General30/Observancia, tradición. La “vida común”.

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Observancia, tradición. La “vida común”.

Una vez superado el peligro de la desaparición de la Orden, el P. Ricci pudo pensar en la consolidación y en la recuperación de los valores carismáticos, en un estilo de vida religiosa más conforme con las Constituciones. Al mismo tiempo había en diversos lugares no pocos religiosos que soñaban con una vida comunitaria de mayor perfección, y estaban dispuestos a todo para lograrla. Curiosamente, el defecto más común de la época está asociado al uso del dinero. Cuando el gobierno italiano decretó la supresión de las Órdenes Religiosas, asignó a cada religioso sacerdote una pensión de 400 L anuales, y de 200 a los hermanos. No era mucho, pero era más dinero del que antes habían podido manejar personalmente. Además, muchos de ellos, al quedar suprimidas las comunidades y expropiados los colegios e incluso las iglesias, tuvieron que buscar alguna fuente complementaria de ingresos, normalmente el salario proveniente de su trabajo como profesores de las escuelas municipales y como profesores particulares; o el salario y otros ingresos como vicarios en alguna parroquia. Además, todos los religiosos pasaban a ser sujetos activos y pasivos de testamentos, quedando sometidos a la ley común que establecía que los herederos de un difunto eran sus familiares, y no una orden religiosa suprimida. El resultado fue que los religiosos se acostumbraron a manejar sus propios ingresos, y con frecuencia tendían a favorecer a sus propias familias, que en ocasiones estaban en la necesidad, y en otras intentaban los mismos religiosos hacerlas prosperar. Los superiores tuvieron que luchar mucho a partir de 1870 hasta que consiguieron que los religiosos aceptaran poner en común todos sus ingresos a favor de la comunidad (que podía, en algunos casos, ayudar a las familias de los religiosos verdaderamente necesitadas), y hacer su testamento a favor de otro religioso de confianza, de modo que todos los bienes quedaran en la Orden. Hay que señalar que cuando los escolapios compraban algún tipo de propiedades (casas, terrenos para construir sus propios colegios) no lo podían hacer en nombre de las Escuelas Pías: tenían que hacerlo a título particular, en grupo, juntando sus ahorros, o bien en nombre de una asociación civil constituida por ellos mismos. Pero, naturalmente, si no se hacían bien las cosas luego las familias de los religiosos difuntos a veces reclamaban la herencia de su pariente.

El hecho de poner en común todos los ingresos, aspiración de los religiosos que buscaban una vida religiosa más perfecta, y de los superiores, se expresaba mediante una fórmula precisa: la “vida común”, o la “perfecta vida común”. Esta era la propuesta de “vida común” para la Provincia de Liguria del P. Pietro Stella, Asistente General desde 1884 hasta el momento de su muerte en 1893[Notas 1]:

1.Los novicios clérigos y profesos de votos simples cumplan la llamada vida común
2.Los clérigos y sacerdotes de votos solemnes recibirán una cantidad de 260 L, para vestuario, más allá de la cual los Procuradores no pueden gastar. Si les sobra de esa cantidad, cada cual puede dedicarlo a otro uso, con permiso del Rector.
3.A los religiosos que han emitido antes la profesión solemne, se les permite conservar la costumbre anterior en cuanto a vestuario, pero es de alabar que cuanto antes se ciñan a lo indicado en el artículo II.
4.Para los hermanos operarios de votos solemnes se determina una suma de 180 L.
5.Los sacerdotes celebrarán siempre la misa a intención de la casa; tendrán una misa libre al mes, por la que pueden recibir limosna.
6.Los dones recibidos por los religiosos deben entregarse al Rector.
7.Se prohíbe a todos recibir dinero por lecciones particulares o por cualquier otro motivo, incluso bajo la forma de intenciones de misa.
8.Los religiosos que reciban alguna herencia según las leyes civiles, no pueden retener la administración de los bienes sin permiso del P. General o del Provincial; pueden entregar los réditos a familiares pobres o a la Congregación.
9.Los rectores procuren que, observando la pobreza, los religiosos tengan lo necesario tanto en su habitación como por motivos de estudios.
10.Los gastos de lavado de ropa y de corte de pelo serán pagados por la casa.

A la propuesta del P. Stella, el P. Ricci le responde[Notas 2]:

Estoy de acuerdo en que el mejor modo de hacer aceptar, sin sacudidas, la vida común es el de hacerla ver en acto; y un principio para actuarla sería el propuesto por Usted y sus adherentes. Por eso no tengo ninguna dificultad en que, si el Provincial está de acuerdo, se comience así. Pero primero quisiera saber si, hecho el cálculo de la asignación establecida, sus financias pueden sostenerlo. En los presupuestos a veces hay muchos qui pro quos: si se diera uno de estos en esta materia, dañaría más que ayudar, y mataría para siempre el buen deseo. Como apéndice a su propuesta me envía un pequeño presupuesto indicando de qué activos se tomaría lo necesario para esas asignaciones.

