DelMonteVisitaGeneral/1695-12

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[1695, Diciembre]

Día 1 de diciembre de 1695. Después de recibir muchas visitas de Religiosos, concretamente de los Padres Teresianos; de los de la Merced de Redención de cautivos; y de señores seglares, bienhechores de nuestra Orden, tuvimos la comida. A continuación, el P. General tuvo una breve exhortación a la Comunidad de Cracovia, destacando, sobre todo, la importancia que tiene en esta nueva fundación, lograr alcanzar el buen nombre. Luego ordenó al P. Rector que no permitiera a nuestros Sacerdotes que vayan solos por la ciudad, a no ser directamente a las Salesas. Hacia las dos de la tarde, después de despedir al P. Ramón, diciéndole que volviera a Podolín, como había pedido su Rector al P. General en una carta, para encargarse del gobierno de nuestros Juniores, salimos de Cracovia con el susodicho P. Miguel [Krausz], de 68 años de edad, Ex Provincial y guía del viaje, y con el H. Francisco de San Pedro, uno de nuestros Operarios de Polonia, sin contar con los habituales P. Secretario y Compañero. En el coche provincial de cuatro caballos iban el P. General, el P. Miguel y el Secretario; en el otro de tres, el H. Francisco de San Pedro, y el H. Francisco, compañero, con las provisiones. Se nos hizo de noche, después de perdernos por los campos, a pesar de que tanto el P. Miguel como el H. Francisco eran buenos conocedores de los caminos; pero estos caminos, por la niebla densa, también suelen engañar a los más peritos, a causa de la cantidad de ellos, y llegamos al pueblo de Miechow, que pertenece a las monjas Clarisas de San Andrés, de Cracovia, bienhechoras nuestras. En los albergues polacos, paja en el suelo ya se considera una delicia; el calor del hogar a veces era horrible; otras muy tenue; y había un humo hediondo, que producía dolor de cabeza y nauseas, hasta más no poder. El P. General quiso tener de momento consigo al P. Miguel, porque es peritísimo en los asuntos de la Provincia, y, como piensa bien de la observancia regular de toda la Provincia, está muy bien considerado.
Día 2 de diciembre de 1695. Salimos de Miechow al amanecer, y antes de comer llegamos a Polaiovice, un pueblo pequeño. Aquella mañana no hicimos más de dos leguas, porque las leguas de Polonia son irregulares; se denominan no por el trayecto contado en pasos, sino por el espacio de un lugar a otro, donde está el albergue. De ordinario, una legua equivale aproximadamente a cuatro millas italianas; pero a veces a cinco, a seis, y a más. Después seguimos por una planicie continua, hasta llegar por la noche a Wodzislaw, en latín Voladislavia, una ciudad que estaba a cuatro leguas polacas. Allí cenamos, entre bebedores de mielsi, una bebida que preparan y venden sólo los hebreos, ya que solamente se les permite a ellos en Polonia. Se hace con agua y miel, a las que, para que sea más fuerte, mezclan ceniza.
En todas partes se usan tópicos al hablar; en Polonia hay cuatro más comunes: el puente polaco, la fidelidad húngara, y el ayuno germano, a los cuales los polacos añaden un cuarto, inmerecido, que es la devoción italiana. El Puente polaco es pésimo; la fidelidad húngara, inconstante; el ayuno alemán, demasiado relajado, y la devoción itálica la consideran exigua, y que dura poco. Los albergues, de ordinario, son establos. Y las tabernas, son los hebreos quienes las administran. En Wodzislaw, sin embargo, procuramos, de intento, hospedarnos en un albergue cristiano, que parecía más limpio, y tenía una sala más amplia.
La región está muy escasa de leña en estos lugares, que distan mucho de los montes; la habitación caliente la caldean con heno y paja, lo que en un diciembre polaco, a un italiano le parece insuficiente. Los alimentos casi no los pueden aderezar, por falta de leña. El vino es tan caro que, por un ánfora romana hay que pagar nueve julios; y en Varsovia, diez, si se trata de vino húngaro, que, dicen, se conserva durante cien años, y siempre está sin posos; el español, se compra a casi seis julios por la misma cantidad, porque se exporta por mar. Por los caminos no hay cosas en venta, ni tampoco en los albergues, a no ser en pueblos grandes. El P. General, que esta noche tenía mucha sed, no pudo conseguir nada de agua, por lo que tomó cerveza, y así concilió el sueño.
Día 3 de diciembre de 1695. Salimos de Wodzislaw avanzando por medio de abundantes bosques, con hielo, escarcha y nieve, casi de continuo, hasta el ocaso; pero, caminando con un sol que lucía sereno, llegamos a comer a Miniszeko (que en latín se dice Monachulus), un pueblo con un gran vivero de peces, y un molino, a cuatro leguas de Wodzislaw, perteneciente a los Monjes Cistercienses, no lejos de Andrew.
De aquí, es decir, de Miniszeko, por una planicie con pequeñas colinas, al anochecer llegamos a Malagoszcz, donde encontramos muchos albergues polacos, pero completamente ocupados por coches de viajeros y de comerciantes, que iban a las ferias de Cracovia. Hicimos un esfuerzo por encontrar una posada, pues el P. General no quería lo de otras veces, para no tener que pasar la noche entre hebreos, que son los que regentan los albergues, mezclados con los católicos que viven en aquellos lugares; aunque, viéndolos juntos, no se distinguen por ninguna señal; sin embargo, se distinguen por el culto.
Este día, de forma inesperada, nos salió un poco más clemente, cosa extraña en diciembre para Polonia. Ni lluvia, ni viento, ni nieve. Una clemencia, no obstante, que para cualquier italiano era mucho más frígida que el rigor del frío. Tanto que se congelaban el aliento en la barba y el cuello del hábito, y hasta la misma evaporación de los caballos, y la espuma de los bueyes, etc., que como mechones de lanas e adherían a la piel y a la ropa, etc. A causa del frío, apenas podíamos aguantar en el coche, si no nos calentábamos los pies caminando.
Las mujeres caminan con un pañuelo que les cubre frente, y otro la cara, de forma que sólo quedan descubiertos los ojos. En relación con esto, nos pasó una cosa curiosa. Un día que el P. Miguel se puso un pañuelo en la frente mientras caminaba, un pobre que pedía limosna le dijo: “Ilustrísima Señora, por amor de Dios, ayúdeme”.

