilidad para pasar de Nápoles a Palermo, como se deduce de las mismas cartas.

487.- El H. Eustaquio comenzó a mostrar su destreza con la pluma. Hizo algunos retratos, en particular el del Virrey, de lo que todos quedaron admirados; después hizo un Crucifijo con números, que resultaba una cosa muy sutil, nunca vista. Aquellos Señores quedaron tan entusiasmados, que la Sra. Duquesa de Alcalá pidió al H. Eustaquio que enseñara a escribir a sus hijas. Con esta ocasión, el Secretario De la Lana dio orden de continuar las obras de las Escuelas Pías, y quiso que se aplicaran a ellas, y a los Padres, otros muchos favores por todo el Reino, “y que se sepa cómo se emplea el dinero”. Y no se hacía un favor a nadie, si no era por medio del P. Melchor, que, con su fina retórica, hacía lo que podía para pedir ayuda.

488.- Ocurrió por entonces un gran escándalo. Una tarde, en Casa, ante todos los Novicios mientras estaban en la recreación, el P. Mario [Sozzi] de San Francisco comenzó una conversación con los Novicios; les dijo que no iban bien vestidos, y tenían que ir a vestirse de nuevo, y que el P. Melchor era prófugo, y había ido a Palermo sin licencia del P. General. Ante aquello, el P. Melchor, en contra de su costumbre, respondió con paciencia; dijo que, en cuanto tuviera ocasión, mostraría las cartas del P. Fundador; y que aquél era un diablazo, que siempre estaba introduciendo división en la Orden.

Otra vez sucedió que el P. Melchor dio el hábito a un Novicio sacerdote, llamado P. Macario [Cimino], un buen teólogo. Conversando un día en la recreación con el P. Juan Domingo de la Virgen de los Ángeles, de Cosenza, sobre los Accidentes del Pan en el Santísimo Sacramento, el P. Juan Domingo dijo una palabra equívoca; el P. Macario se fue al Santo Oficio y acusó al P. Juan Domingo de mantener dudas sobre la fe. El Pobre Padre Juan Domingo fue encarcelado, y estuvo algún tiempo en la cárcel. Se le hizo un proceso; y sólo después que Sagrado Tribunal comprobó que no era culpable, fue liberado. Por este motivo, el Venerable Padre escribió dos cartas a Palermo al P. Melchor, en las que decía estaba muy preocupado de que el P. Macario, de Cosenza, no había sido aún liberado. Yo lo he puesto en este lugar, para que, quien no sepa de qué se trataba, lo pueda deducirlo por estas cartas[Notas 6].

489.- Durante el tiempo que estuvo el Duque de Alcalá, las Escuelas Pías hicieron muchos progresos. Cuando se fue, le sucedió el Duque de Montalto, su yerno, a quien encomendó la obra, con todo el cariño que pudo. Y el Duque de Montalto no falló en nada de la ayuda que les había prometido, y con el mismo afecto.

El año 1634, cuando era Virrey en Palermo el Duque de Alcalá, fue a Palermo el Arzobispo de Mesina, para concertar sus Intereses con la Monarquía, porque la Ciudad de Mesina estaba en contra suya. Cuando el P. Melchor lo supo, fue donde el Virrey, y le pidió un favor; que, cuando tuviera ocasión, hablara con el Arzobispo de Mesina, y le pidiera autorización para poder fundar en Mesina, pues ya tenían el Consentimiento de la Ciudad desde el año 1635, cuando introdujo allí el Instituto el P. Pedro [Casani] de la Natividad de la Virgen; pero el Arzobispo no había querido dar su consentimiento para abrir la Iglesia, por culpa de los Padres jesuitas, excusándose en que había ya muchas Órdenes mendicantes, y nuestros Padres no podrían vivir; que le hiciera este favor, tratándolo con habilidad, para poder conseguir el intento.

490.- El Virrey, como era poco amigo de los Padres jesuitas por haber sido Novicio de ellos, le respondió que le dejara hacer a él, que en cuanto viera la ocasión, haría este encargo con toda premura, “pues el Arzobispo tiene necesidad de mí, ya que su Causa está encomendada a la Monarquía”. Que le llevara pronto el memorial, “para cogerlo de improviso, y no pueda decir que no”.