En la misma carta consulta al P. Stella, como Asistente General, a cerca de un asunto importante para la Orden en el futuro:

Yo voy a presentar al Papa la petición referente a los religiosos nuestros que piden y obtienen, o son enviados por el General a servir a la Orden en otra provincia. Pido que cuando el Provincial de aquella Provincia y el General con la mayoría de sus Congregaciones estén de acurdo, después de tres meses el citado religioso goce en la nueva provincia de voz activa y pasiva y demás derechos que tenía en la provincia de origen. Lo hago para suprimir la injusticia de que un Padre anciano, después de hacer la obediencia de transferirse a otro lugar, deba luego sufrir la humillación de verse en todo por debajo de los últimos profesos. De este modo se obtiene lo que quería el Capítulo General, a saber, que se estrechen más los lazos entre nuestras Provincias.

No he querido incomodarle haciéndole venir sólo por este asunto; pero deseo que libremente me dé Usted su voto. Yo, el Procurador General y los Asistentes estamos aquí todos de acuerdo en ello.

Desgraciadamente el P. Stella ya no respondió a sus consultas, pues falleció a los pocos. El P. Ricci lo lamenta mucho, y quiere que el autor de su Consueta mencione ese dato de su propuesta sobre la Vida Común[Notas 3].

El P. General Ricci, en su circular de fecha 20 0ctubre 1898[Notas 4], informa sobre algunas decisiones tomadas por el reciente Capítulo General:

Todo el mundo sabe que la vida totalmente común es el fundamento de las Órdenes Religiosas. Durante mucho tiempo, a causa de las frecuentes vicisitudes, se han interrumpido varias de sus prescripciones; hoy en los Institutos donde ella renace íntegra, es una prueba que demuestra que han renacido. Pero a menudo en estos Institutos el buen deseo de volver a lo antiguo desea conservar ciertos abusos, también ellos convertidos en antiguos con el tiempo. El Capítulo General no quiere despertar en la Orden ninguna discordia (última desgracia para ella) se contenta, por ahora, con imponer, como imponemos que nuestros religiosos no se presten a dar clases particulares sin la autorización expresa del Superior y nunca por un precio convenido; si se recibe algún agradecimiento, el superior indicará su uso. Con el mismo fin también se prescribe, como nosotros determinamos, que los nuestros anden vagando para celebrar misas o los oficios sagrados por iglesias y oratorios públicos o privados.

Sobre el tema de los testamentos, trataron los dos capítulos generales celebrados durante el mandato del P. Ricci, como puede verse por las determinaciones sobre las que informa después de cada uno:

En Italia los hermanos dejen todo lo que posean en el testamento a herederos designados por el Prepósito Provincial; si alguno se negara después de un aviso bondadoso, carezca de todo tipo de sufragio, mientras persistiere en su obstinación. Aquellos que ante la ley civil recibieron en propio nombre los bienes de algún hermano, habiendo sido designados sus herederos, entreguen el testamento. Los detractores serán suspendidos a divinis y de voz activa y pasiva hasta que hagan lo mandado.[Notas 5]

Después de ver los riesgos y los daños sufridos en Italia porque algunos descuidaron nuestras órdenes, el Capítulo General decide que se obligue, como nosotros dimos la orden, a los Provinciales a designar a un padre mayor que controle que cada uno escriba su testamento, los guarde o al menos sepa el contenido de todos; después de la muerte de los herederos haga renovarlos, y cada cinco años, que cada cual renueve el suyo, para que nadie sigue siendo heredero en edad demasiado avanzada[Notas 6].

El problema era grave, cuando era necesario insistir, incluso con amenazas serias. Pero no era sólo lo económico lo que había que cambiar, por supuesto; y el P. Mauro Ricci da las pautas para el cambio en sus circulares. Ya desde el principio de su mandato a las provincias a esforzarse por resurgir, fieles al Papado[Notas 7]:

A las provincias que, sin miedo ante tanto movimiento de guerra de muchas partes, han sido hasta ahora capaces de resistir y conservarse compactas; a las que ya están a punto de ganar poniéndose en un estado capaz de vivir una vida propia y sin necesidad de someterse a sugerencias extrañas, les digo felicitándome: Continuad, sin asustaros nunca del trabajo: Si el Instituto está caído por tierra en un lugar, reedificadlo en otros lugares; de modo que se cansen antes las manos empeñadas en demoler; que las vuestras ocupadas en reconstruir. Mientras tanto, ceñíos más a la Santa Iglesia, que os hará partícipes de su inmortalidad; siempre más al Papado, único refugio seguro; a su piedra inmóvil, a las instituciones que él creó.

