General29/Periodo romano

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I. Estado de la Orden en 1869
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Periodo romano

El P. Casanovas, hombre metódico, escribe un diario de su viaje desde que sale de Mataró el 12 de junio en dirección a Madrid, donde se entrevista con el Nuncio el 14 y el 17, y luego regresa a Mataró el 26, para partir de allí hacia Roma, a donde llega el 1 de julio de 1868. Concluye el diario, tras narrar su entrevista con Pío IX el día 9, el 16 del mismo mes. Lo reproduce el P. C. Vilá en la obra citada[Notas 1]. Llegado a Roma, intenta ponerse en contacto con el P. General Perrando, que en aquel momento se encuentra de visita en Florencia. Quiere hablar con él antes de aceptar el nombramiento, y espera a que regrese. Al parecer el nombramiento le pilla por sorpresa, según la carta que escribe al P. Perrando el 11 de julio, en latín[Notas 2]. Ofrecemos la traducción latina del P. Vilá, en su obra citada (pág. 52):

Rvmo. Padre: Llamado por el Sumo Pontífice según testimonio del Excmo. Nuncio Apostólico en España, vine a Roma con letras testimoniales del R.P. Vicario General Ramón del Valle, con las que me presenta a V.P. Reverendísima. Las mostré al R. Padre Asistente General, Rector de esta casa de San Pantaleón, quien, recibiéndome con gran cariño, me dijo que avisaría él mismo a V.P. de mi llegada. Sentí la ausencia de V.P. y hubiera escrito al momento para saber de V.P. lo que debía hacer, si el Nuncio no me hubiera mandado que inmediatamente a mi llegada me presentara al Excmo. Cardenal Quaglia, entregándole cartas que me confió. Había entendido que se trataba de la unión de la familia española con la italiana, y que el Sumo Pontífice deseaba que para preparar el camino alguno de los nuestros, español, sucediera a V.P., que también lo desea, en el régimen de la Orden Calasancia. Pero ni el Nuncio ni el Vicario General me habían indicado que era yo llamado a estos negocios: por lo cual acudí al Emmo. Quaglia, quien me mandó al Secretario de la Sda. Congregación; luego fui llamado a la audiencia del Sumo Pontífice, quien, recibiéndome con benignidad, me mandó presentarme de nuevo al Secretario: el Sumo Pontífice alabó mucho el celo y prudencia de V.P.; ensalzó también las virtudes de otros Padres de esta Provincia; pero dijo que convenía que, pues V.P. pide ser exonerado del Generalato, le suceda algún español; añadió enseguida que me había escogido para este cargo y no admitía excusas.

En esto se han pasado ocho días: ayer, por fin, el Secretario de la Congregación dijo claramente que la unión se intentaría cuando hubiera madurado la ocasión y llegara la oportunidad; que convenía que cuanto antes tome yo el cargo; y aun añadió que si V.P. no tarda en regresar, se le esperará para hablar con el secretario y se tratará con V.P. de asunto de tanta importancia; de otro modo –dijo- se hará esto por decreto pontificio. Ruego, pues, a V.P. que venga pronto, con tal no haya incomodidad; de otro modo, ruego me indique por carta qué puedo, o mejor, qué debo hacer; quiero proceder en todo con el consejo y ayuda de V.P.

Haga Dios que todo redunde en utilidad de nuestra Orden, lo que mucho pido y deseo.

Roma, en San Pantaleón, a once de julio de 1868.

De V.P. afmo. y humildísimo hijo en Cristo, José C. Casanovas, Asistente General por España.

Una vez conocido su nombramiento, se presenta oficialmente a la Comunidad de San Pantaleo, con las siguientes palabras[Notas 3]:

Padres y Hermanos míos carísimos: el Señor, cuya Providencia dirige todas las cosas por caminos incomprensibles para nosotros, me he atraído entre vosotros a esta santa Casa, donde permanece siempre vivo el espíritu de S. José nuestro Fundador, para que yo, el último y el menor de sus hijos, renueve en mí este espíritu, y los sostenga en vosotros y en nuestra Corporación. Confieso ingenuamente que mis méritos son nulos, y nulas mis fuerzas para corresponder dignamente a la llamada del Sumo Pontífice; pero he puesto mi confianza en la ayuda de Dios por intercesión de María, nuestra Divina Madre, y de San José, nuestro Padre amoroso, y también en la vuestra, cuyas oraciones, ejemplos y consejos me darán las fuerzas de las que carezco.

