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El P. José de la Madre de Dios, fundador de la Religión de los Clérigos Regulares de las Escuelas Pías, fue de patria español. Nació de legítimo matrimonio, hijo séptimo del Sr. Pedro Calasanz y María Gastón, familias nobilísimas y temerosas de Dios, y como tal lo educaron. Y llegó a tal punto que en compañía de otro compañero andaba fuera de su tierra para matar al demonio por ser enemigo de ellos. Esa simplicidad nacía de la buena educación y del deseo del honor de Dios. Su nacimiento fue en 1556, o en 1558.

Su blasón de armas era un perro que lleva una bolsa de dinero en la boca, lo que representa la fidelidad de Beltrán de Calasanz por el servicio hecho al Rey Jaime llamado el Conquistador, pues él había ido con 60 hombres de armas pagados a propias expensas en ayuda suya contra el Conde de Urgel, que había ofendido con palabras y actos inconvenientes a la Real Majestad.

Nació (el día en que pasó a mejor)[Notas 1] vida san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús.

Después de haber estudiado Gramática retórica con mucho aprovechamiento en versos y en prosa, fue enviado a las Universidades de Lérida, Valencia y Alcalá, y se doctoró en Sagrada Teología, Leyes civil y canónica. Le ocurrió ser buscado para desempeñar el oficio de secretario de una nobilísima señora, la cual observando su modestia y costumbres, se le aficionó de tal manera que habiendo ocupado a sus criadas en otros quehaceres, quedó sola en la alcoba y llamó a nuestro Calasanz, al cual manifestó sus lascivos deseos. A guisa del otro José de Egipto huyó de aquella casa en busca de su confesor, y allí determinó no querer en adelante entrar más en la casa de aquella señora, como lo hizo.

(Volvió a la patria donde) (Antes de regresar)[Notas 2] Se enfermó después gravemente y con hacer voto de hacerse sacerdote de pronto recobró la salud. Vuelto a su patria se ordenó de Menores, y después del sagrado Orden del Subdiaconado. Siendo de edad de 22 años fue elegido para ayudante de estudio por aquel gran literato e insigne prelado Obispo de Barbastro del cual fueron discípulos Báñez y Medina, que son de los primeros doctores de Salamanca. Estuvo junto a este prelado hasta la edad de 25 años. Inmediatamente después de ser ordenado sacerdote fue elegido como confesor por el obispo de Lérida. Siendo dicho Prelado Visitador de la santa casa de Montserrat, ayudó a dicho Obispo en dicha Visita por espacio de seis meses con diversos cargos, y particularmente como secretario de la Visita. Quería siempre estar retirado y se hospedaba en una habitación desde con gran gusto espiritual suyo oía la misa que en una capilla de enfrente se cantaba todos los días al alba.

Murió el Obispo de Lérida en esta Visita, y fue enviada la patente de Visitador al obispo propuesto antes al Rey por el Residente y por nuestro Calasanz, que fue luego comisionado para comunicar la nueva a dicho Obispo. Después de esta función, monseñor Hugo Ambrosio de Mendoza[Notas 3], antes camaldulense en el sacro yermo de Toscana y luego Obispo de Urgel, y que era hermano del Virrey de Cataluña, eligió a nuestro Calasanz como Vicario suyo en Tremp, y juez supremo en lo civil y lo criminal en todo el territorio que comprendía 60 castillos. En este oficio se portó egregiamente, disponiendo que el clero viviese con mucha observancia y no acudiese a convites de personas seglares, sino que honestamente se recreasen juntos los eclesiásticos, y apaciguaba sus discordias con suma prudencia.

Estaba para casarse una jovencita noble, la cual fue raptada a causa de su belleza por una persona poderosa, quien salió al campo. Por el estrépito que la cosa hacía en la corte del Rey, y se seguían de ello muchos desórdenes, se le rogó al Obispo que pusiera algún remedio al caso, y para ello fue elegido nuestro Calasanz, el cual con toda diligencia y solicitud montó a caballo, no obstante la abundancia de nieve, y con la autoridad que le había dado, lo puso todo en paz, siendo restituida la esposa que debía casarse con aquel caballero de su condición, con mucho gusto de todos los que eran conocedores del caso.

Estableció una cofradía que dota para el matrimonio todos los años a muchas jóvenes.

Con sus bienes fundó un montepío de trigo de considerable importancia, para que de él se hiciera limosna a los pobres en los meses de enero y febrero, y dejó a cargo del mismo al párroco de Tremp, y que el vicario del Sr. Obispo revisase cada año todo, asignando tanto al párroco como al vicario la porción correspondiente. Y él partió para Roma.

Andando de visita por los montes Pirineos encontró al clero bastante desarreglado, por lo que hizo y puso en práctica muchas excelentes ordenanzas, e impuso la pena de excomunión a los vicarios foráneos si no denunciaban a los que no las observaran, por lo que se sublevó el pueblo y el clero hasta quererlo matar. Pero visto que todo resultaba a mayor gloria de Dios se calmaron, y como prueba le fue regalada por aquella comunidad una gran cantidad de quesos, dándole las gracias y confesando que hasta aquel momento no habían conocido su propio bien ni qué era la dignidad sacerdotal.

Llegado a Roma, iba con mucho gusto suyo y devoción a visitar los santuarios de la ciudad santa. Fue conocida su bondad del Eminentísimo Cardenal Antonio Colonna, quien lo tomó en su corte como teólogo suyo y como padre espiritual de toda la casa. Y era tanta la estima en que le tenía que ordeno a su sobrino el príncipe que no saliera nunca de casa sin pedir la bendición del P. José de Calasanz.