No es necesario renovar los programas: los ejemplos, las enseñanzas, las Constituciones del Fundador son programas perennes; los que hicieron surgir y crecer las Escuelas Pías, todavía tienen el poder para conservarlas. Lo que se necesita por nuestra parte es la reanudación no sólo de las prácticas antiguas, sino el auténtico espíritu de abnegación, que formó en nuestro grupo nuestros muchos hombres modelos de perfección de vida, ejemplos de excelente doctrina. Nosotros debemos educar un grupo de jóvenes sucesores, fuertes en su vocación, provistos con todos los requisitos exigidos por las autoridades civiles para los maestros, que al amor de su estado y al franco celo sacerdotal unan el patrimonio de aquellas doctrinas que exigen los tiempos y que la Iglesia no desaprueba.

Con ocasión de la próxima beatificación de Pompilio M. Pirrotti, escribe una circular[Notas 8] dando unas claras líneas de conducta que él desea en todos los religiosos:

Este es el momento de volver a recorrer mentalmente aquellos días memorables, cuando las Escuelas Pías eran el domicilio de sacerdotes, todos dedicados antes de la piedad más profunda y luego a la más amplia doctrina; de maestros, que incansables y por lo tanto, incluso ante el mundo, involuntariamente gloriosos en la formación literaria y científica, no contentos con enseñar el catecismo desnudo, enfervorecían a sus alumnos en las verdades de la fe y costumbres católicas. Es el momento de recordar la vía por la que la gran alma de POMPILIO PIRROTTI había abierto el vuelo al cielo, fue la ferviente observancia de esos votos mismo profesados por nosotros; para reflexionar cada uno si sus costumbres corresponden en todo a las promesas hechas; si obedece cándidamente a los superiores, en lugar de obligarles indirectamente a obedecerle a uno; si después de jurar la pobreza, corre tras el interés; en vez de ayudar a su madre la Orden hoy tan necesitada, ofreciendo a extraños o a propios ayudas, sin ser dueño ni propietario de nada. Y sintiendo remordimientos de conciencia, este es el momento para todos nosotros, hermanos míos, de enmendarnos.

Sobre el Papado se apoya en este mundo la Iglesia y las Escuelas Pías sobre ella. Lo que el Papa y la Iglesia ordenan, lo que enseñan, sea cada vez más nuestra regla en todo y por todo. El aliento de la caridad, de la concordia, de la benevolencia mutua, primera necesidad para hacer el bien en común, respírese de continuo en nuestras casas; las impaciencias mutuas y las burlas no se den entre nosotros; el renunciar, por el amor de Dios y del Instituto, a sus propios deseos, a su comodidad, que es un deber impuesto a todos por los votos, no sea una virtud excepcional de unos pocos. La imposibilidad de asistir a veces a la oración, a las meditaciones de la mañana y la tarde, no se convierta en un hábito. Las piadosas costumbres ancestrales y nuestro vestido tradicional conservémoslos intactos. Persuadámonos de que el despilfarro de tiempo, dentro y fuera de la casa, para quien teniendo que enseñar está obligado a aprender, es una falta; que el saber nunca es demasiado para un digno sacerdote, e incluso para un maestro digno en las clases inferiores; que poner entre los últimos los deberes de la escuela, es ponerse en el último lugar de los hermanos y en el primero en demérito delante de Dios. Unámonos, en resumen, seriamente contra los malos ejemplos de la inobservancia, los cuales, aprendidos poco a poco por los jóvenes religiosos como deficiencias inofensivas o toleradas, con el tiempo nos haría a nosotros, más bien que a ellos, culpables de haber falseado la forma y la finalidad del Instituto de un Santo.

El 2 de junio de 1891 escribe una circular[Notas 9] a los religiosos de Italia, para promover unas nuevas meditaciones que ayuden a orar, en la que dice:

Adhiriendo a las justas quejas de varios sabios y piadosos religiosos que nos han mostrado repetidamente que las Meditaciones usadas hasta ahora en nuestros Ejercicios cotidianos de oración hoy día ya no prestan para ello, pues el estilo y los conceptos son de otra época, y porque después de cada cuatro días o de cada semana volver a leer las mismas cosas produce con facilidad la distracción, hemos examinado y hecho examinar la nueva colección de Meditaciones, aquí contenidas y que sirven para un mes.