Dos son los objetivos principales que nos han encomendado que atendamos: nuestra santificación y la santificación de los niños que S. José entrega a nuestro cuidado. Nuestra santificación, con la más fiel observancia de nuestras reglas religiosas para cumplir los votos que hicimos al pie del altar, si no queremos ser perjuros; la santificación de los niños con la más cuidadosa enseñanza de las letras para instilar en su corazón la piedad, si no queremos ser infieles a nuestra vocación. Sean, pues, la piedad y las letras nuestra divisa; procuremos ejercer nuestro ministerio con el mismo espíritu, con el mismo fervor, con la misma caridad con que lo hizo S. José; y con tan poderosa ayuda el Instituto de las Escuelas Pías, fundado por él con tanta gloria para la Iglesia y tanto provecho para lo juventud, será conservado por nosotros en su prístino esplendor.

Antes de meterse de lleno en los asuntos del gobierno de la Orden, dedica un par de meses a estudiar italiano, lengua de la que ya tenía alguna noción desde que hizo el viaje anterior al país. Naturalmente al llegar a un nuevo lugar, encuentra diferencias con el sitio de donde viene. Hace unas curiosas afirmaciones en relación con el estilo de vida de la comunidad de San Pantaleo, en aquel tiempo. En el borrador de una carta que escribe probablemente al P. Ramón del Valle, al poco de llegar a Roma, le dice: ¿Se acuerda, padre mío, cuántas veces le había dicho “Vamos a Roma, V. será el General, yo seré el Secretario, y así podremos hacer algo por nuestra Escuela Pía”? Pero yo hablaba como un insensato, creía que los buenos deseos puedan algo, y si Dios me hubiera escuchado, V.R. hubiera quedado comprometido por mi atolondramiento. Lo dice el resultado de mi inexperiencia. Me instalé en S. Pantaleón donde hallé una comunidad que hace un cuarto de oración por la mañana después de levantarse a las seis aun en el estío, medio cuarto por la noche después de la Coronilla, comen bien, duermen mucho y trabajan poco, teniendo sólo dos horas de clase, y omitiendo todas las demás obligaciones.

El nombramiento de General está fechado el 26 de agosto de 1869, firmado por el Cardenal Quaglia, Prefecto de la Congregación de Obispos y Regulares. Está redactado en latín, y traducido suena así:

Entre las muchas y graves ocupaciones a las que atiende con paternal solicitud el Sumo Pontífice, se encuentra la atención a las necesidades de las Órdenes Religiosas. Como ya ha pasado el tiempo correspondiente al ejercicio del cargo de Prepósito General de las Escuelas Pías, para no retrasar más la elección de un nuevo Superior, nuestro Santísimo Señor el PAPA PÍO NONO, tras haberlo considerado detenidamente, y no teniendo otro fin que el bien de toda la Congregación, decidió nombrar con un motu propio, con su Autoridad Apostólica, un nuevo Prepósito General de la citada Congregación religiosa. Por lo cual Su Santidad, en audiencia tenida con el infrascrito Sr. Secretario de de esta Congregación para asuntos de Obispos y Regulares el 21 de agosto de 1868, nombró Prepósito General de la citada Congregación de las Escuelas Pías para un sexenio al religioso P. José Calasanz Casanovas, que ejercía el cargo de Asistente General en España, y lo constituyó, como a tenor de este Decreto se le nombra y constituye, con todas las facultades, preeminencias y derechos que se refieren al cargo citado, igual que si el citado religioso hubiera sido elegido regularmente en un Capítulo General para tal cargo. Y ordena en consecuencia a todos los religiosos de la citada Congregación, de cualquier grado, dignidad y preeminencia, que reconozcan en virtud de santa obediencia al citado religioso P. José Calasanz Casanovas como Prepósito General, y que le presten la debida obediencia, no obstante cualquier tipo de circunstancias personales o de derecho en contra. En Roma, Secretaría de la citada Congregación de Obispo y Regulares, a 26 de agosto de 1868. A. Card. Quaglia, Prefecto. S. Svegliati, Secretario.

Poco después, el 14 de septiembre del mismo año, tras consultar al nuevo General, el mismo Cardenal Quaglia le comunica el nombramiento de los Asistentes Generales: el P. Pietro Taggiasco por la Provincia Romana; el P. Luigi Gheri por la de Toscana; el P. Angelo M. Bellincampi por la de Cerdeña, y el P. Francesco M. Pesce por las provincias ultramontanas. Se seguía una teórica rotación al nombrar los Asistentes Generales: había siempre uno de la Provincia Romana, dos de las otras provincias italianas, y uno de las ultramontanas. Si alguna provincia no podía ofrecer un representante, como es el caso en esta ocasión de las de Cerdeña (prácticamente desaparecida) y de las ultramontanas (que tenían prohibido relacionarse oficialmente con Roma), eran otros religiosos residentes en Roma quienes les suplían. Porque además todos los Asistentes Generales debían residir en Roma, para poder celebrar reunión de Congregación cuando hiciera falta. En la misma fecha se nombra Procurador Genera al P. Alessandro Checcucci, y Provincial de la Romana al P. Leone Sarra.

