DelMonteVisitaGeneral/BREVE INTRODUCCIÓN DEL EDITOR/Afinidades espirituales

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Afinidades espirituales

Al llegar aquí, antes de concluir estos breves trazos biográficos, tenemos que dar un paso atrás y recordar la amistad o mejor aún la comunidad de aspiraciones y de ideales que unieron al P. Antonio de S. José con otra gran alma que fue el P. Juan Crisóstomo Salistri, con el cual, además, tuvo en común la experiencia de la larga permanencia y peregrinaciones en las tierras de la Europa Central.

A finales de 1696 y por iniciativa de la S. Congregación de Propaganda Fide se organizó el envío de Misioneros a China y las Indias Orientales. A tal iniciativa se adhirieron con entusiasmo el P. Salistri y su hermano el P. Juan Lora de S. María (1650 1734). Habiéndose retirado este último a causa de una dificultad que le sobrevino, se unió al P. Salistri nuestro P. Antonio Del Monte.

Se enteró del asunto la misma Congregación General, que en su sesión del 4 de enero de 1697 decidió: “Parece que se puede conceder, pues representa un medio para la dilatación de la Orden”[Notas 1].

Las restricciones económicas de la Orden obligaron a abandonar el proyecto, con gran disgusto de los dos nuestros, por lo demás aconsejados por el mismo Papa Clemente XI, quien conociendo el propósito del P. Salistri respondió que sus Indias eran el Hospital de S. Miguel a Ripa.

“No obstante cuenta el mismo P. Salistri el P. Antonio de S. José, no contento con la respuesta dada por el Sumo Pontífice, ardía siempre en el deseo de dar la vida por amor de Dios. Por lo que conjuraba a menudo a Salistri para que orara por esta intención. Por lo cual, llevándolo una vez consigo a la iglesia de S. María la Mayor, después de haber rezado un buen rato, el señor reveló a ambos que había aceptado su deseo como si se hubiese cumplido. Que, por lo demás, debían buscar el martirio en el ejercicio de su ministerio, enseñando a los niños y ayudando al prójimo. Después de lo cual, tras contarse la cosa uno al otro, el P. Antonio cedió ante el buen talento de la divina disposición”[Notas 2]

Pero las afinidades espirituales del P. Antonio con el P. Salistri nos parecen bastante bien ilustradas con la letra que de buena copiamos a continuación escrita al P. Salistri, la única que tenemos, pero seguramente no la única que intercambiaron entre ellos.

El tono de la carta, esencialmente consolatorio, como puede verse por la fecha en que fu escrita, se explica por el hecho del alejamiento, casi un exilio, como hemos citado más arriba, del P. Salistri de Roma, tras la reelección del P. General con un Breve pontificio, cosa que no agradó a algunos padres, y entre ellos a Salistri. Pero en su alejamiento de Roma y el envío del P. Salistri a Florencia, “a disposición del P. Provincial”, como insinúa el P. Sántha, puede no ser extraña la insólita “relación espiritual con Olimpia Benedicta Mignastri”, que en cierto modo huele a alguna forma de molinismo, difundido en aquellos años en Roma incluso entre los miembros del alto clero[Notas 3]. Pero veamos la carta.

(fuera) Al P. Juan Crisóstomo de S. Pablo de los CC.RR. de las Escuelas Pías. P.A.G. Florencia.

He leído la carta de V.R. pero no el pliego, porque tengo mucho que hacer; lo leeré si Dios quiere tranquilamente pronto. Continúe V.P. rezando por el P. General que en mi opinión no ha estado nunca tan bien como ahora, y espero que siga mejorando hasta que se encuentre del todo bien.

“Le agradezco por el ánimo que me da y confío que en el Señor haremos tendremos fuerza. Si queremos medir nuestra debilidad, más aún, nuestro nada, nos encontraremos desprovistos para nosotros y para los demás. Si Dios nos reviste de su armadura, derrotaremos al Gigante de nuestra Soberbia, y libraremos de sus asedios y correrías al pueblo de Dios.

Hasta donde llegue nuestra fe, llegarán nuestras obras. Quiero intervenir frecuentemente en las Misiones de V.R. porque soy de un corazón tan duro y pusilánime que si no oído continuamente el sonido de la trompeta, no sé moverme para ir a la batalla. Mejor será que el sonido gallardo me ensordezca el oído y me haga correr fuera de mí que quedarme encogido en un rincón del campo de batalla cuando ya me he inscrito para ir a la guerra. No cese V.R. de darme ánimo porque le suplico en cuanto puedo, iba a decir le mando, pues no soy sino un soldaducho que aún no sabe sujetar la espada, ¿cómo podré tener el cetro?