Y tras haberlas aprobado nos y los designados por nos, creemos oportuno, de acuerdo con los Asistentes Generales, decretar:

1.Se suprime el uso del antiguo librito usado hasta ahora en nuestras casas de Italia para los Ejercicios cotidianos de oración.
2.Se impone a todas nuestras casas religiosas de Italia la obligación de usar, para los mismos Ejercicios cotidianos de oración el librito presente, firmado con nuestro nombre y sello oficial.

En el Capítulo General de 1892, el primero después de 32 años, los Padres también tomaron otras decisiones, tal vez no menos importantes, sobre restaurar la perfección de la vida comunitaria, en la cual se cultiven todas las virtudes de los religiosos.[Notas 10] En este mismo capítulo se tomó otra importante decisión: Ténganse todos los años ejercicios espirituales en una de las casas de cada provincia, al terminar el curso, o antes de empezar el siguiente, a los cuales deberán asistir, en el trienio, todos los religiosos, invitados por el P. Provincial. Diríjalos uno de los nuestros; un predicador de los nuestros, incluso invitado de otra Provincia, es preferible a un predicador de fuera. Cada año se enviará al Prepósito General un certificado firmado por dos padres de los que asistieron.

A medida que pasa el tiempo, el P. Ricci insiste más en la vuelta a las tradiciones, a la observancia. En su circular de fecha 23 enero 1895[Notas 11], dice:

Ya es hora de que después de la construcción material, todos nuestros pensamientos se vuelvan a la edificación espiritual, porque como decimos todos los días, Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles[Notas 12]. No hace falta, por tanto, hacer planes o nuevos diseños; dejemos esto al Santo Fundador, es decir, a sus Constituciones, que son aún un robusto edificio para desafiar a los siglos. Cuanto más nos apoyemos en esto, más consistencia tendrá el Instituto: los tres fundamentos de la pobreza, castidad y obediencia gravitan sobre esa piedra indestructible y salvadora sobre la que Cristo fundó su Iglesia. Creer que, porque los mundanos están cambiando de costumbres y opiniones, también podemos nosotros cambiar los deberes jurados a Dios y actuar conforme con aquellas, es atentar contra nuestra existencia. El único cambio lícito para nosotros, de hecho, un cambio necesario, es avanzar para mejor, oponiéndonos cada vez más a lo peor, que el siglo se esfuerza por aumentar y hacer prevalecer. Crece la lucha contra la Fe y el espíritu cristiano; por lo tanto, nosotros insistamos en plantarlo en nosotros, en nuestros novicios y en los estudiantes con raíces más profundas; crecer las malas artes contra el maestro católico, por lo tanto, nosotros hagámonos más queridos para los jóvenes, instruyéndolos con mayor amor y firmeza. Sin rechazar nada que sea un verdadero progreso educativo, mantengámonos firmes, tanto como se pueda, en nuestros métodos bien probados, de los cuales las mismas personas que antes se reían, están obligados hoy a confesar su valor.

Y mucho menos en nuestra organización doméstica, nadie pretenda innovaciones que, bajo el pretexto de servir a las necesidades de los tiempos, no sirven sino para introducir costumbres claramente seculares, para nada necesarias; de hecho, dañinas para el Instituto. Mantengamos exactamente el servicio de las iglesias que nos han quedado o nuevamente abiertas, de las cuales viene especialmente a nuestras escuelas el nombre de Pías; despojémonos de todo deseo de propiedad particular para encontrarnos preparados, cuando llegue la hora, para volver a la comunión perfecta de vida, como la instituyó el Santo Fundador; volvamos a la obediencia generosa de aquellos tiempos cuando de Italia todos estaban listos para correr a las provincias más distantes para reavivar el buen espíritu, aprendido de las queridas palabras y sublimes ejemplos del venerable Maestro.

En su última circular, después del Capítulo General de 1898, vuelve a insistir en las mismas ideas de fidelidad y observancia[Notas 13]: Para remediar el grave lamento que las Sagradas Congregaciones Romanas han hecho muchas veces sobre la observancia decaída en algunas Provincias, el Capítulo recomienda que el nuevo Superior General energice a los Provinciales para que cuiden cada vez más las costumbres religiosas; para consolidar, en su caso, el santo ejercicio de la oración; para mejor controlar en casa y fuera el comportamiento de los más jóvenes; para llevarse bien con los Obispos, sin perjuicio de nuestros derechos, en todo; para mantener lo más estrictamente posible la clausura prescrita, procurando en la medida de lo posible no confiar en ningún servicio a mujeres dentro de nuestras casas.

