DelMonteVisitaGeneral/BREVE INTRODUCCIÓN DEL EDITOR/El P. Del Monte

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El P. Del Monte, autor del Diario

El P. Antonio de S. José, en el siglo José Santoro Del Monte, nació en Nápoles el 27 de octubre de 1667. Sus padres fueron Antonio Del Monte, un buen médico apreciado en la ciudad, y la señora Mónica Bracato, mujer de mucha piedad.

Tuvo tres hermanos y cuatro hermanas, todos mayores que él. El primer hermano, Domingo, continuó con honor la profesión del padre; el segundo, Andrés, fue doctor en leyes; el tercero, Agustín, fue sacerdote secular, muy apreciado por los Arzobispos de Nápoles. De las hermanas, dos abrazaron la vida monástica, y dos se quedaron solteras en casa dedicadas por completo a la vida espiritual. Un ambiente familiar ideal de estudio y de piedad en el que el joven Antonio, dotado de una inteligencia despierta y de una memoria casi prodigiosa, creció sano, manifestando un carácter tierno y jovial. El padre, nos dicen las fuentes, complacido, lo ejercitaba haciéndole recitar charlas escuchadas y sermoncitos, en lo que resultaba graciosísimo. Hasta el punto de que admitido en las escuelas de los PP. Jesuitas junto al Colegio de Jesús Viejo, fácilmente superaba a los mejores compañeros en las ocasiones de manifestaciones literarias escolares. Por su bondad, los Padres lo inscribieron en la Congregación secreta, reservada a jóvenes conocidos seriamente inclinados a la vida devota y de la cual salieron muchas vocaciones religiosas.

Nuestro joven frecuentó las escuelas de los PP. Jesuitas durante cuatro años terminando brillantemente los estudios de humanidades, y al iniciar los filosóficos quiso escuchar las lecciones del P. Tomás Maniero (1641 1725), el Escolapio ciego que en aquel tiempo llamaba la atención y causaba admiración del culto público de la Nápoles bien. Fue la ocasión con la que el Señor le llamó a seguirle en las Escuelas Pías. De hecho pidió ser admitido en la Orden, y recibió la vestición el 6 de noviembre de 1676 del P. Provincial Tomás Simone (1616 1687), comenzando así su noviciado en Nápoles. Dispensado del segundo año de noviciado, el 4 de noviembre de 1677 hizo su profesión solemne en manos del P. Rector Mateo Marseglia de S. Oronzo (1639 1695).

El año siguiente lo pasó en la ciudad de Pieve, donde terminó los estudios de filosofía, y en 1678 lo encontramos con el pequeño grupo de clérigos que estudian teología en San Pantaleo. Aquí durante algún tiempo pudo escuchar las lecciones de matemáticas que el célebre científico Alfonso Borelli, huésped también él de nuestra Casa General, impartía a nuestros clérigos.

El 16 de octubre de 1681 la crónica de la casa señala que el nuestro, como conclusión de sus estudios de teología, asistido por el P. Juan Francisco Mussi de S. Rómulo (1658 1690), su profesor, “sostuvo conclusiones de teología dedicadas al Emmo. Carpegna, nuestro Protector”[Notas 1].

Al comienzo del nuevo año escolar, siendo todavía simple clérigo, lo encontramos enseñando letras en Campi Salentina, donde entre sus alumnos se cuenta el hijo del Príncipe de Squinzano. Pero más en particular tiene sus primeros éxitos predicando en Lecce, presentado por el P. Tomás Simone. En Campi entre 1684 y 1685 recibe el diaconado y finalmente es ordenado sacerdote.

Tras pasar algunos meses en Nápoles en 1686, fue transferido a Chieti con el encargo de enseñar filosofía a los jóvenes clérigos y ser su Prefecto. “Donde tuve la fortuna de ser su alumno”, escribe el 10 de marzo de 1709 el P. Gesualdo Palmisano (1667 1733), al que se le pidió que contara algún recuerdo de él. Y seguía: “No hay nadie que lo haya conocido que al nombrarlo no prorrumpa en alabanza suya. Su asiduidad a la oración era conocida de todos… la caridad que mostraba a todos por igual es conocida de todos, aunque no igualmente apreciada de todos”.