A los fumadores se les suele colgar del mostacho un canalón helado.

El P. General, de ordinario, se daba largas caminatas a pie; y cuando iba en el coche dedicaba el tiempo a preparar exhortaciones para los Religiosos. El P. Miguel nos contó que, un cierto clérigo astuto, cuando rezaba el Oficio, acostumbraba a dirigirse a Dios, con el siguiente alfabeto: “Señor, en este alfabeto se incluyen todas las horas canónicas, no sólo de un día, sino de todo el año. Así comienzan esas siete horas:

Venite Laudes Jam Nunc Rector Rerum Dixit Completorium”[Notas 1].

Día 4 de diciembre de 1695. Transcurrida penosamente la noche en el albergue, entre la turba, los gritos y las disputas de los campesinos y de los huéspedes indiscretos, a la aurora fuimos a celebrar en la Iglesia más próxima, en la que había una gran cantidad de ciudadanos y habitantes de Malagoszcz, para oír la misa y el sermón. Y es que, cuando llega el Adviento del Señor, es costumbre que haya una Misa Rorate, solemne, diaria, a la aurora, en las Iglesias polacas. Y, en aquel momento, ya sonaba el órgano, al que, enseguida se unieron los cantores, entonando la música del Rorate[Notas 2], etc.; y, en el Evangelio, lo que los polacos llaman pérgamo[Notas 3], un texto elegido por el director de cantos. Después, un Presbítero secular, que imaginábamos era el Párroco, pronunció un sermón en lengua polaca. En medio de estas armonías y canciones, estábamos también nosotros, oyendo la Misa, que celebró el P. Antonio [del Monte], el Secretario. Hemos querido anotar aquí la actuación sagrada y los ritos particulares de los asistentes.