Este deseo de vivir fielmente el carisma era sentido fuertemente por algunos religiosos, que aspiraban a crear comunidades nuevas, puras, en las que se viviera estrictamente según las Constituciones del Fundador. Quizás el que más insistió en ello fue el P. Francisco Tiboni (1859-1945), de la provincia de Liguria. Desde que ingresó en la Orden en 1879 todos sus superiores se hacían maravillas de él[Notas 14]. Se doctoró en la Universidad de Turín y fue ordenado sacerdote en 1884. Pronto comenzó a escribir cartas al P. Ricci, en las que le expresaba sus ardientes deseos de una perfección mayor. En su primera carta le decía: Desde hace seis años que entré en las Escuelas Pías me he podido persuadir con toda certeza de una cosa de la que me di cuenta desde los primeros días, y es la falta de aquel espíritu en el que consiste el Reino de Dios. Algunas lecturas de la Sagrada Escritura, de algunos pasajes de los Santos Padres y de la vida de algunos santos, me lo han ido confirmando cada vez más. Pero lo que más me lo asegura es el dolor, la aflicción continua, intensa, y ya insoportable, que me tortura al ver la desolación de esta viña, en su idea e institución tan bella, tan santa, tan útil.[Notas 15] Sus superiores, sabiendo que es un buen religioso, intentan calmarlo, pero él vuelve a la carga, una y otra vez. Incluso emplea tonos dramáticos: Verdaderamente lo que yo necesitaría para tener un poco de respiro sería la muerte, y ningún náufrago ha deseado tanto la costa como yo el sepulcro; pero puesto que no somos dueños de morir, le ruego me encuentre una soledad en la que pueda esconderme, hasta que pase la furia de Dios y venga el tiempo en el que Él se acuerde de mí. O bien me permita unirme a las misiones extranjeras, y andar a China, no para hacer alguna cosa, puesto que no soy bueno para nada, sino para morir, lo cual, dada mi desgraciada complexión, las molestias del clima y las condiciones actuales de aquellas misiones, tengo motivos para esperar que ocurriera bastante pronto.[Notas 16] Con el tiempo propone diversas alternativas en las que ocuparse: un orfanato, un monasterio en la montaña, hacerse pasionista… Su superiores comienzan a desesperar de él: el P. Cigliuti, Provincial de Liguria, escribe al P. General[Notas 17]: Aquel Tiboni que había comenzado con los escrúpulos y con su imaginada perfección, ahora más que nunca, después de un poco de tregua, me parece que está loco. Huye el contacto humano, no sabe dónde poner la cabeza. Terminará en el manicomio. Más adelante el P. Tiboni propone una idea más concreta: pide autorización para crear una comunidad con otros dos o tres religiosos (y cita el nombre de tres juniores) que estarían de acuerdo en vivir como él desea, en una pequeña casa que ha buscado en Turín, su tierra.[Notas 18] El P. Ricci supo calmarlo con sus cartas, y parece que ya no padeció más angustias, y se dedicó a enseñar letras a los alumnos mayores, siendo tenido por todos como profesor de gran mérito. Seguimos ahora las indicaciones que nos da el DENES: en Finalborgo fue Rector y Maestro de novicios, confesor, predicador. Gozaba fama de santo, de sabio, y su ejemplo influía en mucha gente. El General P. Tomás Viñas en 1915 lo nombró Postulador General y Rector de San Pantaleo. Fue Asistente General (1919-1924) y Rector de Génova (1924-1925). Diez años después se traslada a Roma al Calasanctianum de Monte Mario donde pasa los diez últimos años de su vida en la dirección espiritual de los juniores, siendo para todos ellos ejemplo vivo de piedad, bondad y paciencia.

El P. Tiboni no fue el único que buscaba la perfección. El mismo P. Faustino Míguez, recientemente declarado santo, descontento con el estado de observancia de su Provincia, pidió ser enviado a Argentina, con el P. Cabeza. Contemporáneo del P. Tiboni fue el P. Giovanni G. Giannini, del que hemos hablado al tratar de la casa de Pompei. Era Rector del colegio de Florencia, pero el cargo no le producía ninguna satisfacción, y sí muchos disgustos. También él escribió varias veces, en 1891 y 1892, al P. Ricci pidiéndole que le dejara vivir en una pequeña comunidad la perfecta vida común, según las Constituciones de Calasanz, con unos pocos compañeros (entre los que cita al mismo P. Tiboni, a pesar de pertenecer a otra provincia), haciéndose cargo de una escuelita en Florencia al otro lado del Arno, donde vivían los pobres. Tampoco él logró su objetivo. A partir de 1895 lo vemos en Pompei. Y allí parece estar muy feliz, intentando vivir la perfecta observancia con su pequeña comunidad. Y durante los más de doce años que permaneció allí fue la columna que sostenía aquella casa, en la que tantas ilusiones pusieron los escolapios. Bien es cierto que demostró tener poca capacidad de gestión. Incluso fue Provincial de Nápoles (1901-1903), antes de volver a su provincia, y seguir ocupando cargos formativos.