A la mañana siguiente, el Arzobispo de Mesina fue adonde el Virrey, a visitarlo. Después de una larga conversación, comenzó a contarle las persecuciones con que le trataba la Ciudad de Mesina; que no podía estar en su Sede Metropolitana; y le hiciera el favor de encontrar algún argumento, para que aquellos Jueces se tranquilizaran y aceptaran que pudiera volver a Mesina, porque su Ciudad estaba sufriendo.

491.- Le dejó desahogarse todo lo que quiso, y le respondió que se emplearía con gusto en su servicio, y en conseguir que la Monarquía hiciera justicia; pero deseaba le hiciera un servicio lícito y honesto, que lo podía hacer sin perjuicio de nadie, pues era una obra pía y útil al servicio de Dios.

El Arzobispo le respondió que, si era algo que dependía de él le serviría como que debía servirlo, con toda la puntualidad. –“Pues yo no quiero otra cosa –le dijo el Virrey- sino que, en atención a mí, me haga el favor de dar el Consentimiento a los Padres de las Escuelas Pías, para que puedan abrir la Iglesia en Mesina, dado que ya tienen el Consentimiento del Rey, de la Ciudad, y de las Órdenes mendicantes. Esto es lo que le pido”.

Le respondió que no podía por menos de servirlo, ya que le había dado la palabra; que si fuera para otro, nunca lo haría; “que me envíe el Memorial, y será servido”.

492.- Mandó llamar al P. Melchor, y le dijo que fuera a la Casa Profesa de los Padres jesuitas, y llevara el Memorial al Arzobispo de Mesina, que le había prometido hacer el favor que deseaba; y no perdiera tiempo. El P. Melchor fue al Gesù, y encontró al Arzobispo en la Sacristía. Se acercó a él, y le dijo que el Virrey le enviaba con un Memorial, para que le hiera el favor del que ellos habían hablado cuando estuvieron juntos.

Cogió el Memorial, lo leyó, y dijo al P. Melchor: -“¡Ha vencido, de verdad! Ahora sí que tengo que daros este Consentimiento”. Todo enfadado, pidió el tintero al Sacristán del Gesù, firmó el Memorial, con todas las cláusulas necesarias, y aún le dijo: -“Pero, como les Padres ya se han ido de Mesina, esto de poco sirve”.

El P. Melchor le respondió, diciéndole que aquello suponía sólo una gran satisfacción para el Virrey, “pues los Padres no tienen individuos para enviar a Mesina; y esto, todo se lo debemos a un favor de Su Señoría Ilma., con la que estamos agradecidos”.

493.- El P. Melchor volvió donde el Virrey con el memorial cumplimentado, y se lo agradeció, suplicándole ordenara escribir al Regidor de Mesina que le proporcione todos los auxilios necesarios ante la Ciudad, “y ante quien haga falta”, porque él quería salir para Mesina a la mañana siguiente, y tomar allí posesión, para que, antes de que el Arzobispo de Palermo saliera, pudiera él terminarlo todo; que ya tenía preparados a los Padres para abrir las Escuelas, y a otro Superior conveniente; porque si el Arzobispo se daba prisa, fácilmente todo podía quedar en nada.

El Virrey dio orden al Secretario De la Lana, para que hiciera con todo cariño las cartas que pedía el P. Melchor, y fueran expedidas cuanto antes, “para que se quede contento”. Mientras tanto, el P. Melchor se dio toda la prisa que pudo, y, en una chalupa, se embarcó, junto con el P. Pedro Francisco [Salazar Maldonado] de la Madre de Dios, el P. Juan Domingo [Romani], de Cosenza, dos Clérigos y tres Hermanos.

Entregó las cartas al Regidor, y le dijo que, en cuanto a la Ciudad, no tenía ninguna duda, pues ya le había dado el Consentimiento; que mirara en qué otra cosa podía ayudarlo, y lo hiciera.