En este tiempo, para estar siempre bien ocupado, quiso ser agregado a la Cofradía de los Santos Apóstoles. Visitaba a todos los enfermos, no sólo de los barrios que le estaban asignados, sino también de otros, cuando algún cofrade estaba impedido. Y además de los oficios que tenía en dicha corte, se ejercitaba en toda obra de piedad, visitando prisiones y hospitales, ayudándoles en toda necesidad con caridad grandísima.

Fue de los primeros en inscribirse en la Cofradía de las Sagradas Llagas, en la que se hacían muchos ejercicios especiales y mortificaciones.

Enseñaba en las fiestas la Doctrina Cristiana, de la cual fue muchas veces visitador, y elegido luego Prefecto no quiso aceptarlo, excusándose razonablemente con el Eminentísimo Cardenal de Médicis, que luego fue León XI.

Era muy asiduo a visitar las siete iglesias de Roma, y a menudo sucedió que personas poseídas se sentían impedidas de entrar en la capilla de la Columna de Santa Práxedes y en otros lugares de devoción. Estando él presente en estos lugares se movía a compasión, e imponiendo su mano sobre la cabeza de los aquejados, les mandaba que entrasen sin hacer ruido, y era obedecido, de modo que podían asistir a misa, confesarse y comulgar sin impedimento alguno. Y esto decía él ser efecto de la misa que había dicho poco antes, como solía todas las mañanas.

Atendía a consolar a los enfermos y pobres no sólo con las limosnas que les distribuía, sino también amaestrando a ignorantes y pecadores, enseñándoles la vía de la salvación y el modo de hacer oración para mantenerse en gracia de Dios y aprovecharse, en lo cual hizo gran provecho.

Además de los ejercicios y oficios mencionados, ayunaba casi diariamente a pan y agua, llevaba sobre la carne desnuda cilicios y cadenas de hierro trenzado, y en particular en la iglesia de los Santos Apóstoles solía todos los días retirarse, postrado en tierra delante del Santísimo Sacramento, y considerando la gloria de Dios y la propia vileza, pedía a su Divina Majestad le concediese sentimientos interiores para conocer la vanidad de todas las cosas del mundo y la verdad de las grandezas celestiales.

Solía decir sus maitines siempre a medianoche.

Al visitar a los enfermos y pobres de Roma comprendió con mucho dolor que la mayoría de los niños pobres se entregaban como presa a los vicios, no pudiendo sus padres y madres mantenerlos en las escuelas. Y visto que los maestros rionales no admitían más que siete u ocho pobres gratis, y que los de la Compañía tampoco los admitían si no estaban antes iniciados en la Gramática, se movió tanto a piedad que estimó que Nuestro Señor le encargaba a él el cuidado de estos pobres niños.

Buscó la colaboración de otros sacerdotes, viendo que él sólo no podía (emprender una cosa tan seria)[Notas 4] ejercitar un instituto que sería frecuentado por muchos. Comenzó con poca ayuda el instituto de enseñar a los niños, que luego llegaron a un número tal que fue preciso proveerse de una casa más adecuada. Y por cuanto el Papa Clemente VIII apreciaba mucho la obra, le asignó doscientos escudos anuales de limosna, para que pudiese atender más fácilmente al alquiler y a los otros gastos necesarios para el mantenimiento del instituto.

Sucedió luego el papa Paulo V, quien no sólo continuó dando la limosna citada, sino que elevó bajo el nombre de Congregación a cuantos quisieron sujetarse a votos simples, conforme al Breve en que quiso llamar con su nombre a la Congregación Paulina. En este pontificado elevaron muchas reclamaciones los maestros rionales de Roma, pero no prevalecieron y el instituto fue creciendo con aplauso universal.

Después de este sucedió en el Pontificado Gregorio XV, el cual elevó la Congregación al número de la Religiones, honrándola con la comunicación de los privilegios de los mendicantes.

Sucedió después Urbano VIII y el instituto se dilató por muchas partes del mundo, a saber: Nápoles, Génova, Umbria, Sabina, Marca, Florencia, Germania y Polonia, con mucha satisfacción de los pueblos y gloria de la Religión. En este pontificado, hacia el final, por algunas controversias de los mismos religiosos, fue visitada la pobre Religión. Y nuestro Calasanz, que por humildad no solía comparecer por las casas de los príncipes en los cortejos, fue maltratado, y finalmente, como humildísimo que era, ha sido muy abatido en el exterior y ha visto con grandísima paciencia reducida su Religión a Congregación bajo el gobiernos de los Ilustrísimos Ordinarios, diciendo siempre: “Dios está por nosotros; dejemos obrar a Dios”.

Con esta resignación, después de larga enfermedad, ha recibido los sacramentos de la Santa Iglesia con mucha devoción, y la recomendación del alma. Y declarándose deseoso de que Nuestro Señor perdone a cuantos le han hecho sufrir, ha dado a todos su santa bendición. Y diciendo que a todos deseaba cuantas bendiciones quería para su alma, pidió a todos que rogasen por él a su Divina Majestad, y entregó el espíritu a Dios.

Con gran demostración de santidad se frecuenta su sepulcro con mucha devoción y con demostración de milagros, por los cuales a su tiempo se dará gloria a Dios, porque “mirabilis est in sanctis suis”[Notas 5].

Notas

  1. Tachado.
  2. Estas dos frases están tachadas.
  3. En realidad, Moncada.
  4. Tachado.
  5. Es admirable en sus santos.