De la misma provincia Toscana era otro aspirante a una vida más perfecta, más observante: el P. Pier Luigi Sacchettini, que había hecho su profesión solemne en 1888 y moriría en Florencia en 1943. El 5 de junio de 1892 escribe una ardiente carta[Notas 19] al P. General pidiendo que permita la creación de una comunidad especial con quienes desean vivir la perfecta vida común. Y propone, precisamente, que se les confíe una obra como el Hospicio para los hijos de los encarcelados, que se está empezando a construir en Pompei. Allí irá a trabajar durante unos años con el P. Giannini. Pero hemos visto que llegó un momento que consideró aquella obra como “la cautividad de Babilonia”, y se volvió a Florencia.

El P. Ricci tuvo que enfrentarse también a otro tipo de problemas: a los que venían provocados por enfrentamientos entre algunos escolapios de mentalidad más liberal y otros más conservadores. Veamos un par de ejemplos. El primero tiene que ver con el darwinismo, que el P. Tommaso Catani enseñaba en Florencia como parte del programa escolar, y la denuncia del P. Rector, precisamente el P. G. Giannini del que hemos hablado poco antes, que decía que estaba condenado por la Iglesia. El P. Ricci, que se encontraba entonces en Roma, envió un cuestionario al P. Catani sobre sus enseñanzas. El P. Catani respondió al cuestionario[Notas 20], pero debió asustarse bastante y compartió sus angustias con tres escolapios de Florencia que compartían sus ideas científicas: Giovanni Giovannozzi, Ermenegildo Pistelli y Adolfo Brattina. Los tres escribieron sendas letras en la misma fecha, 16 de noviembre de 1891, defendiendo a Catani y explicando al P. General que el darwinismo no estaba en oposición con las enseñanzas de la Iglesia sobre la creación. El P. Giovannozzi, director del Observatorio Ximeniano de Florencia, dice entre otras cosas[Notas 21]:

Frente a todas estas dotes [de Catani] que (sin querer hacer comparaciones odiosas) yo no veo así reunidas en ninguno de nosotros, al menos de los de Florencia, está la terrible acusación de darvinista. ¿Me permite, Padre, hablar con mi acostumbrada sinceridad, persuadido de que yo jamás diré a la espalda nada diferente de lo que digo a la cara? Pregunto, pues: ¿pero sabéis vosotros (hablo en plural, porque sé que me las tengo que ver con más de uno), sabéis qué es el darvinismo? Que el hombre procede del mono. Ni hablar. Dejemos decir estas cosas a los que no quieren discutir en serio, y se contentan con declamaciones. El darvinismo no es más que un modo particular de entender la teoría más amplia y más general llamada de la evolución, teoría puramente fisiológica y naturalística, a la cual es completamente ajena la teología. Puesto que el universo es obra de Dios, y que de Dios, única causa primera vienen (mediante las causas segundas) todas las creaturas, ¿dónde está el inconveniente teológico para admitir que una de estas causas segundas sea la evolución gradual de la especie? Si una mosca desciende de una mosca, o bien desciende por transformaciones sucesivas de un mosquito, ¿qué más da, puesto que uno y otra fueron creados primeramente por Dios?

Ermenegildo Pistelli aprovecha la ocasión para generalizar el enfrentamiento intelectual, que afecta también a Giovannozzi (ambos, Giovannozzi y Pistelli, tendrán también problemas con el siguiente General, A. Mistrangelo, por cuestiones de ideología). Entre otras cosas, escribe[Notas 22]:

Catani habla en la escuela del Darwinismo y habla de él como le dictan su ciencia y su conciencia, y he aquí que Giannini (juzgado ya por los estudiantes del liceo como un filósofo que necesita aprender de memoria la leccioncilla) se pone a gritar que es un escándalo. Giovannozzi explica el Evangelio como no sabría hacerlo ningún escolapio, da clases de religión en el liceo con enorme beneficio de los escolares, se ocupa con ardor del confesionario y de las primeras comuniones, da conferencias como él solo sabe darlas, dirige con mucho honor suyo y del Instituto el Observatorio… pero ¿de qué le sirve? Lo miran con desconfianza porque puede corromper a los juniores, e incluso hace poco, de manera hipócrita y aduciendo razones que ya se han demostrado vanas, le han quitado a Altoviti que le era de gran ayuda. ¡Pobres Escuelas Pías! Por una parte, aduladores analfabetos; por otra, superiores que ponen a los mejores ante la alternativa de dejar de hacer el bien, o de cansarse e irse. Es un espectáculo doloroso, un pensamiento que me consume, aunque yo estoy lejos de los primeros y no me considero digno de ser contado entre los segundos.