Abracémonos en el señor, que le bendiga siempre.

Roma, 24 de enero de 1699.

Humildísimo y afectísimo suyo en Cristo, Antonio de S. José”[Notas 4]

Del P. Antonio del Monte, a diferencia del P. Salistri, de quien además de las publicaciones impresas nos ha dejado una verdadera montaña de manuscritos, no poseemos otra cosa que el manuscrito del Diario de la Visita General Apostólica de las Provincial Ultramontanas y una misceláneas de esbozos de tesis teológicas, de sermones y de citas tomadas de las Sagradas Escrituras, de los Padres de la Iglesia y de autores clásicos, una especie de prontuario ordenado en secciones y ordenado alfabéticamente[Notas 5].

Vuelto a la enseñanza de la teología en 1706, “al suave yugo de la enseñanza”, como decía, al cual había dedicado la mayor parte de su vida religiosa, el P. Antonio continuó aún durante tres años, cuando, herido por una lesión pulmonar, a la edad todavía joven de 48 años, el 12 de febrero de 1709, a las 9 y cuarto de la noche, asistido amorosamente por los hermanos y confortado con todos los sacramentos, expiró suavemente en el beso del Señor en San Pantaleo.

El clima de espiritualidad enrarecida en el que vivió su demasiado breve vida el P. Antonio Del Monte según los diversos testimonios recogidos, no puede ni debe perjudicar o influenciar nuestra lectura del diario del viaje aventurero, como no puede hacerlo, ni debe, el intenso programa de prácticas espirituales, acordado desde los primeros movimientos, que habrían marcado las largas jornadas de los viajeros.

El autor, en la plenitud de sus treinta años, gran parte de los cuales gastados en la conquista y transmisión a nuestros jóvenes de una profunda cultura humanístico filosófica y teológica, muestra tener ojos y oídos y todas sus facultades bien abiertas para recoger y comunicar con un estilo, repetimos, simple y natural, pero no por ello menos eficaz; yo diría impresionista, hecho a base de trazos esenciales, lo mismo en la descripción geográfica de las regiones y de los paisajes atravesados, que en el señalar las características, también mediante los encuentros con las poblaciones, sus actividades, su manera de vivir, sus usos y costumbres. Igual de eficaces y significativos son los trazos en los cuales describe las dificultades, los riesgos de la estación invernal en que tiene lugar buena parte del viaje, de carreteras inciertas o apenas trazadas que unen los diversos centros, la inexistencia o la precariedad de los albergues que obliga al grupo de los tres viajeros a compartir el breve e inquieto reposo nocturno con gente promiscua y no raramente con animales. Y después la llegada a los grandes centros, como en Viena, los solemnes recibimientos, las numerosas visitas a autoridades y personajes ilustres e influyentes de los cuales los nuestros esperan ayuda para el establecimiento de nuevas y antiguas fundaciones, pues esta era también una de las finalidades de la visita emprendida. Pero no queremos continuar señalando particulares, para no privar al lector del placer y de la sorpresa que, estamos seguros, la lectura directa y continua del Diario, que durante siglos ha estado en el fondo de nuestro archivo, suscitará.

Creemos que no será un obstáculo para ello el que esté escrito en latín, un latín bastante fácil, sobre todo porque está escrito en frases cortas, que dan a la narración su carácter esencial, impresionista, como hemos señalado.

Notas

  1. Reg. Gen. 11, p. 105.
  2. Cf. Memorie storiche intorno ai Venerabili delle Scuole Pie. Ven. P. Juan Crisóstomo Salistri de S. Pablo, Génova 1846, p. 341. Los hechos recordados sucintamente aquí pueden leerse de manera más amplia en las “Lettere autobiografiche” del mismo P. Salistri, en Reg. Serv. Dei 64, p. 177 y siguientes.
  3. Reg. Serv. Dei 61, n. 6, carta del P. Atanasio Pala al P. Salistri del 31 de mayo de 1698.
  4. Reg. Serv. Dei 61, n. 9
  5. Reg. Litter. Scient., n. 118.