494.-El Padre Melchor se fue a Mesina, para buscar un lugar a propósito, para hacer de nuevo la fundación.

En el barrio de San Lucas, del que ya se ha hablado, en la calle cerca de los Padres Teatinos y los Padres carmelitas, había una Casa grande, parte de la cual había sido incendiada, a causa del fuego de dos almacenes de lino. La casa era de dos hermanos; estaba abandonada, porque tenían pleitos entre ellos, y ya habían gastado una gran cantidad de dinero, para ver quién tenía derecho a reconstruirla; por eso estaban muy enfadados.

El P. Melchor puso los ojos en ella. Dijo al P. Pedro Francisco, su Compañero, que aquel sitio le parecía muy bueno. Como sabía la división existente entre los dos hermanos, fue a uno de ellos y le dijo que, como andaba en pleitos con el hermano, por motivo de la casa -cuya mayor parte estaba arruinada y quemada- , si quería hacer una obra pía, podía regalarla para hacer allí una Iglesia, que serviría para el culto Divino, se ahorraría el pleito y haría bien a su Alma. Tan bien supo decírselo, que mandó llamar al Notario, y, ante él, se pusieron de acuerdo juntos, diciéndole que había comprado sus derechos secretamente, para que su hermano no se enterara, cogerlo de improviso, y conseguir la otra parte de la casa.

495.- Estipulado el Pacto, fue a buscar al otro hermano, y comenzó a preguntarle si quería hacer una obra santa; que, como tenía una casa por la que litigaba con su hermano, si quería darle a él la parte suya, la recibiría gustoso para hacer en ella una Iglesia, y así habría ganado el pleito sin gastar nada, ni tener más litigio con su hermano; que le dejara hacer a él, que seguro lo arreglaría todo con gran facilidad.

Al hermano no le parecía verdad aquella oferta, con la que evitaba el pleito y la enemistad que tenía con su hermano. Le respondió que, para que cediera sus derechos, tenía que darle no sé qué onzas. Finalmente se pusieron de acuerdo por una bagatela. Estipulado este otro Pacto, sin que uno supiera nada del otro, y los dos alegres por haber ganado el pleito, se quedaron contentos

496.- El P. Melchor empezó a arreglar la Casa. Enseguida fue donde el Vicario a mostrarle el Consentimiento obtenido del Arzobispo, pues no tenía necesidad de más. Preparó dos clases y una sala para poder decir la Misa, colocó un Campanita junto a una ventana, y comenzó a tocar, para que acudieran los alumnos, que ya quería comenzar las Escuelas. Al poco tiempo ya habían llegado algunos alumnitos. Entraron en la escuela, y comenzaron con gran fervor a enseñarles.

Mientas tanto, el P. Melchor previó las necesidades que podrían surgir por la vecindad, viviendo junto a los Padres teatinos y carmelitas. Por eso, ordenó al P. Juan Domingo, de Cosenza, que se pusiera los vestidos sacerdotales, y se preparara para decir la misa. Así, si venía alguna orden contraria del Vicario, por alguna protesta que pudieran presentar las dos Órdenes vecinas, se encontrara ya con que había celebrado la misa, como así sucedió.

497.- El P. Melchor se puso delante de la puerta, para que si venía alguno pudiera impedirle entrar. Llegó un Enviado del Arzobispo con un mandato en la mano, y preguntó al P. Melchor quién era el Superior, que quería hablarle, de parte del Vicario General, por un asunto de importancia y urgente.

El P. Melchor respondió que esperara un poco, que iría a llamarlo, pues estaba arriba; dejó al Enviado esperando fuera de la puerta, se fue donde el P. Juan Domingo, y le dijo que comenzara la Misa, y la dijera lo antes posible, que ya había venido el Enviado con el mandato. Mandó llevar a los alumnos a la nueva Iglesia, y, comenzada la Misa, el P. Melchor volvió donde el Enviado. Le daba buenas palabras, diciéndole que el Superior estaba haciendo una necesidad, y enseguida vendría; le preguntaba de dónde era, cuánto tiempo hacía que estaba en Mesina, y a qué trabajo le había encomendado Monseñor Vicario.