Después de dos años volvió a Nápoles como Rector de la Duchesca, donde le esperaba una “gran tempestad”, cuenta aún el P. Palmisano. “En algo por lo que yo lo admiraba más de una vez es que, contrariado, no tenía espíritu de venganza, ni mal ánimo contra nadie; incluso cuando ello ocurría favorecía más a quien él había sido contrario que a los amigos, e incidentalmente un confidente le señaló que Dios mandaba amar a los enemigos, pero no que estos fueran preferidos a los amigos. Y esto yo lo he observado muchas veces, y más precisamente en la gran tempestad que sufrió el anterior P. Provincial y otros”[Notas 2].

Del duro rectorado de la Duchesca el P. Del Monte pasa como profesor de teología a Génova durante algunos años. De Génova, nos informa la Crónica local el 22 de mayo de 1695 que “vino de Génova el P. Antonio de S. José para residir en San Pantaleo”[Notas 3]. En junio el P. General ya lo había elegido y nombrado Secretario suyo, y con el H. Francisco M. Gambini el 19 de junio fueron los tres a Poli durante algunos días[Notas 4], quizás para poner a punto el programa de la próxima partida para la Visita de las Provincias ultramontanas.

Tal Visita, como veremos, concluirá a la vuelta a Italia con la Visita de la Provincia Toscana en septiembre de 1696 y la vuelta a Roma el 6 de octubre.

En 1698, mediante un decreto pontificio, no del todo pacíficamente, el P. Foci fue reelegido General, y una de las primeras cosas que hizo fue alejar de Roma a Florencia al P. Juan Crisóstomo Salistri (1654 1717). El P. Del Monte, además de ser confirmado como Secretario, fue elegido en el primer escrutinio también Asistente General. Pero apenas un año después, el 9 de junio de 1699, siendo aún joven, sólo de 49 años, el P. Foci murió y le sucedió en el gobierno de la Orden el Primer Asistente, el P. Bernardo Salaris (1635 1701), según las Reglas hasta el siguiente Capítulo General, pero un decreto de la S. Congregación de Obispos y Regulares del 10 de julio de 1699 adelantó su celebración al 2 de mayo de 1700.

Participando como Asistente General en dicho Capítulo, el P. Del Monte renunció al cargo junto con los otros Asistentes, para que tuviera lugar la elección de los nuevos, y el 7 de mayo la nueva Congregación, presidida por el P. Pedro Francisco Zanoni (1660 1720) eligió por unanimidad al P. Del Monte Provincial de Toscana[Notas 5] para el trienio 1700 1703.

De este trienio ha llegado hasta nosotros un precioso testimonio del P. Antonino Maffii de S. Miguel (1673 1744), florentino, de la cual la figura de nuestro P. Antonio tal como la conocíamos hasta ahora no sólo encuentra la más amplia confirmación, sino que se enriquece con algunos particulares muy interesantes. Lo copiamos tal cual, sin comentarios.

“En los tres años que el P. Antonio de S. José fue Provincial de Toscana, no sólo tuvo el honor de ser súbdito suyo, sino de ser favorito suyo en cuanto a confianza. Reconocí en este óptimo religioso un gran capital de sólida perfección, y una gran aplicación a la oración, a la cual dedicaba todo el tiempo que le sobraba bien de sus ocupaciones de gobierno, bien de la asistencia al confesonario, a la cual era muy asiduo.

Estaba muy preparado en cuestiones relativas a la oración mental y a la teología mística, y la mayoría de sus charlas trataban sobre ella. Habiendo salido un día de casa con él para ir al campo, durante más de una hora me habló tan doctamente de la oración que yo no he oído a nadie que se pareciera al P. Antonio ni en la facilidad, ni en el acierto.

A la estima singular en que tenía las obras de Santa Teresa se unía el conocimiento que poseía de su doctrina, con la cual solía guiar a las almas en tan noble ejercicio. Quiso que yo consiguiera todas las obras de esta Santa e insistía fuertemente en que las leyera. Incluso en una carta que me escribió desde Roma me insistía para que pidiera prestadas del Sr. Aretusi las obras del B. Juan de la Cruz, diciéndome: “Lea V.R. a menudo este libro, y no haga caso de lo que dicen algunos, porque de este libro se puede aprender mucho”.