El P. Brattina, futuro General, escribe por su parte[Notas 23]:

También yo me he enterado de la cuestión que se refiere al P. Catani. Aunque solo hace unas semanas que yo estoy aquí, creo conocer bien al P. Catani y estoy seguro de que los principios científicos que profesa están de acuerdo con la conciencia más escrupulosa. En Bélgica, en Inglaterra, en Francia y la América católica ha surgido y se va desarrollando un movimiento santo que lleva a conciliar con la fe aquellas teorías que los materialistas habían construido contra la fe, y Roma no ha condenado nunca esos escritos. El Cardenal Wisemann aceptó la dedicatoria de la obra de Mivard sobre el acuerdo entre el evolucionismo y el dogma. ¿Por qué impedir a un hermano nuestro colaborar con un Lecomte, honra de la Universidad de California, con un P. Belling D.C.D.G., con un Fogazzaro, ilustre honor del laicado católico, y con tantos otros que podría citar a V.P., en la construcción de un edificio tan noble? Mons. Freppel, ciertamente nada sospechoso de condescendencia con las ideas modernas, ¿no cerró acaso uno de los últimos congresos católicos diciendo que el medio mejor para combatir el evolucionismo no creyente era mostrar que aceptamos la parte buena sin miedo? Sé que Huxley, uno de los líderes del materialismo inglés, se enfada sabiendo que incluso entre los católicos hay muchos que aceptan la evolución, y teme que le falte el terreno bajo los pies. ¿Por qué Pietrobono puede escribir en la Revista Filosófica de Ferri, y su nombre figura entre los colaboradores ordinarios? La Revista de Ferri es mucho más peligrosa sin duda que la Rasegna Nazionale. Perdone este desahogo de los sentimientos del corazón y me bendiga.

No parece que el P. Catani tuviera más problemas, y siguió tranquilamente adelante con su vida retirada, dando clases y escribiendo libros (ascéticos, escolares y de literatura juvenil) que le dieron gran celebridad, sobre todo entre los muchachos.

Serias dificultades tuvo el P. Ermengildo Pistelli, por sus conferencias, artículos y enseñanza. En particular a propósito de una biografía del P. Celestino Zini, ex Provincial de Toscana y arzobispo de Siena, que le habían encargado escribir tras su muerte, en la que decía que había sido rosminiano en su juventud. El P. Ricci, tras leer las pruebas, le dijo que suprimiera el párrafo referente a Rosmini. Tengamos en cuenta que Antonio Rosmini (proclamado Beato por Benedicto XVI en 2007) vio incluidas en el índice de libros prohibidos dos de sus obras, Constitución según la justicia social y Las cinco llagas de la Santa Iglesia. Rosmini obedeció y se calló. Más tarde León XIII, a través de un decreto del Santo Oficio del 14 de diciembre de 1887, condena cuarenta proposiciones de Rosmini, extractadas de sus obras censurándolas como "reprobadas y proscritas". Naturalmente el P. Ricci no podía permitir que se dijera que un escolapio tan distinguido como el P. Zini había sido rosminiano, en aquel contexto y con su deseo de agradar en todo al Papa. E. Pistelli responde una carta muy digna al P. General, en la que expresa al mismo tiempo sus convicciones, y su sumisión[Notas 24]:

Le agradezco la rapidez y la carta, pero como puede imaginar, esta me ha desagradado mucho. Quitaremos las terribles frases sobre Rosmini y la frase en la que se da la impresión de que el biógrafo habla en nombre de las Escuelas Pías, e incluso se añadirán en nota las correcciones y los añadidos que sugiere Usted. Que el P. Zini no fuera rosminiano, al menos durante los tres años en que me dio clases a mí, no puedo admitirlo: tengo pruebas documentales tales que bastarían para convencer, no diré al Cab. Bianchi, sino incluso a un ciego. Pero, puesto que se trata de un trabajo no mío y por las circunstancias especiales, puesto que el P. Zini murió Obispo, comprendo que pueda haber algunas razones de oportunidad que le parezcan buenas a Usted, y no añado nada más a esto.