Mientras tanto, ya oyó que en la misa había pasado la Consagración. El Enviado, después de contestar a lo que le había preguntado, le dijo: -“Padre, por favor, vuelva a llamar al Superior, que no puedo esperar más, pues tengo que hacer el servicio de la Corte”.

498.- Entonces el P. Melchor le preguntó: -“Hijo, ¿qué quieres del Superior? Soy yo. ¿Qué me mandas? Estoy dispuesto a obedecer al Sr. Vicario”.

El Enviado le dio la orden de que, bajo pena de excomunión y suspensión, no permitiera celebrar la Misa ni bendijera ninguna Capilla, a lo que contestó que obedecería.

Entonces el P. Melchor, fingiendo que no podía leer, fue a buscar los anteojos, y no los encontraba; pero que, como la orden no consistía más que en aquello, se fuera con él y algunos testigos. Fueron, les mandó arrodillarse, y que vieran cómo ya había terminado la Misa. Mandó levantar un acta pública del hecho, que en el altar había un cuadro de San Ildefonso (sic), que la Misa ya había terminado, que el P. Melchor había aceptado el mandato “supra Caput”, pero que la acción se había ya terminado antes de intimar el mandato. Con esta invención peregrina, dio la propina al Enviado para que hiciera la certificación de todo.

499.- Volvió el Enviado adonde el Vicario y le hizo la relación de todo. El Vicario, con una risotada, en presencia de las partes contrarias que estaban esperando, les dijo: -“Padres míos, ¿qué quieren que haga, la misa está dicha; arréglense para buscar otro camino, que ya no hay remedio. Los teatinos buscaron, efectivamente, otros caminos, relativos a la vecindad; pero, como conocían la cabezonería del P. Melchor, no hicieron demasiado escándalo, pues era favorito del Virrey de Sicilia, y sabían que no conseguirían ningún buen resultado. Así es como abandonaron las cosas, sin más.

Tranquilizadas las cosas, el P. Melchor dejó Mesina y se volvió a Palermo. En su lugar, quedó de Superior el P. Pedro Francisco [Salazar Maldonado], para terminar las obras, tal como había determinado el Virrey.

500.- El P. Pedro Francisco quería conseguir algún dinero de la Casa de Palermo, para el agua que le había concedido la Cámara Real; pero el P. Melchor, que estaba más encariñado con la Casa de Palermo que con la de Mesina, no tenía intención de pagarle; y así es como comenzaron a romper entre ellos, y a tener algún disgusto. Sobre todo, porque los Dueños de la Casa que había fundado decían querer rescindir los contratos, porque habían sido engañados por el P. Melchor, según ellos.

Levantaron un pleito al P. Pedro Francisco –del que habla el P. Fundador, como se lee en el libro de las cartas, donde dice que era necesario quitar al Superior en Mesina y poner otro “que no sea tan litigante”. Por eso fue nombrado el P. Onofre [Conti] del Smo. Sacramento, que comenzó a ordenar todas las cosas con más amabilidad.

Notas

  1. Era un privilegio papal, que tenían las Órdenes mendicantes, como lo era ya en aquel momento la de las Escuelas Pías.
  2. Nota escrita al margen del folio: “Procuró la franquicia de las cartas, y la obtuvo, no sólo para Venecia, sino también para Roma, situación que conservamos hoy día; y, a imitación de los venecianos, la dieron también los correos de Germania y Polonia; y yo, que muchas veces recibía cartas por correo cuando estaba en Roma, siempre las recibía con franquicia”.
  3. Era una frase en dialecto siciliano, con sentido de enfado, que hoy desconocemos en su sentido preciso.
  4. Piedra volcánica y porosa, de la región de Nápoles.
  5. Una nota pone al margen del folio: “De la Cena del Señor”.
  6. Al Margen, hay una nota que dice: “Este Novicio había sido capuchino; y por eso el P. Fundador dice en una carta que, una vez liberado el P. Juan Domingo, el Novicio fuera expulsado, pues no quería en la Orden a tales vagabundos. Y así se hizo; fue enviado a casa, con gran complacencia y satisfacción suya”.