En las visitas que hacía cuadro meses al Noviciado en razón de su cargo, aquellos jovencitos quedaban tan impresionados por su dulce manera de enseñar las virtudes, que más de uno hacía con él mismo la confesión general de toda su vida.

Fue tan grande la conmoción que sintieron sus penitentes al enterarse de su partida hacia la casa de Nápoles, que muchos vertieron a sus pies gran cantidad de lágrimas, y la mañana que se iba quisieron recibir la comunión de su mano, y él, enterneciéndose en cierto modo, me dijo que se iba ayudando con la reflexión sobre el sacrificio de Abraham.

Fue tan grande su virtud al practicar la obediencia, que habiéndose empeñado un gran potentado de esta Corte que le había confiado su alma en querer interponer su intercesión para no privarse de un director tan excelente de su gran espíritu, el se le opuso con todo el esfuerzo de su virtud, y porque de las cartas anteriores de Roma se tenía como casi segura su confirmación en el cargo de Provincial, a mí, que me desagradaba en grado sumo su pérdida, y que estaba amargado a causa de un cambio tan imprevisto y extravagante, me respondió: “¡Padre Antonino, hay que hablar del tejado hacia arriba, y no del tejado hacia abajo!”

El Sr. Cianfongi, Canónigo de S. Lorenzo, habiendo visto muchas veces en la antecámara del Gran Duque al P. Antonio, que esperaba una audiencia, y no habiendo hablado con él nunca, me preguntó quién era aquel Padre. Le pregunté por qué me hacía esa pregunta, y me respondió que por el recogimiento exterior se veía que era un hombre de oración.

Cuando fue llamado de Nápoles a Roma para enseñar teología escolástica, me escribía así el 19 de junio de 1706: “P. Antonino, con toda sinceridad y confianza le hago saber que debo mucho a nuestro P. General que me ha cambiado el duro peso del gobierno con el suave de la enseñanza”.

En otra carta que me escribió desde Nápoles me aconsejaba que procurase tronchar siempre todos los discursos del intelecto, singularmente cuando se refieren o a cosas temporales, a o a los propios afectos o comodidad. “Desee V.R. sólo aquello que es para mayor gloria de Dios, ya que debemos ponernos sin excepción a disposición de la obediencia, y no debemos intentar saberlas de antemano, especialmente en lo referente a la elección de Superiores”.

Pidiéndole consejo por carta en un asunto escabroso de un penitente mío, me respondió lo siguiente: “No hagas nada según tu arbitrio, sino que todo lo que hagas derive de la pura obediencia, lo que se funda en el dicho de Qo 7, 29: “Mira, lo que hallé fue esto: Dios hizo sencillo al hombre, pero él se complicó con muchas razones”, y encontré muy útil la enseñanza.

En otra carta suya, en la que confortaba en una dificultad que tenía, me escribía esto: “las ocupaciones del Instituto son de menor gusto, pero de mayor mérito. No ceso de rogar a la D.M. que le siga santificando, para cooperar cada vez más a la salvación eterna del prójimo, cosa que S. Dionisio llama obra divinísima”[Notas 6]

Nos debemos remitir sin excepción a las disposiciones de la obediencia, y no intentar saber de antemano, especialmente en lo referente a la elección de Superiores. Así al final del provincialato toscano, con aquel espíritu de obediencia que recomendaba al amigo y hermano P. Maffii, el P. Del Monte se dispuso a volver a su Provincia de origen, como Superior de la Casa de la Duchesca, y además con la grave responsabilidad de Visitador de la misma Provincia.

Duró en este cargo dos años, de 1704 a 1706, cuando la misma obediencia, abrazada como una liberación, lo llamó de nuevo a Roma, como profesor de teología y Prefecto de estudios de nuestros jóvenes clérigos.

Notas

  1. Reg. Dom. Gen. 16A, p. 47 t.
  2. Reg. Serv. Dei 60B, carpeta n. 45-50
  3. Reg. Dom. Gen. 16B, p. 21 t.
  4. Ibidem, p. 22.
  5. Reg. Gen. 11, p. 159.
  6. Reg. Serv. Dei 60B, carpeta 45-50.