Lo primero, que acostumbran a levantarse y a arrodillarse con frecuencia; desde el Evangelio, y al comenzar el Canon de la Misa, hasta la Consagración. Cuando el celebrante llega a este momento, todos a una, caen de rodillas; a las genuflexiones del sacerdote, unos besan el suelo, otros se echan por tierra, otros se golpean la frente, los ojos, la nariz, los oídos, la boca, las manos y el pecho; y alzan también la voz, recitando oraciones polacas. Finalmente, se observa mucha devoción por todas partes entre la gente.

A continuación, emprendimos el camino, en un día serenísimo, por bosques casi continuos, lagunas heladas, caminos sinuosos, y no sin muchos peligros de frecuentes vuelcos de coches y carros; porque en algunos sitios no se podía gobernar las ruedas ni a los caballos, y porque estaba claro que los puentes estaban pésimamente construidos, a la manera polaca.

Dejando atrás tres millas polacas, nos detuvimos a comer en la aldea Sarbice, situada en medio de aquellos bosques enormes, misérrimo lugar y albergue más que misérrimo, como de costumbre. Después de comer, nos dispusimos a proseguir el camino, al mismo paso, entre bosques de pinos, y con cautela; porque no lejos de Sarbice había una laguna helada, más larga de un estadio[Notas 4], cuyo hielo no era capaz de aguantar los carros que pasaban; y por la misma razón, aún estaba embutido a ella un coche, hundido en lo profundo, al fracturarse el hielo. Ante el miedo, decidimos, buscar algún guía práctico, que nos condujera por otro camino. Éste, entre bosques y matorrales, nos libró de los inminentes e inevitables peligros de los caminos reales, y durante dos leguas, ya sin bosques hasta el anochecer, nos dejó felizmente en Radoszyce. El lugar no está lejos de los bosques recorridos durante todo el día. A este camino tampoco le faltaron sus hielos y charcas; pero el hielo era resistente, y las salvamos.

Todos los edificios de la región son de madera, y apenas ninguno de piedra. Las casas tienen sólo una altura, la del suelo. Hay albergues más dignos, con tablas en el pavimento; los más míseros, que son muchísimos, tienen el suelo desnudo, sobre el que duermen sobre paja, o heno, o rastrojos. Si uno no lleva mantas, en los albergues no las ponen.

Los días festivos, en los albergues donde se vende cerveza, hay que andar con tiento, pues a ellos acuden rústicos a beber, y, con frecuencia, se oyen los gritos de los borrachos, mezclados con altercados, en los que insultan a todo tipo de viajeros; sobre todo a los hebreos, como nosotros vimos al entrar en Radoszyce, cuando un rústico muy bebido, que se balanceaba por el camino, caminaba apoyado en su esposa; y, por cierto, era un domingo.

La causa de este comportamiento de los rústicos en las fiestas, es sobre todo porque en los pueblos, donde hay tantas Iglesias, acuden también los de las aldeas cercanas; y, lo que es digno de admiración, algunas veces tienen que ir desde muchas leguas a oír la Misa, aunque a causa de la distancia casi la mitad de los hombres que viven en aquellas aldeas no cumplen con el sacrosanto precepto de la Iglesia en los días de fiesta.

Días 5 de diciembre de 1695. A la aurora, salimos de Radovitze, con hielo por todas partes. Avanzábamos siempre entre frecuentes bosques, y siempre con escarcha, pero bajo un cielo sereno por trayectos de charcas congeladas, hasta que llegamos a Gowarczow, tras un recorrido de cuatro leguas polacas. Es un pueblo en el que apenas se ve una Iglesia de piedra; y las casas, siempre de madera. Salimos de él aún con cielo despejadísimo, pero con el mismo frío de cada día.