El 19 de septiembre el P. Calasanz Casanovas envía una circular en latín a los Provinciales, Rectores y religiosos de toda la Orden, que traducida decía lo siguiente:

José Calasanz Casanovas de S. Francisco, Prepósito General de los Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías, a los queridos hijos Provinciales, Rectores y demás Religiosos de las Escuelas Pías. La salvación en el Señor, que es la verdadera salvación.

Por la inescrutable providencia de Dios, que dirige todas las cosas según su voluntad, Nuestro Santísimo Señor EL PAPA PÍO NONO, accediendo benignamente a los repetidos ruegos del Rvmo. P. Juan Bautista Perrando, Prepósito General de toda nuestra Orden de las Escuelas Pías, nos llamó de las tierras españolas a Roma, sin esperarlo, antes bien reluctantes en cuanto lo permite la obediencia y la debida reverencia al Sumo Pontífice, para ponernos al frente de toda la Orden Calasancia. No os duela, venerables Padres y Hermanos carísimos, dedicar un momento a escuchar las palabras llenas de caridad y que expresan abiertamente el más profundo sentir del corazón de este hombre que viene de un país desconocido, y que, aunque no es extraño ni joven, entre los meritorios y egregios consocios de nuestro Instituto sí que es el último y el más pequeño.

Con cuánto pesar de ánimo y estupor recibimos este anuncio, lo sabe Dios, que escruta los secretos del corazón. Nos considerábamos inadecuados para semejante carga; y puesto que hay que pensar en el decoro de nuestra Orden, sabíamos que en estas Provincias no faltaban muchos hombres dignos de todo encomio; hombres admirables por su ciencia, rectitud y toda clase de virtud, a cuya fe y prudencia se podrían confiar todas nuestras cosas, no sólo para conservar tal decoro, sino para aumentarlo más y más. Aparte de la pequeñez de nuestro saber, venían a disminuir nuestras posibilidades de actuar la novedad de la cosa, la dificultad de los tiempos y el estado de nuestra Orden en Italia, que no es nada airoso. Pero ciertamente Aquel que nos llamó, que es capaz de suscitar hijos de Abraham de las piedras, y que elige lo débil del mundo para mostrar la fuerza de su poder, aumentará las fuerzas para ponerlas al nivel de la tarea encomendada. Esta es nuestra firmísima fe, este es nuestro consuelo en medio de tantas preocupaciones.