Pero tengo que añadir algo sobre el tono general de su carta. ¿Así que ya ni siquiera se podrá nombrar a Rosmini? ¿Y tendremos que olvidar todo el pasado de las Escuelas Pías? “A causa de nuestro pasado tenemos poderosos enemigos”, escribe Usted. Y será cierto. Pero yo digo que me he hecho Escolapio porque conocía este pasado y creía que era nuestro ideal para el futuro. He hecho, en la medida en que me lo han permitido el tiempo y el ingenio, alguna investigación sobre la historia de las Escuelas Pías: tengo mucho material recogido, y esperaba hacer algo útil. Ahora se me dice que hay que olvidar el pasado, y comenzar una vida nueva. Quiere decir que en lugar de perder el tiempo con aquellos cartapacios y en lugar de continuar (perdone si me veo obligado a alabarme a mí mismo) trabajando con cierto empeño y cierto éxito por nuestras escuelas, como llevo haciendo durante bastantes años, tendré que dedicarme por completo al poco de griego que conozco para proveer para mi futuro. Tendré que seguir comiendo, el día que me expulséis.

Ahora, por ejemplo, estoy trabajando, tras haber recibido insistentes peticiones por parte de muchos amigos, en una conmemoración del pobre Bulgarini. Pero no puedo nombrar a Rosmini. ¿Así que no deberé hacer nada? Lamento decir francamente que sobre este punto es inútil discutir conmigo. Se deben respetar los decretos y decisiones de las Congregaciones Romanas, en cuanto a la manera de comportarse ahora; hasta aquí me parece justo. Pero que no pueda decirse que Péndola[Notas 25], Micheli[Notas 26], Bulgarini, Paoli[Notas 27], Paganini y Petri eran hombres de bien y de ingenio, y sin embargo apasionados rosminianos, es una exageración ridícula, y será difícil encontrar quien se la crea para dar gusto a los Reverendos Padres de la Compañía. Los cuales en una Historia de las Escuelas Pías de España publicada últimamente son tratados por el P. Lasalde de una manera bien diferente. Perdone si le he hecho perder el tiempo; seguramente tendrá otras maneras de emplearlo mejor. Pero no podía desfogarme más que con Usted, que al menos sigue su camino y sé cómo piensa. Estos superiores de aquí, por el contrario, siempre me dan toda la razón en privado y luego en público dicen que estoy equivocado. Y yo ya no puedo más. Créame, con todo respeto…

Se ve claramente por estas cartas que el P. Ricci, que tenía un gran talento literario, y un profundo conocimiento de las letras clásicas, tenía una ideología más bien tradicional y conservadora, que quería imponer a toda la Orden. Y hay que decir, en honor a la verdad, que la gran mayoría de los religiosos compartían su manera de pensar, en comunión con la Iglesia, que se debatía con los principios del Modernismo. Uno de ellos, y de no poca influencia, era su amigo y Asistente General Dionisio Tassinari, que hablando de las diferentes mentalidades entre los religiosos mayores y los más jóvenes en el colegio Nazareno toma el partido claramente a favor de los primeros, diciendo: Si el Nazareno florece es por haber conservado normas antiguas; si se hicieran reformas según las opiniones actuales, o sea liberales, caería su estima frente a las familias, y perderíamos el apoyo o la tolerancia del clero y del Vaticano. Los jóvenes no calculan estas cosas, porque no tiene experiencia.[Notas 28]

Notas

  1. RG 248 a 4, 27. 9 diciembre 1892.
  2. RSL 369 6, 15. 19 diciembre 1892.
  3. RSL 369 6, 25.
  4. RG 24, 48.
  5. RG 24, 40. 26 octubre 1892.
  6. RG 24, 48. 20 octubre 1898.
  7. RG 24, 16. 4 octubre 1884.
  8. RG 24, 35. 6 enero 1890.
  9. Colección de circulares editadas en Florencia, 1898, pág. 62.
  10. RG 24, 40. 20 octubre 1892.
  11. RG 24, 41.
  12. Sal 126, 1.
  13. RG 24, 48. 20 octubre 1898.
  14. RG 245 c 1, 48; c 2, 69.
  15. RG 247 d 2, 34. 25 enero 1886.
  16. RG 247 d 2, 1. 20 octubre 1886.
  17. Reg. Gen. 247 d 3, 36. Savona, 16 de noviembre de 1887.
  18. RG 249 4, 46. 5 octubre 1889.
  19. RG 249 j, 15.
  20. RG 248 b 3, 7. 15 noviembre 1891
  21. RG 248 b 3, 1.
  22. RG 248 b 3, 3.
  23. RG 248 b 3, 5.
  24. RG 249 j 7. 11 junio 1893.
  25. Tommaso Péndola (1800-1883), escolapio de la provincia de Toscana, creador del Instituto de Sordomudos de Siena, Rector de la Universidad de esa ciudad.
  26. Everardo Luigi Micheli (1824-1881), escolapio de la provincia de Toscana, científico, pedagogo.
  27. Constantino Paoli (1785-1861), escolapio de la provincia de Toscana, matemático, pedagogo.
  28. RG 249 l 13, 133.