Como allí no hay más que un albergue, administrado por hebreos, gracias a la habilidad del P. Miguel, guía de nuestros caminos, nos desviamos a la casa particular de un ciudadano de Gowarczow, dejando a los caballos comiendo en el albergue. Después partimos, por caminos muy parecidos, durante tres leguas, aproximadamente, hasta anochecer en el pueblo de Drzewica, en un suburbio, o albergue campesino, en el que pasamos la noche, pues las tinieblas nos impedían seguir el camino. Allí estuvimos, entre hombres y animales, a la manera de los pobres.

Día 6 de diciembre de 1695. A la hora habitual, salimos de Drzewica. A poca distancia cruzamos un río, con el mismo nombre polaco, por un puente hecho de maderos. Estaba todo cubierto de hielo y escarcha blanquecina. Poco después, nos perdimos en el camino por una legua entera, en una región con bosques por todos los sitios, y avanzamos sólo tres millas polacas, tras las cuales llegamos a Longhegnize (que son dos pueblos del mismo nombre, divididos por el río Piliça). Atravesado el puente de madera del Piliça, nada pequeño, llegamos a un albergue, en el que encontramos al Ilmo. Señor Canónigo Pokrzywnicki, Decano de la Iglesia Catedral de Gniezno, y Presidente del Tribunal del Reino de Lublin, que celebraba un homenaje, acompañado de una egregia comitiva. Ante aquella circunstancia, nos pareció bien quedarnos en un tugurito rústico que encontramos, después de muchos intentos, y, encima, muy pequeño. Pero el mismo señor, tan pronto como oyó la llegada del P. General, envió a cuatro nobles servidores, para invitarle a comer, lo mismo que a sus acompañantes.

El P. General envió enseguida adonde él al P. Miguel, que conocía a aquel egregio Prelado, para que le diera las gracias, y le pidiera disculpas por rehusar la invitación. El Señor le trató con toda amabilidad, y de nuevo le remitió al P. General, para que le dijera fuera allí a comer con él. Pero de nuevo se negó también él, diciendo que debían salir inmediatamente de camino.

Sin embargo sí tomaron una comida ligera en aquel rústico tugurito. Mientras tanto, el Ilmo. Señor, apartándose de la mesa, salió a encontrarse en el camino con el P. General, a quien insistió en llevarle con él a la mesa, para que comiera algo, aunque fuera rápidamente, lo que también rehusó el Padre, limitándose sólo a beber un vaso de vino.

Hablando familiarmente el Señor con el P. Miguel, le dijo: “¿Por qué ustedes, siendo gente santa, y pueblo elegido, tienen tanto jaleo entre ustedes mismos?” Aludía, ciertamente, a aquellas turbaciones, que nadie desconocía en el Reino de Polonia, de cualquier condición que fuera. El P. General casi se murió de vergüenza, y una vez subido al coche se dolió de ello.

Después de salir de Longhegnize, y caminar dos leguas por una planicie continua, y por nuevos bosques que encontramos, llegamos de noche a la aldea de Goszcyn, donde, como es habitual en Polonia, dormimos entre ganado.

En aquel camino, un caballo del coche cayó enfermo, y comenzó a resistirse, a temblar y a tambalearse. Saltó el auriga, le tapó con su mano los ojos durante unos segundos, y enseguida se rehízo. Hoy no hemos encontrado pan en la posada, y nos han dicho que la carestía amenaza al Reino, pues desde hace muchos meses no cae una gota sobre la tierra.

Día 7 de diciembre de 1695. Desde Goszcyn, salimos de mañanita hacia Varsovia, dispuestos a recorrer diez leguas de camino. Cuatro, con viento, hielo y bosques continuos, como siempre, y un frío polaco impertérrito, hasta detenernos en Tarczyn, pueblo de la región. Durante las tres leguas siguientes, tuvimos que detenernos frente al puente de un molino, ente una ingente y amplia cantidad de hielo, por donde no podían pasar dos carros cargados de mercancías; se encontraban detenidos, y con las ruedas hundidas; de tal manera, que no había fuerza capaz de desatascarlos.