Animaos con la misma fe y consuelo vosotros, hijos de San José de Calasanz, pues el Santo Fundador que nos ve desde las moradas celestiales, escribirá nuestros nombres en el libro de la vida, ordenándonos que sigamos con constancia su ejemplo; tengamos buen ánimo, permanezcamos en la esperanza, desechemos las dudas y dediquémonos a la obra santísima cuya utilidad en la Ciudad alababa en otro tiempo M. Tulio: “no podemos prestar un servicio mayor a la república, decía, que el educar a la juventud”. Y el divino Crisóstomo, alabando igualmente la excelencia de esta tarea, decía: “No hay escultor ni pintor que pueda compararse con aquel que modela las costumbres de los niños”. Hagamos todo lo que esté en nuestras manos por el bien y la verdadera utilidad de los jóvenes, y nuestro Santo Patriarca hará el resto. ¿Quién no buscará ganar honor bajo la bandera de semejante Capitán? “Soy Escolapio”, digamos a plena voz y con el corazón, si alguien intenta inmiscuirnos en los torbellinos de las discordias civiles, “y en nuestra Congregación de ningún modo se permite la inclinación de nuestros ánimos hacia una u otra facción, de las que suele haber entre príncipes, ciudades y ciudadanos, sino que entre nosotros existe un amor hacia todos, por lo que oramos por la unión y concordia de las partes enfrentadas”. “Soy Escolapio”, si alguien para derribar la constancia de nuestra vocación nos pusiera ante los ojos el rostro sonriente de la patria, de los amigos o de los familiares; “pusimos la mano en el arado, y es un pecado mirar atrás; y se nos ha ordenado firmemente que tras olvidar nuestro pueblo y la casa de nuestros padres para que el Rey del cielo colme nuestro bien, todo afecto de nuestra alma basado en la sangre para con nuestro próximo y amigos lo convirtamos en espiritual, y nos unamos a Cristo el Señor, para vivir y complacernos sólo en Él”. “Soy Escolapio”, si alguien mostrándonos riquezas y las comodidades del siglo susurrase a nuestro oído ‘Todo esto te daré si, postrándote, me adoras’, “pues, rechazando por completo las ocupaciones y las preocupaciones de las cosas temporales, hemos profesado de buena gana y de todo corazón la venerable Pobreza, venerable pariente de la preciosa humildad y de las demás virtudes; y tras profesarla la amamos y la conservaremos para recibir del Señor un tesoro que no roban los ladrones ni la polilla estropea”. “Soy Escolapio”, si alguien nos propusiera ejercer la enseñanza en Escuelas no Pías, o cualquier otro ministerio, incluso santísimo, e incluso en la misma viña del Señor en un lugar diferente del que nos ha asignado el Señor, “pues nuestras delicias son los niños que se acercan a Jesucristo; los niños que nos piden pan, y a quienes prometimos con juramento que les repartiríamos el espiritual; los niños a los que mediante las letras llevamos a la piedad, y formamos en las costumbres cristianas”. Reivindiquemos de este modo el nombre de las Escuelas Pías; en aquellos lugares en que se mantiene fuerte, hagámoslo crecer. Donde vacila, afirmémoslo, consolidémoslo; donde está caído y abatido en ruinas, levantemos, restauremos, devolvámoslo a su honor primero, sin escatimar ningún esfuerzo, ningún sacrificio para que la Institución de nombre imperecedero no deje de brillar, y un día la rodee una corona aún más brillante.

Y todo esto, con el favor de Dios, pienso que ocurrirá, pues el Sumo Pontífice, que abraza con amor a todas las familias religiosas, atendiendo con suma bondad a las Escuelas Pías, de las que se confiesa alumno agradecido, nos ha asignado para constituir la Congregación General unos Asistentes loables por todo tipo de virtud, muy expertos en el manejo de nuestras cosas, que de buena gana nos sugerirán todo lo que consideren conveniente, movidos por su ardentísimo amor al Instituto, y nos ayudarán incesantemente con su consejo y labor, y principalmente con sus oraciones.

Acudid, pues, a Nos y a nuestra Congregación, RR. PP. Provinciales, indicándonos cada uno de vosotros con vuestra Congregación qué pedís que se haga de bueno en las Provincias a vuestro cargo, o qué debe hacerse para promover nuestro Instituto, o para restaurar cuanto antes lo que se encuentra desmantelado y disperso a causa de las injurias de los tiempos o la calamidad. Acudid, RR. PP. Rectores, y tras consultar a los religiosos de vuestra Comunidad que tienen voz activa, incluso por carta, allí donde no se han celebrado los Capítulos, y no pueda hacerse de otro modo, exponednos lo mismo. Hacednos conocer por medio de los PP. Provinciales el estado de vuestras respectivas casas, y de los medios que juzguéis en el Señor adecuados bien para su recuperación, bien para su conservación e incremento. Acudid también vosotros, los demás Padres y Hermanos; no rechazaremos a nadie que quiera colaborar con Nos en todas las cosas que sirvan para mayor gloria de Dios, y no se avergüence del trabajo escolar con los niños, ni se deje dominar por la fatiga. Acudid todos, y tras implorar la misericordia de Dios Omnipotente, el patrocinio de la Santa Virgen y la intercesión de San José, nuestro Fundador, sembremos, reguemos, colaboremos, y Dios con su misericordia nos dará un fruto abundante y nuestro incremento.

Mientras tanto oramos por vuestra prosperidad, amadísimos hijos, y añadimos además la especial bendición apostólica impartida por el Santísimo Pontífice PÍO NONO a todos los religiosos de las Escuelas Pías, y también nuestra amorosa bendición.

En Roma, en nuestra sede de las Escuelas Pías de San Pantaleón, a 19 de septiembre de 1868.

En esta primera circular muestra bien cuál es su programa de gobierno, y señala las tentaciones que podrían alejar a los escolapios de la Orden (y que de hecho habían alejado ya a muchos). Iremos viéndolos poco a poco.

Notas

  1. C. VILÁ, o.c. pp. 38-43.
  2. Reg Gen 241 A 2 1, 1.
  3. Reg Gen 241 B 13, 48.