Nosotros pudimos encontrar un camino abierto entre matorrales, por donde, con dificultad, pudieron pasar los coches. Después, el P. General, aprovechando la ocasión de la cercanía a Varsovia, informó detalladamente al Padre Miguel y al Secretario, de las cosas que había que hacer, para tranquilidad de la Provincia; intimándoles lo que ellos debían hacer al tratar los problemas, sobre todo los más turbios. Cuatro cosas les exigió, es decir, secreto, fidelidad, distanciamiento ante problemas entre partes, y diligente libertad al hacer observaciones, para que todo resultara eficaz, a gloria de Dios y de la Orden.

Desde Tarczyn, con tres leguas de camino, llegamos a Janki, por la noche. Pero allí no fue posible encontrar ayuda de vida humana. En el bosque, antes de llegar a dicho lugar, salió a nuestro encuentro un correo a caballo, enviado por los Padres de Varsovia, con una carta para el P. Miguel, diciendo que anunciáramos la hora de llegada del P. General para prepararle la acogida. Éste ordenó contestarles que no se molestaran por los homenajes; ya que era mejor para él la modestia que cualquier honor; que era suficiente con que enviaran un coche cubierto, por decoro.

Distábamos de Varsovia tres leguas, en medio de la noche, que ya se nos había echado encima (pues por el camino cada día se nos acortaban los días, al acercarnos al polo ártico; amanecía cada vez más tarde; y el crepúsculo de la tarde llegaba poco después de las dos). Así que nos vimos obligados a hospedarnos en el angosto albergue de dicho pueblo, donde se habían juntado tantos viajeros, que, en su estrecho espacio, dormían casi treinta personas; unas sentadas, otras recostadas. Y, apenas se puco conseguir, a base de pedirlo repetidas veces, que los seglares se moderaran en el hablar y se comportasen bien. Nos ofrecieron paja húmeda y hedionda. Tras pedirla, nos trajeron también seca, pero había tan poca que el P. General evitó usarla, para que a los demás no les faltara; por una noche, se conformó sólo con lo que llevaba. El P. Miguel durmió en el carro.

Día 8 de diciembre de 1695. De mañanita también, salimos de Janki con cielo sereno, pero frígido, y una campiña cubierta de escarcha. Al cabo de casi dos leguas, llegamos a Racowiec. Cuando llevábamos ya parados en el albergue casi media hora, sin ninguna clase de calefacción, puesto que la leña está muy cara en todo el distrito de Varsovia, he aquí que se nos presentaron el P. Rector de Varsovia Benito de San José, con el P. Wenceslao [Zawadski] de San Francisco, Maestro de Retórica, el P. Raulino de San Andrés, Maestro de Sintaxis, con dos coches. El P. Rector recibió en el primero al P. General con el P. Miguel y el Secretario; en el otro subieron los restantes Padres que quedaban; y los Hermanos Operarios en el coche Provincial de viajes. Llegamos a Varsovia tras un recorrido de de casi una legua, unas dos horas antes de mediodía, el mismo día de la Inmaculada Concepción. Y, para no molestar a los confesores, entramos en nuestro Colegio, situado en la Plaza Ancha, sin tocar la campanilla.

Notas

  1. Que quiere decir, aproximadamente los siguiente: “Idos, que el Rector de todas las cosas ha terminado ya los Laudes y las Completas” (N. del T.)
  2. La más conocida antífona del Adviento: “Rorate coeli desuper, et nubes pluant Justum”. (N. del T.)
  3. Es decir, el texto del Evangelio, escrito en pergamino. (N. del T.)
  4. Distancia o longitud de 125 pasos geométricos. (N. del T.)